domingo, 15 de septiembre de 2019

Urquiza, gran traidor argentino




Justo José de Urquiza (1801-1870), el de la estatua ecuestre más prominente y elegante de Buenos Aires. Luce ahí altivo, casi sobrehumano. Pero son tan abrumadoras las miserias y contradicciones del general entrerriano recopiladas por diversos autores, que no puede explicarse como todavía puede ser homenajeado por la historia oficial y su provincia natal, de la que fue dueño y patrón. Queda demasiado tibio definirlo como "controvertido": fue empresario inescrupuloso, militar traidor de Caseros, entregador de Pavón y del federalismo y cogedor serial de alma mercenaria y corrupta ("tenía por la fortuna un amor inmoderado", dijo uno).  ¿Cuándo alcanzaremos en la Argentina un sinceramiento mínimo para acabar -al menos- con las mentiras más burdas y alcanzar un piso ético que nos convierta en gente digna? Dejémonos de joder. A las pruebas de gente que sabe mucho más que yo, me remito.

Si te interesa un cachito la historia argentina, empezá por los detalles y cortantes definiciones sobre J. J. Urquiza que hace el mismísimo Juan Domingo Perón al describir la época que protagonizó: si no fuera porque fue trágica y produjo tantas muertes se podría definir como desopilante. Ya recurrí a este impresionante texto en otra entrada pero resulta imprescindible agregarlo aquí para lograr un panorama completo de nuestro siniestro personaje. Después, si su curiosidad se mantiene, sigan con José María Rosa, José Pablo Feinmann, Pigna y los demás. Horanosaurus.

PD: antes que sacar la estatua de Julio Argentino Roca de Diagonal Sur como deseaba el historiador Osvaldo Bayer (al menos el tucumano forjó lo mucho o poco que tenemos de nación), yo voltearía la de Urquiza, la de Mitre y la de Carlos María de Alvear, para ir desodorizando Buenos Aires. 


Después de un encuentro social, en la primavera de 1967, Juan Domingo Perón invitó a su casa de Puerta de Hierro del exilio madrileño al periodista argentino Eugenio Rom. Eso era cuando aquí, en la Argentina, el dictador Onganía estaba sentado arriba de las urnas, mientras 'el General' era ignorado y traicionado políticamente por dirigentes ambiciosos de baja calaña y antes que el conductor se convirtiera en referente y dominara estratégicamente el futuro político argentino desde España. En sucesivas entrevistas le dió a Rom una lección abreviada de historia nacional que Rom grabó y tradujo añares después en "Así hablaba Juan Perón" (Peña Lillo Editor, 1980). Una síntesis que fue festejada en su momento por el mismísimo José María 'Pepe' Rosa. “La explicación del pasado argentino que Perón ha logrado sintetizar en estas pocas páginas, a mi me ha costado el esfuerzo de tener que hacer trece volúmenes de Historia Argentina”. Pavada de definición brindada por uno de los más prestigiosos historiadores nacionales, a su colaborador Daniel Di Giacinti. En “Perón según Eugenio Rom”, anterior entrada de este blog, encontrarán la visión del periodista sobre la faceta humana del General y su entorno. De algunos capítulos de ese libro están extraídos los párrafos que vienen:
  
(…) “Las noticias (del fin del bloqueo anglo-francés a Buenos Aires) llegan a Francia, justo a tiempo para alegrar los últimos días del general San Martín. Muere en 1850. En un inciso especial de su testamento, lega su sable de la Independencia "al general argentino Don Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que como argentino, he tenido al ver con cuanta altura ha sostenido el honor de la Patria". Está todo dicho.

Los preparativos bélicos del Brasil sufren una nueva demora. Estallan movimientos republicanos en el interior y se desata una ola de peste amarilla. Rosas, rompe relaciones con el Imperio y se prepara para la guerra. Reconstruye la escuadra y refuerza con todo el material y hombres que puede al Ejército de Operaciones al mando del general Urquiza. Como era de esperar, los argentinos (exiliados) de Mon­tevideo preparan un "plan de guerra" para ponerlo a disposición del Brasil. Pero el Imperio no se mueve. Hasta que no encuentre un aliado no piensa hacerlo. Si la guerra comenzara en esos momentos, nadie duda que el triunfo sería para la Argentina.

En eso estaban las cosas al comienzo del año 1851, cuando se produce el hecho más increíble de la historia argentina y uno de los acontecimientos más vergonzosos de la historia universal. El general en Jefe del Ejército de Operaciones argentino para la guerra contra el Brasil, Don Justo José de Urquiza, entra en tratativas con el enemigo, para pasarse a él, y arrastrar las tropas que el país ha puesto bajo su mando y responsabilidad. Así también, todos los pertrechos y armamentos a su disposición. Por supuesto que las negociaciones son lentas y "secretísimas". La posición de Urquiza, al mando del ejército más poderoso de esta parte de Sudamérica, en esos momentos, le da una carta de triunfo que sólo está dispuesto a entre­gar a muy alto precio. Sobre todo dinero. Mu­cho dinero. Y además la flota del Brasil, que es indispen­sable en este caso. Con la del almirante Brown no puede contar. El Almirante no "se vende".

La coordinación y el "manejo" de las tratativas, desde luego que está, como siempre, a car­go de los exiliados argentinos de Montevideo. Rosas, que ignora todo esto, declara formalmen­te la guerra al Brasil. Urquiza se pronuncia en marzo de ese mismo año contra Rosas. Ya ha "arreglado" con el Brasil. Acto seguido, entra en el Uruguay para atacar al ejército de Oribe que sitia Montevideo y permanece leal.

En cumplimiento de lo "pactado", las tropas de Brasil cruzan la frontera y entran también en el Uruguay. Las comanda el Marques de Caxias. No hay batallas. Oribe nada puede contra esas tropas. Entrega su ejército y se le permite retirarse. Otra cosa no podía hacer. Traicionado por Urquiza, el país queda desguarnecido.

Rosas ha perdido en dos meses, sus dos mejores ejércitos. Se dirige precipitadamente a Santos Lugares a organizar una fuerza en base a tropas reclutadas a último momento y sin ninguna experiencia, la mayoría de ellos. Pero, dice, "Buenos Aires no se entregará al extranjero sin luchar". Desoye el consejo de sus generales de internarse en el interior y esperar los refuerzos de los caudillos, que le son adictos en su totalidad.

Urquiza, con su ejército reforzado con las tropas tomadas a Oribe, con más las tropas del ejército brasileño, emprende el camino de Bue­nos Aires. Cuenta con casi 40.000 hombres. Antes de movilizarse ha exigido que se le de “todo el dinero prometido". Se le da la mayor parte, "el resto" al entrar en Buenos Aires. Quedan en el Uruguay 12.000 hombres del Brasil. Por las dudas. Ante la entrada de las tropas brasileñas al te­rritorio argentino, Rosas recibe numerosas adhe­siones. Entre ellas la de varios jefes unitarios, que se sienten "repugnados" por lo que está ocurriendo y vienen a ofrecer sus espadas para luchar contra el extranjero y contra los traidores. Rosas los acepta y les da mando de tropas.

La batalla se dio en Morón. Las fuerzas nacionales poco pudieron hacer contra un enemigo que las duplicaba en número y armamentos. La historia escolar la conoce como de “Caseros”, porque los brasileños exigieron que así se llamara, dado que a la División de ese país le tocó pelear en un sector conocido como “Palomar de Caseros”. En la historia de Brasil, se la llama “la revancha de Ituzaingó” y “fin de la guerra contra Argentina”. En todas las ciudades de ese país hay una calle o avenida que lleva su nombre. ¡Es lógico!  Lo realmente increíble, es que en Buenos Aires y varias ciudades del interior, también hay calles que se llaman así.

Bueno, Rosas renunció y se asiló en Ingla­terra. Urquiza se proclamó director provisorio de la Confederación. El día 20 de febrero de 1852, aniversario de la batalla de Ituzaingó, el ejérci­to brasilero entró en Buenos Aires, con charan­gas y banderas desplegadas a su frente. Se fusiló y degolló a tanta gente, que el río que cruza Palermo, dicen los testigos de la época, bajaba con sus aguas de color rojo.

Urquiza con la cabeza fría, aprovechando la euforia de sus partidarios con el triunfo, pidió más dinero al Brasil. Se lo dieron, pese a que ya habían empezado las discusiones y las desavenencias entre ellos. En esto estaban, cuando saltan a la luz los acuerdos secretos, y Brasil comunica que se queda en el Uruguay, con su ejército. Exige a ese país cuatro millones de pesos fuertes, como gastos de guerra y se incauta de los territorios orientales cedidos por Urquiza. Ante los hechos consumados, Inglaterra movilizó su diplomacia para tratar de recuperar las ventajas comerciales que había perdido dos años antes, en el fracaso del bloqueo al puerto. Por lo pronto, exigió la famosa "libre navegación" de los ríos interiores.


Instalado en Buenos Aires, Urquiza también moviliza su estrategia. Por lo pronto, le convenía mantener al elenco de gobernadores rosistas en las provincias del interior. Si se entregaba totalmente a los unitarios, estos a la larga, seguramente le "presentarían la cuenta" de sus muchos años al servicio de la Federación. Su "espada libertadora" había cortado mu­chas cabezas de unitarios y estos no lo habían olvidado. Así que comisionó a Bernardo de Irigoyen al interior, para invitar a las provin­cias a una reunión conjunta y allí fijar la conduc­ta a seguir.

La provincia de Buenos Aires fue convocada a "elecciones". Por supuesto que con lista única. Ganan los unitarios. Eligen Gobernador, por pedido de Urquiza, al viejo don Vicente López y Planes. Presidente del Tribunal de Justicia de Rosas.

Los caudillos del interior  se reúnen en San Nicolás de los Arroyos y firman, precipitada­mente un "acuerdo". Se designa a Urquiza Director de la República Argentina y se llama también a un Congreso Constituyente.

La recientemente implantada Legislatura de Buenos Aires rechazó el acuerdo y el viejo López  debió renunciar. Mus disgustado Urquiza, intervino la provincia y resolvió "asumir el gobierno de la provincia”. Días más tarde, le devuelve el gobierno al autor de las "Odas Patrióticas". Duró poco, lo hacen  renunciar de nuevo los unitarios. Resultado, Urquiza volvió a "asumir". En fin, un cuento de nunca acabar. Y lo peor es que más o menos así va a seguir la cosa por bastante tiempo.

Mientras, en el resto del país, los gobernadores enviaban a sus diputados por cada estado para la Asamblea Constituyente a celebrarse en Santa Fe, Urquiza se traslada a esa Provincia para la inauguración. Claro, en un barco de la flota británica. Los barcos ingleses están aquí para exigir la libre navegación de los ríos. Después de esto, demás está decir que la obtienen.

