sábado, 20 de noviembre de 2010

Combate de la vuelta de Obligado

Un hecho histórico proclive a diversas interpretaciones y análisis. Estos buenos artículos te permitirán sacar tus propias conclusiones. Horanosaurus. 


La soberanía nacional [Investigación histórica de Adolfo Saldías] Agenda de Reflexión (www.agendadereflexion.com.ar). Número 128, Año II, Buenos Aires, jueves 20 de noviembre de 2003.

En 1845 la Confederación Argentina, gobernada por Juan Manuel de Rosas, sufrió la alevosa agresión militar de las dos principales potencias de la época: Gran Bretaña y Francia, que venían cebadas de sendas apropiaciones coloniales en China y Argelia. Contaban con el apoyo explícito del bando unitario emigrado a Montevideo y el de Fructuoso Rivera, que había derrocado en esa ciudad al gobierno legítimo de Oribe. Este, a su vez, sitiaba la ciudad por tierra y, desde hacía meses, por el río lo hacía la flota del viejo y glorioso almirante Brown. Los europeos también especulaban con el apoyo eficaz del Imperio del Brasil, interesado en la Mesopotamia y en la Banda Oriental. Por su parte, los Estados Unidos de Norteamérica, que ya habían proclamado la doctrina Monroe, la dejaron de lado para otras oportunidades más propicias: estaban demasiado ocupados en la anexión del estado mejicano de Texas.

La flota anglo-francesa primero ocupó Montevideo, exigió la libre navegación de los ríos interiores argentinos, y se apoderó mediante su artillería de grueso calibre –sin previa declaración de guerra- de la débil escuadra de Brown, quien le escribió a Rosas: “Tal agravio demandaba imperiosamente el sacrificio de la vida con honor, y sólo la subordinación a las supremas órdenes de V.E. para evitar aglomeración de incidentes que complicasen las circunstancias, pudo resolver al que firma a arriar un pabellón que durante treinta y tres años de continuos
triunfos ha sostenido con toda dignidad en las aguas del Plata”. La enseña azul y blanca de los buques argentinos fue reemplazada por la francesa o inglesa, y todos sus marinos apresados. El mando de la escuadra apoderada se le otorgó al aventurero José Garibaldi.


Después de recurrir a la última ratio, las potencias imperiales se dispusieron a internar el Paraná y el Uruguay, declararon el bloqueo de todos los puertos, apresaron los barcos mercantes y se prepararon a ocupar los puntos dominantes del litoral argentino. La unidad de Garibaldi cañoneó, incendió, arruinó, tomó por asalto y saqueó la Colonia del Sacramento, luego tomó la isla Martín García, por el río Uruguay atacó al pueblo puramente comercial y desguarnecido de Gualeguaychú, saqueándolo durante dos días, a Paysandú, donde fueron rechazados, igual que en Concordia.

Pero a pesar de los atropellos, depredaciones y crueldades, la intervención no podía ocupar los puntos guarnecidos regularmente por la Confederación. Es así que las potencias resolvieron que sus escuadras combinadas forzasen a cañonazos el paso del Paraná hasta llegar y tomar a Corrientes, a fin de dominar ese gran río. Hasta entonces sólo se habían producido actos de fuerza para intimidar al gobernante nativo, método con el que en otros países habían obtenido amplias concesiones. Pero aquí y ahora, iba a comenzar la verdadera guerra.

Salvo el puñado de doctores emigrados, todo el país acompañó a Rosas en la lucha donde se comprometía la honra y la integridad nacional. Los gobernadores, las legislaturas del interior, los héroes militares de las campañas por la independencia, los hombres “principales” y acaudalados, los gauchos que podían manejar un fusil, los representantes diplomáticos acreditados en Buenos Aires, todos ratificaron de un modo inequívoco ese apoyo. Igual que la prensa de toda América y la de la propia Europa. El brigadier general don Juan Manuel de Rosas se convirtió así en el representante armado de la independencia que alcanzaron con tanto sacrificio las naciones sudamericanas, y del principio republicano que
miraban con desprecio las monarquías signatarias de la Santa Alianza. Era el consenso unánime manifestado de un modo elocuente el que así lo comprendía en toda la nación y en toda la patria grande. Era la bandera del río del Juramento y de los Andes que tremolaba en manos de los mismos que se habían batido en Salta, Chacabuco, Maipú y Lima. Era el padre de la patria, el Libertador don José de San Martín, ofreciendo sus servicios a Rosas, en defensa de la independencia amenazada. Y para que ningún eco de gloria faltase en ese concierto del patriotismo y del honor, la lira del autor del himno nacional llamaba así al sentimiento generoso de los argentinos:

