lunes, 25 de mayo de 2015

El aburrimiento

Una serie de artículos de especialistas de varias disciplinas que fui juntando, y leyendo en su momento, para poder encontrarle una respuesta al sentimiento que más me ataca y me fastidia. No se si recomendarles su lectura: consuelan pero no curan. Pero podrán enterarse que el nuevo curro de las neurociencias modernizó a los afectados llamándolos "bore out" y que el aburrimiento puede hacernos adictos al consumo de chocolate (un vicio económico). Horanosaurus.



ADN Cultura La Nación 10/01/09 Nota de tapa | El aburrimiento

Sumario | Editorial
Ese tedio tan temido
Me aburren la Fórmula Uno, el setentismo, los clichés de la vanguardia, los best sellers, los shoppings, los actos escolares, la vanidad de los escritores, los manuales de management, los discursos desde el atril, el fútbol americano, la bohemia fashion de Las Cañitas, la cola del banco, la solemnidad académica, el scrabel y la generala. Pero lo que más me aburre son las increíbles cosas que hacen las personas con tal de no aburrirse, como llenarse de movimiento, consumo y ruido. También que los chicos de última generación se aburran todo el tiempo, exijan "programas" y vivan conectados día y noche a Internet, la radio, el i-pod y la televisión para sobrevivir al supuesto y tan temido tedio mortal de la vida. 

Mi madre me salvó, afortunadamente, de esa enfermedad cuando a los diez años me dio los libros, un antídoto maravilloso contra el aburrimiento. Pero las épocas cambiaron, y hoy la vida es digital o iletrada y tiene que ser un zapping, una montaña rusa, una sinfonía múltiple y ensordecedora o simplemente un paroxismo productivo. Ya no tenemos tiempo, ni ocio verdadero ni silencio autorreflexivo: sólo tenemos velocidad y drama, porque cuanto más rápido y más cosas tenemos que hacer, más cosas nos faltan; cuanto más confort y más facilitadores temporales poseemos, menos horas de tiempo gozamos. Es así como nos comemos la cola, corremos hacia ninguna parte y a veces, teniéndolo todo, no tenemos nada. 

El aburrimiento, con sus lados buenos y malos, viene del fondo de la historia. Pero en el vacío posmoderno, las relaciones líquidas y la sociedad del espectáculo se han convertido hoy en una epidemia: evitando el aburrimiento casi todos caemos en él. 

Sobreestimulados y quizás demasiado mimados por la tecnología, temo que el futuro se parezca bastante al que se muestra en la película de animación Wall-e, donde los seres humanos, que se han vuelto obesos y malsanos, pasan día y noche encadenados a una computadora que los satisface a tiempo completo y no les permite conocer la experiencia vital.

Estamos en época de vacaciones y nadie quiere aburrirse. Adictos a la adrenalina sufren entonces síndromes de abstinencia y se inventan remedios contra el aburrimiento. Acerca de estas paradojas y de estos asuntos filosóficos trata nuestra portada de esta edición. 

El artículo fue encargado a Diana Cohen Agrest, doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y magíster en Bioética por el Centre for Human Bioethics de la Monash University de Australia. Desde 1983 se desempeña como docente e investigadora en la UBA y ha escrito algunos libros muy interesantes sobre Spinoza y la inteligencia ética en la vida cotidiana. Acaba de publicar ¿Qué piensan los que no piensan como yo?, un profundo estudio sobre diez temas que alimentan grandes controversias éticas de nuestro tiempo. 

El ensayo de Diana es acompañado por un relato de Chejov. Hay que recordar que el aburrimiento ha sido un gran tema literario y que ha dejado obras memorables. Y controvertidas sentencias. Shakespeare decía: "La vida es aburrida como un relato contado dos veces que atormenta el oído sordo de un hombre adormilado". Bertrand Russell pensaba: "El aburrimiento es el gran tema de los moralistas ya que la mitad de los pecados se cometen por su causa". Más acá, un legendario periodista español, Juan Luis Cebrián, fundador de El País de Madrid, le quita dramatismo: "Cuando queda tiempo para aburrirse, yo procuro aburrirme, porque el aburrimiento es una forma de descanso". 

Pasen y lean. Les prometo que no se aburrirán.
Humano, demasiado humano
Muchos lo consideran el mal por excelencia del hombre de hoy. Quien lo padece, siente el vacío abrumador de la vida. Para huir de él, algunos se alienan con el trabajo, y así se ganan, a la vez, aprobación social y desdicha; otros creen que la solución es satisfacer los deseos, pero pronto advierten que el deseo asegura el infierno. Heidegger piensa que aburrirse hace tomar conciencia de que se tocó fondo y permite así alcanzar la autenticidad. ¿Habrá que aceptar ese molesto estado de ánimo? Por Diana Cohen Agrest. 

Cómo se nos habrá hecho carne que hasta Kierkegaard hace del aburrimiento la piedra fundacional de la Creación, imaginando que "los dioses estaban tan aburridos que entonces crearon a los seres humanos". No sólo los dioses. También "Adán estaba aburrido porque estaba solo, entonces crearon a Eva. Desde entonces, el aburrimiento ingresó en la Creación". Nietzsche no le fue en zaga cuando, con su demoledor sarcasmo, sugirió que en su descanso sabatino Dios se habría aburrido espantosamente. Y Kant aportó lo suyo cuando, a modo de consuelo del devenir de la historia misma, advirtió que, de permanecer en el Paraíso, Adán y Eva se habrían aburrido soberanamente.

Tantas citas ilustres prueban que, parafraseando a Camus, si hay un problema verdaderamente filosófico, es el del aburrimiento. Raramente reconocido en su magnitud, el tema no suele ser un objeto de reflexión de la filosofía académica ni del común de los mortales. Se trata, sin embargo ,de una experiencia inescindible de la existencia humana.

