jueves, 25 de julio de 2019

La herencia de Martín Fierro, José Hernández y varias preguntas dando vueltas



Después de haber leído tantas interpretaciones y letanías sobre Martín Fierro y el gaucho argentino y biografías varias sobre la azarosa vida de su autor, José Hernández, me han perseguido un par de  preguntas a las que creo haber encontrado respuesta. Vayamos por partes, dijo Jack.

Empecemos por el personaje y su representación. Si en su momento el gaucho fue un rebelde con causa vilipendiado largamente por los que mandaban, ¿porqué terminó convertido con las décadas por la misma historia oficial en arquetipo de nuestra argentinidad? ¿Porqué sus símbolos fueron adoptados por gran parte de nuestra sociedad, incluída parte de la clase alta?

Luego, habiendo sido José Hernández un luchador honesto y arriesgado con varios exilios en el lomo, ¿sus valientes demandas en defensa del gaucho fueron satisfechas o murieron en la nada como tantas cosas? ¿Terminó ese auténtico prócer bonaerense cooptado por la política argentina de su época sin obtener respuestas?

Irán desfilando lecturas de gente que sabe y me permitieron responderlas. A por ello! 

PRIMERA PARTE: EL GAUCHO COMO ARQUETIPO DE LO ARGENTINO. 

El gaucho argentino fue un rebelde con causa que resistió lo que pudo. Vilipendiado largamente por "la autoridad", el poder de los unitarios que terminaron mandando. La persecusión y el abuso, junto al progreso del alambrado y las estancias provocaron su transformación. Lo fueron arrinconando hasta convertirlo al credo capitalista: su libertad a cambio de conchabo.

El gaucho era para los poderosos sinónimo de vagancia, delito y malvivir. Una clase social criolla casi analfabeta pero con códigos para la vida y coraje para sobrevivir. Con aquel pretexto lo usaron como esclavizado soldado de frontera contra el indio. Con la ley de levas, la papeleta de conchabo y la complicidad de funcionarios mañeros, lo mandaron a servir donde no eran reclutados los acomodados hijos de los ricos.

Solo el porfiado de José Hernández pudo con su arte denunciar las injusticias que le cayeron encima. Con su desesperado y solitario reclamo ante los masones Mitre y Sarmiento, Roca, Avellaneda y otros poderosos de la época, sacó a la luz el sufrimiento de esa clase oprimida con una obra literaria que se convirtió en un increíble best seller de su época.

Pasada mucha agua bajo el puente, el gaucho se terminó convirtiendo en el personaje arquetípico de nuestra argentinidad, incluso para los herederos de aquella oligarquía ganadera que los persiguió cuando no obedecían. El raro fenómeno recién se produjo en las primeras décadas del siglo XX, ante nuevas circunstancias políticas y culturales. Para algunos,  fue incluso un invento literario utilizado para edificar el acervo nacional.

Se divulga ese simbolismo aún en nuestras aulas. Y surgen más preguntas. ¿Qué significa eso en este siglo XXI de las redes sociales y la cultura globalizada? ¿Qué es un gaucho para un pibe de primaria? ¿Eso que ven con boina vasca y bombacha de campo sobre un matungo criollo deslucido mientras el auto de papá avanza al mar por la ruta 2? ¿Un elemento folklórico decorativo complementario de esas vaquitas ajenas?

¿Porqué se supone que aún -en el país de la "viveza criolla" y el "sálvese quien pueda"- los gauchos representan la argentinidad y nuestros valores más dignos? ¿Hay que sincerarse, olvidarlo, buscar por otro lado y enseñar otras cosas?

Van aquí, algunos artículos interesantes referidos a la significación sociológica de la obra insignia de la literatura argentina y la apropiación simbólica del gaucho que dan respuesta a estos interrogantes. Entre ellos, una entrevista al escritor Ezequiel Adamovsky  esclarece conceptos en una entrevista donde promociona su libro “El gaucho indómito” (2019).

Imperdibles las definiciones del fastidioso genio sajón Charles Darwin en su paso por estas pampas, allá por 1833, analizando al hombre de la ciudad y al gaucho argentinos. Horanosaurus.

Entrevista con Ezequiel Adamovsky

Fue consagrado, reinterpretado y discutido con fines políticos. De sus versiones y usos en el discurso habla el nuevo libro del historiador.  Clarín Spot 01/06/19. Por Juan Brodersen.

La argentinidad, con sus grietas y diferencias, ha sido sintetizada desde hace más de 100 años en una figura. Pero, ¿cómo es que el gaucho logró convertirse en un símbolo nacional? Como lo hacía el Facundo de Sarmiento -quizás el más conocido-, el personaje cristalizado en el Martín Fierro "falla" como símbolo de unidad y armonía. Pero también es cierto que el gaucho es un estereotipo tan complejo que fue usado de derecha a izquierda, reivindicado por los militares -aunque el protagonista del libro de José Hernández no sólo habla pestes de ellos sino que los asesina- y encarna gran parte de la historia argentina hasta por lo menos los años 40.

Mientras que las élites del siglo XIX proponían fundar la Argentina en una cultura blanca y europea, el llamado “criollismo popular” colocaba al gaucho como centro de la escena rioplatense con un claro objetivo: restituir el ser nacional a lo mestizo, hablar de las clases bajas, de la vida rural y de los abusos de los poderosos. Sin embargo, a partir de la lectura de Leopoldo Lugones en "El Payador"  (1916) durante el primer centenario argentino, las clases altas también se apropiaron de esta figura, de una manera distinta. Más tarde, durante el peronismo, llegó a encarnarse la discusión entre un gaucho “bueno” y uno “malo”.

“El gaucho indómito”, del historiador Ezequiel Adamovsky (Siglo XXI Editores, 264 páginas) es un ensayo que intenta recorrer esta especie de fenomenología del gaucho argentino. El autor le cuenta a Clarín algunos aspectos de su investigación.

El origen del término no es claro pero se usa desde el siglo XVIII. ¿Qué era un gaucho en ese momento? ─Hay diversas teorías sobre el origen del vocablo, ninguna del todo convincente. Cuando apareció refería a hombres de a caballo, del bajo pueblo, que se internaban en la extensión pampeana para cazar ganado sin importar si tenía dueño o no. Se lo relacionaba con el cuatrerismo, con algo delincuencial.

¿Y en qué momento se comenzó a usar de manera positiva en la región? ─Durante las guerras de independencia pasó algo inesperado, que es que “gaucho” se empezó a usar en sentido positivo, refiriendo a los “gauchos patriotas”, los hombres del campo que peleaban a caballo y que muchas veces fueron decisivos en las victorias. Posiblemente fuese una inversión de la carga peyorativa que le daban los realistas, que acusaban de “gauchos” a los patriotas, justamente para desacreditarlos. En cualquier caso, se compusieron en tiempos de la independencia cielitos y otros textos de circulación popular en los que era ya un “gaucho” el que llevaba la voz cantante y hablaba en nombre del pueblo, sea insultando a los españoles o criticando a la dirigencia patriota. Fue desde temprano un personaje con una voz política.

