sábado, 7 de enero de 2012

2. General Paz: elogio de Belgrano

Esta selección de párrafos de las memorias del general José María Paz están referidas a uno de nuestros pocos próceres intachables, Manuel Belgrano, y su fuente está indicada en la anterior entrada "El general José María Paz", etiquetado"José María Paz 1: memorias de un unitario". Los invito a leer allí los motivos de este resumen y una pequeña reseña del autor cordobés, "el Manco Paz".
"La lectura del fragmento de memoria (sobre la batalla de Tucumán) escrito por el virtuoso y digno general Belgrano, me ha hecho recordar aquellos hechos de que fui testigo y actor, aunque en una edad muy temprana y una graduación muy subalterna, y excitado el deseo de hacer sobre ella algunas observaciones y, si me fuese posible, concluirla. Me esforzaré a llenar mi intento, pero advirtiendo: 1ro. que hace más de treinta y seis años que tuvieron lugar aquellos sucesos; 2do. que no tengo para referirlos otro auxiliar que mi memoria; 3ro. que siendo entonces un teniente y estando en el primer aprendizaje de mi carrera, no pude juzgar sino por lo que vi u oí a algunos oficiales jóvenes como yo (con pocas excepciones), ni debí apreciar los hechos, como me ha sucedido después, con el auxilio de la experiencia. Es, pués, en cierto modo, una ventaja que esta ocurrencia me venga tan tarde, y además concurre la de que no podían entonces ni ahora agitarme las pasiones de ese tiempo, de modo que puede casi decirse que me ocupo de sucesos de que no soy contemporáneo".
"El mérito del general Belgrano (1), durante toda la retirada, es eminente. Por más críticas que fuesen nuestras circunstancias, jamás se dejó sobrecoger de ese terror que suele dominar las almas vulgares, y por grande que fuese su responsabilidad la arrostró con una constancia heroica. En las situaciones más peligrosas se manifestó digno del puesto que ocupaba, alentando a los débiles e imponiendo a los que suponía pusilánimes, aunque usando a veces una causticidad ofensiva (2). Jamás desesperó de la salud de la patria, mirando con la más marcada aversión a los que opinaban tristemente. Dije antes que estaba dotado de un gran valor moral porque efectivamente no poseía el valor brioso de un granadero, que lo hace muchas veces a un jefe ponerse al frente de una columna y precipitarse sobre el enemigo. En lo crítico del combate su actitud era concentrada, silenciosa, y parecían suspensas sus facultades; escuchaba lo que le decían, y seguía con facilidad las insinuaciones racionales que se le hacían; pero cuando hablaba era siempre en el sentido de avanzar sobre el enemigo, de perseguirlo o, si él era el que avanzaba, de hacer algo y rechazarlo. Su valor era más bien (permítaseme la expresión) cívico que guerrero. Era como el de aquellos senadores romanos que perecían impávidos sentados en sus sillas curules. En los contrastes que sufrieron nuestras armas bajo las órdenes del general Belgrano, fue siempre de los últimos que se retiró del campo de batalla, dando ejemplo y haciendo menos graves nuestras pérdidas. En las retiradas que fueron la consecuencia de esos contrastes, desplegó siempre una energía y un espíritu de orden admirable (3); de modo que, a pesar de nuestros reveses, no se relajó la disciplina ni se cometieron desórdenes. No fue así en otras retiradas, como la del Desaguadero y Sipe-Sipe (4), en donde hubo escándalos de todo tamaño, porque desbandada la tropa sólo se vino a rehacerse después de ochenta y aún más de cien leguas. De allí provinieron esos horrorosos combates, ya individuales, ya en escala mayor, entre el paisanaje y los indios por un lado, y los soldados que habían roto el freno de la obediencia por otro; los unos, por defender sus personas y propiedades; los otros, por invadirlas, los que hasta cierto punto eran disculpables, pues no marchando en cuerpo, no habiendo distribuciones regulares para satisfacer sus necesidades, habían de pedir o quitar, y ya se deja entender el camino que esto abría a los abusos".
"¡Honor al general Belgrano! El supo conservar el orden tanto en las victorias como en los reveses. Cuando él mandó en esos días de luto y de desgracia, los paisanos y los indios venían pasiblemente a traer las provisiones al pequeño cuerpo que se retiraba; tan lejos de manifestarnos aversión, sólo se dejaba percibir en lo general un sentimiento de simpática tristeza. No hubo entonces riñas fratricidas, no pueblos sublevados para acabar con los restos del ejército de la independencia; nada de escándalos que deshonran el carácter americano y manchan la más justa de las revoluciones. Pero, ¿adónde voy? Quizás excedo los límites que me había propuesto; más tarde, si escribo sobre las campañas del Perú Alto, en que me hallé, explanaré más estas observaciones".
