Juana Azurduy, flor del Alto Perú,
no hay otro capitán más valiente que tú.
no hay otro capitán más valiente que tú.
Oigo tu voz, más allá de Jujuy
y tu galope audaz, doña Juana Azurduy.
Me enamora la
patria en agraz, desvelada recorro su faz;
el español no pasará, con mujeres tendrá que pelear.
Juana Azurduy, flor del Alto Perú,
no hay otro capitán más valiente que tú.
Truena el cañón, préstame tu fusil
que la revolución viene oliendo a jazmín.
Tierra del sol en el Alto Perú,
el eco nombra aún a Túpac Amaru.
Tierra en armas que se hace mujer, amazona de la libertad.
Quiero formar en tu escuadrón, y al clarín de tu voz, atacar.
Tierra en armas que se hace mujer, amazona de la libertad.
Quiero formar en tu escuadrón, y al clarín de tu voz, atacar.
Juana Azurduy, flor del Alto Perú,
no hay otro capitán más valiente que tú.
"Juana Azurduy" Letra: Félix Luna-Música: Ariel Ramírez
Agenda de Reflexión Nº 360-Mayo 2007
En
1825 llegó una comitiva a la polvorienta
ciudad de Chuquisaca a buscar el lugar donde vivía, olvidada y en precarias
condiciones, la teniente coronel Juana Azurduy de Padilla. Es el general Simón
Bolívar, acompañado de Sucre y de su estado mayor, para rendirle homenaje a esa
mujer de América, a la que dice: "La
joven República de Bolivia no debió llevar ese nombre sino el de Juana
Azurduy". El presidente vitalicio mariscal Sucre le otorga una pensión, pero su sucesor pronto se la quitará.
El 25 de mayo de 1862, como para dejar en la doble efeméride altoperuana de
1809 y platense de 1810 otro testimonio de su inmenso patriotismo, próxima a cumplir
82 años, en el más absoluto ostracismo y miseria, murió Juana de América, la
guerrillera de la libertad.
Juana
Azurduy y la revolución continental.
Una historia silenciada. Artículo de Alberto J. Lapolla (*)
Una historia silenciada. Artículo de Alberto J. Lapolla (*)
Francisco de Miranda murió en las
mazmorras de Fernando VII en Cádiz. Mariano Moreno fue envenenado por el
capitán de un barco británico y su cadáver arrojado al mar, anticipando un
destino recurrente para los revolucionarios argentinos. Manuel Belgrano murió
en la pobreza en 1820, cuando aún la América necesitaba de sus inigualables
servicios. Todavía no se habían cumplido ocho años de que hubiera salvado a la
Revolución continental en Tucumán. Bolívar murió solo, perseguido por facciones
oligárquicas que combatían su proyecto de unidad continental, expresando con
amargura 'he sembrado en el viento y arado en el mar'. Bernardo O'Higgins fue
desterrado y perseguido luego de luchar toda su vida por la libertad americana.
Monteagudo fue apuñalado en una oscura calle de Lima. Dorrego fue fusilado sin
juicio alguno -por instigación de Rivadavia- por su antiguo compañero de mil
batallas, 'el sable sin cabeza', el genocida Juan Galo de Lavalle. Juan J.
Castelli, el 'orador supremo de la revolución', quien destruyera los argumentos
realistas en mayo de 1810, el jefe del ejército libertador americano que más
cerca estuvo de llegar a Lima y destruir de un golpe el poder imperial español,
antes de la llegada de San Martín, murió con su lengua cortada, preso y
perseguido.
Apenas dos días antes San Martín, Alvear
y su discípulo Monteagudo acababan de desalojar al gobierno
contrarrevolucionario de Rivadavia y el Primer Triunvirato, retomando la senda
de Moreno y la Revolución. En este marco de ingratitud caída sobre nuestros
revolucionarios, aquellos que nos dieron la libertad y produjeron la más grande
de las revoluciones del mundo occidental del siglo XIX, no es de extrañar que
Juana Azurduy, la mayor guerrera de América, 'Juana de América' -en un
continente que hizo de la resistencia su identidad-, terminara sus días como
una mendiga miserable en la calles de Chuquisaca habitando un rancho de paja.