Se interpone ambicioso el extranjero,
su ley pretende al argentino dar,
y abusa de sus naves superiores

para hollar nuestra patria y su bandera,
y fuerzas sobre fuerzas aglomera
que avisan la intención de conquistar.

Morir antes, heroicos argentinos,
que de la libertad caiga este templo:
¡daremos a la América alto ejemplo
que enseñe a defender la libertad!

[...]

Vicente López y Planes, Oda patriótica federal recitada en el teatro de la Victoria la noche del 5 de noviembre de 1845.

En la costa norte de Buenos Aires, a unos 160 kilómetros de la Capital, poco más allá de San Pedro, el río Paraná forma un recodo que se conoce como la Vuelta de Obligado. A esa altura el río tiene unos setecientos metros de ancho, y por ahí debía pasar necesariamente la flota extranjera para llegar a Corrientes. En ese lugar levantó sus principales baterías el general Lucio Mansilla, jefe del departamento del Norte, miliciano de la reconquista con Liniers, oficial de la campaña oriental con Artigas, comandante del ejército de los Andes con San Martín, de Maipú y la campaña del sur de Chile con Las Heras, héroe de la guerra con Brasil, un probado veterano de la Independencia con dotes singulares para sacar ventajas de cualquier situación de armas.

Sin embargo, carecía de los recursos naturales para desenvolver esas cualidades: es el momento en que el águila enjaulada tiende inútilmente sus alas y devora el espacio con los ojos. Hizo lo que pudo para conseguir esos recursos –municiones de artillería e infantería para las dotaciones completas-, pero éstos nunca llegaron. Mucho patriotismo y pocas municiones.

Mansilla montó cuatro baterías en la costa firme: la denominada “Restaurador Rosas” mandada por Alvaro Alzogaray, la “General Brown” por Eduardo Brown, el hijo del almirante, la “General Mansilla” por Felipe Palacios, y la “Manuelita”
por Juan Bautista Thorne. Eran servidas por un total de ciento sesenta artilleros y otros sesenta de reserva, parapetados tras merlones de tierra pisada entre cajones. Guarnecían las cuatro baterías quinientos milicianos de infantería al mando de Ramón Rodríguez y otra cantidad similar, con varios cañones, en los espacios entre ellas. De reserva, apostados en un monte, seiscientos infantes y dos escuadrones de caballería al mando de José Cortina. Detrás de ellos, unos trescientos vecinos de San Pedro, Baradero, San Antonio de Areco y San Nicolás, reunidos a último momento. La custodia del general, setenta hombres al mando de Cruz Cañete.

En la orilla, en un mogote aislado, estaban apoyadas unas anclas, a las que se asieron tres gruesas cadenas que atravesaban el río hasta la orilla opuesta, donde quedaron sujetadas a un bergantín armado con seis cañones al mando de Tomás Graig, estribor con frente al enemigo. Las cadenas se corrían sobre las proas, cubiertas y popas de veinticuatro buques desmantelados, hundidos y fondeados en línea. Con esto se propuso Mansilla mostrar a los anglo-franceses que el pasaje del río no era libre, y obligarlos a batirse si intentaban pasarlo.

