martes, 10 de noviembre de 2009

El empresario argentino, un mal necesario

“El empresario argentino, un mal necesario” (1)

Define el diccionario como “ensayo” al género literario que un pensador definió como “la ciencia sin prueba explícita” y cuyas características son el asistematismo, la subjetividad y la mezcla de elementos componentes.


Aprovechando ese marco libre de pensamiento podría decirse que las sociedades modernas esperan del sector empresario que mediante sus inversiones y su visión emprendedora se produzcan bienes y servicios socialmente útiles que conduzcan al bienestar y a un estado de prosperidad, sin destruir el ambiente. Y fundamentalmente que su actividad satisfaga la demanda de mano de obra local que permita acceder al consumo a la masa asalariada, lo cual como en un circulo redunda en el sostenimiento de la demanda interna, las exportaciones y el desarrollo de la comunidad.


Mediante un mandato no escrito, el empresario utiliza recursos naturales y materias primas que pertenecen a todos pero a los cuales accede por su capital, el derecho de propiedad y el marco institucional mismo del capitalismo, pagando por el trabajo que aportan sus obreros y empleados.


Ese marco institucional asegura cierto grado de libertad de mercado para desarrollar emprendimientos pero nunca libertad política a todos los ciudadanos por igual.


En épocas de crisis ese aporte se convierte, paradójicamente, en un arma que esgrime usualmente el sector empresario para presionar al poder político y obtener beneficios a cambio de no producir desocupación y crear malestar social, exigiendo más compensaciones económicas, como adaptaciones del tipo de cambio o exenciones diversas.


El objetivo indisimulado del empresario es el lucro y, más profundamente, su deseo humano de reconocimiento. En la lucha por el reconocimiento se siente superior oprimiendo -en condiciones desiguales- a los semejantes que domina. Con ello, psicológicamente supera los sentimientos de separatidad y miedo a la muerte que agobia a todo ser humano y, paralelamente, obtiene generalmente una vida placentera cuando no ociosa, utilizando lo transformado por otras manos y la renta que le proporciona su capital. Pero a través de los tiempos va dejando de ser una clase productiva para transformarse en negociantes virtuales, productores de dinero a través del dinero.


Todo ello no impide reconocer que el empresario moderno ha debido desarrollar visiones estratégicas y de conducción y obtener una preparación general cada vez más sofisticada para tener éxito en el competitivo mundo de los negocios actual. Tampoco se debe dejar de reconocer que històricamente debe enfrentar en nuestro país el problema de la inseguridad jurídica.


El estigma de los empresarios es de orden moral: su falta de responsabilidad de limitarse a la obtención de ganancias respetando las normas legales y éticas impuestas por la sociedad.


Entre sus paradigmas se halla restituir “el orden natural de las cosas”, un sucedáneo de no cambiar la historia y que los ganadores sean siempre los mismos, cuestión que no hace falta ejemplificar pues basta adentrarse en cualquier libro de historia en cuyas páginas se reeditan tantos hechos escritos con sangre de inocentes.


Como escudo de su ímpetu avasallador discuten entre ellos la “responsabilidad social empresaria”, un nuevo estilo de gestión definido como un compromiso de la empresa de contribuir al desarrollo sostenible, a fin de mejorar la calidad de vida de la sociedad en su conjunto. Curiosa y tardía ocurrencia que para otros es maquillaje para remediar sus culpas de origen religioso y a la vez abaratar sus costos de publicidad.


En la actualidad en la Argentina, el componente salarial de los costos industriales es irrisorio, más aún comparado con lo que se invierte en la parte intangible de los productos (márketing, imagen, etc.) pero, por reflejo natural, toda pretensión de progreso del sector trabajador es rechazado por el empresariado. Cuando la razón no lo asiste, tiene a mano una batería de cliches y argucias que difundirán sus voceros para combatir los reclamos.


Intimamente saben que con su arma de crear trabajo ellos disponen quienes estarán incluídos y quienes excluídos de la sociedad, sabiendo que cuanto menos empleo ofrezcan menos pagarán por la mano de obra. Pero en sus fueros más íntimos -si pudieran librarse totalmente de escrúpulos- soñarían con restituir la esclavitud...


Marcos Aguinis es un laureado escritor argentino que recibió innumerables premios en el país y en el exterior, colaborador habitual del diario La Nación y discutido ex Secretario de Cultura de la Nación en los '80. Entre otras obras escribió “¿Qué hacer? Bases para el renacimiento argentino” (Editorial Planeta, 2005) donde se destaca el capítulo “La bendición del trabajo”, utilizando para expresarse justamente el género de ensayo.


Realiza allí un compendio de las ideas del sector empresario argentino al que defiende y expone las amenazas que para él avisora. Expone sus ideas sin academicismos ni tampoco mayores respaldos; desde una visión distinta podría catalogarse a muchas de esas ideas como prejuiciosas o desacertadas. Para ser justos, es exactamente el mismo criterio que puede aplicarse a los párrafos virulentos que a esto anteceden.


Ya desde el título del capítulo Aguinis impone un “apartheid” donde se supone que alguien debe agradecer la gracia recibida y otro (superior) es quien la concede, casi obligando al lector a reconocer esa división entre humanos. No hace falta imaginarse demasiado ni escribir la obvia frase oculta.


