sábado, 4 de agosto de 2012

Artigas: cuatro miradas más



En la anterior entrada "Unitarios, federales y tácticas montoneras según el General Paz" hay múltiples referencias al oriental José Gervasio de Artigas de parte de aquel militar cordobés. Se me ocurrió ofrecerlas a quienes no llegaron a leer las interesantes memorias del unitario, por tratarse de la visión de un honesto contemporáneo suyo que -aunque con criterios oligárquicos sobre la misma realidad- peleó incluso contra lugartenientes del federal. 

Las siguientes miradas vertidas aquí sobre este caudillo soñador de la Patria Grande -curiosamente relegado al reducido rol de Padre de la Patria Uruguaya- son posteriores en el tiempo. Por un lado, una selección de referencias del historiador ítalo-argentino Salvador Ferla (1925-1986). Otra, de diferente signo, la de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), para quien no hacen falta mayores presentaciones.  Después, el encuadre de la figura de Artigas en la contratapa de la reciente obra del político/historiador Pacho O'Donell ("Artigas: la versión popular de la revolución de mayo"). Por último, desde un viejo Cuaderno de Crisis, Carlos Machado intenta resumir la llamativa saña y el desprecio que concitó el oriental, sea de  políticos argentinos o de uruguayos.

Tengo alguna posición tomada en este juicio de valores y también muchas preguntas sobrevolando, todavía. También  admito que cuantas más fuentes historiográficas consulto, más choco con dos conclusiones excluyentes: no se puede leer sobre el pasado intentando clasificar a sus actores en "buenos o malos" con una cosmovisión actual (aunque al toque me pregunto porque no hacerlo a través de valores éticos y morales universales). O los "buenos" realmente brillaban por su ausencia y la vida humana nunca valió nada. ¿Será que la locura por el poder siempre fue lo mismo? Horanosaurus.

“Historia argentina con drama y humor”. Salvador Ferla. Peña Lillo Editor,1985.

“Vamos a hacer (…) una breve reseña de este prócer nuestro asombrosamente lúcido, increíblemente honesto, fabulosamente heroico, que se llamó JOSE GERVASIO ARTIGAS; y de la epopeya popular de la cual fue principal protagonista”.

“Con Artigas aparecen las llamadas ‘masas semibárbaras’ (…) los porteños que desde la revolución de Artigas hasta nuestros días llaman bárbaras o semibárbaras a esas masas, es también porque se sienten extraños a ellas, y porque su complejo de inferioridad respecto al hemisferio norte los lleva a autoadjudicarse la barbarie”.

“Artigas, a quien Buenos Aires solo quería como teniente coronel se ha elevado a patriarca, asumiendo el liderazgo rechazado por Saavedra. En Buenos Aires la gesta heroica de los orientales despierta a nivel popular un sentimiento de admiración y simpatía, inverso al macabro estupor generado por el fusilamiento de Liniers y de los soldados patricios (en el motín de las trenzas)”.

“Artigas proclama en Buenos Aires que la ‘soberanía particular’ de los pueblos debe ser precisamente declarada y ostentada como objetivo único de nuestra revolución. Plantea formalmente el federalismo y lo hace con una preeminencia que condiciona el movimiento respecto a España. La Junta de Mayo había asumido sus funciones con la condición inversa de expedicionar sobre el interior. Queda planteada así, desde el comienzo, la antítesis que provocará una larga guerra civil cuyo desenlace final a favor del puerto de Buenos Aires se producirá con la batalla de Pavón, 50 años después” (...)

Nuestro Artigas tenía carisma. Se comportaba `como quien tiene autoridad`. Y exhibía un elemento común a todos los carismáticos de entonces: su total identificación con el medio” . Esa identidad no habría sido relevante de no mediar la desvinculación con el contorno sociocultural de los dirigentes porteños. La identificación con el medio es un hecho habitual, no una virtud. La existencia de una élite dirigente que no lo estuvo y ese tremendo bache cultural entre la capital y el interior, lo convirtió en virtud. Hay caudillos cuyo único mérito histórico es esa identificación que los hizo expresión personalizada de un pueblo y su cultura (López, Quiroga, Peñaloza). No es el caso de Artigas. Este poseía además una singular dote de inspiración política mediante la cual expresó cabalmente la problemática nacional de su tiempo. Por eso no es uno más sino El Caudillo” (...)  