Hay una estructura narrativa recurrente en el criollismo: un gaucho que se ve empujado a la mala vida y termina como fugitivo, perdido en la extensa pampa, o acuchillado por un policía. ¿Qué lectura se ha hecho en la historia argentina? ─Es un motivo que ya está presente en la gauchesca de tiempos de Rosas y que retoma Martín Fierro, Juan Moreira e innumerables obras menos conocidas. El gaucho es siempre alguien que no encaja en el orden social, que enfrenta al Estado y a sus agentes, a los “dotores” de la ciudad, a veces a los estancieros y a los gringos. Es una voz crítica y a la vez rebelde: denuncia la legalidad oficial y ofrece otro código de justicia, que es la que debe hacer por mano propia con su cuchillo o escapándose lejos de la civilización. El mensaje es que el cuchillo del gaucho es más justo que la ley del Estado que lo oprime. En mi trabajo muestro cómo esta visión está anclada en la propia experiencia de las clases populares y cómo son ellas las que la difunden de un modo tan intenso.

Al principio del libro tenés que aclarar a qué te referís cuando hablás de criollismo. ¿Por qué es un término que está tironeado entre las élites y lo popular? ─El criollismo es un modo de hablar sobre lo popular, sobre la vida del bajo pueblo, sobre su pasado, su presente o sus valores, a través de la figura del gaucho. Se apela al gaucho como prenda de autenticidad para referir al pueblo argentino y sus problemas. Es una tradición enhebrada por tópicos, personajes, referencias y citas compartidos, que arranca con la poesía gauchesca de tiempos de la Independencia y continúa hasta hoy, y que se plasmó en diversos géneros y soportes: desde impresos hasta canciones, obras de teatro, películas, imágenes publicitarias, ensayos o novelas.

¿Cómo se entiende esta figura en relación al discurso nacionalista? ─Bueno, desde muy temprano el gaucho se convirtió en un emblema popular. Y como hablar de lo popular es inevitablemente hablar también sobre la nación, obligó a las élites a lidiar de algún modo con el atractivo que tenían esos héroes gauchescos que habitualmente exaltaban lo plebeyo y se rebelaban contra el Estado.

El Martín Fierro es una obra compuesta por un urbanita letrado. ¿Qué relación tiene con la cultura popular? ─La poesía gauchesca fue un género novedoso, que surgió exactamente en el punto de encuentro entre la oralidad popular, que vocifera por todas partes durante la revolución, y la cultura letrada, que desciende a su encuentro para convocarla a la lucha. La gauchesca lleva el habla popular al impreso y es entonces un género híbrido, que cabalga entre dos mundos. La potencia política de esa voz es tal que inaugura toda una tradición.

¿Dónde se usa el estilo gauchesco a lo largo de la historia? ─La voz gauchesca se usa en las querellas entre unitarios y federales y es la que retoma José Hernández cuando quiere criticar al gobierno de Sarmiento (1868-1874). Como muchos otros, era un hombre del mundo letrado. Pero en su caso había crecido muy en contacto con los criollos pobres del campo, conocía de primera mano su habla, sus refranes, incluso había aprendido de ellos a improvisar versos acompañado de una guitarra. Todo eso se vuelca en el poema y es lo que le da la enorme popularidad que tuvo. Es su forma, su tono, y también el contenido, que reflejaba con bastante veracidad los problemas de los criollos pobres de entonces. El éxito del Martín Fierro desata un período de varias décadas de furor por las historias de gauchos matreros.

¿Qué rol tuvieron los payadores en relación a la difusión de la gauchesca? ─Los documentos del siglo XVIII refieren que los paisanos eran dados a improvisar con sus guitarras. Y sabemos que las tropas, durante los combates por la independencia, improvisaban versos con contenido político, que muy probablemente inspiraran la primera gauchesca. En la segunda mitad del siglo XIX el nombre de “payadores” fue apropiado por un grupo diferente, cantores más bien urbanos, que retomaban la tradición rural y actuaban en cafés, locales y glorietas como modo de ganarse la vida. Los afroargentinos, como Gabino Ezeiza, se destacaron mucho en ese arte y fueron una de las voces fundamentales del fenómeno del criollismo.

¿Qué pasa con la figura del gaucho durante el peronismo? ─El peronismo abreva muchísimo en el criollismo popular. El propio Perón busca asociarse al gaucho, cita al Martín Fierro en sus discursos, lo usa para criticar a la oligarquía. La visión de que el peronismo era un movimiento de reivindicación del criollo se apoya muy fuertemente en toda la cosmovisión que habían formado décadas de criollismo entre las clases populares. Es uno de los secretos de su éxito como movimiento político.

Lugones es quien pone al Martín Fierro en el lugar de “el” texto nacional y revitaliza al gaucho culturalmente. ¿Cómo se vincularon las élites con la figura del gaucho? ─Las élites del primer nacionalismo cultural, que buscan solidificar un sentimiento nacional frente al protagonismo de los gringos y al desafío del movimiento obrero, se encuentran con un hecho consumado. Mucho antes de Lugones, las clases populares ya habían impuesto al gaucho malo como ícono de lo popular-criollo y, por ello, de lo argentino. Las élites tratan de capturar ese emblema y despojarlo de sus contenidos rebeldes. Es lo que intenta Lugones y muchos otros luego: tratan de producir historias de gauchos mansos y sabios –la más conocida es Don Segundo Sombra– que llamaban al orden y la concordia.

¿Eso es lo que en el libro está descrito como “nativismo”? ─Exacto, y supone una lucha larvada para definir cómo y quién es el gaucho y, por ello, cómo es la nación. En los años 30 el Estado finalmente sanciona un culto estatal al gaucho, centrado en Martín Fierro. Pero es un emblema que nunca pueden controlar del todo. Es muy gracioso que incluso las Fuerzas Armadas hayan intentado asentar un culto nacionalista sobre la figura de Martín Fierro, que es un desertor indisciplinado, habla pestes del ejército y se la pasa matando militares.

¿Cómo es posible entonces que el gaucho sea nuestro emblema nacional? ─El criollismo fue tan atractivo para las clases populares por varios motivos: porque permitía articular políticamente al pueblo en la crítica a la oligarquía, porque afirmaba sentidos de masculinidad que estaban en cuestión, porque canalizaba una crítica al capitalismo. Todo eso era más o menos conocido.

¿Y qué respuesta encontraste en tu investigación a esta pregunta? ─Mi trabajo agrega otras dos dimensiones tanto o más importantes: las historias de héroes criollos también permitían reponer la presencia de lo moreno y lo mestizo como parte de lo argentino, algo que los discursos oficiales de la nación negaban al postular que somos un país blanco y europeo. Y, por otra parte, la celebración del gaucho también fue canal para algo que llamo “revisionismo popular”, una crítica a las versiones oficiales sobre la historia que es anterior e independiente de la que en los años treinta realizan los intelectuales. En las historias de consumo popular el gaucho matrero aparece insistentemente asociado al montonero y a figuras caudillescas, en especial el Chacho Peñaloza.

En la senda del triunfador

En marzo de 1872 se lanzó la primera edición de "La vuelta de Martín Fierro"; al cumplirse 120 años valen, entonces, algunas reflexiones y un reconocimiento del gaucho que ensaya José Hernández en su obra. La Nación Campo 06/03/99. Por Juan José Cresto.

Mientras se expanden en el mundo parámetros de vida similares, cada nación tiende a exaltar sus valores propios como reacción de necesidad espiritual. El personaje arquetípico argentino que nos representa más genuinamente es el gaucho, aquel centauro, cantor, pendenciero, rebelde, trabajador esporádico y protagonista de nuestra historia, que emerge de las páginas de nuestras tradiciones.

