lunes, 18 de abril de 2016

Guía práctica garantizada de jazz, rock, pop, BSO & world music



Introducción 

Por alguna cuestión psicológica difícil de descifrar pero sabida por todos, el arte nos produce placer. Tiró Nietzche cortita y al pie: “tenemos el arte para no morir de la verdad”.

Escuchar música, en particular, es un acto pasivo: recepcionamos sonidos que nos generan sensaciones. En ciertas ocasiones mágicas nos deposita en zonas lindantes con la felicidad. Claro que las vivencias resultantes no son extrapolables a otras almas. Cuanta frustración intentar comunicar a algún amigo el placer que te produce ese disco que tanto te gusta. Difícil persuadir al desinformado que “Scofield” no es  una marca de shampoo nuevo o que “Chick Corea” no es una maquinita de afeitar o un adhesivo dental. Inútil convencer a un oyente cuartetero o de cumbia villera que Bach o el jazz son más profundos y espirituales. He ahí la trillada frase “sobre gustos, no hay nada escrito…”

Como en mi vida actual -por un error de cálculo- elegí ser ingeniero agrónomo, a falta de instrumentos musicales a mano debí conformarme con ser melómano. Empecé en estos pagos sureños descubriendo el rock a fines de los ‘60 con Jimi Hendrix, Santana y Led Zeppelin, Almendra y Manal, en oposición al reinado de la “nueva ola” nativa de Palito Ortega y compañía (que recién ahora me entero combatió también mi ídola proto-punk Violencia Rivas).

Reaccionario al tango que amaba mi viejo, tras las vueltas de la vida terminé adorando a Astor Piazzolla. Envidioso de los brasileros me descubrí amando la bossa nova. Comprendí que el volumen alto y las poses de los artistas son adornos inservibles, que la originalidad escasea y que la música sin mucho marketing suele más auténtica que la masiva.

Lo que sigue a esta introducción es una selección de los mejores discos que he escuchado entre los miles que pasaron por mis oídos a lo largo de mis seis décadas. Los ordené y comenté, agregándole algún dato técnico o de interés sobre los autores.  

Un problema repetido para intentar ser objetivo fue elegir el mejor o más representativo disco de un artista o grupo de mi gusto, dejando en el camino otro de menor calidad que contenía un tema de difusión exitoso. Muchas veces me verán entonces recomendando un “grandes éxitos”, un “best of”, a desgano porque no es una obra original en si.

Lógicamente se me ha escapado la escucha de buena cantidad de discos del repertorio de muchos. Pero, en mi favor cuenta que un melómano va adquiriendo cierto “timming” o intuición que le indica en que parte de la curva creativa se encuentra cada uno. Mi táctica es volver esporádicamente a ellos y escuchar en que andan.

No piensen que por no recomendar nada de algunos no los he escuchado: tengo discos o conozco obras varias de Bob Dylan, Velvet Underground, Pati Smith, Black Sabath, Metallica, Atahualpa Yupanqui, León Gieco, Litto Nebbia, Orion’s Beethoven o Soda Stéreo, Milton Nascimento o Ney Matogrosso. Simplemente y para mi propio  gusto, no pasaron el umbral de mis emociones, aunque para otros suenen imprescindibles.

También dejo constancia de mi incapacidad para abordar ciertos géneros como el free jazz, la denominada música clásica y algunos estilos de la popular (la música romántica, la bolichera, la bailantera).  De allí mi discriminación y mi abstinencia en comentarlos. Al críptico free-jazz nunca llegué a entenderlo: me parece una música egoísta que solo se mira el ombligo. De la clásica pocas cosas me subyugaron y no pude recorrerla de manera sistemática. La música popular me parece poco exigente, no me mueve un pelo. El tango es otro de mis déficit: me conmueven muchas cosas pero solo confieso mi debilidad por Astor Piazzolla. Así como hago esta autocrítica, deberán perdonar mi honestidad brutal en muchos párrafos.

El hecho de no poseer conocimientos musicales teóricos ni ser crítico de arte con carnet puede considerarse malo o convertirse en una ventaja. Son aburridos esos sesudos y a veces ininteligibles comentarios de discos en los medios especializados cuando aparece un disco y a menudo se puede sospechar en ellos de connivencias comerciales. Me salva aquella frase atribuída al enorme Frank Zappa: “Hablar de música es como bailar arquitectura”.

Agrupé los discos que seleccioné en cinco grandes capítulos que iré publicando de a poco:

1. Rock argentino.
2. Folklore argentino, sudamericanos & world music.
3. Pop, rock & progresiva .
4. Jazz & Jazz-rock.
5. Bandas de sonido originales de películas (B.S.O.)

Cuando utilizo dos asteriscos a la izquierda de un título quiero indicar que los considero discos imprescindibles y extraordinarios: son los mismos que integran el listado permanente de este blog “Los indiscutibles 150 mejores discos de jazz-rock-pop-BSO & world music”, a tu derecha. Si llevan un asterisco solo, podés dejarlos para después, pero no olvidarte de ellos.

En todos los casos intenté anotar mis sensaciones y dar un poco de información sobre lo elegido. En una de esas, puedo ahorrarle camino a algún curioso que por cuestiones generacionales y exceso o falta de información, se perdió parte de la historia musical de las últimas cuatro décadas.

Por ejemplo, mis propios hijos Laura y Nahuel. En realidad, para ellos escribo esta herencia melómana. Ya que les quedará mi enorme colección de vinilos, CD y mp3, en algún momento su curiosidad y la formación que recibieron los llevará a revisarla sin imposiciones y tendrán en esta guía una ayuda nostálgica para profundizar según sus propios gustos.

No me imagino a ellos ni a los chicos modernos revolviendo bateas para encontrar cosas buenas por eso de “no se lo que quiero, pero lo quiero ya”. Yo nunca hubiera rehusado la llave de una disquería especializada si me la hubieran ofrecido pero ellos están muy apurados o con el foco en otras cosas. Es generacionalmente normal rechazar la cultura de los padres (pasé largos años probando esa hipótesis cuando era chico), no tanto aceptar que las grandes cosas ya se han visto o escrito hace décadas y que la originalidad resulta cada vez más difícil de hallar. Pero siempre hay espíritus curiosos rompiendo paradigmas impuestos, a ambos lados del mostrador.

Como dijo alguien: ¡quien quiera oir que oiga! Horanosaurus.

"No conozco nada mejor que 'la Appassionata'. Podría escucharla todos los días. ¡Qué música asombrosa, sobrehumana! Pero no puedo escuchar música a menudo. Me dan ganas de decir cosas amables y estúpidas, y dar palmaditas en la cabeza a la gente. La música puede ser un medio para la rápida destrucción de la sociedad... si sigo escuchando a Beethoven nunca acabaré la revolución". Vladimir Ilich Uliánov-Lenin, líder revolucionario soviético (1870-1924). 


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