domingo, 8 de enero de 2012

3. Guemes según el General Paz




Esta selección de párrafos referidos a Martín Miguel de Guemes, pertenecen a las memorias del general José María Paz y la fuente está indicada en la primera entrega "El general José María Paz", etiquetada "José María Paz 1: memorias de un unitario". Los invito a leer allí los motivos de este resumen y una pequeña reseña del autor cordobés, "el Manco Paz".

"Por ese tiempo apareció un caudillo que después fue célebre en la guerra civil y en la gloriosa resistencia que hizo a los españoles la provincia de Salta. Hablo de don Martín Miguel de Guemes, simple comandante de milicias, colocado en la frontera por el general San Martín. Poseía esa elocuencia peculiar que arrastra a las masas de nuestro país y que puede llamarse elocuencia de los fogones o vivaques, porque allí establecen su tribuna. Principió por identificarse con los gauchos, adoptando su traje en la forma, pero no en la materia, porque era lujoso en su vestido, usando guardamontes y afectando todas las maneras de aquellas gentes poco civilizadas. Desde entonces empleó el bien conocido arbitrio de otros caudillos, de indisponer a la plebe con la clase más acomodada de la sociedad. Cuando proclamaba, solía hacer retirar toda persona de educación y aún a sus ayudantes, porque sin duda se avergonzaba de que presenciasen la imprudencia con que excitaba a aquellas pobres gentes a la rebelión contra la otra clase de la sociedad. Este caudillo, este demagogo, este tribuno, este orador, carecía hasta cierto punto del órgano material de la voz, pues era tan gangoso, por faltarle la campanilla, que quien no estaba acostumbrado a su trato, sufría uno la sensación penosa al verlo esforzarse para hacerse entender. Sin embargo, este orador, vuelvo a decir, tenía para los gauchos tal unción en sus palabras y una elocuencia tan persuasiva, que hubieran ido en derechura a hacerse matar para probarle su convencimiento y su adhesión".



"Era además Guemes relajado en sus costumbres, poco sobrio, y hasta carecía de valor personal, pues jamás se presentaba en el peligro. No obstante, era adorado de los gauchos, que no veían en su ídolo sino al representante de la ínfima clase, al protector y padre de los pobres, como lo llamaban, y también, porque es preciso decirlo, el patriota sincero y decidido por la independencia; porque Guemes lo era en alto grado. El despreció las seductoras ofertas de los generales realistas, hizo una guerra porfiada, y al fin tuvo la gloria de morir por la causa de su elección, que era la de la América entera. Más tarde diremos más sobre este caudillo que tanto llamó la atención pública".

(…) "El comandante don Martín de Guemes, según indicamos en su lugar, habiéndose retirado con sus milicias, después de la acción de Puesto del Marqués, en el año anterior (estábamos en los primeros meses del de 1816), arrebató el armamento que había quedado en el parque del ejército, en Jujuy, y se dirigió a Salta, donde se hizo elegir gobernador (1). Si la captura del armamento contra la voluntad del general era una usurpación violenta, su elección popular para gobernador era una violación de las reglas establecidas, pues hasta entonces la nominación de los gobernadores de provincias había emanado de la primera autoridad nacional, residente en Buenos Aires. Mas ya entonces cundían con rapidez los celos contra la capital y la resistencia a lo que venía de aquel origen. Guemes se hizo el campeón de esa resistencia, que se hizo popular en la provincia". (2)

"Además, se habían exagerado hasta el fastidio los desórdenes del ejército, las depredaciones y las exacciones injustas que se habían hecho a los particulares y a los pueblos. Se decía públicamente, y el gobierno de Salta apoyaba con todo su poder estos rumores, haciendo creer a la multitud ignorante que el general y los jefes venían cargados de oro y que éste era fruto de los robos que habían cometido. En este sentido fueron públicamente hostilizados los que, retirándose por cualquier causa del ejército, principalmente si eran hijos de Buenos Aires, pasaban como particulares (3); éstos eran otros tantos agravios que era preciso vengar, y es lo que quiso hacer el general Rondeau. Repentinamente movió el ejército dirigiéndolo a Jujuy y Salta, sin que quedase más fuerza en la quebrada de Humahuaca que mi regimiento, que no pasaba de cien hombres. En el primero de estos pueblos, aun cuando el paisanaje, o mejor diremos, el gauchaje, no fuese adicto al ejército, no se experimentó resistencia; pero en proporción que se aproximó al segundo, del que dista dieciocho leguas, la población de la campaña fue mostrándose más hostil. En la Caldera, posta que está a seis leguas de Salta (la ciudad), ya se puede decir que había principiado la guerra. Sin embargo, el ejército entró a la ciudad, que manifestó la más completa indiferencia. El ejército avanzó hasta los Cerrillos, cuatro leguas adelante de Salta, donde se había retirado Guemes después de haber reunido a toda prisa su gauchaje; las hostilidades entonces fueron más vivas y se empeñaron fuertes guerrillas; la mayor dificultad era la falta de víveres, pues los gauchos retiraban el ganado que el general Rondeau no podía disputarles con poquísima caballería, pues no tenía más que los Granaderos a Caballo, que apenas podrían formar un escuadrón. En tres días que estuvo el ejército en los Cerrillos, casi no tuvo más alimento que las uvas que le suministró la gran viña de la hacienda de los Tejada, sita en dicho lugar".

"Para colmo de desgracias, dos escuadrones de Dragones de la Patria que venían de Buenos Aires de auxilio al ejército, a las órdenes del coronel don Rafael Ortiguera, se dirigían directamente a Jujuy sin entrar en Salta; no habían sido prevenidos de cosa alguna y hacían sus marchas con intervalo de uno o dos días, haciendo sus jornadas regulares por las postas, en que largaban los caballos y se acostaban a dormir como en un país amigo. El primero, a las órdenes del capitán don Diego Beláustegui, pasó milagrosamente; el segundo, a las órdenes del coronel Ortiguera, fue sorprendido por los comandantes don Juan José Quesada, que habiendo pertenecido al ejército había tomado partido con Guemes, Molles y Panana, en medio de la noche, sin caballos, en el seno de una inexplicable confianza y de un sueño profundo. Hubo algunos pocos muertos, muchos prisioneros y algunos escapados a pie, en la obscuridad y el bosque, siendo uno de ellos el coronel".