Así, nos habla de los inconvenientes que el mundo del trabajo le interpone al empresario en su afán de “innovar”, como si la innovación estuviera implícita en todo emprendimiento. Culpa al “sistema” de la desocupación cuando en realidad el sector empresario utiliza el empleo como variable de ajuste ante cualquier vaivén económico y, como se dijo, la convierte en un arma política para negociar con los gobiernos. Y no se engañe nadie: en realidad festejan la desocupación porque les permite deprimir los salarios.


Reniega Aguinis de los altos costos de los eventuales despidos, justificando el trabajo en negro pero poniendo las culpas afuera. El trabajo en negro es un verdadero flagelo social que castiga también a las generaciones futuras y azota al país desde hace años, estimándose actualmente en un 43%. El empresario es su innegable causante al no ajustarse a las leyes que todos deben respetar. No fueron suficientes las fuertes rebajas a los aportes patronales ocurridas en la década pasada para convencerlos de lo contrario.


Se queja este culturoso señor también de legislaciones arcaicas y enmarañadas, olvidando que se convirtieron en lo que son a través del tiempo por la histórica capacidad de elusión y evasión del empresario. Requiere una legislación laboral “progresista y flexible” pues la actual “hace soñar con invertir afuera”, expresando sin querer la cara apátrida del capital. Solamente durante lo que va del 2008, se han fugado del país unos U$S 22.000 millones según algunas estimaciones...


Pareciera el autor haber vivido fuera del país durante los años '90, cuando la flexibilización laboral oficializada en la Argentina demostró su capacidad de pauperizar el mundo del trabajo y denigrar a la gente con condiciones indignas para los tiempos que corren. De la mano de una involutiva política de desarrollo industrial, importadora neta y un modelo productor de servicios, lograron como corolario una desocupación histórica cercana al 15%.


No se con certeza si lo piensa Aguinis -otros de su ideología lo dijeron claramente- que el esquema fracasó por falta de intensidad en esa flexibilización. Lo que es fácil intuir es que millones de argentinos que la sufrieron no quieren ni imaginar que el flagelo vuelva, aunque se lo quiera imponer con una etiqueta diferente.


Desean los empresarios argentinos más libertades económicas para favorecer su espíritu emprendedor y nunca les llega el momento histórico en el que puedan demostrar su eficiencia productiva, ni durante democracias ni durante dictaduras. Por eso recurren una y otra vez al tráfico de influencias políticas que los beneficien.


Pretende el autor aconsejar al mundo del trabajo como debe defender sus derechos, endilgando a los propios trabajadores contar con dirigentes corruptos, seres execrables de existencia real y nula moral que se convierten en ello a expensas de la traición a sus dirigidos. En contradictoria solicitud, brega por la democracia sindical, la libertad de agremiación y la renovación dirigencial, obviando agregar que el status quo actual ha beneficiado durante décadas al empresario argentino que aprendió a manejarse políticamente con esos jerarcas sindicales.


Nadie puede objetar que pida al Estado por el desarrollo del régimen educativo y la adaptación del trabajador a los cambios tecnológicos constantes del mundo moderno, brindándole buena cobertura social y mejor retiro. Lástima que en el autor suena a un desaprensivo “no es cosa nuestra...”


Aguinis también nos indica cuales son los mecanismos intelectuales para que un trabajador sea próspero, aún en condiciones de explotación. Expresa que no es atinado poner trabas al reentrenamiento, la capacitación permanente y la reubicación del empleado, omitiendo que el empresario argentino no recompensa el esfuerzo y supone que sus objetivos deben ser aceptados por los demás por solo aquella “bendición” del título, en pos de su propio lucro y sin socializar los beneficios.


Con la triste utilización de la parábola del león y la gacela -en la que cada uno debe aceptar sin más su destino de dominante y dominado- justifica la explotación del trabajador y hasta la violencia entre clases, echando uso del más anacrónico darwinismo. No hay pruebas, pero habría omitido expresar su más seguro íntimo deseo, aquel de la vuelta a la esclavitud.


Intentando realizar un corolario, una información muy difundida nos indica que actualmente solo en Argentina más de mil doscientas compañías han adherido al pacto global lanzado en 1999 por el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, en el Foro Económico de Davos, Suiza.


Dicho pacto consiste en salvaguardar el crecimiento económico en el contexto de la globalización incorporando las empresas en su operación un conjunto de valores universales considerados fundamentales para satisfacer las necesidades de la población mundial, apoyando la responsabilidad social empresaria. Esos valores derivan de tratados y conferencias aceptadas mundialmente: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Declaración de Principios y Derechos Fundamentales en el Trabajo, la Declaración de Río sobre Ambiente y Desarrollo y la Convención de Naciones Unidas.


De ahí se compendiaron diez principios básicos a respetar que se detallan en el apéndice. Su simple lectura exime de mayores comentarios y permite pensar que -a pesar de los siglos transcurridos en el decurso capitalista- el camino por recorrer en el ámbito empresarial para comprometerse con los valores humanos es inmenso: a confesión de partes, relevo de pruebas.


La experiencia indica que los empresarios argentinos son un mal necesario por lo que la sociedad espera de ellos y seres amorales e incorregibles por su comportamiento; aunque los defienda el sistema imperante y el soberbio racista Marcos Aguinis. HMz.


