lunes, 8 de febrero de 2016

Ennio Morricone: capo total


Debe ser uno de los músicos más ricos y cotizados del planeta. Este italiano octogenario hizo cientos de bandas de sonido de filmes que has conocido o directamente viste. La lista es interminable y ahora se alió con el director Tarantino para su última película. Este artículo reciente rescata un poco del olvido que le concedemos en esta parte del hemisferio sur a Ennio Morricone. Lo interesante es intentar descubrir su repertorio, escuchar su música en busca de placer. Mis favoritas  y recomendadas son "La misión" y "Cinema Paradiso" (nunca me animé a los spaghetti western que le dieron fama). Horanosaurus.  


  





La Nación. Suplemento Sábado. Por Pablo Plotkin. El 28 de febrero el mundo estará esperando que Leonardo DiCaprio levante el primer Oscar de su vida por El renacido y que suelte una buena perorata sobre el cambio climático. Pero habrá otro hombre ahí, bastante más viejo que Leo, cuya virginidad en materia de premios Oscar es aún menos comprensible. Hablamos de Ennio Morricone, tal vez el más grande compositor de bandas de sonido de todos los tiempos, que a los 87 años recibirá, suponemos, una estatuilla por su trabajo para Los ocho más odiados, de Quentin Tarantino. O en todo caso, por todo lo que hizo antes.

Morricone compuso música para más de 500 películas. Su primera gran plataforma fueron los westerns italianos de Sergio Leone, que en los años 60 revolucionaron el género con sus paisajes abismales, sus héroes secos y, fundamentalmente, con los scores magistrales de Ennio.

En la llamada "trilogía del dólar" (Por un puñado de dólares, Por unos pocos dólares más y El bueno, el malo y el feo), el maestro romano concibió un nuevo universo para la narrativa cowboy, alternando orquestaciones clásicas con recursos de producción de vanguardia (sintetizadores, disparos, guitarras eléctricas, silbatos), mezclando tradiciones y convirtiendo el Lejano Oeste en un estado mental. Su influencia en el cine y en la música pop -de The Clash a Babasónicos, de Nancy Sinatra a Gorillaz- es difícil de exagerar.

Cuando era chico, mi viejo me describía las escenas de las películas de Leone -esos gestos mínimos de Clint Eastwood- tal como las recordaba de las proyecciones en continuado. Como todavía no existía YouTube, para mí eran destellos de technicolor detonados por fragmentos televisivos, porque tampoco le tenía mucha paciencia al western. Los planos largos y tórridos, el ánimo escrutador de los personajes, la cadencia rara de la acción...

En esos años, al menos hasta que Eastwood estrenó Los imperdonables (1992), el western me parecía, igual que el tango, una lengua muerta. Pero había algo que no se podía transmitir con palabras y era precisamente todo lo que había hecho Morricone. ¿Cómo contar la marcha que eleva la escena final de Érase una vez en el Oeste, esa secuencia épica hasta lo grotesco, en la que Charles Bronson y Henry Fonda se baten a duelo entre montañas de Almería que evocan el Far West?

Morricone, un músico de formación clásica afectado por la magia del pop, grabó después decenas de obras maestras para los mejores directores del mundo y también para cientos de películas olvidadas. Se dijo de Los ocho más odiados que marca su regreso al western después de 35 años, pero la película de Tarantino no es en realidad un western (es más bien un pastiche de film de aventuras, gore histórico, policial de enigma y una verborrea diseminada de acentos anglosajones). Morricone compuso casi media hora de música original y sumó partes inéditas que habían quedado fuera de La cosa (1982), de John Carpenter (también con Kurt Russell, también rodada en la nieve). "No quiero volverme conservador -dijo antes del estreno-. Quiero ir hacia adelante y mirar el futuro." Es quizás la última gran lección de Morricone, más allá de su talento descomunal: crear sonidos nuevos hasta el final de sus días.


