lunes, 29 de septiembre de 2014

40 años cruciales de historia según Perón parte 1 (San Martín, Rosas y el traidor Lavalle)


Después de un encuentro social, en la primavera de 1967, Juan Domingo Perón invitó a su casa de Puerta de Hierro del exilio madrileño al periodista argentino Eugenio Rom. Eso era cuando aquí, en la Argentina, el dictador Onganía estaba sentado arriba de las urnas, mientras 'el General' era ignorado y traicionado políticamente por dirigentes ambiciosos de baja calaña y antes que el conductor se convirtiera en referente y dominara estratégicamente el futuro político argentino desde España. En sucesivas entrevistas le dió a Rom una lección abreviada de historia nacional que Rom grabó y tradujo añares después en "Así hablaba Juan Perón" (Peña Lillo Editor, 1980). Una síntesis que fue festejada en su momento por el mismísimo José María 'Pepe' Rosa. “La explicación del pasado argentino que Perón ha logrado sintetizar en estas pocas páginas, a mi me ha costado el esfuerzo de tener que hacer trece volúmenes de Historia Argentina”. Pavada de definición brindada por uno de los más prestigiosos historiadores nacionales, a su colaborador Daniel Di Giacinti. En “Perón según Eugenio Rom”, anterior entrada de este blog, encontrarán la visión del periodista sobre la faceta humana del General y su entorno. De algunos capítulos de ese libro están extraídos los párrafos que vienen, que sintetizan 40 trágicos años que decidieron el perfil que tendría nuestra historia hasta casi la mitad del del siglo XX. Horanosaurus.

 (pág. 34) los porteños del Directorio no se detuvieron ante ningún escrúpulo. Prefirieron abandonar la Banda Oriental a los portu­gueses, antes que ayudar a Artigas. Estos enfrentamientos de la ciudad de Bue­nos Aires con los caudillos del interior, debili­taron la guerra de la Independencia. Provocaron el desorden civil y militar. Y finalmente, son la única causa y únicos responsables de la pérdida de gran parte del territorio que, originalmente, perteneciera al virreynato.

Así llegamos al Congreso de Tucumán. Donde se proclama, finalmente, la Independencia Na­cional. Tiempo después los miembros de este mismo Congreso, se trasladan a Buenos Aires. Allí dictan una serie de Leyes. Una de ellas, muy importante, es la de regulación de los Símbolos del nuevo estado. Queda definitiva­mente como bandera nacional, la azul y blanca de Belgrano.

Ya para ese entonces el General San Martín ha cruzado los Andes llevándola a su frente. San Martín era junto con Alvear, el único mi­litar del Ejército Argentino, que se podía llamar de carrera. Cuando regresa a su tierra, ya es teniente coronel, formado en el ejército español.  Tiene 34 años de edad, con 20 años de servi­cios. Todos sus grados los ha ganado peleando en el frente de batalla. No era noble, por eso, cada ascenso tenía que lograrlo por mérito. Y con el sable en la mano. No había en todas estas tierras, ninguno que se le pudiese poner a la misma altura. Era un soldadazo. Un militar de lujo.  Su estrella brilla todavía, más que ninguna otra, en el cielo de la Patria. Brilla con la luz de Chacabuco y Maipo con la libertad de medio continente.

El marino Bouchard, hecho "corsario" argentino, recorre el Pacífico con nuestro pabe­llón enarbolado. Bombardea y ocupa un puerto de la California. Defiende y apoya los movi­mientos independentistas de centroamérica. Desde entonces, y como recuerdo a su bra­vura las repúblicas de esa región, adoptaron como propia, la bandera azul y blanca que enarbolara el corsario, en sus buques de guerra.

Contrastando con todo ese cuadro heroico, el Directorio de Buenos Aires, no escatimaba torpeza o sucia tramoya por cometer, para usurpar el poder. Quizás la más infame, sea la orden dada a Belgrano de retirar el Ejérjcito del Norte, que está custodiando la frontera, para utilizarlo contra los caudillos del litoral que no acatan la supremacía del puerto. Una inmundicia!

Bueno, el ejército se subleva, retira el mando a Belgrano y da por tierra con el Directorio, cuyos partidarios se llamarán en lo sucesivo “unitarios”. Mientras el movimiento de los caudillos, se llamará “federal”.

Así las cosas, sobreviene la denominada “crisis del año 20”. Que no es otra cosa, que el repudio de todo el país por los doctores del puerto que pretenden usurpar el gobierno nacional. A ese repudio, se une incluso la "campaña" de la Provincia de Buenos Aires. Mientras esto ocurre en estas tierras, en Espa­ña se prepara un poderoso ejército expediciona­rio para ser embarcado al Río de la Plata. Su objetivo: volver a la ex-colonia al "redil" espa­ñol. Pero, cuando todo está listo, la salvación viene de manos de una sublevación de ese mismo ejército. El general Riego se pronuncia reclamando una coristitución para España. Este hecho, casi for­tuito, aleja el peligro de nuestras costas. Porque, de otro modo, el desorden imperante en esta tierra, a causa de las torpezas de los del puerto, casi se puede decir, que garantizaba el éxito de esa expedición.