"Después de lo que acabo de exponer será fácil explicarse como el ejército, después de una retirada de ciento treinta leguas, nada había sufrido en su moral; por el contrario, recibió con gusto el anuncio de que hacíamos alto en Tucumán, y que esperábamos al enemigo (5)".
(…) "El 16 llegamos a Potosí: la acogida quenos hizo ese pueblo tan enemigo que se decía de la causa, fue franca y hospitalaria; las autoridades y las corporaciones fueron al encuentro del general y lo saludaron, triste pero urbanamente. Es otra prueba de lo que había ganado la revolución con la disciplina del ejército y la conducta patriótica y honrada del general. A nadie se le ocurrió temer sublevaciones ni hostilidades del vecindario ni de los indios; no hubo el menor acto de enemistad, ni aun de descortesía. Yo gusté mucho de la recepción que se nos hizo, porque fue grave, triste, oficiosa y simpática; manifestar alegría hubiera sido insultarnos y ostentarse altaneros hubiera sido una insolencia y falta de generosidad. Supieron esta vez los potosinos manejarse con cordura, y si dos días después cambiaron en parte de sentimientos, no fue por culpa suya.
La próbida economía del general Belgrano, en pocos meses, había acumulado recursos de todo género. La Casa de Moneda, vuelta a su giro ordinario, abastecía con abundancia de moneda metálica al comercio y daba lo bastante al ejército" (…)
(…) "El general Belgrano no debió arrepentirse de la indulgencia con que trató a estos últimos, siéndome sensible no poder decir lo mismo de la sentencia (si puede llamarse sentencia un decreto de muerte, sin juicio, sin forma alguna y sin oir al reo) precipitada que hirió a Borges. ¿Creyó acaso el general que la demora de la ejecución podía dar motivo a nuevas turbaciones? No lo se pero si asi fuese, se equivocó completamente, pues la rebelión estaba tan terminada, que el caudillo había sido arrestado por sus mismos paisanos y en el mismo teatro de sus aspiraciones. De cualquier modo, nunca podía faltar tiempo para que se le juzgase sumariamente y se oyesen sus descargos. Lo singular es que el general, que tanto predicaba la obediencia y la observancia de las leyes, las violase invocándolas, sin que ninguna autoridad superior le hiciese cargo". (6)
(…) "el Congreso Constituyente seguía sus trabajos en Buenos Aires y terminaba la Constitución que se ha llamado del año 1819. Ella fue sancionada al fin, y remitida a los pueblos libres de la república, para que fuese jurada el 25 de mayo; con esa designación del día, quiso darle más solemnidad al acto, y quizá más fuerza al juramento. El ejército también debía jurarla, y se llevó a tal rigor la ceremonia que se exigía en la clase de jefes y oficiales juramento individual. Recuerdo que habiendo estado ese día enfermo, no concurrí a la parada, y fui citado al día siguiente a concurrir al cuartel general, donde el mismo general me recibió el juramento, poniendo la mano sobre el puño de mi espada. Recuerdo que habiendo concurrido ese día el auditor del ejército con idéntico fin, le recibió el juramento, haciendo que tomase en su mano un pequeño crucifijo que estaba preparado, y que habiendo representado que debería jurar militarmente, le contestó el general que tales eran las prevenciones del gobierno".
"Siempre merecí al general Belgrano cierta disposición favorable que lo inducía a ciertas confianzas, que atendida mi juventud y mi clase, no dejaban de ser extraordinarias. Ese día, después de recibirme el juramento, trabó conversación conmigo y me dijo francamente: 'Esta constitución y la forma de gobierno adoptada en ella no es en mi opinión la que conviene al país; pero habiéndola sancionado el soberano Congreso Constituyente, seré el primero en obedecerla y hacerla obedecer'. Volviendo a las razones de su modo de pensar, decía 'que no teníamos ni las virtudes ni la ilustración necesarias para ser república y que era una monarquía moderada lo que nos convenía'. 'No me gusta (añadió) ese gorro y esa lanza en nuestro escudo de armas, y quisiera un cetro en esas manos, que son el símbolo de unión de nuestras provincias'."
(…) "La guerra civil repugna generalmente al buen soldado, y mucho más desde que tiene al frente un enemigo exterior cuya principal misión (de aquél) es combatirlo. Este es el caso en que se hallaba el ejército, pues que habíamos vuelto espaldas a los españoles para venirnos a ocupar de nuestras querellas domésticas. Y a la verdad, es sólo con el mayor dolor que un militar, que por motivos nobles y patrióticos ha abrazado esa carrera, se ve en la necesidad de empapar su espada en sangre de hermanos. Dígalo el general San Martín, que se propuso no hacerlo y lo ha cumplido. Aún hizo más en la época que nos ocupa, pues, conociendo que no podría evitar la desmoralización que trae la guerra civil, procuró sustraer su ejército al contagio, desobedeciendo (según se aseguró entonces y se cree hasta ahora) las órdenes del gobierno que le prescribían que marchase a la capital a cooperar con el del Perú y el de Buenos Aires. Unicamente perdió el hermoso batallón 1, que estaba de este lado delos Andes, y sólo fue a duras penas que llegaron a Chile. Si el general San Martín hubiese obrado como el general Belgrano, pierde también su ejército, y no hubiera hecho la gloriosa campaña de Lima, que ha inmortalizado su nombre".
