viernes, 2 de marzo de 2012

Tucumán en la pluma de Sarmiento

“Es Tucumán un país tropical, en donde la naturaleza ha hecho ostentación de sus más pomposas galas: es el Edén de América, sin rival en toda la redondez de la tierra. Imaginaos los Andes cubiertos de un manto verdinegro de vegetación colosal, dejando escapar por debajo de la orla de este vestido doce ríos que corren a distancias iguales en dirección paralela, hasta que empiezan a inclinarse todos hacia un rumbo, y forman reunidos un canal navegable que se aventura en el corazón de la América. El país comprendido entre los afluentes y el canal tiene a lo más cincuenta leguas. Los bosques que encubren la superficie del país son primitivos, pero en ellos las pompas de la India están revestidas de las gracias de la Grecia. El nogal entreteje su anchuroso ramaje con el caoba y el ébano; el cedro deja crecer a su lado el clásico laurel, que a su vez resguarda bajo su follaje el mirto consagrado a Venus, dejando todavía espacio para que alcen sus varas el nardo balsámico y la azucena de los campos. El odorífero cedro se ha apoderado por ahí de una cenefa de terreno que interrumpe el bosque, y el rosal cierra el paso en otras con todos sus tupidos y espinosos mimbres. Los troncos añosos sirven de terreno a diversas especies de musgos florecientes, y las lianas y las moreras festonan, enredan y confunden todas estas diversas generaciones de plantas. Sobre toda esta vegetación, que agotaría la paleta fantástica en combinaciones y riqueza de colorido, revolotean enjambres de mariposas doradas, de esmaltados picaflores, millones de loros color de esmeralda, urracas azules y tucanes naranjados. El estrépito de estas aves vocingleras os aturde todo el día, cual si fuera el ruido de una canora catarata. El mayor Andrews, un viajero inglés que ha dedicado muchas páginas a la descripción de tantas maravillas, cuenta que salía por las mañanas a extasiarse en la contemplación de aquella soberbia y brillante vegetación; que penetraba en los bosques aromáticos, y delirando, arrebatado por la enajenación que lo dominaba, se internaba en donde veía que había obscuridad, espesura, hasta que al fin regresaba a su casa, donde le hacían notar que se había desgarrado los vestidos, rasguñado y herido la cara, de la que venía a veces destilando sangre sin que él lo hubiese sentido. La ciudad está cercada por un bosque de muchas leguas, formado exclusivamente de naranjos dulces, acopados a determinada altura, de manera de formar una bóveda sin límites sostenida por un millón de columnas lisas y torneadas. Los rayos de aquel sol tórrido no han podido mirar nunca las escenas que tienen lugar sobre la alfombra de verdura que cubre la tierra bajo aquel toldo inmenso. ¡Y qué escenas! Los domingos van las beldades tucumanas a pasar el día en aquellas galerías sin límites; cada familia escoge un lugar aparente; apártanse las naranjas que embarazan el paso, si es el otoño, o bien, sobre la gruesa alfombra de azahares que tapiza el suelo, se balancean las parejas del baile, y con los perfumes de sus flores se dilatan, debilitándose a lo lejos, los sonidos melodiosos de los tristes cantares que acompaña la guitarra. ¿Creéis, por ventura, que esta descripción está plagiada de Las mil y una noches u otros cuentos de hadas a la oriental? Daos prisa más bien a imaginaros lo que no digo de la voluptuosidad y belleza de las mujeres que nacen bajo un cielo de fuego, y que, desfallecidas, van a la siesta a reclinarse muellemente bajo la sombra de los mirtos y laureles, a dormirse embriagadas por las esencias que ahogan al que no está habituado a aquella atmósfera”. ("Facundo. Civilización y barbarie". Cap. XII. Domingo F. Sarmiento)  