La flota enemigo fondeó dos millas más abajo y durante dos días ambas fuerzas hicieron reconocimientos e intercambiaron algunos disparos de cañón. A las ocho y media de la mañana del 20 de noviembre de 1845 avanzaron sobre las baterías de Obligado once buques enemigos con noventa y nueve cañones de grueso calibre, de los cuales treinta y cinco eran Paixhans, de bala con espoleta y explosivos, acreditados por los estragos que habían hecho en los bombardeos de Méjico. Media hora después rompieron sus fuegos. La banda del batallón Patricios hizo oír el himno nacional. Mansilla, de pie sobre el merlón de la batería Restaurador Rosas invitó a los soldados a dar el tradicional grito de ¡viva la patria! Y a su voz arrogante y entusiasta, el cañón de la patria lo ilumina con sus primeros fogonazos. Otra media hora después y el combate se generaliza, entrando todos los buques en acción. Los pechos de los soldados argentinos sienten por primera vez la lluvia de bala y metralla, pero sin embargo las baterías de tierra ponen fuera de combate dos bergantines ingleses.

Al mediodía Mansilla comunica a Rosas que el enemigo no ha podido acercarse a la línea de atajo, pero que dada su superioridad, cree que lo harán, porque a él le faltan las municiones para impedirlo. Efectivamente, pocos minutos después el capitán Tomás Graig, comandante del bergantín argentino “Republicano”, que sostenía esa línea de atajo, quema su último cartucho. Cuando pide más municiones a tierra y le responden que ya no hay, hace volar su buque para no entregárselo al enemigo, y va con sus soldados a tomar el puesto de honor en las baterías de la derecha. Los buques de la alianza imperial avanzan hasta la línea de atajo, sufriendo todos los fuegos de las baterías. Como un volcán arrojando serpientes de fuego en todas direcciones, el agua cubierta de nubes de pólvora quemada, entre estrépitos de muerte, el Paraná se convierte en un infierno.

En lugar prominente de este cuadro está Mansilla; y su esfuerzo prodigioso, y su vida que respeta la metralla, y su espíritu, pendiente de una probabilidad halagüeña, concentrados en ese punto del río Paraná, donde se juegan el derecho y la honra de la patria que él defiende. Hay un momento en que esa probabilidad parece sonreírle: es cuando los cañones de las baterías hacen retroceder algunos
buques, ponen fuera de combate algún otro y apagan los fuegos de varios cañones enemigos. Pero simultáneamente una lancha con un contingente inglés logra cortar las cadenas y hacer pasar del otro lado algunos buques.

A las cuatro de la tarde Alzogaray, con casi todos sus artilleros muertos, quema en su cañón el último cartucho. La batería de Thorne es un castillo incendiado. Allí se sienten las convulsiones estupendas del huracán que ilumina con sus rayos una vez más la vida y que a poco fulmina la muerte entre sus ondas. El estampido del cañón sacude la robusta organización del veterano de Brown. El
mismo Thorne dirige las balsas y los cañones, que hacen estragos al enemigo. Se fractura un brazo y se golpea la cabeza, de tal manera que perderá el oído para siempre. Desde entonces sus viejos compañeros le llamarán “el sordo de Obligado”.

Después de ocho horas de bombardeo incesante, los patriotas se quedan completamente sin municiones. Mientras los cañones de los buques enemigos siguen disparando, se lanza la infantería de desembarco sobre las diezmadas fuerzas argentinas. Mansilla se pone a la cabeza y manda calar bayonetas. Al adelantarse, es derribado por la metalla en el estómago y queda fuera de combate. El coronel Ramón Rodríguez lleva otra carga con los Patricios y repele al enemigo; pero éste finalmente logra controlar el campo. Los europeos contaron ciento cincuenta bajas en la Vuelta de Obligado y sus mejores buques quedaron bastante averiados. Los argentinos sufrieron seiscientos cincuenta hombres fuera de combate y perdieron dieciocho cañones. Durante casi ocho horas, no se dejó de hacer fuego de parte a parte. Fue un brillante hecho de armas para ambos bandos.