"Aun esta vez manifestó el general Rondeau una falta de previsión que nada puede disculpar, y a fe que por ahora no puede cohonestarse con la desobediencia de los jefes o la indisciplina. Nada se había preparado, nada se había previsto para un movimiento tan importante como el que emprendió desde la quebrada de Humahuaca. En primer lugar, no se había proporcionado inteligencias en la provincia invadida, ni se había puesto de acuerdo con amigos sinceros que tenía el ejército, quienes ya veían en Guemes un caudillo inmoral y funesto. Con esto contestaban al cargo que se les hacía, por la indiferencia que manifestó la parte más civilizada cuando penetró el ejército en la ciudad. "Nada se nos previno (decían), nada se nos exigió".

"En segundo lugar, no previó el general que para una guerra de esa clase necesitaba más caballería; la que pudo proporcionarse, si no quería llevar los Dragones del Perú, que dejó en la quebrada, esperando ocho días para que llegasen los Dragones de la Patria, que estaban tan cerca".

"En tercer lugar, marchó con el ejército sin llevar víveres o ganado en pie, de modo que no pudiendo tomarlo en el campo, se vio privado de él, lo que por sí sólo bastaba para hacer insostenible su posición. Es inconcebible tanta imprevisión, mucho más en un general que sabía prácticamente lo que era la guerra irregular o de montonera y lo que valía el poder del gauchaje en nuestro país, pues lo había visto en la Banda Oriental (4). No puedo dar otra explicación, sino que se equivocó en cuanto a las aptitudes de Guemes y el prestigio que gozaba entre el paisanaje de Salta".

"Reducido a esta extremidad, el general Rondeau tuvo que capitular, haciendo una especie de tratado, mediante el cual le dieron carne, le volvieron sus prisioneros y le dejaron volver a Jujuy, de donde había salido muy ufano pocos días antes, quedando Guemes reconocido en su gobierno con todos los desertores del ejército que desde antes y entonces seguía patrocinando, habiendo aumentado su armamento con lo que pudo tomar en campaña, y orgulloso con un triunfo que excedía a sus esperanzas. Se dijo públicamente que doña Macacha (Magdalena) Guemes, hermana del gobernador, mujer ambiciosa, intrigante y animosa, al paso que dotada de garbo y hermosura, había intervenido en el convenio de pacificación, y que el comandante de Granaderos a Caballo don Juan Ramón Balcarce, íntimo amigo y secretario del general, había sido el primer consejero de la guerra, como fue después el autor de la transacción. Si esto fue cierto, preciso es confesar que el general Rondeau (mejor diríamos la causa) fue tan perjudicado ahora por sus amigos como lo fue antes por sus enemigos personales". (5)

(…) "a la caída de Napoleón y restauración de Fernando VII al trono de España (…) Pezuela fue premiado con el Virreinato del Perú y el general La Serna fue destinado al mando en jefe del ejército que debía conquistar esta parte de América. Con La Serna vinieron muchos jefes y oficiales de mérito, instruídos en la nueva táctica y que estaban al corriente de los adelantos que había alcanzado la ciencia militar en la península. El desprecio con que los recién llegados trataron a los practicones del ejército antiguo puso los fundamentos de la discordia que estalló tiempo después, y que fue tan funesta al ejército real. Además, la mayor parte de estos jefes estaban afiliados en una de esas sociedades secretas que pululaban en la España y éste fue un nuevo motivo de división (…) (los francmasones del ejército) tenían demasiado poder para que Pezuela pudiera dominarlos…"

"Los valientes salteños, y principalmente los gauchos (nombre que se hizo honroso entonces) acaudillados por Guemes, les abandonaron las poblaciones y les opusieron en la campaña una resistencia heroica. No tenían los invasores más terreno que el que materialmente pisaban, y aunque la caballería del ejército real había hecho, bajo la dirección de Canterac, considerables adelantos, no por eso fue más feliz esa guerra de detalle a que eran provocados sin cesar. En un combate regular era indisputable la superioridad de la caballería española; pero, después de agotar sus fuerzas ensayando cargas sobre unas líneas débiles, que se les escapaban como sombras fugitivas, concluían por haber sufrido pérdidas considerables en esas interminables guerrillas sin haber obtenido ventaja alguna".

"Al principio ensayaron las vías de la clemencia; pero, como viesen que poco adelantaban, se propusieron ejecutar actos de severidad, que los gauchos contestaron con terribles represalias, colgando en los árboles los prisioneros que tomaban; no sólo tuvieron que contentarse, sino que después de dos o tres meses tuvieron que abandonar su conquista, volviendo a sus antiguas posiciones, sin caballos y con un cuarto menos de su ejército. Guemes volvió a ocupar la capital de la provincia, y ésta quedó libre de enemigos en su totalidad". (6)

(…) "Para comprender el ardiente entusiasmo que animaba a los montoneros, forzoso es referirnos al estado de nuestra naciente civilización. Atendido él, les fue muy fácil a los caudillos sublevar la parte ignorante contra la más ilustrada, a los pobres contra los ricos, y con este odio venían a confundirse los celos que justa o injustamente inspiraba a muchos la preponderancia de Buenos Aires. Aún diré más, y que quizá fue la causa más poderosa, las fuertes prevenciones que había engendrado en el paisanaje la indisciplina y altanería de las tropas de los primeros ejércitos y las exacciones gravosas a los que los sujetaban".