“En sus escritos utilizaba la misma fraseología de Moreno y Belgrano, con expresiones como ‘castigar el vicio y premiar la virtud’, alusiones a la `felicidad pública’, pensamientos equivalentes al ‘gobernar es poblar’ alberdiano y definiciones como `regeneración’. `Sean los orientales tan valientes como ilustrados’, era una de sus frases predilectas. No, no es un rival ideológico de Buenos Aires… ¡Artigas es liberal! Pero tiene patria, pueblo, idioma y no reniega de ellos. Ha cortado radicalmente con España en el orden político, pero no tiene el complejo de España, la pampa y el gaucho. ¡El es España, pampa y gaucho!”

“(pero) Artigas tiene una honradez que lo limita. Carece de sagacidad y de esa falta de escrúpulos que suelen ser las armas principales de todos los grandes forjadores políticos (…) No lucha por crear la República Oriental del Uruguay" (...) su creación fue obra de la diplomacia inglesa, y una derrota rioplatense..."

“De derrota en derrota, Artigas huye al Paraguay donde se refugia el 5 de diciembre de 1820, a los 56 años de edad. Es el fin de la revolución nacional y popular. Sobreviene entonces el período llamado comúnmente `de la anarquía`, que es el resultado del choque donde el bando nacional se hunde sin que el otro triunfe, con una secuela de guerra civil crónica que se prolongará durante medio siglo. Urquiza creará en 1852 el espejismo de un triunfo federal para finalmente entregar el movimiento y contemplar impávido su exterminio total y definitivo” (…)

“Con la desaparición de Artigas, el movimiento federal provinciano se desjerarquiza para siempre. Ni con (Estanislao) López y (Francisco) Ramírez, ni con (Juan Bautista) Bustos y (Juan Facundo) Quiroga, ni con Varela, Peñaloza y Urquiza, alcanzará nunca el “punto Artigas”. Porque los grandes hombres (y Artigas lo era) no se fabrican a voluntad. Nadie tendrá su claridad programática, su inmensa honradez, su virtuosismo. Esto hace que la derrota de las provincias en su lucha contra el puerto sea definitiva. Dorrego y Rosas ensayarán luego un movimiento nacional y federal liderado por Buenos Aires, dirigido a mantener la hegemonía porteña y al mismo tiempo cubrir el bache cultural, social y económico que separa a la capital del interior” (...)

"En una carta a Belgrano, con quien lo unía una antigua relación, nuestro Artigas, desesperado, le reprochaba su solidaridad con los directoriales que con su ceguera estaban disgregando el país y poniendo en peligro la independencia. ¡Cuántas cosas grandiosas pudieron haber hecho Belgrano y Artigas asociados!"

"Artigas fue nuestro cuarto y último candidato a 'padre de la patria'. Fue el iniciador de la verdadera revolución de la independencia, nacional, republicana y popular. El que heredó la tradición rebelde de los comuneros y tomó en sus manos la tea encendida por el 'arribeño' Murillo" (...) El era -dice su biógrafo Zorrilla de San Martín- el hispanoamericano por excelencia. El era -lo digo yo- lo que pudo ser Liniers y no fue, lo que pudo ser Saavedra y no quiso."