El orden civil y la autoridad militar, se resta­blecen con el advenimiento al gobierno del ge­neral Martín Rodríguez. Este jefe cuenta con el visto bueno de los federales y con el respaldo del joven comandan­te de Milicias de la provincia de Buenos Aires: don Juan Manuel de Rosas. Así las cosas y pese a que no existía una autoridad nacional, no por eso hubo desórdenes o problemas institucionales. Cada provincia se gobernaba a sí misma. Y las relaciones exteriores conjuntamente con la responsabilidad de los ejércitos nacionales, eran llevadas por la provincia de Buenos Aires, por delegación de sus hermanas. Ideal.

Durante este interregno se consigue: la expedición de San Martín al Perú, la consoli­dación de las Fronteras del Norte, la expedición de los 33 Orientales, con el consiguiente inicio de la recuperación de la Banda Oriental y las expediciones y Tratado de Paz con los indios, encomendados por el gobierno al comandan­te Rosas.

Muy bien, todo empezaba a marchar bien, cuando, a fines de 1825, el general Lamadrid da el primer paso de desorden volteando al Go­bernador legítimo de Tucumán. Para ello, usa de su cargo y de las tropas con­fiadas a su mando del Ejército Nacional del Norte. Esta historia se repite a menudo. Los liberales usan los ejércitos nacionales para sus revoluciones. Deben recurrir a ellos  porque no tienen otro poder de convocatoria. Todo el país protesta contra este hecho, con el que da comienzo una larga secuela de guerras civiles.

Una de sus consecuencias más nefastas, es la convocatoria a un llamado "congreso nacional" por los unitarios.  Este congreso derriba gobiernos provinciales y proclama al Dr. Rivadavia como Presidente de la República. El Presidente, para consolidarse en su nuevo cargo, contrae inmediatamente una serie de em­préstitos en libras esterlinas, reparte el dinero entre sus allegados y termina dando como garantía, todas las tierras del país.

Casi simultáneamente con esto, declara a San Martín, de regreso del Perú, “persona no grata” y le prohibe el ingreso en Buenos Aires. Como postre, declara a Buenos Aires Capital del   Estado y proclama  una constitución nacional, unitaria por supuesto. La "constitu­ción" suprime el voto popular y sólo autoriza a votar a los propietarios, o sea, a un 5% de la población. Como no podía ser de otra forma, al uníso­no, los caudillos del interior movilizan sus "mon­toneras".

De más está decir que el Imperio del Brasil, aprovecha esta excelente oportunidad que le brinda la ceguera de Rivadavia, para proclamar la anexión de la Banda Oriental como Provincia Cisplatina. Automáticamente, declara la guerra a las Provincias Unidas. Diciembre 10 de 1826. Por supuesto que esta guerra, se llevó a cabo  en el mayor de los desórdenes. No sólo de nuestro lado sino, en el de ellos también. El conductor de los 33 Orientales, general Lavalleja, enarbola la bandera azul y blanca y se une a las tropas argentinas. Unidos y bajo el mando de Alvear, dan la batalla de Ituzaingó en febrero del 27, donde argentinos y orientales derrotan categóricamente al Imperio Brasileño. Casi simultáneamente el almirante Brown, de­rrota en el mar a las fuerzas enemigas en la ba­talla del Juncal.

Pero cuando teníamos el triunfo en la mano, Rivadavia prefiere restar refuerzos y armamen­tos a las tropas nacionales, para reforzar el "ejército presidencial" que en ese momento se encuentra operando en el norte contra los caudillos y sus montoneras, que resistían su "au­toridad nacional". Felizmente, no tiene éxito. El general Quiroga destroza en las batallas del Tala y Rincón al "ejército presidencial.

Bueno, es entonces que los unitarios no en­cuentran nada mejor que dar a conocer su fa­mosa "Constitución", dictada por un grupo de doctores porteños. En plena guerra con el Brasil y levantamiento armado de los caudillos del interior. Como era lógico, fue el caos total. Y con ello, el fracaso de la ofensiva victoriosa en la guerra contra el Brasil. Pero aunque parezca increíble, allí recurre Rivadavia precisamente, al Brasil. Pide la paz “a cualquier precio”, para poder retirar las tropas del Uruguay y así estar en con­diciones de
utilizarlas contra las provincias argentinas, en una "guerra de represión".