Juana Azurduy y su esposo el prócer americano Manuel Ascencio Padilla, son los máximos héroes de la libertad del Alto Perú y por ende de nuestra libertad como americanos y como provincia argentina de la gran nación americana. Sólo la ignominia que aun campea sobre nuestra historia y sobre sus mejores hijos, hace que la República de Bolivia -escindida de la gran nación rioplatense por el elitismo sin par de los ejércitos porteños que desfilaron, saquearon, defeccionaron y abandonaron el Alto Perú, a excepción del general Belgrano y por las apetencias oligárquicas- no considere a Juana y a su esposo el coronel Padilla como sus máximos héroes, y sí rinda honores al mariscal Santa Cruz uno de los generales realistas que reprimió la Revolución de La Paz de 1809, y que se pasó a las filas patriotas al final de la guerra de la Independencia. Fue el propio Bolívar quien al visitar a Doña Juana -ya destruida por las muertes de los suyos, el olvido de sus conciudadanos y el saqueo de sus bienes- le expresara ante la sorpresa de sus compatriotas, que Bolivia no debía llevar su nombre sino el de Padilla, su mayor jefe revolucionario. Pero los adulones destruyen las revoluciones.
Juana Azurduy y su esposo el prócer americano Manuel Ascencio Padilla, son los máximos héroes de la libertad del Alto Perú y por ende de nuestra libertad como americanos y como provincia argentina de la gran nación americana. Sólo la ignominia que aun campea sobre nuestra historia y sobre sus mejores hijos, hace que la República de Bolivia -escindida de la gran nación rioplatense por el elitismo sin par de los ejércitos porteños que desfilaron, saquearon, defeccionaron y abandonaron el Alto Perú, a excepción del general Belgrano y por las apetencias oligárquicas- no considere a Juana y a su esposo el coronel Padilla como sus máximos héroes, y sí rinda honores al mariscal Santa Cruz uno de los generales realistas que reprimió la Revolución de La Paz de 1809, y que se pasó a las filas patriotas al final de la guerra de la Independencia. Fue el propio Bolívar quien al visitar a Doña Juana -ya destruida por las muertes de los suyos, el olvido de sus conciudadanos y el saqueo de sus bienes- le expresara ante la sorpresa de sus compatriotas, que Bolivia no debía llevar su nombre sino el de Padilla, su mayor jefe revolucionario. Pero los adulones destruyen las revoluciones.
El
Alto Perú, tierra india
Juana Azurduy -junto a su esposo-
simbolizan lo mejor de la revolución americana, lo popular y lo indio de
nuestra gesta emancipadora. Combatieron por la libertad del Alto Perú –por
entonces parte del Virreinato del Río de la Plata primero y de las Provincias
Unidas después- desde la revolución de Chuquisaca y la Paz en 1809 -que fueran
ahogadas en sangre desde Lima y Buenos Aires. Y en particular guerrrearon sin
descanso y sin cuartel desde el grito de libertad del 25 de mayo de 1810. Ellos
y los 105 caudillos indios y gauchos como Vicente Camargo, el cacique Buscay,
el coronel Warnes, el padre Muñecas, Francisco Uriondo, Angulo, Zelaya, el
Marqués de Tojo, el Marqués de Yavi, José Miguel Lanza, Esquivel, Méndez,
Jacinto Cueto, el indio Lira, Mendieta, Fuente Zerna, Mateo Ramírez y Avilés
entre muchos otros, junto a Güemes en Salta, fueron quienes impidieron que
luego de las sucesivas derrotas de los ejércitos porteños al Norte, los
realistas pudieran avanzar sobre Buenos Aires y destruyeran la revolución.
Juana y Padilla eran oriundos de Chuquisaca -también llamada La Plata o
Charcas- sede de la universidad. Allí estudiaron -y conspiraron- Mariano
Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo. Castelli, ya jefe del
Ejército del Norte, se hospedó en la casa de Padilla en su marcha hacia La Paz.
Moreno era abogado defensor de indios pobres y perseguidos en el estudio del
doctor Gascón en Chuquisaca. Allí contactó con el movimiento revolucionario.