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Buenos Aires, noviembre de 2008.

---APENDICE--- PRINCIPIOS DEL PACTO GLOBAL


Area de los derechos humanos:

-Principio 1) las empresas deben apoyar y respetar la protección de los derechos humanos reconocidos internacionalmente dentro de su esfera de influencia. 

-Principio 2) las empresas deben asegurarse de no actuar como cómplices de violaciones de los derechos humanos.

Derechos laborales:


-Principio 3) las empresas deben apoyar la libertad de asociación y sindical y el reconocimiento efectivo del derecho a la negociación colectiva. 

-Principio 4) las empresas deben apoyar la eliminación de toda forma de trabajo forzoso u obligatorio. 
-Principio 5) las empresas deben apoyar la abolición efectiva del trabajo infantil. 
-Principio 6) las empresas deben apoyar la eliminación de la discriminación en materia de empleo y ocupación.

Derechos ambientales:


-Principio 7) las empresas deben apoyar un enfoque preventivo frente a los retos medioambientales. 

-Principio 8) las empresas deben comprometerse en iniciativas que promuevan una mayor responsabilidad ambiental. 
-Principio 9) las empresas deben alentar el desarrollo y difusión de tecnologías respetuosas del medio ambiente. 

Derechos de información: 


-Principio 10) las empresas deben trabajar contra la corrupción en todas sus formas, incluyendo la extorsión y el soborno. 


(1) Ejercicio que presenté en la asignatura "Etica y empresa" dictada por el Lic. Guillermo Bameule en el Posgrado-especialización en Gestión de la cadena de valor de la carne bovina 2008, Escuela de Graduados Facultad de Agronomía, Universidad de Buenos Aires. Su premisa consistía en desarrollar alguna de las ideas fuerza vistas en la materia. Las lecturas necesarias para cumplimentar las exigencias incluían a los siguientes autores: Pedro Real, Alejandro Caviglia, Marcos Aguinis, Ramón Nicollau Casellas, Pedro J. Frías, Joaquín Sánchez Covisa, Lorenzo Servitje, Monseñor Jorge Mejía, Mariano Grondona, J. F. Ramos Mejía (h), material de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa y otros. El Licenciado Bameule, quien a pesar de su ideología es una persona correcta, de trato muy amable, premió mi trabajo con un 7/10, exagerado por cierto. Horanosaurus.


"Los ejecutivos" (María Elena Walsh) El mundo nunca ha sido para todo el mundo más hoy al parecer es de un señor que en una escalerita de aeropuerto cultiva un maletín pero ninguna flor. Sonriente y afeitado para siempre trajina para darnos la ilusión de un cielo en tecnicolor donde muy poquitos aprendan a jugar al golf. Ay, qué vivos son los ejecutivos, qué vivos que son. Del sillón al avión, del avión al salón, del harén al edén siempre tienen razón; y además tienen la sartén, la sartén por el mango y el mango también. El mundo siempre fue de los que están arriba pero hoy es de un señor en ascensor a quien podemos ver en las revistas cortando el bacalao con aire triunfador. Lo come para darnos el ejemplo de rendimiento máximo y confort. Digiere por teléfono y después nos vende conciencias puras de robots. El mundo siempre fue de algunos elegidos, hoy es para el que elige lo mejor, dinámico y rodeado de azafatas sacrificándose por un millón o dos. Como él tiene de todo menos tiempo nos aconseja por televisión ahorrar, para tener estatus en la muerte, la eternidad en un reloj.


¿Desean más pruebas para comprobar lo que todos sospechan?


CRITICA DE LA ARGENTINA - 19 de marzo de 2010


EL NÚMERO DE DESOCUPADOS AUMENTÓ CASI UN 3.000% DESDE EL SISMO DE FEBRERO


Un terremoto de despidos sacude a Chile

Argumentando causas de "fuerza mayor", las empresas de las regiones más afectadas por la tragedia echaron a miles de trabajadores sin indemnización. Por Andrés Fidanza. Al menos 6.000 chilenos de la devastada región de Biobío fueron despedidos en la primera quincena de marzo por empresas que, bajo el argumento de “fuerza mayor”, evitaron pagar indemnizaciones. La cifra corresponde al 61% de los despidos registrados en el país desde el terremoto que devastó Chile el 27 de febrero y representa un salto intermensual de 3.000% en la tasa de la región centro-sur del país, la más afectada por la catástrofe. En la región metropolitana, que incluye a Santiago, los despidos derivados del terremoto de 51 en febrero a 1.357 en lo que va de marzo, un aumento del 2645 por ciento. Aumentos similiares se registraron en las regiones de Valparaíso y Maule. Las cifras de despidos obligó el flamante presidente Sebastián Piñera a una reunión de urgencia con la ministra de Trabajo y Previsión Social, Camila Merino. La funcionaria declaró que las empresas de Biobío pasarán por las “fiscalizaciones que correspondan” y deberán probar que el sismo las dejó en situación de “fuerza mayor”, es decir, que no pueden continuar con sus actividades. Matizó que “no por estar en una zona de catástrofe, pueden despedir trabajadores bajo ese fundamento”. Para paliar la situación de los nuevos desempleados, el gobierno podría anunciar la próxima semana la entrega de un bono de hasta el 50% de un salario mínimo mensual, que en Chile es de 157 dólares, por trabajador.