Ahora, los unitarios porteños aprovechan la ausencia de Urquiza para hacer una revolución. Retiran sus diputados al Congre­so de Santa Fe y separan el Estado de Buenos Aires de la Confederación. Inmediatamente comienzan los preparativos para una guerra, esta vez contra Urquiza. Pero cuando están en eso se les subleva el Coman­dante de Luján, coronel Lagos, que fuera rosista y en esos momentos estaba con Urquiza. Lagos levantó las tropas de la campaña de la provincia y exigió el retiro del gobierno unitario. Acto seguido, puso sitio a la ciudad del puerto.

A los pocos días, la flota confederada capturó a la del Estado de Buenos Aires y apoyó el sitio con el bloqueo del puerto.  En medio de esta confusión, a Urquiza no se le ocurrió mejor idea que la de iniciar tratativas para proponer separar Entre Ríos y Corrientes del resto del país y proclamar la República de la Mesopotamia. Inglaterra se lo prohibió. No tuvo más remedio que presentarse en Buenos Aires en el carácter de "mediador de paz". Los unitarios no lo recibieron. Se reiniciaron las hostilidades. Urquiza tomó el mando de los ejércitos sitiadores.

En esos momentos y en medio de ese ambiente, llegó la noticia de que en Santa Fe se acababa de votar la Constitución Nacional. Es el año 1853. La Constitución fue "promulgada" por Urquiza desde su cuartel de San José de Flores. Ahora, los unitarios porteños consiguen levantar el bloqueo del puerto por parte de la flota de la Confederación. ¿El sistema? El de siempre: sobornar al jefe, Comodoro Coe, con 20.000 onzas de oro.  Este cobra, entrega toda la escuadra en el puerto y se marcha a los Estados Unidos de Norteamérica. No regresa nunca más. El "maestro" tiene buenos discípulos. El mal ejemplo cunde.

El dinero del puerto comienza a correr a manos llenas entre las filas de los sitiadores. Poco a poco, corrompe a todos los jefes. Los oficiales "confederados" abandonan las filas y concurren a cobrar "su parte". Urquiza se pone nervioso y pierde todo disimulo. Anuncia que lo mejor es que este asunto lo resuelva el representante de la flota británica, todavía surta en el Río de la Plata. Una actitud realmente poco "soberana". Acto seguido, recurre al Brasil y le dirige idéntico pedido al ministro del Imperio en Buenos Aires. Otra. Y, como final, triste final, se coloca en la cola de los que reciben dinero de los unitarios “para retirarse". Solo que en su caso la suma es mucho más grande, y se recibe como "indemnización" dos millones. El mejor "negocio" lo hizo Coe.

El bueno de Lagos, que está de buena fe en todo esto, sólo pide una amnistía general para todas las tropas. Se la dan, por supuesto. A quien le importaba eso! Concluido este "asunto", las tropas se retiran y el Director de la República Argentina lo hace en compañía del representante inglés. Marcha a la cabeza de una caravana de mulas como trans­porte del dinero. Se embarca en la escuadra británica, se retira a Santa Fe. Bueno, tiene que ir allí, pues se acaban de ini­ciar los festejos "nacionales" con motivo de la proclamación de la Constitución. Allí reinaba un ambiente de "culto optimis­mo". En realidad, no tuvieron demasiado trabajo. Prácticamente las comisiones se limitaron a copiar el texto de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica. Lo hicieron con tan poco disimulo que, en algunos casos, aparecían palabras en inglés. En otros, la traducción literal era tan confusa al no existir sinónimos que resultaba difícilmente comprensible. Bueno, hubo que pasarla en limpio después de promulgada. Y ya está, los festejos no podían detenerse. El “estado de Buenos Aires” la rechazó. Sus portadores llegaron a la ciudad pero fueron amenazados con ahorcarlos. Se retiraron pricipitadamente. No era para menos. Los festejos, después del arreglo del sitio de Buenos Aires, habían incluido gran cantidad de fusilamientos, como parte del espectáculo. Varios rosistas, que se habían salvado de matan­zas anteriores, fueron "incluidos" esta vez. Ellos no estaban "amparados" por la "am­nistía". Eran civiles.

A todo esto, en Santa Fe, Urquiza es elegido Presidente de la Confederación. Buenos Aires, elige a Pastor Obligado como Gobernador y se da su propia Constitución. Ambos estados se preparan para una guerra inevitable. Para matizar el ambiente se produce una invasión de los indios del sud. Invaden territorios de ambos estados. Resulta casi cómico. En el interregno, Valentín Alsina reemplaza como gobernador a Pastor Obligado. Hay de todo: sobornos, presiones diplomáticas, fraude, etc., pero sobre todas las cosas, violencia y corrupción.

Aprovechando esta situación, el Brasil permanece militarmente en la República Oriental del Uruguay, con el pretexto de "preservar el orden". Los Estados guardan silencio. El Brasil domina la región.  Envalentonado, trata de hacer lo mismo con Paraguay. Le va muy mal. Lo sacan con "cajas destempladas". Ya para ese entonces el Imperio ha comprado el sobrante de la Guerra de Crimea. Nadie duda de adonde pensará usarlo.  Bueno, si no se armó un "zafarrancho" más grande fue sencillamente porque Inglaterra no lo permitió. Brasil dominaba la región, pero Inglaterra gobernaba el mundo. Urquiza para "tranquilizar" al Paraguay, y no tener problemas en ese frente, le entrega todos los territorios al norte del río Bermejo. Vale decir, toda Formosa y parte de Salta y Jujuy.

El estado de Buenos Aires enarbola su propio pabellón. Es necesario “distinguirse” del resto del país. ¿Recuerda aquella bandera de Mayo que levantara Lavalle fraudulentamente? ¿La que se embarcó en la flota francesa? ¿La "celeste y blanca" con el celeste de la divisa unitaria? Esa misma. Se manda a guardar para siempre a la bandera azul y blanca de Belgrano y de la Asamblea del año 13, la de Salta y Tucumán, la de los Andes, la de Ituzaingó, la de Obligado, la de Brown y de Bouchard. Bueno, esa que se la guarden los "gauchos del interior". La Argentina es un país y Buenos Aires es otro. Y a otra cosa.

Mitre es el General en Jefe de los porteños. Urquiza, de la Confederación. Lamentablemente, no hay otro. Para no variar, pide dinero al Brasil antes de iniciar la campaña.  El pretexto esta vez es "cuidar las concesiones" que ya les ha otorgado. Chocan en Cepeda. En un episodio muy confuso, la batalla se inclinó por la Confederación. En realidad, la batalla en si fue un caos. En un momento dado, ambas fuerzas cargaron en forma "oblicua", como estaba de moda en los "tácticos" de la época, y prácticamente se pasaron al lado una infantería de la otra. Ambos se atribuyeron haber "ahuyentado" al enemigo. No pasó lo mismo con la caballería. La del interior literalmente "barrió" a la porteña.  Mitre, que en la confusión de las infanterías se creyó victorioso, se dio cuenta de golpe que había perdido. Procedió a iniciar una "gloriosa retirada", al grito de “¡victoria!” Llegó a San Nicolás y se embarcó en la flota porteña. Regresó así a Buenos Aires. Fue recibido en triunfo. A los pocos días, al llegar los restos de la caballería, se descubrió la verdad. Cuando los jefes y oficiales, en vez de hablar de "victoria" empezaron a calificar la batalla como "desastre". Había perdido toda la artillería, las municio­nes, las caballadas y 2000 prisioneros, además de dejar 500 muertos. Urquiza que perdió en total 300 hombres avanzó con los 16000 restantes sobre Buenos Aires, donde cundió el pánico. Pero, una vez más, pasó lo de siempre. No de­bemos olvidar quién estaba a cargo del ejército victorioso. Se produjo un “acuerdo de mediación” por parte del general paraguayo Francisco Solano López. Se llegó a un armisticio y un “pacto”. “Secreto”, por supuesto.

A los 15 días, Urquiza se retira a Santa Fe con todas sus tropas. Mitre queda dueño del puerto y es elegido gobernador al poco tiempo. Mientras en la Confederación, asume Derqui como presidente. Se inicia una "luna de miel" entre ambos estados. A tal punto que Urquiza concurre especialmente invitado a Buenos Aires para los fes­tejos del 9 de Julio. Habló de "retirarse" y colocó fuertes sumas en inversiones de negocios en Buenos Aires. No duró mucho todo esto. Apenas se retiró, los por­teños empezaron a hablar de "revancha".  Para empezar, el dinero del puerto "pilotea" varias revoluciones en el interior, mientras se rearma el ejército porteño. Los liberales invaden el interior con su dinero. Derqui, descubre todo el "complot" a Urquiza y le pide respaldo. Este se lo da pero de mala gana. Está dedicado a otros "negocios". Recibe nuevamente el mando del ejército confederado. Grave error del Presidente Derqui. Con extraordinaria lentitud, y de mala gana, reinicia las operaciones. Llegados a este punto, se produjo una verdadera "maratón de diplomacia". Ambos estados, se disputan el "apoyo" de Brasil y Paraguay.

Bueno, los ejércitos se encuentran nuevamente. Esta vez es en el arroyo Pavón en septiembre de 1861. Mitre, ataca primero. Como de costumbre, la caballería del interior desbanda a la porteña. Esta pone los "pies en polvorosa" con tanto entusiasmo que no para hasta Luján, en una carrera que dura dos días. Le fue mejor a la infantería porteña, logra hacer retroceder a la del general Victorica -yerno de Urquiza— lentamente. Pero -impredecible- Urquiza- cuando se esperaba la entrada en batalla de las reservas de Entre Ríos que deberían definir todo y no han intervenido aún, el Comandante en Jefe abandona el campo de batalla ante el desconcierto de todo el mundo. Se retira "al trotecito" al frente de sus entrerrianos. El ejército, cuyo mando se le ha confiado, queda victorioso, pero abandonado a su suerte. Las fuerzas porteñas, que se han atrincherado, esperando el ataque, no saben que hacer.  Al día siguiente, al salir el sol, se dan cuenta que nadie los ataca. Deciden retirarse nueva­mente a San Nicolás, repitiendo el episodio de Cepeda, y embarcarse en la flota. Pero, al llegar a San Nicolás, no teniendo ni la menor noticia del ejército de Urquiza, deciden atrincherarse allí y esperar. Urquiza a todo esto, ya ha cruzado Rosario y está en San Lorenzo. Nadie se explica lo ocurrido y a nadie da explicaciones el entrerriano. Tranquilamente, embarca sus tropas y cruza a su provincia. De allí a su palacio de San José, de Concepción del Uruguay. Así terminó Cepeda.