Contrastando con esta sucia actitud, el general  Bustos, caudillo de Córdoba, convoca a una Liga de Gobernadores de las provincias para que, de común acuerdo se proceda a:

1 ) Desechar la Constitución.
2) Auxiliarse mutuamente contra el Presidente.
3) Continuar la guerra contra Brasil, con las tropas provinciales.
4) Enviar al Ejército Federal a ese efecto y ex­pulsar a Rivadavia.

En eso se estaba cuando regresa el delegado presidencial al Brasil con las condiciones de paz del Imperio. En concreto: se exige la rendición argentina.

Bueno, el escándalo es tremendo. Rivadavia es obligado, por su propia gente a renunciar. Aparentemente, con esto, ha terminado la tra­gicomedia conocida como "Primera Presidencia Argentina" en los textos escolares. Al caducar el poder presidencial, es elegido Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, el coronel Manuel Dorrego, jefe de los federales. Inmediatamente dispone que se reanude la guerra contra Brasil. Aunque de momento, las acciones están detenidas por los problemas internos de ambos beligerantes. Ya que el Bra­sil también tiene los suyos.

Es en esos momentos, que entra Inglaterra en el asunto, para ver que "pesca". Anuncia al resto de Europa, que esta región de América, le interesa  principalmente. Para comenzar, el representante inglés pre­siona y amenaza a ambas partes y consigue nuevas negociaciones de paz. Claro, nadie está en condiciones de enfren­tar un eventual disgusto con Inglaterra y se ter­mina con una paz "de empate": la Banda Oriental, o República del Uruguay, no será para nadie. Será independiente. Bajo garantía y "protección"de Inglaterra, por supuesto.

Hecha la paz, regresa el Ejército Nacional a Buenos Aires, en medio de un clima de decepción y disgusto. El gobernador Dorrego, no puede creer en una revolución, pese a la advertencia de to­dos los federales que así lo sospechan. Todo el mundo sabe que han sido los "rivadavianos" los causantes y responsables del fracaso, no él. No obstante, revolución se produce. Las tropas ocupan la Casa de Gobierno y disuel­ven la Asamblea Legislativa. Dorrego, se retira a la campaña de la pro­vincia, en busca de apoyo. El 6 de diciembre de 1827, se reúne con Rosas en la Guardia del Monte y convie­nen en separarse para reunir fuerzas. Rosas irá al sur a convocar a sus "colora­dos", mientras que Dorrego irá a Santa Fe en busca del apoyo del poderoso jefe de los fe­derales del litoral, el general Estanislao López. En el camino, el general Lavalle, jefe de la revolución unitaria, lo toma prisionero. In­mediatamente, lo manda fusilar.

Este crimen horrendo, es el más atroz e in­justo que se haya cometido en toda la historia de la Patria. No tiene justificación alguna, fusilar al gobernador legal de un Estado que ha sido elegi­do libremente por sus conciudadanos. Y si ese hombre es nada menos que un soldado de la independencia, oficial de San Marín, y de Belgrano, héroe en el campo de batalla. No solamente es un crimen atroz contra un hombre, lo es contra todo un país y contra toda la civilización. De allí en adelante, se inician las guerras civiles en nuestra Patria.

Detrás de Dorrego son asesinados por las tropas de Lavalle, alrededor de 1.000 personas más, sospechosas de simpatizar con los federales, incluidos niños de 7 años. Un bárbaro. En medio de esta espantosa carnicería, llega el 6 de febrero de 1828, al puerto de Buenos Aires, en busca de reposo, el General San Martín.

Se había embarcado de regreso a su Patria, lleno de esperanza al enterarse de la caída de su viejo enemigo Rivadavia y venía dispuesto a ofrecer sus servicios a su país. Viendo el estado de cosas imperante y de quienes gobernaban, decide no desembarcar y regresar a Europa.

En el interior, el general Quiroga declara la guerra al "gobernador intruso de Buenos Aires", mientras Rosas se une a las fuerzas de López con sus Colorados del Monte. Juntos marchan sobre Buenos Aires.

Previamente, una "convención nacional" de todas las provincias, ha declarado la "guerra a los decembristas y anárquicos", sediciosa y atentativa contra "la libertad y el honor de la Nación", a la sublevación militar encabezada por el general Lavalle. Además, califica como crimen de alta traición a la Patria el fusila­miento de Dorrego.

El general Estanislao López es  designado General en Jefe de todas las fuerzas naciona­les y el Coronel Juan Manuel de Rosas "segundo en el mando".

Sorprenden a Lavalle y sus veteranos de la guerra con Brasil en el Puente de Márquez y los derrotan completamente. Inmediatamente de enterados del desastre, se fugan a Montevideo 600 civiles unitarios comprometidos con la revolución, abandonando a los militares a su suerte.