Juana nació en 1780, el año en que Túpac Amaru lanzó su revolución indígena que
casi liquida al poder español. Sería el mismo favorito -de la reina- Godoy
quien señalara que la rebelión de Túpac estuvo a punto de quitarle a España los
virreinatos del Perú y del Plata. Esa rebelión ahogada en la sangre de los cien
mil indios ajusticiados por la represión genocida española y en los gritos del
suplicio del gran Túpac, su esposa Micaela Bastidas Puyucawa y sus hijos, abrió
el camino de la libertad pese a su derrota. El ejemplo del Inca Condorcanqui no
podía sino conmover hasta los tuétanos el corazón de la América del Sur, del
cual el Ato Perú y el Perú eran su núcleo principal de población original, con
culturas profundas y altivas. Nada sería igual después de la rebelión de Túpac:
ni el dominio español ni la resistencia americana. La generación posterior a su
derrota, sabría vengar su suplicio y expulsaría a los criminales españoles por
mucho tiempo. Es así que el sol de nuestra bandera es el glorioso sol de los
incas y de Túpac Amaru.
La revolución continental
Juana Azurduy es la máxima heroína de la
Independencia Americana y su vida un verdadero ejemplo de la entrega a la
revolución y a la lucha por la libertad de sus semejantes. El Alto Perú era el
corazón del sistema colonial español y del genocidio indígena. Allí los indios
enviados al socavón del Potosí eran despedidos para nunca más volver. Morían a
los veinte años de edad con los pulmones perforados, a los dos años de llegar a
la bocamina. Allí todas las injusticias eran realizadas en nombre del rey de
España. Los azotes -las arrobas- eran el trato habitual para el indio. Juana,
una hermosa mujer de familia criolla, habría podido tener una vida acomodada de
mujer casada. En lugar de ello prefirió el combate sin cuartel por la libertad.
En esa lucha perdió de la manera más cruel a sus cuatro hijos pequeños,
destruidos por el hambre, las penurias y el paludismo. Vio la cabeza de su
esposo -el héroe Padilla- clavada en una pica carcomida por los gusanos.
Vio a los ejércitos elitistas porteños,
subir hasta la garganta del Desaguadero y ser destruidos uno tras otro por las
tropas del Virrey del Perú. Arrogantes al extremo de impedir que las fuerzas
guerrilleras -mejor capacitados que ellos para el Alto Perú- combatieran como
parte del ejército regular. Cada vez más deteriorados, centralistas,
autoritarios y cada vez más odiosos contra lo indígena. El extremo fue el
ejército corrupto de Rondeau y Martín Rodríguez, que en el colmo de su
impericia hizo volver al general Arenales que oficiaba -por orden de San
Martín- como comandante de las montoneras, dejándolas sin estrategia de
conjunto. Martín Rodríguez, por su parte, hizo su aprendizaje de saqueo y
enriquecimiento ilícito en el Alto Perú, para luego continuarlo en la 'feliz
experiencia' de la restauración rivadaviana posterior a 1820. Primero fue
Castelli, que en su ejemplar afán revolucionario no estuvo exento de un
jacobinismo a veces desmesurado, en particular por las actitudes iconoclastas
del joven Monteagudo. Belgrano intentó reparar luego, los excesos de su primo
Castelli. El ayudó y premió a Juana y al coronel Padilla. Fue sin duda la mejor
de las expediciones, pero tenía por meta un imposible como era llegar a Lima
por allí, cuestión que don Manuel ya sabía. Sólo aceptó continuar por las presiones
de Buenos Aires. Luego, la lamentable experiencia de Rondeau. Por último el
intento también fallido de Lamadrid, enviado por Belgrano para auxiliar la
feroz represión de que eran objeto los ejércitos montoneros de los caudillos
altoperuanos luego de Sipe Sipe.
