viernes, 6 de enero de 2012

1. El general José María Paz



Si chusmearon un poco este modestísimo blog habrán descubierto mi interés por la historia argentina. Igual que me pasa con el entendimiento de la política o de las ideologías, con el paso de los años he ido aprendiendo que no todo es blanco o negro y que una división entre buenos y malos solo sirve como muleta para no agobiar nuestras cansadas mentes saturadas de información. Es muy humano eso de clasificar rápidamente todo lo que nos rodea para conseguir algo de seguridad en este vórtice imparable que es el mundo.

Empecé a leer historia motivado por un profesor de la secundaria que en el destape político de los 70's nos insinuó las versiones de José María Rosa y Fermín Chávez. El problema es que cuanto más leés del tema más complejo resulta tirar promedios que sinteticen los derroteros de las figuras y partidos que disputaron el poder por estas tierras. Al menos para un tipo con una inteligencia mediana como la mía, aclaro con sinceridad (no se que puede pasar en otros casos). Para ponerlo en términos llanos, voto sin duda alguna por el simplista eslogan "San Martín-Rosas-Perón" confrontado a las políticas liberales practicadas en la Argentina. Pero, en mi criterio, ambas posiciones no alcanzan a explicar nuestra trayectoria. Lo mismo pasa con una extrapolación en el tiempo de la antinomia del siglo XIX, "unitarios o federales".

Con los años -siempre como hobbie- empecé a husmear en fuentes no afines a esas predilecciones. ¿Porqué no leer el famoso "Facundo, civilización y barbarie" del Domingo Faustino Sarmiento? ¿El sanjuanino fue un prócer intocable o un acomplejado racista maligno? ¿Mitre era el bronce que nos enseña su diario La Nación o un loco egomaníaco? ¿Estos dos enemigos íntimos no tuvieron ninguna medida económica patriótica? ¿Los federales eran todos democráticos y dignos representantes populares? ¿Es mentira que gustaban de lo ajeno?

Ni recuerdo como, cayeron en mis manos dos selecciones parciales y distintas de las memorias que escribiera el general cordobés unitario José María Paz entre los años 1839 y 1849, donde resume sus vivencias durante unos cuarenta años de historia argentina. Nada menos. Me apasionó ver a través de sus ojos los sucesos que relata y, principalmente, me sorprendió como califica a las figuras políticas contemporáneas suyas al lado de quienes luchó por sus convicciones y con las cuales disputó el poder. Me llevé muchas sorpresas.

Paz aclara que no vale la pena mentir: "Si no ha de decirse la verdad más valiera tirar la pluma... escribo solamente para hacer conocer sucesos que he presenciado, presentándolos en su verdadero punto de vista, y sirviéndome para ello de la verdad más severa, según mis convicciones y mis recuerdos"

Una declaración digna que no garantiza objetividad. Pero, la convicción que pone en sus principios y el hecho que sus propios rivales destaquen la intachable moral del general cordobés reduce el margen de error para usar esa información de primera mano y desenmarañar algunos vericuetos de la historia.

Las ediciones que mencioné son:

* “Memorias (selección)”. José María Paz. Centro Editor de América Latina-Biblioteca Básica Argentina, 1992.
* “Memorias de la prisión. Buenos Aires en la época de Rosas”. José María Paz. Edición en homenaje a la Revolución de Mayo. Eudeba, 1963.

Mi intención es compendiar sin modificar, "cortando y pegando" -en varias y sucesivas entradas- algunos pasajes dispersos de las memorias de José María Paz en forma temática alrededor de personajes históricos que el famoso "manco" analiza en distintos momentos cronológicos. A mi me sirvió para ejercitarme y repreguntarme cosas. Quizá también para que algún lector curioso que buscando algo de historia aterrice en este blog, pueda toparse con comentarios jugosos que no se encuentran en un típico libro de historia de trazos gruesos.