"Llegó a ser tan poderoso ese sentimiento de oposición en las montoneras y sus jefes al gobierno y a las tropas regladas, que sofocó hasta el noble entusiasmo de la independencia; nadie se acordaba de los ejércitos españoles que amagaban por distintos puntos, y es seguro que se les hubiera visto penetrar en nuestro territorio sin que se hubiesen reconciliado los ánimos. Quizá cuando la conquista se hubiese avanzado mucho, la magnitud del peligro nos hubiera reunido".

"Debo exceptuar a la heroica provincia de Salta, que pagó también su tributo a las discordias civiles, y que como hemos visto hizo una guerra encarnizada al ejército del general Rondeau, pero nunca se debilitó su ardor patriótico, ni su amor a la causa de la independencia; no había envainado aún la espada con que acababa de luchar con sus hermanos, cuando se presentaron los españoles, y ella sola, porque nuestro ejército se había retirado, sostuvo la campaña con tanto valor como gloria. Los españoles, después de haber empleado vanamente sus armas y sus tesoros, la seducción y el terror, su táctica superior y el valor de sus soldados, tuvieron que retirarse cediendo la palma del triunfo a esos valientes gauchos, a esos generosos salteños, que dejaban yermas sus ciudades antes de soportar el yugo que habían sacudido.

(…) A mi llegada a Santiago, que fue en junio de 1821 encontré, como he dicho, que se celebraba la paz que había hecho Ibarra con el gobernador Araoz, de Tucumán. A consecuencia de esa paz se había retirado Heredia con los restos de las fuerzas de Salta, para esta provincia, donde se había conservado Guemes, según su costumbre de mantenerse lejos del enemigo".

"Nadie ignora que este caudillo, apoyándose exclusivamente en la plebe y gauchos de la campaña, se había hecho enemigas las otras clases superiores de la sociedad. Viéndolo seriamente ocupado en la guerra, que en alianza con Ibarra había emprendido contra Tucumán, pensaron en sacudir su yugo, y se fraguó y verificó en la capital una revolución que lo destituía del mando. Guemes, que sin ir a la guerra de Tucumán se había aproximado a la frontera, ocurrió presuroso con las fuerzas con las fuerzas que pudo reunir, a sofocar el movimiento, y lo logró con suma facilidad con sólo presentarse en Castañares, a las orilla de Salta (7). Los opositores, que se habían armado y formado muy seriamente su línea de batalla, corrieron a la sola aproximación de una guerrilla. En pocos momentos quedó todo concluido. Vencedor Guemes de sus enemigos interiores, se ocupaba de reafirmar su poder, arrestando a los revoltosos que caían en sus manos y sin hacer correr la sangre de ninguno, cuando ocurrió la catástrofe que acabó con su gobierno y su vida.

Llamada seriamente la atención de los españoles al norte por la expedición del general San Martín, habían trasladado a Lima la mayor parte de sus fuerzas, dejando en el Alto Perú al general Olañeta con un cuerpo de tropas que, si bien era respetable, no era suficiente para operaciones en grande escala. Sin embargo, era lo bastante no sólo para mantener en sujeción las provincias situadas al sud del Desaguadero, sino también para incomodar la de Salta".

"Olañeta había visto, sin duda con placer, la guerra intestina que había estallado entre los gobernadores de Salta y Santiago, por una parte, y el de Tucumán por la otra, y se había guardado bien de interrumpirla con un ataque inoportuno, pero cuando la capital de Salta se pronunció contra Guemes, ya creyó que podía sacar mejor partido. Contribuyeron también eficazmente a determinar sus operaciones las vivas solicitaciones de algunos de los prófugos de Salta, a consecuencia de la victoria de Guemes en Castañares, para que apoyase o hiciese resucitar la revolución que acababa de sofocar. Esto ya era renunciar a la causa de la independencia y hacer una verdadera traición a los principios políticos por que se había derramado tanta sangre. ¡Pero, a que extravíos pueden conducirnos las pasiones exaltadas! Entonces se vió a patriotas ardientes, que habían hecho grandes sacrificios por la patria, ir a prosternarse ante sus enemigos para rogarles que volviesen a uncirla al yugo que pesaba por más de trescientos años, a trueque que los libertasen de un hombre, que si verdaderamente mandaba con despotismo, sostenido exclusivamente en la plebe que acaudillaba, se veía constituido en circunstancias especiales, y que por grandes fuesen sus defectos, era el único dique que se oponía al retorno de la tiranía peninsular. Si Guemes cometió grandes errores, sus enemigos domésticos nos fuerzan a correr un velo sobre ellos, para no ver sino el campeón de nuestra libertad política, el fiel soldado de la independencia y el mártir de la patria".

"Sofocada la revolución interior, presos unos y dispersos los más de sus enemigos, se ocupaba el general Guemes de organizar su gobierno, y montar de nuevo los resortes de la máquina que fuera pocos días antes desquiciada; trabajaba para ello con incesante tesón, y una noche, a mediados del año 1821, despachaba con sus escribientes en casa de su hermana, doña Macacha (Magdalena) Guemes. Estaba en perfecta vigilia; tenía su caballo ensillado y una escolta de cincuenta hombres que, formados en la calle, descansaban con los suyos de la rienda. Pasaba con mucho de medianoche cuando, por un negocio cualquiera, mandó a un ayudante (un Refojo, si no me engaño), el cual, para evacuar la diligencia que se le encargaba, tenía que atravesar la plaza. Al llegar a ella, le dieron el ‘quien vive?’, y contestó, naturalmente, “la Patria”. Entonces la partida que lo había requerido le hizo una descarga. La casa de doña Macacha Guemes apenas dista dos o tres cuadras de la plaza, de modo que los tiros fueron perfectamente oídos. Guemes, según todo lo indica, creyó que era un movimiento interior de sus enemigos domésticos, y montando con su escolta se dirigió personalmente al lugar de los tiros; se hallaba a menos de una cuadra de la plaza cuando un segundo ¿quién vive? vino a interrumpir su marcha; sobre su contestación idéntica a la que había dado poco antes el ayudante, se hizo oir otra descarga más numerosa, que obligó a ponerse en precipitada retirada tanto a él como a la escolta; ésta siguió su fuga por la calle derecha que tenía, pero Guemes, que había quedado atrás, pensando sin duda zafar más pronto de la ciudad y ganar la campaña, donde tenía su poder y recursos (8), dejando seguir a los demás, dobló una calle a su derecha, poco menos que solo. Desgraciadamente para él, venía por la prolongación de esa calle que dejaba a su espalda una patrulla enemiga, la que disparó unos cuantos tiros, de los que uno lo hirió por la parte trasera del cuadril".