La guerra gaucha montonera
Luego de Vilcapugio y Ayohuma, pero en
particular a posteriori del desastre de Sipe Sipe en 1815, la situación del
Alto Perú se tornó terrible. El poder español impuso un terror desenfrenado
como política de 'pacificación' de la revolución altoperuana. Decenas de miles
de paisanos fueron pasados por las armas o murieron en combate. Las torturas
más atroces y los escarmientos más crueles fueron aplicados a los guerrilleros
mayoritariamente indios de lo que hoy es Bolivia. 105 caudillos altoperuanos
libraron la guerra gaucha. 'La Guerra de las Republiquetas' la llamó Mitre en
su historia oficial, para no usar la palabra montonera, pues su gobierno había
sido enfrentado por la montonera federal -y que él pasó a degüello de la misma
manera que los españoles- de todo el país. Fue la mayor guerra de guerrillas
del continente americano entre 1810 y 1825. De los 105 jefes sólo sobrevivirían
nueve al final de la guerra. La mayoría moriría en combate o sería bárbaramente
ajusticiada por el terror de Abascal y Pezuela. Sus cabezas serían clavadas en
picas en las plazas de los pueblos para escarmiento popular. La guerra de
partidarios -partisanos- montoneros o de recursos, la guerrilla del Alto Perú y
la de Güemes en Salta, fueron organizadas por el general San Martín, veterano
de la guerra de guerrillas en España contra Napoleón. Pocos saben que esta
guerra sería el ejemplo que tomarían los patriotas italianos, franceses,
yugoeslavos, rusos, bielorrusos, ucranianos y griegos para luchar contra la
ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. Hasta allí llegaría el rumor
potente y victorioso de Juana de América y sus compañeros, pese a que entre
nosostros doña Juana sea sólo una canción.
La historia oficial argentina prefirió olvidar a los gloriosos revolucionarios del Alto Perú por dos razones. Primero porque debido a las infamias cometidas por los ejércitos porteños, lograda su independencia en 1825 -y tal cual dejó entrever Ascencio Padilla en la carta que envió al fugitivo Rondeau- el Alto Perú decidió independizarse no sólo de España, sino también de Buenos Aires. Pasaría a llamarse Bolívar primero y Bolivia después, pese a la oposición del Libertador que comprendía que así ambas naciones perdían, pero el Alto Perú perdía más. La medida a su vez profundizaba la balcanización de la América unida que Gran Bretaña piloteaba a toda máquina apoyada en los Rivadavia y García de cada ciudad-puerto del continente.
La historia oficial argentina prefirió olvidar a los gloriosos revolucionarios del Alto Perú por dos razones. Primero porque debido a las infamias cometidas por los ejércitos porteños, lograda su independencia en 1825 -y tal cual dejó entrever Ascencio Padilla en la carta que envió al fugitivo Rondeau- el Alto Perú decidió independizarse no sólo de España, sino también de Buenos Aires. Pasaría a llamarse Bolívar primero y Bolivia después, pese a la oposición del Libertador que comprendía que así ambas naciones perdían, pero el Alto Perú perdía más. La medida a su vez profundizaba la balcanización de la América unida que Gran Bretaña piloteaba a toda máquina apoyada en los Rivadavia y García de cada ciudad-puerto del continente.
La segunda razón del olvido
altoperuano en la historia argentina obedece a razones más abyectas. La guerra
del alto Perú es esencialmente una guerra de indios, de caudillos, de gauchos,
de los patriotas de a caballo, del pueblo puro de América. Ese mismo pueblo que
las tropas porteñas destruirían una y otra vez en la Banda Oriental, en el
litoral o en el interior y finalmente en el Paraguay. Además eran guerrilleros,
caudillos militares y habían ganado su grados -Manuel Ascencio Padilla fue
designado coronel del Ejército del Norte cuando su cabeza estaba ya clavada en
una pica. Juana Azurduy fue nombrada teniente coronel del ejército argentino a
pedido de Manuel Belgrano- en el combate. Reivindicar su memoria para la
historia oficial es nombrar lo innombrable. Lo gaucho. La 'barbarie' de
Sarmiento, la lucha de los pobres. Reconocer que los indios, los gauchos, los
negros, los esclavos, los mestizos no eran inferiores sino que por el
contrario, lucharon con mayor tenacidad y desprendimiento que la clase culta
porteña por la libertad. Reconocerlo es negar el papel rector de Buenos Aires
en el destino americano que inventó el partido unitario -y luego mitrista- y
tanto daño hizo a la causa americana.
