lunes, 31 de enero de 2011

"Ahora Alfonsín" según Revista Línea















Que lejano parece aquel 1983, año en el cual se retira la dictadura. Cuando pueda publicar más adelante la entrada "Los 70 en la Argentina II" intentaré expresar mis sentimientos y recuerdos de los bien llamados "años de plomo". Hay conceptos que me resultarían necesarios aquí pero para no ser vueltero iré al grano.

Terminada la aventura militar en el poder y de vuelta a la vida democrática, los argentinos mayoritariamente votaron por el radical Ricardo Alfonsín. Los sectores medios de la sociedad marcaron la diferencia y se decidieron por el candidato más mesurado, espantados por los justicialistas Luder y Herminio Iglesias. A casi cuatro décadas de haber nacido, el peronismo -ya sin su líder- perdía en las urnas por primera vez. Estruendosa e inesperadamente.

En el movimiento nacional (el perdidoso), así como hubo intentos de la dirigencia formal del justicialismo de mantener el statu-quo para no perder su conducción, hubo autocríticas severas para formular cambios de estrategia. Aunque el triste final del peronismo lo conocemos todos y lo sufrimos hoy (los índices de pobreza en la Argentina superan el 40%), en aquel entonces uno de los pocos intentos serios de análisis provino de la revista Línea. Ese medio había sido creado por el pensador José María Rosa y fue conducido durante muchos años por Rubén Contesti, entre otros. Sbarra Mitre integró su staff. Tenía el gran crédito de haber sido uno de los muy pocos focos rebeldes de difusión de ideas libertarias desde los primeros tiempos de la dictadura militar. Fue gente que se jugó el pellejo por ideales democráticos, cosa rara en aquellas épocas. Que se sepa y que no se olvide: la gran mayoría de la clase política jugaba a agradar a los milicos para sacarles alguna concesión a esos dioses ineptos. Muy poquitos llamaban las cosas por su nombre. 

No tuve la paciencia de guardar los ejemplares mensuales de "Línea". Sólo recuerdo que esperaba ansiosamente su tirada para comprobar que había más gente que pensaba diferente al maquiavélico poder y para mantener mi salud mental. Pero hace poco encontré en un estante la editorial de la revista de noviembre de 1983 que analizaba el triunfo de Alfonsín, con bronca y tristeza. No deseo hacer ahora una reevaluación del tema, simplemente decir que si bien en ese momento me pareció una interpretación valiosa de los hechos, ya no opino tan igual. De todos modos creo que es un interesantísimo muestrario de los conceptos ideológicos que jugaban en esa época, muchos de los cuales caducaron. Otros forman parte del bagaje que tira para atrás. Lo encontrarán en este link:

Revista Línea. Editorial noviembre 1983. 

PD-Octubre de 2018: Cuando Alfonsin le ganó a Luder en 1983, los peronistas nos pusimos locos y no entendíamos nada. ¿Como el pueblo pudo equivocarse así? Una situación parecida a la victoria electoral impensada de Mauricio Macri contra los impresentables Daniel Scioli y Aníbal Fernández, maniquíes propuestos por el kirchnerismo completamente desbocado. Ricardo Alfonsín fue rescatado -mucho después- como el gran democratizador, el que pudo enterrar el poder político de los milicos, pero para nosotros era quien nos entregaba de manos y pies al satánico imperio norteamericano y venía a joder a los trabajadores, dicho en forma grosera. Eso que se escribía en la valiente revista Línea (del grupo político del gran historiador José María Rosa) intentaba explicar la debacle en aquellas elecciones. Pasó mucho tiempo y muy pocas cosas son iguales (la corrupción todavía no traicionaba ni mataba groseramente como ahora ni se hablaba de globalización ni del fin de las ideologías), pero está bueno releer el artículo y hacer paralelismos con los tiempos actuales: un gobierno relativamente liberal que desea hacer ajustes más o menos estructurales para desatar el nudo del progreso argentino en medio de gobiernos populistas irracionales. Ya dije que rompí mi carnet del Partido Justicialista durante el gobierno de Menem pero me sigo preguntando ¿los peronistas no aprendieron la lección y tropezaron de nuevo con la misma piedra? El artículo termina diciendo "si el pueblo quiere, vamos a volver... si el pueblo no quiere, es mejor que no volvamos". Horanosaurus.

