martes, 30 de septiembre de 2014

40 años cruciales de historia según Perón parte 2 (San Martín, Rosas y el traidor Urquiza)



Después de un encuentro social, en la primavera de 1967, Juan Domingo Perón invitó a su casa de Puerta de Hierro del exilio madrileño al periodista argentino Eugenio Rom. Eso era cuando aquí, en la Argentina, el dictador Onganía estaba sentado arriba de las urnas, mientras 'el General' era ignorado y traicionado políticamente por dirigentes ambiciosos de baja calaña y antes que el conductor se convirtiera en referente y dominara estratégicamente el futuro político argentino desde España. En sucesivas entrevistas le dió a Rom una lección abreviada de historia nacional que Rom grabó y tradujo añares después en "Así hablaba Juan Perón" (Peña Lillo Editor, 1980). Una síntesis que fue festejada en su momento por el mismísimo José María 'Pepe' Rosa. “La explicación del pasado argentino que Perón ha logrado sintetizar en estas pocas páginas, a mi me ha costado el esfuerzo de tener que hacer trece volúmenes de Historia Argentina”. Pavada de definición brindada por uno de los más prestigiosos historiadores nacionales, a su colaborador Daniel Di Giacinti. En “Perón según Eugenio Rom”, anterior entrada de este blog, encontrarán la visión del periodista sobre la faceta humana del General y su entorno. De algunos capítulos de ese libro están extraídos los párrafos que vienen, que sintetizan 40 trágicos años que decidieron el perfil que tendría nuestra historia hasta casi la mitad del del siglo XX. Horanosaurus.

Viene de: 


(...) Se presenta la intervención de Francia e In­glaterra como una "mediación". El pretexto será el conflicto interno uruguayo y la ayuda que presta Rosas a los partidarios de Oribe.  La "escuadra conjunta" llega a Buenos Aires. Inmediatamente exige el retiro de la escuadra de Brown de Montevideo, asi también el de las tropas argentinas auxiliares de Oribe. Dan 10 días de plazo.

Arana, Ministro de Rosas, actuando por orden de éste, rechaza el "ultimátum". Rosas hace publicar el "ultimátum" en los diarios de Buenos Aires, conjuntamente con toda la documentación, en su poder, sobre la intervención de los "unitarios" en la "reunión diplomática de mediación" celebrada en París. Pone en descubierto las maniobras de Francia, Inglaterra y Brasil. Los que peor quedan, son indudablemente los exiliados unitarios de Montevideo. Sarmiento, exiliado en Chile, propone a las autoridades de ese país "quedarse” con "toda la Patagonia” argentina.

La escuadra anglo-francesa, se apodera de la escuadra argentina y desembarca la infantería de marina en Montevideo,  para "protegerla". Gran alegría de los unitarios.

El país argentino entero, gobernadores, caudillos, generales, legislaturas, etc., envían nota de apoyo, al gobierno nacional. El autor del Himno Nacional, Don  Vicente López y Planes, compone una "Oda patriótica" en apoyo de Rosas. Se recita en todos los teatros y plazas.

El general Rosas moviliza a todo el país para defender el honor argentino y la Independencia Nacional. Rompe relaciones con Francia e In­glaterra.
Brasil todavía no ha mostrado las uñas.

La escuadra enemiga bloquea el puerto de Buenos Aires y los ríos navegables. Remonta el Paraná y el Uruguay, saqueando y matando. Aplausos de los unitarios de Montevideo. Varios de ellos se han embarcado en la misma en calidad de "asesores". Pagos, por supuesto.

Rosas trata de cerrarles el paso en un recodo del Paraná. Con fuerzas terrestres y de artillería refuerza las defensas de la Vuelta de Obligado. Pone las tropas al mando del general Mansilla, que es su cuñado y hombre de confianza. Cuenta con 2.000 soldados. Flamea en ambas riberas del río, la bandera azul y blanca. Ataca la escuadra enemiga. La resistencia es heroica, pero se está en neta inferioridad de fuego. Al cabo de varias horas de bombardeo, desembarca la infantería anglo-francesa y se combate cuerpo a cuerpo. Dos horas más de lucha y los argentinos se retiran dejando 650 bajas. Los “asesores", observan desde los buques franceses. Repugnante. Sin embargo, "Obligado" fue el principio del fin de la intervención. A partir de allí todo buque enemigo debió navegar con escolta militar. A pesar de eso, igual­mente era atacado. Con lo que fuere, cañones, balas, fuego, piedras. Cada viaje era un infierno. Se dieron cuenta que tendrían que pelear metro a metro, y no estaban en condiciones militares para eso.

El general San Martín, envió una nueva carta a Rosas desde Francia. Ofrecía nuevamente sus servicios "para lo que fuese" y terminaba dicien­do "su lucha es de tanta trascendencia, como la de nuestra emancipación de España".

Así las cosas, Paz, que está nuevamente en Corrientes, aprovecha para firmar una "alianza' con el Paraguay. Se facilitará la "entrada de tropas paraguayas” a nuestro país, a fin de luchar contra Rosas. ¡Linda actitud! Contra él, marcha el Ejercito de Operaciones, al mando de Urquiza. El ejército de Paz, denominado con cierta ironía, "aliado pacificador", reúne 10.000 soldados, contando los paraguayos. Urquiza tiene 5.000. No obstante, en una rápida eficiente campaña los derrota completamente.