También la escritura en torno al aburrimiento corre el riesgo de resultar, precisamente, aburrida. Sin embargo, la histórica y sospechosa omisión de este asunto nos convoca a su examen: ¿Qué es? ¿Cuándo aparece? ¿Por qué aparece? ¿Por qué nos afecta? ¿Cómo nos afecta?

Aun cuando, por una suerte de reduccionismo, rotulamos con la etiqueta de "aburrido" todo aquello que no despierta nuestro interés, lo cierto es que convivimos con el aburrimiento de una manera tan atroz como imperceptible, como con "una especie de polvo. Uno va y viene sin verlo, un respira en él, uno lo come, lo bebe, y es tan fino que ni siquiera cruje entre los dientes. Pero si uno se detiene un momento, se extiende como una manta sobre el rostro y las manos", en la descarnada descripción que de él hace Georges Bernanos en su Diario de un cura rural. El aburrimiento se apodera de nosotros, penetrando en cada intersticio con la sutileza de un escalpelo en manos de un hábil cirujano y termina por ser vivido como una compañía tan fastidiosa como irreconocible.

El aburrimiento irrumpe cuando el deseo se divorcia de los hechos, en pocas palabras, cuando no podemos hacer lo que queremos hacer o cuando debemos hacer aquello que no queremos hacer. Pero también se cierne, amenazador, cuando no tenemos ni idea de lo que queremos hacer. Podemos estar aburridos de cosas (el hastío es el alimento por excelencia de la sociedad de consumo) o de personas (de otros o hasta de nosotros mismos), aunque también podemos sentirnos aburridos cuando nada en particular nos aburre. Lo peor es que, enunciado tautológicamente, el aburrimiento es aburrido.

Pese a esta caracterización intimista, el aburrimiento no es un mero estado subjetivo sino también una característica del mundo: es tan verdad que todos los hombres son mortales como que todos, absolutamente todos, participamos en prácticas sociales saturadas de aburrimiento.

No hay nada nuevo bajo el sol. Hay quienes creen que se trata de un fenómeno relativamente reciente. Sin embargo, su origen se remonta a la Antigüedad tardía, cuando apareció un fenómeno que en griego se designó athymía y en latín, accidia (en castellano, acedia), expresiones que aludían a una condición subsumible en lo que tiempo después se difundiría con un nombre tan vago como indefinible: la melancolía. Curiosamente, los monjes eran particularmente proclives a la acedia. Alertados de un fenómeno tenido por obra del Demonio, hasta los mismos Padres de la Iglesia consideraron la acedia el peor de los pecados, no sólo porque de ella brotaban todos los demás sino porque era la expresión de cierto descontento ante la Creación de Dios, ante cuya sombra amenazadora hasta San Jerónimo exhortaba con festiva piedad: "Bebed, hermanos, bebed, para que el diablo no os halle ociosos".

A partir del Renacimiento, la acedia enclaustrada en los muros de la vida monacal fue desplazada por la melancolía, cuya sede era un alma indisociable de un cuerpo carnal, que había sido celebrado en la Antigüedad clásica y era redescubierto por el Humanismo. Fue precisamente un médico y hombre de ciencia inglés, Robert Burton, quien condensó su novedosa concepción en un célebre ensayo publicado en 1621. En su Anatomía de la melancolía, con un espíritu más científico que apocalíptico, diagnosticó que lejos de ser atribuible a Satanás, la melancolía es una enfermedad que suele atacar particularmente a las gentes consagradas al estudio, cuyas meditaciones pueden fácilmente caer en un mórbido rumiar. A modo de fármacos anímicos, Burton recomendaba un tratamiento tan natural como placentero: diversificar las actividades y frecuentar menos los libros y más las mujeres hermosas, cuya vista regocija el corazón, siempre y cuando el trato con ellas se ejerciera -se cuidaba de aclarar el galeno- en el marco de una vida equilibrada. Sin embargo, pese a sus tan floridos consejos, su autor terminaba por admitir que no existe un remedio universal para ese mal.

La melancolía perduraría en la obra de Freud, quien en Duelo y melancolía declaró que el melancólico vive la pérdida del objeto de amor como una pérdida del Yo. Este empobrecimiento del Yo es vivido por la subjetividad como una confrontación con una vida vaciada de su sentido. En el mismo campo del psicoanálisis, Lacan finalmente reconoce en el aburrimiento su estatuto bien ganado en Televisión, donde, frente a las clásicas seis pasiones del alma propuestas por Descartes en el siglo XVII (la admiración, el amor y el odio, el deseo, el gozo y la tristeza), despliega otras tantas en versión aggiornata: la felicidad, el gay saber, la beatitud, el mal humor, la tristeza y, pues no podía faltar, el aburrimiento. Semejante linaje teórico no es suficiente, sin embargo, para dotar al aburrimiento de un bien ganado estatuto epistémico: exonerado del campo de las patologías, el aburrimiento no suele ser de interés ni para los psicológos ni para los psiquiatras, aun cuando es vivido como una pérdida de identidad que denuncia el corte entre el sentido y el vacío de sentido.

Aunque dignas de atención, acedia y melancolía se distinguen sutilmente del aburrimiento: mientras que la primera era una noción moralmente demoníaca, atribuible a unos pocos elegidos, el aburrimiento es una condición psicológica que nos afecta a todos. Y mientras que la melancolía hunde sus raíces en una tradición aristocrática, asociada a la sensibilidad y a la belleza, el aburrimiento es un descastado.

En Filosofía del tedio (Tusquets, 2006), Lars Svendsen baraja la hipótesis de que, visto desde la historia de las ideas, el Romanticismo sentaría las bases del aburrimiento contemporáneo, exacerbado por la proclama de la muerte de Dios, en cuya estela el sujeto pierde el sentido de la trascendencia y comienza a verse como un individuo que debe realizarse a sí mismo. Al hombre, confrontado con ese mandato inmanente, la vida cotidiana se le antoja ni más ni menos que una prisión.

