sábado, 15 de mayo de 2021

Me voy a borrar (digitalmente)




A pesar de mis varias décadas, sigo siendo fundamentalmente un tipo curioso que se apasiona buscando información en distintas fuentes, deteniéndome en lecturas que puedan sorprenderme, asombrarme, alegrándome o fastidiándome. Los tópicos pueden ser políticos, culturales, científicos o deportivos (el que leyó algo en este blog sabe de mis intereses). Otra manía me incita a archivar cuidadosamente muchas de esas novedades -una vez leídas-, analógica o digitalmente, para cuando me resulte necesario refrescar mi memoria. Pero un tercer impulso me obliga a compartir a diario con mis seres más próximos el placer de esos pequeños grandes descubrimientos cotidianos. "Che, mira esto! ¿Lo leíste?" 

Para comunicarme y satisfacer esta necesidad, durante años usé el correo electrónico pero en los últimos tiempos -como casi todo el mundo- lo he reemplazado por el uso de la aplicación telefónica Whatsapp. Así envío mis inquietudes futbolísticas, políticas o melómanas, links o cortos comentarios o simplemente memes o chistes de esos explícitos que abundan en esa red a amigos afines.  A ellos, quiera o no, los tengo mentalmente clasificados. Es la triste verdad y trato de explicar aunque pueda adivinarse. No envío bromas  futboleras a ciertos  amigos "cuervos" (sanlorencistas) amargos porque pueden ofenderse, pero provoco a algunos con sentido del humor más amplio que se aguantan la cosa. Solo comparto mis convicciones políticas con gente que las entienda, intentando no herir susceptibilidades. Ya no cometo el error generalizado de pretender convencer de algo a quienes se cierran a opiniones ajenas para protegerse y sentirse seguros. Suelo ser más cuidadoso con eso todavía porque -como es sabido- el odio facho-kirchnerista ha dividido a las familias y por estos lares es usual la famosa "grieta" que nos separa. Luego, cosas de ganadería y carnes con gente del ambiente y así.

Desde hace relativamente poco uso la red tweeter para estar informado sobre temas muy específicos y Facebook para estar al tanto de un circulo pequeño de parientes lejanos. Ninguna me desborda. Trato de no ampliar demasiado su espectro para no verme inundado de fotos de gente con mascotas pegajosas y frases de esperanza en el futuro rodeadas de corazones con purpurina. Ni engancharme con los comentarios de soberbios que escapan para adelante. Escasea tanto la humildad en la Argentina! 

Pero quisiera volver sobre aquella idea: clasificar a las personas. Más allá de la sensibilidad y cariño, atención o indiferencia que ponemos en las personas que nos rodean, estoy convencido que jamás llegamos a conocernos profundamente. Ni siquiera con los más íntimos. No está bien ni está mal, no es crueldad ni cinismo: es ineludible. Es la separatidad con la que fuimos inventados. Somos burdos e impacientes pero fundamentalmente somos 'ombliguistas': todos nos ahogamos en nuestro propio vaso de agua, aunque podamos destacarnos y ser más o menos buenos en algún ámbito. La vulnerabilidad nos es común a todos pero en cada caso con debilidades diferentes, que ocultamos con distinto esfuerzo para parecer más fuertes. 

Por lo tanto, sin compartir físicamente grandes cosas a diario ni llegar a profundizar nuestra amistad, todos optamos por clasificarnos con lo que tenemos a mano. Es la vía rápida para relacionarnos y disminuir los daños colaterales. Así, con ese viejo amigo de secundaria que es de River y gran lector, puedo compartir alguna noticia cultural y quizás un chiste picante aunque no machista porque tiene un hijo homosexual y puedo herirlo. A esa compañera de trabajo que sabe tanto de temas agropecuarios pero que es algo acomodaticia, puede resultarle chocante criticarle algún jefe. Con aquel antiguo compañero del posgrado solo intercambiaremos algún artículo de ciencias o nos recomendaremos miniseries de Netflix. No se que otras cosas lo conmueven. ¿Sigue con la misma mujer de siempre?