Empiezo en esta entrada con una síntesis que hice de la información de los prólogos biográficos de Paz que ofrecen esos libros (el del primero de ellos está firmado por el historiador José Luis Romero; el 2do. no indica autor), más alguna ingerencia extra obtenida de otras fuentes. Horanosaurus.

José María Paz nació en Córdoba en 1791. Era hijo de dos criollos. Estudió una especie de bachillerato de esos tiempos y siguió tres años de leyes en el Colegio Monserrat de la ciudad mediterránea. Pero cuando en 1810 pasa el Ejército del Alto Perú hacia el norte lo habría convencido Juan Martín de Pueyrredón de sumársele e interrumpe todo.

Imbuído por el espíritu casi unánime entre los políticos porteños de la época, sentía aversión por las manifestaciones populares, todo aquello que no viniera de la clase "decente y principal". Por eso, califica a la pueblada del 5 de abril de 1811 que apoyara a Saavedra y culminara con la formación de la efímera Junta Grande representativa del interior como "el primer brote anárquico que tuvo que enfrentar la revolución de mayo". A pesar de ser cordobés, compartía la visión porteña del país.

Se identifica pronto con la nueva profesión militar. Estuvo en la guerra de la independencia contra los realistas y, luego, en la campaña del Brasil, en 1828. Desde 1829 a 1831 y entre 1840 y 1854, se dedica a las luchas de la guerra civil y combatir la tiranía rosista. En el medio debe soportar ocho años de cárcel.

En la guerra de la independencia llegó al grado de coronel. Conoce el triunfo en las acciones de Tucumán y Salta y la derrota en Vilcapugio y Ayohuma. Poco después, en la batalla de Venta y Media, le dañan el brazo –que le queda inutilizado- y desde ahí es conocido como “el manco Paz”.

El Director Supremo Pueyrredón manda al ejército nacional a reprimir la insurgencia de los federales: tiene algunas escaramuzas contra Artigas y contra las montoneras de Estanislao López en Santa Fe, en 1819.

En 1820 se disgrega el ejército por la crisis de gobierno y el general Juan Bautista Bustos, junto a Alejandro Heredia, subleva al Ejército del Norte en Arequito para quedarse con el gobierno de Córdoba. El entonces comandante Paz los apoya al principio pero pronto se arrepiente. Más San Martín que Belgrano desobedecieron órdenes del gobierno centralista y se negaron a guerras fratricidas. Paz cayó en la trampa y no siempre mide con la misma vara de que lado está la legalidad. 

José María Paz vuelve a las andadas en 1823 a cargo de una expedición auxiliadora que debía colaborar con Sucre y San Martín en el Alto Perú pero la derrota definitiva de los realistas se da antes y estalla el conflicto con Brasil (1826-1828). Ahí lo mandan a sus 36 años, y en la batalla de Ituzaingó gana el grado de general. Al retirarse Alvear al frente del ejército, se lo encomiendan a Paz. Es el primer comandante general de carrera del país. En esta etapa desarrolló un gran conocimiento de táctica militar, tanto que las cinco batallas que preparó y dirigió fueron cinco éxitos completos.

Al retornar, más guerra civil: marcha a Córdoba a luchar contra los caudillos. Fue uno de los pocos unitarios que aplaudieron el fusilamiento de Dorrego. Vence a Juan Bautista Bustos en San Roque-Córdoba (abril 1829) y luego al imbatible Facundo Quiroga junto a Bustos en la memorable batalla de la Tablada (1829) y otra vez en Oncativo (febrero 1830). Sus lugartenientes Juan Esteban Pedernera y Juan Pascual Pringles son acusados de atropellos y fusilamientos y Paz de utilizar los mismos métodos coercitivos de financiamiento militar que sus rivales federales.