Los méritos (o, nunca mejor dicho, los deméritos) del aburrimiento no son pocos, en particular si nos guiamos por el juicio de Kierkegaard, para quien "es la raíz de todo mal", desde las adicciones hasta los desórdenes de la alimentación, pasando por el vandalismo, la depresión, la violencia y las conductas de riesgo, placebos sociales que funcionan como efímeros remedios que, al fin de cuentas, justifican el imaginario medioeval en el que la acedia figuraba entre los frutos de poderes demoníacos. Cuando se perpetúa, se transforma en el taedium vitae, el tedio de la vida ante el cual la jurisprudencia de la antigua Roma legitimaba el derecho al suicidio. Pues así como se ha dicho que el aburrimiento aportó más infelicidad al mundo que todas las pasiones juntas, incluso más que el Mal provocado por todas las guerras juntas, se ha dicho a su favor que ha puesto fin a numerosos males, por la simple razón de que terminaron por resultar aburridos. En Prejudices: A Philosophical Dictionary (1983), Robert Nisbet sostiene que la quema de brujas fue abandonada como práctica no por motivos legales, morales o religiosos, sino simplemente porque la gente pensó: "Una vez que viste una quema, viste todas". 

El undécimo mandamiento: "Diviértete". Si la fórmula para superar el aburrimiento parece hoy empujar al yo más allá de sí, es porque el yo quiere encontrar algo novedoso, algo distinto de lo mismo que amenaza hundirlo en el aburrimiento. Según una lógica transgresora, todo placer impulsa la búsqueda de un nuevo placer para evitar la rutina de lo mismo, en un movimiento que persigue la búsqueda de nuevos límites que puedan ser transgredidos. Vivimos arrojándonos a lo nuevo, con la ilusión de que eso nuevo nos proporcionará, generosa y finalmente, un sentido personal. Pero ese intento está destinado, una y otra vez, al fracaso, pues esa promesa de un sentido personal jamás se cumple. Y además, porque lo nuevo rápidamente se torna una rutina. George Bernard Shaw ilustró lúcidamente esta imposibilidad de origen cuando reconoció que "hay dos catástrofes en la existencia: la primera, cuando nuestros deseos no son satisfechos. La segunda, cuando lo son", coronando esa existencia pendular denunciada por Schopenhauer, quien notaba que cuando deseo lo que no tengo, sólo obtengo sufrimiento, y que cuando el deseo es satisfecho, sólo obtengo aburrimiento.

Esta exacerbación del deseo insatisfecho ha sido un caldo de cultivo del aburrimiento, "privilegio" por excelencia del sujeto de la Posmodernidad, quien sumido en la cultura del ocio corre en procura de divertimentos para matar el tiempo superfluo. Su maleabilidad se explica porque el aburrimiento no se conecta con necesidades reales sino con el deseo. Y el deseo suele traducirse en una constante búsqueda de estímulos sensoriales, lo único que, hoy por hoy, parece resultar "interesante". En su manifestación más perversa, la exhibición obscena de violencia gratuita se sostiene en la premisa marketinera de sacudirnos el aburrimiento. A propósito de los efectos mediáticos sobre el deseo, Orrin Klapp exploró el impacto de la información en la calidad de vida de la cultura contemporánea. En Overload and Boredom: Essays on the Quality of Life in the Information Society, Klapp sostiene que, pese a todos sus esfuerzos para escapar de ese destino, la sociedad de la información se ha tornado una cultura tan saturada de pseudoconocimientos como aburrida. De la metralla constante de flashes "en vivo y en directo", resulta un desgaste del sentido. El ruido y la redundancia, añade, reemplazaron la resonancia y la diversidad del mundo nacido de la Ilustración. Así pues, traicionando los ideales dieciochescos, en lugar de emular el Progreso, la sociedad de la información se ha vuelto entrópica, desordenada, de lo que resulta un déficit en la calidad de vida.

En una línea semejante, en La tragedia educativa, Guillermo Jaim Etcheverry observó que los hijos -cuando no los mismos padres- suelen tildar a la escuela de "aburrida", calificativo más apropiado para un programa de televisión o para un festival de rock. Banalmente, se aspira a imitar el modelo Disneylandia, aun a costa de que el mandato de ser divertido penetre, como un fluido viscoso, en actividades tradicionalmente no asociadas a la diversión. Traducido en el registro discursivo, participamos directa o indirectamente de esta suerte de reduccionismo infantojuvenil, dominado por una retórica empobrecida donde todo es "divertido" o, con suerte, "redivertido".

El vacío del tiempo en el aburrimiento no es un vacío de acción porque, en verdad, siempre acontece algo: el vacío del tiempo es el vacío del sentido. No importa tanto lo que hacemos o el objeto al que nos dirigimos (mirar una y otra vez el reloj) sino estar ocupados en algo sin importar cuán intrascendente sea (como puede serlo el mero contar cuántas moscas hay adheridas al vidrio de la ventana). Y aunque mejor vistos, los "pasatiempos", expresión autorreferencial si la hay, son medidas paliativas toda vez que el tiempo, en lugar de aparecérsenos como un horizonte de oportunidades, se nos antoja como algo que ha de ser engañado, ocupándolo ilusoriamente en la creencia de que nos liberaremos del vacío del aburrimiento.

