martes, 4 de enero de 2011

Che Guevara: controversia entre un gorila y un peronio


Rescato del olvido las opiniones de dos conocidos escritores sobre el Che Guevara en las páginas del diario La Nación, allá por el 2005. Me parece que nunca hay que dar nada por cierto ni pensado, así siempre se pueden profundizar y aprender cosas. En la foto de arriba, el mismísimo Guevara leyendo el diario de los Mitre, en Punta del Este, supongo que en el año 1961 (ejem=onomatopeya carraspeo). No quiero opinar aquí ni hace falta. Los invito a leerlas. Horanosaurus. 

Los fracasos del Che GuevaraLa Nación Opinión Sábado 30 de julio de 2005.

Por Marcelo Gioffré para LA NACION. El autor es escritor, periodista y abogado. Su último libro es la novela “Mancha venenosa”.

Un legislador de la ciudad de Buenos Aires ha propuesto la denominación de "Che Guevara" para la avenida Cantilo, lo que lleva a meditar sobre los eventuales méritos del personaje postulado.

Hijo de una familia aristocrática argentina, Guevara renegó de su origen y de su tierra. Recibió el título de médico y también declinó el ejercicio de la profesión. De estudiante, intentó fabricar gamexane con talco, marca Vendaval, pero le fue mal en la empresa. En 1952, abandonó en un leprosario de Venezuela a su amigo Alberto Granado, con la promesa de que volvería, cosa que nunca hizo. En Guatemala, en el 54, intentó en vano la defensa de Jacobo Arbenz frente a un golpe de Estado. Como intendente provisional de Sancti Spiritus, prohibió la bebida y el juego, regla que debió revocar al día siguiente. Fracasó en su matrimonio con Hilda Gadea. Por vanidoso, cometió el error de publicar su libro “Guerra de guerrillas”, que fue muy útil para el Pentágono, al poner en evidencia los secretos de la subversión armada. Fracasó al subestimar el bloqueo. No tuvo ningún éxito en su misión diplomática en la Conferencia de Punta del Este de 1961, donde debía llegar a un acuerdo con los norteamericanos. Fracasó en su plan de industrialización acelerada y con ello provocó una debacle de la zafra azucarera. Perdió con los economistas rusos la controversia sobre los estímulos (que él pretendía morales -el "hombre nuevo"- y los técnicos soviéticos, materiales). Fracasó en su valoración de China y no pudo convencer a Mao Tse-tung, en 1965, de hacer otra guerra de guerrillas en América latina.

Contribuyó en Cuba a crear un monstruo y debió renunciar e irse. Fracasó como hijo (al menos en la famosa dicotomía moral que Jean-Paul Sartre plantea en "El existencialismo es un humanismo"), ya que cuando la madre murió de cáncer no pudo estar a su lado, y en una carta final, que llegaría tarde, escribió: "Los he querido mucho; sólo que no he sabido expresar mi cariño". Cometió el error de confiar a Fidel Castro una carta para ser leída después de su muerte y Castro la leyó prematuramente, traicionándolo. Fue a luchar al Congo y, más allá del pintoresquismo de saborear sopa de mariposas, debió abandonar la misión. Le armaron una guerrilla inverosímil en Bolivia y también fracasó. No fue hábil para captar al comunista Monje ni a los campesinos para esa lucha guerrillera. Fue padre de cinco hijos y, objetivamente, los dejó librados a su suerte para emprender un viaje disparatado hacia utopías mal calculadas. El conjunto de su vida podría verse como una impecable estética del fracaso, que concluyó, póstumamente, con toda una generación diezmada en su nombre.

¿Cuál es su mérito real, dejando de lado el hecho de ser un fetiche de la rebeldía setentista, estampado en infinitas remeras fabricadas según cánones capitalistas?

