El adiós al Papa
Clarín. 27/04/25. Por Nicolás Wiñazki.

Cuando
Cristina Kirchner visitó por primera vez al Papa Francisco en el Vaticano, un acontecimiento político de impacto nacional, le llevó como regalo
unos zapatos usados. Eran del propio Bergoglio. Una familia amiga del dirigente Julio Alak, que también tenía una amistad con Bergoglio, le avisó al Gobierno que el nuevo Pontífice había olvidado ese calzado en su casa. Ella se los llevó a Roma como si fueran una novedad. Un obsequio extraño que Francisco agradeció con diplomacia clerical en la intimidad. Ese encuentro duró dos horas y media. Cristina lloró, el Papa le habló de la necesidad de "unir a la Patria Grande", del conflicto por las Islas Malvinas y de su marido fallecido, Néstor Kirchner. Fue una reconciliación. Los K habían designado a Bergoglio, en sus épocas de cardenal de Buenos Aires, como
el "jefe de la oposición". El prelado enloquecía a la Casa Rosada dejando trascender que recibía en la catedral a la dirigencia de todos los partidos. Además, en un Tedeum del 25 de mayo del 2004, le había dedicado al matrimonio K una homilía crítica de la corrupción.
Más: Bergoglio les "ganó" una elección que fue crucial para el proyecto de los Kirchner. Fue él quien convenció al obispo emérito de Puerto Iguazú, Joaquín Piña, para que liderara una coalición de dirigentes opositores al gobernador de Misiones, Carlos Rovira, aliado de la Casa Rosada, que buscó reformar la Constitución para obtener la reelección indefinida. El mandatario peronista perdió con la lista de unidad ideada por Bergoglio y se terminaron así los diversos planes de "re-re" de otros gobernadores del PJ. Las relaciones con los Kirchner se habían roto, también, cuando el entonces vicario castrense, monseñor Baseotto, amenazó al ministro de Salud, Ginés González García, con "tirarlo al mar" por sus programas de prevención de enfermedades sexuales. La Casa Rosada emitió un decreto para removerlo del cargo. Bergoglio resistió.
Cuando fue elegido Papa, Cristina enfureció. Pero con el paso del tiempo prefirió capitular sin explicitarlo. Se rindió ante alguien mucho más poderoso que ella. Francisco aceptó la tregua. El detalle de los zapatos gastados es una historia mínima que describe el gran acontecimiento político que supuso para el entonces oficialismo que su "enemigo" llegara a la cúspide se la Santa Sede. El Papa, ya en su cargo máximo, victorioso, perdonó a los K y tejió alianzas con ellos para ampliar su poder en el país. Era un animal político, según lo describieron amigos siendo respetuosos de su liderazgo de Fe. Se definía como un "hombre de gobierno".
Con el ex presidente Mauricio Macri la relación también fue tormentosa. Siendo Arzobispo de Buenos Aires nunca le perdonó del todo que la Jefatura Porteña no impidiera, con una acción jurídica, que se realizara, justo en su ciudad, la primera unión civil entre dos hombres. Macri nunca se entendió del todo con Bergoglio, ni viceversa, más allá de la cordialidad de su vínculo institucional y de la amistad que monseñor tenía con varios dirigentes del PRO. Macri sintió el frío y la información fina que manejaba Francisco varias veces. En medio de una reunión entre ambos, el Papa fue directo: "Hay dos ministros de su Gabinete que no me gustan". Macri había viajado en compañía de su principal asesor, Marcos Peña. La charla había tratado una agenda vinculada a otros temas. Pero al ex presidente aquella crítica le quedó astillada en su cabeza. Tanto es así, que en una escala en el viaje de vuelta a Buenos Aires no aguantó la intriga y llamó desde un aeropuerto al Sumo Pontífice: "Francisco, acá estoy, con Marcos, volviendo al país. La verdad, nos quedamos pensando en aquello que dijo de los ministros que no le gustaban...". Francisco respondió con una frase lapidaria: "¡Ah! Noto que ya ha descubierto a uno de los dos", soltó, en obvia referencia a Peña. El ex presidente se sorprendió. El otro funcionario de Macri que Bergoglio no toleraba era el consultor y catedrático de la comunicación, Jaime Durán Barba, que en los hechos no tenía cargo, pero que era clave para la gestión. El mandatario argentino padeció más intrigas en la Santa Sede. Bergoglio, desde sus épocas de obispo, mantuvo relaciones de mucha confianza con notorios dirigentes del PRO como el ex senador Esteban Bullrich, o con la ex vice Gabriela Michetti. Pero el vínculo con el propio Macri era innegablemente menos cálido.