"En contraste con una élite dedicada a abolir títulos de nobleza fuera de uso, a eliminar instrumentos de tortura que seguirían en vigencia, y a suprimir honores exagerados que nadie disfrutaba, Artigas repartió tierras de verdad a indios y criollos de verdad; tomó decisiones mediante asambleas de soldados y campesinos; planteó el problema del puerto único que era el que hacía de Buenos Aires una capital íntimamente repudiada por las provincias, sintetizando el ideal revolucionario en cinco proposiciones principales, tajantes y decisivas: independencia, república, federación, fin del puerto único, designación de una nueva capital. Lógicamente el puerto no podía aceptar un debate en esos términos (...) Sobrevino la guerra civil y el fabuloso Artigas no pudo con Buenos Aires. Dos obstáculos le fueron insalvables. Su ubicación geográfica marginal que lo colocaba fuera de foco (de haber sido cordobés su suerte habría sido otra) y su excesiva honestidad, que limitaba su campo de maniobra... le faltaba capacidad de intriga. Por eso fue derrotado, empequeñecido y confinado al procerato de la Banda Oriental. No tuvo discípulos a su altura, con su asombrosa lucidez. Uno de ellos, Pancho Ramírez, atrapado en las intrigas porteñas, lo corrió hasta Paraguay. Poco después Estanislao López corría a Ramírez (...)"

"... los símbolos actúan en función de necesidades políticas y culturales. Así San Martín es el símbolo argentino de la independencia americana. Rosas, otro símbolo, actúa como desmitificador historiográfico e instrumento de penetración a una realidad nacional oculta. Su identificación con la soberanía tiende a poner de relieve nuestra necesidad, siempre insatisfecha, de conciencia nacional. Y hay un tercer símbolo, no valorado ni difundido adecuadamente, que es la clave maestra para la comprensión cabal de nuestro pasado; y es el de Artigas, símbolo de la soberanía popular, de la autenticidad dirigente y de la total identificación entre pueblo y gobierno." (...)

"Artigas es el arquetipo de la raza, la expresión individual de una Argentina que se esfumó en intrigas extrañas y en el complejo de inferioridad hispánica. Artigas, cuya biografía no tiene sombras irritantes, es Martín Fierro dirigente, refugiado y muerto en nuestro Paraguay, de donde volverá en espíritu cuando sobrevenga el inevitable triunfo popular" (...)

"Artigas... es quien hace verosímiles las hipótesis de alternativas a la política de Buenos Aires, iniciada en 1810, concluída en Pavón, epilogada en la destrucción del Paraguay... La única opción, la única alternativa a esa revolución de mayo (liberal, portuaria, extranjerizante) fue  el liberalismo nacional y popular de nuestro Artigas" (...)

"Hemos visto que cuando el Protector de los Pueblos Libres pareció jugar algunas cartas de triunfo y su influencia extendida por todo el Litoral llegó hasta Córdoba, la burguesía porteña se llevó un susto tan grande que puso el país en remate. Alvear  lo ofreció formalmente a Inglaterra; Posadas, Alvarez Thomas y Pueyrredón se movieron sigilosamente para entregarlo aunque fuera a Portugal. Diez años después, Dorrego resucitará a su manera el artiguismo y Lavalle, después de fusilarlo, pensará en importar un 'príncipe de las mejores familias europeas' para que nos gobierne". Está archidocumentado que el movimiento de emancipación de España estuvo siempre condicionado a la proscripción de las masas populares y a la hegemonía de Buenos Aires sobre el país" (...)

"No hay en Artigas vestigio alguno de ese complejo de inferioridad racial del que estaba enferma la burguesía porteña. En su pensamiento se detectan fácilmente influencias intelectuales propias de la época, federalismo norteamericano, republicanismo francés, liberalismo" (...)

"La verdad pura y sencilla es la expresión de mi lenguaje"
"Yo no soy vendible"
"Con la verdad no ofendo ni temo"
"Yo no soy verdugo de Buenos Aires"
"Que los más infelices sean los más agraciados"

"Estas expresiones peculiares de nuestro líder no serían más que retórica si no mediara una especialísima circunstancia. Artigas las sentía y actuaba de acuerdo con ellas" (...)


"Facundo" Domingo Faustino Sarmiento. Hyspamérica, 1982. 