Si cada cosa tiene su propio tiempo, Heidegger observa que el aburrimiento aparece cuando el tiempo cronológico y el tiempo subjetivo no coinciden. Una circunstancia casual viene a cuento: cuando, consternados, nos enteramos de que un vuelo fue reprogramado y despegará con siete horas de retraso, nos vivimos anclados e impotentes en un bloque temporal que se nos ha impuesto, más allá de nuestra voluntad, y sobre el que no ejercemos control alguno. Sin consulta previa con nuestro deseo, se nos ha robado un tiempo que sólo atinamos a llenar con actos tan irrisorios como devaluados en cuanto no elegidos: en el peor de los casos, vagabundear por el duty free o comer una hamburguesa, en el mejor, leer de un tirón una novela que queríamos disfrutar sin ser forzados a hacerlo por factores extemporáneos.

Taxonomías del aburrimiento. En Bouvard y Pécuchet, Flaubert distingue el aburrimiento común del aburrimiento moderno, el "común" es el anhelo de poseer un objeto deseado (un amor perdido, un objeto suntuario, cualquier cosa que por el momento se me presenta inalcanzable), mientras que el llamado "moderno" es el anhelo mismo de deseo que se siente una vez perdida la capacidad de sentir deseo (propio del abúlico a quien el mundo se le antoja aburrido y desea, simplemente, recuperar la capacidad de desear). Kundera complejiza esta clasificación, pues en La identidad se refiere a tres clases de aburrimiento: el aburrimiento pasivo (la chica que baila y bosteza), el aburrimiento activo (los aficionados a los hobbies , al sudoku, a los crucigramas y a los rompecabezas) y por último, el aburrimiento rebelde (los jóvenes que incendian autos y rompen vidrieras).

Una última clasificación que atiende a sus modalidades, distingue el aburrimiento situacional, semejante al aburrimiento común de Flaubert, que es aquel que sentimos durante una actividad especifica (esperamos a alguien, escuchamos una conferencia); el aburrimiento de la saciedad (cuando uno tiene demasiado de lo mismo); el aburrimiento creativo, caracterizado no por su contenido sino por sus resultados (nos sentimos obligados a hacer algo nuevo). Y por último, el aburrimiento existencial -otro nombre para el aburrimiento moderno de Flaubert- que es siempre un estado de ánimo que nos invade toda vez que nos resulta aburrido el mundo como tal. 

Terapéutica del aburrimiento. A menudo no puedo identificar exactamente qué me aburre. Heidegger lo ilustra con una situación por la cual, quien más, quien menos, todos pasamos alguna vez: una vez concluida una agradable velada con amigos, vuelvo a casa y me doy cuenta de que, en verdad, me aburrí espantosamente toda la noche. El "pasatiempo" no se dio en una situación, era la situación. Y la conciencia tardía del aburrimiento es la conciencia del vacío revelado en la toma de conciencia de que podría haber hecho otra cosa durante ese tiempo. En ese escenario, piensa el filósofo alemán, la tarea del aburrimiento es llamar la atención sobre esta ausencia. Este "tocar fondo", precisamente, puede ser el inicio del retorno hacia una dimensión existencial, haciendo del aburrimiento una experiencia que conduzca hacia la autenticidad. Pese a los esfuerzos heiedeggerianos redentores de ese estado del ánimo, se le ha criticado al filósofo que, con su optimismo residual de creer que puede ser superado, permanece preso de la lógica de la transgresión.

A la solución de Heidegger de rescatar el aburrimiento como fuente redentora de sentido, se han contrapropuesto un puñado de terapias más pedestres. Por ejemplo, nos repetimos hasta el cansancio que el aburrimiento se cura a fuerza de sudor. Sin embargo, quien recurre al trabajo como remedio confunde la desaparición temporaria de los síntomas con la cura de la enfermedad. Ya Theodor Adorno asoció el aburrimiento a la alienación en el trabajo, idea ilustrada magníficamente por la célebre escena del clásico Tiempos modernos, donde Chaplin encarna risueña y lúcidamente al obrero que, reiterando una y otra vez un único movimiento, se ha metamorfoseado en una mera prótesis de la máquina, con la cual comparte la ausencia de autodeterminación en el proceso productivo. Incluso la expresión "tiempo libre" alude al lapso en que no se trabaja, cuando en rigor de verdad no se es ni más ni menos libre en un tiempo que en otro, ni necesariamente tiene más sentido uno que otro. Lo que cambia es el rol, en uno somos productores y en el otro, consumidores. Milan Kundera, en La identidad, observa que antiguamente los oficios se ejercían con pasión, el zapatero conocía de memoria cuánto calzaba cada uno de los habitantes del pueblo, y cada ocupación creaba una forma de ser. "Hoy somos todos iguales, mancomunados por nuestra apatía compartida hacia el trabajo. Esa apatía se ha tornado una pasión. La única gran pasión colectiva de nuestro tiempo." El trabajo ya no ofrece una respuesta, y cuando parece serlo, es apenas un vano intento de huir del tiempo.

Una vez desestimada la cura a través del trabajo, ¿acaso puede ser superado por un acto de la voluntad? Bien mirado, estimular a quien siente un profundo aburrimiento diciéndole algo así como "ponele ganas" es como ordenarle a un enano ser más alto de lo que es. Porque lo cierto es que el aburrimiento es más una cuestión de sentido que de pereza, desocupación o vagancia.

La aceptación. En lugar de hacer del aburrimiento, su destino, otros rescataron el ideal filosófico de la ataraxia, esa imperturbabilidad de ánimo gracias a la cual alcanzaríamos cierto equilibrio emocional, mediante la disminución de la intensidad de nuestras pasiones y deseos. Lejos de ser malo, proclaman, es un sentimiento natural que nos asalta cuando sentimos que no somos productivos. Pero lo cierto es que si no se tolera cierto grado de ese mal, se vive una vida reducida a huir del aburrimiento. Frente a esa amenaza, y una vez resignados ante el factum del aburrimiento, se dice que en lugar de ser abolido, debería ser incorporado como un dispositivo tan funcional a la psiquis como lo suelen ser el temor, la ira o la indignación.