A todo esto, Mitre, creyéndose derrotado, sigue atrincherado en San Nicolás. En Buenos Aires, las noticias son trágicas. Las traen los fugitivos de la caballería porteña. Nuevamente se habla de un "desastre". Cunde el pánico otra vez. Pero allí se enteran, antes que Mitre, de los movimientos increíbles de Urquiza. Cuando éste cruza el Paraná, la gente se lanza a la calle a festejar. Se recibe un parte de Mitre, diciendo que se retira a San Nicolás por razones "tácticas". Le creyeron. Poco a poco, se fueron dando cuenta —antes que Mitre, por supuesto— que se había ganado la batalla. ¡Increíble!

¡Claro! los habitantes del país, en ese entonces, los dirigentes políticos, y hasta la historia misma, se preguntaron: ¿Qué motivos tuvo el general Urquiza para esa actitud? Pero nosotros no, nosotros no nos pregunta­mos. Conocemos bien al hombre y no tenemos dudas al respecto. La razón es la "de siempre". No creemos que haya variado. Con los antecedentes que contamos, podemos estar seguros. Más adelante, vamos a ver que de todas consecuencias que tuvo esta batalla para el interior del país, una sola persona salió indemne. Ni su provincia ni sus posesiones o sus inmensos bienes fueron tocados: el general Urquiza. Lamentablemente, no ocurrió lo mismo con el interior. Fue "barrido" por los generales uruguayos de Mitre (NdeH: Sandes, Iseas, Arredondo, Paunero, Venancio Flores). Contando desde luego, con el aplauso caluroso de los liberales unitarios.

En fin, abandonado por todos, el Presidente Derqui terminó por renunciar. La República fue "unificada" por la espada del mitrismo y se le dio un nuevo presidente: Mitre, por supuesto. El general Urquiza, encerrado en su feudo de Entre Ríos, nada dijo. En el resto del país, se fusiló, se degolló y se sometió al "credo" liberal a todas las provincias.  A todas y cada una, se colocó a un gobernador liberal. Generalmente un oficial de las tropas unitarias que ocuparon el país y que en varios casos nunca había pisado "su provincia" con anterioridad.

Las tropas porterías, con la enseña de Mayo al frente, recorrieron el país sembrando el terror. Confiscando y persiguiendo a todo el que se opuso a sus designios y "borrando" de la faz de la tierra a todo lo que fuese nacional y/o siguiese a la vieja y odiada bandera argentina. Así termina esta primera parte de nuestra historia.  Con el entierro de la Patria Grande, de la Argentina concebida para ser el estado fuerte de la América del Sud. Y con el nacimiento de una "factoría" internacional manejada desde el puerto de Buenos Aires al servicio de una oligarquía que se adueñó de todos los resortes del poder y los pone a su disposición.

Los próximos pasos que daremos con nuestro “amigo” el Brasil, estarán encaminados hacia la “eliminación” de nuestro más leal hermano territorial. El país de donde salieron los fundadores del Puerto de Buenos Aires y donde nacieron sus primeros pobladores. El Paraguay. Pero primero antes que nada, había que atropellar a nuestra hermana más débil, aquella a quien más obligados estamos a respetar: a nuestra Banda Oriental del Uruguay. Así se hizo. Todo comenzó con una maniobra de Mitre y su ministro Elizalde que fuera anteriormente el más leal y genuflexo de los diputados federales en la legislatura rosista. Se propone "colocar" a uno de sus "generales uruguayos" en la presidencia de ese país. Mientras el candidato general Flores se prepara, Elizalde da toda clase de garantías de apoyo argentino al presidente uruguayo Berro. Los brasileños, simultáneamente, inician un campaña de acusaciones al Uruguay, diciendo que ese país está invadiendo sus frontera! Bueno, esto ya es realmente gracioso.

Cuando todo está listo en el año 63, Flores embarca sus fuerzas rumbo a la costa oriental. Las naves son argentinas, por supuesto. Al igual que los uniformes y las armas. Lleva además, una cantidad de oro en monedas. Mitre y su ministro Elizalde, ofician al presidente uruguayo manifestándose “sorprendidos” por todo esto. A las fuerzas de Flores se les incorporan “espontáneamente” tropas reclutadas en Corrientes y en el sur del Brasil. La poderosa flota del Brasil llega "casualmente" al Río de la Plata. Ha llegado “de visita”. Flores va y vuelve de una frontera a la otra de acuerdo a como le vayan las cosas. Las fuerzas nacionales del Uruguay no gozan de esa movilidad. ¡Cuando no! Urquiza ofrece “sus servicios” a todos los bandos en pugna pero nadie quiere saber nada con él. En fin, queda a la expectativa. Algo va a sacar de todo esto, eso es seguro. Por de pronto, los brasileños le mandan algún dinero a cambio de que "no haga nada". Ya es algo.

Libre su camino, Flores avanza sobre Mon­tevideo, mientras una misión del Brasil viaja a Buenos Aires para firmar un acuerdo. Es extraño, vienen a firmar algo de lo que aparentemente no se ha conversado nada. Las tropas del Brasil "cansadas de los atro­pellos uruguayos", cruzan la frontera y entran  en territorio oriental ante el silencio absoluto del gobierno argentino. Es entonces, y con ese claro motivo, que se presenta el reclamo paraguayo. Exige el inmediato retiro de las tropas imperiales. Ni lerdo ni perezoso, Urquiza ofrece "sus servicios" a los paraguayos. Envía un delegado a tal efecto. Flores, detiene su ofensiva. Espera unir sus tropas a las de Brasil mientras, desata una verdadera carnicería entre sus   compatriotas, especialmente en Paysandú, con ayuda del Brasil.

La misión brasilera llega a Buenos Aires. Urquiza aprovecha para venderles 30.000 caballos, "al doble de lo que valen" pero los brasileños no tienen alternativa, es mejor comprárselos a él, a que salga a venderlos a otros. El Jefe de Estado del Paraguay, el Mariscal Solano López, que está en tratativas con el entrerriano sobre ese y otros temas, le envía una nota manifestándole  la "penosa impresión” que le ha causado el negocio de los caballos. A Urquiza no se le mueve un pelo: embol­sa el dinero y adiós.

Al poco tiempo el ejército brasilero entra en Montevideo y a su cola entra el general Flores y asume la presidencia. Corre el año 1866. Paraguay declara la guerra al Brasil y a la Argentina. -valiente y digna actitud- pero el gobierno argentino oculta la noticia. Espera que las tropas paraguayas entren en territorio nacional, para aparecer ante la opinión pública e internacional, como “agredido”. En realidad, las tropas paraguayas sólo pasan por Corrientes con rumbo al Brasil. Ello ubica muy bien con respecto a quienes son sus verdaderos enemigos. A los pocos días se firma en Buenos Aires el tratado denominado como de la Triple Alianza. Al general Flores, presidente del Uruguay, se le informa por una nota que se ha adherido al tratado. Tanto el Tratado como el Protocolo Adicional contienen cláusulas tan vergonzosas que se resuelve mantenerlos en secreto. Después de esto, se inicia una penosa convocatoria de tropas para la guerra. Nadie quiere ir. Toda la opinión está del lado de los paraguayos y de los uruguayos invadidos por los brasileños. Sólo se presentan como "oficiales" los jóvenes hijos de familias de la oligarquía.

Se confía el mando del ejército de vanguardia a… Urquiza! Ya nadie le responde. Las tropas que re­cluta a la mañana, "desertan" a la noche. Sus generales directamente se niegan a acompañarlo. Finalmente, con un refuerzo de tropas correntinas y algunas porteñas, emprende una lenta marcha hacia el norte. Lo primero que hace, como siempre, es ponerse en contacto con el general paraguayo de las tropas de vanguardia, Robles. Le propone entrar en "tratativas". Por supuesto que el general paraguayo se negó. Lo propuesto por Urquiza era simplemente "traicionar a su país". En fin al entrerriano no le parecía "nada realmente grave" eso.

El presidente Mitre, Comandante en Jefe de las fuerzas de la Triple Alianza, imparte la orden a Urquiza de avanzar con su ejército. Este no obedece y se va a entrevistar con Mitre a Buenos Aires. Claro, apenas abandona el campamento, sus tropas, que lo conocen, creen que los ha abandonado y comienzan a dispersarse.  Tiene que regresar apresuradamente, cuando ya han desertado 3000 hombres. De resultas de esto, Mitre retira a Urquiza del mando del Ejército de Vanguardia y lo sustituye por el general Flores: inmediatamente  moviliza las tropas y derrota a los paraguayos en Yatay.

Las tro­pas de los "aliados" se unen en un solo ejér­cito, numéricamente muy superior al paraguayo. Mitre toma el mando supremo. A todo esto el imperio del Brasil -que no ha abolido la esclavitud- convierte a los prisioneros de guerra paraguayos en esclavos; amenaza con vender a quién no quiera pasar­se a sus filas y combatir contra su propia patria. La mayoría no acepta y son vendidos. Todo esto ante el silencio del Comandante en Jefe.

Urquiza, mientras tanto, ha conseguido que los aliados le den un dinero "para formar otro ejército". ¡Increíble! Cuando junta algunos hombres, inicia la marcha. Delante de su vista, las tropas se fugan en todas direcciones. Debe regresar a su palacio. Pero, Don Justo José, a esa altura del partido, ya ha descubierto un "nuevo negocio". Será el proveedor de carne de los ejércitos aliados durante cuatro años. Ganará millones.

La guerra continúa con un retiro de ejércitos paraguayos, que cruzan a su propio territorio y se preparan para luchar defendiéndolo hasta morir.  La escuadra brasileña domina los ríos y las tropas aliadas invaden el Paraguay pero tienen que pagar con sangre cada paso que dan. Los paraguayos se defienden heroicamente. Mitre ha prometido "terminar la guerra en pocos meses".   No será así. Su incapacidad en el mando, unida a la valentía de los guaraníes, prolongan este "episodio" a cuatro años. Cuatro años de sangre, fuego y horror. El mundo entero observa avergonzado esa carnicería. Bueno,  finalmente después de mil equivocaciones, los aliados dan el mando de las tropas al general brasileño Caxias. Esto, indudable­mente contribuye a mejorar el cuadro militar. La última etapa de la guerra es triste y vergonzosa. Prácticamente no quedan más que mujeres o ancianos en el país, han muerto hasta niños combatiendo. Los vencedores asesinan al Mariscal López y sus hijos, menores de edad. Después de desnudarlos, los abandonan sin sepultar. Así comienza el reparto del Paraguay.