Mejor es olvidar. “No sólo son
bolivianos -'bolitas'- además son indios, negros, matacos –monos”. Era verdad,
como demostraría San Martín, que por el Alto Perú no se podía llegar a Lima,
pero Buenos Aires con la historia oficial oculta algo más grave que explica el
suplicio de la población altoperuana, jujeña y salteña entregada a la represión
genocida española. Buenos Aires pudo haber liberado un gran ejército que tuvo
combatiendo largo tiempo en la Banda Oriental para auxilio de los pueblos del
Norte. Sólo debía reconocer -tal cual lo planteó Moreno en su Plan
Revolucionario- que Artigas debía comandar la guerra por la liberación de la
Banda Oriental, con sus gauchos y su pueblo, del cual era el jefe natural. Pero
eso era inadmisible para la elitista y exclusionista clase mercantil porteña.
En lugar de eso prefirieron entregar la Banda Oriental, primero a Portugal -se
lo propusieron en secreto Alvear, Alvárez Thomas y Pueyrredón- y luego
aceptaron su 'independencia' colonial británica, que lograba así crear otro
estado en la boca del Plata, impidiendo que la Argentina tuviera el exclusivo
control de los ríos de la cuenca. Esa y no otra fue la causa de todas las
guerras contra Rosas, Caseros incluida. Cualquier cosa antes de aceptar que los
gauchos se manden a sí mismos, o peor aun que 'nos manden'. Con sólo enviar
esas tropas al Alto Perú y estacionarlas en Potosí -como señalaron Belgrano y
San Martín- mientras se preparaba el cruce de los Andes, el pueblo boliviano
habría sido salvado de sufrir lo indecible.
Juana Azurduy es la revolución, es el
pueblo en armas, son las mujeres del pueblo en armas, que pelean junto a los
hombres, igual o mejor que ellos, que los mandan. Mujeres y hombres que
destruyen ejércitos completos, superiores en número y armamento. Armados con
hondas, macanas, lanzas, boleadoras, a fuerza de coraje y fiereza. Coraje y
fiereza que dan la decisión de luchar hasta el fin por la libertad, por la
justicia contra la opresión y el sometimiento de los semejantes. Luego del
asesinato de su esposo y de varios de los principales jefes guerrilleros, Juana
bajó a Salta y combatió junto a Güemes, quien la protegió y le dio el lugar
correspondiente. Luego del asesinato de Güemes en 1821, Juana entró en una
profunda depresión. En 1825 solicitó auxilio económico al gobierno argentino
para retornar a Chuiquisaca. La respuesta del gobierno salteño resultó
indignante, apenas le otorgó '50 pesos y cuatro mulas' para llegar a la 'nueva
nación de Bolivia'. Doña Juana murió a los 82 años en la mayor pobreza.
'Juana avanzaba casi en línea recta,
rodeada por sus feroces amazonas descargando su sable a diestra y siniestra,
matando e hiriendo. Cuando llegó a donde quería llegar, junto al abanderado de
las fuerzas enemigas, sudorosa y sangrante, lo atravesó con un vigoroso envión
de su sable, lo derribó de su caballo y estirándose hacia el suelo aferrada del
pomo de su montura conquistó la enseña del reino de España que llevaba los
lauros de los triunfos realistas en Puno, Cuzco, Arequipa y La Paz' (1). Por
esta acción en la batalla del Villar, en 1816, Juana Azurduy fue ascendida por
Belgrano al grado de teniente coronel del Ejército de las Provincias Unidas.
(1) O' Donnell Pacho. Juana Azurduy.
Planeta. 1998
(*) Alberto J. Lapolla (artículo publicado
por la Revista Lilith de marzo de 2005, Buenos Aires)
Por: Mario
Pacho O'Donnell - HISTORIADOR. Clarín 27 de marzo de 2010.
Juana
Azurduy pasó los años de su infancia entre la ciudad de Chuquisaca y la finca
familiar en Toroca, su vecino de finca era el joven Manuel Ascencio Padilla,
con quien funde sentimientos amorosos y anhelos de cambio social.