En una suerte de apología, lejos de buscar un antídoto, tal vez se trate de hacer del aburrimiento una parte esencial a la condición humana. Como el nacimiento, el sexo o la muerte, una más entre las tantas otras por aceptar. O, por qué no, tal vez hasta por celebrar. Reconciliándonos con él, como cuando redescubrimos a un antiguo y entrañable amigo de quien, con el tiempo, aprendimos a querer sus defectos.

Un desprestigio equívoco

Por Pablo Gianera. El desprestigio del que goza el aburrimiento es justificado, pero acaso equívoco en la esfera del arte; sobre todo en la esfera del arte contemporáneo. No debería ser lo mismo predicar de una obra de arte que es "aburrida" o que es "tediosa". La sinonimia puede resultar engañosa; el tedio difiere del aburrimiento. El tedio es una variedad profunda del hastío, bastante afín al asco y, en sus momentos más desesperados, próximo al suicidio. El aburrimiento, en cambio, se revela como un estado de disponibilidad: mientras dura la espera (esperamos, paradójicamente, que suceda algo que deje de aburrirnos), nos enfrentamos con el vacío, nos hundimos en él o lo llenamos de imaginaciones. Pero en un panorama de impuesta diversión generalizada, nada parece más difícil, ni en verdad más resistente, que aburrirse.

De algún modo, el aburrimiento es la meta del conocimiento: terminamos de conocer las cosas sólo cuando nos aburrimos de ellas. Esta idea del conocimiento realizado y consumado constituye el fundamento de ciertas experiencias estéticas. Entender del todo algunos libros (El hombre sin atributos, de Robert Musil, o algunas novelas de Thomas Bernhard) es posible en la medida en que desarrollamos una lúcida disciplina del aburrimiento. Aquello que importa en libros como ésos es lo que resta una vez que ya se sabe exactamente cuál es la anécdota, la peripecia, coartadas de la diversión interesada. 

El aburrimiento es en sí mismo una experiencia estética -la experiencia del vacío de sentido, del arte vaciado de lo artístico-; es una "finalidad sin fin", como quería Kant. En una ocasión, el músico John Cage definió esta condición abstinente como un "atractivo desinterés". Cage perseguía la conquista de una estética al margen de lo artístico; una estética, en su sentido más literal, al margen de la expresividad. Lo había aprendido casi todo de Erik Satie. Hacia 1893, Satie compuso Vexations, una obra de 153 notas. Esto no tendría nada de raro, salvo porque, como explicó el autor, "ese motivo debe tocarse 840 veces seguidas". El vacío, precisamente el vacío, quedaba entonces al desnudo. Es lo que sucede también en algunas obras del norteamericano Morton Feldman, en su Segundo cuarteto para cuerdas, o en For Philip Guston, piezas que se apoyan en la duración (un único movimiento, en cada caso, de más cinco horas) y en las que todo lo que pasa -lo poco que pasa en un continuo tiempo liso- pasa lentamente. Cierta fatiga en la escucha de estas obras juega aquí a favor, propicia un estado de alucinación cercano a la hiperlucidez. La ensoñación podría definirse, justamente, como un efecto ambiguo y placentero del necesario acto de aburrirse.

Reflexiones
Aburrimiento en la era de la diversión

Por Teresa Batallanez - Revista La Nación Domingo 10 de julio de 2011. 

Entre los males emocionales que predominan en la actualidad el aburrimiento pareciera jugar un papel relevante en la sensación de desgano o en la depresión. Esto sucede en una cultura que exalta la diversión como valor supremo y que ofrece una gama aparentemente interminable de opciones de entretenimiento. La mayoría está ligada al consumo. Hoy casi todos los productos son vendidos para entretener: desde una mayonesa hasta un shampoo, de un curso de inglés a un automóvil, todo se rige por el imperio de lo divertido y de la satisfacción inmediata. Generando, por supuesto, cuotas enormes de frustración.

El modelo feliz sería una réplica de esas publicidades donde se ve una fiesta alrededor de la pileta, donde todos ríen, se abrazan y se divierten con una copa en la mano; no son tres o cuatro amigos, son alrededor de cien. Cuerpos perfectos, caras seductoras, un buen pasar. Para los que no pueden acceder a ello en el mundo real hoy Internet da a todos la posibilidad de ser, tener y lucir como más guste en el mundo virtual. Y ofrece gratuitamente juegos, películas, revistas, redes de amistad infinita y millones de formas de diversión. Pero muy poco de todo lo propuesto puede pasar la prueba de lo fugaz o despegarse de la lógica de consumo y descarte. Así de inmediata la satisfacción, así de rápido vuelve el aburrimiento.

Y entonces muchos hablarán de vacío, de una carencia que no saben con qué llenar. Ni el boliche, ni la PlayStation, ni llegar a los 1000 amigos en Facebook alcanzan para evitar el encuentro con ese agujero negro que, tras el velo del aburrimiento, provoca pánico, desilusión, incertidumbre y angustia. Nadie enseña cómo enfrentarlo y para algunos la única opción es escapar. Ese agujero alberga mil preguntas nunca hechas o jamás respondidas. Preguntas básicas del tipo quién soy, qué deseo, para qué existo, cuál es mi plan. Un programa demasiado aburrido como para no intentar postergar. Aunque a la corta o a la larga, siempre interpela.

Responder a esas preguntas del núcleo más íntimo del hombre conlleva un proceso de búsqueda muy personal. Pero hay una ayuda para enfrentar el tedio del aburrimiento de manera menos efímera que las opciones actuales de diversión y que, al mismo tiempo, sacude la conciencia hacia la búsqueda de respuestas más hondas sobre la propia existencia. Se trata de abrir espacios para la sorpresa, de generar pequeños movimientos que puedan ser la grieta por la que se filtran oportunidades, desafíos, aventuras. Muchos de los que se quejan de aburrimiento hacen todos los días el mismo camino, hablan siempre con las mismas personas, van siempre a los mismos lugares, no modifican sus rutinas. El simple hecho de elegir un camino diferente para ir al mismo lugar coloca a la mente en una frecuencia de exploración, de apertura al cambio, de innovación. Y aunque parezca inverosímil, ese mínimo gesto de cambio predispone el ánimo con la energía de los que esperan una sorpresa. 