Después de la batalla, López marcha con sus fuerzas sobre Córdoba, amenazada por el unitario general Paz, y queda en las "puertas" de Buenos Aires, Rosas y sus "colorados". Ha pedido la rendición de los revolucionarios. Se firma el "Pacto de Cañuelas" por el que se llama a elecciones y los unitarios abandonan el poder usurpado por el general Lavalle. Este, no quiere cumplir con su parte y recibe un ultimátum de Rosas. Finalmente, Lavalle cede y es designado Gobernador el general Viamonte, con "facultades extraordinarias". Rosas recibe el nombramiento de Coman­dante General de la Campaña.

En el interior, Paz derrota al general Bustos y le arrebata el gobierno de Córdoba.  Este, consigue escapar y marcha en busca del apoyo de Quiroga, que sin dudarlo marcha en su auxilio.  A los dos reunidos, los derrota Paz en las batallas de La Tablada y Oncativo. Los fusilamientos y "degolladas" que siguen a  estos "triunfos", hicieron época en la historia de la docta. Una carnicería!

En Buenos Aires, mientras tanto, ha sido restablecida la Legislatura que disolviera Lavalle. Esta elige Gobernador a Rosas y le da el  rango de general. Recibe, además, el título de Restaurador de las Leyes. Oficia a los pocos días, unos funera­les solemnes al coronel Dorrego. Se ha invertido la situación. En el interior domina el unitario Paz, mientras en Buenos Aires, lo hace el federal Rosas.

Los caudillos principales, del tipo de Ramírez, Quiroga, López o Rosas, tienen una formación espiritual y moral muy similar entre ellos, en cierta forma. Todos ellos son hombres que trabajan en el campo y por tal motivo, se ven en la obligación de llevar, paralelamente, una carrera militar. Luchan, tanto contra las incursiones del indio, como contra sus enemigos de las ciuda­des. Los "doctores", que tratan desde sus des­pachos de constituirse en sus dirigentes.

Estos caudillos son capitanes natos. Por sus costumbres y por el trato y contacto diario con las gentes comunes: peones, gauchos, etc. Tienen una idea del orden muy similar al que impera en una "formación de lucha" de la campaña en ese entonces. Todos pertenecen a las "milicias provin­ciales" y se han ganado su rol demostrando en los hechos que son los mejores. Su autoridad proviene directamente de sus subordinados.

Paz, que se ha unido a Lamadrid en sus correrías, por el interior, invade todas las provincias limítrofes de Córdoba, y les impone por la fuerza, gobiernos unitarios que le son adictos. En La Rioja, Lamadrid mete en la cárcel, con una cadena al cuello, a la anciana madre del general Quiroga. Previamente ha sido maltra­tada hasta decir dónde tenía su dinero escon­dido.

Bueno, en ese ambiente, se forma la Liga Unitaria y se le da el mando con "facultades extraordinarias" al general Paz.  Acto seguido se alia con el Mariscal Santa Cruz, dictador de Bolivia, para organizar uni­dos la invasión al litoral argentino. Una vergüenza. Lavalle desde el Uruguay, trata de apoyarlo consiguiendo la ayuda del Brasil para una invasión a su propio país. Otra.

Los federales se unen en un Pacto Federal y Rosas reabastece al general Quiroga con hombres y armas, para que marche al interior, buscando el apoyo de las provincias andinas, que le son incondicionales. Mientras tanto, entran por el sur de Santa Fe, fuerzas conjuntas de los "colorados", unidos a tropas del general López. Este recibe la designación de General en Jefe de los Ejércitos Federales.

Con una columna se recupera Santiago del Estero y se ­repone al gobernador general Ibarra. Mientras tanto, Quiroga cosecha una cadena de éxitos en las provincias cuyanas. Cae sobre Río Cuarto y la ocupa. Marcha sobre Córdoba. La columna federal "del litoral" le pide que los espere pero no es posible en ese momento pararlo. Está furioso y decidido a encontrarse con Paz y Lamadrid "a muerte".

El veterano granadero de San Martín, el general Pacheco, manda la "columna federal" que entra por el sur de Córdoba. Pero no consigue reunirse con Quiroga. Este avanza a marchas forzadas sobre Paz y Lamadrid. Paz está rodeado y decide salir primero al encuentro de López. Lo prefiere a encontrarse con Quiroga. Estudiando el campo de batalla, cae prisionero de una "partida" federal. Por este hecho fortuito, el general Lamadrid queda al mando del ejército unitario. Ordena retirarse hacia el norte en busca del apoyo de Bolivia. Quiroga le "pisa los talones". López al ver que se le "escapa el chivo del lazo", pone todo en manos de Quiroga, que, para ese entonces, ha marchado "como un rayo" a Tucumán, decidido a interceptar a su viejo enemigo. Finalmente se encuentran y Quiroga carga ciegamente en la primera fila de su caballería con el sable en la mano, buscando a Lamadrid. En la batalla de La Ciudadela queda deshecho el ejército unitario. Quiroga lo ha “borrado del mapa”.