CLARIN – SABADO 04/09/04 - "CON TONADA"


El mito industrial, contrabando y paradojas 


Por Norma Morandini.

Otra de las paradojas nacionales: se conmemora como el Día de la Industria, el 2 de setiembre de 1587
. Una fecha que recuerda al primer embarque hacia Brasil de productos nacionales pero que en realidad encubrió un contrabando. Es lo que nos cuenta el historiador Felipe Pigna en su libro "Mitos de la Argentina". Aquel día, en lo que era entonces el Virreinato del Perú, el obispo Francisco Victoria fletó en el Riachuelo —que oficiaba de puerto— un cargamento de tejidos fabricados en la entonces rica Santiago del Estero. El cargamento salió a bordo de la carabela San Antonio. Sólo que dentro de esas bolsas de tejidos se contrabandeaba plata del Potosí, cuya exportación estaba prohibida. No sólo la fuga de la argenta nos bautizó el país y a ese Río de la Plata que Borges medía con el reflejo de las lunas, sino que anudó la producción al contrabando (*). Una marca de origen que anudó ilegalidad a producción. Ese "compre nacional" tan amenazado a lo largo de la historia por lo que nos llega de afuera como contrabando o importaciones. Y tan amenazado por dentro por los prejuicios en relación a los industriales vernáculos como si todavía fueran señores burgueses con la cadena de oro, y no el sector del que depende el desarrollo del país, como sucede en los países ricos, dinamizados por sus industrias . Al final, en los tiempos globalizados, con Estados en retirada, ¿quien tiene que dar trabajo? Es cierto que la mala fama ganada se debe a que en nuestro país muchas fortunas se hicieron vendiendo caro al Estado, y pocos industriales sobrevivieron al embate de los importados. Por ahora, cuesta reconocer el "made in Argentina" en ese bazar planetario que es el mercado global. Pero, ¿no debiéramos hablar más de trabajo que de pobreza, y restituir, aunque sea como definición, la responsabilidad social de las empresas, un tema moderno que ocupa a los países desarrollados, y apenas insinuado entre nosotros? Tal vez deba separarse ahora producción de contrabando, y aprender que si el Estado ya no puede dar trabajo, la auténtica función de los industriales es restituir el trabajo. Entonces, sí, debiéramos elegir otra fecha para conmemorar el Día de la Industria.


Nota de Horanosaurus (*): según Pigna, esta rata eclesiástica tenía más de 20.000 indios en encomienda, un verdadero pionero del tráfico negrero en estas tierras. Hablando en criollo, la primera exportación argentina encubrió un acto de contrabando y comercio ilegal. Y como el "religioso" tenía un permiso para importar esclavos, la nave se volvía con 120 de ellos destinados a las minas de Potosí. Tuvo la mala suerte del ladrón, de ser abordado por el pirata inglés Cavendish, que le arrebató todo lo que pudo.

Parecen ser las mismas ratas en todos lados:

Telefónica echará a 6.400 trabajadores en España, pero premiará a ejecutivos 

Clarín 16/04/11 Despedirá el 20% del personal pero repartirá US$ 640 millones entre los jefes. Por Juan Carlos Algañaraz. Madrid. Corresponsal. 

La mayor empresa española, Telefónica, anunció casi simultáneamente que despedirá el 20% de su personal en España, 6.400 trabajadores, y que repartirá 450 millones de euros (640 millones de dólares) entre 1.900 como incentivo. “El presidente de la empresa, César Alierta; el consejero delegado, Julio Linares, y el presidente de Telefónica para Latinoamérica, José María Alvarez Pallete, podrían repartirse entre los tres hasta 50 millones de euros en acciones de la empresa en un periodo de cinco años”, informa la agencia DPA. El año pasado, los tres altos ejecutivos ya habían recibo sus estímulos ya que cobraron 21,5 millones de dólares. La reacción contra estas medidas, por parte del gobierno, los sindicatos y los medios de comunicación, ha sido muy negativa. Muchos comentaristas han calificado las medidas de “escandalosamente injustas”. En muchos medios de la derecha no se ocultó un sentimiento de rechazo en momentos en que la situación social es lamentable y peligrosa. “No estoy de acuerdo. Más claro no puedo ser”, afirmó rotundamente el vicepresidente del gobierno y Ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. La compañía tiene que pasar ahora por un Expediente de Reducción de Empleo ante el Ministerio de Trabajo. Su titular, Valeriano Gómez, rechazó los despedidos señalando que “no es un buen momento para ajustes de plantilla en un tamaño más importante”. La tasa de desempleo española es la mayor de Europa, un 20% que duplica el promedio comunitario (10%). La tasa total de desocupados supera los 4.700.000 trabajadores y se aproxima peligrosamente a la barrera psicológica de los 5.000.000. En total, Telefónica tiene unos 269.000 empleados en todo el mundo, de los cuales 32.000 son de sus sedes en España. En 2010 la empresa aumentó el 30,8% de sus beneficios netos que, proclamaron sus directivos, “alcanzó una cifra récord de 10.167 millones de euros”. Unos 15.000 millones de dólares. Telefónica opera en 25 países y tiene más de 287 millones de clientes. Ocupa la quinta posición mundial en telecomunicación a nivel mundial por capitalización bursátil. El año pasado, los países latinoamericanos aportaron el 37% del total de ingresos del grupo, frente a un 31% de Europa, y el número de accesos aumentó en 2010 un 9% en América Latina y un 6,2% en Europa. Los empleados en España no tienen mucho que festejar. La gigantesca compañía, que es casi un monopolio en España, anunció los despidos debido a que sus resultados españoles se han visto afectado “por un entorno económico difícil” aludiendo a la crisis económica. La cifra de sus operaciones descendió un 5% anual en estos dos últimos años. A la medida del recorte de la plantilla se añade una reducción del 6% de los miembros de la dirección de la división española, esfuerzos para aumentar la productividad de los empleados y la venta de “activos no estratégicos” en el ámbito inmobiliario por valor de 600 millones de euros. Los sindicatos e Izquierda Unida han sido las voces más críticas. “Francamente, me parece que tal y como ha anunciado la dirección de Telefónica, la reducción de plantilla y el aumento de los incentivos a los directivos, lo que ha hecho ha sido trasladar una imagen sangrante y sonrojante”, manifestó el secretario general del sindicato Unión General de Trabajadores (UGT), Cándido Méndez. El portavoz de Izquierda Unida (IU) en el Congreso de los Diputados denunció un “capitalismo sociópata” que “no tiene responsabilidad social” y “tiene grandes ‘bonus’ para sus gestores”.