"Guemes, aunque gravemente herido, no perdió la silla, es decir, el lomillo que usaba, y se dejó conducir por el caballo hasta salir al campo. Desde allí, acompañado de tres o cuatro hombres, se dirigió a un espesísimo bosque, a distancia de diez o doce leguas de Salta, donde murió a los seis u ocho días, con los menguados auxilios que aquéllos pudieron proporcionarle. Uno de ellos fue a traerle al doctor don Antonio Castellanos quien, a pesar de ser su enemigo personal, es de creer que emplearía todos los recursos de su arte, sin que pudiese salvarlo. Nadie lo extrañó, porque le estaba (según se decía generalmente) pronosticado por su médico y amigo, el doctor Redhead. Conociendo éste la depravación humoral del físico de Guemes, que provenía de graves enfermedades sifilíticas que atacaron su juventud y que lo privaron de la campanilla, haciéndolo sumamente gangoso, le había anunciado que cualquier herida que recibiese le sería mortal. Así se explicaba esa costumbre constantemente seguida de alejarse de los campos de batalla; costumbre (cosa rara) quen no lo perjudicaba entre los gauchos, porque nadie lo suponía privado de valor personal. Cualquiera que sea la exactitud de la observación del doctor Redhead, era muy recibida, y yo la creí muy natural en sus efectos".

"Así concluyó este caudillo que tanto dió que hacer a los españoles, y bajo cuyo mando la heroica provincia de Salta fue un baluarte incontrastable de la república toda. Esos bravos salteños, esos gauchos desunidos y con poquísima disciplina, resistieron victoriosamente los aguerridos ejércitos españoles; sólos, abandonados a sí mismos, sin más auxilio que su entusiasmo, combatieron con indomable denuedo, y obligaron siempre a sus orgullosos enemigos a desocupar el territorio que sólo dominaban en el punto en que materialmente ponían la planta. Los Pezuela, los Serna, los Canterac, los Ramírez, los Valdés, los Olañeta y otros afamados generales realistas intentaron vanamente sojuzgarlos, ya empleando el terror, que ellos contestaban con cruentas represalias, ya el halago, que correspondían con burlesco desprecio. El mismo Guemes desechó patrióticamente, como creo haberlo indicado en otra parte, las más seductoras propuestas de los españoles, lo que apenas llamaba la atención, porque hasta el último de los gauchos pensaba del mismo modo, y hubiera hecho otro tanto. Sensible es que la valerosa provincia de Salta no haya tenido un historiador digno de sus hechos y de su gloria; quizá haya influido la acedía de los antiguos odios, porque no podría hablarse sin hacer el encomio de personas cuya conducta, en otro sentido, se reprueba y anatemiza. Es de esperar que en la calma de las pasiones levante alguno la voz para quen o queden en el olvido hechos ilustres de nuestra historia, y haga justicia a quien la merezca. Veamos ahora cómo el enemigo efectuó esa prodigiosa marcha y esa inaudita sorpresa".

"El general realista Olañeta, al ruido de las convulsiones interiores de Salta, se había aproximado, descendiendo de las fronteras del Alto Perú, hasta las inmediaciones del a ciudad de Jujuy, que sólo está a dieciocho leguas de la de Salta. De allí, sin duda, se proponía observar más de cerca los sucesos, para sacar el mejor partido. Quizás no hubiera pasado adelante Olañeta sin las sugestiones de unos muy pocos emigrados, que lo excitaron; más, al prestarse a su solicitudes, no creyó deber hacerlo sino por sorpresa y estratagema".

"Al mismo tiempo que levantó su campo aparentando retirarse, como lo hizo efectivamente por algunas leguas, destacó quinientos o seiscientos hombres de pura infantería, a cargo del célebre coronel don José María Valdés, conocido como el Barbarucho, para que, evitando todo camino, se internase en lo más áspero de la sierra, y cruzando la escabrosísima llamada de los Yacones, entrase de improviso en la ciudad de Salta. La simulada retirada de la fuerza realista es natural que debilitase la vigilancia de las partidas avanzadas, y como nadie soñaba que una fuerza considerable atravesase unas asperezas donde no pisaba planta humana, se había descuidado ese punto, de modo que Valdés pudo bajar la sierra, a dos leguas de la ciudad, en la que se internó a más de medianoche, sin ser absolutamente percibido. No llevaba Valdés un solo caballo, que tampoco hubiera podido transitar los precipicios por donde se arrastraba con sus soldados, y éstos guardaron un orden y un silencio tan profundos como pudiera hacerlo un solo hombre en una aventura nocturna. El resultado fue que ocupó la plaza principal sin que ningún habitante lo supiese, hasta el casual encuentro del ayudante Refojo, de que hemos hecho mención".

"A la mañana se limitó Valdés a ocupar estrictamente la plaza, guarneciendo los edificios principales como la catedral, el cabildo y otros, y a esperar pacientemente la venida del general, que según el plan convenido debía, en un tiempo dado, dejar su aparente retirada y volar en su auxilio. Así fue, pues, que Olañeta antes de seis u ocho días estuvo en Salta con el grueso de sus fuerzas, que montarían por todo a mil quinientos hombres".