Es verdad que accedió a la difícil categoría de mito, pero a ello contribuyeron circunstancias aleatorias que nada tienen que ver con sus virtudes. El triunfo militar en Cuba se debió mucho más a la prudencia de Castro que al heroísmo irresponsable del Che. La muerte y la desaparición del cuerpo ayudaron a forjar la leyenda. La necesidad del régimen cubano de tener próceres, también. Su condición de fundamentalista de la pureza, que comparte con Hitler, también. Pero ninguno de estos aspectos son méritos genuinos. Su antiperonismo tampoco puede ser visto como la vedette de su pensamiento, sino más bien como la típica crítica del intelectual de izquierda a un partido reformista.

Es más: hace dos años, almorzando en un bar de la calle Salguero con Humberto Vázquez Viaña, un boliviano que integró los cuadros de apoyo guerrillero a quien Guevara menciona en su diario, fui objeto de una confesión estremecedora. Este hombre conjeturaba que el verdadero motivo por el cual Guevara había luchado no era ideológico ni idealista, sino terapéutico. Como se sabe, Guevara sufría de asma y nunca experimentó un ataque en medio de una batalla -quizá por la generación de adrenalina adicional-, razón por la cual el propósito oculto de sus campañas, de su irrefrenable deseo de seguir luchando y apartarse de las tareas de escritorio, no habría sido otro que evitar esos espasmos bronquiales. Un motivo francamente espurio, cuya eventual confirmación dejaría mudos a tantos manifestantes que enarbolan su foto con la boina calada.

Pero hay un segundo tema: ¿cuál es el límite a los cambios en las ciudades? En Nueva York se está dando un debate sobre la ampliación del Whitney Museum of American Art, que está emplazado en Madison Avenue y la calle 75. De acuerdo con el proyecto original del arquitecto italiano Renzo Piano, la ampliación requería la demolición de dos fachadas antiguas y arquetípicas, de piedra marrón, con sus escaleras de hierro colado por fuera, lo que en principio está prohibido por la legislación local.

Pero dicha imposibilidad podía ceder frente a una decisión expresa de la Landmarks Preservation Commission, cuya tarea consiste, justamente, en establecer cuáles son las excepciones admisibles a la norma. Planteada la cuestión a la comisión, ésta optó por un proyecto alternativo, mucho más modesto, según el cual se tirará abajo sólo una de las fachadas, lo que obligará a achicar la puerta de acceso del nuevo museo y seguir el ámbito previsto por detrás de la fachada que se mantendrá intacta, en su parte exterior, sobre Madison Avenue.

Renzo Piano mantuvo el optimismo, quizá por razones más crematísticas que arquitectónicas, y sostuvo que la pequeña entrada ayudará a crear un elemento oblicuo de sorpresa, al acceder a un gran lobby inundado de luz, como en los jardines edénicos. El New York Times, en cambio, criticó la decisión en un artículo titulado "La comisión preserva el pasado al costo del futuro", indicando que esa comisión tiene por cometido estudiar cuándo las reglas deben ser rotas y establecer, así, un correcto balance entre la preservación histórica y el florecimiento de los nuevos emprendimientos arquitectónicos y que, en cambio, ha adoptado una actitud timorata que lleva a una suerte de "fachada Potemkin", que paradójica y simbólicamente parece definir las funciones que cumple en la práctica el organismo: limitarse a la defensa de lo superficial.

La cuestión es que ni Nueva York ni Buenos Aires viven ya, como sí quizá pasaba en los años 60 y 70, con la amenaza arrasadora del modernismo. Llaman la atención, por eso mismo, ciertas voces reaccionarias que se aferran al mero nombre de una calle, como si eso fuera el alma de la ciudad y su eventual cambio pudiera herirla de muerte.

Hace unos días, en una carta de lectores, un señor se lamentaba de que el consultorio de su padre hubiera estado en una avenida que hoy tiene otro nombre. La vieja puja de tradicionalistas y modernistas es ya obsoleta. Es la suma de diferentes épocas históricas, cada una aportando sus propios valores y visiones del mundo, la que otorga riqueza y sentido a las cosas: sólo en esa dinámica creativa y dialéctica se van articulando y reinventando las ciudades, lo que torna inaceptable la intransigencia dogmática frente al cambio.