Fue una infamia. Un crimen cometido contra un país hermano. Un país al que debíamos apoyo y amistad. Lejos de brindarle eso, oficiamos de “mercenarios” del Imperio brasileño, nuestro único y natural enemigo. Estúpidamente colaboramos en la masacre de nuestro natural aliado. Pero aún así, aceptando la guerra, debimos habernos retirado de la contienda, apenas se desocupó nuestro territorio. La prosecusión de la guerra, después de que el Mariscal López, pidió condiciones de paz, fue una vergüenza.  Lejos de darnos honor, nos cubrió de desprestigio. El pueblo y el ejército paraguayos, sí que se cubrieron de gloria. Es por eso que tengo en un gran orgullo el que se me haya hecho general de su glosioso Ejército.

A nosotros los argentinos, la guerra nos fue impuesta de "prepo" por el Brasil y una "camarilla" local. Fue un acto de tal deshonor, que nuestro propio país no perdonó nunca a los responsables. Fue uno de los pocos casos en que un Jefe de Estado y General de un "ejército victorioso", finalizada la contienda, no sólo recibe la repulsa general de su país, en una elección, sino que nunca más pudieron retornar al poder ni él ni los principales responsables. Ni Mitre ni ninguno de sus "acólitos" volvieron jamás al gobierno del país, que ellos mismos habían modelado (...)



Agenda de Reflexión Nº 411
¡Heroica Paysandú!

[Conferencia pronunciada en 1964 por José María Rosa (1906-1991) con el patrocinio del Instituto Juan Manuel de Rosas. Texto gentileza de Luis Vignolo]

Resultado de imagen para Jose Maria Rosa 

"¡Heroica Paysandú! 
Yo te saludo, hermana de la tierra en que nací, 
tus triunfos y tus glorias esplendentes
se cantan en mi patria como aquí" 

... cantaba el negro payador Gabino Ezeiza y sus estrofas han llegado hasta nosotros, aunque pocos saben su significado. ¿Para quién, que no sea alguien versado en historia dicen algo los nombres de Leandro Gómez, Lucas Piriz, Federico Aberastury, y tantos héroes de la "heroica" que se sacrificaron por el pueblo contra el imperialismo? ¿Quién recuerda las estrofas de Olegario Andrade que hace cien años repetían todos, grandes y chicos...?

"¡Sombra de Paysandú! ¡Sombra gigante que velan los despojos de la gloria! Urna de las reliquias del martirio. ¡Espectro vengador! ¡Sombra de Paysandú! Lecho de muerte donde la libertad cayó violada. ¡Altar de los supremos sacrificios! Yo te voy a evocar..."

¿Quién sabe hoy, después de un siglo de historia falsificada y enseñanza colonialista en nuestras escuelas, que en Paysandú, tierra oriental, empezaría esa grande, esa tremenda epopeya de la guerra del Paraguay, donde todo un pueblo hermano fue sacrificado por defender al pueblo argentino y oriental de la prepotencia de los imperialistas? ¿Quién no supone que Bartolomé Mitre que tiene estatuas, avenidas, pueblos con su nombre, fue un gran presidente, precisamente porque la historia oficial ha borrado de sus capítulos a Paysandú y a la guerra del Paraguay?

La defensa del puebloVoy a explicar en las pocas palabras de esta nota lo que pasó en Paysandú hace casi cien años: en la noche del año nuevo entre 1864 y 1865. Para que se recuerde el año nuevo de 1964-65 ya que - a no ser que ocurra el milagro del restablecimiento de un gobierno popular - no habrá recuerdos oficiales de la inmolación de Paysandú.

La misma lucha que tenemos hoy, la tenían nuestros abuelos hace una centuria. Por una parte estaba un pueblo que quería ser libre y ser dueño de sus destinos, por la otra una oligarquía empeñada en mantenerlo en condición deprimente. Aquél estaba defendido por sus caudillos – que en esos tiempos eran el "sindicato" de los gauchos y artesanos -; éstos se apoyaban en las fuerzas extranjeras, o que engañaban a los suyos.

Eso pasaba en la Argentina de hace cien años. Juan Manuel de Rosas, gran jefe popular idolatrado por su pueblo, y que supo resistir con gallardía los embates de Inglaterra y Francia aliados a la oligarquía de los unitarios argentinos, había caído derrotado en Caseros volteado por el propio ejército argentino sublevado por su jefe, Justo José de Urquiza, pasado al imperio de Brasil – con quien estábamos en guerra – y de quien recibió dinero, armas y soldados. Contra ellos se estrelló el pueblo en Caseros el 3 de febrero de 1852. Pero un orden tan firme como el federal no se derrumba de la noche a la mañana. El pueblo tenía conciencia de su posición y si había cedido a las bayonetas nacionales y extranjeras, costaba hacerle perder sus privilegios.

No era posible un gobierno sin apoyo del pueblo, por lo menos sin engañar al pueblo. Y aquí viene el papel de Urquiza, que al día siguiente de Caseros se declara caudillo, calificó a los oligarcas de salvajes unitarios e impuso la divisa roja del federalismo, el color del pueblo en la Confederación Argentina desde los tiempos de Artigas, Facundo Quiroga y Rosas. Urquiza, traidorzuelo sin grandeza, lleno de apetencias y sediento de dinero, se dijo jefe del pueblo, habló del partido federal y usó la divisa colorada, y desgraciadamente fue creído. Todo era una comedia arreglada con los oligarcas para poder dominar de manera definitiva. Mientras clamaba contra los salvajes unitarios y hablaba del pueblo y sus derechos, se los fue quitando uno a uno. E impidió que otros grandes y prestigiosos caudillos federales resurgieran, como Nazario Benavídez, el valiente sanjuanino, asesinado en la prisión de su ciudad natal.

PavónFinalmente un día, cuando Urquiza creyó segura la cosa, se dejó vencer por Mitre. ¡Por Mitre, que jamás había ganado una batalla en su vida! Fue el vencedor aparente en la batalla de Pavón el 17 de septiembre de 1861, ya que Urquiza se retiró sin combatir dejando que a los federales los degollasen los mitristas. Esto parece enorme, pero los documentos cantan. Urquiza se había arreglado con los mitristas por agentes norteamericanos y masones (está probado), comprometiéndose a perder la batalla de Pavón. A cambio de eso le dejarían el gobierno de Entre Ríos, gozar de su inmensa fortuna y acrecentarla con nuevos negociados; pero debería entregar a los pobres criollos que clamaban ¡viva Urquiza! creyéndolo un caudillo auténtico de los quilates de Rosas o Facundo, que cantaban la Refalosa partidaria y llevaban al pecho la roja divisa federal. Eso fue Pavón el 17 de septiembre de 1861. Y ocurrió entonces que otro gran oligarca y degollador de gauchos – que en la historia oficial pasa por un viejito muy bueno, muy demócrata y muy amante del pueblo –un tal Domingo Faustino Sarmiento, que pertenecía al partido unitario, aconsejó a Mitre el 20 de septiembre de 1861: "No ahorre sangre de gauchos, es un abono que debemos hacer útil al país; la sangre es lo único que tienen de humanos". Y el ejército vencedor en Pavón se lanzó a degollar gauchos, siempre, claro está, que los ganchos no se hicieran mitristas. ¿Cuántos degollaron? El número lo ha ocultado cuidadosamente la historia oficial, pero los revisionistas lo sabemos: fueron más de 20.000 en dos años. Una cifra que espanta si tenemos en cuenta que la Argentina de entonces apenas pasaba de un millón de habitantes. Un uruguayo a las órdenes de Mitre –el general Venancio Flores- se pasó a degüello casi todo el resto del ejército federal, en Cañada de Gómez el 22 de diciembre; los uruguayos Sandes, Iseas, Arredondo, Paunero y el chileno Irrazával degollaron a miles y miles de riojanos, cordobeses y catamarqueños. Por eso se levantó el General Ángel Vicente Peñaloza, el llamado el Chacho, que quería defender a los suyos. Chacho era un ingenuo que creía que Urquiza lo iba a ayudar a combatir a los mitristas. ¡Bueno!... No era culpa del Chacho solamente, porque todos los federales creían en Urquiza; decían que algún día Urquiza volvería de Entre Ríos para tomar la lanza y emprenderla contra los oligarcas. ¡Viva Urquiza! Y Urquiza vivía y aplaudía – en secreto – a Mitre y a Sarmiento. Así murió el Chacho; o mejor dicho lo asesinaron; y Sarmiento mandó colgar su cabeza en lo alto de un palo. "No hay que ahorrar sangre de gauchos...". Y Urquiza, que aparentaba alentar al Chacho, lo alentó a Sarmiento.

En el Uruguay. Después de pavonizar la Argentina, los mitristas se fueron a pavonizar al Uruguay. Había allí un gobierno blanco, tradicionalmente amigo de los federales argentinos. No estaba a su frente un caudillo sino un abogado, don Prudencio Berro, buena persona que protegía a los criollos de su tierra. Por eso había que sacarlo; por eso y porque no les hacía mucho caso a los brasileños e ingleses que pretendían manejar al Uruguay. Como Mitre era aliado de los brasileños mandó al Uruguay al general uruguayo, pero que estaba a sus órdenes, Venancio Flores (el degollador de Cañada de Gómez) para que lo sacase al presidente Berro, se hiciera presidente él, y entregase el país a los brasileños e ingleses.

La "Cruzada Libertadora". Claro es que para invadir el Uruguay, Mitre y Flores inventaron un pretexto. El presidente Berro andaba en conflicto con un canónigo de la Catedral de Montevideo expulsado de su cargo por meterse en política. ¡Ya estaba el pretexto! Aunque Mitre y Flores eran masones, levantaron en sus banderas una cruz y llamaron a su aventura "cruzada libertadora". Y así se lanzó Flores el 19 de abril de 1863 a libertar, y los brasileños le mandaron plata. Y los católicos (no hablo de los buenos católicos, sino de los zonzos) lo apoyaron... Pero los orientales se defendieron. Nada podían los soldados mitristas y el oro brasileño contra el coraje criollo. Y no eran solamente los orientales blancos, porque muchos argentinos federales cruzaron el río al comprender que en la otra Banda se libraba la batalla por la libertad y por el pueblo. El emperador del Brasil, que se llamaba Pedro II, quería acabar cuanto antes con la "cruzada libertadora". ¿Cómo era posible que un puñado de orientales resistiese a los batallones mitristas disfrazados de floristas y al dinero que se le mandaba desde Río de Janeiro? Y quiso intervenir en la guerra buscando un pretexto cualquiera: que la guerra civil era larga y molestaba a los brasileños con estancias en el Uruguay. Mitre dijo otro tanto. De la mano, Mitre y el emperador acabarían con los blancos uruguayos y pondrían a Venancio Flores en la presidencia de la República.