"Se preguntará, ¿de qué se alimentó la tropa de Valdés durante los días que estuvo sin salir del recinto de la plaza?; lo que satisfaré del modo siguiente: en las diversas y repetidas incursiones del enemigo era sabido que emigraba una parte de la población, mas era muy difícil que lo hiciese toda ella; acostumbraban, pues, quedarse a su riesgo muchas familias que, o no tenían compromisos graves o que, compuestas de mujeres, ancianos o niños, no eran necesarios para la guerra. Como desde que ocupaba la ciudad el enemigo no se permitía la introducción de víveres, esas familias los acopiaban secos con gran anticipación, de modo que en previsión de un ataque, que siempre se temía, tenían las despensas bien provistas. Los enemigos, que no ignoraron esta circunstancia, hacían visitas domiciliarias y sacaban lo preciso para su subsistencia. Cuando la fuerza fue más, con la venida de Olañeta, ya pudo hacer salidas y buscar otros medios de proveerse".

"La conmoción interior de la capital contra Guemes había hecho ya fuerte sensación en la generalidad de la provincia, y su súbita ocupación por el enemigo, la herida y muerte del gobernador vino a colmar los ánimos del más completo estupor. Por algunos días no se notaba otro sentimiento, o por mejor decir, no se percibía ninguno, fuera de ese temor vago quien se comprende ni se explica bien. Nadie podía darse razón distinta de lo que pasaba, ni de las causas verdaderas que habían traído aquel estado de cosas. Las operaciones militares mismas se habían suspendido, y, sin haber transacciones de ninguna clase, parecía que se hubiese ajustado una tregua. Olañeta, o bien fuese que interpretó erradamente ese silencio, o que quiso sacar el partido posible, trató de popularizarse hasta contrariando las instituciones monárquicas que venía a plantificar. No puede clasificarse de otro modo el haber reconocido en el pueblo la facultad y el derecho de darse su gobernador; atribución de que nunca se pensó despojar la corona de España. El, pues, Olañeta, el general de vanguardia del ejército realista, el gobernador por nominación regia de la provincia de Salta, convocó al pueblo y mendigó sus sufragios, que se los dio cumplida, si no libremente. Constituido en esta tan extraña como nueva posición, empezó a negociar con la campaña, halagando a los gauchos y prodigándoles no menos caricias que dinero; pero esos incontrastables patriotas resistieron, a pesar de la acefalía en que estaban, toda clase de seducciones, y, vueltos de su primer estupor, se pusieron de pie para resistir la nueva forma en que se les presentaba la dominación española".

"El capitán de mi regimiento, don Jorge Enrique Widt, antiguo oficial de Napoleón, que había ido con Heredia desde Córdoba, se había ligado estrechamente con Guemes, le había servido muy útilmente para sofocar la revolución interna, y había obtenido toda su confianza; lo había hecho rápidamente ascender hasta el grado de coronel, y era considerado como su jefe de estado mayor. Esa circunstancia y la popularidad que había sabido granjearse, hicieron que los gauchos, a pesar de ser extranjero, lo mirasen como su jefe, y debe decirse, en obsequio de la justicia, que Widt correspondió a esta confianza, desechando proposiciones seductoras que le hizo el mismo Olañeta. Fue, pues, bajo las órdenes de aquel que medio se organizó la resistencia, y en que hubo uno que otro hecho de armas, que aunque no fuese feliz probó al jefe realista que estaba muy lejos de tocar el blanco que se había propuesto (9). Poco tardó en desengañarse del todo".

"Pasarían, a lo que recuerdo, dos o tres meses en que más bien Olañeta perdía que ganaba terreno, y mientras tanto la resistencia de la campaña empezaba a sistemarse; la carestía de víveres se hacía sentir, y los mismos prevaricadores principiaron a arrepentirse y volver de su extravío. El general español con su limitada fuerza no podía sostenerse, y tuvo que emprender su retirada al Perú, sin más ventaja que la muerte del general Guemes" (10).

NOTAS:

(1) Luego de la victoria de Puesto del Marqués, el Ejército del Norte continúa penetrando en las provincias alto-peruanas. El 20 de octubre la vanguardia, comandada por Martín Rodríguez, es vencida en Venta y Media. Poco después, el 29 de octubre de 1815, el ejército es completamente batido en Sipe-Sipe (al ser herido en Venta y Media, Paz no combatió en Sipe-Sipe; allí perdió el uso de su brazo derecho). Desde entonces los ejércitos revolucionarios no vuelven a penetrar en el Alto Perú.

(2) En Salta, como en la mayoría de las provincias del interior, la revolución de Fontezuelas (3 de abril de 1815) y la caída de Alvear provocaron la remoción de las autoridades locales designadas por el Directorio y su reemplazo por otras legitimadas por algún poder local. En marzo de 115 el Cabildo de Salta designó a Guemes como gobernador interino y reconoció a Rondeau y a Alvarez Thomas como Director y Director interino de las Provincias Unidas.

(3) Uno de ellos fue el brigadier don Martín Rodríguez, a quien se le puso una emboscada cerca de la “Cabeza del Buey”, que atacó de improviso su comitiva, hiriendo o matando a los que no huyeron prontamente. El célebre mulato Panana fue el caudillo encargado por Guemes de esta comisión. Rodríguez escapó por entre el bosque, teniendo que andar doce leguas a pie, pero su equipaje fue capturado y para prueba de que la partida obraba por orden superior, fueron rematados en subasta pública unos cubiertos de oro, que quizás fue lo único de valor que encontraron. Nada he ocultado de nuestras miserias de Chuquisaca, más los rumores de riquezas acumuladas y de cargamentos valiosos, eran embusteros y exagerados. Guemes dio un golpe en falso, de que sin duda tuvo que avergonzarse. Buena parte de la élite salteña era partidaria de los realistas. Otros eran hostiles a Guemes y a su “sistema”, consistente en mantener a sus tropas con los recursos de la gente pudiente de Salta. De ahí la hostilidad de casi todos ellos al caudillo salteño.

(4) Rondeau había participado del sitio de Montevideo, controlada por los realistas, primero a órdenes de Sarratea y, desde fines de 1812, comandando el ejército de las Provincias Unidas, que dirigió hasta la víspera misma de la caída de la ciudad. Durante todo el largo sitio debió enfrentar la hostilidad de Artigas, cuyo ataque resistió en el Cerrito, a fines de 1812. A esa experiencia alude aquí Paz.

