miércoles, 28 de enero de 2015

Autoconocimiento, anque experiencia 2


La idea es la misma del predecesor "Autoconocimiento, anque experiencia 1". Ahora quisiera ampliarlo a algún otro autor cuyas afirmaciones me hagan cosquillas o con las cuales me sienta identificado. El primero, David Brooks, encuentra expresiones para explotar ese viejo mandato que parece que llevamos en nuestro ADN: el de intentar diferenciarnos de los millones que nos rodean y creer, aunque sea fantasiosamente, que superamos la mediocridad general y merecemos más. ¿Cómo hacés cuando te toca en suerte ser albañil o puestero, naciste sin el glamour de las estrellas de TV y las esculturales "botineras" no se fijan en vos? 

Para mí, la búsqueda apasionada de conocimiento, la aceptación del otro, la humildad y la solidaridad, nos allanan el camino. Desde el vamos, seremos mejores que quienes usan armas material y moralmente repudiables para destacarse, aunque seamos pan comido para los lobos de esta sociedad y no nos lluevan recompensas. Horanosaurus.   




David Brooks. Columnista de The New York Times. Clarín 07/09/14. 

Todos sabemos qué significa el buen carácter tratándose de soldados. Hemos visto películas sobre héroes que muestran el valor, la lealtad y la calma en la batalla. ¿Pero qué pasa con alguien que está todo el día sentado ante un teclado? ¿Es posible cultivar el carácter si uno es un empleado de oficina en la era de la información que está solo con una computadora?

Claro que sí. En su libro Virtudes intelectuales, de 2007, Robert C. Roberts, de la Universidad Baylor, y W. Jay Wood, del Wheaton College, enumeran algunas de las virtudes posibles. En primer lugar está el amor por el aprendizaje. Hay personas que son más curiosas que otras, ya sea por cultura o por naturaleza.

En segundo término está el valor. La forma obvia de valor intelectual es la disposición a sostener puntos de vista impopulares. Pero la forma más sutil es saber qué grado de riesgo correr al extraer conclusiones. El pensador negligente usa escasa información y salta a alguna ignota teoría conspirativa. El perfeccionista, en cambio, se muestra renuente a hacer afirmaciones a menos que las condiciones sean las ideales por temor a equivocarse. El valor intelectual consiste en la autorregulación, sostienen Roberts y Wood, en saber cuándo ser audaz y cuándo mostrarse prudente.

En tercer lugar, está la firmeza. No hay que capitular ante el más mínimo atisbo de oposición. Tampoco hay que aferrarse de forma dogmática a una convicción contra toda evidencia. El punto medio entre la flacidez y la rigidez es la virtud de la firmeza.

En cuarto lugar está la humildad, que es el eterno combate contra la vanidad. En quinto lugar, la autonomía. No hay que ser una persona que adopta de manera servil opiniones de su maestro o de cualquier autor. Sin embargo, tampoco se debe rechazar la guía de personas que saben de qué hablan. La autonomía es el punto medio que supone saber cuándo ceder a la autoridad y cuándo no hacerlo, cuándo seguir o no un ejemplo.

Por último está la generosidad, que comienza con la disposición a compartir conocimiento y atribuir mérito a otros. Pero también supone escuchar a otros como éstos quieren que se los escuche, buscar lo que cada persona tiene para enseñar y no complacerse en resaltar sus errores.

Es probable que todos nos destaquemos en algunas de esas virtudes y tengamos falencias en relación con otras. En realidad, la mente es inseparable de la naturaleza humana, y pensar bien con frecuencia significa enfrentar esa naturaleza, enfrentar la vanidad, la pereza, el deseo de certezas y de evitar verdades dolorosas. 

Pensar bien no consiste en una mera adopción de la técnica correcta. Es un emprendimiento moral y exige buen carácter, la capacidad de enfrentar los impulsos más bajos en aras de los más elevados.

El carácter se ve sometido a muchas pruebas, incluso en la vida cotidiana moderna. Se puede ser heroico aunque se esté sentado solo en una oficina. Pero eso no es tema para una buena película.


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