Paraguay. Pero entonces se oyó una voz desde el norte: el Paraguay. Gobernaba Paraguay un gran patriota que se llamaba Francisco Solano López, hombre de temple como se da pocas veces en la historia. La nuestra lo trata mal por haber hecho lo que hizo. No importa: mañana, cuando la Argentina sea de los argentinos, lo tratará muy bien; le levantaremos estatuas y borraremos la iniquidad de la guerra del Paraguay. López dejó oír su voz de alerta desde Asunción, cuando Mitre y Pedro II se disponían a comerse el Uruguay. "¡Cuidado!... ¡Manos afuera de la República Oriental, porque habría quien la protegiera! Al primer soldado brasileño o mitrista que atravesase sus fronteras, irían los paraguayos a protegerla". Y no era un chiste. Paraguay entonces no era lo que es ahora, después de la guerra donde lo aniquilaron. Era un gran país, con ferrocarriles, telégrafos, hornos de fundición y gran riqueza. Todo eso lo ofrendaría Solano López en beneficio de sus hermanos orientales y argentinos que gemían bajo Brasil, Inglaterra y el mitrismo. Vendría a libertar el Río de la Plata el bravo y corajudo guaraní, ya que su defensor, que debió ser Urquiza, estaba tranquilamente en su palacio San José.

Paysandú. El ministro inglés en Buenos Aires, Mr. Thornton quería destruir al Paraguay, que era un país libre de ellos, que se permitía tener fundiciones de propiedad del Estado y no comprarle géneros de Manchester o Birmingham. Fue Mr. Thornton quien anudó la alianza mitrista-brasileña para invadir el Uruguay y acabar con los blancos, asegurando que Paraguay no se metería. Y aquí viene lo de Paysandú. El ejército brasileño cruzó la frontera en el invierno de 1864 y se fue contra la ciudad de Paysandú, defendida por el general Leandro Gómez con un puñado de hombres; la escuadra brasileña, después de ser abastecida de bombas por Mitre en Buenos Aires, remontó el río Uruguay y bloqueó Paysandú. La ciudad, defendida por ochocientos o mil voluntarios, estaba sitiada por un ejército de 20.000 brasileños y floristas (afortunadamente para el honor argentino no llegaron a tiempo los mitristas) y una escuadra poderosa de quince buques, entre ellos algunos acorazados, con los cañones más potentes de la época.

El 6 de diciembre empezó el sitio, el épico sitio de Paysandú. De Buenos Aires, de Córdoba, de Entre Ríos, de Corrientes, miles de voluntarios argentinos fueron a pelear y morir si fuese necesario junto a Leandro Gómez. Pero Urquiza no los dejó pasar; hasta último momento se esperó que el caudillo argentino, a quien todavía se tenía por jefe del partido popular, cruzase el río y liberara Paysandú. Pero enfrente de ella, en su palacio de San José, desde el cual se podían seguir los pormenores de la lucha, Urquiza se limitaba a prometer que iría. ¿Iría? Ya lo habían comprado los brasileños – muy en secreto, pero los documentos han sido encontrados porque nada queda ajeno a la historia – por casi dos millones de francos.

Le compraron a un precio altísimo todos los caballos entrerrianos, y eso significó un negocio para Urquiza, que embolsó una diferencia de 390.000 patacones de plata (más o menos dos millones de francos oro, algo así como trescientos millones de pesos de nuestra moneda). La condición era que se quedara quieto, pero prometiéndole a los suyos que iría a liberar a Paysandú. Porque si Urquiza no hubiese dado esta promesa y hubiese renunciado a la jefatura del partido federal, los argentinos solos hubieran liberado la ciudad. Paysandú resistió 30 días el fuego de los cañones brasileños y la metralla de los regimientos floristas.

Con su guarnición reducida a poco más de doscientos hombres, sin municiones, sin velas siquiera para alumbrar las noches, Leandro Gómez seguía resistiendo entre las ruinas de la ciudad. El general brasileño – Propicio Menna Barreto – había prometido al emperador que la bandera brasileña ondearía en lo alto de Paysandú la noche de año nuevo; y ésta se acercaba y todavía estaba allí la oriental, iluminada por las granadas mitristas disparadas por los cañones brasileños. El último ataque, la noche de año nuevo, fue tremendo, pero la bandera oriental seguía allí. Finalmente, el 2 de enero, los defensores de Paysandú, que ya se defendían a cascotazos, fueron masacrados. A Leandro Gómez se le fusiló como a casi todos los suyos. Entre los pocos que se escaparon por haberse escondido entre las ruinas, estaba un joven argentino llamado Rafael Hernández, cuyo hermano José (futuro autor de Martín Fierro) no pudo pasar desde Entre Ríos porque Urquiza no lo dejó. También quedaron Carlos Guido Spano, Olegario Andrade y lo más granado de la juventud federal argentina mordiéndose los puños de rabia por no haber podido pelear y morir en Paysandú. Mitre felicitó al almirante brasileño Tamandaré y al general Propicio Menna Barreto por su "hazaña". Pero, como era de rigor, desde el norte Francisco Solano López ordenaba a sus divisiones que empezaran la guerra para librar al Plata de la oligarquía. Y si no podían, para morir como mueren los patriotas. Así empezó la guerra del Paraguay hace casi cien años.

Fracción de "La diplomacia del patacón-1865"  en "La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas". José María Rosa.

(el comisionado del imperio de Brasil, luego Vizconde de Río Branco, José María de Silva) "Parahnos, que había sido secretario de Honorio Hermeto en su misión a Montevideo en 1851 cuando la caída de Rosas, conoce bien a Urquiza y sabe el lenguaje que le place. Trae una bolsa repleta de patacones. En noviembre de 1851 había costado 400 mil patacones (más de dos millones de francos) comprometerlo a cruzar el Paraná y batirlo a Rosas en unión del ejército brasileño; en febrero de 1852, fueron necesarios otros 100 mil para que abandonase la República Oriental en su intento de resistencia a los tratados de Rio de Janeiro. Ahora Paranhos espera que con 300 mil patacones haría lo que Brasil le pidiese. Tan propicio encontró Paranhos a Urquiza, o con tanta habilidad supo jugar sus patacones en el momento oportuno, que no le sacó solamente el importante compromiso que ponía militarmente al Paraguay a merced de Brasil. También le hizo firmar tres tratados: uno de navegación mejorando las condiciones del anteriormente firmado por Abaeté; otro de extradicción donde, pasándose a nado la reciente carta constitucional de 1853, se decía que los esclavos brasileños no perdían su condición de servil por pisar territorio argentino; y otro de límites, renunciando la Argentina a la parte de Misiones que le correspondía al oeste de los ríos Pepirí Guazú y San Antonio. Después de tan jugosos beneficios el habilísimo diplomático dio los 300 mil patacones a Urquiza en seis giros mensuales de 50 mil cada uno. Siguió viaje al Paraguay para entenderse con Carlos Antonio y Francisco Solano López, donde la "diplomacia del patacón" era inoperante" (...)


Agenda de Reflexión Nº 681
La “batalla” por los caballos
 17 de diciembre de 2010

Mientras se hacia la defensa de Paysandú, en la costa opuesta se libraba otra batalla trascendental: era un duelo entre el militar jefe de la caballería brasileña Manuel Osorio, futuro Marqués de Erval, y el mismísimo Justo José de Urquiza; el campo de batalla era el palacio de San José, y la lucha era por el precio de venta de 30.000 caballos entrerrianos al ejercito imperial. “Correspondía ésta adquisición -dice el brasileño Pandiá Calógeras- al desarme del posible adversario, pues los entrerrianos, óptimos y admirable jinetes, no formaban sino pobre infantería”. 

Ignorando las alternativas de este combate por la caballada, los federales entrerrianos esperaban una señal de Urquiza para cruzar el río en auxilio de Paysandú, y Francisco Solano López esperaba desde noviembre con un ejército en la frontera el “pronunciamiento” prometido por Urquiza para cruzar el territorio argentino y llegar en pocas jornadas a Paysandú. Al tiempo de llevarse el último ataque decisivo a Paysandú, y cerrarse el negocio de la caballada entrerriana -1° de enero de 1865- impaciente, Solano López le escribía a su ministro en París, Cándido Bareiro: “Dentro de pocos días el general Urquiza debe tomar una actitud decidida, no siendo posible que continúe como hasta aquí”. Pero, como dijimos, Urquiza “estaba en otra” y la “actitud decidida” que había tomado era la venta de 30.000 caballos al imperio. El precio logrado fue “generoso”: trece patacones “lo que pisa”, hacia un total de 390.000 patacones. Casi el mismo que los 400.000 que le habían sido otorgados en 1851 por su participación en Caseros.

Pandiá Calógeras, describe en duras palabras la actitud de Urquiza, que se desentiende de Paysandú y deja en la patriada a entrerrianos, blancos orientales y federales argentinos: “Nao existía em Urquiza o estofo de um homem de Estado: nao passava de um condettiere… permaneceu inativo por tanto. De fato, assim éle traía a todos. Cuidao a Brasil a tornar inofensivo, Urquiza, embora inmensamente rico tenha pela fortuna amor inmoderado: o general Osorio, o futuro marqués de Erval conhecia-lhe o fraco e deliberou servir déle”.

Fuentes:

- Rosa, José María - La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas - Bs. Aires (1985).
- García Mellid, Atilio. “Proceso a los falsificadores de la historias del Paraguay” (1965)
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

Hasta al "hermano" Sarmiento le dió verguenza

(...) "Urquiza fue ´comprado´ por el Brasil para que traicionara a su Patria en ese 1852, cosa que atestigua el mismo Sarmiento, quien escribe el 13/10/1852 a Urquiza desde Chile y le enrostra: “Yo he permanecido dos meses en la corte de Brasil, en el comercio casi íntimo de los hombres de estado de aquella nación, y conozco todos los detalles, general, y los pactos y transacciones por los cuales entró S. E. en la liga contra Rosas. Todo esto, no conocido hoy del público, es ya del dominio de la Historia y está archivado en los ministerios de Relaciones Exteriores del Brasil y del Uruguay.” (...) “Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel enviado (Honorio Hermeto Carneiro Leão, o Indobregavel) referir la irritante escena, y los comentarios: "¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía después de entrar a Buenos Aires quería que le diese los cien mil duros mensuales, mientras oscurecía el brillo de nuestras armas en Monte Caseros para atribuirse él solo los honores de la victoria". (Domingo Faustino Sarmiento, Carta de Yungay, 13.10.1852)" 

(...) "La entrada de Urquiza en la trampa liberal-mitrista queda confirmada en la siguiente resolución de la masonería:

1°.-“El Muy Poderoso Consejo y Gran Oriente de la República Argentina, estimado debidamente las eminentes cualidades cívicas u masónicas que adornan a los dignos hermanos Bartolomé Mitre, grado 3°; Juan Gelly y Obes, grado 3°; y Domingo Faustino Sarmiento, grado 18; los eleva a Soberanos Grandes Inspectores grado 33.
2°.- Por las mismas consideraciones, el Supremo Consejo eleva del grado 18 al grado 33 al Respetable Hermano Santiago Derqui; y regularización y reconocimiento en el mismo grado al Hermano Justo José de Urquiza.
3°- Los Hermanos de que habla el artículo que antecede, deben afiliarse como miembros activos de la Logia Obediencia de Supremo Consejo” (Martín Lascano. Las sociedades secretas, políticas y masónicas en Buenos Aires. 1927)

Extractado de "López Jordan" lagazeta.com.ar y reproducido en Agenda de Reflexión Nº 541, julio 2009.