“Eran en ese tiempo (1816) que Artigas, el célebre Artigas, hacía una guerra a muerte al gobierno general, que si tenía vicios y defectos, representaba los principios civilizadores, mientras que aquél se apoyaba en el vandalaje y la barbarie. Sin embargo, no faltaron hombres de buena fe y hasta de mérito que lo apoyasen, porque lo creían un instrumento útil para las reformas que creían necesarias” Sin duda se engañaban, como después lo han conocido y lo han confesado”.

Son éstos los años de apogeo del artiguismo; sólidamente arraigado en la Banda Oriental, Entre Ríos y Corrientes avanzaba ya sobre Santa Fe. En 1815 el general Alvarez Thomas, enviado por Alvear para combatir a Artigas, optó por pactar con éste y sublevarse contra el Director. Un año después se repitió la situación: el coronel Eustaquio Díaz Vélez, también enviado para combatirlo, firma con el Protector el tratado de Santo Tomé (9 de abril de 1816) y propicia la destitución de Alvarez Thomas. El federalismo se había extendido también a Córdoba, donde el gobernador José Javier Díaz simpatizaba con José Artigas, y a La Rioja, al tiempo que Guemes lograba que el Congreso aprobara su designación como gobernador de Salta. José María Paz escribe: “En el Paraguay, el año de 1846, tuve ocasión de conocer a este caudillo de triste celebridad; está muy viejo y vive de los cortos auxilios que le suministraba el gobierno de aquel estado. Sin embargo de su avanzada edad, y de treinta años de una especie de prisión que han pasado sobre su vida, no deja de conocerse, en ciertos rasgos, al caudillo y al gaucho preocupado contra los adelantos de la civilización. Ahora sólo inspira compasión y desengaños”.

(5) El convenio de Los Cerrillos fue firmado el 22 de marzo de 1816.

(6) Repetidamente hostilizaron los realistas a las provincias del norte, defendidas por Guemes. En los primeros meses de 1817 ocuparon Jujuy y Salta, que debieron abandonar enseguida. La situación se repitió a principios de 1818, cuando Olañeta saqueó Jujuy, al tiempo que liquidaba en las cercanías de Cochabamba y Tarija a las últimas republiquetas. La situación se estabilizó luego, pues buena parte de las tropas realistas fueron requeridas para la defensa de Lima, amenazada por San Martín. Hubo, no obstante, dos nuevos ataques a principios de 1819 y de 1820 y otro en 1821, en el que murió Guemes.

(7) En el mismo campo de batalla en que fueron vencidos los españoles ocho años antes.

(8) Aunque el general Guemes había ocupado la capital, no había establecido en ella su gobierno ni sus oficinas. Estaba campado fuera, y si esa noche se había detenido, era porque teniendo que despachar, podía quizá hacerlo con más comodidad. Todas sus fuerzas estaban a una legua de distancia, en dirección contraria a la que había traído el enemigo, y aún los presos políticos estaban en el campamento. No había, pues, guardia, ni fuerza pública, ni autoridades superiores en la ciudad: estaba pronta a ser abandonada, como sucedía en toda las invasiones.

(9) Para que se forme una idea de lo que era esta guerra, como son generalmente las de puro entusiasmo, no disgustará oir los detalles de un suceso de esta época, que tuve del mismo Widt. Según lo que se acostumbraba, después de haber hostilizado durante el día a los enemigos que ocupaban la ciudad, se retiró por la noche a un lugar fragoso, a distancia de cuatro leguas. Habiendo colocado una guardia avanzada de una legua, en un camino estrecho y preciso, se entregaron, él y su tropa, que sería como de cuatrocientos hombres, al más completo descanso. Con el fin de sorprender a esta fuerza, había salido la misma noche de la ciudad una división de infantería que hacía su marcha con el mayor silencio, pero que debía a tiempo ser sentida por la partida avanzada, si hubiera cumplido con sus órdenes. No lo había hecho así; pues el oficial, consultando su comodidad y acaso su seguridad, se había internado en el bosque a corta distancia del camino. Sea por casualidad, sea porque dejó algún hombre despierto, sintió la fuerza enemiga cuando pasaba o había ya pasado, de modo que ya no pudo dar el aviso al cuerpo de que dependía; se contentó, pues, con montar su tropa y seguir las huellas de la división enemiga, que tampoco había percibido su proximidad. Cuando ésta hubo llegado al campo de Widt, que estaba entregado a un profundo sueño, paciendo a soga los caballos, aunque ensillados y mezclados con los caballeros que estaban tirados por el suelo, en vez de penetrar silenciosamente, haciendo solamente uso de sus bayonetas, cuando estuvo, digo, a medio tiro de fusil, hizo una descarga general, que sin ofender gran cosa despertó a todos los dormidos, que trataron de escapar a pie o a caballo, como mejor podían. Lo célebre es que en este crítico momento, cuando el enemigo, en prosecución de su primera ventaja, se lanzaba para completar el desorden y la derrota del campo sorprendido, sintió que por su espalda sele hacía otra descarga, que aunque menos numerosa, indicaba a su proximidad otro enemigo con quien no había contado. Este enemigo (o amigo nuestro), no era otro que el oficial de la guardia avanzada que, como dijimos, después de haber sentido pasar al enemigo, siguió sus huellas muy silenciosamente. Si este buen paisano faltó terriblemente a los deberes militares abandonando el camino que se le había mandado guardar, y después, no dando la alarma al campo que debía cubrir; aunque no fuese sino con tiros disparados, aunque fuesen a la retaguardia enemiga, enmendó en cierto modo su falta, llamando poderosamente la atención de la división realista con su descarga cuando ella iba a completar su triunfo. Con este motivo ella se detuvo, dio media vuelta para contestar el fuego que le hacían, y dio tiempo para que se escapasen casi todos los hombres de Widt, aunque perdiesen la mayor parte de sus caballos; el mismo Widt salió a la grupa de un soldado. Ocho o diez muertos y quince o veinte prisioneros fue todo el fruto que reportaron los españoles; terminada la empresa, volvieron a encerrarse en la ciudad. El oficial de la guardia avanzada creyó haberse desempeñado perfectamente, y el jefe tuvo que callarse.