"Ahora Alfonsín" 

"Ahora Alfonsín! fue el eslógan utilizado en la campaña electoral por el radicalismo para promocionar a su candidato en diversos afiches que los viejitos como yo recordarán. Su invención le valió al responsable David Ratto vivir de rentas pero luego sentirse vacío y culpable, según sus propias declaraciones (las tres cosas por el resto de su vida). También nos permitió a algunos argentinos enterarnos concretamente que las mentes pueden ser moldeadas por maquinarias de publicidad como si fueran chicles. Pero eso ocurre también con ciertos subsidios que logran adhesiones permanentes de gente poco crítica. Horrores similares. Hay que ser valiente y admitir que nos rodea gente que no piensa, tiene un voto como cualquiera y jode al resto con su carga humana de estupidez.

El medio social que me rodeaba en aquel entonces era antiperonista o "alfonsinista" y yo el único "peronio" reconocible. Recién rompí mi carnet de afiliado al PJ cuando pude admitir que López Rega -con la venia de Perón- prohijó la AAA asesina y que Carlos Menem -con la venia de peronistas acomodaticios que olvidaron la doctrina- perfeccionó el ajuste antipopular de Martínez de Hoz, también en nombre del peronismo. 

Pero entonces, me resultó bastante duro digerir al gobierno alfonsinista sabiendo que no era más que ingenuamente reformista y no le doblaría ni el meñique a los poderosos. Era tal mi bronca que cuando leía los diarios iba juntando los titulares con las boludeces que hacían los radicales en el gobierno y a modo de pueril venganza confeccioné un boletín que intentaba ser jocoso para repartir entre mis contrincantes políticos amigos, a modo de broma. Lo llamé "Ahora... las pelotas", remarcando la traición a lo que les habían prometido en la elección.




¿Qué podía llegar a hacer ese político que concluía sus discursos con el Preámbulo de la Constitución Nacional? Más allá de la aparente honestidad de Alfonsín, el problema era su propia formación ideológica y que alrededor tenía a algunos ingenuos (¿Rodolfo Terragno?) y muchos inescrupulosos, como el monje negro Coti Nosiglia, los Storani, Leopoldo Moreau (siiii, el parásito que ahora dejó cría!) y el Chacho Jaroslavsky, etc. todos creyentes de la política a espaldas de la gente. Para acercarse a ese desmadre, recomiendo fervientemente leer el libro "El Coti. El dueño de todos los secretos-Biografía no autorizada de Enrique Nosiglia" (Darío Gallo y Gonzalo Alvarez Guerrero-2005-Editorial Sudamericana). Todavía sigue dando vueltas este sinverguenza al que eligió Alfonsín como mano derecha. Somos un país increíble.

Casi me da verguenza hoy el boletín pero refleja lo que fue el gobierno de Alfonsín porque los titulares fueron reales y los elegí en virtud de la ideología republicana que sostengo. Tantos años después, suavizadas las aristas, algunos han pretendido hacer del ex presidente un baluarte de la democracia. Está bien hasta ahí porque tuvo que pelear con algunas feas. Pero no pretendan convertirlo en un estadista quienes perdieron la memoria: fue un reformista fracasado. Horanosaurus.

Boletín antialfonsinista "Ahora... las pelotas"

PD1: agrego el link a esta nota de uno de los analistas políticos argentinos más sagaces y finos- Jorge Fernández Díaz, en La Nación del viernes 19/04/13, donde hace un brillante análisis de la necesidad de un Alfonsín en la Argentina de hoy. Como bien dice, "ese reformista que no venía a cambiar nada" al que aborrecíamos, podría aportar una gran cuota de honestidad, decencia y respeto por las instituciones que los políticos contemporáneos perdieron, junto a su verguenza. 

Se necesita un Alfonsín

Cuando el más peronista de los radicales arrasó en las urnas y lo hizo hasta en los barrios más humildes, yo no podía levantarme de la cama. Desde mis cándidos veinte años y desde la izquierda nacional donde entonces me sentía contenido, Raúl Alfonsín era el "candidato de la Coca-Cola", un reformista que no venía a cambiar nada. Todos nosotros estábamos perplejos: ¿cómo podía ser que los pobres del proletariado y la marginalidad hubieran olvidado la tradición peronista y hubiesen apostado por ese abogado de Chascomús? Visto ahora con la perspectiva que dan los años, la experiencia histórica y la evolución personal, Alfonsín no sólo fundó la democracia moderna y juzgó a los comandantes de la dictadura, sino que cambió muchas cosas esenciales de la patria. Fracasó, sin embargo, en la inserción que desde el Estado pudo haber tenido dentro de las zonas más pobres, quizás porque antes intentó democratizar al sindicalismo y los burócratas le cortaron el paso. Logró, con todo, modificar al peronismo: la renovación de esos años es hija de la cultura alfonsinista. El más peronista de los radicales creó de alguna manera al más radical de los peronistas: Antonio Cafiero. Si la hiperinflación no hubiera arrasado con ambos y, por lo tanto, alumbrado la era Menem, quizás los dos partidos mayoritarios hubieran llegado a una alternancia pacífica y fecunda entre una socialdemocracia y un socialcristianismo. No pudo ser, se perdió una oportunidad histórica, y a partir de esa derrota se sucedieron todos los dramas de la nueva decadencia argentina.