La victoria que alcanzaron los anglo-franceses resultó pírrica; quizás confiaron demasiado en lo que aseguraban los emigrados unitarios, su prensa y sus libros: que ante su presencia en las costas, los pueblos “sacudirían el yugo de Rosas y
harían causa común con ellos”. Forzaron el pasaje del río y tal vez podrían dominarlo, pero supieron que no podrían avanzar tierra adentro, ya que se sublevarían contra ellos todas las fibras de un pueblo viril atacado en sus hogares. El desengaño de los aliados fue tan grande, como impotente de ahí en más la prédica de los emigrados. Y después de Obligado, todos en la Confederación se pusieron sin reservas al servicio de la patria y de los principios que Rosas sostenía, ancianos de las luchas de la Independencia, gauchos viejos de la edad de oro, opositores y muchos unitarios conspicuos, como el coronel Martiniano Chilavert, el artillero más científico de la época. Pero además en toda América y en Europa se consideró a Rosas como el único jefe americano que había resistido las violencias y agresiones de las dos mayores potencias mundiales. Desde entonces será llamado “el grande hombre de la América”.

Es que en un recodo del Paraná, un 20 de noviembre de 1845, la entereza del general Lucio Mansilla, rigiendo el sentimiento nacional, en lucha desigual con los poderes más fuertes de la Tierra, supo grabar con sangre que no se borra los derechos indestructibles del honor y de la gloria de la nación. Por eso se ha instituido al 20 de noviembre como el Día de la Soberanía.


Vuelta de Obligado, una batalla que todavía genera polémica

Clarín Sábado 20/11/10 Las causas y sus consecuencias aún se debaten. Hoy Cristina encabezará un acto en el lugar. Por Sibila Camps.


Sobre las barrancas del Paraná, en el mismo sitio donde las tropas de la Confederación Argentina enfrentaron hace 165 años a la flota anglofrancesa, se celebrará hoy por primera vez el Día de la Soberanía Nacional. Será en el paraje Vuelta de Obligado, cercano a San Pedro, con la asistencia de la presidenta Cristina Fernández.

Más allá de estrenar un feriado y un fin de semana largo, la conmemoración hace foco en una gesta intencionalmente descuidada hasta ahora por la historia oficial. Como es habitual en los conflictos bélicos, la invasión tuvo como excusa “liberar” al territorio argentino de la “tiranía rosista”. Pero el verdadero motivo fue económico: independizar y fundar la “República de la Mesopotamia”, y hacer del Paraná un río internacional de navegación libre. Había además dos objetivos políticos: debilitar a la Confederación Argentina, y acentuar la secesión de la Banda Oriental, dándole Francia su apoyo.

Rosas encargó frenar el avance de la moderna flota invasora a su cuñado, el general Lucio N. Mansilla. Consciente de la inferioridad de fuerzas, Mansilla se propuso al menos retardar el avance de las naves y, sobre todo, causarles el mayor daño posible. Para eso instaló cuatro pequeñas baterías, y tres cadenas de orilla a orilla en el paraje Vuelta de Obligado, donde el río se angostaba a 700 metros.

“Noventa buques mercantes, veinte de guerra”, recuerda Miguel Brascó en La vuelta de Obligado, que escribió y compuso para el uruguayo Alfredo Zitarrosa. Hoy, Teresa Parodi cerrará el acto a realizarse en el Parque Histórico Natural Vuelta de Obligado cantando ese triunfo.

Sin embargo, la batalla de la Vuelta de Obligado no fue un triunfo, y dejó numerosas bajas argentinas; aunque también las hubo del bando enemigo. Tampoco fue el único combate de la llamada guerra del Paraná. Pero los sucesivos enfrentamientos causaron importantes pérdidas humanas y materiales a la flota enemiga, que decidió emprender la retirada. Al abandonar el Río de la Plata, cumplió con la imposición de disparar veintiún cañonazos en desagravio al pabellón nacional.

Veintiún salvas de honor atronarán hoy en las barrancas. Será después de la Oración a los héroes de la Vuelta de Obligado, que interpretará por primera vez la banda militar “Tambor de Tacuarí” del Regimiento de Infantería Patricios, y que contiene los toques de órdenes de la batalla.