Es un primer empujón del aburrimiento o de la abulia hacia la dinámica de la novedad. La novedad es exploración y pregunta, salvo que se desista de ellas cerrando otra vez las puertas del crecimiento. Someterse a la interpelación de la sorpresa conecta con aquel lugar de las preguntas, mueve la conciencia, el juicio, conduce a pensar y a desear respuestas. 

Algunas personas se quejan de la falta de sorpresa en sus vidas sin saber que es necesario hacerle espacio, generar huecos por donde se pueda filtrar. Es difícil que las personas con ánimo de búsqueda se depriman con el aburrimiento. Cuando el horizonte entusiasma por encima del presente, se es capaz de esperar, sufrir y seguir buscando sin morir en el intento. Pero paralelamente, una vida no deprimente requiere ir revisando y contestando aquellos interrogantes existenciales para construir, así, un colchón que haga ese agujero negro más resistente, y tolerable, menos temido y más aceptado como un misterio para el que siempre habrá que estar buscando nuevas respuestas.

22 DIC 2013 EL DIVAN - SINDROME DE BOREOUT

El aburrimiento en el trabajo puede producir tanto estrés como el exceso de tareas. Cómo comenzar a superar la insatisfacción laboral. Por ALEJANDRO MELAMED (VP DE RR.HH. DE COCA-COLA LATINOAMERICA SUR) 

Domingo por la noche, Juliana empieza a sufrir. Otra vez se acerca el lunes, hay que ir a trabajar y nuevamente hay que “tolerar” una semana más hasta que llegue el próximo viernes. Historias como ésta se repiten permanentemente, más allá del género, edad, profesión, nivel jerárquico o tipo de organización. En la mayoría de los casos, generadas por el estrés que provoca el propio trabajo. 

Para comprender gráficamente qué es el estrés, podemos tomar la imagen de las cuerdas de un violín: si están muy flojas, ese violín no va a sonar. Hay gente que tiene estrés por niveles muy bajos de ocupación, es el caso del “distrés por defecto”. Aunque aparentemente ese estrés no es tan malo ni tan dañino, a veces puede ser tan perjudicial como el estrés por sobredemanda. El segundo tipo de estrés es aquel en el cual las cuerdas del violín al que hacíamos referencia están demasiado tensas. Al estar tan tirantes, posiblemente salten, se rompan y, obviamente, tampoco podremos entonar melodías. Este es el estrés más común, el “distrés por exceso”. 

La tension justa. En consecuencia, ¿cómo tienen que estar las cuerdas de un violín para que éste suene bien? 

* En tensión. No demasiada, para evitar que se rompan, pero tampoco tan flojas como para que no suenen. Ese es el nivel de estrés al cual una persona debe estar expuesta a fin de que la impulse hacia adelante. Es la tensión creativa, que libera la energía positiva, que fomenta esa incomodidad que le permite generar y aprovechar al máximo cada situación ante la cual se exponga. Técnicamente es el estado de “estrés” o nivel de equilibrio. 
* Mucho se ha hablado del distrés por exceso, aunque poco es lo que se profundiza sobre el distrés por defecto o falta: el boreout. El término boreout está compuesto por dos palabras bore (aburrimiento) y out (estar afuera). 
* Según investigaciones recientes –como las de Rothlin y Werder–, si bien es el fenómeno opuesto al burnout (estar “quemado” por exceso de estrés), están muy vinculados entre sí. Quienes sufren de burnout están sobrepasados, tienen demasiado trabajo y se “sacrifican” por su empresa hasta el punto de extenuarse. 
* Por el contrario, los que sufren de boreout desconocen la palabra presión, tienen demasiado poca tarea y la mayoría de las veces no tienen idea de qué hacer durante su jornada laboral. Sin embargo, comparten algunos de los síntomas como consecuencia de la insatisfacción laboral. Aunque más de alguno al borde del bornout quisiera tener un poco de boreout, al menos por un tiempo.

Elementos distintivos. Para comprender en detalle este fenómeno, éstos son tres sus elementos distintivos. 

* El aburrimiento: falta de ánimo y estado de desorientación debido a que no se sabe qué hacer. Un sentimiento de tiempo vacío, carente de contenido, falto de pasión.
* La subexigencia: sentir que uno puede rendir mucho más de lo que está brindando actualmente. El nivel de demanda es muy inferior al potencial que el trabajador siente que tiene y todo lo que podría dar. 
* El desinterés: debido a la falta de identificación con el trabajo, indiferencia hacia la tarea y la organización.

Respuestas superadoras. Uno de los indicadores habituales es la sensación de que los minutos no pasan nunca y las jornadas son interminables por falta de estímulos. 

* Más allá de entender que es un fenómeno multicausal, y por lo tanto sus soluciones pueden ser múltiples, éstas son algunas sugerencias que ofrecen los especialistas para empezar a encontrar respuestas superadoras: 
* Tomar conciencia del tema y hacerse cargo. No victimizarse, sino adoptar una actitud protagónica. 
* Buscar el sentido al trabajo o un trabajo con sentido.
* Revisar el contrato emocional laboral. 
* Identificar otras actividades que generen expectativas positivas. 
* Socializar el tema y buscar opciones diferentes. Explorar otras alternativas laborales.
* Sintetizando: como en muchas cosas de nuestra vida, en la medida está la clave, ni por mucho ni por poco, sino en la dosis adecuada. ¡Y cada uno tiene su propia dosis que lo lleva a su propia felicidad! 

