miércoles, 1 de febrero de 2012

Ricardo Echegaray: el corrupto exitoso II

"En un hecho extraordinario en la historia de los Estados, en la Argentina contemporánea hubo un gobierno que decidió hacer desaparecer un organismo simplemente para borrar las pruebas de una serie de delitos que podrían mandar a prisión a uno de sus funcionarios predilectos. El Estado y su estructura fueron la variable de ajuste para eludir a la Justicia". Matías Longoni en "Fuera de control", Editorial Planeta, 2011.

"Retrato de un funcionario" 

La Nación ADN Cultura. Libros y autores. Por Hugo Alconada Mon. 27/01/12

"Fuera de control" no es un libro pasatista, playero, de esos para disfrutar mientras se juega con los pies en la arena. Ni su protagonista es un personaje de digestión ligera. Por el contrario, Ricardo Echegaray integra la elite de oscuros funcionarios que sobrelleva la Argentina y en la que antes descollaron figuras como Ricardo Jaime, María Julia Alsogaray, Alberto Flamarique o Carlos Alderete.

Cínico, arbitrario y soberbio son los calificativos más suaves que le dedican sus empleados, actuales y pasados, así como también quienes debieron lidiar con él desde hace ya más de 30 años, como sus subordinados en el Liceo Naval, sus compañeros universitarios en Mar del Plata o sus colegas en la administración pública. ¿Cómo podrían olvidarlo, por ejemplo, quienes lo escucharon defender al dictador Jorge Rafael Videla? Llegó a decir por televisión que, lejos de indultarlo, deberían condecorarlo. Más aún, agregó que hubiera debido impulsar una "solución final", como Augusto Pinochet en Chile.

Eso y mucho más -y peor- saca a la luz el periodista Matías Longoni en Fuera de control . Sólido, preciso, contundente y, a la vez, de ágil lectura, el libro debe leerse, sin embargo, en dosis homeopáticas. Longoni sigue las huellas de Echegaray más allá de su versión kirchnerista en la Aduana, en la Oncca -que desguazó hasta que resultó inevitable su disolución- o en su destino actual, la AFIP. Por eso destapa, por ejemplo, sus tropiezos como abogado con peritajes caligráficos truchos o, peor aún, copiados mal de otros expedientes.

De un modo u otro, Echegaray participó en muchos de los peores escándalos de los últimos años. Desde Southern Winds y las evasiones de la pesquera Conapresa o la constructora Gotti -para la que trabajó como abogado y ahora debería fiscalizar- hasta el escándalo de la valija con 800.000 dólares de Claudio Uberti y Guido Alejandro Antonini Wilson, la compra de terrenos fiscales en El Calafate, los subsidios truchos de la Oncca o el allanamiento al Grupo Clarín.

Aquí vale destacar una aclaración. Tras formarse en la agencia estatal Télam, Longoni trabaja para Clarín desde 1998. Eso, sin embargo, no opaca su visión al encarar este libro, lo que queda claro cuando, por ejemplo, critica con dureza al director del suplemento Rural de ese diario por un artículo suyo sobre un ex titular de la Oncca.

Para Echegaray, sin embargo, las denuncias penales y las investigaciones periodísticas que acumula son parte de una "campaña de desprestigio" montada en su contra. O contra el Gobierno, de cuyo relato "nacional y popular" se encontraba en las antípodas durante los años 80 y 90, cuando se declaraba férreo seguidor de Domingo Cavallo.

Es apenas una muestra de la gestión Echegaray, que durante sus primeros seis meses al frente de la AFIP cambió a más de 300 jefes y desplazó a más de 1200 empleados. Así redujo los controles, nombró a familiares suyos y de sus colaboradores y, también, a la cuñada de Máximo Kirchner como jefa de la flamante regional tributaria de Río Gallegos. Allí, la muchacha, proveedora del Estado y tercera candidata a senadora por el kirchnerismo en Santa Cruz, debe fiscalizar a los Kirchner, a Lázaro Báez y a Rudy Ulloa, el referente de Echegaray.

El actual jefe de la AFIP, como "monje negro del kirchnerismo -concluye Longoni-, continúa aquí, entre nosotros. Y su lógica, la del desprecio al Estado, la de la prepotencia y la de la impunidad, es la que sigue mandando".

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