Aún siendo las relaciones superficiales, de tanto en tanto se presentan asperezas con nuestros interlocutores digitales. Algunos suponen equivocadamente que cuando les envío el link a una noticia tienen la obligación de abrirla ipso facto o emitir opinión. No, estimado amigo! Si querés leéla cuando puedas y sino borrála. ¿Tan difícil es comprenderlo? Alguno se quejó por recibir algo mío en horario trasnoche. ¿Qué se yo cuando te vas a dormir o cuando tenés sexo o si no tener sexo te produce histeria? Apagá el sonido, salame! Un amigo, lamentablemente desocupado, me protestó haberle enviado un mensajito cuando estaba en una reunión de negocios (?). Un querido primo mío, quizás quien más festeja con emojis sonrientes los chistes que le envío, en un mal día me recriminó haberse levantado a trabajar muy temprano por no poder contestarme una consulta amigable. Le pedí disculpas igual, por cortesía. Obvié recordarle que cualquier niño podría administrar la lectura de los mensajes de su teléfono celular sin estresarse. Pero debo admitir que esas reacciones me lastiman, por imprevistas o injustas. Quizás hieran mi orgullo de leonino. 

Prima facie parece un problema de falta de amplitud mental de los demás. No obstante debo obligarme a suponer que el equivocado soy yo por tirar disparos digitales que supongo afines a quienes quiero y respeto por tenerlos presentes pero los importuno.  Lo remarco: no es una práctica indiscriminada. 

La cosa no es muy auspiciosa, disculpen el pesimismo. La gente en la Argentina suele ponderar nuestro supuesto culto de la amistad a fuerza de asados o rondas de mate o café. En eso nos pensamos diferentes y nos gusta creer que en otros lados las relaciones humanas son frías y desoladoras o, al menos, de menor calidad. Pero la realidad demuestra que no prestamos la menor atención a los sentimientos que asolan a nuestros seres más queridos: que pensamientos, diligencias, satisfacciones, goces, preocupaciones y apuros los tienen a maltraer o apasionan a diario. 

Alguna vez quise resumir puerilmente esas conclusiones con una frase que tiré en algún lado de este blog. No es muy brillante, perdonen. Quedó así: "Conservo amigos de la escuela. Un motivo de orgullo que la gente suele destacar. Carece de toda importancia pero todos vamos a llegar un mes tarde a nuestros velorios". ¿De que sirve la amistad si no se puede ayudar al otro en los momentos más jodidos o nos está vedado compartir alguna vez los felices? Justo la escucho a la Sarlo en la TV diciendo que con cada amigo que tiene comparte cosas diferentes. Me alegro por ella pero a mi no me sirve. 

Admito entonces utilizar una clasificación utilitaria y rústica que aplico a los demás, desconociendo circunstancias que jamás me cuentan o no atiendo porque tengo bastante con el nivel de agua en mi vaso (otro dato objetivo). Tengo constancias y pruebas que demuestran que los demás usan el mismo atajo conmigo. Por ejemplo, uno de mis mejores amigos no sabría decir de una como se llama la repartición en la que trabajo desde hace más de veinte años. Otro muy cercano no recuerda los nombres de mis hijos. Hay uno que suele comentar sus separaciones amorosas, en promedio, unos 6 a 8 meses después de pasado el conflicto sentimental. Una práctica generalizada, a esta altura de nuestras vidas, es ocultar nuestras dolencias físicas como si fueran secretos de estado o sacrilegios. En el último café que tomamos con mis amigos, estaban todos muy ansiosos: cada uno embelesado escuchando sus propios relatos y blindados al ajeno. Hice la prueba de mantenerme callado y solo atinaron -a los postres- a preguntarme como andaba. 

Alrededor del intercambio de mensajes y mails asoman cosas parecidas. No todos tienen que interesar al prójimo, claro está. Algunos se prestan al juego y responden cuando lo consideran. Otros nunca. Hay gente que no tiene facilidad para escribir y es otra verdad. Muchos más de lo que Uds. creen no tienen ningún manejo de la ironía. Todo es aceptable y está bien porque tenemos longitudes de onda diferentes. Pero aquí cierran para mi estas circunstancias: a veces me siento molestando y mendigando alguna reciprocidad a mis conocidos. Intento compartir sensaciones motivantes que nos conecten y, salvo honrosas excepciones, no obtengo respuestas o recibo algún misil. Puedo no resultar un tipo con atractivos pero, estoy seguro, no soy el menos pensante ni el más tonto de todos y mi mayor fuerte es ser humilde y leal. 