Pero entre ese ensamble tenso y rico y la idea de homenajear a soñadores trasnochados, por más romántica que sea la estela que hayan dejado, media una distancia que no puede ser salvada sin temeridad.




¿Fracasó el Che Guevara?La Nación Opinión Jueves 18 de agosto de 2005. Por Pacho O´Donnell para LA NACION.

Ernesto Guevara Lynch, el Che, es, según una encuesta internacional realizada hace pocos meses, la personalidad más admirada en todo el mundo. No llama eso la atención si se está atento a los noticieros internacionales y, entonces, asiduamente se descubre su rostro sobrevolando en pancartas y banderolas, en los cinco continentes, manifestaciones por mejores condiciones laborales, o en contra de la globalización o la guerra de Irak, o en multitudinarias reivindicaciones por los derechos humanos.

El Che no es pasado sino presente por lo que simboliza, estemos o no de acuerdo con sus principios y sus métodos: el idealismo, el coraje, la coherencia entre lo que se piensa, dice y hace. Valores en crisis en una sociedad hegemónica que privilegia el individualismo, la inescrupulosidad, el materialismo.

El artículo del señor Gioffré publicado en esta sección está en línea con los muchos que se han escrito tratando de convencer de que el Che fue un fracasado en vida. De acuerdo con ese criterio, Van Gogh también lo fue, porque logró vender un solo cuadro y murió en un siniestro manicomio. También Espartaco, por haber sido derrotado por las legiones romanas y crucificado en la via Appia. Hasta San Martín sería un fracasado, porque debió ceder a Bolívar la conclusión de la gesta libertadora y porque nunca logró regresar a su patria. Lo que ese criterio elude es la poderosa significación simbólica que esas personalidades proyectan más allá de la muerte y de las contingencias circunstanciales.

Repasemos algunos de los “fracasos” de Guevara, según Gioffré: le enrostra que habría renegado de su tierra; los cubanos, mexicanos y bolivianos que entrevisté para mi biografía coinciden en su apego a la identidad argentina: bebedor obsesivo de mate, canturreador desafinado de tangos mientras leía o meditaba; en las tribunas adoptaba el “caribeño”, pero en la intimidad recuperaba su habla de porteño; además, murió argentino al renunciar a la nacionalidad cubana cuando abandonó La Habana; por otra parte, su apodo no deja dudas de ello. ¿Que declinó el ejercicio de su profesión de médico? Se embarcó en el Granma como tal y luego eligió ser un combatiente; ¿fracasaron también como médicos Baldomero Fernández Moreno y Arturo Illia por encaminar sus vidas en pos de otra vocación? Gioffré reprocha al Che haber abandonado a su amigo Granado en Caracas, lo que es tan poco cierto como que, apenas triunfante la revolución contra el dictador Batista, lo mandó llamar a La Habana y le confió tareas de importancia en el área médica. Gioffré pierde una excelente oportunidad de ensayar una crítica certera contra el Che cuando aduce que su manual guerrillero fue otro fracaso y para lo único que sirvió fue para dar datos a la CIA; se equivoca el autor, pues dicho texto –personalmente lo lamento– fue exitoso en convencer a muchos jóvenes argentinos y de otros países que se inmolaron, comprometidos con la vía de la lucha armada para terminar con las injusticias del capitalismo.