El proceso de reducción de empleo de Telefónica en España se inició en 1993, pero contando sólo los Expedientes de Regulación de Empleo de lo que ya va de siglo la plantilla ha adelgazado en 15.000 trabajadores, de forma voluntaria y con bajas incentivadas, que se unen a los 10.000 del último Expediente de Regulación del siglo XX de la operadora, que fue en 1999.

BONUS TRACK 1: muchos años después me tropecé con este  "mea culpa" publicado en el diario La Nación (11/12/17). Contempla aspectos válidos que últimamente resuenan con más intensidad, interesantes de incluir en el razonamiento. Puedo reconocer que la desequilibrada clase política argentina (no el Estado) y la errática economía practicada en las últimas décadas, vuelve loco a cualquier emprendedor. Horanosaurus.

 ¿Son cobardes los empresarios argentinos?

Opinión. Por Ricardo Estéves (empresario y licenciado en Ciencia Política). La Nación 11/12/17.

Está bien que se le pida al empresariado nacional que invierta, pero el Gobierno debe comprender que no es fácil hacerlo en este contexto tributario y de legislación laboral y sindical

La tensión entre empresarios y poder en la Argentina moderna comenzó en el primer gobierno de Perón, cuando el empresariado resistió con valentía sus arbitrariedades y acabó expropiado. Por citar sólo un caso, Bunge y Born, en esos tiempos el mayor grupo empresario de la Argentina y de América latina, a quien amén de despojarlo de su principal actividad se le expropió su sistema de silos y puertos para crear el IAPI, el monopolio estatal de exportación de granos, que terminó en un fracaso de corrupción e ineficiencia.

A partir de aquellos atropellos, el sector empresario quedó "pegado" a la Revolución Libertadora, y por herencia, a los gobiernos militares que más tarde accedieron al poder. Así, se ubicó "en la otra vereda" no sólo del peronismo, sino de los gobiernos popularmente elegidos.

Puede decirse con razón que desde entonces -y usando un calificativo benévolo- no dejó error estratégico por cometer.

En primer lugar, consintió el derrocamiento de Frondizi, el presidente que impulsó más que ningún otro el desarrollo industrial del país. Años después, en tiempos de florecimiento de la guerrilla y ante la amenaza de que la Argentina terminara siendo una nueva Cuba -ese era el objetivo de aquellos jóvenes idealistas-, el empresariado, exhausto por los catastróficos efectos del ciclo Gelbard-Celestino Rodrigo durante la segunda gestión de Perón e Isabel, acabó dándole un apoyo irrestricto nada menos que a la dictadura militar. ¡Terrorífico! Para colmo, esa gestión, en lo económico resultó trágica para los intereses de las empresas argentinas, un eslabón más de la decadencia que arrastró a todos los sectores del país.

Retornada la democracia, el primer gobierno constitucional le pasó factura a la clase empresaria por aquella adhesión a la dictadura. Y si bien durante el menemismo se vivió un clima favorable a la inversión que el empresariado terminó apoyando con fervor, todos los que invirtieron fuerte en esa apuesta la pagaron caro con el derrumbe de 2001 y 2002.

A esas alturas, el empresariado nacional ya era una caricatura de lo que había sido, esquilmado por tantos atropellos y cambios drásticos de rumbo. Como colofón, le tocó vivir los dos años de Duhalde y los doce de kirchnerismo, un período de marcado sesgo antiempresario. ¿Qué fuerzas podrían quedarle para hacerse el valiente?

Sólo el campo podría hacer frente a la omnipotencia del Estado y eso por una característica particular del sector: está conformado por cientos de miles de productores.