El acto musical comenzará a las 19 con el Himno Nacional, a cargo de la banda de Patricios y del barítono Ernesto Bauer. Para entonces ya se habrán concentrado en el Paraná una decena de naves de la Armada y decenas de embarcaciones deportivas y turísticas, convocadas a través de los clubes náuticos del norte bonaerense.

Será el momento de dejar inaugurado el monumento alegórico ideado por el artista plástico Rogelio Polesello, en el Parque Histórico Natural Vuelta de Obligado, ya preparado con infraestructura definitiva para recibir a los visitantes, incluidos miradores panorámicos, cartelería didáctica y un destacamento de Prefectura.

Los nuevos senderos comunican con el Museo de Sitio Batalla de Obligado y Centro de Interpretación de Flora y Fauna, un emprendimiento que la Dirección de Cultura de la Municipalidad de San Pedro llevó adelante mucho antes de que la Presidenta incorporara por decreto el 20 de Noviembre al calendario de feriados nacionales, y de que la Unidad Bicentenario organizara esta celebración.

También fue previo el hallazgo de más de 120 cartas inéditas sobre la batalla, que salieron a la luz en setiembre. Guardadas en el Juzgado de Paz de San Nicolás, habían pasado muchos años después al Museo y Archivo Histórico Municipal “Gregorio Chervo”, de esa ciudad; y fue el historiador nicoleño Santiago Chervo quien anotició de su existencia al director de Cultura de San Pedro, José Luis Aguilar.

La ceremonia de hoy es la culminación de la Semana de la Soberanía en San Pedro, con quince actividades culturales, deportivas y turísticas. Hoy, la Presidenta recibirá la Orden de la Soberanía Nacional de manos del historiador Pacho O’Donnell y de Luis Launay. Los festejos terminarán con un espectáculo de fuegos artificiales. A disposición de quienes quieran estudiarlos quedarán los documentos inéditos, ya digitalizados, a la espera de continuar reconstruyendo este tramo de la historia argentina.


Una fecha que lleva a la controversia

Clarín 20/11/10 - 01:04 Por Ricardo de Titto. Historiador. 


En el calendario se ha agregado el 20 de noviembre como feriado en conmemoración del Día de la Soberanía Nacional. La fecha tiene una posición controversial. Para bloquear el Río de la Plata y forzar la navegabilidad de los ríos, el argumento esgrimido por Inglaterra y Francia –potencias de la época– fue la “defensa de la libertad”. La empresa aparecía como una cruzada contra el tirano que sojuzgaba la región, Juan Manuel de Rosas. En contradicción con este postulado, poco antes George Canning –el liberal que abolió la esclavitud– había aclarado: “Inglaterra no tiene ideales sino intereses”.

Por el lado de Rosas, las dualidades también sobresalen. Mientras reunía soldados para frenar la penetración extranjera en el Paraná, al mando de su cuñado Lucio Mansilla, y cientos de oficiales combatían y morían a la vera del río, su hija Manuelita seducía a Lord Howden, representante inglés, compartiendo paseos y picnics en la isla Demarchi, actual Puerto Madero. A la par que los discursos en la Legislatura eran inflamantes contra el agresor, el trato del Restaurador con los imperiales era cordial y respetuoso: los consideraba sus amigos.

Que hubo agresión extranjera, nadie lo duda. Que se defendió la integridad nacional (aunque fue superada por los agresores), tampoco. Que Rosas, con su triunfo a lo Pirro, se granjeó el título de “Gran Americano”, es un hecho. Sin embargo, impedir la libre navegabilidad de los ríos tenía por motivación fundamental la defensa del puerto único y de la aduana porteña para beneficio de los hacendados bonaerenses, y esto muchas veces se oculta.

Las dos partes lograron parcialmente sus objetivos. Desde hacía años el mayor interés de las potencias extranjeras era que Buenos Aires y Montevideo no estuvieran en las mismas manos. Rosas, por el contrario, creía que sobrevendría un tiempo de gloria, pero sólo tres años después de firmarse la paz debió exiliarse en la tierra de los agresores. Una evidencia final del doble discurso del que habían hecho gala en ambos bandos.

Para ganar en claridad es conveniente evitar los discursos unilaterales –y efectistas– en las conmemoraciones patrias, aceptando la complejidad de los procesos históricos.