Pero, la guerra contra Argentina es muy impopular en Europa. La opinión pública presiona enormemente. Por otra parte, las escuadras se encuentran en un callejón sin salida, porque no pueden irse (sería un papelón) , ni desembarcar, porque serían seguramente derrotadas.

Llega a Montevideo la escuadra brasileña. Y con la escuadra el dinero. Corre el año 1846. El ejército del Brasil está apostado en la frontera con Uruguay. Se tiene la impresión de que estallará la guerra con el Im­perio de un momento a otro. Los exiliados unitarios se embarcan en la flota imperial y actúan como siempre de "asesores", esta vez del Brasil.

Pero, en Europa la cosa no da para más. La opinión pública presiona y se decide negociarla paz. A tal efecto se envían nuevos embajadores al Río de la Plata.  La negociación es larga, porque Rosas se muestra irreductible. Sostiene que Francia e Inglaterra deben retirarse, devolver todo lo que han tomado y desagraviar al Pabellón Argentino. La  negociación entra en un callejón sin salida.  Las  potencias extranjeras consideran que no pueden hacer ese papelón ante el mundo. Pero Rosas puede esperar. Y espera. En esos momentos todo el país está en orden. No queda ninguna tropa unitaria operando en el interior, ni tiene ningún conflicto fronterizo. Salvo la situación del Brasil, claro, pero bueno, eso es “crónico”. Cansada de seguir en este asunto, Inglaterra, por su cuenta, decide levantar el bloqueo y allanarse a las negociaciones de paz. No así Francia, que inicia sus contactos con el Brasil para una acción conjunta. Por supuesto que, por medio de los unitarios de Montevideo. En eso están cuando en París estalla una revolución  y se instala la República. 1848. El panorama cambia completamente. El jefe de la escua­dra, por las dudas, y por su cuenta, levanta el bloqueo.

El puerto de Buenos Aires, queda nuevamente libre. Brasil da marcha atrás apresuradamente. Sabe muy bien que "solo", no puede enfrentar a la Argentina. En adelante inicia una larga, paciente, y prolija búsqueda de nuevos aliados. Con el tiempo encontrará uno ideal, ya lo veremos. Mientras tanto, las potencias negocian la paz con Rosas. El sigue "en sus trece":  devolución de todo y desagravio a la Bandera. Tanto Francia como Inglaterra, reciben el mismo trato. Respe­tuoso pero irreductible, por parte del Jefe de la Confederación Argentina. Finalmente en el año 1849, se firman los tratados de paz, en las condiciones que exige nuestro País. Cumpliendo el mismo, se levantan también las tropas europeas que están en Montevideo y las dos escuadras se retiran. Es el triunfo total de la política de soberanía argentina.

Suenan los cañonazos de las escuadras antes de partir, en desagravio a la bandera azul y blanca de nuestra patria. Las escuadras que parten, son nada más, que las de las dos naciones más poderosas de la tierra.

Las noticias llegan a Francia, justo a tiempo para alegrar los últimos días del general San Martín. Muere en 1850. En un inciso especial de su testamento, lega su sable de la Independencia "al general argentino Don Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que como argentino, he tenido al ver con cuanta altura ha sostenido el honor de la Patria". Está todo dicho.

Los preparativos bélicos del Brasil sufren una nueva demora. Estallan movimientos republica­nos en el interior y se desata una ola de peste amarilla.
Rosas, rompe relaciones con el Imperio y se prepara para la guerra. Reconstruye la escuadra y refuerza con todo el material y hombres que puede al Ejército de Operaciones al mando del general Urquiza. Como era de esperar, los argentinos de Mon­tevideo preparan un "Plan de Guerra" para ponerlo a disposición del Brasil. Pero el Imperio no se mueve. Hasta que no encuentre un aliado no piensa hacerlo. Si la guerra comenzara en esos momentos, nadie duda que el triunfo sería para la Argentina.

En eso estaban las cosas al comienzo del año 1851, cuando se produce el hecho más increíble de la historia argentina y uno de los acontecimientos más vergonzosos de la historia universal. El general en Jefe del Ejército de Operaciones argentino, para la guerra contra el Brasil, Don Justo José de Urquiza, entra en tratativas con el enemigo, para pasarse a él, y arrastrar las tropas que el país ha puesto bajo su mando y responsabilidad. Así también, todos los pertrechos y armamentos a su disposición. Por supuesto que las negociaciones son lentas y "secretísimas". La posición de Urquiza, al mando del ejército más poderoso de esta parte de Sudamérica, en esos momentos, le da una carta de triunfo que sólo está dispuesto a entre­gar a muy alto precio. Sobre todo dinero. Mu­cho dinero. Y además la flota del Brasil, que es indispen­sable en este caso. Con la del almirante Brown no puede contar. El Almirante no "se vende".

La coordinación y el "manejo" de las tratativas, desde luego que está, como siempre, a car­go de los exiliados argentinos de Montevideo. Rosas, que ignora todo esto, declara formalmen­te la guerra al Brasil. Urquiza se pronuncia en marzo de ese mismo año contra Rosas. Ya ha "arreglado" con el Brasil. Acto seguido, entra en el Uruguay para atacar al ejército de Oribe que sitia Montevideo y permanece leal.