Considerado "vago y mal entretenido", perseguido por las autoridades -coloniales o independientes- hoy sigue siendo discutido por muchos. En 1661 se consideraba al "gauderio" al nivel de los indios y en 1755 el gobernador Andonaegui expresó que se dedicaban "a hurtar y matar las vacas, jugando continuamente...". Por eso en el siglo XIX y aún antes, durante el período colonial, el vocablo tuvo el significado de peleador y ladrón.

Su misma posición social era de "desposeído". Era mestizo y no tuvo acceso a la sociedad implantada por el blanco europeo. Se le negaron tareas en oficios manuales, realizadas por indios encomendados y, más tarde, por negros esclavos y por mulatos. Los Cabildos le negaron el derecho a tener armas de fuego y los centros urbanos no le ofrecieron atractivo alguno, carecía de "fortuna que acrecentar ni apellido que ilustrar". 

El desprestigio del vocablo gaucho se puede apreciar en la documentación de Artigas, que jamás mencionó así a sus tropas, mientras sus enemigos lo tildaban de gaucho a él y a sus soldados. Por otra parte, el general José María Paz se refiere a Estanislao López y a su "ejército de gauchos" en término peyorativo. El resultado de tantos impedimentos fue el que podía esperarse: el gaucho se alzó contra la autoridad, contra el orden establecido.

Un rebelde con causa. La pampa de horizontes infinitos, era su escenario; su caballo y su cuchillo, su medio de vida; las vacas criollas cimarronas correteando veloces en los pastizales fueron su subsistencia; su coraje, su libertad y su autosuficiencia, hicieron el resto. Tuvo todo a mano, sin restricciones, salvo aquellas nociones rudimentarias de religión que alguien le susurró en la infancia. 

Los cambios políticos del país y los vaivenes históricos lo incluyeron como sujeto anónimo. Hicieron y sufrieron la historia, mas no la protagonizaron. Su herencia andaluza y en parte castellana, les dio ese halo poético, imaginativo y místico que se expresó en la música de guitarra, en la payada, en el canto, pero se exteriorizó más profundamente en sus sentimientos de adhesión al caudillo, al estanciero diestro y brutal, señor feudal de horca y cuchillo.

No entendió ni supo de propuestas políticas o jurídicas, pero fue fiel al valiente que en "montones" lo condujo al entrevero y al combate con la lanza bajo el brazo, y con ellos llevó una bandera y así también entregó hasta la vida. Ideales confusos, pero hondo sentimiento de lealtad lo arrojaron por todos los rincones de la patria y sus huesos abonaron nuestros campos sin que señal alguna recuerde sus nombres.

Menospreciado por los intelectuales, combatido por las autoridades debido a su naturaleza marginal y alzada contra la ley, temido por la población urbana, su figura se levanta en nuestro pasado como un arquetipo. Bueno o malo, criticado, rechazado o admirado, es el personaje representativo de nuestro ayer.

La poesía gauchesca es un intento artístico para comprender el cuadro de nuesto país y resulta curioso que los principales autores -Bartolomé Hidalgo, Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo, José Hernández, por extensión del tema en prosa, Ricardo Güiraldes-, fueran hombres de ciudad y de nada desdeñable cultura.

Había, por lo tanto, un sentimiento afectivo hacia lo nuestro, pero para ser más precisos, hacia lo que el común de la gente socavaba. Hicieron del canto gaucho una descripción que completa el cuadro social y fueron a la vez testimonio político de su tiempo, verdaderos alegatos que subyacen detrás de la composición poética. Esa fidelidad en el fondo también se revela en las formas del lenguaje genuino del paisano, con la deformación del castellano antiguo.

Después de Caseros, el país crece y, después de Pavón, acelera su europeización, no sólo por la llegada masiva del inmigrante, sino por la adopción de una concepción de una vida propia del Viejo Continente, con capitales, ferrocarriles y alambrados, como instrumentos del cambio.

En ese mundo no tenía cabida el gaucho libre. Más aún, durante la presidencia de Avellaneda, su ministro de guerra, Adolfo Alsina, se propuso erradicar al indio y a sus periódicos malones, poniendo una valla defensiva en una zanja desde Trenque Lauquen hasta Nueva Roma, en las proximidades de Bahía Blanca. Con ese objetivo, creó "colonias militares". Miles de gauchos sin papeleta de conchabo o simples paisanos laboriosos y aún de inmigrantes recién llegados, fueron brutalmente arriados a los fortines de las fronteras con el indio, desde los centros poblados o desde las pulperías de campaña, separando las familias, arrancando al jefe de hogar o a los hijos mayores sin consideración alguna.

Así, por lo tanto, si el gaucho era rebelde sin causa por su propio estilo de vida, ahora era rebelde con sobrados motivos. A su carácter de paria social se unía su condición de auténtica víctima. ¿Quién recordaría el pasado delictivo de aquel hombre frente a la auténtica y lacerante realidad?

Cuando una sociedad es sacudida por tal acontecimiento colectivo, encuentra tal vez un portavoz, fuera éste un orador político, un ideólogo o un artista. En esta circunstancia floreció una obra poética, una auténtica misa de réquiem de aquel legendario personaje al que inmortalizaría para siempre: "El gaucho Martín Fierro".

La inspiración de un rebelde levanta su voz y resuena en el tiempo, como ocurre con las grandes obras. El autor, hombre de la provincia de Buenos Aires emparentado en forma directa con los Pueyrredón y sobrino del prócer de ese nombre, taquígrafo en el Parlamento de Corrientes, político de la Confederación en Entre Ríos, soldado de Cepeda, crítico de Pavón, montonero de López Jordán, revelado contra las tropas nacionales, proscripto y exiliado; en fin, hombre de sable y de pluma.

La defensa del gaucho que José Hernández ensaya en su obra, es continuadora de su prédica periodística. En el número 25 del diario El Río de la Plata, del 4 de septiembre de 1869, dice: "Tratándose especialmente de la organización de la campaña, hemos combatido la iniquidad en medidas que condenan a la esclavitud a los ciudadanos más útiles del país, que introducen una perturbación general en la campaña y los obligan a andar errantes y sin hogar..."

Hernández fue un auténtico vocero del gaucho como clase social arrinconada y golpeada, levanta en la figura de su personaje a quien había de vengarse en la historia de todos aquellos que no tuvieron voz, calando en las capas más profundas de la sociedad. Y así es, como su libro se venderá en las pulperías con la yerba, la ginebra, las botas y el lazo.

La pluma al servicio de la memoria. Ya nadie recordará al gaucho montonero y pendenciero; sí al hombre de nuestros campos injustamente tratado por la autoridad y los dirigentes sociales. Y emergerá otra vez desde las páginas del libro por medio de seis generaciones sucesivas que lo hicieron suyo y que comprendieron sus desventuras. Pero sobre todo porque nos permitió reflexionar sobre los acontecimientos de nuestro pasado y de esa identidad diferenciada, que con legitimidad queremos acentuar.

La narración de sus desgracias sólo podía provenir de quien era uno más, igual a todos, gaucho en su vida y en la sociedad que lo obligaba. Por eso dice: "El anda siempre juyendo/ siempre pobre y perseguido;/ no tiene cueva ni nido/ como si juera maldito;/ porque el ser gaucho... ¡barajo!/ el ser gaucho es un delito".

