miércoles, 25 de julio de 2012

Sobre ídolos y cholulismos





La verdad es que a esta altura del partido no se me ocurriría ser cholulo o fanático de nadie. Los años vuelven incrédulo a cualquiera. No creo en ningún ideólogo, en Pat Metheny ni en Pastore, Angel Cappa y el Turco Mohamed juntos! Cualquiera puede traicionar nuestra buena fe a la vuelta de la esquina, como un Nemen, un padre Grassi o Schoklender. Entonces, aunque suene horrible, desconfiar se hace sinónimo de buena salud mental.

Como muchos jóvenes con alguna figura pública, yo me fanaticé con Juan Domingo Perón durante años. Leía todo sobre "el General", me atrapaba su doctrina y su movida política casi épica junto al pueblo humilde que osó reivindicar en la Argentina, sin dobleces. Setenta años después de su llegada todavía vemos su obra. ¿Quién pudo pisarle el poncho? Claro que este estadista tuvo su costado maquiavélico y hasta manchado de sangre cuando la Triple A. ¿Quién lo hubiera dicho? Como lo tuvieron Sarmiento, Mitre, Rosas, Yrigoyen y tantos próceres de cualquier signo. Lo que no disculpa a ninguno porque fallaron. Y mal. Fueron todos repudiables más allá de sus aciertos visionarios. ¿Será que en el camino al poder se van perdiendo escrúpulos y humanidad?

Hablando de ídolos, la entrega del Che Guevara fue irreprochable. ¿Cómo no engancharse con su imagen rebelde? (si tenés al menos alguna burbuja en tu sangre) Pero, como la revolución cubana, no es un artículo de fe. Su visión tuvo aristas contradictorias; su paradigma del hombre nuevo fue una utopía escupida al rebaño conformista.

Debo encontrar siempre alguna excusa por no animarme a imitar el ejemplo de gente como Gandhi o Teresa de Calcuta (con su irrefutable "dar, hasta que duela"). De lo contrario quedaría en evidencia mi profunda cobardía y las conclusiones me arrojarían al suicidio. Podría decirse que ningún profeta ha podido siquiera mellar las injusticias del mundo. Ensalzar pensadores es más fácil, porque todo queda en el terreno de las ideas, muchas veces lejos del barro. No hablemos de endiosar artistas, una trivialidad cuasi-adolescente a la que me dedicaré otro día porque no merece mucha energía.

Quizás lo común a todas las personalidades públicas es que el tiempo va desnudando sus contradicciones, mostrando sus flaquezas. Por eso que "el pez por la boca muere", en algún momento muestran su faceta fascista o egoísta. Y nos desilusionan.

Cuando hace unos días vimos con Silvia entrar a Eduardo Galeano en el bar Brasilero de Montevideo -donde concurre habitualmente- casi se me caen las medias (¡que expresión anticuada!). Me enfrentó al dilema de fingir indiferencia o expresarle mi admiración. Tomé ánimo, metí mi timidez en el bolsillo trasero y lo fui a saludar ya en la vereda, cuando se iba. No quería reprocharme luego mi inacción y me obligué. Como es de suponer para un hombrecillo del común, me presenté con una frase de ocasión no muy afortunada, pero Galeano fue muy cortés conmigo y me alegró aún más el viaje. Supongo ahora, porque gente enorme como él es humilde y paciente.

En nuestra fugaz visita a la capital uruguaya nos decidimos encontrar ese tradicional café con más ahínco todavía después que cuatro corteses orientales nos mandaran a buscarlo a lugares diametralmente opuestos. Es parecido a los nuestros cercanos a Plaza Dorrego, en San Telmo.

He leído una mínima parte de la obra literaria de Galeano porque me cuesta abordar cualquier tipo de ficción. "Las venas abiertas de América Latina" me parece invalorable (debería ser material de estudio obligatorio) aunque a esta altura el mismo escritor ya detesta ese antiguo hijo suyo. Pero después de tantos años creo que ha demostrado ser el pensador humanista más coherente del sur. Y, como si fuera poco, acusa al sistema sin dobleces, explicándolo a los poco luminosos. Para hacer comparaciones odiosas, de Feinmann he leído cinco veces más y hasta me he hecho adicto a su obra. Pero su persona poco me interesa porque peca de soberbio y es tan iconoclasta que desorienta.