Sigamos: el Che no subestimó el bloqueo norteamericano a Cuba, sino que lo consideró inevitable en una guerra declarada, en la que tuvo posiciones tan radicalizadas como enfurecerse hasta el insulto con Kruschev por haber retirado los misiles en lugar de declarar la guerra atómica, que, en primerísima instancia, hubiera arrasado con la isla caribeña y todos sus habitantes, Guevara incluido. En cuanto a la Conferencia de Punta del Este, la misión cumplida por el Che fue difundir ante la opinión pública mundial su convicción de que la Alianza para el Progreso no se proponía el desarrollo de los países de la región, sino algo parecido a un soborno a sus dirigencias para impedir que se reprodujera el fenómeno cubano. En cuanto al supuesto fracaso como funcionario económico, lo que allí sucedió fue que Guevara se enfrascó en desigual pelea con las teorías económicas –que él anticipó llevarían a la hecatombe a todo el bloque comunista– con quienes respondían ciegamente a las consignas de Moscú y que habían ocupado los puestos gubernamentales de mayor poder a favor de la ayuda soviética. En cuanto a que fracasó como hijo por no estar junto al lecho de muerte de su madre, difícil le hubiera sido, pues se encontraba a muchos kilómetros de distancia, en el Congo, combatiendo contra el feroz dictador Mobutu; pero el dolor por la muerte de la persona más importante en su vida lo motivó a escribir un texto de elevada literatura, conmovedor, que tituló La piedra, hallable en Internet. Lo de su “inhabilidad” para captar al PC boliviano debe achacarse a la obediencia de su dirigente Mario Monje a la estrategia mundial de Moscú, que entonces privilegiaba la coexistencia pacífica con Occidente y repudiaba las acciones guerrilleras; valga señalar que en sus últimos años la relación del Che con la Unión Soviética era pésima y que la KGB colaboró con la CIA en darle caza. En cuanto a la insensata opinión de que el Che combatía porque la descarga adrenalínica aliviaba su asma, insólito es reproducirla dándole seriedad: es tan absurda como pensar que sería terapéutico para quienes sufren dicho mal enrolarse en las filas de Al-Qaeda.

Es dolorosamente cierto que Ernesto “Che” Guevara fue capaz de morir por sus ideales pero también de matar por ellos, tanto en las campañas guerrilleras como en los fusilamientos de La Cabaña. Es ésa una mancha que ennegrece su historia. Sin embargo, ello parece no hacerle mella como representante de la utopía en un mundo que parece haber abjurado de ella.

La escritora colombiana Laura Restrepo escribió: “En esta sociedad de consumo, nada hay más cursi que el heroísmo, dar la vida por algo, la épica, el culto a los muertos o el hecho de morir por amor”. Ernesto “Che” Guevara es vivido planetariamente como la contrafigura de ello. Se lo idealiza por haber sido leal a sus convicciones hasta el límite, por su compromiso con los desheredados de la tierra, por su insobornable honestidad de funcionario.

La inmensa mayoría de quienes lo admiran no son marxistas –yo no lo soy– pues el Che ha trascendido los límites de lo político. Muchos son jóvenes que sienten que al mundo le falta gente como él y le sobran dirigentes como los que hoy nos lesionan moral y económicamente. Atención: nunca se porta una camiseta o un tatuaje del Che ingenuamente, como si fuera la de Ricky Martin o Mick Jagger; siempre hay un mensaje, consciente o inconsciente, de rebeldía y desafío.

No será por medio de achacarle fracasos o de demonizar su memoria (los artículos de Alvaro Vargas Llosa parecen ir en esta dirección) como se logrará oscurecer el mito Che Guevara. El mejor y único sistema para ello es lograr que los valores que –nos guste o no nos guste– él encarna no sean moneda rara en nuestra sociedad de hoy y que las nuevas generaciones no tengan que reclamarlos recordando al Che en sus vestimentas y tatuajes, en las banderas del fútbol, en los cartelones piqueteros.


Estoy de acuerdo con que una calle de nuestra capital lleve su nombre, porque su memoria, aunque despierte pasiones a favor y en contra, lo merece. Pero no debe ser la que honra a José Luis Cantilo, quien fue un buen intendente capitalino.

Bien, ahora si quiero opinar. Y una sola cosa. ¿Porqué el imperialismo históricamente apañó y permitió a dictadores y falsos demócratas saquear recursos, violar constituciones y matar inocentes a mansalva en todo el mundo y un insurgente, sedicioso, subversivo, idealista o como quieran llamarlo no puede alzar la voz ni violentar su siesta maléfica? No solamente son usurpadores y cipayos: son tan cínicos que merecen el final que tuvo Tachito Somoza. Horanosaurus.

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