sábado, 1 de febrero de 2014

Autoconocimiento, anque experiencia




En este momento, no recuerdo ningún artículo o libro de autoayuda o psicología que me hayan servido de mucho para afrontar los problemas que me presentó la vida. Quizás algo de Erich Fromm, en mi lejana juventud, o los preciados consejos de Juan Domingo Perón sobre conducción política. No me quedó la sensación que ahondar en teorías haya podido allanarme el camino o disminuído mis angustias. Por si fuera poco, tal cual dijera el finado filósofo argentino y quemero Ringo Bonavena -también boxeador- "la experiencia es un peine que te dan cuando te quedás pelado"

Quiero decir que ante los quilombos gruesos de la vida los libretos no me fueron útiles y los enfrenté a los empujones. Quizás tuve un backup con influencias morales y de tácticas y estrategia pero creo que fueron más fuertes la intuición y las calenturas del momento. Y cuando te das cuenta como viene la mano, te desayunás que no podés cambiar el mundo y apenas podés con tu cuerpito, replanteás las cosas, con modificaciones más o menos pronunciadas. 

A modo de premio consuelo, me causa algún placer verificar que algunos conceptos sobre la vida los tengo afiatados, producto de años de caminata y análisis constantes. Que aunque la realidad te pegue en la cara todos los días, uno la sobrevive y hasta le encuentra explicaciones.

Hace pocos días, revisando en mi casa un sobre con recortes de periódicos pendientes de lectura, separé estos tres antiguos artículos del psicólogo, psicoterapeuta y ensayista Miguel Angel Espeche, que escribe en el heterogéneo suplemento Sábado del diario La Nación. Me sentí defraudado, por envidioso, al no poder escribir con su exactitud sobre temas de la vida misma: las rebeldías, la repetición de lugares comunes, el parecido de los hijos con los padres y la llegada del temido "viejazo". Me parecieron muy atinados para que algún webnauta aumente las probabilidades de toparse con estos conceptos emparentados con la experiencia. Más allá de alguna discrepancia, a mi me ayudaron a repasar sensaciones vividas. Horanosaurus.  


Pequeños grandes temas
Por Miguel Espeche  | Para LA NACION 20/04/13

Los transgresores no son necesariamente creativos. Sin embargo, muchas veces ocurre que, a la hora de describir a alguien, se lo llama "transgresor" a modo de elogio, como si tal adjetivo fuera sinónimo de creatividad. Tal idea se basa en la suposición de que, el que no es transgresor y se somete a las leyes y las normas, no es más que un automatizado robot, miedoso de la novedad y de la apertura.

Es éste uno de los tantos lugares comunes que le han complicado la vida a enorme cantidad de personas. Al "bondi" de la "transgresión creativa" se han subido muchos vagos, inmaduros e irresponsables, amparados por el salvoconducto de la creatividad incomprendida, la que supuestamente no es aceptada por causa de cerrazón e ignorancia de los no transgresores.

En realidad, la personalidad transgresora es una personalidad reactiva. Es dependiente de aquello que debe transgredir, es decir: requiere de una legalidad para poder, una vez instalada la misma, accionar contra ella. El transgresor trabaja de "predicado", frente al "sujeto" que es el ordenamiento contra lo cual se pelea.

Existe otro malentendido en este mismo territorio. Es el que refiere a la rebeldía como un valor en sí mismo, independiente del motivo que la genere. Un "rebelde sin causa", a ojos vista, puede pasar por mero tonto si no se buscan motivos reales a dicha rebeldía. El tener que "trabajar" de rebelde y transgresor ofrece dividendos, pero solamente por corto tiempo, ya que, tarde o temprano, hay que hacerse cargo de lo propio sin escudarse en lo "malo" del mundo para justificar todas y cada una de las propias circunstancias.

Hace varias décadas, unos hermanos de apellido Wright profundizaron en la ley de gravedad, adentrándose en sus secretos a punto tal que, ingenio mediante, hicieron los primeros aviones que funcionaron y se elevaron por sobre el suelo. Un distraído podría decir que los Wright transgredieron la ley de gravedad, se rebelaron ante ella, logrando burlar sus premisas para vencerla. Pero no, en realidad ocurrió todo lo contrario: los hermanos Wright aceptaron dicha ley, la conocieron en profundidad, la respetaron, se adentraron en el corazón de la misma y, a partir de eso, pudieron sacar el máximo provecho de ella al punto de inaugurar toda una era en lo que a transporte se refiere. Esto demuestra que el aceptar un orden, una ley, no es el punto final de algo, sino que, por el contrario, es el punto de inicio de cualquier camino de libertad creativa.

El fuego sin contorno es mero incendio, el agua sin cauce es sólo inundación, el impulso humano sin una referencia ordenadora que lo contenga es tontera, egoísmo o locura desolada. Romper no es crear. De hecho, romper reglas es juego de niños, en todos los sentidos de esta expresión. Por eso, podemos decir que, así como la transgresión no es creativa, el orden sí puede serlo si es aliado y no sólo carcelero del fluir vital. En realidad, cuando un chico (o un grande) no tiene un orden que lo cobije pasa a ser esclavo de sus impulsos, y, se sabe, difícil es ser creativo si no hay una vivencia de libertad en el propio ánimo.