En las actividades industriales la concentración hace muy fácil la acción del Estado para hacerle la vida imposible a una empresa y llevarla a la ruina. En este contexto, un caso especial de valentía les cabe a los medios LA NACION y Clarín -especialmente ante el ensañamiento feroz con este último-, que soportaron estoicamente el embate de un gobierno artero y con vocación hegemónica que pretendía un periodismo sumiso y a su exclusivo servicio. Pero ¿cuánto les costó a esas empresas esa lucha? ¿Cuántos años perdieron de evolución en sus negocios?

Es encomiable en estos días el esfuerzo de las actuales autoridades por demandar al sector empresario inversión, porque son conscientes de que no alcanza sólo con la inversión pública para destrabar el estancamiento estructural de la Argentina. Pero el Gobierno también debe comprender que no es fácil invertir con esta brutal presión impositiva, con el sistema laboral-jurídico-sindical existente y con la pobre infraestructura del país, una realidad que el actual gobierno heredó y está tratando de revertir.

Visto desde otro ángulo, no se trata tanto de una cuestión de valentía o de cobardía, sino de responsabilidad. La mayoría de las grandes empresas nacionales, llámense Techint, Bridas, Arcor y tantas otras, están conducidas por ejecutivos que, además de dueños en una parte, son también administradores del patrimonio de otros accionistas. Y responsables de los miles de puestos de trabajo que de esas empresas dependen. No pueden darse el lujo de envalentonarse para enfrentar a un poder infinitamente más fuerte y poner en riesgo de dilapidación un patrimonio que les fue encomendado en custodia. Y que en el enfrentamiento, quienes tienen las riendas de aquel poder no sólo cuentan con el peso de la voz oficial del Estado para relatar su punto de vista, sino que no comprometen en esa lucha un solo centavo de capital propio.

Convengamos también que como resultado de tantos fracasos y desaciertos, el empresariado no goza de la mejor imagen ante la sociedad.

No existe explicación más fácil de comprar para la opinión pública que culpar al empresariado de cualquier suceso negativo que afecte a la comunidad, sea la suba de precios, el desabastecimiento, la baja calidad de los productos, la deficiencia del servicio, accidente laboral o salarios que no alcanzan, sin tener en cuenta los contextos y las limitaciones con que deben operar muchas veces las empresas en la Argentina.

Esto no quiere decir que, en muchas circunstancias, los señalamientos contra las empresas no sean totalmente válidos. Y ni que hablar de los casos en los que fueron partícipes o cómplices del saqueo al país durante el kirchnerismo.

Además, como en todas las actividades, hay empresarios y empresarios. Pero sobre todo, ha habido una falla comunicacional. No se supo trasmitir lo vital que es para el conjunto de la sociedad el rol del empresario. Gestionar cualquier empresa, por más simple que parezca, es una tarea compleja. Hay empresarios que triunfan y otros que se funden y pierden su capital. Y es necesario entender que así como en el caso del sacerdocio, en el que la vocación es pastoral, en la medicina lo es sanar el cuerpo o en el deporte es ganar, hay que entender y aceptar que la chispa movilizadora del empresario es el lucro. Persiguiendo ese fin, se genera riqueza y se crean empleos, lo que beneficia al conjunto de la sociedad.

Un capítulo aparte merece el caso de aquellos que sin ser empresarios usurpan ese rol -un empleado de banco, por caso-, se hacen cargo de empresas constructoras fruto de la extorsión y el robo desde el Estado, y a pesar de gozar de la concesión de contratos a precios absurdos y del más absoluto apoyo oficial las llevan todas a la quiebra, con el perjuicio que eso implica para la comunidad en todos los sentidos, porque no es lo mismo una empresa en funcionamiento que miles de desempleados y máquinas abandonadas que se deterioran y se vuelven obsoletas.

A mediados del siglo XX el empresariado argentino estaba, si no a la cabeza, como mínimo a la par del empresariado de México y de Brasil. Y hoy no debe representar ni por asomo la décima parte del empresariado de esos países. Como contraparte de la expansión del Estado, se contrajo como casi todos los sectores del país. 

BONUS TRACK 2

Vínculo difícil: por qué los argentinos no confían en las empresas

El índice de confianza de los argentinos en el mundo de las corporaciones es menor al de otros países de la región; hay razones históricas que explican esa percepción,que supone a la vez riesgos y desafíos para las compañías. La Nación Negocios. Por Carlos Manzoni.  11/06/17.

Generan empleo, pero no reinvierten

Es lo que opina mucha gente de las firmas. La Nación 11/06/17.


Una encuesta del Centro de Estudios en Comunicación Aplicada (CECAP) de la Universidad Austral. Por Máximo Reina. LPO 02/02/18. 

Cuáles son los motivos por los que los argentinos tienen una visión que privilegia el accionar del Estado por sobre el de la empresa privada. 

El viaje del Presidente a Davos es un símbolo de época. Desde el inicio de su gestión allá por 2015, el actual gobierno multiplicó las declaraciones ligadas a las posibilidades de crecimiento empresarial, el impulso a los emprendedores y la atracción de inversiones extranjeras. Todo un nuevo léxico en el discurso político argentino de los últimos años. Los empresarios adquirieron un renovado rol y los foros empresariales retomaron una centralidad mediática que no se veía en mucho tiempo.