Cap. IV: “El general Rondeau, puso sitio a Montevideo con un ejército disciplinado: concurría al sitio Artigas, caudillo célebre, con algunos millares de gauchos. Artigas había sido contrabandista temible hasta 1804, en que las autoridades civiles de Buenos Aires pudieron ganarlo y hacerle servir en carácter de comandante de campaña, en apoyo de esas mismas autoridades a quienes había hecho la guerra hasta entonces . Si el lector no se ha olvidado del baqueano y de las cualidades generales que constituyen el candidato para la Comandancia de campaña, comprenderá fácilmente el carácter e instintos de Artigas. Un día Artigas con sus gauchos se separó del general Rondeau y empezó a hacerle la guerra. La posición de éste era la misma que hoy tiene Oribe sitiando a Montevideo y haciendo a retaguardia frente a otro enemigo. La única diferencia consistía en que Artigas era enemigo de los patriotas y de los realistas a la vez. Yo no quiero entrar en la averiguación de las causas o pretextos que motivaron ese rompimiento; tampoco quiero darle nombre ninguno de los consagrados en el lenguaje de la política, porque ninguno le conviene. Cuando un pueblo entra en revolución, dos intereses opuestos luchan al principio; el revolucionario y el conservador; entre nosotros, se han denominado los partidos que los sostenian patriotas y realistas. Natural es que, después del triunfo, el partido vencedor se subdivida en fracciones de moderados y exaltados; los unos, que querrían llevar la revolución en todas sus consecuencias; los otros, que querrían mantenerla en ciertos límites. También es del carácter de las revoluciones que el  partido vencido primitivamente vuelva a reorganizarse y triunfar, merced ade la división de los vencedores. Pero cuando en una revolución una de las fuerzas llamadas en su auxilio se desprende inmediatamente , forma una tercera entidad, se muestra indiferentemente hostil a unos y a otros combatientes (a realistas o patriotas), esta fuerza que se separa es heterogénea; la sociedad que la encierra no ha conocido hasta entonces su existencia, y la revolución sólo ha servido para que se muestre y desenvuelva”.

“Este era el elemento que el célebre Artigas ponía en movimiento; instrumento ciego, pero lleno de vida, de instintos hostiles a la civilización europea y a toda organización regular; adverso a la monarquía como a la república, porque ambas venían de la ciudad y traían aparejado un orden y la consagración de la autoridad” (…) La fuerza que sostenía a Artigas en Entre Ríos era la misma que en Santa Fe a López, en Santiago a Ibarra, en los Llanos a Facundo. El individualismo constituía su esencia; el caballo, su arma exclusiva; la pampa inmensa, su teatro. Las hordas beduinas que hoy  importunan con su algaraza y depredaciones las fronteras de la Argelia dan una idea exacta de la montonera argentina, de que se han servido hombres sagaces o malvados insignes. La misma lucha de civilización y barbarie de la ciudad y el desierto existe hoy en Africa; los mismos personajes, el mismo espíritu, la misma estrategia indisciplinada, entre la horda y la montonera” (…)

“La montonera, tal como apareció en los primeros días de la República bajo las órdenes de Artigas, presentó ese carácter de ferocidad brutal y ese espíritu terrorista que al inmortal bandido, al estanciero de Buenos Aires, estaba reservado convertir en un sistema de legislación aplicado a la sociedad culta, y presentarlo en nombre de la América avergonzada a la contemplación de la Europa. Rosas no ha inventado nada; su talento ha consistido sólo en plagiar a sus antecesores y hacer de los instintos brutales de las masas ignorantes un sistema meditado y coordinado fríamente. La correa de cuero acada al coronel Maciel, y de que Rosas se ha hecho una manea que han visto agentes extranjeros, tiene sus antecedentes en Artigas y en los demás caudillos bárbaros, tártaros. La montonera de Artigas enchalecaba a sus enemigos; esto es, los cosía dentro de un retobo de cuero fresco y los dejaba así, abandonados en los campos. El lector suplirá todos los horrores de esta muerte lenta” (…)

“La montonera solo puede explicarse examinando la organización íntima de la sociedad de donde procede. Artigas, baqueano, contrabandista, esto es, haciendo la guerra a la sociedad civil, a la ciudad, comandante de campaña por transacción, caudillo de las masas de a caballo, es el mismo tipo que con ligeras variantes continúa reproduciéndose en cada comandante de campaña que ha llegado a hacerse caudillo”.