El asesinato de Justo José de Urquiza: intrigas, oscuros enfrentamientos políticos y muerte en manos de sicarios

El 11 de abril de 1870 caía asesinado el gobernador de Entre Ríos. Detrás del crimen del notable caudillo, estaba su segundo, Ricardo López Jordan. El crimen como herramienta política. InfoBAE 11/04/19. Por Claudio Chaves.



La orden, al parecer, era detenerlo y enviarlo al extranjero sin embargo la impericia o la alevosía de los sicarios ocasionó la muerte del notable caudillo, responsable político de la organización institucional del país. La historiografía no se pone de acuerdo respecto de las intenciones y de la trama del crimen. De modo que intentaremos una aproximación al asunto como también su proyección política en los años venideros.

La batalla de Caseros en febrero de 1852 instaló a Urquiza como el nuevo referente nacional. Inmediatamente convocó a los gobernadores a San Nicolás donde se resolvió la realización de un Congreso Constituyente en Santa Fe. Resultado: la Constitución de 1853. No fue fácil. Más bien todo lo contrario.

La primera disidencia contra la unidad nacional la planteó Domingo Faustino Sarmiento, quien en carta a Juan Bautista Alberdi le advirtió su oposición al proyecto. Disentía con el espíritu del momento, esto es, con la idea de ni vencedores ni vencidos. Por el contrario pugnaba por voltear a los gobernadores de provincia que se habían llamado a silencio durante los años de la dictadura rosista, esa conducta era intolerable para el sanjuanino. Había que "notificarles su separación y sacar a estos carcomas del palo que están royendo".

Inmediatamente la provincia de Buenos Aires se apartó de la Confederación. Diez años nos mantuvimos de ese modo. La batalla de Pavón, en setiembre de 1861, le dio el definitivo triunfo a Buenos Aires y la nación se constituyó.

En Entre Ríos, aunque también en el resto de las provincias interiores, se levantó un manto de sospechas por la actitud de Urquiza en dicha batalla. Es que el entrerriano, sin avisar ni decir ni mu, se fue a su casa, abandonó el terreno de la guerra y se marchó; adujo hallarse enfermo cediéndole el triunfo a Bartolomé Mitre. Allí comenzaron las broncas entrerrianas con Urquiza. Luego crecieron por su posición frente a la Guerra del Paraguay. Su apoyo a Mitre y a la conflagración multiplicó el malestar en un sector del partido federal. También la política parroquial enervó los ánimos. Las camadas de jóvenes políticos recién salidos del Colegio de Concepción del Uruguay con hambre de realizaciones veían cerrado el camino a los cargos públicos pues el caudillo los ocupaba con sus amigos. Ese malestar estaba, cuando se produjo el crimen.

Pero la razón última del magnicidio fue otra. Importa repasarla. ¿Qué había pasado? En las elecciones de 1868 Urquiza había intentado la proeza de repetir. No pudo ser. Un provinciano neto y puro como él no podía alcanzar la presidencia en un clima de porteñismo acérrimo, promovido por el mitrismo desde el poder. Tampoco Mitre pudo colocar a su hombre. Tanto era el rechazo que su presidencia había generado. La grieta entre los dos contendientes de los últimos quince años nos empujaba a un oscuro abismo del que nos apartó la repentina y oportuna candidatura de Domingo Faustino Sarmiento, quien con el apoyo del ejército y de don Adolfo Alsina alcanzó el premio mayor para el cual el sanjuanino creía estar hecho desde siempre.

Al “doctor Yo” -como comenzaban a llamarlo- le gustaba repetir la idea: provinciano en Buenos Aires y porteño en las provincias. La presidencia de Sarmiento fue un giro hacia el interior. Elegido Presidente quedo a merced de las pullas y agresiones de Mitre, quien indignado con su antiguo partidario y amigo inició desde su diario, La Nación Argentina, un ataque frontal contra el Presidente. Hizo pública la carta que el sanjuanino le enviara inmediatamente del triunfo de Pavón: "No deje cicatrizar la herida de Pavón. Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca". Hizo esta revelación porque Mitre ya intuía lo que iba a pasar, esto es, un acuerdo de Sarmiento con Urquiza.

El primer paso lo dio el entrerriano quien le obsequió a Sarmiento "el bastón que usara en el ejercicio de la primera magistratura y un gorro de dormir, interpretado como un presagio de que puede tener un sueño tranquilo, pues ninguna amenaza le vendrá del litoral". Los flirteos fueron públicos. Al menos en los ambientes políticos se sospechaba que algo se estaba organizando entre estas dos fuerzas. Esto desesperaba al mitrismo tanto como al federalismo ultra de Entre Ríos. Un posible acuerdo fortalecía a Sarmiento y a la nueva tendencia del gobierno central y era una nueva "traición" de Urquiza que el federalismo entrerriano ya no podía procesar. El Ministro del Interior, Dalmacio Vélez Sarsfield, le escribió a Urquiza: "Debo decirle, general, alguna cosa reservada. Por lo que he oído, V.E. no debe estar sin una buena guardia en su casa".

En otra carta, un tal Pedro Larrosa, desde Rosario le informa al entrerriano: "Por un amigo que asistió en Buenos Aires a sesión de masones donde se trató del viaje del Presidente a Entre Ríos, sosteniéndose la idea de que si el Presidente buscaba la alianza de las provincias que iba a visitar para echarse en sus brazos y emanciparse del dominio de Buenos Aires, debían ponerse a todo trance los medios necesarios para evitarlo. Entre los varios propuestos, fue uno, convulsionar las provincias que creían afectas a Sarmiento especialmente la de Entre Ríos. Deshacerse por todos los medios posibles de V.E. En caso que fallara esto o que no pudiera practicarse, al regreso de Sarmiento a Buenos Aires con cualquier pretexto, se le declaraba loco, y previo un reconocimiento de médicos, se lo encerraría en el Hospicio de San Buenaventura".

Lo de San Buenaventura en el caso de Sarmiento hubiera sido una trámite sencillo.

Finalmente el día llegó. El 3 de febrero de 1870, Sarmiento descendió del buque Pavón en el puerto de Concepción del Uruguay y recorrió las filas de militares ataviados de rojo punzó. Más allá de las chicanas de ocasión y de la picaresca criolla, lo cierto fue que luego de las sucesivas entrevistas que ambos hombres mantuvieron, Sarmiento manifestó que ahora se sentía Presidente de todos los argentinos. Una etapa sangrienta se cerraba por voluntad de estos dos hombres. Sin embargo, el abrazo del entrerriano con Sarmiento no fue perdonado ni por unos ni por otros de los ultras de la grieta.

La evidente simpatía con que el revisionismo histórico (Fermín Chávez, José María Rosa, Ortega Peña y Luis Duhalde) por poner algunos ejemplos, ha mirado el crimen de Urquiza arrastra hasta nuestros días la idea del asesinato como resolución de los conflictos políticos. Crímenes más cercanos a nosotros como el de José Rucci, José Alonso o el general Pedro Aramburu, perpetrados por bandas subversivas que se arrogaron una visión histórica revisionista revelan el grado de descomposición moral y ética de un sector de nuestra sociedad y el daño ocasionado por una visión histórica que hurgaba en el pasado para justificar su ingobernable violencia presente.



Inmediatamente del magnicidio José Hernández le envió una desgraciada carta a López Jordán reivindicada por el revisionismo: "En la lucha en que usted se halla comprometido no hay sino una sola salida, un solo término, una disyuntiva forzosa: o la derrota, o un cambio general de situación en la República. Cualquier opinión contraria a esto, será un error político grave, que lo detendrá a usted en su marcha, para perderlo al fin.

"Urquiza, era el gobernador tirano de Entre Ríos, pero era más que todo el Jefe Traidor del Gran Partido Federal, y su muerte mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras tantas veces sacrificado y vendido por él.

"La reacción del partido, debía por lo tanto iniciarse por un acto de moral pública, como era el justo castigo del Jefe Traidor. Opino pues que para no empequeñecer su movimiento, debe usted tomar esa reacción como punto de mira política".

Si le adicionamos que en su alocución como nuevo gobernador López Jordán afirmó: "No puedo pensar en una tumba cuando veo ante mis ojos los hermosos horizontes de los pueblos libres y felices". El crimen pareciera haber sido el objetivo, ¿no deseado?

Las intenciones del crimen. Distintos autores, estudiosos del tema, no han llegado a una conclusión univoca. ¿Buscaban matarlo? ¿O se trató de la impericia de los asaltantes del Palacio San José frente a la resistencia del caudillo entrerriano? Esto último piensa el notable historiador Isidoro Ruiz Moreno quien hace un año publicó una magnifica biografía del caudillo. La historiadora Beatriz Bosh deja planteada la duda de esta siniestra trama cuando afirma que este acuerdo genera alarma en los círculos porteños observando que el diario de Mitre hablaba de pacto inmoral. Finalmente para no citar a todos, el historiador cordobés Alfredo Terzaga en su notable biografía del general Julio A. Roca instala la idea de que en el crimen algo ha tenido que ver el mitrismo. Sin pruebas, naturalmente, observa como confusa y sibilina la conducta política del jefe de la partida de asesinos, Simón Luengo, que no obstante su urquicismo conocido, algunos años antes había participado de un golpe de estado contra el gobernador Mateo Luque de Córdoba, donde estuvo la mano de don Bartolo.

En fin como en casi todos los crímenes políticos hay distintas miradas; lo inadmisible, en todo caso, es su justificación.