Tal vez sea "Don Segundo Sombra" el complemento de Martín Fierro que le faltaba a la literatura argentina para ubicar el contexto social del gaucho. Pero a diferencia de las restantes obras, el autor describe con admiración y afecto el medio rural y el tiempo de progreso de la Argentina contemporánea, esa que quiere ser una nación civilizada, pero que no reniega de su pasado gauchesco.

Martín Fierro es el gaucho genéricamente considerado. Su lenguaje campero fue menospreciado por la elite culta y fue Lugones en la década del 20 el que debió reivindicar los valores literarios de la obra.

En el escenario propio del protagonista el personaje le dio nombre al autor de tal modo que, cuando Hernández falleció, se dijo en los periódicos: "Ha muerto el senador Martín Fierro". La obra, por otra parte, oscureció otros trabajos literarios, políticos, controvertidos y económicos del autor.

Martín Fierro fue el gaucho por antonomasia, sus desventuras, las de todos, su hombría de bien, sus reflexiones, su respeto a la mujer, su amor a la justicia, el consejo a sus hijos, fue en conjunto el retrato vivo del gaucho argentino.

El personaje y su autor, confundidos para siempre en una misma figura, quienes dicen su verdad a sus hermanos gauchos: "Mas naides se crea ofendido/ pues a ninguno incomoda;/ y si canto de este modo/ por encontrarlo oportuno/ no es para mal de ninguno/ sino para bien de todos".

Darwin rescató como pocos el valor del gaucho

En su diario de viajes elogió la cortesía y la audacia de nuestra gente de campo. La Nación. Suplemento Campo. Rincón Gaucho. Sábado 24/01/15. 

Extractos de una nota pu­blicada en Ciencia Hoy, Volumen 6 - Número 31. Revista de Divulgación Científica y Tecnológica, dan cuenta del diario de viaje que realizó Charles Darwin en su pa­so por la Argentina en 1833, en los cuales refleja los valores del gaucho.

"Durante los últimos seis me­ses, he tenido la oportunidad de apreciar en algo la manera de ser de los habitantes de estas pro­vincias (del Plata). Los gauchos u hombres de campo son muy superiores a los que residen en las ciudades. El gaucho es inva­riablemente muy servicial, cortés y hospitalario. No me he encon­trado con un solo ejemplo de falta de cortesía u hospitalidad. Es mo­desto, se respeta y respeta al país, pero es también un personaje con energía y audacia.

La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre comete un asesina­to y debe ser aprehendido, quizá pueda ser encarcelado o incluso fusilado; pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar, na­da pasará. Parecen creer que el individuo cometió un delito que afecta al gobierno y no a la so­ciedad. (Un viajero no tiene otra protección que sus armas, y es el hábito constante de llevarlas lo que principalmente impide que haya más robos).

"Las clases más altas y educadas que viven en las ciudades cometen muchos otros crímenes pero ca­recen de las virtudes del carácter del gaucho. Se trata de personas sensuales y disolutas que se mofan de toda religión y practican las co­rrupciones más groseras; su falta de principios es completa.

"Teniendo la oportunidad, no defraudar a un amigo es conside­rado un acto de debilidad; decir la verdad en circunstancias en que convendría haber mentido sería una infantil simpleza. El concep­to de honor no se comprende; ni este, ni sentimientos generosos, resabios de caballerosidad, lo­graron sobrevivir el largo pasa­je del Atlántico. Si hubiese leído estas opiniones hace un año, me hubiese acusado de intoleran­cia: ahora no lo hago. Todo el que tiene una buena oportunidad de juzgar piensa lo mismo. En la Sa­la de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honesti­dad y principios pudiesen ser de confiar.

Todo funcionario es sobornable; el jefe de correos vende mo­neda falsificada: el gobernador y el primer ministro saquean abier­tamente las arcas públicas. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio. Conozco un hom­bre (tenía buenas razones para hacerlo) que se presentó al juez y dijo: "Le doy 200 pesos si arresta a tal persona ilegalmente; mi abo­gado me aconsejó dar este paso". El juez sonrió con asentimiento y agradeció; antes de la noche, el hombre estaba preso. Con esta extrema carencia de principios y con el país plagado de funciona­rios violentos y mal pagos, tienen, sin embargo, la esperanza de que el gobierno democrático perdure. En mi opinión, antes de muchos años temblarán ante la mano fé­rrea de algún dictador. Como de­seo el bien del país, espero que ese período no tarde en llegar.

"La primera impresión que produce la gente común se ca­racteriza por dos o tres cosas llamativas: el excelente gusto de todas las mujeres para vestirse; los buenos modales de todas las clases, y principalmente la no­table igualdad entre estas. En el Río Colorado, los mas pequeños tenderos solían sentarse a comer con el general Rosas. El hijo de un mayor en Bahía Blanca se ganaba la vida haciendo cigarros; quería venir conmigo como baquiano a Buenos Aires pero su padre tenía miedo.

"Muchos en el ejército no pue­den leer ni escribir y, sin embar­go, todos se tratan como iguales. En Entre Ríos la sala tiene seis miembros; uno era despachan­te de tienda y no se lo considera disminuido por tal empleo. Todo lo anterior puede esperarse en un país nuevo, pero la inexistencia de caballeros propiamente dicho me resulta novedosa."

El gaucho del siglo XIX, visto por Carlos Darwin

Fuente: elhistoriador.com.ar El gaucho, protagonista singular de nuestra pampa, adquirió durante el siglo XIX características bien definidas. Hábil jinete, su vida estaba ligada a la cría de ganado vacuno y a la utilización de su cuero. Solitario, de vida seminómade, realizaba casi todas sus actividades a caballo, animal que en ocasiones era toda la riqueza que el gaucho poseía. Tamangos, chiripá, sombrero, poncho, boleadoras y cuchillo eran su vestuario habitual. 

Su alma indómita no logró adaptarse al nuevo sistema económico que supuso el paso de la ganadería a la agricultura. Con el correr del siglo, el gaucho sería perseguido y obligado a formar parte de los ejércitos. Sin embargo, su vida quedaría retratada en innumerables relatos. A continuación transcribimos un fragmento bastante poco halagüeño sobre nuestros gauchos del diario del naturalista Carlos Darwin, quien visitó esta región en la primera mitad del siglo XIX. 

Fuente: Carlos Darwin, Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo en el navío de S. M. Beagle; en El Gaucho a través de los testimonios extranjeros  1773-1870, Buenos Aires, Emecé, 1947, págs. 30-31.

Aspecto, sentimientos y creencias del gaucho. Al anochecer hicimos alto en una pulpería o tienda de bebidas. Durante la noche vinieron numerosos gauchos a beber licores y a fumar puros; su continente atrae sobre manera la atención; por lo general son altos y bien formados, pero llevan en el semblante cierta expresión de orgullo y sensualidad. Usan con frecuencia bigote y cabellera negra rizada, que les cae por la espalda. Con sus trajes de brillantes colores, grandes espuelas, que suenan en los talones, y cuchillos sujetos a la cintura, como daga (y usados a menudo), parecen una raza de hombres muy diferente de lo que podría esperarse de su nombre de gauchos o simples campesinos. Excesivamente corteses; pero mientras os hacen una inclinación demasiado obsequiosa, parecen dispuestos a degollaros si la ocasión se presenta.