¿Este cambio de discurso y de política, responde a un cambio estructural de la sociedad argentina o es la punta de lanza del cambio cultural que el gobierno quiere generar? Manuel Mora y Araujo ha demostrado en sus trabajos que Argentina ha pasado de ser una sociedad mayoritariamente privatista -desde la mitad de la década del 80 hasta fines de los 90- a una primordialmente estatista, a partir de la década del 2000 en adelante. A partir de 2016, ¿el péndulo ha comenzado a moverse nuevamente?

Nuestra investigación lo pone en duda. Desde el Centro de Estudios en Comunicación Aplicada (CECAP) de la Universidad Austral, junto a Juan Pablo Cannata y Augusto Reina, pusimos la mirada sobre este interrogante. Nos propusimos comprender de una manera amplia cuáles eran las representaciones e ideas que despertaban en los argentinos nociones como Estado, empresa, empresario, trabajo público y trabajo privado.

Inicialmente podemos decir que no ha habido grandes cambios en las coordenadas de la opinión pública desde 2015. Los argentinos tienen una visión que privilegia el accionar del Estado por sobre el de la empresa privada. Por ejemplo, ante la pregunta "¿Usted cree que es preferible un país donde la mayor parte de las cosas las hace el Estado o las empresas privadas?", el 61% respondió por el Estado, mientras que un 23% optó por las empresas privadas. Luego ante la pregunta "¿A usted qué le genera mayor confianza una empresa pública o una empresa privada?", el 53% respondió la empresa pública y el 34% eligió la empresa privada.

Ante la pregunta "¿A usted qué le genera mayor confianza una empresa pública o una empresa privada?", el 53% respondió la empresa pública y el 34% eligió la empresa privada.

Para comprender con mayor profundidad los motivos de estas respuestas, abordamos también la investigación desde una perspectiva cualitativa a partir de la realización de 22 focus groups en distintos puntos del país. Encontramos que la mirada de los argentinos privilegia lo público sobre lo privado y principalmente que la mirada sobre el mundo privado está asociada a componentes mayormente negativos.

El sector privado es asociado a la inestabilidad laboral. La percepción es que en el ámbito privado no hay miramientos a la hora de ser despedido. Además, se considera que tener un empleo en el ámbito privado es más controlado, es decir, se ejercen más controles y el trato es muy poco humano. Prevalece la idea de que en el empleo privado el lucro es el fin último del empresario y por lo tanto las personas pierden la centralidad.

Los argentinos definen a un empresario como a alguien que trabaja para maximizar su beneficio personal sin pensar en el trabajador e incluso muchas veces a costa de ellos. Según esta visión, las personas son solo variables de ajuste de una ecuación donde lo único importante es el lucro o la rentabilidad empresarial.

Los estereotipos moldean la fantasía del mundo privado. La imagen del empresario está asociada a una especie de "hombre de negocios de Wall Street" más que al dueño de una fábrica del conurbano. Cuando se menciona la palabra "empresario", la imagen que se evoca es la de una empresas grande, multinacional, eficientista. Y estas entran en el marco previo de organizaciones impersonales, calculadoras, enfocada en la ganancia antes que en el trabajador.

En conclusión, las palabras empresas, empresario, empleo privado evocan mayormente marcos negativos en la población. Ahora bien, ¿dónde radica la importancia de eso?

Emprender un debate nacional acerca de temas como la inversión privada, el empresariado, el empleo público y privado, el funcionamiento del Estado, requiere que los interesados (tanto gobierno, como asociaciones, sindicatos, líderes de opinión, etc.) entiendan cuáles son las ideas y sentimientos que despiertan en los distintos sectores de la sociedad al hablar de ello. A la hora de defender o atacar comunicacionalmente un proyecto, un objetivo, una demanda, es indispensable saber qué reacciones desatarán las palabras escogidas en nuestro discurso en los oídos de quienes escuchan.

Como vemos, el estado de la opinión pública actual nos devela sentimientos y preferencias. Cambiarlo o mantenerlo dependerá de quien mejor utilice sus herramientas a la hora de persuadir y convencer a la mayoría de la sociedad sobre el camino a seguir.

Modelo de país

Clarín IEco. Opinión. 28/06/20. Por Hugo Sigman (médico psiquiatra. Fundador de Grupo Insud). Debate. Es importante, para el autor, despojarse de prejuicios inútiles.

La sociedad aspira a que los empresarios inviertan, innoven en sus métodos de producción, provean bienes y servicios de calidad. Esto implica un riesgo, porque antes de decidir una inversión el empresario nunca puede saber con certeza si será exitosa, si el mercado lo acompañará o si las condiciones en las que la pensó se modificarán radicalmente, por ejemplo por cambios tecnológicos o por la irrupción repentina de una pandemia arrolladora. El empresario, además, debe garantizar la utilidad que permita la estabilidad, el desarrollo y el crecimiento de su empresa, y el mantenimiento de los puestos de trabajo, la seguridad laboral y la capacitación y educación de sus colaboradores, además de pagar los impuestos correspondientes y cuidar el medio ambiente. En un país como Argentina, que sufre la falta crónica de divisas, es deseable que los empresarios procuren exportar o sustituir importaciones. En fin, la sociedad espera que los empresarios contribuyan al desarrollo económico y social.

