domingo, 14 de marzo de 2010

JPF: conceptos sobre la filosofìa y las ciencias

Lo que sigue es un resumen lo más respetuoso posible de las ideas que virtió José Pablo Feinmann en su libro “¿Qué es la filosofìa” (Prometeo Libros, 2006) sobre estos temas en particular. El libro es a la vez una transcripción de las clases de filosofía que brindaba habitualmente. Cómo realmente sus conceptos me impactaron fuerte y a la vez me confirmaron mi visión de las cosas, quise reproducirlos aquí como quien lo charla minuciosamente con un amigo en un café (¡qué  costumbre vetusta!). Más fuerte aún es la necesidad que tengo de hacerlo por no tener en la vida una sola persona alrededor a quien supuestamente pueda interesarle el tema (una verdadera lástima). Son las ganas de contagiar a un ilusorio interlocutor con mi emoción. Soy incapaz de expresarme con ideas originales en temas tan relevantes y por eso hago este intento. Espero que nadie de la industria del libro repare en este blog inútil y me haga problemas de reproducción (sería lo único que me falta). Les informo: no tengo dinero y esto solo me brinda un raro beneficio espiritual. Para convencerlos, invito a todo lector de estas líneas a comprar el libro en cuestión: me parece imprescindible porque relaciona la historia de las ideas con la utopía de la liberación. Por favor, tampoco nadie le diga a Feinmann que soy antikirchnerista. Más abajo, un artículo relacionado de Guillermo Jaim Etcheverry, ex rector de la UBA, y por último un racconto de mis propios sentimientos hacia las aulas, los educadores y la ciencia. Horanosaurus.

La filosofía se pregunta a si misma por su condición y se plantea originariamente como el saber que totaliza todos los saberes, es el saber de los saberes. Las ciencias no se preguntan por sì mismas que es la física, que es la química, etc. y cuando lo hacen, tenemos la filosofía de las ciencias. Cuando preguntamos que es la anatomía, cuando preguntamos que es la genética, cuando preguntamos que es el àtomo, no estamos haciendo una pregunta científica, estamos haciendo una pregunta filosófica.

La vida tiene que ser filosófica. Y la filosofía se tiene que ocupar de eso tan terrible, enigmático e imperativo que llamamos vivir… del alma no podemos decir nada, por ejemplo, pero a veces decimos sin embargo “el alma me duele” o “que herida tengo en el alma” y estamos diciendo alma, espíritu, subjetividad, subjetividad corporalizada, subjetividad encarnada en un cuerpo que también soy yo.

La ciencia es un hecho verificable, tiene que ver con las ranas y las ratas o con piedras cayendo en el vacìo. La filosofía tiene que ver con los hombres, los hombres no son objetos científicos… el alma humana, por decirlo al modo de Tolstoi, no es una materia científica.

Heidegger dijo que la ciencia no piensa y no hay que escandalizarse, porque el científico no aspira a un saber totalizador, porque no totaliza su propia praxis, porque no piensa dentro de que política y dentro de que contexto histórico su praxis científica se va a encuadrar y va a ser utilizada o manipulada. Por el contrario es la obligación del filòsofo reflexionar sobre esto. Por eso la filosofía piensa a la ciencia y se piensa a si misma. Por eso la filosofía es el amor al saber y no es saber muchas cosas lo que hace de un hombre un sabio. Esto lo toma de Heràclito, al que todos conocen por su formidable metáfora del rìo en el que nadie puede bañarse dos veces, porque a cada momento es y ya no es el mismo, porque todo fluye y por eso todo es y no es (…) Heràclito plantea que el filòsofo tiene que saber muchas cosas, porque la filosofía es un saber total, se ocupa de todo, no hay nada que sea ajeno a la filosofía.

Los científicos, a quienes curiosamente se les suele llamar “sabios”, no pueden aceptar que ellos “inventaron” Hiroshima y Nagasaki, recièn ahì se preguntan que han hecho. Pero es que la ciencia no piensa, no se piensa a si misma, sino que va hacia adelante descubriendo lo verificable, que es reproducible, es lo tìpico de la ciencia. La pregunta del “por què” y del “para què” de la ciencia o de las distintas disciplinas es una pregunta que le corresponde a la filosofía.