BONUS TRACK 1:  ¿Alguien desea más controversias? 


Clarín-Opinión 09/12/14. Por Luis Alberto Romero, historiador, Club Político Argentino.

Quién ganó el Combate de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845? Muchos argentinos creen que fue una victoria nacional. Para los ingleses fue solo un pequeño combate, pero sus historiadores, como John Lynch, serios saben bien cómo fueron las cosas. En cambio los franceses lo han recordado. En 1868, en tiempos de los sueños imperiales de Luis Napoleón, la Rue de la Pelouse fue rebautizada como Rue d’Obligado. La calle desemboca en la Avenue de la Grande-Armée, la de Napoleón y de Austerlitz, a pocas cuadras del Arco de Triunfo, que celebra las grandes victorias. Más aún, en 1900 el nombre se impuso a la nueva estación del Metro. Así fueron las cosas hasta 1947, cuando Eva Perón visitó Francia y pidió que ambas fueras rebautizadas como Argentina.

A fuerza de leer a José María Rosa, a Pacho O’Donnell o a sus repetidores, muchos argentinos han quedado envueltos en un mito que, comenzando por exaltar la “gesta heroica” concluyó convirtiendo la derrota en victoria. Desde 2010, asesorados por el Instituto Nacional del Revisionismo Histórico, celebramos su aniversario como el Día de la Soberanía Nacional, con feriado incluido.

Los hechos son claros. En noviembre de 1845 la flota anglo francesa, que en ese momento sitiaba Buenos Aires, decidió remontar el Paraná y llegar hasta Corrientes, acompañando a buques mercantes cargados de mercaderías. Para impedirlo, el gobernador de Buenos Aires, J.M. de Rosas, dispuso bloquear el río Paraná en la Vuelta de Obligado, con cadenas protegidas por dos baterías. Se intercambiaron disparos, los buques cortaron las cadenas y siguieron su navegación hasta Corrientes.

Los mitos se desentienden de los hechos simples y comprobables, pero en cambio interpelan a los sentimientos y las emociones. El relato revisionista de Obligado, que se viene perfeccionando desde los años treinta, incluye algunas verdades, otras tergiversaciones y muchas cosas inventadas.

Con respecto al resultado, no hay duda de que fue una derrota: los ingleses pasaron, y llegaron felizmente a Corrientes. Se dice que fue una victoria “pírrica”, por las bajas ocasionadas; pero los ingleses y franceses perdieron solo siete hombres y los porteños doscientos. Podrá aceptarse que fue una gesta heroica y hasta una victoria moral -una especialidad argentina-, pero en los hechos fue una derrota.

En el núcleo del mito está la idea de que en Obligado Rosas resistió al imperialismo y defendió los intereses nacionales. Es cierto que el gobernador de Buenos Aires enfrentó a la “diplomacia de las cañoneras” y defendió la soberanía de su provincia. La tergiversación consiste en identificar esta forma de imperialismo, propia de mediados del siglo XIX, con la idea posterior de imperialismo -popularizada inicialmente Lenin- que aplicada a nuestro caso identifica toda la relación anglo argentina con la dominación y la explotación. Por ejemplo, muchos argentinos están convencidos de que los ferrocarriles han sido el peor de los instrumentos de esa explotación. Pero en tiempos de Rosas nadie confundía la agresión militar con las relaciones económicas. Toda la prosperidad de Buenos Aires se basó en una estrecha relación con Gran Bretaña, y el propio Restaurador, que la cultivó cuidadosamente, eligió exiliarse en Southampton.

El punto central del mito reside en la idea de que allí se defendieron los intereses nacionales. Pero en 1845 la nación y el Estado argentinos no existían. Había provincias, guerra civil y discusión de proyectos contrapuestos, basados en intereses distintos. El Combate de Obligado, y todo el conflicto en la Cuenca del Plata, es un ejemplo de esas diferencias. Rosas aspiraba a someter a las provincias, incluyendo a la Banda Oriental y a Paraguay, cuya independencia no reconocía. Corrientes defendía su autonomía y pretendía comerciar directamente con ingleses y franceses. En cambio Rosas quería que todo el comercio pasara por el puerto de Buenos Aires y su Aduana. El río Paraná, abierto o cerrado, estaba en el epicentro de las diferencias.