En cumplimiento de lo "pactado", las tropas de Brasil cruzan la frontera y entran también en el Uruguay. Las comanda el Marques de Caxias. No hay batallas. Oribe nada puede contra esas tropas. Entrega su ejército y se le permite retirarse. Otra cosa no podía hacer. Traicionado por Urquiza, el país queda desguarnecido.

Rosas ha perdido en dos meses, sus dos mejores ejércitos. Se dirige precipitadamente a Santos Lugares a organizar una fuerza en base a tropas reclutadas a último momento y sin ninguna experiencia, la mayoría de ellos. Pero, dice, "Buenos Aires no se entregará al extranjero sin luchar". Desoye el consejo de sus generales de internarse en el interior y esperar los refuerzos de los caudillos, que le son adictos en su totalidad.

Urquiza, con su ejército reforzado con las tropas tomadas a Oribe, con más las tropas del ejército brasileño, emprende el camino de Bue­nos Aires. Cuenta con casi 40.000 hombres. An­tes de movilizarse ha exigido que se le de “todo el dinero prometido". Se le da la mayor parte, "el resto" al entrar en Buenos Aires. Quedan en el Uruguay 12.000 hombres del Brasil. Por las dudas. Ante la entrada de las tropas brasileñas al te­rritorio argentino, Rosas recibe numerosas adhe­siones. Entre ellas la de varios jefes unitarios, que se sienten "repugnados" por lo que está ocurriendo y vienen a ofrecer sus espadas para luchar contra el extranjero y contra los traidores. Rosas los acepta y les da mando de tropas.

La batalla se dio en Morón. Las fuerzas nacionales poco pudieron hacer contra un enemigo que las duplicaba en número y armamentos. La historia escolar la conoce como de “Caseros”,  porque los brasileños exigieron que así se llamara, dado que a la División de ese país le tocó pelear en un sector conocido como “Palomar de Caseros”. En la historia de Brasil, se la llama “la revancha de Ituzaingó” y “fin de la guerra contra Argentina”. En todas las las ciudades de ese país, hay una calle o avenida que lleva su nombre. ¡Es lógico!  Lo realmente increíble, es que en Buenos Aires y varias ciudades del interior, también hay calles que se llaman así.

Bueno, Rosas renunció y se asiló en Ingla­terra. Urquiza se proclamó Director provisorio de la Confederación. El día 20 de febrero de 1852, aniversario de la batalla de Ituzaingó, el ejérci­to brasilero entró en Buenos Aires, con charan­gas y banderas desplegadas a su frente. Se fusiló y degolló a tanta gente, que el río que cruza Palermo, dicen los testigos de la época, bajaba con sus aguas de color rojo.

Urquiza con la cabeza fría, aprovechando la euforia de sus partidarios con el triunfo, pidió más dinero al Brasil. Se lo dieron, pese a que ya habían empezado las discusiones y las desave­nencias entre ellos. En esto estaban, cuando saltan a la luz los acuerdos secretos, y Brasil comunica que se queda en el Uruguay, con su ejército. Exige a ese país cuatro millones de pesos fuertes, como gastos de guerra y se incauta de los territorios orientales cedidos por Urquiza. Ante los hechos consumados, Inglaterra movilizó su diplomacia para tratar de recuperar las ventajas comerciales que había perdido dos años antes, en el fracaso del bloqueo al puerto. Por lo pronto, exigió la famosa "libre navegación" de los ríos interiores.

Instalado en Buenos Aires, Urquiza tambiénn moviliza su estrategia. Por lo pronto, le convenía mantener al elenco de gobernadores rosistas en las provincias del interior. Si se entregaba totalmente a los unitarios, estos a la larga, seguramente le "presentarían la cuenta" de sus muchos años al servicio de la Federación. Su "espada libertadora" había cortado mu­chas cabezas de unitarios y estos no lo habían olvidado. Así que comisionó a Bernardo de Irigoyen al interior, para invitar a las provin­cias a una reunión conjunta y allí fijar la conduc­ta a seguir.

La provincia de Buenos Aires, fue convocada a "elecciones". Por supuesto que con lista única. Ganan los unitarios. Eligen Gobernador, por pedido de Urquiza, al viejo don Vicente López y Planes. Presidente del Tribunal de Justicia de Rosas.

Los caudillos del interior, se reúnen en San Nicolás de los Arroyos y firman, precipitada­mente un "acuerdo". Se designa a Urquiza Director de la República Argentina y se llama también a un Congreso Constituyente.

La recientemente implantada Legislatura de Buenos Aires, rechazó el acuerdo y el viejo López  debió renunciar. Muy disgustado Urquiza, intervino la provincia y resolvió "asumir el gobierno de la provincia”. Días más tarde, le devuelve el gobierno al autor de las "Odas Patrióticas". Duró poco, lo hacen  renunciar de nuevo los unitarios. Resultado, Urquiza volvió a "asumir". En fin, un cuento de nunca acabar. Y lo peor es que mas o menos así va a seguir la cosa por bastante tiempo.

Mientras, en el resto del paaís, los gobernadores enviaban a sus diputados por cada estado, para la Asamblea Constituyente a celebrarse, en Santa Fe, Urquiza se traslada a esa Provincia, para la inauguración. Claro, en un barco de la flota británica. Los barcos ingleses están aquí, para exigir la libre navegación, de los ríos. Después de esto, demás está decir que la obtienen.