El 27 de febrero del 2016, Macri fue retratado por un fotógrafo oficial del Vaticano junto al Papa. Parecían dos personas en espejo contrarios de gestos. El Presidente sonreía. Bergoglio no ocultaba su fastidio. Macri nunca le encontró una explicación a lo que había pasado. Clarín, en base a fuentes inobjetables, supo que el ex presidente respondía “no sé”, cuando le preguntaban qué había pasado aquel día, y agregaba: "La reunión que tuvimos había sido muy buena. Y después él salió y tenía ese gesto complicado".
Francisco, a la vez, dijo frente a testigos que hablaron con Clarín: "Mauricio es un hombre de pocas palabras. En la reunión yo le hablé de varios temas y él respondía cortito y se callaba. Y así fue hasta que le dije: '¿Tenés algo más?' Me dijo que no y listo, terminamos. Todo habrá durado veinte minutos".
Él solía ser ambiguo cuando le preguntaban si era peronista. En una entrevista con Jorge Fontevecchia, en Perfil, Bergoglio contó que provenía de una familia "gorila", pero que después se "me licuó ese antiperonismo". Como sacerdote, fue confesor de una hermana de Eva Perón. Y siempre remarcaba que a la Iglesia lo atrajo del líder del PJ su doctrina social de la Iglesia. Para él, el peronismo era un "movimiento popular" y sumaba que lo más interesante fueron sus políticas de justicia social. En San Pedro, antes de salir a saludar a sus fieles, le susurraba pícaro a alguno de sus ayudantes. “Voy a salir a ‘peronchear”, aludiendo sin dudas a Perón en tono de broma.
Bergoglio se autodescribía como "hombre de gobierno". Desde que fue arzobispo de Buenos Aires, y después en el Vaticano, mantuvo muy buena relación con la dirigencia de la CGT. Solía convocar a secretarios generales de los gremios a reuniones en la Santa Sede. Hiperinformado, en un almuerzo con jefes del gremialismo argentino sorprendió al ex secretario general de los peones de taxis, Omar Viviani. En medio de un almuerzo con ese grupo sindical. de golpe hizo silenció, miró a Viviani y preguntó: "Omar, ¿gastaste mucho dinero, no?". Su interlocutor no entendió la pregunta. Lo hizo cuando Bergoglio, con sarcasmo, detalló: "Claro, gastaste plata en la campaña para que Sandri (Leonardo, ex hombre fuerte del Vaticano) sea elegido Papa. Pero gané yo". Hubo risas. No muchas.
El Papa tuvo un gran amigo que aún hoy es un dirigente de mucho poder en el PJ. Se trata de Juan Manuel Olmos, Auditor General de la Nación, y operador del partido en diversos ámbitos, muy influyente en la Justicia. Había casado a los padres de Olmos, lo había bautizado siendo bebé a él, con el paso de los años también lo casó con su pareja y bautizó más adelante a sus hijos. Olmos era un interlocutor privilegiado del Papa. Y era de los pocos que se animaba a hacerle bromas: durante la primera visita de Cristina Kirchner a Roma, Olmos y el ex secretario de Culto de las tres gestiones K, Guillermo Oliveri, también de su total confianza, fueron invitados a otro encuentro, en el que estaban presentes alrededor de unos cincuenta obispos. Oliveri le entregó en ese momento una remera de San Lorenzo que le había enviado Marcelo Tinelli. El salón donde todo había ocurrido estaba lleno cuando Olmos "chicaneó" a su viejo amigo: "¿Cantamos la marchita, Francisco?". Y el Papa sonrió: "Nooo, acá no".