Bueno, los cabecillas huyen rumbo al norte y desde Salta piden la incorporación de esas provincias a Bolivia. Un muy lindo final. Pero Santa Cruz, en esos momentos, ha invadido el Perú y no está para ocuparse de ellos. Se limita a recibirlos a todos como asilados, en el país del altiplano.

Muy bien; Quiroga, López y Rosas, con sus aliados los caudillos provinciales, dominan el panorama nacional a lo ancho y a lo largo. Rosas aprovecha para iniciar su Campaña del Desierto, contra el malón de los indios. Quiro­ga lo acompaña desde las provincias cuyanas y consiguen un éxito completo. Las columnas federales llegan hasta el Rio Colorado y recorren territorios que hasta enton­ces permanecían inexplorados. La bandera azul y blanca tremola por primera voz en la Patagonia argentina. La paz reina en nuestra tierra, y la prosperidad llega a los hogares más modestos. Todo el "gauchaje" es federal, el País es federal.

LA TRAICION

Al regreso de los expedicionarios, luego de algunos choques de tipo político entre los fe­derales por el poder, termina por imponer el orden nuevamente Rosas, que debe hacerse cargo del gobierno. La "pueblada" que provoca este hecho, es un antecedente directo, de otras que en la histo­ria se repetirán.  Su inicio, es una espontánea "huelga general", a la que sigue un cierre de todo el comercio suburbano, y una marcha sobre la casa de go­bierno. Unos días antes, estando Rosas todavía en el campo, llega la noticia del asesinato del general Quiroga, en Córdoba. Furioso, Rosas jura vengarlo y es por ese motivo, que marcha sobre Buenos Aires y toma el poder. Apenas lo hace, ordena una investigación exhaustiva del hecho cordobés y clarificado el mismo, el juicio de los culpables. El Gobernador de Córdoba, Reynafé, confeso, y convicto, y sus hermanos, son ahorcados y fusilados por orden de Rosas, en la plaza de la Victoria, públicamente.

Bueno, en Montevideo, los unitarios, forman la Logia de los Caballeros Liberales, presidida por Rivadavia. Inmediatamente se ponen en contacto con el Brasil, Chile y Bolivia para luchar contra los federales. A esta última se le propone quedar­se con Jujuy, Salta, Tucumán y Catamarca. A Chile, las provincias cuyanas y la patagonia. A Brasil el Uruguay. Todo esto a cambio de al­gún dinero y tropas para invadir la Argentina. Otra vez, lo de siempre, la "rifa" del País. Pero la cosa les sale mal, en parte.

Chile se alía a la Argentina y juntos atacan a Santa Cruz, presidente de Bolivia. Los "exiliados" unitarios, por supuesto, apoyan a este último contra su patria. Es designado comandante el jefe de los ejércitos argentinos de la frontera Norte el general Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán, ex oficial de Belgrano y San Martín.

Claro, la declaración formal de guerra recién fue enviada a Bolivia en 1837, en un Memorial. Las tropas de Bolivia entraron en territorio argentino, pero cayeron derrotadas en Santa Bárbara, por el ejército federal. Los chilenos en cambio fueron derrotados en Paucarpata. Pero un nuevo triunfo del General Heredia en Rincón de las Casillas, levantó la moral y alejó el peligro sobre nuestras fronteras. Contraata­có Chile, y los argentinos se mantuvieron a la expectativa. Así quedaron las cosas por un tiempo.

Para esa misma época, se declara el bloqueo del puerto de Buenos Aires, por parte de la escuadra de Francia. El motivo aparente de la diferencia, era la incorporación de  ciudadanos franceses a los ejércitos. Además de una exigencia de la libre navegación de los ríos interiores del país para el comercio francés.

Los unitarios del norte, dirigidos por la mano oculta de Marco Avellaneda,  aprovecharon la situación para tender una emboscada y asesinar al General Heredia, jefe de los ejércitos argen­tinos en plena guerra con Bolivia. Huelga hacer comentarios sobre esta actitud. Acto seguido, entraron en contacto con el ejército boliviano. Sobre esta sí. Es simplemente traición a la patria. Por fortuna, a esa altura de las cosas, el Brasil  no podía moverse. Se debatía en el mayor caos de una guerra civil conocida en la historia como Guerra de los Farrapos.