Pistas para identificar el síndrome boreout 

* ¿Realizás muchas tareas personales y extralaborales durante tu horario laboral? ¿Te sentís aburrido o muy poco exigido? 
* ¿De vez en cuando hacés como si trabajaras pero la realidad indica que no tenés nada que hacer?¿Al finalizar cada día de trabajo, te sentís agotado o cansado, a pesar de no haberte esforzado? ¿Te sentís descontento en tu trabajo? ¿Te falta encontrarle sentido o significado a tu trabajo? 
* ¿Sentís que podrías realizar tu trabajo con mayor rapidez, pero “hacés tiempo” para que se pasen las horas? ¿Vas perdiendo cada vez más el interés en tu trabajo? 
* ¿Tenés ganas de trabajar de otra cosa pero tenés miedo a cambiar por perder dinero?
* Si respondiste positivamente a por lo menos cuatro de las preguntas anteriores, según Rothlin y Werder, es factible que sufras de boreout o estés por padecerlo.


Hay evidencias de que hasta es útil para la creatividad en el trabajo. Por Diego Golombek. LA NACION Revista 24/05/15. 

Para llegar al ocio creativo, primero hay que llegar al ocio. Pero a veces el ocio puede ser aburrido (y si no, los que tengan hijos pequeños que les pregunten). Y el aburrimiento, como todo el mundo sabe, es malo, enemigo de la diversión, la moral y las buenas costumbres. ¿O no? 

Sin embargo hay evidencias de que el aburrimiento es útil, quizás hasta necesario, para la creatividad en el trabajo. En un experimento realizado en Inglaterra (y publicado en la revista de Investigación en Creatividad - sí, existe -) se le pidió a un grupo de ochenta oficinistas que realizara una tarea muy aburrida: a continuación resultaron más creativos para resolver problemas que un grupo control que había estado haciendo tareas normales y, presumiblemente, más interesantes. El experimento también tiene su costado negativo: los investigadores notaron que los aburridos comían mucho más chocolate que los controles, por lo que corrían el riesgo de terminar siendo creativos gordos. 

¿Y qué pasa en el cerebro cuando se aburre? ¿Se apaga? Para tratar de entenderlo se le pidió a un grupo de voluntarios que identificara letras en una pantalla durante mucho tiempo, o sea, el equivalente experimental de un plomazo. Pero resulta que estos voluntarios estaban metidos dentro de un resonador -tenemos nuestrrrros métodos, diría el científico loco- para registrar los cambios en la actividad cerebral. Lo más notable es que cuando la gente se aburría a más no poder y sus reacciones se volvían más lentas, se cortaba la comunicación entre áreas cerebrales que tienen que ver con el autocontrol, la visión y el lenguaje. En otras palabras, cuando se aburre, el cerebro se desconecta. 

En su libro “Aburrimiento” (qué título apasionante, ¿verdad?) Peter Toohey va más allá y afirma que estar aburrido tiene un sentido evolutivo, representa una emoción adaptativa que nos permite, según el autor, florecer. Toohey diferencia entre el aburrimiento simple, el de todos los días, y el aburrimiento existencial, que ya merece una pipa y una conferencia. Para dejarnos bien arriba, nos cuenta que es teóricamente imposible salir del aburrimiento, ya que lo intentaremos con otra experiencia que, con el tiempo, se vuelve aburrida. Incluso hay una escala de propensión al aburrimiento, que trata de saber si lo que tenemos es transitorio o crónico, con afirmaciones del tipo el tiempo siempre parece pasar muy lentamente o me resulta fácil concentrarme en mis actividades o lo peor que me puede pasar es que alguien me muestre fotos de su familia o sus vacaciones. De acuerdo con la escala que obtengamos sabremos nuestro nivel de aburrimiento crónico, y se ha intentado ver si estos números tienen que ver con el metabolismo o el funcionamiento cerebral. 

Claro, el estudio del aburrimiento no es privativo de los científicos: allí están los filósofos para pensar en sus virtudes. Uno de los campeones de su pensamiento es el danés Soren Kierkegaard, que escribió algo así como "qué porquería es el aburrimiento, lo único que veo es el vacío, ni siquiera siento dolor. Me muero muerto " (¡sí, dice me muero muerto!). Es más, para el danés, "el aburrimiento es la raíz de todo mal" y "al principio Adán y Eva se aburrían solos, pero después la población mundial aumentó y nos aburrimos en masa". La solución a esto es la virtud del ocio, que nos protege de la obligación de llenar la vida con actividades sin parar. 

Mucho después, otro filósofo moderno, Bertrand Russell, defendió a los aburridos: "Una generación que no se anime a aburrirse va a ser una generación de gente pequeña, como flores cortadas en un florero". Creemos que el aburrimiento no es algo natural, le tenemos miedo y lo atacamos con consumismo. Como padres, llenamos el tiempo de nuestros hijos de actividades, y Russell alaba la monotonía fructífera como fuente de seguridad y, eventualmente, de mayor comunión con la naturaleza. ¡A aburrirse!

BONUS TRACK: el aburrimiento en tiempos de pandemia.

¿Estás realmente deprimido por la cuarentena o solo estás aburrido?

Por Richard A. Friedman, M.D. Psiquiatra. Profesor de psiquiatría clínica y director de la clínica de psicofarmacología en Weill Cornell Medical College. Opinión. The New York Times. 27/08/20.

Últimamente, se ha hablado mucho acerca de cómo la pandemia del coronavirus ha desatado una epidemia de salud mental de depresiones y ansiedades.