Contratapa de "Artigas: la versión popular de la revolución de Mayo". Pacho O'Donnell. Editorial Aguilar.


"Aunque la historiografía liberal insiste en recordar a José Gervasio de Artigas como el artífice de la independencia de la República Oriental del Uruguay, lo cierto es que, en realidad, el caudillo fue el representante más vigoroso de un proyecto de organización federal, popular y latinoamericanista para las Provincias Unidas del Río de la Plata, que en tiempos de Mayo incluían los actuales territorios de Argentina, Uruguay, Bolivia y Paraguay. Su inflexible convicción lo enfrentó con el elitista y extranjerizante unitarismo porteño que abogaba por la hegemonía del puerto sobre las provincias. Férreo defensor del sufragio universal cuando ninguna sociedad del planeta practicaba el voto popular, llevó a cabo la primera reforma agraria de toda Latinoamérica. La historia ha denominado "revolución" a las jornadas de mayo de 1810, aunque no fueron en verdad revolución porque les faltó el protagonismo del pueblo. Este irrumpe en 1811, conmovido, turbulento, junto a José Gervasio de Artigas, el primer revolucionario del Plata. Obligado a combatir sin apoyos ni medios contra los colonialistas españoles y contra la invasión portuguesa desde el Brasil alentada por Gran Bretaña, debió defenderse, al mismo tiempo, de las tropas enviadas desde Buenos Aires y de las intrigas urdidas por triunviros y directores supremos, que no dudaron en poner precio a su cabeza. Exiliado en Paraguay, el "Protector de los Pueblos Libres" murió pobre, acallado su ideario por el centralismo triunfante, pero respetado por San Martín y los caudillos provinciales y recordado siempre por su pueblo. En este libro, Pacho O'Donnell nos devuelve la real dimensión histórica de Artigas y recupera la plena vigencia de su pensamiento, en tiempos en que la unidad latinoamericana es más que una esperanza. El doloroso exilio del caudillo rioplatense parece, por fin, estar terminando".

"Para los historiadores argentinos, ocuparnos de Artigas es una forma de estar en la ruta de la Patria Grande, de romper los tabiques de la trágica disgregación americana, de recuperar la dimensión rioplatense y continental del `Protector de los Pueblos Libres`" Pacho O'Donnell. 







Cap. 16. La batalla final. “Artigas, el general de los independientes”. Carlos Machado, Cuadernos de Crisis Nro. 16, 1975.

Una “leyenda negra” despiadada. Un odio a su persona, sus modos, su programa, su abierto desafío, su estrecha encarnadura con la masa, su estatura de jefe de las multitudes anónimas de parias.

Nació en el juicio de los unitarios. Cavia, por encargo del propio gobierno porteño, redactó su panfleto agraviante durante la guerra civil: “azote de su patria… oprobio del siglo XIX, afrenta del género humano”. Rivadavia le llamó “bandido”. Alvear, para juzgarlo, debió mostrar sus cartas: “el feroz Artigas.. fue el primero que entre nosotros conoció el partido que se podía sacar de la bruta imbecilidad de las clases bajas, haciéndoles servir, en apoyo de su poder, para esclavizar las clases superiores y ejercer su poder sin más ley que su brutal voluntad”.