Muy bien. Ahora, los unitarios porteños, aprovechan la ausencia de Urquiza para hacer una revolución. Retiran sus diputados al Congre­so de Santa Fe y separan el Estado de Buenos Aires de la Confederación. Inmediatamente comienzan los preparativos para una guerra, esta vez, contra Urquiza. Pero cuando están en eso, se les subleva el Coman­dante de Lujan, coronel Lagos, que fuera rosista y en esos momentos estaba con Urquiza. Lagos levantó las tropas de la campaña de la provincia y exigió el retiro del gobierno unitario. Acto seguido, puso sitio a la ciudad del puerto.

A los pocos días, la flota Confederada capturó a la del Estado de Buenos Aires, y apoyó el sitio con el bloqueo del puerto.  En medio de esta confusión, a Urquiza no se le ocurrió mejor idea que la de iniciar tratativas para proponer separar Entre Ríos y Corrientes del resto del país y proclamar la República de la Mesopotamia. Inglaterra se lo prohibió. No tuvo más remedio que presentarse en Buenos Aires en el carácter de "mediador de paz". Los unitarios no lo recibieron. Se reiniciaron las hostilidades. Urquiza tomó el mando de los ejércitos sitiadores.

Bueno, en esos momentos y en medio de ese ambiente, llegó la noticia de que en Santa Fe se acababa de votar la Constitución Nacional. Es el año 1853. La Constitución fue "promulgada" por Ur­quiza desde su cuartel de San José de Flores. Muy bien, ahora, los unitarios porteños, consiguen levantar el bloqueo del puerto por parte de la flota de la Confederación. ¿El sistema? El de siempre: sobornar al Jefe, Comodoro Coe, con 20.000 onzas de oro.  Este cobra, entrega toda la escuadra en el puerto, y se marcha a los Estados Unidos de Norteamérica. No regresa nunca más. El "maestro" tiene buenos discípulos. El mal ejemplo cunde.

El dinero del puerto, comienza a correr a manos llenas entre las filas de los sitiadores. Poco a poco, corrompe a todos los Jefes. Los oficiales "confederados" abandonan las filas y concurren a cobrar "su parte". Urquiza se pone nervioso y pierde todo disimulo. Anuncia que lo mejor es que este asunto lo resuelva el representante de la flota británica, todavía surta en el Río de la Plata. Una actitud realmente poco "soberana". Acto seguido, recurre al Brasil y le dirige idéntico pedido al Ministro del Imperio en Buenos Aires. Otra. Y, como final, triste final, se coloca en la cola de los que reciben dinero de los unitarios “para retirarse". Solo que en su caso la suma es mucho más grande, y se recibe como "indemnización" dos millones. El mejor "negocio", lo hizo Coe.

El bueno de Lagos, que está de buena fe en todo esto, sólo pide una amnistía general para todas las tropas. Se la dan, por supuesto. A quien le importaba eso!

Concluido este "asunto", las tropas se retiran y el Director de la República Argentina lo hace en compañía del representante inglés. Marcha a la cabeza de una caravana de mulas como trans­porte del dinero. Se embarca en la escuadra británica, se retira a Santa Fe. Bueno, tiene que ir allí, pues se acaban de ini­ciar los festejos "nacionales" con motivo de la proclamación de la Constitución. Allí reinaba un ambiente de "culto optimis­mo". En realidad, no tuvieron demasiado trabajo. Prácticamente las Comisiones se limitaron a copiar el texto de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica. Lo hicieron con tan poco disimulo, que en algunos casos, aparecían palabras en inglés. En otros, la traducción literal era tan confusa al no existir sinónimos que resultaba difícilmente comprensible. Bueno, hubo que pasarla en limpio después de promulgada. Y ya está, los festejos no podían detenerse. El “estado de Buenos Aires” la rechazó. Sus portadores llegaron a la ciudad, pero fueron amenazados con ahorcarlos. Se retiraron pricipitadamente. No era para menos. Los festejos, después del arreglo del sitio de Buenos Aires, habían incluido gran cantidad de fusilamientos, como parte del espectáculo. Varios rosistas, que se habían salvado de matan­zas anteriores, fueron "incluidos" esta vez. Ellos no estaban "amparados" por la "am­nistía". Eran civiles.

A todo esto, en Santa Fe, Urquiza es elegido Presidente de la Confederación. Buenos Aires, elige a Pastor Obligado como Gobernador, y se da su propia Constitución. Ambos Estados se preparan para una guerra Inevitable. Para matizar el ambiente se produce una invasión de los indios del sud. Invaden territorios de ambos Estados. Resulta casi cómico. En el interregno, Valentín Alsina reemplaza como gobernador a Pastor Obligado. Hay de todo: sobornos, presiones diplomáticas, fraude, etc., pero sobre todas las cosas, violencia y corrupción.

Aprovechando esta situación, el Brasil permanece militarmente en la República Oriental del Uruguay, con el pretexto de "preservar el orden". Los Estados guardan silencio. El Brasil domina la región.  Envalentonado, trata de hacer lo mismo con Paraguay. Le va muy mal. Lo sacan con "cajas destempladas". Ya para ese entonces el Imperio ha comprado el sobrante de la Guerra de Crimea. Nadie duda de adonde pensará usarlo.  Bueno, si no se armó un "zafarrancho" más grande fue sencillamente porque Inglaterra no lo permitió. Brasil dominaba la región, pero Inglaterra gobernaba el mundo.

