Introducción
Por alguna cuestión psicológica difícil de descifrar
pero admitida por todos, el arte nos produce placer. Tiró Nietzche cortita y al
pie: “tenemos el arte para no morir de la verdad”.
Escuchar música, en particular, es un acto
pasivo: recepcionamos sonidos que nos generan sensaciones. En ciertas ocasiones
mágicas nos deposita en zonas lindantes con la felicidad.
Claro que las vivencias resultantes no son
extrapolables a otras almas. Cuanta frustración intentar comunicar a algún amigo
el placer que te produce ese disco que tanto te gusta. Difícil persuadir al
desinformado que “Scofield” no es una
marca de shampoo nuevo o que “Chick Corea” no es una maquinita de afeitar o un
adhesivo dental. Inútil convencer a un oyente cuartetero o de cumbia villera que
Bach o el jazz son más profundos y espirituales que los gustos que machaca. He ahí la trillada frase
“sobre gustos, no hay nada escrito…”
Como en mi vida actual -por un error de
cálculo- elegí ser ingeniero agrónomo, a falta de instrumentos musicales a mano
debí conformarme con ser melómano. Empecé en estos pagos sureños descubriendo
el rock a fines de los ‘60 con Jimi Hendrix, Santana y Led Zeppelin, Almendra y
Manal, en oposición al reinado de la “nueva ola” nativa de Palito Ortega y
compañía (también combatida posteriormente por
mi ídola proto-punk Violencia Rivas).
Reaccionario al tango que amaba mi viejo, tras
las vueltas de la vida terminé adorando a Astor Piazzolla. Envidioso de los brasileros
me descubrí amando la bossa nova. Comprendí que el volumen alto y las poses de
los artistas son adornos inservibles, que la originalidad escasea y que la música
sin tanto marketing suele ser más auténtica y
valiosa que la masiva.
Lo que sigue a esta introducción es una
selección de los mejores discos que he escuchado entre los miles que pasaron
por mis oídos a lo largo de mis seis décadas. Los ordené y comenté, agregándole
algún dato técnico o de interés sobre los autores.
Un problema repetido para intentar ser
objetivo fue elegir el mejor o el más representativo disco de un artista o
grupo de mi gusto, dejando en el camino otro de menor calidad que contenía un
tema de difusión exitoso. Muchas veces me verán entonces recomendando un “grandes
éxitos” o un “best of” a desgano porque no son obras originales en si, sino estrategias
comerciales. Pero a veces resumen bien la idea musical de sus creadores y
sirven de trampolín para bucear en su arte.
Lógicamente se me ha escapado la escucha de
buena cantidad de discos del repertorio de muchos artistas. Pero, en mi favor
cuenta que un melómano va adquieriendo cierto “timming” o intuición que le
indica en que parte de la curva creativa se encuentra cada uno. Mi táctica es
volver esporádicamente a ellos, reescucharlos y escucharles cosas nuevas o ver en que andan.
No piensen que por no recomendar nada de
algunos no los he escuchado: tengo discos o conozco muchos discos de Bob Dylan, Velvet Underground, Pati Smith, Black Sabbath, Metallica,
Atahualpa Yupanqui, León Gieco, Litto Nebbia, Orion’s Beethoven o Soda Stéreo,
Milton Nascimento o Ney Matogrosso. Simplemente y para mi gusto, no pasaron el
umbral de mis emociones, aunque a otros les suenen
imprescindibles.
También dejo constancia de mi incapacidad
para abordar ciertos géneros como el free jazz, la denominada música clásica y algunos
estilos de la popular (la música romántica, la bolichera, la bailantera). De allí mi discriminación y mi abstinencia en
comentarlos. Al críptico free-jazz nunca llegué a entenderlo: me parece una
música egoísta que solo se mira el ombligo. De la clásica pocas cosas me
subyugaron y no pude recorrerla de manera sistemática. La música popular me
parece poco exigente, no me mueve un pelo. El tango es otro de mis déficit: me
conmueven muchas cosas pero solo confieso mi debilidad por Astor Piazzolla. Así
como hago esta autocrítica, deberán perdonar mi honestidad brutal en muchos
párrafos.
El hecho de no poseer conocimientos
musicales teóricos ni ser crítico de arte con carnet puede considerarse malo o
convertirse en una ventaja. Son aburridos esos sesudos y a veces ininteligibles
comentarios de discos de los medios especializados y a menudo se puede
sospechar en ellos de connivencias comerciales. Me salva esa frase no por gastada menos
certera “Escribir sobre música es como bailar arquitectura”, que algunos
atribuyen a un cómico, a Declan McManus (a) Elvis Costello o a Frank Zappa. No
importa quien.
Agrupé los discos que seleccioné en cinco
grandes capítulos que fui publicando de a poco en este blog:
1. Rock argentino.
2. Folklore argentino, sudamericanos & world music.
3. Rock, Pop & progresiva.
4. Jazz & jazz-rock.
5. Bandas de sonido originales de películas (B.S.O.)
Cuando utilizo dos asteriscos a la izquierda
de un disco recomendado
quiero indicar que los considero producciones imprescindibles y extraordinarios: son los que integran el listado permanente de este
blog “Los indiscutibles 150 mejores discos de jazz-rock-pop-BSO & world
music”, destacados a la derecha. Si llevan
un asterisco solo, podés dejarlos para después, pero no olvidarte de ellos.
En todos los casos intenté anotar mis
sensaciones y dar un poco de información sobre lo elegido. En una de esas, puedo
ahorrarle camino a algún curioso que por cuestiones generacionales y exceso o
falta de información, se perdió parte de la historia musical de las últimas seis décadas.
Por ejemplo, mis propios hijos Laura y
Nahuel. En realidad, para ellos escribo esta herencia melómana. Ya que les
quedará mi buena colección de vinilos, CD y
mp3, en algún momento su curiosidad y la formación que recibieron los llevará a
revisarla sin imposiciones y tendrán en esta guía una ayuda nostálgica para
profundizar según sus propios gustos.
No me imagino a ellos ni a los chicos
modernos revolviendo bateas para encontrar cosas buenas por eso de “no se lo
que quiero, pero lo quiero ya”. Yo nunca hubiera rehusado la llave de una
disquería especializada si me la hubieran ofrecido pero ellos están muy
apurados o con el foco en otras cosas. Es generacionalmente normal rechazar la
cultura de los padres (pasé largos años probando esa hipótesis cuando era chico),
no tanto aceptar que las grandes cosas ya se han visto o escrito hace décadas y
que la originalidad resulta cada vez más difícil de hallar. Pero siempre hay
espíritus curiosos y libres rompiendo
paradigmas impuestos. Como dijo alguien: ¡quien quiera oir que oiga! Horanosaurus.
"No
conozco nada mejor que 'la Appassionata'. Podría escucharla todos los
días. ¡Qué música asombrosa, sobrehumana! Pero no puedo escuchar música a
menudo. Me dan ganas de decir cosas amables y estúpidas, y dar palmaditas en la
cabeza a la gente. La música puede ser un medio para la rápida destrucción de
la sociedad... si sigo escuchando a Beethoven nunca acabaré la
revolución". Vladimir Ilich Uliánov-Lenin, líder revolucionario soviético (1870-1924).
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