NOTAS Y ACLARACIONES:
(1) Luego de la derrota de Huaqui, en junio de 1811, el Ejército del Norte se replegó a las provincias interiores, perseguido por los realistas. En marzo de 1812 asumió su jefatura Belgrano, quien dirigió el repliegue hasta Tucumán. Allí, desobedeciendo las órdenes del Triunvirato, presentó batalla a los realistas.
(2) Paz se refiere a un reto que hizo Belgrano por un oficial de guardia: “Vea o vean ustedes: anoche, un oficial de guardia me mandó el parte de que había oído unos cuantos tiros, y le mandé contestar que si tenía miedo se atase los calzones”.
(3) “Recuerdo que al día siguiente de la derrota de Ayohuma hizo formar en círculo, después de la lista, los menguados restos de nuestro ejército, y colocándose en el centro, rezó el rosario, según se hacía ordinariamente. Fuera de los sentimientos religiosos que envolvía esta acción, quería hacer entender que nuestra derrota en nada había alterado el orden y la disciplina”.
(4) Se refiere a las derrotas de Huaqui y Sipe-Sipe (20 de noviembre de 1815), que cerraron la primera y la tercera expedición al Alto Perú. Paz fue herido poco antes en la acción de Venta y Media, por lo tanto no combatió en Sipe-Sipe.
(5) El 24 de setiembre de 1812 Belgrano vence a los realistas en Tucumán. Poco después, en febrero de 1813, vuelve a vencerlos en Salta. Penetra luego en el Alto Perú; el 1ro. de octubre de 1813 libra una batalla incierta en Vilcapugio, en la que tiene fuertes pérdidas, y el 14 de noviembre sufre una definitiva derrota en Ayohuma (...) luego el Ejército del Norte se retira hasta Tucumán mientras los realistas ocupan Jujuy y Salta. En enero de 1814 San Martín reemplaza a Belgrano y reorganiza el ejército, encargando a Guemes la defensa de la frontera norte y el hostigamiento de los españoles. Pocos meses después, San Martín cede el mando a Rondeau. En 1814 los patriotas expulsan de Salta y Jujuy a los españoles, preocupados por los levantamientos producidos en Puno, La Paz y Cochabamba. A comienzos de 1815 Rondeau inicia la tercera campaña al Alto Perú y obtiene, el 17 de abril, la victoria del Puesto del Marqués. Por entonces Guemes, que había tenido una importante participación en esta acción, abandona el ejército y regresa a Salta. Poco después, el ejército ocupa Potosí.
(6) Se refiere a la orden de fusilar al teniente coronel retirado Juan Francisco Borges, santiagueño, que subleva a su tropa para alzarse con la gobernación cordobesa. Paz es condescendiente con Borges: “No era ésta una deserción de la causa de la independencia; su objeto era sólo substraerse a la obediencia del gobierno general, y ser en su provincia lo que era Guemes en Salta o Artigas en la Banda Oriental; pero tomó tan mal su medidas que antes de treinta días estuvo todo terminado. Borges, a quien todos suponían una audacia no común y que gozaba gran prestigio entre sus comprovincianos, manifestó llegado el caso una impericia, una imbecilidad suma (…) Cuando reunía el paisanaje que debía oponer a las tropas que ya marchaban contra él dejó pasar intactos unos caudales que iban de tránsito para Buenos Aires, y lo que es más, no permitió sacar un sable ni una tercerola, de que necesitaba en sumo grado, de una tropa de carretas que a esa sazón llevaba un buen cargamento de armas para el ejército. Todo esto lo hizo en precaución de que no se creyese que un deseo desordenado de rapiña lo había impulsado en su movimiento, y de que hostilizaba, privado de sus armas, a las tropas destinadas a combatir por la independencia. Si tal modo de pensar hace honor a sus sentimientos, es una prueba clásica de su incapacidad como caudillo, y de que se metió en un atolladero sin calcular cómo había de salir de él”. El comandante Gregorio Aráoz de Lamadrid y el coronel Juan Bautista Bustos lo doblegaron con facilidad. Borges pudo huir con dirección al Salado (frontera este de Santiago), desde donde se proponía pasar a Salta pero fue preso por sus mismos paisanos y entregado. Belgrano, al saber la derrota de los sublevados, indultó a todos menos a Borges y dos lugartenientes.

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