Durante los últimos seis meses he tenido ocasión de observar un poco el carácter de los habitantes de estas provincias. Los gauchos o campesinos son muy superiores a los que residen en las ciudades. El gaucho se distingue invariablemente por su cortesía obsequiosa y hospitalidad; jamás he tropezado con uno que no tuviese esas cualidades. Es modesto, así respecto de sí propio como por lo que hace a su país, y a la vez animoso, vivaracho y audaz.

Por otra parte, es menester decir también que se cometen muchos robos y se derrama mucha sangre humana, lo que debe atribuirse como causa principal a la costumbre de usar el cuchillo. Da pena ver las muchas vidas que se pierden por cuestiones de escasa monta. En las riñas, cada combatiente procura señalar la cara de su adversario cortándole en la nariz o en los ojos, como con frecuencia demuestran las profundas y horribles cicatrices. Los robos son consecuencia natural del juego, universalmente extendido, del exceso en la bebida y de la extremada indolencia. En Mercedes pregunté a dos hombres por qué no trabajaban. Uno me respondió, gravemente, que los días eran demasiado largos; y el otro, que por ser demasiado pobre. La abundancia de caballos y profusión de alimentos hacen imposible la virtud de la laboriosidad. Además, hay una multitud de días festivos; y como si esto fuera poco, se cree que nada puede salir bien si no se empieza estando la luna en cuarto creciente; de modo que la mitad del mes se pierde por estas dos causas.

La policía y la justicia carecen de eficacias. Si un hombre pobre comete un asesinato y cae en poder de las autoridades, va a la cárcel y tal vez se le fusila; pero si es rico y tiene amigos, puede estar seguro de que no le seguirán graves consecuencias. Es curioso que hasta las personas más respetables del país favorecen siempre la fuga de los asesinos; creen, al parecer, que los delincuentes van contra el gobierno y no contra el pueblo.  Un viajero no tiene otra defensa que sus armas de fuego, y el hábito constante de llevarlas es lo que impide la mayor frecuencia de los robos.

El carácter de las clases más elevadas e instruidas que residen en las ciudades participa, aunque tal vez en grado menor, de las buenas cualidades del gaucho; pero recelo que las acompañen con muchos vicios que el último no conoce. La sensualidad, la mofa de toda religión y corrupciones de índole diversas no dejan de ser comunes.

BONUS TRACK PARTE 1: me tropecé con el programa de TV del canal Encuentro "¿Dónde está Fierro?"  que todavía no pude ver sistemáticamente. Ahí nos avisan justamente: "Martín Fierro, el personaje más popular de la literatura gauchesca argentina, permanece vigente en las calles, en el lenguaje cotidiano, en nuestra memoria histórica. ¿Dónde está Fierro? explora los temas más representativos del libro, los relaciona con los actores sociales de nuestro presente y trae de regreso al gaucho rebelde, cantor, víctima del poder de turno y filósofo del desierto, para que cuente sus historias inconclusas y revele sus secretos".

Foto de Aldo Sessa.

SEGUNDA PARTE: ¿EN QUE TERMINO LA LUCHA DE JOSE HERNANDEZ? 

José Hernández fue un verdadero luchador, honesto y abnegado, con monumentos más pequeños que los que merece. Criado como hombre de campo, no estuvo exento de contradicciones: de jóven empezó tomando armas para el bando unitario y al poquito tiempo devino en fusioso federal litoraleño. Tuvo varias batallas y exilios sobre el lomo. Como lo indicaba la moda política de su época, también fue del club de los masones y liberal pero nunca se olvidó de reclamar por los débiles. Un prócer de verdad (de los pocos que pueden rescatarse), porque su honestidad intelectual y su patriotismo fueron indiscutibles, más allá de algún error político por confiar en quien no debía.

José Hernández se jugó la vida por sus ideales con una valentía poco vista en políticos argentinos de todos los tiempos. Con su pluma cuestionó al poder desde diversos medios periodísticos, en el país o en el exilio, sino mediante encendidos discursos desde las gradas del parlamento. El tipo se jugó literalmente el pellejo en muchas batallas que se libraron durante la violenta y larga guerra civil del siglo XIX, que la historia oficial apenas enseña y explica. Embanderado con la causa urquicista, tardó en aceptar la traición del general entrerriano pero siguió peleando para el rebelde López Jordan y defendió la dignidad del Chacho Peñaloza. Después, se convirtió en un reformista digno. Alguno podría decir que transó con los doctores y esa es otra de las incógnitas.

El objeto de esta segunda parte es descifrar los alcances políticos que tuvo su obra maestra y las derivaciones de la carrera política de Hernández. Para eso aquí abajo va una relectura resumen del ensayo “Filosofía y nación. Estudios sobre el pensamiento argentino” (1982) de José Pablo Feinmann. Nos dice que a pesar de estar el bonaerense enfrentado con Sarmiento y defender derechos y proyectos diferentes, ambos eran liberales y masones. Ofrece además la comparación del Martín Fierro con su antagónico ideológico -el “Facundo”- y otras creaciones de la literatura gauchesca. Horanosarus.

Aislado del contexto histórico por los conservadores, el poema gauchesco pierde su faceta de denuncia social. Y advertida la maniobra por los revisionistas, reivindican solo su aspecto combativo contra la política porteña de la época. Se sabe, Hernández reivindica la figura del gaucho y Sarmiento, además de denostarlo en su libro, sugería abiertamente su exterminio (“no trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono necesario, útil al país. La sangre es lo único que esos salvajes tienen de humanos", aconsejaba a Mitre). Celebraba el uso del terror para hacer política que tanto había criticado en Rosas (“es preciso emplear el terror para triunfar”) y no le incomodaba para nada el fraude electoral, si beneficiaba sus ideas. Feinmann propone dilucidar el antagonismo de esas obras cotejándolos con los trabajos en prosa de Hernández, las proclamas políticas que publicaba contemporáneamente en su periódico El Río de la Plata.

Primero como gobernador de San Juan y habiendo llegado a presidente en 1868 con el apoyo de la burguesía comercial porteña, Sarmiento picaba en punta con dos promesas: terminar de una vez con la sangría de la guerra contra el Paraguay (un conflicto solo apoyado por las cúpulas porteñas pero no por gran parte del interior, que se hizo tan largo como costoso para los fondos públicos) y también borrar de la superficie de las provincias a los caudillos federales y el gauchaje adjunto (guerra de policía que comandó Mitre luego de Pavón con sus ángeles exterminadores, los generales uruguayos Sandes, Arredondo, Paunero, Rivas, Conesa y Venancio Flores). Aquella poderosa clase social necesitaba un mercado interno pacificado que permitiera la introducción de las manufacturas inglesas.

Sarmiento inventa genialmente la consigna identificatoria de su bando: “civilización o barbarie”. Civilización es la ciudad,  la razón y lo humano, el progreso. El mundo bárbaro es el de la naturaleza, la inercia, lo instintivo. Identifica al gaucho con lo bárbaro, por eso llaman gaucho a Rosas. No le encuentra utilidad a estos criollos, solo se requiere exterminarlos por adherirse a la lucha de los caudillos del interior y entorpecer la acción civilizadora. Otra de las herramientas es perseguirlo, arrancarlo de su terruño y su familia, para mandarlo al servicio de fronteras contra el indio. Sarmiento y su generación ven en la inmigración europea, industriosa y apta, una herramienta para el progreso.