La
tranquilidad de su vida campesina se trastocaría cuando el 25 de mayo de 1809,
cuando toman partido por la causa de la libertad americana llevando consigo a
sus cuatro pequeños. Juana organizó un batallón al que, como devastadora
amazona, comandó en varias acciones contra la dominación española.
Su
heroísmo y eficacia fue tal que Manuel Belgrano solicitó y obtuvo que el
Directorio porteño la distinguiera como teniente coronela del Ejército
Argentino. A su cabeza los godos habían puesto el mismo precio que a la de su
marido, diez mil pesos. "La destrucción de Padilla -comunica entonces el
general español García Camba- es de la mayor importancia para la pacificación
de los partidos o subdelegaciones de la provincia de Charcas y aun para la
inmediata de Santa Cruz de la Sierra."
Acosada
por las enardecidas fuerzas realistas Juana Azurduy se internó en el valle de
Segura buscando refugio. Allí sus cuatro hijos, a quienes su madre amaba entrañablemente,
debilitados por la fatiga, el frío y el hambre, contrajeron la fiebre palúdica
y todos murieron. El infortunio, la derrota y el agotamiento hicieron que los
rebeldes perdieran reflejos de prudencia que eran la única garantía de
supervivencia en esa guerra tan despiadada. Fue entonces cuando los esposos fueron
sorprendidos por una emboscada. Manuel, quien ya había emprendido el escape,
volvió grupas para defender a su esposa al verla en situación comprometida. Fue
entonces alcanzado por un trabucazo que lo derribó en tierra.
Regresada
a Chuquisaca, en la Bolivia ya separada de nuestro territorio, a los 82 años,
en medio de la más absoluta pobreza y soledad, Juana Azurduy pasó sus últimos
instantes. Murió un 25 de Mayo y cuando se reclamaron honras fúnebres se
respondió que nada se haría, pues estaban todos ocupados en la conmemoración
de la fecha patria. Fue sepultada en una fosa común "en el panteón general
de esta ciudad en fábrica de un peso", como dice la partida de defunción.
Reivindicar
a Azurduy es hacer justicia con los caudillos altoperuanos que jugaron un papel
importante en nuestras guerras de independencia; también homenajear a las
mujeres que se comprometieron en la lucha a la par de los hombres con lanza y
sable, cuestionando el rol que nuestra machista oficial les ha reservado como
donadoras de alhajas o costureras de banderas.
Los
argentinos no sabemos quién fue Álvarez Thomas, o el Sr. Billinghurst, o Juana
Manso, o Tomás Guido. Son calles, simplemente. O estaciones del ferrocarril. La
Nación 24/06/14. Por Rolando Hanglin.
No podemos
ignorar, claro, que Cristóbal Colón descubrió América. O se topó con ella, por
error. Nunca supo que se trataba de un nuevo continente: más bien un grupo de
islas vecinas de Cipango y Catay, o sea China y Japón. Enviado por los reyes de
España, al mando de tres carabelas llamadas la Pinta, la Niña y la Santa María,
desembarcó el 12 de octubre de 1492 en la isla de Santo Domingo, hoy repartida
entre Haití y la República Dominicana. Los españoles siempre creyeron
encontrarse en las Indias, que se suponían ubicadas al Oriente de España, y no
al Occidente, cruzando el Atlántico.
En fin, ya
sabemos que el gran navegante (tal vez judío portugués, tal vez genovés) se
llamaba en realidad Cristóforo Colombo. Perdura como un emblema de Italia y su
impronta histórica. Italia es nuestra segunda madre patria, por la abrumadora
cantidad de inmigrantes italianos que poblaron nuestra tierra y dieron forma a
nuestra cultura. Fueron italianos Manuel Belgrano, Juan José Castelli, el
coronel Nicolás Levalle (prohombre de la Campaña del Desierto, nacido en
Liguria) Carlos Pellegrini, Arturo Humberto Illia, Arturo Frondizi, Ernesto
Sabato, Juan Manuel Fangio, Nicolino Locche, Alfredo Di Stéfano y una variedad
impresionante de personajes nacionales. Más que nacionales: folklóricos. Por
ejemplo, el celebrado narrador de temas criollos don Luis Landriscina, y sería
redundante mencionar a Soledad Pastorutti, Darío Grandinetti o Guillermo
Francella. Es obvio que la mitad de los argentinos portan apellido italiano.