¿La sociedad argentina piensa mayoritariamente que los empresarios cumplen ese rol? No. Las encuestas coinciden en que la valoración social de los empresarios es baja. Los empresarios, a su vez, perciben que la sociedad los critica, que no les reconoce el coraje de invertir y emplear, que no valora sus méritos y que despliega siempre un manto de sospecha sobre ellos. ¿Cómo se explica este desentendimiento mutuo? ¿Cuáles son las razones de este desamor?


La primera razón es que la búsqueda de la utilidad está mal vista por un sector de la sociedad, que la considera un rasgo de egoísmo o individualismo competitivo. Este motivo, de registro casi filosófico, se conjuga con otros, más concretos. Uno de ellos es la alta desigualdad: Argentina, al igual que otras naciones de América Latina, sufre problemas de distribución del ingreso y es, sobre todo desde los 70, una sociedad en buena medida fracturada. Para quienes no tienen empleo o sufren la exclusión y la pobreza, observar que otras personas viven con comodidad, que no están amenazadas por la incertidumbre y pueden garantizar el futuro de sus hijos resulta chocante e injusto. Es lógico que sea así.

Hay otras explicaciones posibles, como la sospecha de connivencia con el Estado. Es un problema, porque una relación dinámica, transparente y mutuamente provechosa entre el sector privado y el sector público es fundamental. Puede estar basada en incentivos, como en Estados Unidos, o en asociaciones más directas, como en Alemania o China, pero en todos los casos es crucial para el desarrollo. Cómo analiza Aldo Ferrer en El empresario argentino, este vínculo ha sido históricamente difícil en Argentina.

Asociado a este problema se encuentra otro: En las últimas décadas, ramas enteras de la industria y los servicios fueron adquiridas por empresas multinacionales de origen extranjero, cuyos intereses son globales y no necesariamente coinciden con los del país. Quizás por eso la noción de “industria nacional” goza de una alta aceptación en la sociedad, mientras que los empresarios –que deberían ser los sujetos de esa industria nacional- no.

Por último, los empresarios a menudo son renuentes a participar del debate público. A diferencia de otros actores sociales, incluso de aquellos que también suelen ser criticados por la sociedad como los sindicalistas, los empresarios muchas veces prefieren evitar los focos de la discusión abierta en los medios y las redes sociales y delegan en otros su representación.

Pero, ¿los empresarios son necesarios? En una economía social de mercado, que por ahora es la única que ha demostrado que es capaz de crear riqueza, sí: Los empresarios somos necesarios. Es cierto que se ha demostrado que en países como los nuestros, aun con una fuerte presión impositiva, los gobiernos tienen dificultades para redistribuir los excedentes, lo que dificulta la movilidad social ascendente. Pero los empresarios son, junto a los trabajadores y el Estado, los que hacen que la economía funcione, creando valor y empujando el progreso y el desarrollo. De hecho, si algo demostró la pandemia es lo riesgosa que resulta la deslocalización de la producción y la des-nacionalización de la industria y lo importante que resulta contar con fortaleza científico-tecnológica en el país. Las cadenas globales de valor pueden ser más convenientes en términos de costos, pero no siempre son lo mejor para el interés nacional, al punto que muchos países ya están trabajando en propuestas de fuertes incentivos para relocalizar empresas dentro de sus territorios y potenciar las cadenas de valor internas. Sería importante que Argentina generará, pensando en la recuperación pos pandemia, estímulos a la inversión que contribuyan al crecimiento y el desarrollo.

En este marco, estoy convencido de que los empresarios están llamados a desempeñar un rol importante en la Argentina pos pandemia: serán, junto al Estado, los responsables de la inversión necesaria para recuperar la economía, mejorar el empleo y enfrentar la pobreza. Sin embargo, la grieta que separa a parte de la sociedad y el gobierno de los empresarios es ancha, y percibo hoy a los empresarios desanimados, con poca voluntad de invertir e incluso mirando otros destinos. ¿Cómo hacer entonces para que los empresarios se relacionen de otra manera con la sociedad y para que la sociedad cambie la percepción que tiene de los empresarios?

Un camino consistiría en que los empresarios nos animemos a participar más abiertamente de la discusión pública, en los medios, las redes y todos los ámbitos en los que se dialoga sobre el futuro del país. El debate público es un mar abierto donde no siempre es fácil sentirse cómodo, pero es el único lugar en el que personas de diferentes procedencias y con diferentes visiones intercambian ideas. Por eso sería interesante que los empresarios, ya no como accionistas sino como simples ciudadanos, estemos dispuestos a dialogar con otros y participar de la conversación sobre los temas más importantes para el futuro del país. Para ello sería beneficioso encontrar –o construir- ámbitos propicios. No se trata de que todos estemos de acuerdo, pero sí de que todos podamos ser escuchados con respeto, reconociendo las diferencias, pero haciendo el esfuerzo de encontrar puntos en común. El desafío es de ida y vuelta. Quizás así nos conozcan mejor y se perciba que no todos los empresarios somos robots dedicados únicamente a perseguir la utilidad, sino personas con sueños -y también, por supuesto, prejuicios y equivocaciones-. De este modo se podrían generar espacios de encuentro que permitan dejar de lado preconceptos y estereotipos, tanto de parte de los empresarios como de la sociedad y los medios, para encontrar consensos; en definitiva, cambiar la grieta estéril por la inevitable pero necesaria puja distributiva, siempre buscando construir una Argentina en la que todos tengamos un lugar.

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