"Odio a la barbarie popular. La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil... mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos. ¿Son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden. Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas".

José Hernández, alrededor de 1857 había trabajado con su amigo Nicolás Calvo en el periódico La Reforma Pacífica, perteneciendo al Partido Federal Reformista pro-Urquicista, a cuyos adherentes la prensa oficial llamaba “chupandinos”. Sus adversarios eran los “patoteros” liberales de Buenos Aires. Mediante el fraude electoral, Valentín Alsina es nombrado gobernador de la provincia de Buenos Aires. La plana mayor liberal la completaban Mitre, Obligado, Rufino de Elizalde, Vélez Sársfield, el uruguayo Juan Carlos Gómez y el propio Sarmiento, desde el diario El Nacional. Fue tal la persecusión a los opositores que se produjo que más de dos mil tuvieron que exiliarse en Paraná, capital provisoria de la Confederación Argentina y refugio de la inteligencia federal (Guido Spano, Navarro Viola, Vicente Quesada, Pelliza, Nicolás Calvo, Lucio V. Mansilla, Benjamín Victorica, Mariano Fragueiro, el Gral. Guido, Juan María Gutiérrez, Santiago Derqui y desde Europa, Juan Bautista Alberti). Por eso la formación intelectual de Hernández es litoraleña: allí fundará el diario El Argentino.

Cuando regresa a Buenos Aires, Hernández empieza a publicar en agosto de 1869 el periódico El Río de la Plata. Propugna la abolición de los contingentes de frontera, que arrebatan a los criollos de sus familias o lo sacan del trabajo en la estancia que le permite el sustento; el servicio no solo no sirve como defensa contra el indio sino que condena al gaucho a una vida de penurias por la falta de medios. También propicia Hernández la elección por el pueblo de jueces de paz, comandantes militares y consejos escolares y pelea por los derechos de los habitantes de la campaña.

El Martín Fierro aparece el 5 de diciembre de 1872. Puede decirse que igual que el Facundo de Sarmiento, en su momento fueron producto de dos perseguidos políticos y sostienen una concepción militante.

A diferencia de Hidalgo, Hilario Ascasubi y Estanislao del Campo, Hernández no se burla del gaucho apelando a su presunta ignorancia. Hernández no opinará de todo, sino solamente sobre algunas cuestiones:

“Procuren, si son cantores
el cantar con sentimiento
no tiemplen el enstrumento
por solo el gusto de hablar
y acostumbrensé a cantar
en cosas de jundamento”

¿A que le canta Hernández? En el comienzo el gaucho peón de estancia vivía feliz, era amigo del patrón y trabajaba en paz. Pero un día, por una absurda medida de gobierno, lo pierde todo: rancho, trabajo, mujer. Feinmann no puede precisar cuando habría producido esa época dorada del gauchaje que describe Hernández o si se trata de un paraíso perdido como recurso literario. Pero fue el ideal de vida que concebía para los gauchos: 

“Ricuerdo, que maravilla!
como andaba la gauchada
siempre alegre y bien montada
y dispuesta pa el trabajo
pero hoy en dia… barajo!
no se la ve de aporriada”

“Aquello no era trabajo
más bien era una junción
después de un guen birón
en que uno se daba maña
pa darle un trago de caña
solía llamarlo al patrón”

“Pero ha querido el destino
que todo aquello acabara…”

Ese destino lo personaliza en la figura del juez: ese que puede aprovechar su poder sobre los débiles, con cualquier excusa, como acusarlos de ser “de la esposición”. Los manda a servir a las fronteras o los convierte en perseguidos (matreros). El servicio defensivo en los fortines no solo es deficiente por falta de medios: el gaucho adivina negocios sucios en el medio. Sus jornales llegan tarde y a cuentagotas. La caballada está mejor mantenida que la milicada. La mano de obra gaucha la suele usar el coronel a cargo del servicio.

También Fierro despotrica contra el gringaje:

“Era un gringo tan bozal
que nada se le entendía.
Quien sabe de ande sería
tal vez no juera cristiano
pues lo único que decía
es que era pa-po-lita-no”

Hernández describe la ineptitud de los inmigrantes para las tareas del campo: no saben ensillar ni mirar en la noche o acercarse a las reses aun cuando estén volteadas, menos carnear. Delicados como hijos de rico, afeminados, sufren calor, tiritan cuando hace frío, se asustan con los truenos.

“Yo no se como el gobierno
nos manda aquí a la frontera
gringada que ni siquiera
sabe atracar un pingo”

Después, se aboca a defender al gaucho, resaltando su falta de derechos. Denuncia a la política porteña. Cuando Martín Fierro vuelve de la frontera ya no queda ni casa, ni familia ni hacienda. “Yo juré en esa ocasión/ser más malo que una fiera…” Se convierte en matrero, se junta con el sargento Cruz y termina por vivir entre los pampas. Ahí termina la “Ida”. Esta parte de la obra es el desarrollo poético de Hernández de sus artículos en El Río de la Plata.

Hernández se declaraba adepto a la escuela de Juan Bautista Alberdi, a quien llamó “el Platón argentino”. El tucumano criticaba de Sarmiento no comprender la importancia de los factores económicos dentro de los procesos históricos: por eso el sanjuanino confunde la civilización con las ideas, las escuelas y los libros perdiendo el sentido de lo concreto, lo económico, lo que produce y tiene valor. Alberdi revierte parte de la consigna: la civilización no está en las ciudades sino en las campañas. Porque el campo produce las materias primas, la riqueza, que suministra América a Europa a cambio de sus manufacturas (y de sus luces). Se requieren entonces garantías, medidas liberales y protectoras. Ahí reside también el “antifacundismo” de Hernández. “Mientras que la ganadería constituya las fuentes principales de nuestra riqueza pública, el hijo de los campos, designado por la sociedad con el nombre de gaucho, será un elemento, un agente indispensable para la industria rural, un motor sin el cual se entorpecería sensiblemente la marcha y el desarrollo de esa misma industria, que es la base de un bienestar permanente y en que se cifran todas las esperanzas de riqueza para el porvenir (..) ese gaucho debe ser ciudadano y no paria: debe tener deberes y también derechos” dice JHdez en 1874 desde Montevideo. En la Vuelta, insiste”.

“Es el pobre en su orfandad
de la fortuna el desecho
porque naides toma a pecho
el defender a su raza
debe el gaucho tener casa
escuela, iglesia y derechos”

En su obra de 1882, “Instrucción del estanciero, tratado completo para la planteación y manejo de un establecimiento de campo destinado a la cría de hacienda vacuna, lanar y caballar” Hernández identifica a la industria pastoril también con civilización, empleo de métodos científicos, inteligencia esmerada. Y adhiere luego con entusiasmo a la teoría liberal del comercio exterior: “América es para Europa la colonia rural. Europa es para América la colonia fabril”. En suma, la división del trabajo a escala internacional.

Si no cuidamos al gaucho, renunciamos a la riqueza que produce el campo. Es indispensable. “Las sociedades que olvidan la suerte de sus pobres están condenadas a ser siempre pobres… el modo de enriquecerse es cuidar de los pobres”.