Para Francisco, los gremios cumplían un rol esencial en la sociedad. Pero a la vez creía que los "descartados", como llamaba él a quienes habían perdido el trabajo, debían ser contenidos y organizados por los movimientos sociales. Fue por eso que le dio tanto apoyo a Juan Grabois o a los jefes del Movimiento Evita, como Emilio Pérsico y Fernando Navarro.
Ya en la Santa Sede, el Papa recibía también a miembros del Poder Judicial. Era amigo de Eugenio Zaffaroni y le dio espacio a un grupo de funcionarios judiciales de la agrupación K Justicia Legítima para que expongan en disertaciones en Roma. Al mismo tiempo, tenía vínculos con jueces más "ortodoxos".
El Papa, eso sí, nunca les perdonó a los Kirchner que intentaran vincularlo con la dictadura militar: "Me quisieron cortar la cabeza", les contó en 2023 a obispos de Hungría. Era amigo del fallecido Claudio Bonadio. El magistrado solía visitarlo en el Vaticano. Pero nunca lo contaba para que trascendiera en los medios.
Con Javier Milei la historia es más conocida y corta. El Presidente había destratado al Papa durante la campaña. Pero esta semana él mismo admitió que le había pedido perdón, a lo que Francisco le respondió: "Son errores de juventud". Hábil declarante.
El Papa decía que no le prestaba atención a la prensa argentina. No fue así. Leía todos los diarios nacionales. Era un rito que iniciaba a las 4:30 de la madrugada. Y terminaba cuando leía todos los diarios.
En un mundo dominado por la ostentación y el juicio, el Pontífice ofreció una lección de compasión y cercanía. The Washington Post. 23/04/25.
WASHINGTON.- No hace falta ser católico, cristiano o ni siquiera remotamente religioso para captar la profundidad de la humildad y la bondad simbolizada en el lavado de pies de otra persona. Es un gesto de extraordinaria intimidad entre un adulto y otro, y un gesto que obliga a una postura corporal que si no es de subordinación, al menos es de empatía y generosidad. Tanto en lo real como en lo metafórico, para hacer ese gesto los que están más arriba deben ser los que más se inclinan. Así que las imágenes del canoso papa Francisco arrodillado frente a una hilera de presos y migrantes para lavarles y besarles amorosamente los pies será una de las imágenes del pontífice que perdure.
En tiempos en que los líderes del mundo tienden a jactarse del tremendo poder que tienen mientras buscan la forma de acumular aún más, el fallecido líder de la Iglesia Católica, con sus 1400 millones de fieles en todo el mundo, desechó la idea de que de alguna manera era mejor, más sabio o más merecedor que cualquiera de sus prójimos. Su disposición a arrodillarse ante el menos merecedor de nosotros es una lección de lo que verdaderamente implica ser grande. Francisco les brindó a esos individuos un respeto sin calificativos, que no se ganaron por sus palabras o sus acciones, sino simplemente por ser seres humanos: con eso alcanzaba.
Dejemos de lado las sencillas vestiduras clericales de Francisco, las Sagradas Escrituras, la complejidad de la historia, y lo que queda es una forma de cuidado y de ternura poco común, pero que no tiene por qué serlo.
Ahora los recuerdos y los elogios empiezan a fluir, y la gente destaca su humildad, su facilidad para la comunicación, su sonrisa fácil, su capacidad para bromear con niños y estadistas por igual. En otras palabras, la gente admiraba que Francisco se negara a que su posición privilegiada lo aislara del bien común. La gente se maravillaba de su capacidad para tratar a todos con imparcialidad, en vez de petulancia o falta de paciencia. Les gustaba que no estuviera visiblemente enamorado de los tesoros y botines del Vaticano. Francisco parecía entender que por muchas capas de oro que blindaran a la Iglesia Católica, ninguna de ellas podía tapar sus fracasos. Solo un líder dispuesto a salir y hacer su trabajo —con torpeza, imperfección y franqueza— podía impulsar el cambio.