Urquiza para "tranquilizar" al Paraguay, y no tener problemas en ese frente, le entrega todos los territorios al norte del río Bermejo. Vale decir; toda Formosa y parte de Salta y Jujuy.

El Estado de Buenos Aires enarbola su propio pabellón. Es necesario “distinguirse” del resto del país. ¿Recuerda aquella bandera de Mayo que levantara Lavalle fraudulentamente? ¿La que se embarcó en la flota francesa? ¿La "celeste y blanca", con el celeste de la divisa unitaria? Esa misma. Se manda a guardar para siempre a la bandera azul y blanca de Belgrano y de la Asamblea del año 13. La de Salta y Tucumán, la de los Andes, la de Ituzaingó, la de Obligado, lo de Brown y de Bouchard. Bueno, esa que se la guarden los "gauchos del interior". La Argentina es un país, y Buenos Aires es otro. Y a otra cosa.

Mitre es el General en Jefe de los porteños. Urquiza, de la Confederación. Lamentablemente, no hay otro. Para no variar, pide dinero al Brasil antes de iniciar la campaña.  El pretexto esta vez es "cuidar las concesiones" que ya les ha otorgado. Chocan en Cepeda. En un episodio muy confuso, la batalla se inclinó por la Confederación. En realidad, la batalla en sí, fue un caos. En un momento dado, ambas fuerzas cargaron en forma "oblicua", como estaba de moda en los "tácticos" de la época, y prácticamente se pasaron al lado una infantería de la otra. Ambos se atribuyeron haber "ahuyentado" al enemigo. No pasó lo mismo con la caballería. La del interior, literalmente "barrió" a la porteña.  Mitre, que en la confusión de las infanterías se creyó victorioso, se dio cuenta de golpe que había perdido. Procedió a iniciar una "gloriosa retirada", al grito de: ¡victoria!

Llegó a San Nicolás y se embarcó en la flota porteña. Regresó así a Buenos Aires. Fue recibido en triunfo. A los pocos días, al llegar los restos de la caballería, se descubrió la verdad. Cuando los jefes y oficiales, en vez de hablar de la "victoria" empezaron a calificar la batalla como "desastre". Había perdido toda la artillería, las municio­nes, las caballadas y 2.000 prisioneros. Además de dejar 500 muertos. Urquiza que perdió en total 300 hombres, avanzó con los 16.000 restantes sobre Buenos Aires, donde cundió el pánico. Pero, una vez más, pasó lo de siempre. No de­bemos olvidar, quién estaba a cargo del ejército victorioso. Se produjo un “acuerdo de mediación” parte del general paraguayo Francisco Solan López. Se llegó a un armisticio y un “pacto”. “Secreto”, por supuesto.

A los 15 días, Urquiza se retira a Santa Fe con todas sus tropas. Mitre queda dueño del puerto y es elegido Gobernador al poco tiempo. Mientras en la Confederación, asume Derqui como Presidente. Se inicia una "luna de miel" entre ambos Estados. A tal punto que Urquiza concurre especialmente invitado a Buenos Aires para los fes­tejos del 9 de Julio. Habló de "retirarse" y colocó fuertes sumas en inversiones de negocios en Buenos Aires. No duró mucho todo esto. Apenas se retiró, los por­teños empezaron a hablar de "revancha".  Para empezar, el dinero del puerto, "pilotea" varias revoluciones en el interior, mientras se rearma el ejército porteño. Los liberales, invaden el interior con su dinero. Derqui, descubre todo el "complot" a Urquiza y le pide respaldo. Este se lo da, pero de mala gana. Está dedicado a otros "negocios". Recibe nuevamente el mando del ejercito Confederado. Grave error del Presidente Derqui. Con extraordinaria lentitud, y de mala gana, reinicia las operaciones. Llegados a este punto, se produjo una verdadera "maratón de diplomacia". Ambos Estados, se disputan el "apoyo" de Brasil y Paraguay.

Bueno, los ejércitos se encuentran nuevamente. Esta vez es en el arroyo Pavón, en septiembre de 1861. Mitre, ataca primero. Como de costumbre, la caballería del interior desbanda a la porteña. Esta pone los "pies en polvorosa"  con tanto entusiasmo, que no para hasta Luján, en una carrera que dura dos días. Le fue mejor a la infantería porteña, logra hacer retroceder a la del general Victorica -yerno de Urquiza— lentamente. Pero –impredecible- Urquiza- cuando se esperaba la entrada en batalla de las reservas de Entre Ríos, que deberían definir todo y no han intervenido aún, el Comandante en Jefe abandona el campo de batalla ante el desconcierto de todo el mundo. Se retira "al trotecito" al frente de sus entrerrianos. El ejército, cuyo mando se le ha confiado, queda victorioso, pero abandonado a su suerte. Las fuerzas porteñas, que se han atrincherado, esperando el ataque, no saben que hacer.  Al día siguiente, al salir el sol, se dan cuenta que nadie los ataca. Deciden retirarse nueva­mente a San Nicolás, repitiendo el episodio de Cepeda, y embarcarse en la flota. Pero, al llegar a San Nicolás, no teniendo ni la menor noticia del ejército de Urquiza, deciden atrincherarse allí y esperar. Urquiza a todo esto, ya ha cruzado Rosario y está en San Lorenzo. Nadie se explica lo ocurrido y a nadie da ex­plicaciones el entrerriano. Tranquilamente, embarca sus tropas y cruza a su provincia. De allí a su palacio de San José, de Concepción del Uruguay. Así terminó Cepeda.