La palabra ‘filosofía’ significa amor a la sabiduría o amor al saber y aspira a ser un saber total, aspira a hacer de nosotros “sabios”, es decir, hombres que saben muchas cosas. Esa es la tarea del filòsofo.

A los científicos se les dice sabios, porque irónica o trágicamente, los científicos hacen su tarea sin saber, sin preguntar quièn les paga, para quièn trabajan ni como van a ser utilizados sus conocimientos.

O sea, el científico no es un sabio, porque no tiene ni siquiera el saber de su propio saber, porque a la ciencia le falta la autorreflexiòn y contextualizarse con la historia y la política. Los científicos son unos tipos a los cuales el poder encierra en cómodos y caros gabinetes para que estudien o para que descubran cosas complicadísimas y maravillosas. Luego el poder las toma y las aplica como le conviene. Pero esos científicos, a los cuales se llama sabios, no tienen la menor idea de lo que están haciendo.

El personaje tìpico del científico es una especie de tarado genial digamos, eso es ser un genio. No tiene la menor idea, no es un sabio, porque no tiene ni siquiera el saber de su propio saber. Porque a la ciencia le falta la autorreflexiòn, le falta contextualizarse con la historia y la política… pero, ¿por què dieron la fòrmula? Su obligación era saber a quièn le daban la fòrmula.

Heràclito dice que mucha erudición no enseña a tener inteligencia, que es una frase muy popularizada pero que además reforzamos por conocer a muchos eruditos que carecen por completo de inteligencia. El erudito es un compulsivo del saber pero no de la reflexión. Sabe, sabe, sabe, y nunca sabe lo suficiente. En realidad, nunca en esta vida vamos a saber lo suficiente, de modo que el erudito no se detiene nunca, o sea, no piensa nunca. La reflexión implica siempre un momento de detenimiento. Entonces, ese momento de detenimiento es el momento de la reflexión. El erudito no se detiene nunca porque lo que quiere siempre es saber màs. Y como el universo, según sabemos, està en expansión, jamàs vamos a terminar de saber todo lo que hay que saber.

Entonces ahì hay dos caminos señalados por Heràclito en estos fragmentos. Uno es intentar saber todo lo que es posible saber y el otro es animarse a pensar, lo cual no es una limitación, es la otra posibilidad de lo infinito. En lugar de quererlo saber todo y acumular conocimientos compulsivamente, tratar de pensarlo todo, para lo cual no necesitamos saberlo todo. Pensarlo todo, porque pensar no es exactamente saber, especialmente cuando el saber se identifica con la erudición. El pensar no es la erudición, el pensar es el poder que tiene el hombre de preguntarse acerca de la realidad.

(…) yo creo que la filosofía existe porque la erudición no alcanza. Y es que el hombre es un ser trágico (…) lo que ocurre con el hombre, y por eso la filosofía existe, es que es un ser finito en medio de la infinitud. Esto es una tragedia insoportable. Por eso existe la filosofía y por eso existe Dios; pero la filosofía y la religión son dos caminos distintos. La filosofía para existir tiene que renegar de Dios porque Dios es un responde-preguntas automàtico, es el comodìn de las respuestas: Dios responde todo. Cuando llegamos a Dios ya no hay filosofía posible porque entra la fe, y la fe es la negación de la filosofía. La filosofía es pensarlo todo, la fe es creerlo todo, entonces la diferencia es abismal.

¿Què es la filosofía entonces? La filosofía es una pràctica que ha instrumentado un ser capaz de vivir sabiendo que va a morir. Esto transforma al hombre en un ser metafísico: el hombre es el único ser de este planeta que se pregunta por el sentido de la existencia, por el sentido del universo. Y es el único ser que muere y sabe que va a morir (…) la tragedia esencial de ser humano es la conciencia de sì en su finitud.

Por Guillermo Jaim Etcheverry. Revista La Nación Domingo 30 de enero de 2011

Son muy conocidos los premonitorios versos de “La roca”, el poema en que T.S. Eliot se pregunta: "¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?" Ya en 1934 el poeta advertía un hecho fundamental: vivimos inundados de información al tiempo que aumenta lo que conocemos. En cambio, nuestra sabiduría es muy similar a la de hace más de 30 siglos. Analizando esta idea, en un agudo ensayo del que está tomado el título de estas líneas, el sociólogo español Emilio Lamo de Espinosa concluye: "Información, conocimiento y sabiduría responden a tres preguntas muy distintas: ¿qué hay?, ¿qué puedo hacer?, ¿qué debo hacer?"