      


BONUS TRACK 1 (¡eeeeppppa!)

"... en la vida hay que ser original. Si no, es aburrida. En arte es lo mismo: en cuanto empecé a aburrirme, renuncié. Hay muy buenos compositores que hacen la misma música para todas las películas, como John Williams, Ennio Morricone o Georges Delerue. ¡Hacen siempre lo mismo! ¿Cómo pueden hacer eso? No lo entiendo, ¡es una vida aburrida!" Michel Legrand, afamado compositor francés, autor de más de 250 bandas de sonido de películas (en "Nunca obedecí a ningún director", entrevista de Gaspar Zimerman. Clarín Espectáculos 17/04/16).

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Un video emocionante...

LIBRO (2017) ENNIO MORRICONE
"En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida"
Edit. Malpaso

Por Barracuda. Rockdeluxe. Junio 2017

Escuchando “L’ultima diligenza di Red Rock”, obertura del filme de Quentin Tarantino “Los odiosos ocho” (2015), Óscar 2016 a la mejor banda sonora, nadie diría por su contundencia y modernidad que está compuesta por un señor de 88 años. Ennio Morricone (Roma, 1928) sigue lleno de vida y exultante por la aparición de “En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida” (“Inseguendo quel suono. La mia musica, la mia vita”, 2016; Malpaso, 2017); el mejor libro escrito sobre su trayectoria, el más verdadero según sus propias palabras.

Un bisoño compositor llamado Alessandro De Rosa consiguió el milagro de que Morricone escuchara, e incluso que le agradara, una obra suya inspirada en “La consagración de la primavera” de Stravinski. En 2012 el maestro italiano le regaló una copia de su texto “La música del cine ante la historia”, que acabaría convirtiéndose en el preludio de unas conversaciones al año siguiente.

Charlas condensadas en medio millar de páginas, localizadas dentro de un pentagrama virtual, donde conviven pasiones como la medicina y el ajedrez; sus inicios en RCA con Modugno, Paoli o Mina; “El federal” (Luciano Salce, 1961), su primera e íntegra partitura cinematográfica; el ineludible Sergio Leone con su crucial “Trilogía del dólar”; Pasolini; su amigo Sergio Miceli, crítico con su afición por el sonido disonante, o el “Homo Musicus”, un supuesto antepasado común bautizado así por Morricone, que pudo ser el descubridor de cómo emitir sonidos, convirtiendo paulatinamente el grito en canto.

Lecciones de un catedrático único e irreemplazable, alabadas en el epílogo por autoridades como el propio Miceli, Bertolucci o Tornatore. Recuerdos, tantos recuerdos... Añoranzas no lloradas; con los ojos y el corazón mirando al frente. Fúndanse en esta historia acompañados con el sonido encontrado por la batuta del romano; el placer se multiplicará.


BONUS TRACK 2 Recién luego de tantos años corrijo un error: siempre pensé que el autor de la ahora revalorizada marcha del mundial de fútbol Argentina 1978 había sido Rodolfo Sciammarella, histórico/legendario compositor de jingles publicitarios y políticos en nuestro país. Con la nota que abajo pego me avivo que fue Ennio Morricone. Horanosaurus.

Notas de paso
  
Clarín Spot Domingo 24/06/18. Por Federico Monjeau. A través del libro de Matías Bauso sobre el Mundial ‘78 (una exhaustiva historia de mentalidades argentinas, por medio de testimonios recogidos) me entero de que en 2010, en ocasión del Mundial de Sudáfrica, la revista Billboard hizo un ranking con los diez mejores temas mundialistas. El de Ennio Morricone para Argentina 1978 obtuvo un cuarto puesto. Según la investigación de Bauso, nunca estuvo del todo claro quiénes y cuándo le encargaron al gran músico italiano la marcha del Mundial, aunque lo más probable (piensa Bauso) es que haya sido una decisión del EAM (el Ente Autárquico Mundial creado por la dictadura tras el golpe). 