Pero nosotros también teníamos nuestro “bonito baile”. Así que ninguno pudo aprovechar el momento de debilidad del otro. Por ese entonces, Rosas nombra al general Alvear como Embajador argentino ante el gobierno de los Estados Unidos. Bueno, para agregar una leña más al fuego, el general Lavalle invade la provincia de Entre Ríos  al frente de una expedición compuesta, en su mayor parte por mercenarios extranjeros y que se autodenomina como "cruzada libertadora". El general Soler, segundo de San Martín en el cruce de los Andes, abandona su exilio en Mon­tevideo, al ver tanta inmundicia y se presenta en Buenos Aires, para ponerse a las órdenes del Gobierno de su patria.

Otra muy distinta, es la actitud de Lavalle. Para llevar a cabo su "invasión", embarca sus tropas en la Escuadra de Guerra de Francia. Claro, aprovechando el bloqueo que esa misma escuadra impone a su patria. Además de la obligada bandera de Francia, los invasores enarbolan otra, realmente muy curiosa. No es la bandera argentina, pero es bastante parecida. ¿Qué ha pasado? Es que han  reemplazado el tradicional color azul, por el celeste de la divisa unitaria. Esto no es el producto de una improvisación. Es un proyecto bien claro de diferenciar banderas de las tropas. Dos ideales distintos, dos banderas distintas. Lo importante es diferenciarla de la bandera de Belgrano, la de las tropas argentinas que luchan en Bolivia, o la del Almirante Brown en su escuadra, que lucha en el Riachuelo. Bueno, para eso se inventa esta falsificación de nuestro símbolo, a la que bautizan como "bandera de mayo".

En esto se estaba, cuando, desde Grand Bourg, Francia, llega una condenación tremenda para los traidores. El general San Martín, escribe a Rosas para ponerse a sus órdenes y luchar a su lado en esta guerra "en el puesto que se me destine". 

Diferentes hombres, diferentes actitudes. Ro­sas le contesta emocionado, agradeciéndose su ofrecimiento y diciéndole que si la oportuni­dad fuese necesaria, lo llamaría. "Al paso que me sería muy grato que ud. se restituyera a su Patria".

En esos días el gobierno ha puesto Consejo de Guerra a los responsables del asesinato del General Heredia, viejo compañero del Libertador. Funciona en Metán. Los acusados confiesan su crimen e incriminan con la mayor responsabilidad a Avellaneda. Este es condenado a muerte y su cabeza es expuesta en la plaza de Tucumán. Los unitarios lo bautizan “el mártir de Metán”. Bueno, afortunadamente, por ese tiempo, las tropas de Chile han entrado en territorio boliviano y han deshecho el ejército del Mariscal Santa Cruz en la batalla de Yungay.  Con esto desaparece totalmente todo peligro en el norte.

Claro, que eso no basta para que no sigan las conspiraciones e intrigas de los unitarios en el interior o en el extranjero. Ya sea con los bolivianos como con el Brasil o Francia y su escuadra. A todos les prometen ventajas. A unos comerciales, a otros territoriales, a todos protec­torados. ¿A Inglaterra? Bueno, a Inglaterra "lo qué pida". Consiguen sublevar a la provincia de Corrientes. Por supuesto que se les ha prometido que todo el país los seguiría. Cosa que no ocurre ni remotamente. Los generales, Echagüe y Urquiza, acaban con la sublevación en pocos días, y se dirigen a enfrentar a Lavalle y su pintoresca "invasión li­bertadora". Al tiempo que el general Juan Pablo López que ha reemplazado a su hermano tras su falleci­miento, en el gobierno de Santa Fe, los apoya desde el sur.

Bueno, mucha atención, porque es entonces que se agrega a la lucha un personaje, real­mente pintoresco, el general Rivera. Oriental. Ya vamos a verlo accionar.  Todas las mañas, vicios y trampas de que pueda hechar mano un ser humano, están a disposición de este personaje. Ha  terminado  por aceptar "pelear" del lado de los franceses, luego de recibir dinero de todos los bancos y esto lo ha hecha exclusivamente, porque le conviene en ese mo­mento. Pronto los abandonará y volverá a organizar un "remate privado",  para decidir su "postura" política y militar. Con victorias y derrotas por ambas partes, prosiguen las acciones. Matizadas permanentemente, con nuevos pedidos de dinero a los franceses y brasileños por parte de Rivera.

Se "pronuncian" en el sur de Buenos Aires, un grupo de estancieros encabezados por un señor Castelli, titulándose a sí mismos como “los libres del sur”. Son rápidamente eliminados por las milicias gauchas que conduce el coronel Prudencio Rosas, hermano del Restaurador.  Una "revolución" similar estalla en el norte de Santa Fe, encabezada por un señor Vera, y tiene la misma suerte. Esta vez el encargado de limpiarla es el gobernador López.