A todo esto, Mitre, creyéndose derrotado, sigue atrincherado en San Nicolás. En Buenos  Aires, las noticias son trágicas. Las traen los fugitivos de la caballería porteña. Nuevamente se habla de un "desastre". Cunde el pánico otra vez. Pero allí se enteran, antes que Mitre, de los movimientos increíbles de Urquiza. Cuando éste cruza el Paraná, la gente se lanza a la calle a festejar. Se recibe un parte de Mitre, diciendo que se  retira a San Nicolás por razones "tácticas". Le creyeron. Poco a poco, se fueron dando cuenta —antes que Mitre, por supuesto— que se había ganado la batalla. ¡Increíble!

¡Claro! los habitantes del país, en ese entonces, los dirigentes políticos, y hasta la historia misma, se preguntaron: ¿Qué motivos tuvo el general Urquiza para esa actitud? Pero nosotros no, nosotros no nos pregunta­mos. Conocemos bien al hombre y no tenemos dudas al respecto. La razón es la "de siempre". No creemos que haya variado. Con los antecedentes que contamos, podemos estar seguros. Más adelante, vamos a ver que de todas consecuencias que tuvo esta batalla para el interior del País, una sola persona salió indemne. Ni su provincia, ni sus posesiones, o sus inmensos bienes fueron tocados: el general Urquiza. Lamentablemente, no ocurrió lo mismo con el interior. Fue "barrido" por los generales uruguayos de Mitre. Contando desde luego, con el aplauso caluroso de los "liberales" unitarios.

En fin, abandonado por todos, el Presidente Derqui terminó por renunciar. La República fue "unificada" por la espada del "mitrismo", y se le dio un nuevo presidente: Mitre, por supuesto. El general Urquiza, encerrado en su feudo de Entre Ríos, nada dijo. En el resto del país, se fusiló, se degolló y se sometió al "credo" liberal a todas las provincias.  A todas y cada una, se colocó a un gobernador "liberal". Generalmente un oficial de las tropas unitarias que ocuparon el país y que en varios casos nunca había pisado "su provincia" con anterioridad.

Las tropas porterías, con la enseña de Mayo al frente, recorrieron el país sembrando el terror. Confiscando y persiguiendo a todo el que se opuso a sus designios y "borrando" de la faz de la tierra a todo lo que fuese Nacional y/o siguiese a la vieja y odiada Bandera Argentina. Así termina esta primera parte de nuestra historia.  Con el entierro de la Patria Grande. De la Argentina concebida para ser el Estado fuerte de la América del Sud. Y con el nacimiento de una "factoría" internacional. Manejada desde el puerto de Buenos Aires al servicio de una oligarquía que se adueñó de todos los resortes del poder y los pone a su disposición.

Los próximos pasos que daremos con nuestro “amigo” el Brasil, estarán encaminados hacia la “eliminación” de nuestro más leal hermano territorial. El país de donde salieron los fundadores del Puerto de Buenos Aires, y donde nacieron sus primeros pobladores. El Paraguay.

Pero primero antes que nada, había que atropellar a nuestra hermana más débil. Aquella a quien más obligados estamos a respetar. A nuestra Banda Oriental del Uruguay. Así se hizo. Todo comenzó con una maniobra de Mitre y su ministro Elizalde. Este, que fuera anteriormente el más leal y genuflexo de los diputados federales en la Legislatura rosista se propone "colocar" a uno de sus "generales uruguayos", en la presidencia de ese país. Mientras el candidato general Flores se prepara, Elizalde da toda clase de "garantías" al presidente uruguayo Berro, con respecto al apoyo argentino a su persona. Los brasileños, simultáneamente, inician un campaña de acusaciones al Uruguay, diciendo que ese país está invadiendo sus frontera! Bueno, esto, ya es realmente gracioso. Cuando todo está listo en el año 63, Flores embarca sus fuerzas rumbo a la costa oriental.

Las naves son argentinas, por supuesto. Al igual que los uniformes y las armas. Lleva además, una cantidad de oro en monedas. Mitre y su ministro, Elizalde, ofician al presidente uruguayo manifestándose “sorprendidos” por todo esto. A las fuerzas de Flores se les incorpora espontáneamente" tropas reclutadas en Corrientes y en el sur del Brasil. La poderosa flota del Brasil, llega "casualmente" al Río de la Plata. Ha llegado “de visita”. Flores va y vuelve de una frontera a la otra de acuerdo a como le vayan las cosas. Las fuerzas nacionales del Uruguay, no gozan de esa "movilidad". ¡Cuando no! Urquiza ofrece “sus servicios” todos los bandos en pugna. Pero nadie quiere saber nada con él. En fin. Queda a la expectativa. Algo va a sacar de todo esto, eso es seguro. Por de pronto, los brasileños le mandan algún dinero a cambio de que "no haga nada". Ya es algo.