Efectivamente, la información, que hoy rige nuestras vidas, está vinculada con los datos que nos indican lo que es y cómo es lo que es. Toda la información, hasta la que se suponía secreta como hoy vemos, es ya accesible al instante por todos.

El conocimiento es algo muy distinto: es un tipo de saber que, en base a numerosos datos sometidos por el ser humano a un proceso de inducción y deducción, nos dice qué es posible hacer con lo que es. El conocimiento, la ciencia, no es sino información pensada. Hoy lo importante es distinguir entre la información relevante de la que no lo es, una suerte de separación de la paja del trigo, tarea que depende del desarrollo educado del intelecto humano. Como dice Lamo: "A medida que el bit de información baja de precio, sube el valor del conocimiento".

La ciencia, conocimiento que nos indica qué es posible hacer, nada dice sobre qué se debe hacer, es decir, también reconoce límites. Ingresamos al ámbito de los valores, que no son analizables mediante el método científico. Es la sabiduría la que se encarga de ayudarnos a decidir lo que se debe o no hacer, qué es bueno o malo. En una acertada síntesis de Lamo: "La sabiduría es una forma de saber que, superior a la ciencia y, por supuesto, a la información, trata de enseñarme a vivir y me muestra, de entre todo lo mucho que puedo hacer, lo que merece ser hecho. De modo que, sin sabiduría, la ciencia no pasa de ser un archivo o panoplia de instrumentos que no sabría cómo utilizar".

Podemos medir el crecimiento exponencial de la información -día a día aumentan los datos de los que disponemos-, pero resulta más difícil determinar el avance del conocimiento. Algunos estiman que se duplica cada 15 años, lo que confirma el progreso en este campo. Es evidente que hoy conocemos mucho más que hace un siglo, explosión científica y tecnológica que ha determinado el devenir histórico.

Sin embargo, la sabiduría con la que hoy contamos no supera en mucho a la que disponían Sócrates, Jesús o Buda, puesto que nos ha resultado muy difícil descubrir cómo generarla. Dado que la sabiduría ha variado poco con el transcurrir de los siglos, las grandes creaciones del pasado tienen tanto valor como cuando aparecieron: leemos a Platón, Aristóteles o Kant. Por su parte, la ciencia progresa olvidando a los que fueron sus clásicos: nadie la estudia en los tratados de los grandes científicos del pasado.

Esa ciencia, que difiere de la sabiduría, se autodefine hoy como única forma de saber válido. Es posible que lo sea. Pero no responde, ni se puede esperar que lo haga, a las preguntas más importantes. Si la aceptamos como único saber válido, quedan excluidos posibles saberes alternativos, inclusive el relacionado con los fines. En otras palabras, esta concepción tiende a inutilizar la escasa sabiduría de la que disponemos: sabemos más acerca de qué podemos hacer, pero relativamente menos sobre qué debemos hacer. Eliot intuyó nuestra incapacidad de generar sabiduría al mismo ritmo con que multiplicamos la información y producimos conocimiento. Inundados de datos, manejando sólidos y eficaces conocimientos científicos, vivimos casi huérfanos de sabiduría.

Las ciencias y la educación, para mi

Al terminar la secundaria elegí estudiar Agronomía, una profesión de amplias bases científicas y extensas derivaciones prácticas. Lo hice en la Universidad de Buenos Aires, considerada una de las mejores de Sudamérica.

Como sucede casi siempre en la Argentina, cuando se consigue la excelencia en algo es “a pesar de” miles de contratiempos y sin planificación. El prestigio de esta Universidad no es la excepción a esa regla no escrita. Aún hoy estimo supera a las otras estatales y a muchas mejor dotadas del ámbito privado. No se a que milagro se debe. Supera mi conocimiento.

Siento todavía el orgullo y, a la vez, el agradecimiento a mi país por haberme recibido en una Universidad pública y gratuita, condiciones que no muchas naciones del mundo pueden brindar a sus ciudadanos y, menos aún con facilidad a alumnos extranjeros.