*** Sería una tarea harto complicada para mi intentar definir la intrincada personalidad y calificar objetivamente la vida política de Faustino Valentín Quiroga Sarmiento, según su partida de nacimiento,  más conocido como Domingo Faustino Sarmiento. A pesar de esas reservas, considero que sus adhesiones a la violencia y su fomento del asesinato de caudillos provinciales como soluciones políticas -por más que estemos hablando del siglo XIX- desmerecen terriblemente su figura. Hay veces que, a los que vamos detrás de trozos de belleza para sobrevivir, nos conviene prescindir momentáneamente de los vericuetos de la vida o la visión del artista y disfrutar de su obra sin más. Dicen que “Facundo. Civilización y barbarie” es uno de los mejores libros escritos en América en lengua castellana. En su reelectura, me detuve en la descripción que hace de Tucumán, en un descanso de su larga diatriba contra su pariente Facundo Quiroga, los federales y todo lo que huela a campo y no llevara frac ni levita, gauchos incluídos (1). Pensé en el único amigo tucumano que tengo y sentí envidia de su pertenencia por un rato, para poder deleitarme aún más con las alabanzas que le hizo a su terruño. Como nuestro prócer extremista recorrió bastante mundo, los méritos que le adjudica al Jardín de la República adquieren más valor relativo. Que las mujeres hayan sido una importante debilidad de Sarmiento, garantiza la validez de los piropos que le dedicó a las tucumanas. Si queda alguna duda a este respecto recordemos que los mismísimos San Martín y Belgrano -hombres excepcionales- cayeron bajo los encantos de alguna tucumana. Horanosaurus.

*** PD1: un buen tiempo después de estas disquisiciones, encontré una muy buena definición de Sarmiento en un artículo escrito por el popular historiador Felipe Pigna (2) que se supone que de esto sabe más que yo: "Domingo Faustino Sarmiento fue -ante todo- un hombre de su tiempo, marcado por profundas contradicciones y una enorme sinceridad que lo llevaban a ser siempre políticamente incorrecto. Sostuvo apasionadamente polémicas con Mitre, Alberdi y Echeverría, insultó a la oligarquía de su tiempo, pidió no ahorrar sangre de los mismos gauchos a los que llamaba 'el soberano' y se obsesionaba en educar. Todo eso, no parte de ello, fue Sarmiento".


***PD2: pasados unos años, leyendo a Fernando Iglesias en la fuente abajo citada, encuentro un panegírico de Sarmiento que otra vez llamó mi atención sobre la figura del sanjuanino. No es la primera vez que veo a políticos argentinos actuales elegirlo como prócer más destacado de la Argentina, por sobre los más populares San Martín y Belgrano. Acá va ese fragmento...

“Mi héroe preferido no es San Martín sino Sarmiento; y si no hubiera proferido las indignas barbaridades que pronunció acerca de indígenas, paraguayos, gauchos y todos los que consideraba ajenos a la civilización e imposibles de civilizar, lo propondría como primer héroe nacional, en lugar de Don José. Dicho también con todo respeto por San Martín, desde luego, no parece una buena idea seguir teniendo como paradigma a imitar, en pleno siglo XXI, a una persona cuyo principal genio era bélico. Sarmiento fue, en cambio, un extraordinario intelectual; “El cerebro más poderoso que haya producido América”, según la frase de Carlos Pellegrini ante su tumba. Uno de los primeros pensadores en el mundo que comprendió el rol decisivo de la inteligencia en la construcción de una sociedad civilizada. El primero, acaso, en avizorar tempranamente lo que hoy llamamos “sociedad del conocimiento y la información” (...) 

La educación pública, y su carácter gratuito y obligatorio, fue la obsesión de su vida. Luchó por ella desde que era gobernador de San Juan hasta el cargo de superintendente de Escuelas, que fue el último que desempeñó después de haber sido senador y presidente de la República, nada menos. Soñó, y dio sus primeros pasos, para la construcción de un ferrocarril que uniera el Atlántico con el Pacífico como el que Norteamérica estableció por aquellos años, y que en Sudamérica es aún una deuda pendiente. Casi triplicó la longitud de la red ferroviaria nacional y amplió en 5000 kilómetros la de telégrafos, además de lograr la primera comunicación telegráfica transoceánica entre Sudamérica y Europa. Inauguró los primeros puertos bonaerenses, en Zárate y San Pedro, la primera exposición de artes y productos nacionales y las primeras redes de agua corriente y cloacas. Creó la Contaduría Nacional, el Banco Nacional y el Boletín Oficial. Instituyó el primer censo nacional. Abrió el país a la inmigración. Trajo el mimbre, los eucaliptos y el malbec. Sarmiento fue una obra de modernización enorme e imposible de abarcar en pocas líneas.