Libre su camino, Flores avanza sobre Mon­tevideo, mientras una misión del Brasil viaja a Buenos Aires para firmar un acuerdo. Es extraño, vienen a firmar algo de lo que aparentemente no se ha conversado nada. Las tropas del Brasil "cansadas de los atro­pellos uruguayos", cruzan la frontera y entran  en territorio oriental. Silencio absoluto del gobierno argentino. Es entonces, y con ese claro motivo, que se presenta el reclamo paraguayo. Exige el inmediato retiro de las tropas imperiales. Ni lerdo ni perezoso, Urquiza ofrece "sus servicios" a los paraguayos. Envía un delegado a tal efecto. Flores, detiene su ofensiva. Espera unir sus tropas a las de Brasil. Mientras, desata una verdadera "carnicería" entre sus   compatriotas.   Especialmente en en Paysandú, con ayuda del Brasil.

La misión brasilera, llega a Buenos Aires. En el acto, Urquiza aprovecha para venderles 30.000 caballos, "al doble de lo que valen". Pero los brasileños no tienen alternativa, es mejor comprárselos a él, a que salga a venderlos a otros.

El Jefe de Estado del Paraguay, Mariscal Solano López, que está en tratativas con el entrerriano sobre ese y otros temas, le envía una nota manifestándole  la "penosa impresión” que le ha causado el "negocio" de los caballos. A Urquiza no se le mueve un pelo. Embol­sa el dinero y adiós.

Al poco tiempo el ejército brasilero entra en Montevideo. A la cola de las tropas brasileñas entra el general Flores y asume la presidencia. Corre el año 1866. Paraguay declara la guerra al Brasil y a la Argentina. Valiente y digna actitud. Pero el gobierno argentino, oculta la noticia. Espera a que las tropas paraguayas entren en territorio nacional, para aparecer ante la opinión pública e internacional, como “agredido”. En realidad, las tropas paraguayas sólo pasan por Corrientes con rumbo al Brasil. Ello se ubican muy bien con respecto a quienes son sus verdaderos enemigos. A los pocos días, se firma en Buenos Aires el tratado  denominado como de la Triple Alianza. Al general Flores, Presidente del Uruguay, se le informa por una nota que se ha adherido al tratado. Tanto el Tratado como el Protocolo Adicional,  contienen cláusulas tan vergonzosas que se resuelve mantenerlos en secreto. Después de esto, se inicia una penosa convocatoria de tropas para la guerra. Nadie quiere ir. Toda la opinión está del lado de los paraguayos y de los uruguayos invadidos por los brasileños. Sólo se presentan como "oficiales" los jóvenes hijos de familias de la oligarquía.

Se confía el mando del Ejército de Vanguardía a: Urquiza!! Ya nadie le responde. Las tropas que re­cluta a la mañana, "desertan" a la noche. Sus generales, directamente, se niegan a acompañarlo. Finalmente, con un refuerzo de tropas correntinas y algunas porteñas, emprende una lenta marcha hacia el norte. Lo primero que hace, como siempre, es ponerse en contacto con el general paraguayo de las tropas de vanguardia Robles. Le propone entrar en "tratativas". Por supuesto que el general paraguayo se negó. Lo propuesto por Urquiza era simplemente "traicionar a su País". En fin al entrerriano no le parecía "nada realmente grave" eso.

El presidente Mitre, Comandante en Jefe de las fuerzas de la Triple Alianza, imparte la orden a Urquiza de avanzar con su ejército. Este no obedece y se va a entrevistar con Mitre a Buenos Aires. Claro, apenas abandona el campamento, sus tropas, que lo conocen, creen que los ha abandonado y comienzan a dispersarse.  Tiene que regresar apresuradamente, cuando ya han desertado 3.000 hombres. De resultas de esto, Mitre retira a Urquiza del mando del Ejército de Vanguardia. Lo sustituye por el general Flores. Este,   inmediatamente  moviliza las tropas y derrota a los paraguayos en Yatay.

Las tro­pas de los "aliados"se unen en un solo ejér­cito. Este ejército, numéricamente, es muy superior al paraguayo. Mitre toma el mando supremo. A todo esto el Imperio del Brasil -que no ha abolido la esclavitud- convierte a los prisioneros de guerra paraguayos en esclavos. Amenaza con vender a quién no quiera pasar­se a sus filas y combatir contra su propia patria. La mayoría no acepta. Son vendidos. Todo esto ante el silencio del Comandante en Jefe.

Urquiza, mientras tanto, ha conseguido que los aliados le den un dinero "para formar otro ejército". ¡Increíble! Cuando junta algunos hombres, inicia la marcha. Delante de su vista, las tropas se fugan. En todas direcciones. Debe regresar a su palacio. Pero, Don Justo José, a esa altura del partido, ya ha descubierto un "nuevo negocio". Será el proveedor de carne de los ejércitos aliados durante cuatro años. Ganará millones.

La guerra continúa con un retiro d ejércitos paraguayos, que cruzan a su propio territorio y se preparan para luchar defendiéndolo hasta morir.   La escuadra brasileña domina los ríos, y las tropas aliadas invaden el Paraguay. Pero tienen que pagar con sangre cada paso que dan. Los paraguayos se defienden heroicamente. Mitre ha prometido "terminar la guerra en pocos meses".   No será así. Su incapacidad en el mando, unida a la valentía de los guaraníes, prolongan este "episodio" a cuatro años. Cuatro años de sangre, fuego y horror.