¿Los de mi trabajo? Un capítulo aparte. Uno no los elige, vienen en el paquete. Salvo uno o dos, les encanta compartir chusmeríos que arrojan sombras sobre los demás pero ocultan bajo siete llaves "los mandados" que les hacen a los jefes y no mencionan los beneficios que reciben por agachar la cabeza y no protestar por las inequidades (siempre es más negocio callar y no ser crítico). Esta gente es una máquina de producir pequeñas traiciones. Convengamos, en la vida cualquiera puede ser ignorante y nos puede tocar ser mediocres. Siendo humilde eso puede sobrellevarse: lo que es imperdonable y patético, es además ser soberbio. Para su bien, menos mal que pocas veces se dan cuenta. Mi trabajo es externo y, aunque exije pocas horas semanales de oficina, obliga a una convivencia intensa en los viajes. Algo así como esos campamentos juveniles: en pocos días sabías bien quien era quien con mayor certeza que durante un año entero de clases. Las situaciones dramáticas quiebran las lealtades con facilidad y exponen blanco sobre negro el verdadero rostro de las personas. 

De todo esto no tienen culpa las redes sociales pero el uso que le damos colabora para aumentar la superficialidad de la gente, haciéndonos suponer falsamente que combatimos la soledad, que estamos rodeados de amigos o que somos diferentes por escribir alguna frase exótica o grandilocuente. 

Pues bien, voy a aprovechar que el 15 de mayo los administradores de Whatsapp obligan a sus usuarios a aceptar nuevas condiciones de manipulación de nuestros perfiles para fines comerciales y voy a desinstalar su aplicación. Aunque ciertamente me expondré a una sensación de soledad mayor a la preexistente buscando compañía humana en mi teléfono celular, mi ausencia quizás provoque alguna extrañeza. Como si Horacio se hubiera muerto de golpe (por ahora virtual y voluntariamente). A lo mejor así, los demás se dan cuenta del pequeño mundo que estuvimos compartiendo y lo extrañen por default. 

Yo ya tengo a quien abrazar y amar profundamente y echaré leña a las ilusiones que mantengo para seguir soñando. Esto es solo una pequeña mueca de cansancio. El mundo no creo que cambie demasiado. Horanosaurus.


BONUS TRACK 1: una visión más contemporizadora, para seguir pensando la cosa. 

Los diferentes intercambios dentro de una tribu

Clarín Sociedad 08/04/23. Por Daniel Ulanovsky Sack. Sub-artículo de “La sensación de no pertenecer, de no haber sido invitado donde estoy me acompaña a lo largo de la vida”. Clarín Sociedad. Mundos íntimos. Por Lisandro Varela, creador del proyecto 40 argentinos dicen.

Al castellano le falta una palabra (y si cometo un error, agradezco me lo hagan saber). Existe el término “amigo”, que destila hondura y significados. Y existe “conocido” o “allegado” para indicar una relación de cierta lejanía: sé quién es, qué hace, pero no más. ¿Cómo definimos, entonces, los vínculos amistosos? Los muchachos del club, los compañeros del trabajo, el grupo de padres de la escuela, la gente que nos cae bien y alguna vez invitamos a nuestro cumpleaños pero con quienes no sostenemos una charla confesional. Hablamos genéricamente de amigos, pero no lo son tanto, no los llamamos a las dos de la mañana el día que nos pasó algo fulero.

Si esa palabra existiera, quizás el tema de hoy sería algo diferente. Tendríamos conciencia de que hay espacios sociales en los que rara vez se debate algo en profundidad. Un ambiente liviano. Definámoslo como un intercambio dentro de una tribu. Hablás con los que te caen mejor y con los que no tanto. Quizás si hay onda con alguien se impone un encuentro más íntimo para un café o una cena que de lugar a más. ¿Esto le quita densidad a esas reuniones en las que veinte personas conversan algo apretadas en un living mientras se cruzan unas con otras?

No lo diría: creo en la necesidad de hacer nuevos amigos a cualquier edad. Quizás sea más difícil de adulto pero el tiempo nos cambia y buscamos “interlocutores” nuevos. Los amigos de la infancia -los que no han quedado en el camino- tienen una potencia extraordinaria, pero no son excluyentes. Y la forma de ampliar el núcleo íntimo es conocer personas en circulos más amplios.

Cierto que en el entretiempo a veces nos podemos sentir como sapo de otro pozo: gente con la que no tenemos nada en contra (en ese caso, sería más fácil) pero con la que tampoco nos surge abirnos. Sin embargo, si uno no sociabiliza y se queda en la cueva, nunca aparecerán otros mundos. Y eso, a largo plazo, esteriliza: necesitamos de los que ya nos conocen y de los que empezamos a conocer. Los caminos a veces tienen sus dimes y diretes -coincido- pero más asfixiante es la sensación de quedarse varado en la banquina.