Pienso mucho en Alfonsín, en su potencia y convicción, en su talento y en su carisma, durante estos días de cacerolazos y denuncias de corrupción, porque siento que el único activo que le va quedando al Gobierno es la inexistencia de una contrafigura real y desafiante. Un líder crítico capaz de recoger los frutos que todas las semanas caen del carro bamboleante del kirchnerismo. Un amigo historiador me hizo esta analogía: "Es como si la oposición le infligiera daños al Gobierno desde las baterías, pero luego careciera de un jefe valiente y efectivo que termine la faena en el campo de batalla. Al no existir ese jefe, los kirchneristas se rehacen de los peores estragos, vuelven a formar en línea y vuelven a atacar". Que esta metáfora bélica no sugiera salvajismo, sólo estamos hablando de estrategias electorales e ideológicas. Hoy en día hay que aclarar todo el tiempo cada cosa.

También aclaremos que no me he vuelto radical y que no estoy llevando agua para el molino de Ricardo Alfonsín: lamentablemente el hijo de Raúl sólo inspira ternura. Apenas estoy explicando que quienes creemos de verdad en un bipartidismo y nos negamos a convalidar con resignación que la puja política se reduzca a una perpetua interna abierta entre peronistas, buscamos un Alfonsín. Y pronuncio ese apellido simplemente como sinónimo de alguien que tenía el fuego sagrado, que practicaba esa turbia pero imprescindible pasión por el poder, y que no eludía el barro, la audacia ni el cálculo. Algunas almas bellas y verbales de la actualidad creen que estas características son repugnantes, puesto que se las atribuyen apresuradamente sólo al kirchnerismo. Creo que están equivocados: deben adjudicárselas a la política con mayúsculas y al liderazgo. Esa turbia pero imprescindible pasión por el poder puede rastrearse en Felipe González, François Mitterrand, Lula da Silva, Michelle Bachelet y tantos otros líderes carismáticos de la democracia occidental.

Las almas bellas y muchos dirigentes de la oposición no peronista suelen caer también en un equívoco: hablan y escriben para los convencidos. Los expertos aseguran que aproximadamente un 20% de la sociedad jamás votará por el kirchnerismo y que otro 20% jamás dejará de votarlo. El resto fluctúa y decide el resultado de las elecciones. Ni más ni menos. La periodista Raquel San Martín, que estudió lo que denomina "el limbo político de los no alineados", asegura que en ese amplio grupo heterogéneo "conviven el desencantado y el indiferente, el ex kirchnerista cansado de las inconsistencias del relato y el ex opositor que pide un balance más equilibrado de la gestión K. Es un sector electoralmente volátil, sin identificación partidaria ni voceros que lo representen y que, según la encuesta que se mire, puede abarcar hasta el 45% de la población".

El pecado de algunos escribas virulentos e inflexibles, y también de algunas figuras de la oposición, consiste así en cazar dentro del zoológico. Como sacerdotes que sólo pueden hablarles a sus fieles, se refugian en una tranquilizadora pero estéril diatriba que sólo reafirma más a los convencidos, pero que deja completamente afuera a esa inmensa y ambigua mayoría que espera ser cautivada.

El periodista Héctor Guyot se preguntaba, hace unas semanas y no sin cierta angustia: "¿Para quién escribimos entonces?". Para quién, si en este país encapsulado los dos bandos parecen blindados en sus certezas y el diálogo se hace imposible. La bestialización populista produce, ya sabemos, esa contracara dogmática y esa conversación de sordos. Pasaron en el Bafici un magnífico documental sobre alguien a quien admiro desde muy chico, aunque muchas veces no coincido con él: Juan José Sebreli. En El Olimpo vacío se muestra la soledad de ese intelectual lúcido que enfrentó siempre los mitos, fervores y unanimidades de la veleidosa argentinidad, desde el Mundial 78 hasta Malvinas; desde Eva, Maradona, el Che y Gardel hasta el peronismo en sus múltiples variantes. Respetando esa soledad del que va siempre contra la corriente, creo que los escribas y los dirigentes de la oposición no deberían mimetizarse con Sebreli y confundir gordura con hinchazón. La soledad en el campo del pensamiento es encomiable; en el terreno de la política real resulta catastrófica. Y sé que ese documental sirvió como analgésico para algunos espíritus dogmáticos que reafirman su derecho a no ceder un ápice en su discurso furibundo. Tienen todo el derecho a hacerlo. El problema es que aquí de lo que se trata es de persuadir (para utilizar un verbo alfonsinista) a quienes no están convencidos, a quienes pueden "construir" un líder de la oposición y a quienes en definitiva deciden todas las elecciones.

