jueves, 21 de abril de 2011

El campo: lo que piensan ellos

Dando por sentada la buena fe de Carlos Lanusse, autor del siguiente artículo publicado en la sección Rural de Clarín, uno puede advertir los gruesos errores de concepto -diría sociológicos- que tienen muchos defensores de los más poderosos sectores del campo, agredidos objetivamente por la política que el gobierno le aplica. Aunque en ciertos pasajes pueda acertar describiendo momentos de la historia reciente.

Si los argentinos honestos tenemos la necesidad de buscar respuestas inteligentes y justas a los problemas de convivencia entre sectores y clases sociales (a menos que fomentemos revoluciones elitistas o golpes de estado oligárquicos para imponer una voluntad omnímoda), lo que no pueden explicar el autor y quienes están detrás es donde encajarían los 30 o 35 millones de argentinos que quedamos afuera de su idealizado esquema de agro-negocios.


Si alguno leyó alguna otra entrada de este humilde blog sabrá que no podrá sospecharse de mi como "kirchnerista" u oficialista. Me parece que la política agropecuaria del gobierno es muy poco inteligente. Esa posición creo que garantiza mi visión independiente sobre "ellos, los del campo". Para conocer un poco más la ideología de esta gente especial, les sugiero continuar con los artículos recomendados en "¿Bicentenario sin el campo?" Pero hay muchas cosas a mano para interiorizarse de esta disputa si uno tiene paciencia: basta recurrir al suplemento Campo de La Nación y al citado Rural de Clarín, ambos publicados los sábados. Por ahí desfilan verdaderos fundamentalistas del sector y sus negocios (Sammartino, Huergo, etc.) destilando sus intenciones separatistas: todo para ellos. ¿En virtud de qué los que no estamos dentro de sus negocios debemos defenderlos como si fueran nuestros? Es cómico descubrir como a veces se preguntan entre si porque tienen tan mala imagen ante el resto de la sociedad.

Todo ello sin dejar de ver que constituyen el sector productivo más  eficiente y progresista del país, el que más reinvierte, el que ha aplicado una verdadera revolución tecnológica -en gran parte de generación nacional- lo cual es un doble mérito enorme. Son mucho más "empresarios" que los impresentables industriales. Por eso, para equilibrar el análisis abajo podrán acceder al artículo "Una política anti campo", escrito por  Marta Velarde en uno de esos mismos suplementos. Lo que expresa es insoslayable. Nuestros políticos no saben como planificar la economía, además de no saber gobernar. 

Pero, como hace 60 años, "los del campo" coinciden en eso que el peronismo es el hecho maldito de la historia argentina. En realidad, los pobres, los excluídos y el populismo que los compra (porque el verdadero peronismo murió). No pueden llegar a reconocer que si no fuera por este triste sistema asistencialista, su conciencia de gente "culta" no hubiera podido resistir la culpa por los millones de indigentes argentinos que cargarían sobre sus espíritus. Lo que obligaría a esta generación de estancieros -ahora llamados "líderes de agronegocios"- a mudarse de nuevo a París como hace un siglo. Añoran cuando sus empleados manejaban sus campos y los gobiernos. 

¡Ah! Un pequeño detalle: Lanusse habla de "resentimiento" y es un resentido. Debe ser por la carga de su apellido nefasto. Traspasó la frontera del odio. Encima, dice ser docente.




Clarín Rural 09/04/11. El autor analiza, desde la formación de Argentina como país, la expansión de sus fronteras vinculada a la actividad agropecuaria. Y luego recorre los distintos relacionamientos que mantuvo el sector con los gobiernos, a lo largo de la historia. Además, sostiene que, ahora, el campo es blanco de un ataque por parte de un gobierno que no comprende a la actividad. Por Carlos E. Lanusse. Ingeniero y docente.

En el campo, la línea de frontera era la de fortines. Se terminaron los malones y el proyecto de poblar, arraigando nuevas estancias y poblaciones, fue corriendo la frontera hasta los límites de la Nación. La reproducción cuidada de nuestros rodeos fundó un capitalismo en especie, no monetario, que sirvió para abastecer nuestros consumos e ingresar a los mercados externos.

La frontera interna comenzó entonces a vincularse a la expansión agrícola, desde Colonia Esperanza en adelante. Y la Argentina fue una enorme esperanza, para los nuestros y quienes se embarcaban en el viejo continente buscando trabajo. Al tiempo que nos convertíamos en fuertes demandantes de trabajo, nacional y europeo, resultábamos grandes oferentes de granos. Fue una enorme conquista a fuerza de trabajo local, capitales propios e importados y un fundamental aporte de tecnología extranjera. Barcos a vapor, ferrocarriles, telégrafo y teléfono, genética de razas europeas, plantas forrajeras y semilleros especializados. Maquinarias, molinos y alambrados.