Todo el
enorme aporte de Italia a la República Argentina está sintetizado en la persona
de Cristóbal Colón. Que figura también en la raíz de todos los países del
continente, desde los Estados Unidos (donde hay un Estado que se llama
Columbia) hasta la propia nación colombiana con capital en Bogotá. Pero de
todas las naciones americanas, incluso por encima de USA, Brasil y Uruguay, la
nuestra se lleva la palma de la "italianidad", por cantidad y calidad
de inmigrantes.
¿A qué
viene, entonces, la imagen del Gran Almirante derribado, remendado y tal vez
confinado a un punto secundario de esta capital, cuando antes vigilaba la Casa
Rosada? Parece ser que existe la idea de sustituir ese monumento por otro, consagrado
a Juana Azurduy. ¿Quién era ella?
Juana
Azurduy de Padilla fue una patriota nacida en Chuquisaca (hoy Bolivia) el 8 de
marzo de 1781. En aquel entonces, Chuquisaca (antes conocida como La Plata,
ahora Sucre) era una importante sede administrativa y arzobispal del
Virreinato. Albergaba a la Audiencia de Charcas. Tenía, pues, sus propios
tribunales, su Universidad y allí cerca, en Potosí, las valiosas minas.
Conviene aclarar que en el Virreinato había sólo dos universidades: Chuquisaca
y Córdoba. Las ideas liberales germinaron primeramente en Chuquisaca, donde
estudiaron célebres doctores revolucionarios como Bernardo de Monteagudo,
Mariano Moreno, Juan José Paso, Tomás de Anchorena, José Ignacio Gorriti, José
Darregueira, Pedro José de Agrelo y otros. "El descontento popular
descendió de las clases altas y fue a las multitudes por boca de los
agitadores, que eran unos cuantos doctores y jóvenes estudiantes de buena
familia y comerciantes de crédito", dice el Diccionario Histórico Argentino
de Piccirilli, Romay y Gianello. Entre 1808 y 1809 se desarrolló una fuerte
movida "carlotista", es decir, partidaria de la princesa Carlota
Joaquina de Borbón y Braganza, casada con el Emperador del Brasil, que había
manifestado en agosto de 1808 sus derechos a la corona española mientras el Rey
Fernando VII y su padre, don Carlos IV, estuvieran cautivos de Napoleón. Las
autoridades reprimieron estas inquietudes. Que precedieron en un año a nuestro
25 de mayo. Buenos Aires no tenía entonces, ni por las tapas, la distinción y
riqueza de Chuquisaca: sólo era una ciudad puerto sin un puerto verdadero,
inferior a Montevideo y destinada a funcionar como eje del movimiento
revolucionario, tal vez precisamente porque pertenecía a la periferia del
imperio español.
La señora
Petrona Azurduy, de origen vasco, quiso que su hija Juana fuese monja, y la
internó en un convento. Pero la chica resultó inadecuada para la vida
conventual. La propia madre la retiró al poco tiempo. Juana se casó en 1805 con
Manuel Asencio Padilla, nacido en Chayanta, actual Bolivia, militar de carrera.
Tuvieron seis hijos. Tanto uno como otro pertenecían a la élite altoperuana,
según se deduce de las carreras que sus padres habían elegido para ellos.
Padilla se enroló en la causa de la Revolución de Mayo (era nacido en 1773, de
manera que en Mayo había cumplido los 27 años) participando de los combates de
Tucumán y Salta. Derrotado con el Ejército de Belgrano en Vilcapugio y Ayohuma,
Padilla pasó a encabezar una guerra de guerrillas, con un batallón de indígenas,
y después de una larga sucesión de victorias y derrotas fue aprisionado el 16
de septiembre de 1816, en el encuentro de la Laguna, departamento de Villar.
Ese día,
Juana Azurduy es herida y su marido Padilla, al verla en peligro de muerte,
vuelve a rescatarla. Ella queda libre pero él resulta capturado. El coronel
español Javier Aguilera, esa misma tarde, lo ejecuta de un pistoletazo y le
corta la cabeza para exhibirla en una pica. Como escarmiento.