Se sumaron a tales diatribas los que desertaron del campo artiguista. “Desgraciado” e “inepto”, le llamó Antonio Díaz. “No tiene otro sistema… que el desorden, fiereza y despotismo”, comentó, despectivo, Rivera (“es de necesidad disolver las fuerzas del general Artigas… así será salvada la humanidad de su más sanguinario perseguidor”). Lavalleja, unos años después, rechazaba indignado una comparación con Artigas: “el General que suscribe no puede menos que tomar en agravio personal un parangón que le degrada”.

Mitre lo abominó: “tenía todos los instintos feroces… la hipocresía solapada del gaucho malo y el orgullo exagerado de sus facultades bajo las apariencias humildes”, y en otro lado, “sin más banderas que el personalismo ni más programa que una confederación de mandones”. Vicente Fidel López advirtió: “no tenemos la menor intención de negar que execramos la persona, los hechos y la memoria de este funestísimo personaje”. “Patriarca del deguello y la barbarie”, le llamó Sarmiento.

Durante medio siglo los textos escolares recogieron la misma versión. La que llevó a Lombroso, en sus estudios de criminalista, a querer descubrir en su rostro -un invento pictórico de Blanes, sin ningún asidero veraz-  los rasgos delictivos que abonaban su tesis discutida. La que divulgaron, despistados, tantos historiadores “avanzados”. Yunque, por ejemplo, lo definió “conservador”, lo confundió con un señor feudal y en ese desatino le atribuyó “desprecio por la masa”. Otro ejemplo significativo: en la “Historia” de Cambridge se le llama “bandido”, todavía.

Lenta fue la reivindicación. Un cubano, Valdez, inició en Buenos Aires su defensa. Manuel Moreno también abogó por el jefe de los orientales. Saavedra le fue fiel. Alberdi, cruzándose al paso de Mitre, definió su figura con acierto: caudillo de las masas, y por eso, expresión verdadera de la democracia. Pero debió pasar un siglo y medio para que se le alzara una estatua en Buenos Aires.

Larga fue en el Uruguay la revaloración. Oribe adjudicó unas tierras, que antes fueron de Artigas, al hijo del caudillo desterrado, hacia 1836. Oribe, otra vez, bautizó con su nombre a la calle central de la Unión, que fue su capital, en el 49. En el 53, Giró le pone “Artigas” a un pueblo fronterizo. En el 54, repatriaron sus restos, olvidados después de mucho tiempo sin que les diera destino. Desde 1860, recién, se libró la batalla para refutar la tergiversación (primero De María, después los hermanos Ramírez, Fregeiro y Bauzá, rectificaron tanta distorsión). Máximo Santos dispuso la sustitución de los textos docentes unitarios y ordenó levantar su monumento. El Senado del 83 rechazó la propuesta de poner sobre su basamento las siguientes palabras: “fundador de la nacionalidad”. Entendió, con razón, que “la inscripción no se armoniza con las tendencias del prócer a propósito de una confederación, a favor de la cual luchó hasta que abandonó el suelo de la patria”.

Solo se puso “Artigas” en ese monumento que se demoró cuatro décadas más (se alzó en 1923). Eduardo Acevedo , desde su “Alegato” había pulverizado a la difamación.

Esa leyenda negra será después “celeste”. Borrados sus afanes revolucionarios, lavado su programa, le harán una mortaja de retórica y bronce. Pero no puede silenciar, para los orientales, nacidos como pueblo bajo su conducción, la herencia de un legado indivisible: independencia  para desligarnos del sometimiento, formas republicanas para garantizar -con libertad- la participación popular, federación para ligar esfuerzos en el cruce común de la cuenca matriz que desagua en el Plata y justicia social amparando a los más. Un reto por delante, como compromiso. 

Fotos: arriba, estatua de José Gervasio Artigas en la Plaza de la Independencia, Montevideo-Uruguay. Luego, cañones en la fortaleza del cerro de Montevideo. Tapa del libro de Pacho O'Donnell, un hallazgo de la agrupación uruguaya Participación  Masoller de un bando sobre Artigas y noticia sobre la muerte del prócer. 

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