Los escritos en prosa de Hernández plantean el enfrentamiento entre los sectores ganaderiles del litoral y la política de la burguesía comercial mercantil de Buenos Aires, de carácter mediador e improductivo. Para lucrar, la burguesía porteña necesita entregar a Inglaterra un mercado interno pacificado, sin conflictos ni resistencias. Pero la clase ganadera es productora, no intermediaria; necesita mano de obra especializada de los gauchos, irreemplazable (cuanto más  barata mejor). Los otros los quieren exterminar.

¿Qué le exige Hernández a los porteños? Cumplir con los reclamos de la primera parte de su Martín Fierro: la ida. Dale derechos al gaucho, tratalo como un ciudadano, creá un ejército de línea para cuidar la frontera, impedí el abuso de los jueces. Y lentamente y con lucidez, la burguesía porteña empieza a cumplirle a Hernández. ¿Cómo? En 1878 el presidente Avellaneda promulta la ley 947 para financiar la expedición contra el indio; en 1879 Roca concluye la expedición al desierto y se organiza el ejército regular (recién en 1901 llega el servicio militar obligatorio).

En 1879 Avellaneda es el presidente y manda el Partido Autonomista Nacional (unión del Partido Nacional con el Partido Autonomista de Adolfo Alsina). Hernández vive en Buenos Aires y es autonomista, junto a Aristóbulo del Valle y Alem. Funda la librería Del Plata  y allí escribe la Vuelta.

Entonces la segunda parte, “La vuelta del gaucho Martín Fierro” ya no le está dirigida a esa burguesía. Ahora el destinatario de la obra es el habitante de la campaña bonaerense y litoralense. Les enseña con que deberes han de pagar sus derechos mediante una serie de consejos.

Hernández no ignora el ascendente moral que tiene entre sus paisanos. En el prólogo de la Vuelta lo explica con claridad: “Un libro destinado a (…) servir de provechoso recreo después de fatigosas tareas a personas que jamás han leído, debe ajustarse estrictamente a los usos y costumbres de esos mismos lectores (…) Sólo así se pasa sin violencia del trabajo al libro”. Y completa: “Enseñando que el trabajo honrado es la fuente principal de toda mejora y bienestar (…), aconsejando la perseverancia en el bien y la reasignación en los trabajos (…) afirmando en los ciudadanos el amor a la libertad, sin apartarse del respeto debido a sus superiores y magistrados”.

En resumen, la Ida se proponía mostrarle a la burguesía portuaria el mejor sistema para progresar. La Vuelta se propone proveer al gaucho de los elementos necesarios para incorporarse a la estructura. Los consejos de la Vuelta empiezan con “manéjense como buenos”.

Muerto Cruz, Martín Fierro descubre insoportable su vida entre los indios. Mata a uno en una reyerta y escapa. Vienen los relatos sobre sus hijos y la aparición del viejo Vizcacha. Pero aunque este ratero avaro larga consejos más acordes al Fierro perseguido y matrero de la Ida,  el moralismo de Hernández los impugna. No deja igual de relatar muchas injusticias repetidas: comicios fraudulentos, abusos de la justicia y “la ley del embudo”, cepo y frontera para los gauchos, etc.  En la payada con el moreno predomina el tema metafísico. Pero el verdadero espíritu de “la Vuelta” son los consejos de Fierro a sus hijos. “Es mejor que aprender mucho/aprender cosas buenas”. El hombre ha de ser cauteloso, prudente, moderado. 

“Bien lo pasa entre los pampas
el que respeta a la gente
el hombre ha de ser prudente
para librarse de enojos
cauteloso entre los flojos
moderado entre valientes”

“El trabajar es la ley
porque es preciso adquirir
no se espongan a sufrir
una triste situacion
sangra mucho el corazón
del que tiene que pedir”

“Debe trabajar el hombre
para ganarse su pan
pues la miseria en su afán
de perseguir de mil modos
llama a la puerta de todos
y entra en la del haragán”

Y completa: “Si la vergüenza se pierde/jamás se vuelve a encontrar”. Y “El hombre de razón/no roba jamás un cobre/pues no es vergüenza ser pobre/y es vergüenza ser ladrón” 

En suma, se trata de trabajar fuerte, no perder la vergüenza, ser derecho, no matar ni buscar rencillas, reconocer que la suerte del sometido no es blanda pero condenar la soberbia porque torna más dura esa suerte. Optimista y conciliatorio, no hace más que expresar una fraternal unión de Buenos Aires, el Litoral y los grupos liberales del interior mediterráneo bajo la presidencia de Roca.

Afirma Feinmann que ha llegado el amado progreso liberal: la organización nacional, el ferrocarril, la inmigración, un intenso intercambio comercial con Europa. Es la empresa que se extiende en todo el planeta, conducida por los más poderosos. Como el orden es la condición necesaria del proceso, los liberales vernáculos festejan la derrota de las provincias y la sumisión del gauchaje (y la indiada). El escenario comienza a transformarse profundamente. Los acordeones gringos acallan las vihuelas. Edificios y fábricas le ganan terreno a la pampa.

La burguesía mercantil siempre vió al gaucho como un ser improductivo y errante, arisco al trabajo, aferrado a la guitarra, a su prienda y a su libertad. Pero ahora tiene asegurado el triunfo y no necesita burlarse. Elaborará otro modo de interpretarlo que difiere en algunos aspectos al sarmientino, aunque decreten su muerte. Es el de Rafael Obligado (“Santos Vega”) y Ricardo Gutiérrez  (“Juan Moreira”). De bárbaro montonero pasa a ser bohemio/poeta improductivo y cuando pelea lo hace para defender su honra, su amor o la independencia de su patria. Lo tansforman en un héroe, en un payador enamorado y soñador vencido por la marcha inexorable del progreso.

En 1885 Rafael Obligado escribe el epitafio del gaucho con la lucha entre Santos Vega y Juan Sin Ropa (el progreso). Gutiérrez ensaya una variante: el gaucho sigue siendo improductivo en tanto héroe castigado por un injusto sistema policial y hace justicia a su modo, aunque tenga nobles sentimientos. Siempre se remarca la imposibilidad que padece el gaucho de adaptarse a los nuevos tiempos.

Advierte con lucidez Hernández que el gaucho no muere: muy por el contrario no lo cree improductivo y ajeno al progreso. Con otros elementos y mayor experiencia histórica, Guiraldes se sumará a esta línea interpretativa.

Don Segundo Sombra como realización del ideal hernandiano. Guiraldes narra la lenta y dura tarea de hacerse gaucho. Describe la vida pampeana como un universo moral hecho de austeridad, coraje, desprendimiento, sinceridad y resignación. Lo considera también esencial para el desarrollo, como tropero o peón de estancia que trabaja, obedece y se gana el sueldo del patrón amigo. Esa visión no le impide conservarle las cualidades espirituales del soñador improductivo que le endilgaban los poetas de la burquesía porteña, Obligado y Gutiérrez. Fabio Cáceres, el protagonista de la obra, terminará siendo estanciero y potentado sin dejar por eso de ser gaucho. Ser gaucho es un estado del alma.