(10) El partido que se había opuesto a Guemes se organizó rápidamente, constituyendo la Patria nueva. Pero pronto una revolución de grupos adictos a Guemes los depuso del gobierno colocando en él a José Ignacio Gorriti, destacado jefe de la Patria vieja. Su gobierno, sin embargo, se apartó totalmente de los usos de Guemes.

FUENTE:

“Memorias (selección)”. José María Paz. Centro Editor de América Latina-Biblioteca Básica Argentina, 1992.

“Memorias de la prisión. Buenos Aires en la época de Rosas”. José María Paz. Edición en homenaje a la Revolución de Mayo. Eudeba, 1963.

BONUS TRACK 1

NdeH: Resulta para mi muy tentador agregar hoy fragmentos del libro "Belgrano y San Martín en el Norte (1812-1814). La guerra gaucha" de Martín Miguel Guemes Arruabarrena-Editorial Mundo-2016, en el cual el autor intenta contrarrestar la visión de la historia oficial porteña mitrista, que subestima el aporte del General Guemes en las luchas por la independencia. Entre otras hipótesis, el autor alude a la tergiversación de los verdaderos planes de San Martín, que contaba con Guemes para una acción ofensiva sobre el Alto Perú que convergiera con su avance sobre Lima. Esta estrategia fue boicoteada por el poder porteño (Rivadavia) y el gobernador Bernabé Araoz de Tucumán y terminó con el desmembramiento de la actual Bolivia. Para esa falsificación histórica, Mitre y VIcente FIdel López utilizaron una carta apócrifa de San Martín a Nicolás Rodríguez Peña de 1814.

Nos recuerda que Mitre era ahijado de Rondeau , con quien Guemes tuvo una controversia militar y política en 1815, negándose a desmovilizar las milicias gauchas para combatir al enemigo realista y distraer esfuerzos en luchas intestinas contra caudillos federales adversarios del poder porteño. Y que Belgrano fue la retaguardia del Ejército del Norte (inactivo tres años en Tucumán) mientras Guemes se bancaba solo y sin recursos del gobierno central cinco invasiones realistas bien pertrechadas (*).

La quinta parte del libro se titula, justamente: "El general José María Paz y sus infundios e inexactitudes sobre el general Martín Miguel de Guemes ¿un caso patológico de ignorancia o de envidia retrospectiva?" El autor alude aquí a las afirmaciones del prestigioso jurista cordobés Dalmacio Vélez Sársfield en una disputa pública que mantuvo con Bartolomé Mitre en 1864, en defensa de la valía de Martín Miguel de Guemes. Veamos:

"En el libro del que vamos hablando (NdeH: Historia de San Martín y de la independencia sudamericana" de Mitre, donde reduce el accionar de Guemes a mero defensor de la frontera norte), al ennumerar los principales oficiales del ejército de Perú afirma 'Guemes, a quien el caudillaje dio fama'. Esta ingrata calificación de uno de los primeros jefes militares de la revolución es también tomada de la 'Historia de Belgrano', en la cual se le da este nombre de caudillo, sin acordarse de que él fue el salvador de la Patria y la única esperanza de los pueblos despés de perdido nuestro ejército en las inmediaciones de Cochabamba (...) Se dice que el Comandante Guemes procuraba atraerse siempre la multitud, que se apoyaba en el pueblo bajo, del cual era idolatrado, que usaba las palabras de la plebe para atraérsela, aunque era un hombre de educación, lujoso en su traje y un cumplido oficial de línea. Estos pequeños defectos, si lo eran, han bastado para oscurecer su nombre, que debe estar al lado del de Bolívar por su heroica constancia, por haberse servido de todos los medios que tenía la provincia de Salta para detener al ejército vencedor de Sipe-Sipe (...) ¿Qué hizo este caudillo solo en la intendencia de Salta frente al ejército español, que en número de 8000 hombres tenía seguro llegar a Buenos Aires? Guemes sublevó a toda la intendencia de Salta, capitaneó la plebe, no respetó propiedad alguna para combatir al ejército español, pero nada tomó para sí, hizo lo que Bolívar en Colombia, hizo más que él, pues se hallaba en una pequeña intendencia con un ejército numeroso y orgulloso a su frente. Nadie pregunta por qué el ejército español después de vencidos nosotros en Sipe-Sipe no avanzó más hasta Tucumán. Nadie pregunta como salvaron las provincias de debajo de las tristes circunstancias en que se hallaron desde 1816. Es que el caudillo Guemes, ese hombre a quien se le culpa de haber procurado siempre atraerse las masas, se sirvió de esas masas para salvar su país y salvar la Revolución de Mayo. En toda la historia de la Revolución no hay época más digna para las Provincias Unidas que la de los cuatro años que corrieron desde 1817 a 1820 (...) ¿Quién había movido a esos pueblos? ¿Qué poder extraño los había comprometido en la revolución? ¿Cómo decir que Tucumán -para el ejército patrio- era territorio enemigo en 1812, cuando a los tucumanos se les debió la gran victoria obtenida a las inmediaciones de la ciudad? El general Belgrano era desconocido en esos pueblos. Su nombre sólo se había oído por su desgraciada campaña en Paraguay (...) No son los pueblos, la causa de nuestros errores en los primeros años de la revolución, sino los jefes que se pusieron a la cabeza de ellos. Pero ahora, para crear héroes con atributos que jamás tuvieron, es preciso infamar a los pueblos y dar el mérito de los hechos a hombres muy dignos por cierto, pero que lejos de arrastrar a las poblaciones con su palabra y su conducta fueron arrastrados por ellas y obtuvieron resultados que ellos mismos no esperaban (...) El general Guemes, a la cabeza del pueblo y de la campaña de Salta, acometió con todo valor al ejército español, lo diezmó en esos cuatro años por continuos combates, le quitó todos los recursos, en términos que el ejército enemigo necesitaba vivir de los auxilios que les mandaban desde las gargantes del Perú. A caballo día y noche, siempre estaba sobre el ejército español. Los combates más singulares sucedían diariamente; todos pueden ver los sacrificios de Salta, los hechos heroicos de sus hijos en la Gaceta de Buenos Aires desde 1817 (...) Entre tanto a Guems nadie lo auxiliaba. Vemos en sus notas rogarle al gobierno por 300 a 500 caballos que le hacían falta para acabar con el ejército español, auxilios que rara vez se le dieron. El general tuvo que usar de todos los medios desesperados que aquellas difíciles circunstancias le exigían. No quedó fortuna en la provincia de Salta que no sacrificaran al servicio de la Patria. Era preciso para esto, si se quieren, violencias de todo género pero llevaban el noble objeto de salvar a aquel pueblo y a las provincias de abajo, del poderoso ejército español. Esa guerra singular dio lugar a que el general Belgrano, cien leguas a retaguardia, formase un nuevo ejército que desgraciadamente no tuvo ya la fortuna de batirse con el ejército español. Bastaba para contenerlo en las invasiones que pensaban llegar a Buenos Aires el general Guemes, a quien en esa época todos miraban como el salvador de la Patria". 