  
Justo José de Urquiza

Pg12 Domingo, 20 de noviembre de 2011
Por José Pablo Feinmann

El día es uno de esta semana. El del asesinato. Para peor, llueve. Porque la lluvia no lava la sangre, la expande, la lleva de un lado a otro, la mezcla con el barro. El mayor Irrazábal llega al galope a la casa del caudillo. Agarra una lanza y lo atraviesa. Dicen que preguntó dónde está ese bandido. Dicen que el legendario viejo respondió Peñaloza no es bandido. Inútil. Aunque sin llegar a los extremos de Sandes, Irrazábal era un asesino paranoico, útil para librar al elemento bárbaro de la República después del triunfo de Pavón. El colonialismo de Buenos Aires tenía que hacer esta tarea como los ingleses la hicieron en la India. Utilizó sus mismos valores: la civilización, el progreso, la cultura. Lástima que no quedó algo del espíritu del federalismo. Le habría dado un sentido lateral al sentido racionalista, europeísta de Buenos Aires. Pero a la elite de Buenos Aires poco le importaba el sentido lateral que la barbarie pudiera aportar. Era imposible que imaginara que esa idea estaría más cercana a Heidegger que a Smith, que a Marx. No habría que perdonar la crueldad con que la tarea se hizo. Pero el progreso tiene sus precios.

Tanto Sarmiento como José Hernández escribieron sobre la muerte de Peñaloza. Y muchos más. Sólo hay algo que quisiéramos notar. Sarmiento escribe: “El idioma español ha dado a los otros la palabra ‘guerrilla’, aplicada al partidario que hace la guerra civil fuera de las formas, con paisanos y no con soldados, tomando a veces en sus depredaciones las apariencias y la realidad también de la banda de salteadores. La palabra argentina ‘montonera’ corresponde perfectamente a la peninsular ‘guerrilla’ (...) Las ‘guerrillas’ no están todavía en las guerras civiles bajo el palio del derecho de gentes (...) Chacho, como jefe notorio de bandas de salteadores, y como ‘guerrilla’, haciendo la guerra por su propia cuenta murió en guerra de policía en donde fue aprehendido y su cabeza puesta en un poste en el teatro de sus fechorías. Esta es la ley y la forma tradicional de la ejecución del salteador (...) Los salteadores notorios están fuera de la ley de las naciones y de la ley municipal y sus cabezas deben ser expuestas en los lugares de sus fechorías”.

En 1863, un joven periodista de Paraná, que nueve años más tarde escribirá la primera parte de su poema inmortal, publica una airada defensa de Chacho y un ataque al partido unitario. Interesa ver cómo en Argentina, al partido de la “barbarie”, le sobraban buenas plumas. El sentido lateral, el integracionismo, la búsqueda de un país más amplio, la construcción, no de una ciudad, sino de una nación habría sido tal vez posible. Escribe Hernández: “Los salvajes unitarios están de fiesta. Celebran en estos momentos la muerte de uno de los caudillos más prestigiosos, más generosos y valientes que ha tenido la República Argentina. El partido federal tiene un nuevo mártir (...) El general Peñaloza ha sido degollado (...) en su propio lecho y su cabeza ha sido conducida como prueba del buen desempeño al bárbaro Sarmiento. El partido que invoca la ilustración, la decencia, el progreso acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas”.

Esta era la parte “pesada” de la “carga del hombre blanco” que Kipling mencionaba. O lo que el mariscal Bugeaud, más íntimamente, sugería: a la barbarie hay que lucharle con la barbarie. La carga es “pesada” porque no sólo incluye la educación de los bárbaros, llevarles las luces y el progreso. También matarlos siempre que haga falta. Y suele hacer falta muy a menudo. Hernández asume la figura del poeta de la maldición: “¡Maldito sea! ¡Maldito, mil veces maldito, sea el partido envenenado con sus crímenes, que hace de la República Argentina el teatro de sus sangrientos horrores (...) Detener el brazo de los pueblos que ha de levantarse airado mañana para castigar a los degolladores de Peñaloza, no es la misión de ninguno que sienta correr en sus venas sangre de argentinos. No lo hará el general Urquiza. Puede esquivar si quiere a la lucha su responsabilidad personal, entregándose como inofensivo cordero al puñal de los asesinos que espían el momento de darle el golpe de muerte; pero no puede impedir que la venganza se cumpla, pero no puede continuar por más tiempo conteniendo el torrente de indignación que se escapa del corazón de los pueblos (...) el general Urquiza vive aún, y el general Urquiza tiene aún que pagar su tributo de sangre a la ferocidad unitaria, tiene que caer bajo el puñal de los asesinos unitarios (...) en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones tan frecuentados por el partido unitario”.

Urquiza aprovecha la jugada de Pavón. Se retira de la política y se dedica a los negocios. Pero los federales siguen pidiendo su apoyo. Lo exige Felipe Varela en Manifiesto a los Pueblos Americanos. Urquiza parece no escuchar nada. Apoya a Mitre en la guerra contra el Paraguay, ese genocidio americano, tan secreto, tan oculto como el armenio. Y lo peor: luego de su frustrada competencia con Sarmiento por la Presidencia de la República acepta que éste lo visite en Paraná. Sarmiento llega en un vapor que lleva por nombre Pavón. Imposible una injuria mayor. El líder de los federales se abraza con el asesino de Peñaloza. No hay más que decir.

En abril de 1870 se escucha el bochinche de una caballada embravecida en el Palacio de San José. Son los federales de López Jordán. Urquiza sale armado. Le disparan y después le hunden los puñales de la venganza. “Ricardito, ¿por qué?” “Por traidor y por hijo de puta, general. Traidor al federalismo argentino. Hijo de puta... por usted mismo nomás.” “No era posible derrocar a Mitre. Los ingleses estaban con él.” “Podríamos haber tenido un país mejor. No sé el resto de América. Pero el nuestro pudo haber sido mejor porque tenía a los federales y éramos muchos.” “Pero eran bárbaros, brutos.” “Teníamos los mejores intelectuales. Lo teníamos a usted, el vencedor de Rosas. Otro puerto, Rosario. Un interior mediterráneo que pudo desarrollarse si lo protegíamos. Teníamos a los hermanos del Paraguay. Usted y Mitre les mataron seiscientos mil hombres. Hubieran sido nuestros. Ahora, gracias a todas sus traiciones, vamos a tener un país de porteños. Una gran ciudad y el resto un páramo derrotado.” Urquiza, algo curioso aún, pregunta:

–Cuando venían para el San José les escuché gritar:
“Qué pasa/ qué pasa, general/ está lleno de gorilas/ el gobierno federal”.
López Jordán sonríe y se le achican los ojos.
–Es un anacronismo.
–¿Y eso qué es?
–Se va a morir antes de poder entenderlo. Pero cuidado: nosotros somos el pueblo pobre en armas. No somos vanguardia de nada. A no confundirnos. Y ahora, si me permite...
–Qué.
–La puñalada del final.

Y le enterró el puñal con tantas ganas que ya nada podía importarle de lo sucedido ni de lo que pudiera sucederle. Si hay un acto que justifica nuestra vida por completo él acababa de cometer el suyo. El federalismo moría. Pero su asesino también. O, mejor aún, ya estaba muerto.  

Canale y el lado secreto de los héroes. Su nueva novela, “Salvaje”
“Con las mujeres, Urquiza era una suerte de acumulador”

La fiebre del amor se volvía irrefrenable para el prócer. Cómo las pasiones alimentaron nuestra historia. Entrevista. Por Patricia Suárez. Clarín 03/11/18.

Mar del Plata, 1963. Estudió Letras en la UBA. Es periodista y escritora. Su primera novela, Pasión y traición, -historia de Remedios de Escalada de San Martín- se convirtió en un éxito editorial. Rápidamente se volvió una autora prolífica reconstruyendo pasiones románticas de la historia, con títulos como Sangre y deseo, sobre Juan Manuel de Rosas, y Amores prohibidos, que explora los vínculos de Manuel Belgrano.

Novelista y periodista, Florencia Canale acaba de publicar nuevo libro, Salvaje, dedicado a la figura de Justo José de Urquiza. Personaje histórico, su universo aparece con frecuencia en la literatura argentina, así como la figura de otros caudillos. Urquiza, Ramírez y López Jordán son recurrentes, incluso, en los escritos de Borges. El padre de ese autor nacional clave había llegado a escribir una novela titulada El caudillo y ambientada en los últimos días del mayor líder entrerriano. Ahora, la trama elegida por Canale va de los primeros amores del prócer entrerriano, a los 18 años, a su consolidación como héroe patrio.

Entre lágrimas y engaños a mujeres abandonadas, Canale pinta un hombre para quien el arrebato y la fiebre del amor era un estado del cuerpo y la política, un estado del alma. Podría discutirse mucho sobre cuánto hay de rigor histórico -y si es necesario en este tipo de relato- y cuánto hay de imaginación y de interpretación de parte del narrador de hechos que no están consignados en documentos. Muchas veces, los sentimientos de un personaje histórico son parte de la ficción del novelista. Mientras la autora ya devana la lana del próximo libro que tiene en mente -aunque se reserva esa trama-, responde las preguntas de Clarín:

-¿Por qué Urquiza y cómo llegó a él? -Porque intuía que había alguna desmesura en su vida, por la leyenda de los cientos de hijos, porque me despertaba mucha curiosidad; y después de la trilogía de Rosas me parecía pertinente continuar con Urquiza. Por otro lado se había escrito mucho de él políticamente pero no la novela, salvo una escrita hace muchos años por María Esther de Miguel, en la que hacía referencia tangencial a Urquiza porque el protagonista era Blanes, el pintor.

-Salvaje muestra un Urquiza que sin ser Don Juan Tenorio, a su modo usa y abusa de las mujeres, estén unidas a él en la condición que estén. ¿Cómo llegó a la conclusión de que esta pintura del prócer era la más verosímil? -En cuanto a la percepción del uso y abuso de mujeres está más unida a prácticas de la modernidad. El amor como lo conocemos o practicamos hoy tiene poco que ver con lo que se acostumbraba en el siglo XIX. Sí, Urquiza tuvo muchas mujeres y muchos hijos, la mayoría de ellas no reclamó nada ni mucho menos. Ahora, cuando leemos hoy el modo que tenía para vincularse con las mujeres nos puede resultar, en principio, incómodo; esa voracidad, esa ansia de acumular, lo que fuera y como fuera. Que sus camaradas le reclamaran que era tiempo de casarse fue así; pero yo intento no juzgar, sólo contar los hechos, aunque estos resulten feroces o deslumbrantes a la hora de la lectura.

-Resulta difícil perfilar hoy a un personaje histórico con las características de Urquiza, padre -según el mito- de 50 hijos. Podría hablarse de un adicto al sexo, sin embargo, él iba más allá puesto que sólo lo detenía la procreación de hijos. ¿Cómo lo definiría usted? -No creo que lo detuviera la procreación porque con algunas tuvo más de un hijo. Creo que era un seductor nato, una suerte de acumulador. De todo, de riqueza, de territorio, de poder y también de mujeres. Un coleccionista, embelesado por la mujer, cautivado por lo femenino, dejando de lado la reflexión y el pensamiento y dominado exclusivamente por la pulsión.