Me llamó la atención a mi mismo ese súbito arranque de cholulismo mío en la calle Ituzaingó, aunque no se tratara de pedir autógrafos. Me refiero a la emoción que me produjo esa presencia. Porque no me disparó igual hace unos pocos meses cuando tuve a mano a mi admirado Pino Solanas en Olivos en una presentación de "Tierra sublevada-Oro negro". Ni al cruzarme con Hermes Binner en Río Ceballos (el socialista santafesino que se cuida tanto de hablar boludeces, a quien terminé votando en las últimas elecciones). Eso si, me arrepentí en la Av. Corrientes de no saludar a Rogelio García Lupo, en enero pasado: para quien no sabe de él, un periodista de investigación ya grande, compañero de Rodolfo Walsh, que se la jugó mucho en tiempos difíciles y creo que no fue suficientemente reconocido.

Eso es todo, escribir un poco sobre sentimientos y emociones. Un beso en la reja. Horanosaurus ("el cholulo porteño").

PD1: me sigo topando con gente con huevos y respetable. Increíblemente, en medio del apretujamiento de la Plaza de Mayo -el 10 de octubre/12- durante el mitín de la CTA y la CGT no oficialistas, otra vez ahí nomás Pino Solanas, Jorge Micheli y Víctor De Gennaro. Como siempre diciéndole un rotundo no al mentiroso capitalismo de amigos de Cristina Kirchner y sus ladrones, que le quieren vender a la gente como progresismo.




PD2: la mujer en la 2da. fotografia -con Galeano atrás- pertenece a otra categoría: ademas de mi ídola, es quien a la vez me soporta y me da órdenes a diario ¡hace casi treinta años!

PD3: pasado un tiempo, me tropecé con el reportaje a Eduardo Galeano que Jorge Lanata le realizara para su libro "26 personas para salvar al mundo" (2012). De allí extraje estos párrafos tan interesantes como oportunos:


"Yo nací en Montevideo. Fue una suerte porque esta ciudad me gusta. Es una ciudad donde todavía se puede respirar y caminar, que son dos actividades humanas importantes. Yo soy un caminante, yo camino la vida, camino horas cada día. Voy de un lugar a otro caminando. Todo lo que puedo hacer caminando, lo hago caminando".

"(camino) siempre, por el borde, por la orilla de este río-mar, este río ancho como mar y mientras yo camino las palabras caminan dentro de mi y así van naciendo las historias que cuento y que escribo. Entonces me gusta mucho una ciudad caminable, que se pueda caminar sin violencia y respirable porque aquí hay muy poca contaminación, casi nada… la gente es cordial, además. Y bueno, me gustran los cafés sobrevivientes que son muy poquitos. El Brasilero, donde sigo yendo porque siempre me recuerda que yo les debo todo a los cafés de esta ciudad. Todo lo que sé en materia de comunicación humana. Fíjate que yo hice sólo seis años de escuela y uno de secundaria. No aprendí nada en ningún lado. Lo que aprendí, lo aprendí en los cafés, aprendí el arte de narrar escuchando a esos narradores orales que contaban historias vividas o imaginadas en los cafés de mi ciudad, los cafés montevideanos, esa fue mi universidad de verdad, donde me formé. Les tengo una enorme gratitud.

"Una vez escuché: 'Estás triste como uruguayo contento', y me hizo gracia, por lo certera. Y no lo vivo como una ofensa, nosotros somos en general muy melancólico, así tristones, es verdad. Y lentos, lentos hasta para el fútbol. Tengo una parte de mi que es así también, pero otra que no. A veces reconozco que pueden tener cierta razón los que dicen que es aburrido vivir aquí, pero para mí no. Mentiría si dijera. “Yo también me aburro aquí”. Porque, además, podría tranquilamente vivir en otro lado. Tengo la suerte esa de que mi oficio de escribir, que es mi vocación, que es mi destino, lo que me gusta, me da suficiente dinero como para vivir dignamente en cualquier sitio. Yo elijo este lugar porque lo amo y porque caminando esta ciudad, yo me camino, camino mis adentros y en mí caminan las palabras que se van enredando entre si para construir historias".

 


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