En todo caso, como dice Bauso, fue “una extraña muestra de buen gusto”. Extraña, pero a la vez en perfecta sintonía con la época. En principio, porque la composición de Morricone es una marcha; no una marcha en estilo militar, pero una marcha hecha y derecha, con tiempos bien marcados y ritmos punteados que denotan algo que avanza; y es una marcha instrumental, sin letra, con un coro que simplemente vocaliza. ¿Qué podía decirse en ese entonces que no fuese una mentira? La composición de Morricone es bastante simple, pero tiene sus sutilezas armónicas y, sobre todo, orquestales, con la adición progresiva de fuerzas instrumentales y ese potente contrapunto de los bronces cuando la segunda parte del tema hace su reexposición. No es una pieza festiva, sino de un optimismo moderado.

Volviendo al ranking de Billboard, el cuarto puesto de Morricone parece bastante merecido. El primero lo ganó la canción de Ricky Martin para Francia 98, La copa de la vida, dejando en segundo lugar a la canción de Italia ‘90; en mi opinión fue una injusticia, ya que en la historia de las melodías mundialistas no hubo nada igual a Un ‘estate italiana

La historia de esas canciones está cada vez más globalizada. Suele ocurrir que la canción producida en el país anfitrión quede totalmente eclipsada por otra melodía más rotunda, como pasó ahora con la canción de Polina Gagárina, desplazada por el reggaetón de Nicky Jam. La canción de la joven rusa Gagárina es, en letra y música, el himno de las buenas intenciones y los mejores deseos, y estos himnos suelen ser muy malos. La canción de los mexicanos para el mundial ‘70, con esa rara mezcla de modernismo vocal estilo Os Cariocas y corrido, además de su prosodia totalmente desacompasada, no convenció a nadie. Para el Mundial de México 1986 hicieron algo más pegadizo, pero de una falta de imaginación sin atenuantes. No parece sólo un problema de países sin grandes tradiciones musicales. El coro de los alemanes para el Mundial de 1974 es una de las composiciones más desabridas de la historia mundialista, y Alemania tiene la más grandiosa tradición coral del planeta. La canción de España 1982 fue sencillamente atroz, con Plácido Domingo entonando: “El sol ilumina el estadio,/ España se viste de fiesta/ se ve la afición en el campo/ y ondean banderas inquietas. /Se van ocupando las gradas, escuchan alegres canciones,/y así la gente encantada/aplaude siempre a los mejores”. La música era tan acartonada como la letra. Los españoles confiaban en que la voz del mayor tenor de ópera del momento lo resolvería todo, pero en este punto vuelve a surgir la teoría de Aldous Huxley, según la cual nada resulta más deprimente que una música mediocre bien interpretada.

Hasta que llegaron los italianos con su proverbial sentido estético y sus metáforas. Forse non sarà una canzone/ a cambiare le regole del gioco/ Ma voglio viverla cosi quest’ avventura/ Senza frontiere e con il cuore in gola (Tal vez no será una canción/ lo que va a cambiar las reglas del juego/ pero quiero vivir así esta aventura/ sin fronteras y con el corazón en la garganta). No se trata de una fiesta, como en la canción de Ricky Martin o Waka Waka de Shakira (tercera en el ranking de Billboard), sino de un sueño, de una pequeña épica; un relato palpitante que encuentra su figura más feliz en la inmensidad de la intemperie: bajo el cielo de un verano italiano (Sotto il cielo/ Di un ‘estate italiana). El genio italiano está en el texto, en el progreso de la melodía, y por cierto también en la interpretación de Gianna Nannini y Edoardo Bennato, con la dosis exacta de humor y desenfado.

Esa canción debe ser el mayor aporte italiano al fútbol mundial en muchos años, y compensa con creces sus antiestéticos y miserables catenaccios.



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