A mediados del siglo XX, cuando la conquista agropecuaria se hubo expandido a todo el territorio nacional, comenzó una nueva frontera, la de los rendimientos. Fue un proceso montado en la tecnología y la recolección y de tal magnitud que logró multiplicar la producción cerealera desde niveles de veinte millones de toneladas de cereales hasta los cien millones de toneladas actuales. En realidad, la incorporación de tecnología fue tan intensa que significó una verdadera revolución cultural. Cambiaron los hábitos de producción y la vida familiar en los pueblos del interior. Los productores, contratistas, maquinistas, cosecheros, fumigadores, agrónomos, veterinarios, comerciantes de químicos, semillas y fertilizantes o diseñadores de nuevas máquinas, comprendieron que la tecnología había llegado para quedarse, porque actuaba como método para incrementar el valor de sus trabajos.

El aumento de la productividad, como fuente de progreso económico y ascenso social había quedado instalado en el campo, a la vez que mostraba un modelo de crecimiento tan respetuoso de las instituciones como alejado de la politización, la estatización y la corrupción.

Es que el Modelo de Rendimientos Crecientes no se parece al de Poder Político Creciente. Se trata de una diferencia cultural profunda en lo económico y en el método de capitalización del trabajo y sus resultados sociales. Al día de hoy, los hombres habituados a la tecnología como palanca de crecimiento saben que esa metodología no responde a concentraciones de poder, sino de conocimientos. Mientras el corrimiento de la frontera agropecuaria no ha dejado de avanzar, nuestra Argentina produjo una lamentable resaca política basada en el resentimiento de los que no alcanzan al éxito para resolver sus problemas.

La primera ocasión provino de la interpretación de Perón acerca de que el campo sería el lugar de residencia de la “oligarquía vacuna”, sin entender los efectos de los avances tecnológicos sobre la productividad de la tierra. Siguiendo con aquella interpretación instaló el Instituto Argentino de Promoción de Intercambio (IAPI) para comercializar la producción agraria, con el objeto de bajar los precios de los alimentos, supuesto beneficio para la población urbana y una industrialización subsidiada por bajos salarios.

Aunque ocurrió lo contrario. El proceso productivo agropecuario llegó a tal magnitud, económica y cultural, que aunque el peronismo siguió influyente en la política, aquellas interpretaciones burdas terminaron agotadas y revertidas durante la administración del peronista Eduardo Duhalde.

El segundo golpe contra el sector agropecuario provino de una serie de economistas que en el afán de terminar con la inflación decidieron utilizar el tipo de cambio para “pisar los precios” de todo lo exportable e importable. El resultado fue la recesión, la desocupación y el derrumbe del trabajo nacional, aunque aquel embate, también superado por el campo, no fue montado sobre el resentimiento y la politización, sino sobre la impericia económica y el error, exactamente el mismo que llevó al mundo entero a la crisis financiera 2008-2010, todavía abierta.

El tercer intento de subordinar al campo, usarlo para la producción de alimentos, divisas y recursos fiscales, negándole su independencia política y metodología cultural, ocurrió a manos del kirchnerismo. A partir de la destitución de Roberto Lavagna, la destrucción del INDEC, la utilización de la inflación con fines electorales en 2007 y el atraso cambiario de 2010 en adelante, quedó al descubierto que todo aquello era por poder. Este ataque resultó nuevamente malogrado con la derrota en el Senado en ocasión del intento de imponer la Resolución 125, patéticamente confirmado en las elecciones legislativas 2009. Otra vez el intento político, resentido de la independencia y éxito económico del sector agropecuario, pero impotente para mostrar resultados sustentables, ha fracasado.

Kirchner nunca pudo contra el campo, porque lo suyo, el populismo, no formaba parte de la cultura occidental a que adhiere la Argentina. Es que mientras el campo logra cosechas crecientes a fuerza de tecnología, el kirchnerismo cosecha odios como estrategia de poder, cuando los argentinos no estamos interesados en luchas sino en resultados concretos en el ámbito social y económico.

Este divorcio de métodos y objetivos no termina allí. En la Ciudad de Buenos Aires, el distrito electoral de mayor nivel cultural de nuestro país, el populismo resulta denostado por sus ciudadanos. El gobierno elegido en la ciudad de la cultura es el más opuesto posible al populismo suburbano. Ello explica y predice la nueva línea de frontera que une al campo y la ciudad. La que une cultura y tecnología, dejando afuera poder y resentimiento.


Una política anti campo

La autora de la nota plantea que las actitudes del gobierno nacional hacia el agro evidencian una postura de “economía cerrada” que desprecia la importancia de las exportaciones, descuida a las economías regionales y genera polémicas con socios clave como Brasil, la UE y EE.UU.. Dice que, además, se pone un techo a un sector que tiene un enorme potencial. Clarín Rural. Sábado 21/07/12. Por Marta Velarde (ex diputada nacional justicialista). 
A cuatro años del rechazo de la Resolución 125, el gobierno continúa con su política contra el campo, que es en definitiva contra el interior, y que cuenta con el apoyo de los sectores ineficientes de la economía argentina y de ideólogos desactualizados y prejuiciosos.


El sector rural se destaca en el país por ser el único que sin subsidios ni prebendas es competitivo en el mundo, y el que soporta, además, gran parte de la carga impositiva junto a los asalariados, cuando en la Unión Europea y en los Estados Unidos es generosamente subsidiado.