Estos no son los rasgos típicos de los políticos, líderes industriales ni hombres y mujeres que se han hecho a sí mismos. A la mayoría no se los conoce precisamente por reconocer sus errores: evitan disculparse por sus debilidades y malas acciones, y manejan, desvían y racionalizan creencias falsas, y gran parte del mundo los admira por ser duros, decididos o simplemente ricos. Y Francisco quedó prácticamente solo en el centro de la atención mundial por su extraordinaria hazaña de seguir siendo compasivo y humilde, contra viento y marea.
Francisco no transformó la doctrina de la Iglesia. Su apertura mental se evidenció sobre todo en su disposición a escuchar y participar. Que esto fuera bueno o malo para el catolicismo depende de cómo quieran que sea la religión que es un principio rector de sus vidas. ¿Es un conjunto de reglas que uno sigue o rompe, y por lo tanto es bueno o malo, pecador o no? ¿O la religión es una comprensión fundamental de que cada persona tiene un valor intrínseco y que la clave de esta vida es maximizar ese valor al máximo?
Francisco dejó bien claro que era un hombre y no un dios. Era imperfecto, y sus defectos y su disposición a admitirlos eran su fortaleza. ¿Quién era él para juzgar? Se preguntó al reflexionar sobre la relación entre la Iglesia y quienes se identificaban como parte de la comunidad LGBTQ+.
“Si aceptan al Señor y tienen buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar?”, dijo en 2013. “No deberían ser marginados”. Pronunció estas palabras ante un grupo de periodistas casi encogiéndose de hombros, como si fuera algo obvio. Y ahora, en 2025, cuando quienes se diferencian de alguna norma predeterminada —pero especialmente quienes son transgénero— son insultados o violentados, aquel comentario despreocupado de Francisco resuena como una compasión vigorizante. Usó su púlpito para tenderle una mano al prójimo, y la mayoría de los poderosos no aprendieron de su ejemplo. Hoy, en 2025, muchos de ellos, que son escuchados y reproducidos en todo el mundo, parecen incapaces de resistirse a usar su poder para juzgar, para culpar, para señalar con el dedo y a expulsar a los otros. En su mensaje de Pascua, su última declaración pública, Francisco señaló: “No puede haber paz sin libertad religiosa, sin libertad de pensamiento y de expresión, y sin respeto por las opiniones ajenas”.
En los últimos días, su fragilidad era evidente, completamente humana a pesar de toda la seguridad y el ceremonial que lo rodeaban. Era un hombre mayor, que había estado a punto de morir durante una larga internación por problemas respiratorios, que convalecía en su casa y lo daba todo no solo por mantenerse con vida, sino por estar presente. A principios de abril, apareció vestido de civil, saludando a los visitantes en la Basílica de San Pedro: un anciano en silla de ruedas arropado en una manta rayada, y una cánula de oxígeno para ayudarse a respirar.
Sus médicos le habían recomendado reposo. Pero él estaba en el mundo, un lugar donde miles de millones de personas escuchaban lo que tenía que decir y observaban su forma de vivir y de luchar. Muchas de esas personas eran fieles católicos, solemnes creyentes que acudían a él en busca de consuelo, de guía, o de algo que está casi más allá de las palabras. Pero muchos otros lo veían simplemente como un hombre cuyo respeto por la vida no se basaba en la presunción de inocencia, sino en la fe en la redención. En un mundo violento, con tantas armas de metal, de plástico, de productos químicos, Francisco se esforzó con todas sus fuerzas por evitar que la religión moderna se usara como una lanza, especialmente cuando era apuntada contra los débiles.
“Los cristianos saben muy bien que solo afirmando la infinita dignidad de todos alcanzamos la madurez de nuestra propia identidad como personas y como comunidades. El amor cristiano no es una expansión concéntrica de intereses que poco a poco se extienden a otras personas y grupos”, escribió Francisco en su carta de febrero a los obispos de Estados Unidos. “El verdadero ordo amoris que debe promoverse es el que descubrimos meditando constantemente la parábola del ‘Buen Samaritano’... es decir, meditando en el amor que construye una fraternidad abierta a todos, sin excepción”.