-¿Por qué cree que las mujeres de la época le perdonaban su proceder amoroso? Abandonó muchas -aunque no a sus hijos- y las traicionó con frecuencia. En Salvaje cuenta que hacia los 45 años, él tenía diez hijos -reconocidos de alguna manera- de ocho mujeres diferentes, ¿cómo vivían estas mujeres conociendo unas la existencia de las otras? -Ahí está lo interesante, el perdón constante de la lista de mujeres. Ninguna hizo reclamos, tal vez las familias, aquellos padres de familia “principal”, hablo de los Calvento y los López Jordán, apellidos de la sociedad entrerriana. Los hermanos -hijos de distintas madres -vivían juntos sin demasiados cuestionamientos entre ellos, salvo con Dolores Costa, con la que se casa, que al principio es mirada con recelo. 

-¿Fue un desafío abordar una personalidad como la de Urquiza en un mundo donde el paradigma cultural respecto de lo masculino-femenino en cuanto a la concepción y crianza de los hijos cambió tanto? -Siempre es un desafío abordar las vidas de nuestros héroes y heroínas del siglo XIX. Propongo entrar a las historias derrumbando paradigmas del presente, despojándose de juicios y prejuicios.

-¿Qué piensa de la historia argentina una escritora tan singular como usted, que la ve desde la vida privada de sus hacedores? -Yo escribo sobre la pasión de la Historia argentina, un sentimiento intenso por demás. Creo que nuestra Historia es una sucesión de traiciones y venganzas, de ciudades teñidas de sangre, de lazos sanguinolentos, de clandestinidades desveladas pero sobre todo de inmensas pasiones.


La historia en foco
Cuando Urquiza dijo basta
Por Felipe Pigna. Revista Viva 17/03/13.

El Gobernador de Entre Ríos, cansado de las manipulaciones de Rosas, le aceptó la renuncia como encargado de las relaciones exteriores y decidió enfrentarlo. Con el apoyo del emperador de Brasil, lo derrotó en Caseros.


Año tras año, argumentando razones de salud, Rosas presentaba su renun­cia a la conducción de las relaciones exteriores de la Confederación, con la seguridad de que no le sería acep­tada. Y lo hacía en términos como estos: “La irreparable pérdida de mi amante esposa Encarnación, la prolongada lucha de mis más queri­das afecciones para subordinarlas a mis altos deberes y los principios de mi vida pública, aléjanme de una posición en que fuera desacuerdo reproducir sacrificios ya colmados. Con intenso anhelo, muy encarecida y humildemente, os suplico que, sin pérdida de tiempo, elijáis la persona que ha de sucederme en el mando su­premo de la provincia.” Y la Legislatura solía responderle en estos otros términos: “No es da­do a los representantes del pueblo, conceder a V.E. el descanso que tan justamente solicita. Cierto es que las circunstancias de la República exi­gen un poder con suficiente fuerza, armonía y rapidez: en este convenci­miento están los Representantes, y en el de que, aun cuando hay patriotas esclarecidos, capaces de ponerse al frente de los negocios, sólo en la per­sona de V.E. pueden depositar con­fiadamente la plenitud de facultades que acuerda la Ley. Sienten, pues no poder por ahora hacer innovación alguna a las resoluciones anteriores; pero en medio del pesar que les causa su irrevocable resolución, se hacen un deber manifestar a V.E. que están dispuestos a prestarle la más activa y decidida colaboración en todo cuanto concierna al sostén de la libertad e independencia de la República, bajo el concepto que oportunamente fa­cilitarán los recursos necesarios para terminar la cruel guerra promovida por el feroz bando salvaje unitario”.

En 1851 el gobernador de Entre Ríos emitió un decreto, conocido como el “pronunciamiento” de Urquiza, en el cual aceptaba la renuncia le Rosas y reasumía para Entre Ríos la conducción de las relaciones ex­teriores. El conflicto era en esencia económico: Entre Ríos venía recla­mando la libre navegación de los ríos, lo que permitiría el intercambio de su producción con el exterior sin ne­cesidad de pasar por Buenos Aires.

Armado de alianzas internacio­nales, Urquiza decidió formar su ejército para enfrentar al gobierno bonaerense, al que llamó a falta de mejor nombre “grande”. El empera­dor de Brasil, Pedro II, proveería infantería, caballería, artillería y todo lo necesario, incluso la escuadra. El tratado firmado entre Urquiza y los brasileños decía en una de sus partes: ‘Para poner a los estados de Entre Ríos y Corrientes en situación de su­fragar los gastos extraordinarios que tendrá que hacer con el movimiento de su ejército, Su Majestad el Empe­rador del Brasil les proveerá en cali­dad de préstamo la suma mensual de cien mil patacones por el término de cuatro meses contados desde la fecha en que dichos estados ratifiquen el presente convenio”.

Por supuesto que el emperador de Brasil no hacía esto en defensa de la libertad y los derechos humanos y obtuvo del gobernador Urquiza la hipoteca de territorio argen­tino engarantíaa sus contribuciones: “Su Excelencia el señor Gobernador de Entre Ríos se obliga a obtener del gobierno que suceda inmediatamen­te al del general Rosas, el reconoci­miento de aquel empréstito como deuda de la Confederación Argentina y que efectúe su pronto pago con el interés del seis por ciento al año. En el caso, no probable, de que esto no pueda obtenerse, la deuda quedará a cargo de los estados de Entre Ríos y Corrientes y para garantía de su pago, con los intereses estipulados, sus Excelencias los señores Gobernadores de Entre Ríos y Corrientes, hipotecan desde ya las rentas y los terrenos de propiedad pública de los referidos estados”.

Urquiza alistó a sus hombres en el “Ejército Grande”, avanzó sobre Buenos Aires y derrotó a Rosas en Caseros, el 3 de febrero de 1852. Ro­sas, vencido, se embarcó en el buque de guerra Conflict hacia Inglaterra. AI día siguiente de Caseros, terratenientes porteños, como los Anchorena, primos de Rosas, renegaban de su pasado rosista y trataban de congra­ciarse con las nuevas autoridades.

El “Ejército Grande” podía haber entrado a Buenos Aires al otro día de Caseros, pero Urquiza prefirió esperar el 20 de febrero, aniversario de la batalla de Ituzaingó, como desagravio al Imperio brasileño.

Las fuerzas de oposición al ex gobernador conformaban un extraño conjunto: federales antirrosistas, unitarios, jóvenes intelectuales, autonomistas, que sólo tenían en común su oposición a Rosas. Lejos de mantener la unidad, este grupo se dividirá en nu­merosos bandos políticos. Si la caída de Rosas parecía el fin de las contien­das provinciales, a partir de ella los enfrentamientos se tornarán más en­cendidos que nunca y el país parecerá estar a punto de estallar en pedazos.

Urquiza se instaló en la casa de Rosas en Palermo y, como Lavalle, repartió dineros públicos entre un numeroso grupo de oficiales y allegados. El reparto fue mayor que en 1829, porque también lo era el tesoro en 1852. Las órdenes de pago más modestas eran por veinte mil pesos. Vicente López y Planes cobró una gruesa suma y aceptó asumir como gobernador de Buenos Aires. “¿A que no me saca en cara que yo hubiese aconsejado que se diese a ningún hombre de mi familia 200.000 pesos como hizo usted darle a su padre con el General Urquiza?”

He aquí 10 una parte de la lista de los que recibieron los “incentivos de Urquiza”, claro que con dineros públicos: a) Gobernador Vicente López y Planes, 200.000, 2) Teniente coronel Hilario Asacasubi, 10.000, 3) Coronel Manuel Escalada, 100.000, 4) Ge­neral Gregorio Aráoz de La Madrid, 50.000, 5) Coronel Bartolomé Mitre, 16.000, 6) Gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro, 224.000 y 7) General José M. Galán, 250.000.

Mientras tanto, Rosas se instala­ba en la chacra de Burguess, cerca de Southampton, acompañado por peones y criados ingleses. En 1857, su hija Manuela y su flamante marido, Máxi­mo Terrero, se habían ido definitiva­mente a Londres y él quedaba en la mayor soledad y, como solía decir, en “la prisión de su pensamiento”.

El gobierno porteño, instalado el 11 de septiembre de 1852, confis­có todos sus bienes y Rosas depen­día para vivir de los recursos que le enviaban sus amigos desde Buenos Aires. Volvió a dedicarse a las tareas rurales hasta su muerte, ocurrida el 14 de marzo de 1877, a los ochenta y cuatro años.

1) José Luis Busaniche, Juan Manuel de Rosas, Bue­nos Aires, Theoría, 1967.
2) Carta de Dalmacio Vélez Sarsfiled a Vicente Fidel López, hijo del autor del Himno, en Busaniche, Rosas visto por sus contemporáneos, op.cit

Propuesta de ayuda económica
Carta del vencedor al vencido
Justo José de Urquiza, el enemigo de 1852, causante de su derrota definitiva en la batalla de Caseros, conociendo la delicada situación económica en la que vivía Juan Manuel de Rosas en Inglaterra, le ofreció en 1858 su ayuda económica en esta curiosa carta, que está publicada en la Gran Enciclopedia Argentina: “Yo y algunos amigos de Entre Ríos estaríamos dispuestos a enviar a usted alguna suma para ayudarle a sus gastos, y le agradecería nos manifieste que aceptaría esta demostración de algunos individuos que más que una vez sirvieron a sus órdenes. Ello no importaría otra cosa que le guarden los mismos que contribuyeron a su caída, pero que no olvidan la consideración que se debe al que ha hecho tan gran figura en el país, y a los servicios muy altos que le debe y que soy el primero en reconocer; servicios cuya gloria nadie puede arrebatarle, y son los que se refieren a la energía con que siempre sostuvo los derechos de la soberanía y la independencia nacional”.

Vida privada
Mujeres e hijos

Todo parece indicar que la vida amorosa de Urquiza fue muy intensa, pero la única mujer con la que contrajo matrimonio fue Dolores Costa Brizuela, nacida en 1830. Era hija de don Cayetano Costa y diña Micaela Brizuela. Urquiza tenía 50 años cuando conoció a Dolores en una fiesta en Gualeguaychú en la que el invitado de honor era Sarmiento. Dolores fue la fiel compañera en sus últimos años. El tenía 12 hijos de parejas anteriores -todos reconocidos legalmente- y con ella tendría otros once. La primera de la larga lista fue Dolores, nacida el 30 de abril de 1853, horas antes de la sanción de la Constitución.


Acaba de presentar "Urquiza, el salvaje", una biografía del caudillo entrerriano que tumbó a Rosas, aliado con los enemigos de la Confederación. Tiempo Argentino 20/05/17. Por Martín Piqué. 

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