(*) Desde 1814 hasta 1821, las milicias de Guemes vencieron seis invasiones realistas: Pezuela (1814); La Serna (1817), la más importante por la calidad de sus jefes; Olañeta (1817), Canterac (1820) y Olañeta (1821), cuyos efectivos sumaban total unos 20000 soldados. 

BONUS TRACK 2 Una pequeña semblanza en la columna semanal de Felipe Pigna en la revista Viva. 02/06/19.

Haciendo historia. Cómo fueron las últimas horas de Martín Miguel de Güemes

Herido, el caudillo fue tentado por los españoles con médicos y remedios. Cuál fue su respuesta. Revista Viva 02/06/19. Por Felipe Pigna.

En marzo de 1819 se produjo una nueva invasión realista y Martín Güemes se preparaba nuevamente a resistir y sabía que no podía contar con el apoyo porteño: su viejo rival José Rondeau era ahora el nuevo director supremo de las Provincias Unidas. La prioridad de Rondeau no era la guerra por la independencia sino terminar con el modelo artiguista en la Banda Oriental.

Los pedidos de ayuda de Güemes eran permanentes. No se resignaba a aceptar que a Buenos Aires no le importaba perder las provincias del Norte. Pero los auxilios no llegaron nunca. La situación se volvía insostenible: las clases altas salteñas le retaceaban su apoyo por el temor de aumentar el poder de Güemes, que tomó la decisión de aplicarles empréstitos forzosos sobre sus fortunas y haciendas.

Así se lo explicaba Güemes a Belgrano: “El patriotismo se ha convertido en egoísmo. Creía que asustando a estos caballeros, se ablandarían y me socorrerían. Pero me engañé. Ellos trabajan personalmente, y no exceptúan ni aun el solo caballo que tienen, cuando los que reportan ventajas de la revolución no piensan otra cosa que engrosar sus caudales.” (1)

Belgrano le respondía: “En la aduana de Buenos Aires hay depositados efectos cuyo valor pasa de cuarenta millones de pesos. Si lográsemos que se extrajeran para el interior, cómo tendríamos en los fondos del Estado, por derechos, cinco millones que todo lo adelantarían.” (2)

Pero los muchachos de la oligarquía salteña nucleados en La Patria Nueva no se iban a quedar tranquilos ante las medidas revolucionarias de Güemes. Varios de ellos habían huido a reunirse con el enemigo, y fueron ellos los que guiaron a la vanguardia española conducida por José María Valdés, apodado “el Barbarucho”, un coronel salteño traidor que estaba a las órdenes del ejército español. Las fuerzas de Barbarucho avanzaron hasta ocupar Salta con el apoyo de los terratenientes y comerciantes el 7 de junio de 1821.

Güemes se refugió en casa de su hermana Magdalena Güemes de Tejada, conocida como “Macacha”. Mientras escribía una carta, el líder “infernal” escuchó disparos y decidió salir por la puerta trasera. Logró montar su caballo y emprenderla al galope pero recibió un balazo letal. Llegó gravemente herido a su campamento de Chamical con la intención de preparar la novena defensa de Salta. Finalmente fue trasladado a la Cañada de la Horqueta donde pasó sus últimos diez días de vida.

En dos ocasiones el jefe español Olañeta le envió emisarios. Le ofrecía un médico y remedios, y volvía a intentar sobornarlo. Güemes les respondió convocando a su segundo, al que le ordenó: “Coronel Vidt, ¡tome el mando de las tropas y marche a poner sitio a la ciudad y no descanse hasta no arrojar fuera de la Patria al enemigo!” Miró al oficial español que le traía la nota de Olañeta y le dijo: “Señor oficial, está usted despachado”.

El 17 de junio de 1821 los pobres de Salta y sus alrededores se quedaron sin padre. Moría Martín Miguel de Güemes. Todo aquel pueblo concurrió en masa a su entierro en la Capilla de Chamical.

La Gazeta de Buenos Aires, lejos de los ideales de su fundador, Mariano Moreno, y cerca de los de Rivadavia, informaba feliz a sus escasos lectores: “Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos. ¡Ya tenemos un cacique menos!”

El pueblo de Salta le rindió al jefe de los infernales el mejor homenaje, el que él pidió. A los diez días de su muerte, al mando del coronel Vidt, pudo recuperar la ciudad de Salta de manos de los realistas y expulsarlos del Norte argentino.

Citas: 1. Carta de Güemes a Belgrano, de 1818. 2. Carta de Belgrano a Güemes, fechada el 7 de junio de 1819, en Gandia, obra citada. 

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