Henrique Capriles lo entendió hace un tiempo, cuando venció internamente a los ultras del antichavismo para avanzar en el fangoso pero necesario terreno de las mayorías. No hizo "chavismo sin chavismo", pero tuvo que reconocer logros de Chávez, volverse plástico y pragmático, prometer que no todo iba a ser derribado y formular una propuesta superadora. Tuvo, en definitiva, que mojarse, como dirían los españoles, para no meterles miedo a muchos chavistas desencantados, para ser creíble entre los antichavistas que pretendían una visión más realista de lo que sucedía en Venezuela, para persuadir a los que estaban en ese limbo independiente y crucial. La performance de Capriles es impresionante, casi heroica, y ya lo era hace unos meses, cuando perdiendo logró ganar. Porque una cosa es ser derrotado y otra muy distinta es fracasar. Cristina Kirchner ganó con el 54% y fragmentó a todos los demás opositores, que no lograron siquiera erigirse como interlocutores de peso. Algunos incluso se encogieron a su mínima expresión, encerrados tercamente en sus verdades privadas, imitando a Sebreli, que no desea ser imitado. Luego muchos de ellos ni siquiera realizaron una autocrítica.

Hay un test fundamental para un opositor en la Argentina de hoy y tiene que ver con el sostenimiento o la cancelación de los once millones de planes sociales instaurados durante estos últimos doce años. Se trata de un tema espinoso, puesto que cualquiera (yo mismo) sabe lo nefasto que es el clientelismo y, a la vez, cualquiera se da cuenta de que ese mínimo derecho adquirido, esa revolución de la limosna intenta atemperar lo que el modelo económico kirchnerista no fue capaz de completar, ni siquiera con su famoso crecimiento a tasas chinas.

El equivalente de esos planes se denomina "misiones" en Venezuela, y Capriles prometió no eliminarlas, sino luchar contra la corrupción que existe en su reparto y también ponerlas en línea para que conduzcan a un mayor desarrollo productivo de las personas. La primera reacción de muchos de nuestros opositores sería recortar algunos de esos planes, símbolo del populismo berreta que se lleva a cabo en la Argentina. Ocurría algo parecido con la convertibilidad en épocas de Menem. Los opositores sugerían una y otra vez salir de ella, hasta que comprobaron que quien no sostuviera el 1 a 1 no tendría chances reales de ser alternativa, puesto que la mayoría de la sociedad estaba convencida de ese camino. Se puede decir que la Argentina se hundió en 2001 por haber aceptado ese condicionamiento de la sociedad independiente (yo no estaría tan seguro de esta simplificación), pero lo cierto es que la Alianza no hubiera podido derrotar al peronismo y llegar a la Casa Rosada sin esa garantía expresa.

La política verdadera, no la que se manifiesta en las redes sociales ni en los estudios de televisión, ni siquiera la que se lee en los libros, exige un realismo que no olvide los valores, pero sí que los ponga en contexto. Alfonsín sabía de que se trata este juego democrático: le pido perdón por no haberlo comprendido en su momento. Hoy tengo la intuición de que sin un líder de su envergadura que se adentre en esos territorios generales e inciertos, sin alguien que conduzca despojado de complejos y enamore con su persuasión, nuestro país seguirá lleno de espejismos y frustaciones en este callejón sin salida. 

PD2: meses después cae en mis manos el párrafo que pronunciara Alfonsín en el Congreso de la Nación y que, para bien o para mal, quedó en la posteridad. Los burros que vinieron después agrandan su figura. Aquí lo reproduzco. Merece que lo recapacitemos. En una de esas nos sirve para planificar un país en serio.

"Vamos a vivir en libertad. De eso, no quepa duda. Como tampoco debe caber duda de que esa libertad va a servir para construir, para crear, para producir, para trabajar, para reclamar justicia -toda la justicia, la de las leyes comunes y la de las leyes sociales- para sostener ideas, para organizarse en defensa de los intereses y los derechos legítimos del pueblo todo y de cada sector en particular. En suma, para vivir mejor, porque como dijimos muchas veces desde la tribuna política, los argentinos hemos aprendido , a la luz de las trágicas experiencias de los años recientes, que la democracia es un valor aún más alto que el de una mera forma de legitimidad del poder, porque con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se educa y se cura". 

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