Bueno, finalmente Rivera, con una fuerte caballada y un importante refuerzo de dinero, invade Entre Ríos. Lavalle se envalentona y ataca a Echagüe. Es rechazado y se apoya en Rivera. Ambos resuelven de común acuerdo pedir más dinero a los franceses. Esto se vuelve monótono. Mientras tanto acampan a 20 cuadras del Ejército Federal, que está a su merced y no se explica porque no lo "aplastan". Lo que pasa, es que están esperando ambos “libertadores” la llegada de los "pesos fuertes" prometidos por Francia.

El General Paz puesto en libertad bajo palabra de honor por Rosas, se olvida rápidamente de su palabra y se incorpora al mando de las fuerzas sublevadas de Corrientes. Finalmente,  ataca nuevamente Lavalle, Rivera no. No está conforme con su parte del dinero recibido. Queda a la expectativa.

Echague, que cuenta entre sus oficiales con Lavalleja, Urquiza y Oribe, uno de los "33 orientales", rechaza a Lavalle en derrota, en el encuentro de Sauce Grande. Allí, cuando todo parece perdido, se en­cuentra una "solución" realmente increíble. El ejército "libertador" de Lavalle, es embarcado íntegro en la Escuadra Francesa y depositado en San Pedro, provincia de Buenos Aires. Desde allí, avanza sobre el puerto que ha que­dado desguarnecido. Los dos ejércitos federales que tenía en el camino, fueros "salteados" con esta ayuda de Francia. "Entraremos en Buenos Aires sin pelear" anuncia eufórico Lavalle.

Un ejército federal al mando de Pacheco, re­gresa precipitadamente a Buenos Aires, tratando de defenderla. El general Rivera, en el Uruguay, observa atentamente antes de tomar partido. Pero, el avance de los "libertadores" se hace lento. Todas las poblaciones por donde van pasando, los rechazan. El paisanaje, le lleva una suerte de guerra de guerrillas que los debilita.

Entre tanto, el general Lamadrid, que ha jurado lealtad a Rosas, "asqueado de las maniobra unitarias" según dice, y éste le ha dado mando en el norte, llega a Tucumán para hacer cargo del Parque, que ha quedado allí desde fin de la guerra y el asesinato del general Heredia. Al día siguiente de su llegada se subleva, este hombre no es leal a nada ni a nadie. Inmediatamente avanza sobre Córdoba y destaca columnas para tomar las provincias andinas.

Lavalle llega a Navarro. Lugar donde fusiló a Dorrego 12 años antes. Se niega a acampar allí lleno de horribles presagios y sigue su mar­cha hasta Merlo. Está en la puerta de Buenos Aires. El sueño de 12 años de exilio. Lo ha "vendido" todo por ese momento, su vida, su carrera, su honor, su patria y hasta su bandera. Pero ya Pacheco ha reunido fuerzas que Rosas ha logrado dificultosamente reclutar a último momento y que son en su mayoría paisanos adictos de la campaña. Además, todo ha sido demasiado difícil, para la "invasión". La hostilidad popular, el ejército reclutado en poquísimos días, pero con una fe tremenda a su frente y las fuerzas de López y Echagüe a su espalda, lo convencen. No presenta batalla y ordena la retirada hacia el norte. Tiene la esperanza de reunirse con Lamadrid. La decepción de los exiliados unitarios de Montevideo es tremenda. Cuando se lo creía en casa de gobierno, llegan noticias que lo dan pasando por el sur de Santa Fe, a marchas forzadas. Claro, como ya es tradición unitaria, avanza matando y saqueando. Es un camino señalado por el horror. Al entrar a la capital de la provincia santafesina, desata una ola de saqueos y fusilamien­tos.  Acto seguido, oficia a la escuadra de Francia pidiendo refuerzos. En hombres y "en metálico".

A todo esto Rivera se ha quedado "como en misa". Espera. Pero Francia ha cambiado de táctica y se ha cansado de los generales criollos. Abandona a Lavalle y firma con Rosas un tratado de paz por su cuenta.

El general Rivera se decide y ofrece apresura­damente su espada a los brasileros, esta vez. Las fuerzas de Lavalle son deshechas en la batalla de Quebracho Errao.  Comienzan una pe­nosa y larga retirada hacia Bolivia. Lo alcanzan mensajeros franceses ofreciéndo­le el grado y la pensión correspondiente, como Mariscal de Francia, conjuntamente con el exi­lio allí. Esto es ya tan vergonzoso, que no puede aceptarlo. Rivera, sin duda, hubiera aceptado. Por lo menos la pensión. La escuadra francesa levanta el bloqueo y se retira. En Montevideo, cunde el desánimo y el dis­gusto.