Es cierto que le aconsejó a Mitre no ahorrar sangre de gauchos; pero también es cierto que le dio a los hijos de esos gauchos la posibilidad de acceder a la educación y a un destino digno. Lo hizo pronunciando palabras de tremenda actualidad: “Para tener paz en la Argentina, para que los montoneros no se levanten, para que no haya vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia; enseñarles a todos lo mismo, para que todos sean iguales. Para lograrlo, necesitamos hacer de la República una escuela”. Esa fue su obsesión: hacer de la República una escuela. Por eso llenó la Argentina, hasta donde pudo, hasta donde lo dejaron, de escuelas, colegios, universidades, sociedades literarias, filantrópicas y filarmónicas, y de academias y bibliotecas. Populares y públicas, casi todas. Esa extraordinaria red de creación e intercambio de conocimientos, informaciones, diversidad cultural e innovación fue el factor que hizo de la Argentina un país del primer mundo antes que existiese el primer mundo; no la productividad natural de las pampas, que había existido desde cuando este país era un rincón oscuro y apartado; un suburbio marginal, una simple puerta de entrada en el trayecto que iba a Cochabamba, Potosí y Asunción, las ciudades ricas del Virreinato.

La incipiente sociedad de la información y el conocimiento creada por Sarmiento, en pleno siglo XIX y en un país que era todavía un desierto, fue el factor que hizo progresar a la Argentina y prosperar a los argentinos hasta bien entrado el siglo XX. Y cuando todo se derrumbó, en diciembre de 2001, no fueron las industrias las que salvaron al país, sino las escuelas, que constituyeron el lazo social activo, el refugio para las familias y el sistema que dio comer a los pibes, evitando que la Argentina se partiera en pedazos. Si el país, mal o bien, aún está en pie, se lo debe a Sarmiento y su red de escuelas. Por eso, acaso el día que cambiemos el “Alta en el cielo, un águila guerrera” por el “Con la luz de tu ingenio iluminaste la razón, en la noche de ignorancia”; el día en que dejemos de pensar en términos de “Sin industria no hay nación” y pasemos al “Sin educación, no hay República”, acaso logremos finalmente hacer de la Argentina una escuela, y de este país, un gran país”.

Fernando A. Iglesias. “La década saKeada. Memoria y balance de una catástrofe nacional y popular”. Edic. Margen Izquierdo, 2016.

Para "entretenerse" intentando encasillar a Sarmiento: 

"¿Es cierto que Sarmiento quiso entregar la Patagonia a Chile?" Por Rolando Hanglin. La Nación 14/02/12. 
"Un polémico y apasionado sanjuanino". Agenda de Reflexión Nro. 539. 26/06/09. Por Horacio Walter Bauer.  
"El gran impulsor del desarrollo rural". La Nación Suplemento Campo. Por Alfredo de las Carreras. 11/09/10. 
(1) El mismo Sarmiento le confiesa en una carta fechada 22/12/1845 al Gral. José María Paz refiriéndose a su propio libro: "Obra improvisada, llena de inexactitudes a designio a veces, no tiene otra importancia que la de ser uno de los tantos medios para ayudar a destruir un gobierno absurdo y preparar el camino a otro nuevo." Extraño prócer el nuestro, que justificaba y reclamaba la ocupación de su propio país a "los poderes civilizados de Europa" y exigía a los gritos educación para corregir al vulgo, al que detestaba profundamente.

(2) "Historias de un sanjuanino" por Felipe Pigna. Revista Viva-Clarín. Domingo 08/09/13. 

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