Vale entonces revisar un poco las frases hechas, esas que tan a menudo pueblan nuestros días y nos sumergen, imperceptiblemente, en malentendidos nefastos. La creatividad surge del misterio, pero se afinca en un orden, no en un desorden. De allí que, a la hora de apuntar a aquello que nos hace libres y sanos mentalmente, la sugerencia es que marquemos bien la cancha para que, dentro de la misma, podamos jugar el mejor y más creativo de los partidos.

Pequeños grandes temas
Por Miguel Espeche  | Para LA NACION 27/07/13.

El término no es muy científico que digamos. No lo aceptarían las academias ni los manuales médicos o psiquiátricos, aunque en la calle, en los bares, en las sobremesas y en muchos otros lugares se lo conoce bien y se lo escucha bastante seguido.

Nos referimos al "viejazo", palabra usada de manera silvestre que nombra una suerte de "síndrome existencial" que aqueja a muchas personas que, al ver que su DNI acumula años, sienten un conglomerado de cosas que luego se traducen en conductas, en muchos casos, dislocadas.

El primer problema es reconocer a qué edad aparece el "viejazo". Algunas voces lo ubican en simultaneidad con la entrada en la cuarentena, si bien hay apariciones más tempranas, y otras, por el contrario, más tardías.

Es verdad que no es una situación que aparezca unánimemente, ya que muchos hombres y mujeres no lo viven, más allá de que es amplia la mayoría de quienes, tras décadas de intentar llegar a viejos, se descubren atisbando los primeros signos de ese cometido y se asustan como chicos. Y, por supuesto, se quejan de aquello por lo que tanto han bregado...

A "ojo de buen cubero" diríamos que el "viejazo" es mayoritariamente patrimonio masculino, si bien muchas damas, pasados los años, cumplen con los requisitos del fenómeno. Digamos, por otra parte, que el "viejazo" es una de las maneras que existen para asumir lo que se da en llamar la "crisis de la mitad de la vida", crisis que a veces se torna "viejazo", y a veces no, ya que se orienta a otro tipo de conductas y estados emocionales o espirituales.

Podemos afirmar que lo que destaca al "viejazo" es una falta de aceptación de la edad que se tiene, lo que se traduce en una sorda o explícita rebeldía frente a la realidad. A eso se suman los siguientes elementos: repentina crisis de pareja (con destino incierto, si bien abundan las separaciones); rebeldía con el sistema de vida, pero sin cambios sustanciales de fondo; uso de ropas similares a las de los hijos; exageradas preocupaciones estéticas (especialmente, capilares); nuevas amistades y parejas mucho más jóvenes; una idea de que la vida se escapa y hay que vivirla apurado, antes de que se vaya.

Llene el lector otros posibles signos de "viejazo" que, sin dudas, nos faltan. El fenómeno es muy extendido y no extraña su existencia, ya que es sabido cuánto se ensalza en nuestra cultura a lo joven, y, paralelamente, cuán poco se valoran los beneficios que el paso de los años suma al vivir. La sabiduría no es un valor que se ponga en relieve, pero es justamente esa sabiduría uno de los elementos que compensan las mermas físicas que vienen con los años. Así, no es de extrañar que los Dorian Gray modernos pululen por doquier, con miedo al paso del tiempo, sin percibir sus beneficios.

Repetimos que nos estamos refiriendo a una de las maneras de vérselas con los clásicos y deseables replanteos que la mitad de la vida genera en quienes toman en serio su existencia. No toda crisis posterior a los cuarenta años es un signo de "viejazo", ya que es verdad que es una edad que habilita a revisiones profundas, sinceramientos y sacudones que permiten distinguir lo efímero de lo perdurable.

El "viejazo" aquí descripto es un intento de detener o atrasar el tiempo, no de vivirlo con nuevas verdades y planteos genuinos que no niegan los años, sino que los hacen valer de buena (aunque a veces dolorosa) forma.

Mejor que parecer más jóvenes es sentirse más vitales. La vitalidad genuina siempre tiene que ver con la verdad de las cosas, por eso no será jugando a ser jovencitos que se accederá a lo anhelado, sino potenciando al máximo las capacidades con las que se cuenta. O sea: usando los años a favor, no luchando contra ellos.

Pequeños grandes temas
Por Miguel Espeche  | Para LA NACION 13/07/13.

Tarde o temprano, el momento llega y ya no puede disimularse: sí, somos parecidos a nuestros padres. Pocas generaciones como las recientes han hecho tanto para diferenciarse del pasado. Antes, copiar a los progenitores en lo que respecta a temperamentos o actitudes no era tan terrible. Sin embargo, quizá luego de la Segunda Guerra Mundial y por complejas razones, la idea rectora era "estar en el cambio" y diferenciar la propia generación respecto de la anterior, pagando el precio que fuera con tal de no ser tildado de antiguo (o de cosas peores).