El ejército de Lamadrid, en el norte, cae de­rrotado por Pacheco en la batalla de San Cala. Huye a Catamarca donde es derrotado nueva­mente en Sanogasta. La fuga hacia la frontera de Bolivia ya es general. A su paso, matan, sa­quean, etc. Todo es válido, lo único importante es huir. Huir y salvarse.

Reciben, Lamadrid y Lavalle dos derrotas más en Rodeo del Medio y Famaillá, respectivamen­te. Lamadrid consigue cruzar a Chile. Lavalle llega a Jujuy. Allí muere, accidentalmente, en un episodio muy confuso en el que tienen mucho que ver el vino y las mujeres. No la guerra ni la polí­tica.

Bueno, ahora sí, libre de problemas en el nor­te, el gobierno argentino pone sus ojos en el problema del litoral. Rosas convoca a sus generales para encarar un plan realmente de una dimensión histórica. El objetivo: primero Corrientes y el Uruguay. Después Brasil.

Intervienen Inglaterra y Francia para pro­poner un "arreglo" en el cual ellas actuarían como "mediadoras", para tratar de mantener las cosas "en su lugar". Rosas agradece sus "buenos oficios", pero los rechaza.

A todo esto, el general Echagüe permanece en Entre Ríos "tapando" la posibilidad de entrada por allí  al general Paz y sus correntinos. Y al "impredecible" Rivera. Rosas reconstruye la Escuadra Nacional y restablece en su mando al almirante Brown. Con ella, bloquea Montevideo. La nave insignia es bautizada "General San Martín".

El general Echagüe avanza sobre Corrientes pero es derrotado por el general Paz en Caaguazú. Rosas llama urgentemente a Oribe y a Pa­checo para que bajen del norte a donde han lle­gado corriendo a Lavalle y Lamadrid. Urquiza es nombrado Gobernador de Entre Ríos, con la aprobación de Rosas. Recibe además el mando del Ejército del Litoral.

López, el joven, de Santa Fe, se pronuncia contra el gobierno nacional y se une al general Paz. Urquiza se retira a Buenos Aires, en busca de auxilio y refuerzos. Paz no puede perseguirlo, el almirante Brown controla los ríos. Así pasa un año sin que nadie se mueva. Rivera a todo esto, permanece como petrificado en sus cuarteles. Espera dinero del Brasil.

Con los refuerzos de Rosas y la incorporación de las fuerzas de Oribe, que finalmente ha llegado, Urquiza vuelve a cruzar el Paraná. Rivera, que desconoce completamente el in­cremento de las fuerzas federales, y acaba de recibir una fuerte suma de dinero, esta vez del Brasil vía Montevideo, decide atacarlo en pleno territorio de Entre Ríos. Batalla de Arroyo Grande. Allí, cuenta la historia, lo perdió todo, "hasta el honor". Realmente, no sé cuando lo tuvo. Huyó abandonando a su ejército, toda la caba­llada y el parque. Además de su uniforme y hasta su sable.

Paz fue separado del mando del ejército correntino, por disidencias internas. El desbande de las tropas unitarias que quedaban fue total. Oribe marchó con un ejército sobre Montevi­deo, mientras que Urquiza avanzó sobre  Corrientes. Se estableció el sitio de Montevideo, donde resistían los unitarios. Por tierra, las tropas federales quedaban al mando de Oribe y por mar al mando de Brown.

Los "exiliados" unitarios  envían una "mi­sión" a Londres con el objeto de solicitar el "protectorado" de Inglaterra sobre estas tierras, a cambio del envío de una escuadra inglesa que "colabore" en derribar al gobierno argentino. La misión está encabezada por Florencio Varela y viaja bajo la protección del Brasil, de quién recibe dinero. Este último país, procede a reconocer la independencia del Paraguay.

Urquiza, que ha cruzado el río Uruguay persigue y derrota los restos del ejército de Rivera en India Muerta. Mientras Echagüe deshace a López chico en Paso del Salado. Ambos derrotados se trasladan al Brasil. El Imperio, ha conseguido salir de 9 años de guerra civil, y está dispuesto a retomar el hilo de su viejo sueño, la provincia Cisplatina. Es en este momento, precisamente, que Francia e Inglaterra en forma conjunta, deciden intervenir en el Río de la Plata. Enterados en Río de Janeiro, el Marqués de Abrantes  es enviado apresuradamente a París por el Brasil, para negociar un arreglo en el que pueda también "intervenir" el Imperio. El "aporte" brasileño será en dinero. Mucho dinero. ¡Qué oportunidad perdida para Rivera! ¡Si hubiera esperado un poco más! Pero otros la aprovecharán. El oriental, ha dejado un discípulo en la Argentina. Un discípulo realmente, muy aventajado. Superior a su maestro. Ya veremos.

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"40 años cruciales de historia según Perón parte 2" (San Martín, Rosas y el traidor Urquiza)

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