21/06/14. Argentina 1-Irán 0 (mundial de Brasil). Julio Grondona, presidente de la AFA y vicepresidente de la FIFA, al finalizar dijo que la selección había llegado al gol "cuando 'el mufa' se fue de la cancha". Se refería a Maradona, ex-entrenador del equipo en Sudáfrica 2010 y ex-amigo del mencionado padrino mafioso del fútbol argentino, que se retiró del estadio unos minutos antes del golazo de Messi que definió el partido. Clásico uso del mote de 'mufa' o 'yeta' para desacreditar al adversario, enemigo o diferente: recurso propio de mediocres. Lamentablemente, parece ser invento porteño. Si te toca a vos y un mediocre te lo pone, tendrás que remar en dulce de leche... ¡sin motivo alguno! ¿No es bastante difícil la vida sin esas pelotudeces? Aquí, dos buenos artículos al respecto. Horanosaurus.
La
mufa es el piedrazo de los mediocres
Por Eduardo Castiglione. Clarín 22/06/14. Los
futboleros agradecidos por años de orgullo y prestigio, incluyendo el gol más
lindo en la historia, nos enteramos ayer que Maradona está tan emparentado con
la mala suerte que su presencia sobra para que los iraníes sean invencibles.
¿Así que el jugador estrella en el Mundial Juvenil de Japón 79, determinante
para la conquista argentina de México 86 y decisivo para eliminar a Brasil e
Italia en el subcampeonato de Italia 90 transporta tanta mala onda que impide
el gol argentino antes de rozarnos con el descreimiento?
La
impunidad de la que gozan les permite a los Grondona calumniar con una
palabra, como la mufa, que hace estragos a quien se la clavan. Con la mufa
demolieron a José Varacka pero su Argentinos Juniors mandó al descenso a San
Lorenzo, y de penal. De mufa descalificó a Carlos Di Sarli un director de
radio y por eso su música exquisita fue prohibida en varias emisoras. Al
periodista Roberto Maidana, catedrático para quienes lo rodeaban en
redacciones y estudios, evitaban nombrar los mediocres para no convocar a la
mufa.
Que
sepan los Grondona que al fútbol argentino le hacen muchísimo más mal la
violencia barrabrava, las sospechas en resultados y fallos arbitrales, el
desgobierno en instituciones simpáticas con la AFA, las traiciones entre gallos
y medianoches y el nepotismo que repugna con sólo nombrarlo. A quien corresponda:
el fútbol argentino tiene demasiados motivos para apretarse fuertemente los
testículos antes de hacer cuernitos cuando Maradona anda cerca.
Contra la yeta y a favor de la ciencia
La Nación. Suplemento Sábado. "En algún lugar del mundo". Por Hernán Iglesias Illa. 02/08/14. Una
de las costumbres porteñas que menos gracia me hacen es la etiquetación de
algunas personas como yeta, es decir, portadoras de mala suerte. El yeta no tiene
que hacer nada para arruinar las fiestas ajenas: su mera presencia es tan
tóxica, afirma la sabiduría popular, que influye negativamente en el estado de
ánimo y la fortuna de los demás, aun la de sus aliados. Queda solo el yeta, como
un acusado de pederastía, incapaz de quitarse le letra escarlata que prende
sobre su solapa, acostumbrado a las anécdotas crueles de sus amigos y
enemigos. La selección perdió en el Maracaná porque el yeta había conseguido
pasaje y entrada; aquel proyecto inmobiliario fracasó porque el yeta había
comprado un terreno; aquel auto usado fundió biela porque el yeta un día lo
sacó a dar una vuelta. Siempre llueve en los casamientos donde va el yeta,
siempre sacan bolillas difíciles sus compañeros de examen.
Al
porteño le gusta creer en la maldición yeta de algunas personas, un poco
porque le hace gracia -no habría cultura yeta sin chistes sobre eso- y otro
poco porque siempre es un consuelo echarle la culpa a otro cuando las cosas
salen mal. ¿Qué tan serias son estas acusaciones? No lo sé. Uno cree que es
imposible que gente sensata y educada realmente piense que hay una relación de
causalidad entre la presencia o el nombre de alguien y acontecimientos sobre
las cuales no tiene ninguna influencia. Y sin embargo hay gente que parece tomárselo
muy en serio. Se arman lista de apestados: este sí, este no, aquel es
sospechoso.
No
conozco otra cultura como la argentina donde las acusaciones de yeta -o mufa, o
piedra- sean tan habituales y pegajosas. Cuando he preguntado entre sus
aficionados más sensatos me han dicho que es "un folclore", una
costumbre inofensiva. Es posible. A mí me sigue molestando, no sólo por su
desprecio de la relación
causa-efecto sino también por su
tufo a caza de brujas, a patota contra individuo, a juicio sumario sin pruebas,
aunque sea irónicamente, a las causalidades mágicas. El folclore de la yeta es
anticiencia y antimodernidad: una inquisición.
Una
vez señalado, el yeta queda tatuado por la categoría, que es indeleble y lo
acompañará hasta su muerte, independientemente de su suerte o su influencia. Ya
no podrá destacar su presencia en un proyecto
exitoso o recordarles a sus amigos que ganaron fortunas en el casino la noche que él los acompañó.
Una vez infectado, el
momento de los argumentos racionales
ha quedado atrás.
Hace
años trabajé en un canal de televisión donde había un productor de quien todos
los demás decían que era mufa. Lo veían entrar a la sala de producción y se
llevaban la mano a la ingle izquierda. El tipo cruzaba resignado y cabizbajo,
como un paria, sin desafiar ni pedir explicaciones. Esta situación duró años.
Si el productor trabajaba en un programa exitoso, nadie decía nada. Si
trabajaba en uno que fracasaba, corría un rumor: había sido culpa del mufa.
Por
eso quiero invocar, a modo de recuerdo y para irritar a los folclóricos, a
algunos de los yeta argentinos más famosos. Roberto Maidana, Tormenta, José Luis Clerc,
Carlos Menem, Martín
Liberman, Cacho Castaña: contra
la barbarie y la superstición, a favor de la distinción entre correlación y
causalidad, he aquí mi modesto homenaje.
Bonus track: "San Pugliese", cara simpática de la misma historia.
Bonus track: "San Pugliese", cara simpática de la misma historia.
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