El mundo entero observa avergonzado esa carnicería. Bueno,   finalmente después de mil equivocaciones, los aliados dan el mando de las tropas al general brasileño Caxias. Esto, indudable­mente contribuye a mejorar el cuadro militar. La última etapa de la guerra es triste y onzosa. Prácticamente no quedan más que mujeres o ancianos en el país, han muerto hasta niños, combatiendo. Los vencedores asesinan al Mariscal López y sus hijos, menores de edad. Después de desnudarlos, los abandonan sin sepultar. Así comienza el reparto del Paraguay.

Fue una infamia. Un crimen cometido contra un país hermano. Un país al que debíamos apoyo y amistad. Lejos de brindarle eso, oficiamos de “mercenarios” del Imperio brasileño, nuestro único y natural enemigo. Estúpidamente colaboramos en la masacre de nuestro natural aliado. Pero aún así, aceptando la guerra, debimos habernos retirado de la contienda, apenas se desocupó nuestro territorio. La prosecusión de la guerra, después de que el Mariscal López, pidió condiciones de paz, fue una vergüenza.  Lejos de darnos honor, nos cubrió de desprestigio. El pueblo y el ejército paraguayos, sí que se cubrieron de gloria. Es por eso que tengo en un gran orgullo el que se me haya hecho General de su glorioso Ejército.

A nosotros los argentinos, la guerra nos fue impuesta de "prepo"por el Brasil y una "camarilla" local. Fue un acto de tal deshonor, que nuestro propio país no perdonó nunca a los responsables. Este resultó ser uno de los pocos casos en que un Jefe de Estado y General de un "ejército victorioso", finalizada la contienda, no sólo recibe la repulsa general de su país, en una elección, sino que nunca más pudieron retornar al poder ni él ni los principales responsables. Ni Mitre, ni ninguno de sus "acólitos" volvieron jamás al gobierno del país, que ello mismos habían "modelado".

LA ENTREGA

Es en este momento de nuestro relato, que hornos detenernos un instante. A partir del fin de la guerra con el Paraguay, sobreviene un largo período de paz. No podía ser de otra forma. Los hombres de Buenos Aires, se han quedado con todo el país. Ese fue desde el comienzo su propósito, y lo han logrado. Para ello, no han reparado en los medios a emplear. Los “gloriosos exiliados” ahora en el gobierno, han traicionado, han mentido, han asesinado, han sobornado, han hecho lo que sea, lo han sacrificado todo, la integridad territorial o el honor nacional. No se han detenido ante nada en procura de su objetivo.  Otros, que no han sido ni “exiliados” ni  “gloriosos”, se les han sumado.

El viejo sueño, desde la época del Directorio se ha logrado. El país entero está al servicio del puerto. Y el puerto y el país están al servicio de ellos. Bueno, y el puerto, el país y ellos mis­mos, todos al servicio de Inglaterra. El nuevo "modelo nacional", tiene las fronteras que quisieron darle. Una Constitución, que tomaron prestada y que pone en sus manos, todos los resortes del poder civil y militar. Y finalmente, sus propios símbolos. Es otra patria, de ellos. La otra anterior, murió. Eso creen. Pero se equivocan, la Patria Vieja no está muerta. Está allí al lado de ellos, sólo que no la ven. Ya veremos que cada tanto vuelve a surgir. Una y otra vez. Vuelve y volverá siempre. Por que es La Verdadera. Es la Nuestra. Y por que otra no queremos los argentinos.

Los hombres de la Independencia que todavía sobrevivían, fueron mandados a "cuarteles de invierno". De todas formas, quedaban muy pocos. En el mejor de los casos, pasaron a formar parte de la "aristocracia nativa". Pero de ningún modo fueron aceptados en la naciente oligarquía. Para pertenecer a esta última, era necesario además someterse a sus rígidas normas, estar por completo al servicio de los capitales extranjeros. Especialmente de los británicos. Formaron su núcleo fundador, en primer lugar los hombres de Pavón y los “exiliados” unitarios en general. Además, consiguieron "entrar" en ella a última hora, un abigarrado núcleo de ex-federales. Estos descubrieron, después de Caseros, que habían estado equivocados.  Otros, en cambio, que habían aplaudido calurosamente a Don Juan Manuel en sus épocas de gloria, anunciaron sorprendentemente que "siempre habían sido unitarios". Habían guardado estoicamente su secreto por razones seguridad. Un "ramillete" de gente realmente "maravillosa". En fin, después vinieron los “adulones”, los "lacayos", los "escribas y los fariseos". Un poco todo un poco y de lo malo mucho.

Estos últimos, recientemente incorporados, debían suplir su falta de méritos con una mayor devoción por los "ideales". Y de esos "méritos", ninguno aportaba mayor prestigio que mostrarse entusiasta en la entrega de la soberanía económica. Esa era realmente, la mejor carta de ingreso. Controlaban y administraban en beneficio de Su Majestad, el comercio interno, la banca y las finanzas, los grandes diarios y la opinión sana en general. En cuanto al comercio exterior, allí actuaban como personeros. Se limitaban a recibir ordenes. En política, su papel se limitaba a cubrir los cargos que se le  indicaran, con las personas que se les  impusieran. Lo que sobraba, se repartía entre sus amanuenses. Tuvimos el raro privilegio de llegar a ser la mejor colonia del Imperio Británico, y también una perla en la corona de Su Majestad, según palabras vertidas en el seno del Parlamento inglés (pág. 91).

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