La mujer de
Padilla, doña Juana Azurduy, fue compañera de guerra de su esposo, caso
excepcional en aquellos tiempos. Las familias de distinción no educaban a sus
hijas más que en tocar el piano, coser, bordar, las primeras letras y el
catecismo. Curiosamente, se la confunde con una heroína indígena, cuando en
realidad fue una señora de gran clase, como Mariquita Sánchez de Thompson, de
ideas avanzadas para su tiempo y, en el caso de Juana, un insólito coraje
combativo. Resultó herida varias veces, encabezó tropas, perdió hijos y marido,
y se desempeñó como brillante lugarteniente de Manuel Asencio Padilla. Fue
recomendada por Manuel Belgrano y Martín Güemes. Se le otorgó el grado de
teniente coronel, con uso de uniforme, por cuenta del director supremo de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, el 13 de agosto de 1816. Decreto firmado
por don Juan Martín de Pueyrredón. Juana vivió muchos años en Salta y luego
regresó a Chuquisaca, en 1825. Allí murió el 25 de mayo de 1862, asistida por
su hija Luisa.
No existe
ninguna oposición entre Juana Padilla y Cristóbal Colón. En
realidad... si Cristóbal Colón no hubiera llegado a América, no habrían existido
ni Juana Azurduy ni Mariano Moreno, Saavedra, Belgrano, San Martín, Rosas,
Urquiza, Roca, Mitre o Yrigoyen. Ni tampoco los estancieros del grupo de
Anchorena o Alzaga Unzué, ni los escritores angloargentinos como Guillermo
Enrique Hudson, Rodolfo J. Walsh o Eduardo Wilde. Ni Borges, ni Sabato, ni
Falú. Más aún: si
no hubieran llegado los españoles a tierra americana, los araucanos no habría
cruzado los Andes para cazar ganado cimarrón en las pampas. Pues aquellos
inmensos rebaños que engordaban sin dueño en la llanura...se los había olvidado
don Pedro de Mendoza. En, fin, son especulaciones contrafácticas. Todos
descendemos del almirante Colón. Un respeto.
Ascenso póstumo en el grado de Mariscal de la República
Por Central Redacción - Los Tiempos - 18/12/2009
El Honorable Senado Nacional en sesión ordinaria aprobó la Resolución Camaral Nº 065/2009 que aprueba el ascenso póstumo en el grado de Mariscal de la República a doña Juana Azurduy de Padilla declarándola “Libertadora de Bolivia” el pasado 23 de noviembre. La declaración que fue realizada por las acciones de patriotismo demostradas en bien de la Independencia de Bolivia.
La resolución fue firmada por el presidente del Senado Nacional, Óscar Ortiz; el primer Secretario de la Cámara de Senadores, Orlando Careaga; el segundo Secretario, Santos Javier Tito Véliz, y el oficial Mayor, José Luis Orihuela.
Juana Azurduy Bermudes nació 12 de julio en 1780. Fue hija de don Matías Azurduy y doña Eulalia Bermudes. Se casó con el general Manuel Ascencio Padilla. Luchó con gran coraje en la guerra de la independencia de Bolivia. Al morir su esposo, asumió el mando de la guerrilla con el grado de Teniente Coronela. En 1806 nace su primer hijo, varón, a quien ponen el mismo nombre del padre: Manuel. Rápidamente nacerán Mariano y a continuación las dos niñas: Juliana y Mercedes.
En una carta fechada en 1830 Azurduy escribe desde el chaco argentino: “A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el grado de Teniente Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de las provincias de Charcas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de V. H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución.(...) Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; mas el cielo que señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible espada de V. E. quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una numerosa familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que mis lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran confianza para presentar a V. E. la funesta lámina de mis desgracias, para que teniéndolas en consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido el sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme".
Azurduy pasó varios años en Salta solicitando al Gobierno boliviano, ya independiente, sus bienes confiscados. El Mariscal Antonio José de Sucre le otorgó una pensión, que le fue quitada en 1857 en el Gobierno de José María Linares. La historia cuenta que murió indigente el 25 de mayo de 1862 cuando estaba por cumplir 82 años y fue enterrada en una fosa común.
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