Es cierto que la pandemia ha amplificado nuestros niveles de estrés. En efecto, se han realizado algunas encuestas muy publicitadas que demuestran que se han incrementado los niveles de trastornos psicológicos generales. Sin embargo, me preocupa que denominar esto como una oleada clínicamente significativa de depresión o ansiedad pudiera ser prematuro. ¿Y si en realidad solo estamos demasiado aburridos?

Muchos de mis pacientes que han batallado con depresión y ansiedad no han experimentado (sorpresivamente) ataques de sus enfermedades psiquiátricas en el transcurso de los últimos meses. No obstante, sí han manifestado sentirse frustrados y aburridos. Muchos amigos y colegas también afirman que la vida ha asumido una sofocante cualidad de invariabilidad.

La verdad es que aún no sabemos si lo que estamos viendo en estas encuestas aflorará en una epidemia plena de salud mental. Las encuestas son, después de todo, capturas instantáneas de cómo nos sentimos durante un periodo relativamente breve. Sus resultados necesitan ser corroborados por estudios de seguimiento.

No cabe duda de que muy poco de lo que estamos experimentando en la actualidad es placentero. Pero vale la pena recordar que el aburrimiento es un estado emocional normal que no deberíamos confundir con enfermedades graves como la depresión. Sin embargo, eso no significa que no debamos atenderlo.

La depresión clínica se caracteriza por el insomnio, la pérdida de autoestima, pensamientos y conductas suicidas y, sobre todo, una incapacidad de experimentar placer, entre otros síntomas. En el aburrimiento, la capacidad de sentir placer está completamente intacta, pero está frustrada por un obstáculo interno o externo, como vivir en cuarentena (el aburrimiento, además, tampoco produce ninguno de los otros síntomas de la depresión).

Aunque el aburrimiento no es depresión, la experiencia masiva del aburrimiento no es frívola. De hecho, el aburrimiento es una experiencia psicológica aversiva y casi universal que puede desembocar en problemas graves, lo cual lo hace merecedor de nuestra atención.

Si quisiéramos diseñar un experimento para fomentar el aburrimiento, no podríamos hacerlo mejor que con la pandemia. Encerrados en nuestras casas y apartamentos, hemos sido despojados de nuestras rutinas y estructuras diarias. Y sin distracciones, nos sentimos poco estimulados. Es este estado de deseo incansable de hacer algo —¡lo que sea!— sin tener una manera de lograr nuestro objetivo (si es que acaso sabemos cuál es) lo que conforma la esencia del aburrimiento.

Las personas son capaces de llegar a extremos notables con tal de escapar de estos sentimientos. Consideremos el siguiente experimento: los investigadores le pidieron a un grupo de personas que pasaran solo 15 minutos en una habitación y se les dio la instrucción de entretenerse con sus propios pensamientos. También se les dio la oportunidad de autoadministrarse un estímulo negativo en forma de una pequeña descarga eléctrica. Asombrosamente, al 67 por ciento de los hombres y el 25 por ciento de las mujeres les pareció tan desagradable estar solos con sus pensamientos, que prefirieron una estimulación negativa a no tener ninguna estimulación.

Esto sugiere que la introspección puede ser intrínsecamente desagradable y que le tenemos un pavor casi histérico al aburrimiento. ¿Sorprende entonces que estructuremos nuestras vidas con la finalidad de evitarlo?

Al parecer, esto no siempre fue así. El mismo concepto de aburrimiento parece ser una invención moderna. Como escribieron Luke Fernandez y Susan J. Matt recientemente en Salon, la palabra “aburrimiento” no entró al léxico en inglés sino hasta mediados del siglo XIX. Antes de eso, el tedio era parte normal de la vida. Fue solo con el auge de la cultura de consumo del siglo XX que a las personas les prometieron emoción casi permanente: el aburrimiento era la consecuencia inevitable de esas expectativas tan irreales.

Fernandez y Matt plantean que nuestra intolerancia moderna al aburrimiento podría incluso estar alimentando la propagación del coronavirus, a medida que los buscadores de novedades, hartos de la cuarentena, han empezado a enfilarse en bares, playas y parques de atracciones.

El hecho es que los humanos ansían —en diferentes grados— la estimulación, y una cuarentena nos impide, con eficacia, obtener mucho de eso. Aquellos que buscan más la novedad y las sensaciones, como los adolescentes, son en particular proclives al aburrimiento. También lo son las personas que consumen muchas drogas recreativas, porque están deambulando en un estado de baja estimulación en la que el mundo cotidiano se siente poco interesante.

Estar aburrido quizá se siente como algo insoportable, pero a diferencia de la depresión clínica, nunca dañará seriamente tus facultades ni te matará. Mientras que la depresión requiere de tratamiento, el aburrimiento es un estado normal. No necesita un tratamiento médico más de lo que la infelicidad diaria requiere un antidepresivo. Sin embargo, podemos hacer algo al respecto. Quizás incluso podemos aprovecharnos de eso.

Sí, el aburrimiento es una señal de que estamos poco excitados, pero si pasamos el tiempo necesario con nuestros pensamientos y sentimientos incómodos, el aburrimiento puede proporcionarnos una oportunidad para reconsiderar si estamos invirtiendo el tiempo de nuestras vidas de manera gratificante y significativa para nosotros. ¿Qué cosas podríamos cambiar para lograr que la vida —y nosotros mismos— sea más interesante?

Mi intención no es sugerir que la pandemia no pueda causar un incremento de enfermedades mentales graves; eso es bastante factible. Solo estoy afirmando que es prematuro hacer ese juicio. Mientras tanto, no tratemos el estrés cotidiano con medicamentos. Y no le tengamos pavor al aburrimiento, más bien intentemos utilizarlo a nuestro favor.

1 comentario:

  1. yo dejo que mi hijo se aburra.......y luego sale con una creatividad impensada......pero es verdad cuando uno tiene esos estados en que se aburre hasta de lo que no deberia........es complicado....

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