Cuando estaba en su apogeo político y militar, dominando y aliado a nueve provincias, al estar haciendo un reconocimiento de terreno, una partida enemiga le bolea el caballo y lo apresa. Corre 1831. Preso primero de Estanislao López en la aduana de Santa Fe, al tiempo Juan Manuel de Rosas lo hace trasladar a Luján-Buenos Aires. No la pasa bien pero se le permite casar con su sobrina Margarita Weild después de obtener permiso del gobierno, los parientes y la iglesia (ella tenía 21 y él, 44); tienen varios hijos. En abril de 1839, el Restaurador le reconoce el grado militar y le permite vivir en Buenos Aires con la condición que se reporte periódicamente a la policía. Contra su voluntad se presenta en dos oportunidades en la casona de Rosas y –aunque se siente observado por el gobernador- sólo es atendido por su hija Manuelita. Después de unos meses, se fuga a Colonia, Banda Oriental, durante el   bloqueo francés del Río de la Plata. Tiene desavenencias con el jefe opositor de los unitarios exiliados allí, Juan Lavalle, en un típico choque de egos. 

En 1840 va a Corrientes para organizarle el ejército al gobernador Pedro Ferré y dirige una primera campaña, ganando la batalla de Caaguazú (noviembre de 1841), donde vence al entrerriano Pascual Echague. Renuncia a su puesto y en diciembre de 1842 le confían la defensa de Montevideo, sitiada por las fuerzas de Oribe (aliado de Rosas). Otra vez desavenencias con los opositores al Restaurador, renuncia en 1844 y se embarca a Río de Janeiro.

Entre enero-1845 y abril-1846 desarrolla la segunda campaña de Corrientes, que gobierna Joaquín Madariaga, contra el invasor entrerriano Justo José de Urquiza. Pero los dos rivales terminan pactando. Se retira y vive unos meses en Paraguay. Pasa en junio de 1847 otra vez a Río de Janeiro, donde vive de una huerta; allí mueren su esposa y su noveno hijo.

Se entera del pronunciamiento de Urquiza (01/05/1851), adhiere al movimiento y cuando se produce la batalla de Caseros (03/02/52) retorna a Buenos Aires desde el exilio. Cuando esa provincia rompe con Urquiza y se separa de la Confederación, actúa en la defensa de la ciudad sitiada (enero a julio de 1853). Se desempeña como ministro de guerra del gobierno bonaerense. Muere el 22 de octubre de 1854. Al poco tiempo trasladan sus restos  a la catedral cordobesa.

Respecto a sus Memorias, comenzó a escribirlas en 1839 cuando vivía “custodiado” en Buenos Aires. Las interrumpe unos años y las continúa y termina en Río de Janeiro, en 1849. Relata sus participaciones militares desde 1811 hasta la segunda campaña de Corrientes. Las publicaron sus hijos después de su muerte, dividida en tres partes: Campaña de la Independencia, guerras civiles y campañas contra Rosas. Dos partes inéditas fueron la campaña de Brasil y el sitio de Montevideo: algunas partes se perdieron y otras sus hijos no quisieron publicarlas por sus comentarios crudos sobre ciertas personalidades que todavía vivían. Algunos le refutaron sus versiones en su momento.

“Si no ha de decirse la verdad más valiera tirar la pluma”, repite el autor. “Escribo solamente para hacer conocer sucesos que he presenciado, presentándolos en su verdadero punto de vista, y sirviéndome para ello de la verdad más severa, según mis convicciones y mis recuerdos”.

El historiador Luis Alberto Romero comparó la pluma de José María Paz con la de Sarmiento: “La agudeza de la percepción de Paz quizás solo sea superada, en su tiempo, por la de Sarmiento (…) difirieron en la pasión, presente en cada página del sanjuanino y contenida en Paz, al punto de desvanecerse tras un discurso lógico y desencantado a la vez. Pero sobre todo difirieron en que, pese a haber sido generales ambos, Sarmiento siempre fue un civil y Paz, antes que nada, un hombre de armas, cuya visión de la sociedad y la política de su siempo era el resultado de una transposición, casi una generalización de su percepción directa de la realidad militar (1)”. Sigue Romero: “Todo estuvo siempre contra él, desde jefes como Lavalle a caudillos como (Fructuoso) Rivera, desde generales ineptos como Rondeau hasta políticos de miras cortas, como los Madariaga...”