En Corrientes creían en el federalismo y la libre navegación de los ríos. La flota anglo francesa fue recibida amistosamente; hubo fiestas, los hombres admiraron los buques de vapor -los primeros que veían- y las señoras correntinas se empeñaron en hacer grata la estadía de los marinos. Rosas, que también trataba muy amistosamente a los ingleses de Buenos Aires, parece haber tenido una idea unitaria de la nación, construida en torno de la hegemonía porteña. ¿Cuál de los dos era el auténticamente nacional? Admitamos que sea opinable. Pero cuando las provincias acordaron en 1853 crear un Estado nacional, establecieron que el interés de la nación incluía la libre navegación de los ríos. Y así quedó.

Es curioso que sobre esta situación, que puede leerse en cualquier libro serio, se haya constituido el mito de la victoria -una verdadera trampa cazabobos- y el de la defensa de la soberanía nacional. Celebrar una derrota -como ocurre hoy con Malvinas- es la quintaesencia de nuestro enfermizo nacionalismo, soberbio y paranoico. Se encuentra en el sustrato de nuestra cultura política, y aflora cuando es adecuadamente convocado. Este gobierno, que vive envuelto en su propio mito, ha apelado con éxito al relato del revisionismo, adecuado a su política de enfrentamiento.

Desmontar estos mitos es una parte de la batalla cultural que deberemos encarar.

BONUS TRACK 2: más leña al fuego...  

Versiones y contradicciones de la Vuelta de Obligado

La particularidad del revisionismo histórico es que suele no revisar los hechos, sino mirarlos desde alguna ideología, la conveniencia política, los prejuicios, y hasta desde vivencias personales. Clarín 27/11/21. Por  Néstor Barreiro-periodista y escritor.

El combate de La Vuelta de Obligado, 20 de noviembre de 1845, sigue siendo un duro campo de batalla para los historiadores, además de ser un feriado movible por fines turísticos, ninguneo monetario oficial a la declamada definición de “epopeya histórica”.

Las ideologías que empuñan los historiadores los llevan desde afirmar que fue una gesta comparable con la hazaña de San Martín de cruzar la Cordillera de los Andes hasta quitarle todo mérito, entre otras cuestiones, por haber sido obra de Juan Manuel de Rosas.

La particularidad del revisionismo histórico es que suele no revisar los hechos, sino mirarlos desde alguna ideología, la conveniencia política, los prejuicios, y hasta desde vivencias personales, aunque sean recuerdos de infancia. Quizás eso le haya pasado a Miguel Brascó, sorprendente autor, para muchos, de la letra del triunfo La Vuelta de Obligado.

Ni zamba, ni chacarera, ni milonga, ni vidala, ni gato, ni chamamé, ni carnavalito… No, Brascó y Alberto Merlo escribieron un triunfo, un estilo de los denominados históricos de nuestro folclore porque ya no se baila y nació después de la derrota definitiva de los españoles en la batalla de Ayacucho. A eso se debe su nombre.

La elección del estilo musical no pega con los fríos números del resultado del combate: los gringos (como unifica Brascó a los británicos y franceses en su canción, tuvieron veintiséis muertos y algo más de sesenta heridos; los patriotas, doscientos cincuenta muertos y quinientos heridos, casi el 40% del total.

Fue una derrota. Heroica, si se quiere, pero derrota al fin, y no solo por esos números. Los gringos lograron cortar las tres cadenas que unían veinticuatro lanchones desmantelados, con lo que se intentaba impedirles el paso en ese recodo del Paraná, y llegaron a Corrientes, “donde la sociedad local admiró los nuevos barcos de vapor y las damas alternaron y coquetearon con los oficiales británicos”, como cuenta Luis Alberto Romero en La Nación del 18 de noviembre de 2010.