Agronomía ha sido una Facultad bastante exigente pero también elitista. Como desde mi adultez siempre tuve que trabajar, terminar la carrera me costó más que el largo promedio de seis o más años que le cuesta al grueso del alumnado. Es una carrera muy enciclopedista en la cual creo que una persona con buena memoria puede obtener mejores resultados que alguien inteligente.

Ese fue un problema: no me considero muy inteligente y tengo una memoria horripilante, condiciones que siempre me contagiaron inseguridad. Nunca pude hallar el método para sortear con comodidad el esquema que me proponían. En broma solía referirme a la rigurosidad de las distintas materias por los kilogramos de apuntes y libros que debía estudiar para prepararme, tal la cantidad de material. Nunca rendí un final estudiando menos de cuatro semanas.

Algunos intentaban preparar solo los temas que pensaban más requeridos por los examinadores. Otros aspiraban saber determinados capítulos confiando en la suerte del bolillero; muchos confiaban en su capacidad dialéctica para sortear preguntas y conducir el rumbo del examen según sus intereses.

Yo siempre preferí estudiarlo todo para aprender más, apreenderlo mejor confiando en mi raciocinio, suponiendo que con ello cubría mejor el espectro de lo requerido y aumentaba mis probabilidades de éxito en la mesa de examen. Pero lo único que comprobaba siempre es que cuando terminaba de leer todo el material, no me acordaba ya lo primero que había estudiado. Un sinsentido.

En las mesas de exámenes los profesores ejercían su poder ante los oprimidos (los alumnos) en un alarde de sadismo. Supongo que tal gimnasia los hace presumir habitar en un estadío más alto en la escala evolutiva humana. ¡Que tristes! Si venían con problemas personales o si eras del último pelotón examinado, la suerte del educando podía cambiar radicalmente. Jugaban con nuestra vida y nuestro tiempo, normalmente con un sentido ridículo de la justicia y el equilibrio.

Más que el conocimiento captado por los alumnos parecía importar más el ánimo, la predisposición y hasta el cansancio o la vanidad de los profesores. En su mayoría se regodeaban ante los alumnos exhibiendo el poder conferido por la institución para calificarnos. Salvando las distancias, el mismo sadismo que practican los porteros o administradores de edificios sobre los consorcistas. O la policía y los políticos sobre la población. Síntomas de falta de inteligencia que los iguala. 

Justamente, uno de los tristes métodos que ejercitaban algunas cátedras para aumentar su prestigio académico, era cosechar una mayor cantidad de reprobados. Se constituían en "filtros" que alargaban las carreras de los estudiantes al impedir superar correlatividades de materias superiores.

Mientras algunos amigos que estudiaban para contadores o abogados andaban “de farra” (¡que viejo suena decirlo así, jaja!) -desconociendo la imposibilidad de aprobar un examen como alumno libre por ejemplo- yo debía enclaustrarme y dedicar más tiempo para no perder el tren. Excepto Veterinaria, Ingeniería y alguna otra, pocas carreras eran tan exigentes como Agronomía.

Siempre me interesaron los contenidos de la mayoría de las asignaturas y quería profundizarlos porque ahí encontraba satisfacción, sabiendo los porqué últimos, entrelazando lo esencial. Pero debido a las urgencias para superar los escollos formales con las limitaciones que comentaba, muchas veces debía conformarme con menos.

Creo que hoy elegiría de nuevo la misma carrera (claro que intentando cambiar mi inserción laboral). Me siguen interesando todas las producciones animales, la nutrición, la reproducción, también las vegetales (dasonomía, cerealicultura, horti y fruticultura, etc.), genética, fisiología, la economía agropecuaria… tantas cosas… parece un universo en si mismo, orbitando en paralelo.

En la misma Facultad de Agronomía, gracias a una beca reciente, tuve la suerte de poder realizar un posgrado de especialización en carnes bovinas muchos años después de recibirme. Por eso, puedo hablar medianamente de comparaciones entre dos épocas con la suficiente autoridad para decir que las cosas no han cambiado mucho. Quizás ahora me enseñaron más que antes “a pensar”, es verdad, pero son muchos los profesores que siguen básicamente con una posición mecanicista que podría graficarse con esa caricatura del cráneo abierto de un alumno recibiendo papeles como si fuera un cesto.