BONUS TRACK 2: Aristóteles ya la tenía clara.

Extracto del Caso 4-Amor en "#Piénsalo. 10 casos para la Filosofía" de Tomás Balmaceda (Edic. Lea, 2019)

"Hay algunos que se jactan de tener menos buenos amigos que los dedos de las manos y hay quienes desean tener un millón de amigos (¿alguien puede resistir la tentación de citar a Roberto Carlos cuando se habla de estos temas?). Es el turno ahora del filósofo griego Aristóteles, uno de los nombres más importantes dentro del pensamiento occidental ya que el impacto de sus ideas es tan profundo que es difícil de medir, porque reflexionó y escribió sobre muchísimas temáticas. Tenemos la suerte de que se pudieron conservar muchas de sus obras, que siguen siendo leídas, visitadas y repensadas todavía hoy. Quizás, a diferencia de su maestro Platón, no cuenta con una prosa tan entretenida ni dialogada, pero sus escritos son un ejemplo de rigurosidad, análisis y exposición de argumentos. Aristóteles fue uno de los primeros filósofos en señalar que debemos examinar el mundo y conocerlo mediante la experiencia y el sentido común, además de destacar el valor de la virtud y una conducta ética en nuestra vida cotidiana, incluyendo la manera en que abordamos nuestros vínculos personales. En el libro que hoy conocemos como Etica a Nicómano, decidió dedicar varias páginas a la amistad, porque él entendió que “en la pobreza y en otras desgracias, solemos pensar que los amigos son el único refugio”. Es impactante pensar que una frase así no proviene de un posteo de Facebook que se volvió viral, sino que fue escrita en el siglo IV aC. Para él hay tres tipos de amistades, formas de este amor que todos alguna vez hemos sentido.

El primero es la amistad de utilidad, en la cual dos personas son amigas porque reciben algún beneficio, ya sea mutuo o unilateral, por lo que rápidamente se agota cuando ya no existe este interés. Es ese amigo que nos hacemos en unas vacaciones porque compartimos habitación en un hostel y queremos sentirnos acompañados y seguros, o ese que se nos acerca cuando sabe que podemos hacerlo entrar a una discoteca o a un boliche sin hacer fila. Pero, una vez que se termina el viaje o cuando ya lo hicimos pasar al boliche, dejamos de verlo y tal vez recordemos su existencia porque alguna red social nos avisa que es su cumpleaños. Incluso, si nos preguntan en un momento específico digamos que es nuestro amigo, pero poco tiempo después lo recordaremos como “un conocido” o directamente lo olvidemos. Podemos encontrar ese tipo de amistad entre compañeros de colegio con los que no nos vemos fuera del aula o con colegas en un trabajo. Cuando egresamos, o cambiamos de trabajo, simplemente no tenemos más vínculo.

El segundo tipo de amistad se basa en el placer y es la que predomina en la juventud, cuando nos juntamos con aquellas personas con las que disfrutamos jugar algún deporte, ver un recital o ir a una fiesta y bailar hasta que llegue la madrugada. Es una amistad que termina cuando las personas comienzan a cambiar con el tiempo y dejan de frecuentar este tipo de actividades, vinculadas con la sensualidad, y se vuelven personas mayores y más aburridas (no siempre pasa! Pero todos conocemos al que en el colegio secundario era el más terrible de todos y hoy se pasa día y noche de saco y corbata como gerente del banco. O al que armaba los partidos de Fútbol 5 tres veces por semana, pero que tres años después solo arma la salida al supermercado). Una vez que el placer que nos unió se acaba, también se diluye esa amistad.

Sin embargo, para Aristóteles el tercer tipo de amistad es el que realmente debemos buscar: la amistad “de lo bueno”, en la que dos personas comparten la misma apreciación de lo que es virtuoso, sin que haya mayor provecho que disfrutar de la compañía y las ideas del otro. Se basa en la bondad y el amor al otro: es un vínculo distinto del que mantenemos con nuestra pareja y que es incluso más profundo, porque podemos tener muchos amigos, pero pocas amistades de este tipo. Son los amigos que están con nosotros en todo momento, más allá de toda utilidad o placer.