Miguel Brascó es más conocido por haber sido un destacado especialista y crítico de vinos y de comidas gourmet que por las otras muchas cosas entre las que repartió sus talentos: abogado, periodista, poeta, escritor, humorista, dibujante, creador y editor de revistas. Y fundador de clubes para hombres, cuyos nombres tampoco pegan con la letra de La Vuelta de Obligado: The Fork Club y The Twelve True Fishermen, título de un relato de Chesterton. En su biblioteca había importantes escritores británicos, desde el infaltable Shakespeare, a T. S. Eliot, pasando por Anthony Burgess. Y mucha poesía, buena parte en inglés, idioma que hablaba a la perfección.

Nació en Santa Fe, pero vivió hasta los doce años en la Patagonia, en Puerto Santa Cruz. A los trece, volvió a Santa Fe, donde hizo el secundario y se recibió de abogado en la Universidad Nacional del Litoral. Si escribió la letra de canciones litoraleñas por sus vivencias de adolescencia, con música de su gran amigo y comprovinciano Ariel Ramírez, bien podemos jugar al psicoanalista y argumentar que algo vivido en su infancia patagónica les generó a sus versos esta exaltación patriótica: 

“Pascual Echagüe los mide, /Mansilla los mata; /Mansilla los mata.
¡Que los tiró a los gringos! /¡juna y gran siete!
Navegar tantos mares, /venirse al cuete; /¡qué digo, venirse al cuete!...”.

Mónica Albirzú, en la biografía que escribió para la editorial Capital Intelectual, reproduce está anécdota que le contó Brascó. “Inglés, estudié en el Colegio Nacional de Santa Fe, pero primero lo aprendí de chico, en Santa Cruz. Era un inglés básico, para poder comer. Cuando eras invitado por un compañero de escuela a su casa a tomar el té, por ejemplo, que era todo un ceremonial importante, tenías que usar las palabras correctas. Estaba la madre presente y vos le pedías el dulce, y la señora te miraba con ojos glaucos y hacía como que no te escuchaba, y no te daban nada hasta que no decías ‘marmalade’. Las inglesas de la Patagonia eran más inglesas que las de las Islas Británicas, eran de las que pronunciaban el ‘yes’ y el ‘no’ para adentro”.

”Los barcos llegaban de Liverpool a cargar corderos y lanas y traían mercadería para la colonia inglesa: ropa, comestibles... Nosotros comíamos manteca inglesa, miel de caña, chocolates; las mentas como los after eighth eran comunes en mi infancia. El principal aprovisionamiento de la zona venía de Inglaterra. No recibíamos prácticamente nada de Buenos Aires”.

Puerto Santa Cruz era en esos años, prácticamente, una colonia británica. ¿Contradicción en Brascó? Es la misma aparente contradicción de una sociedad que llama imperialistas a los mismos países que tienen un modelo de república y democracia deseable para la propia, y de cuyo mundo se quiere formar parte, no por el que se quiere ser colonizado. Pero para volver a entrar en ese mundo será necesario mucho más que cantar el relato de un triunfo.

Alberto Merlo, autor de la música, lo grabó en 1974, el mismo año que José María Rosa le propuso al gobierno la repatriación de los restos de Rosas y que se estableciera el 20 de noviembre como Día de la Soberanía Nacional. El feriado debió esperar treinta y seis años un DNU de Cristina Kirchner.

Veamos esta otra aparente contradicción, en línea con la de Brascó, de los dos personajes más notables de la “epopeya histórica”.

La carta de apoyo absoluto de San Martín a Rosas (“…en las circunstancias en que se halla nuestra patria, me hubiera sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios en la injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y Francia contra nuestro país…”) la envió desde su exilio en Francia. Y Rosas, tras la derrota de Monte Caseros, se refugió en la casa del cónsul británico, Robert Gore, quien lo encontró descansando en su cama, todavía vestido con el uniforme sucio y barro en las botas, y esa misma noche lo embarcó en una nave de guerra de nombre sugestivo (Conflict), rumbo a Inglaterra, donde vivió casi la tercera parte de su larga vida.

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