Si alguna vez tuviera que dar clases trataría de autoevaluarme permanentemente analizando ciertos síntomas que devuelven los educandos y si no pudiera convencer a la mitad del estudiantado de lo importante e interesante de mi asignatura, me sentiría fracasado.

Me parece que la enseñanza en general se convirtió en un oficio cualquiera, sin vocaciones, incapaz por ende de superar las múltiples encrucijadas que le proporciona permanentemente la complicada sociedad moderna. Sería muy largo verter aquí las experiencias que vivimos como padres con los maestros de nuestros hijos. Suponía que al ser de generaciones modernas habían cambiado ciertos viejos ticks sociales por certezas más evolucionadas. No fue así, tampoco.

Volviendo al posgrado, me tocaron profesores que dan clases como si fueran “horas extras” en una oficina, porque les resultan un sobresueldo interesante. Una profesora con cierto prestigio académico contestó fastidiada a un respetuoso requerimiento mío: “si quiere profundizar más, haga un máster”. Casi la estrangulo (¿violencia de género?).

¿Qué tiene que ver ésto con la ciencia? La experiencia me dice que los educadores son gente en busca de un modo de vida cómodo que compiten entre si a los codazos aunque con parámetros distintos a los de otras profesiones. En el ámbito universitario, la mayoría son a la vez investigadores, y aunque la investigación es de menor exposición y pertenece a un circulo más cerrado, muchas conductas son conservadoras también y se limitan a acumular créditos para sobrevivir dignamente.

Una tarea más gratificante que romperse los cuernos en una oficina o vender cosas a rendimiento es convertirse en una máquina productora de “papers”, hacer horas extras gastando un power-point con infinitos cuadros en los que nadie se detiene, ligar algún viaje gratis de intercambio al exterior o hacer másters o doctorados en facultades de menor prestigio para colgar en la pared del living.

¿Soy muy duro? ¿Soy injusto? Posiblemente. Es una opinión que puede estar equivocada o me puede venir bien. También puede ser cierta. Si estoy equivocado no perjudico a nadie pero deberé repensar fuertemente mi visión. Pero si el criterio es certero, el panorama general es preocupante. 

Está a la vista el provecho que ha obtenido la humanidad de la investigación científica, muy superior al peligro que provoca su uso irracional. Admito no conocer en profundidad su particular universo ni dedicarme a ella. Pero mínimamente pude experimentar el placer que produce investigar cuando hice un "paper" sobre cerdos en el organismo en el que trabajo (“La tipificación de carnes porcinas en la Argentina”), del cual hablo en otra parte de este blog.

Previamente no tuve suerte con mi tésis de graduación en el área Dasonomía (un “padrino” demasiado ocupado en otros menesteres), pero el de los cerdos fue un trabajo gratificante, en solitario, donde me las tuve que ver con mi obsesividad y mis limitaciones: meses enteros enfrente de la computadora, revisando borradores en el tren, levantándome a anotar ideas en el medio de la noche, buscando materiales y revolviendo libros. Independientemente del resultado que obtuve (me mataron con la indiferencia) lo grato fue el andar y no la llegada, disfrutar del proceso creativo. Por lo que he leído, algo parecido a lo que siente un escritor que afina el lápiz para conmover a sus lectores con su obra.

Llego siempre a la misma conclusión desde distintos ángulos aunque no se trate de una ley universal: lo único que me parece válido es intentar una profesión por la que se sienta vocación, pasión, no simplemente refugiarse en algo que permita obtener el dinero deseado porque no creo que esto contribuya a la felicidad. Ya es bastante difícil la vida como para hacer cosas por las que no sentís nada. Siendo humildes y recordando siempre que hay millones que no tienen elección y deben rebuscarla en la pobreza. Y también que existe algo que nos enaltece como humanos y se llama dignidad.

Sobre acercamientos a estos temas les recomiendo el libro "Demoliendo papers" (la trastienda de las publicaciones científicas) de Diego Colombek, Siglo XXI Editores, Colección "Ciencia que ladra...", 2005. Tiene cosas desopilantes. Horanosaurus.

PD: por favor, busquen mi más moderna entrada "Burocracia científica" donde el sociólogo Pablo Kreimer y el biólogo Diego Golombek explican su visión del fenómeno. No se arrepentirán.

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