La descripción del patrón que ofrece Guiraldes coincide con la de Hernández. Generoso, amigo del gauchaje, medio mandón y severo en el trabajo pero laburador también, servicial cuando quiere. Algunos estudiosos oponen en un plano político -antes que literario- a los dos autores, como si Don Segundo fuera anti Martín Fierro: uno amansado por la oligarquía, atado a la estancia y sometido al patrón, el otro matrero y rebelde. Pero Hernández escribió Don Segundo Sombra mucho antes que Guiraldes. El Don Segundo de Hernández ya contenía todos los elementos que desarrollará Guiraldes: el patrón paternal y gaucho, la alegría del trabajo diario, la sencillez de la vida campesina, la doma, el placer del descanso, la guitarra, la china y el cimarrón. Lejos de ser el anti  Martín Fierro, Don Segundo es su más acabada figura. Todo lo que había pedido en sus editoriales de El Río de la Plata.

Consideraciones teóricas (sobre la figura de Hernández). Algunos revisionistas reducen la historia al conflicto de las grandes individualidades y se equivocan con Hernández. El odio que les produce Sarmiento los lleva a absolutizar a Hernández y lo quieren encarnar en su personaje gaucho. Por ejemplo, Jorge Abelardo Ramos reduce el drama de nuestra historia al enfrentamiento de Buenos Aires centralista y absolutista contra el interior nacionalista. El elemento en discordia es la posesión de la jugosa renta aduanera. Pero no diferencia lo suficiente las distintas fuerzas políticas entre el interior mediterráneo y el litoraleño ni la importancia de los grupos liberales en las capitales provinciales. Todo el vasto territorio queda rotulado como nacionalista. Las figuras provinciales que llegan al poder (Sarmiento, Avellaneda, Roca) pertenecían a esos grupos liberales y como tales fueron aceptadas por la burguesía porteña. Al no diferenciarlo, el Martín Fierro aparece como una protesta del interior, un alegato nacionalista contra el centralismo y el despotismo de la oligarquía portuaria, proponiendo una política nacional burguesa tendiente al desarrollo de un capitalismo autónomo.

Es necesario ubicar el Martín Fierro: si bien el poema constituye una protesta del interior contra el régimen político porteño imperante entre 1860 y 1870, ese interior se circunscribe al litoral entrerriano. Los personajes de la obra plantean problemas que no son particulares de la llanura pampeana ni del gaucho bonaerense sino que están corridos hacia el norte, un poco hacia Entre Ríos y un poco hacia Corrientes.  Los intereses económicos de ese sector agropecuario litoraleño no necesitan un mercado interno (…) y las alianzas que trabó para enfrentar a Buenos Aires culminaron siempre con una traición a los intereses del interior. Urquiza fue el máximo exponente de esa traición. Llegado el momento de la verdad, el litoral siempre eligió al el librecambio de Buenos Aires antes que el interior y el proteccionismo.

Hernández era hombre del litoral y discípulo de Alberdi, otro liberal antimitrista. Apostaba por la intensificación de la producción primaria enfocada al comercio exterior. No imaginó que el esquema produciría una economía débil y dependiente ni advirtió la desfavorable relación de intercambio ante las manufacturas, en mercados externos donde no se tiene influencia y se es debil. Coincidía con la estructuración política del país de Sarmiento pero su conocimiento práctico de la población rural superaba el discurso del sanjuanino de las escuelas, las maestras yanquis y la inmigración calificada e industriosa.

Ahora bien, ¿es Martín Fierro el anti-Facundo? Depende como interpretemos el Facundo. Si reducimos su texto al mero ataque al gauchaje, indudablemente si. Si lo consideramos la expresión ideológica más acabada y poderosa del sector que anhelaba anexar el país al expansionismo imperial, ni el Martín Fierro ni la prosa de Hernández se le oponen a ese plano. A lo sumo podría ser el anti-Facundo de los ganaderos del litoral para salvar al gaucho del exterminio porteño para poder conchabarlo en sus estancias. La oposición a la visión única sarmientino-mitrista, no se discutía: hay que buscarla en otras fuerzas históricas. Todo lo que no fuera esa visión del progreso conducía al estancamiento y la barbarie, se oponía al espíritu de los tiempos.

Hasta el marxismo comparte esa visión. Marx elabora un esquema de desarrollo universal y necesario de las sociedades que se aplicaría mecánicamente a todas las regiones del planeta. Consideraba al capitalismo como paso necesario y previo al socialismo y acompañaba con simpatía las conquistas de su rival ideológico en las colonias. Para el liberalismo clásico y el marxismo la justificación histórica del desarrollo dependiente es que nada distinto hubiera podido ocurrir. Es incorrecto pensarlo al modo del desarrollo europeo clásico, porque nosotros no tuvimos ni tenemos colonias que expoliar para realizar nuestro despegue.

La grandeza del Martín Fierro reside en que las mayorías nacionales se reconocieron y se reconocen en ese texto. Todos sus elementos expresivos pertenecen al ámbito de la cultura popular. Era la primera vez que en un libro no se burlaban de los gauchos y se narraba sus padecimientos concretos, principalmente el de las levas, con el que da en la tecla. Es una profunda reflexión sobre el dolor humano. Con un arte inmenso se retrataron sus costumbres y usos más auténticos.  El gaucho expresado por Hernández es el derrotado, a quien le resta conseguir un lugar decente dentro del orden estructurado por Buenos Aires pero que ya no tiene ni la posibilidad ni el deseo de quebrar ese orden.

El gaucho de Hernández anda solo, es quejumbroso, individualista, anárquico, no concibe la acción en grupo ni asoma en el poema una respuesta social contra la política porteña. Cuando Martín Fierro se junta con alguien (con Cruz) es para huir y perderse entre la barbarie pampa. La historia heroica del gaucho -a través de su lucha contra el centralismo porteño- la narró Sarmiento, no Hernández.  Al pueblo le bastó con aquello que en la obra, con arte inigualado, se expresaba de él. Las mayorías argentinas se han ido apoderando de su texto y han terminado por incluirlo en su propio proyecto político. A la cultura oficial le resultará imposible recuperarlo para sí. Por eso, cuando citemos el poema hernandiano, no digamos “como dice José Hernández” sino “como dice el Martín Fierro”. En ese matiz se revelará la diferencia entre un autor y una obra cuyo significado último ya no le pertenece.  

“Filosofía y nación. Estudios sobre el pensamiento argentino”.
Ensayo. Legasa o Seix Barral (1982)
Séptimo estudio. El pensamiento de la Confederación Argentina:
¿Es Martín Fierro el anti-Facundo?
El gaucho y la política de Buenos Aires
Antes de la “Ida”
Después de la “Ida”
Antes de la “Vuelta”
La “Vuelta”
La Ciencia derrota al gaucho
Don Segundo Sombra como realización del ideal hernandiano
Consideraciones teóricas
La grandeza de Martín Fierro

BONUS TRACK PARTE 2: una cita para recordar.

"Búsquese en todos los discursos, en todos los libros de esa época, en cuanto hayan escrito Sarmiento, Mitre y Alberdi, que son los profetas del partido liberal de ambas tendencias y no se hallará ni una vez (una) referencia a los oprimidos. No, ellos no descenderán jamás a hablar del individuo aisladamente, del ciudadano común, y menos aún, del pobre, del paisano, del gaucho. No, para ellos que se mecen plácidamente en las alturas etéreas, que conversan con los filósofos y economistas de moda, los paisanos, los gauchos, representan la barbarie, lo bajo, la chusma. Para eso están el juez de paz, el comisario y el comandante militar". "Los motivos de Martín Fierro en la vida de José Hernández". Pedro de Paoli -Edit. Huemul, 1968.

PD Horanosaurus: esta entrada fue modificada y ampliada en mayo de 2021.