“Pero dejar al margen esas consideraciones y preocuparse por la identidad personal, comunitaria o de nacionalidad de las personas, introduce fácilmente un criterio ideológico que distorsiona la vida social e impone la voluntad del más fuerte como criterio de verdad”.
Incluso desde en la cima de la jerarquía eclesiástica, Francisco rechazó la idea de que quienes están en la cúspide merezcan ir por ahí haciéndose los fanfarrones. Por el contrario, para Francisco son precisamente ellos quienes deberían consolar a los que tienen los pies cansados y apenas logran sostenerse.
Jorge Bergoglio se la envió al fiscal Luciani, autor del alegato en la causa por la que fue condenada la ex presidente. Fue luego de que éste le enviara otra en la que le decía que así se desprendía de declaraciones suyas. Luego lo recibió en el Vaticano. Clarín 09/06/25. Por Sergio Rubin.
Entre las críticas que se le hicieron al Papa Francisco por su condescendencia con Cristina Kirchner se cuenta el haber considerado que la ex presidenta es víctima del lawfare, es decir, de un armado judicial para perjudicarla políticamente. Unas declaraciones que Jorge Bergoglio realizó en marzo de 2023, durante una entrevista que le concedió al periodista Gustavo Sylvestre para el canal de noticias C5N con motivo del décimo aniversario de su pontificado, parecieron confirmarlo.
Sin embargo, acaba de trascender una carta que Francisco le envió al poco tiempo al fiscal Diego Luciani -protagonista del encendido alegato en la causa Vialidad por la que fue condenada la ex presidenta-, en la que niega tener esa posición. No obstante, admite que en la entrevista “aparece clara la insistencia reiterativa del locutor relacionando el lawfare con la situación judicial de la señora y al cerrar de ese modo el capítulo da la impresión de que yo estuviera de acuerdo”.
Lo central de la carta -que fue en respuesta a una de Luciani en la que defendía la tramitación de la causa tras haber escuchado la entrevista- y las circunstancias que la rodearon fueron reveladas por el periodista Nelson Castro en su programa en Radio Rivadavia. Clarín accedió a la misiva en la que Francisco le dice al fiscal: “Le confieso que me asusté porque no tenía conciencia de haber aplicado el calificativo ‘lawfare’ a la situación de la señora vicepresidenta”.
“Recuerdo que lo hice respecto de la situación judicial del presidente Lula da Silva, debido a que había recibido por dos veces a la comisión de abogados que se ocupaba de su liberación presidida por el ex canciller (brasileño Celso) Amorín”, señala el Papa. Y añade: “Esa comisión me explicó las irregularidades procesales que constituirían un verdadero lawfare, pero no recordaba haber dicho algo similar en el caso de la señora Fernández de Kirchner”. Por lo tanto, Francisco le dice que “ante la duda volví a ver el registro del programa” y le señala que “allí aparece clara la insistencia reiterativa del locutor relacionando el lawfare con la situación judicial de la señora y al cerrar de eso modo el capítulo da la impresión de que yo estuviera de acuerdo”. Al final, le agradece la carta que le posibilita hacer la aclaración: “Le agradezco nuevamente su cercanía que me permite evitar un error. ¡Gracias!”.
En la entrevista, el periodista le manifiesta que hay casos de lawfare que -dice- tienen como víctimas a “Lula, Correa, Evo y la actual vicepresidenta en Argentina”, y Francisco coincide en cuando a su existencia como operación política, judicial y mediática para que una persona no llegue a un cargo mediante la descalificación y sembrando la sospecha de que cometió un delito, pero menciona sólo un caso: “Así fue condenado Lula y lo metieron en la cárcel”.
El antecedente en plena campaña. No obstante, la propia Cristina no dejó pasar la oportunidad de vincular cada mención que durante su pontificado hizo Francisco del lawfare con su situación judicial. Por caso, mucho antes de la entrevista del Papa con el periodista de C5N, en medio de la campaña electoral del 2019 la ex vicepresidenta había difundido un video de Francisco en el que expresa su preocupación por la intervención judicial en la política. A través de un posteo en sus redes sociales, la ex presidenta y entonces candidata a vice de Alberto Fernández publicó un fragmento del discurso del Sumo Pontífice: "Imprescindible documento de Francisco sobre democracia nominal y el rol del Poder Judicial". A continuación, Cristina difundió un video: "Imperdibles 59 segundos de Francisco hablando de la manipulación del Poder Judicial con fines de persecución política a opositores".