Se quejaba Paz del poco profesionalismo militar: “No hay ciencia militar y todo se confía al heroísmo. No hay orden ni previsión en el manejo de abastecimientos y dinero. Por todas partes existe una ‘relajación escandalosa’, al punto que oficiales y soldados viven y aún combaten acompañados de ‘sus mancebas’. Prepotentes frente a los civiles, los militares se creen con derecho a todo. Inclusive los subordinados no respetan a sus jefes y éstos, a su vez, confían en hacerse populares siendo condescendientes, permitiéndolo todo y practicando una escandalosa demagogia…” Y hasta reconocía que legisladores y leguleyos se abusaban de la buena fe, las necesidades y la ignorancia de muchos militares para usarlos en pos de empresas criminales.

Percibe anarquía en la sociedad, no le gusta y se siente obligado a combatirla. Con los ojos de su tiempo, la ve escindida entre “gente decente” y “pueblo”, la parte ignorante que se rebela contra la parte ilustrada. Paz no simpatiza de gauchos y considera que los caudillos representan el totalitarismo (para el historiador Salvador Ferla, Paz es un arquetipo de lo que hoy llamamos 'gorila'). 

Se identifica como unitario y con las ideas liberales y de civilización. Fue un hombre de probidad nunca desmentida que abominaba de la lucha de facciones que, lamentablemente, escribían (y siguen escribiendo) la realidad. Por eso aunque todos lo respetaban, lo miraban con desconfianza (2). 

Andaba con un traje de campaña raído porque no podía costearse el uniforme de su grado: oficiales y amigos le debieron regalar uno. Conoció gloria y pobreza, sufrió padecimientos bravos pero mantuvo siempre una línea de conducta. Una honorabilidad proverbial que le da el legítimo derecho de fijar posiciones sobre las pasiones de la época que intentó cambiar. Un derecho que otros supuestos próceres de nuestra historia, justamente por su falta de probidad, directamente no tienen.

NOTAS Y ACLARACIONES

(1) Al relatar su escape de Buenos Aires, Paz escribe: "La lancha venía a disposición de los pasajeros, de modo que podíamos dirigirnos a los buques (franceses) bloqueadores o en derechura a la Banda Oriental del río. Esto fue lo que preferí y a que se prestaron todos, porque sentía repugnancia el tener que huir de mi país y asilarme bajo la bandera que lo hostilizaba". Algo más que lo diferenciaba del pensamiento de Sarmiento.

(2) Relata el mismo General Paz: "Nunca pertenecí a facciones, de modo que aunque me haya implicado en los partidos políticos he huido, no sólo de las exageraciones, sino también de esas tendencias exclusivas de que adolecen los hombres que dependen de aquéllas. Un sentimiento de equidad me ha hecho, en lo general, ser justo hasta con mis enemigos; y otro, que es consiguiente de aquél, me ha constituido siempre en una cierta independencia de mis amigos, en la que no he creído razonable y arreglado a justicia. Semejantes ideas no podían convenir a hombres apasionados, a quienes, más que el bien público, anime el espíritu de facción y los intereses de partido. Agréguense a esto las ambiciones, los odios, las venganzas, la codicia y otras pasiones, que sin duda serían contrariadas por el poder de un hombre que no estuviese dispuesto a capitular con ellas y se hallará la explicación de la frialdad y hasta malquerencia que he experimentado de una gran parte de los sectarios de la unidad, en cuyo bando estaba inscripto y por el que había hecho tantos servicios y sacrificios"

OTRAS ENTRADAS DE ESTE BLOG RELACIONADAS:


....
20/11/10 – Vuelta de Obligado



No hay comentarios:

Publicar un comentario