La base del amor que desarrollamos en esta amistad es la mutua apreciación de las virtudes del otro. Son relaciones profundas e íntimas, que no necesitan un contacto diario, que no se reprochan ni sienten rencor, y que se sostienen por las genuinas ganas de verse y compartir momentos. Es una relación en la que no falta el placer de compartir un recital o una película ni de, por supuesto, ir a tomar una cerveza juntos. Esa amistad es la mejor y la más preciada, pero también la más difícil de alcanzar. Muchas veces se dice que las amistades se cultivan y esto parecer ser lo que está pensando Aristóteles en este caso. La verdadera amistad necesita de tiempo para crecer y consolidarse pero eso no es suficiente: también requiere a dos personas con la suficiente empatía e interés como para superar el mero placer o la conveniencia. Es un crecimiento mutuo, que seguramente tenga espacios de mayores encuentros y diferencias, pero una vez que se alcanza, asegura Aristóteles, es el tipo de vínculo que más satisfacciones da, ya que termina incluyendo lo mejor de los otros dos tipos. Un verdadero amigo, en este sentido profundo, genera el beneficio de saber que contamos con él toda vez que lo necesitemos y también, por supuesto, nos da placer, porque es una compañía que apreciamos mucho y con la que nos sentimos felices.

Cada “día del amigo” una de las frases más repetidas en tarjetas, posteos de Instagram y posters motivacionales es justamente una que escribió Aristóteles: “la amistad es un alma que habita dos cuerpos, un corazón que habita en dos almas”. Según su visión, si dos personas son amigas en este sentido profundo que acabamos de analizar, si una muere una parte de ella sobrevivirá en su amigo (…)"

BONUS TRACK 3


Clarín. Sociedad. 04/05/24. Por Daniel Ulanovsky Sack. 

Soy un fracaso. Si de redes sociales se trata no he logrado nada. Peor aun, hice poco esfuerzo y ni siquiera puedo proclamar “lo intenté”. Confieso: uso bastante las redes para temas puntuales, buscar un dato, conocer una opinión. Algo (mas que) minoritario. ¿Livin’ la vida loca virtual? Nunca.

Mi derrotero empezó con Facebook. Jamás lo entendí bien, no se si eso habla de mi cociente intelectual (IQ) pero siempre confundía quien respondía a quien y si los mensajes eran privados o públicos. Y al igual que tantos otros, también me quede en el 45. ¿Para que avisar al mundo que había apagado las velitas en una torta de chocolate con merengue? Pero eso no seria lo peor si no la decena de comentarios -algunos de personas que me seguían porque eran conocidos del primo de la abuela- con frases como “Te mereces un día perfecto”, “Hermoso año”, “Te queremos mucho”. Yo intentaba esconderme.

Con Instagram me equivoqué de pe a pa. ¿Una red social solo para fotos? ¿Y donde dicen las cosas? Ah, se muestran simplemente... eso no va a andar. Y así triunfó. En Twitter me parecía ingenioso tener que reducir la idea a su mínima expresión pero me agoto la competencia: había que ironizar, hablar entre líneas, ser mas pícaro que el de al lado, mostrar sabiduría sin que se notara mi supuesta vasta cultura. ¿Y eso varias veces por día tanto para hablar de la levedad del ser como del sándwich de salame y queso? Too much.

Muchos dirán que soy naif pero si alguien se acuerda de mi cumpleaños prefiero -aunque sean tres o cuatro- que lo haga porque nuestra relación tiene cierta hondura. ¿Cuál es el valor de tener un asistente que te impulse a enviar un saludo de cortesía? ¿Somos acaso mas felices o, al revés, nos quedamos un poco mas vacíos de tanta palabra sin contenido? Ya se, atraso muchos años pero -amigos- creo que es mejor atrasar que sonreír con reflejos de neón. Porque esos seducen a la vez que encandilan y al final te impiden intuir el desnudo mundo. Mirás, si, pero ya no ves.

2 comentarios:

  1. Hay momentos en las amistades de mucha intensidad, otros de lejanía. Si a veces es difícil desentrañar que nos pasa a nosotros mismos no mucho podemos con lo de los otros.
    Pero al fin de cuentas.......ahí estamos. Abrazo

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  2. Si, si.. viste que considero que, en la lucha de la vida, todos hacemos lo que podemos. Imperdonable es el malo, el ventajero, el garca. Abrazo.

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