El video en cuestión mostraba la participación del Papa en la jornada de cierre del congreso de dos días sobre "Derechos Sociales y doctrina franciscana" organizado por la Academia de Ciencias del Vaticano, del que participaron más de 20 jueces argentinos. Allí Francisco había asegurado que "no hay democracia con hambre, ni desarrollo con pobreza", y se mostró "preocupado" por el denominado "lawfare".
La carta del fiscal Luciani. En la carta que le envió al sumo pontífice y que generó la respuesta de Francisco, Luciani le exponía sus antecedes académicos y su carrera judicial y le señalaba que había tenido la gran oportunidad de ser invitado por la Academia Pontificia de Ciencias a participar como disertante en la cumbre de jueces y fiscales contra la trata de personas, que se realizó en el Vaticano en 2016. Y que “el escuchar su discurso me llenó de emoción (…) y me marcó para asumir mi vocación con valentía”.
“Quedan aún resonando las palabras ‘arriesgar el pellejo’, provocar ‘una buena onda que abrace a toda la sociedad de arriba a abajo’, ‘no dejarse atrapar por las telarañas de la corrupción”, le manifestaba y le contaba: “En mi despacho tengo enmarcado el documento que se elaboró en la cumbre y lo leo cada mañana al empezar mi jornada laboral”, tras lo cual defendió enfáticamente la sustanciación de la causa Vialidad.
“Junto a mi equipo de trabajo -indicó- hicimos un análisis exhaustivo de toda la documentación y la prueba recolectada, y durante el juicio oral y público, que duró más de tres años, pudimos comprobar, con suma tristeza, pero sin vacilar, que se había cometido el acto más grave de corrupción de la historia argentina: el desvío de recursos millonarios genuinos en beneficio de un particular: Lázaro Báez”.
En ese sentido, dijo que “en ese momento su mensaje motivador cobró un sentido especial y me ayudó para hacer frente al poder y para lograr que se condenara a los responsables de acciones tan viles. De hecho -puntualiza- cité varios pasajes de sus discursos en materia de corrupción a lo largo de mi alegato. Por ejemplo, me refería a ‘los peces gordos’ que quedan fuera de la ‘red’ de la justicia”.
Por otra parte, Luciani le cuenta que “el mismo periodista que lo entrevistó mancilló injustamente mi buen nombre y honor, y el de mi familia, para intentar desestabilizarme en la época de los alegatos. Nunca -destacó- tuvo el decoro de contactarse conmigo para informarse correctamente, como lo hace cualquier periodista serio”.
“Por eso, cuando lo escuché hablar de lawfare, sentí impotencia y desánimo, y la imperiosa necesidad de compartir con usted mi experiencia personal por simplemente hacer mi trabajo y cumplir con mi deber”, afirma. Y subraya: “En especial, quiero transmitirle la tranquilidad de que el lawfare no existió ni remotamente en esta causa.
Finalmente, el 19 de octubre de 2024 Francisco recibió a Luciani en una audiencia personal en el Palacio Apostólico en la que el fiscal le reiteró el impulso que fue para su tarea la cumbre de 2016 en el curso de una charla que describió como “muy amena y muy cálida” en la que “nos hizo chistes y nos regaló unos Rosarios”.
“Como muestra de mi agradecimiento le regalé un ejemplar de mi libro titulado ‘Corrupción: un atentado contra la democracia y los derechos humanos', ocasión en la que abrió grande los ojos y me dijo: ‘Yo estudio mucho el tema de la corrupción. Está en todo. Siga adelante con fuerza y valentía”.
Luciani le dijo a este cronista: “Fue un recuerdo que guardé en mi corazón, por eso no lo hice público hasta ahora”.
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