"Ayer me vi a mí misma diciéndole a mi hijo: «¡Es así porque lo digo yo!» y no lo pude creer. Es que siempre dije que jamás iba a hablar así, porque era mi madre la que me decía eso todo el tiempo." Las palabras de esta joven madre valen y a ella podríamos apelar como ejemplo de la sorpresa, a veces no exenta de angustia, que muchos sienten al encontrarse, pasados los años, con actitudes y comentarios similares a los de sus propios padres. Los mismos a los que, en su momento, habían jurado y perjurado jamás emular.

Con la noción de la evolución de la especie como bandera, la modernidad vendió la idea de que había que cambiarlo todo, inventando aquello del abismo generacional al que se miraba como si fuera el inicio del Nuevo Mundo en el cual los yerros de los mayores serían reparados por los jóvenes psicologizados y libertarios que se ocuparían de hacer mejor las cosas con su progenie (y con el mundo todo).

Sin embargo, la verdad emerge y, en el fragor del baile, surge lo aprendido en el contexto familiar y cultural, lo que es maravilloso y terrible a la vez. La maravilla es que ese modelo fue lo suficientemente exitoso como para que los hijos hayan prosperado y alcanzado su propio rango parental, y lo terrible es que ese modelo a veces va de la mano de prácticas autoritarias, violentas o torpes, que no se quieren copiar.

No vale mucho la pena pelearse contra los rasgos de nuestros padres que podamos tener, ya que eso no significa un destino marcado ni mucho menos, sobre todo, en lo que a conductas y actitudes respecta. Los parecidos son un punto de inicio, no un punto final de la historia de cada persona.

Está en cada uno tener el arte suficiente como para que, a partir de esas características heredadas, se puedan o no hacer cosas valiosas. Suele decirse que la libertad es aquello que hacemos con lo que nos pasa y, agregamos, con lo que heredamos.

El hijo de un padre temperamental y violento, por ejemplo, podrá heredar lo temperamental, pero no tiene por qué tornar en violencia ese temperamento copiando las conductas paternas, ya que hay muchas maneras más fecundas e interesantes para encauzar ese estilo emocional, que es muy valioso cuando está bien encaminado.

Hace poco, un cartel difundido por Facebook decía: "Cuando un hombre comprende que su padre tenía razón, ya tiene un hijo que piensa que su padre está equivocado".

No significa complacencia con lo que pudiera ser francamente negativo de los padres, tampoco significa negar la posibilidad de incorporar nuevas perspectivas, nociones y conductas al menú heredado. La frase apunta a amigarse con lo que uno es, lo que implica también aquello recibido de los padres y que, con el tiempo, se aprende a valorar en su justa medida.

Al fin de cuentas, si hoy la vida nos ofrece algo bueno, será, también, gracias a lo que nos ofrecieron aquellos que nos educaron. Honrar lo mejor que nos han dado y reconocerlo como propio no puede ser malo. Es, de hecho, un acto necesario de reconciliación con el origen, que permite una vida más serena, menos enfocada en tratar de evitar ser lo que somos, peleando con la propia imagen en el espejo.




BONUS TRACK (este buen hombre sigue escribiendo cosas interesantes).

Pequeños grandes temas
Por Miguel Espeche | Para LA NACION 19/04/14.

(…) "asociar seguridad con dominio es muy poco aconsejable. Si apostamos nuestras mejores fichas a lograr certezas y sosiegos amorosos a través del control de la persona a quien queremos, el fracaso es inexorable. ¿Razones? Bueno, digamos que lo es porque no hay ningún sistema de control que logre su cometido en todas las áreas. A su vez, el control asfixia toda forma de afecto, y corta el nexo con la fuente vital que toda relación requiere para perdurar. Las personas invadidas por celos perpetuos sufren muchísimo porque ven resquebrajarse su sistema de control y toda su energía va a intentar reparar ese sistema" (...)

-----Hay una entrada anterior en este blog, Autoconocimiento: ¡otra vez me cambian la bocha! donde 'protesto' ante unos artículos que desestiman la validez de esa herramienta para la búsqueda de la felicidad, justamente, una verdad revelada para los jóvenes de los sesenta y setenta. Horanosaurus.

-----Ahora, el autoconocimiento vuelve 'recargado' por sus fueros. Siempre hay vueltas de tuerca y teorías para cada necesidad humana. Ahora, el diván tiene otro dueño. Horanosaurus. 

Foto de arriba: villa de Bram, antes llamada Eburomagus, Languedoc, sur de Francia. Abajo: Pampichuela, localidad del Parque Nacional Calilegua, Jujuy, R.A. No pierdo las esperanzas de poder conocer semejantes lugares.   

OTRAS ENTRADAS RELACIONADAS EN ESTE BLOG:


No hay comentarios:

Publicar un comentario