El interior cuenta con una genuina burguesía nacional, que ha convertido al campo en una industria agroalimentaria que es orgullo argentino. Provee exportaciones, da trabajo, actúa de locomotora de la industria nacional con su equipamiento de maquinarias, demanda productos de alta tecnología y paga enormes impuestos.


Pero no es comprendido por un gobierno personalista, que confunde el ejercicio del poder de una república democrática con modos propios de la autocracia, y que no reconoce ni las limitaciones institucionales ni suple su falta de conocimiento en numerosos temas con un equipo capaz.
Caracteriza a este gobierno la ineptitud junto con el anacronismo. Predomina una concepción de economía cerrada propia de otros tiempos, donde el campo debe ser un proveedor de alimentos baratos para suplir la incapacidad de otras actividades en pagar salarios altos a los trabajadores urbanos.


El concepto de economía cerrada desprecia la importancia de las exportaciones, pues cree en un sector industrial al que se le reserva un mercado interno para venderle productos caros y de mala calidad.


Un país como China, con mil setecientos millones de habitantes, es un gran exportador, y tiene un mercado interno enorme. El gobierno argentino actual, en cambio, apuesta a la autarquía en vez de un modelo de desarrollo armónico que conquiste los mercados mundiales con los productos del complejo agroindustrial.


Hace algunas décadas existía el problema del deterioro de los términos del intercambio. Desde principios de este siglo los precios internacionales benefician a la producción alimentaria.


Lo que proponemos es exportar la mayor cantidad posible de alimentos elaborados al mundo, y eso generará un importante desarrollo industrial, y que se reconozca que el sector que en estos últimos veinte años aplicó masivamente ciencia y tecnología ha sido el rural. Sin duda que la demanda de equipos de los productores posibilitará la competitividad internacional de la industria proveedora de maquinaria agrícola, en su mayor parte de empresarios nacionales que viven en las ciudades del interior.


La mesa de los argentinos que el gobierno decía preservar significó la duplicación del precio del pan, a pesar de la baja de la rentabilidad del trigo y los límites a su exportación. El resultado es que este año la superficie sembrada con trigo es menor en un 46 % a la normal, y la baja del stock ganadero en unos diez millones de cabezas vacunas es la respuesta a los dislates en el comercio de carnes.


En diciembre de 2008, la Presidenta anunció la creación de cinco mega feedlots, con capacidad para 40.000 cabezas cada uno. A casi cuatro años, todavía no se iniciaron las obras.


El Mercosur y la mentada reindustrialización sólo se han concretado en la industria automotriz, que exporta con 12.000 millones de dólares pero importa por el doble.


La comercialización de las cosechas sufre la falta de infraestructura, que se traduce en el aumento de los costos. La extensión de las fronteras agropecuarias encaradas por empresarios que actúan como pioneros, padecen el “impuesto a la distancia” ante las carencias del sistema de transporte.


La red caminera está deteriorada en el 70% y es insuficiente por contar con un solo carril por sentido de circulación. El interior del país requiere una red de autopistas seguras que, además, permita reemplazar los camiones de 28 toneladas por equipos de 50 a 100 tn. La línea del ferrocarril Belgrano sigue cortada hacia el norte a partir de Tostado. Hace años, el gobierno anuncia inversiones chinas para modernizar el Belgrano Cargas, que nunca se concretan. Además, se propone la importación de todo el equipamiento, consagrando la renuncia a una industria ferroviaria nacional. No se han construido ni la circunvalación ferroviaria de Rosario ni la segunda autopista de circunvalación de la misma ciudad. De la red de rutas provinciales de unos doscientos mil kilómetros sólo están pavimentados unos treinta y tres mil kilómetros.


Las economías regionales del interior están todas en crisis, y a los problemas de las retenciones se agregan las demoras en los reintegros, el retiro del Banco Nación, que se dedica a prestar al Gobierno, el retiro de los depósitos en dólares de los bancos, que resta recursos a la refinanciación de exportaciones, el creciente aumento de los costos, y las sanciones de Brasil, la Comunidad Europea, y EE.UU por las trabas que el gobierno pone a las importaciones de esos países.


Hay dificultades para la industria vitivinícola, que pierde competitividad en el mercado externo otrora conquistado, como otras actividades que dan empleo en las economías regionales y que -parece- deben financiar los problemas de un Mercosur diseñado para las multinacionales automotrices. El cierre de plantas y la pérdida de puestos de trabajo son noticia diaria.


Por otro lado, se subsidia el ensamble de televisores importados en Tierra del Fuego, que de nacional sólo tienen el tergopol del embalaje. Ese dinero en infraestructura de transporte incrementaría notablemente la productividad del interior. Pero prefieren el clientelismo a la modernización. Es cierto, en política se puede hacer lo que se quiere, lo que no se puede es controlar las consecuencias. Entre lo no hecho y lo mal hecho, este Gobierno continúa dinamitando el sector más vital de la economía nacional.

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