sábado, 2 de agosto de 2014

'Mufa' o 'yeta', el piedrazo de los mediocres




21/06/14. Argentina 1-Irán 0 (mundial de Brasil). Julio Grondona, presidente de la AFA y vicepresidente de la FIFA, al finalizar dijo que la selección había llegado al gol "cuando 'el mufa' se fue de la cancha". Se refería a Maradona, ex-entrenador del equipo en Sudáfrica 2010 y ex-amigo del mencionado padrino mafioso del fútbol argentino, que se retiró del estadio unos minutos antes del golazo de Messi que definió el partido. Clásico uso del mote de 'mufa' o 'yeta' para desacreditar al adversario, enemigo o diferente: recurso propio de mediocres. Lamentablemente, parece ser invento porteño. Si te toca a vos y un mediocre te lo pone, tendrás que remar en dulce de leche... ¡sin motivo alguno! ¿No es bastante difícil la vida sin esas pelotudeces? Aquí, dos buenos artículos al respecto. Horanosaurus. 


La mufa es el piedrazo de los mediocres

Por Eduardo Castiglione. Clarín 22/06/14. Los futboleros agradecidos por años de orgullo y prestigio, incluyendo el gol más lindo en la historia, nos enteramos ayer que Maradona está tan emparentado con la mala suerte que su presencia sobra para que los iraníes sean invencibles. ¿Así que el jugador estrella en el Mundial Juvenil de Japón 79, determinante para la conquista argentina de Méxi­co 86 y decisivo para eliminar a Brasil e Italia en el subcampeonato de Italia 90 transporta tanta mala onda que impide el gol argentino antes de ro­zarnos con el descreimiento?

La impunidad de la que gozan les permite a los Grondona ca­lumniar con una palabra, como la mufa, que hace estragos a quien se la clavan. Con la mufa demolieron a José Varacka pero su Argentinos Juniors mandó al descenso a San Lorenzo, y de penal. De mufa descalificó a Carlos Di Sarli un director de radio y por eso su música ex­quisita fue prohibida en varias emisoras. Al periodista Roberto Maidana, catedrático para quie­nes lo rodeaban en redacciones y estudios, evitaban nombrar los mediocres para no convocar a la mufa.

Que sepan los Gron­dona que al fútbol argentino le hacen muchísimo más mal la violencia barrabrava, las sos­pechas en resultados y fallos arbitrales, el desgobierno en instituciones simpáticas con la AFA, las traiciones entre gallos y medianoches y el nepotismo que repugna con sólo nom­brarlo. A quien corresponda: el fútbol argentino tiene dema­siados motivos para apretarse fuertemente los testículos antes de hacer cuernitos cuando Maradona anda cerca. 

Contra la yeta y a favor de la ciencia

La Nación. Suplemento Sábado. "En algún lugar del mundo". Por Hernán Iglesias Illa. 02/08/14. Una de las costumbres porteñas que menos gracia me hacen es la etiquetación de algunas personas como yeta, es de­cir, portadoras de mala suerte. El yeta no tiene que hacer nada para arruinar las fiestas ajenas: su mera presencia es tan tóxica, afirma la sabiduría popular, que influye ne­gativamente en el estado de ánimo y la fortuna de los demás, aun la de sus aliados. Queda solo el yeta, co­mo un acusado de pederastía, in­capaz de quitarse le letra escarlata que prende sobre su solapa, acostumbrado a las anécdotas crue­les de sus amigos y enemigos. La selección perdió en el Maracaná porque el yeta había conseguido pasaje y entrada; aquel proyecto inmobiliario fracasó porque el yeta había comprado un terreno; aquel auto usado fundió biela por­que el yeta un día lo sacó a dar una vuelta. Siempre llueve en los casa­mientos donde va el yeta, siempre sacan bolillas difíciles sus compa­ñeros de examen.

Al porteño le gusta creer en la maldición yeta de algunas perso­nas, un poco porque le hace gracia -no habría cultura yeta sin chis­tes sobre eso- y otro poco porque siempre es un consuelo echarle la culpa a otro cuando las cosas salen mal. ¿Qué tan serias son estas acu­saciones? No lo sé. Uno cree que es imposible que gente sensata y educada realmente piense que hay una relación de causalidad entre la presencia o el nombre de alguien y acontecimientos sobre las cuales no tiene ninguna influencia. Y sin embargo hay gente que parece to­márselo muy en serio. Se arman lista de apestados: este sí, este no, aquel es sospechoso.

No conozco otra cultura como la argentina donde las acusaciones de yeta -o mufa, o piedra- sean tan habituales y pegajosas. Cuando he preguntado entre sus aficionados más sensatos me han dicho que es "un folclore", una costumbre inofensiva. Es posible. A mí me sigue molestando, no sólo por su desprecio de la relación causa-efecto sino también por su tufo a caza de brujas, a patota contra in­dividuo, a juicio sumario sin pruebas, aunque sea irónicamente, a las causalidades mágicas. El folclore de la yeta es anticiencia y antimo­dernidad: una inquisición.

Una vez señalado, el yeta queda tatuado por la categoría, que es indeleble y lo acompañará hasta su muerte, independientemente de su suerte o su influencia. Ya no podrá destacar su presencia en un proyecto exitoso o recordarles a sus amigos que ganaron fortu­nas en el casino la noche que él los acompañó. Una vez infectado, el momento de los argumentos ra­cionales ha quedado atrás.

Hace años trabajé en un canal de tele­visión donde había un productor de quien todos los demás decían que era mufa. Lo veían entrar a la sala de producción y se llevaban la mano a la ingle izquierda. El tipo cruzaba resignado y cabizbajo, co­mo un paria, sin desafiar ni pedir explicaciones. Esta situación duró años. Si el productor trabajaba en un programa exitoso, nadie decía nada. Si trabajaba en uno que fracasaba, corría un rumor: había si­do culpa del mufa.

Por eso quiero invocar, a mo­do de recuerdo y para irritar a los folclóricos, a algunos de los yeta argentinos más famosos. Rober­to Maidana, Tormenta, José Luis Clerc, Carlos Menem, Martín Liberman, Cacho Castaña: contra la barbarie y la superstición, a favor de la distinción entre correlación y causalidad, he aquí mi modesto homenaje. 


Bonus track: "San Pugliese", cara simpática de la misma historia. 





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