sábado, 21 de agosto de 2010

¿Porqué el kirchnerismo es populismo decadente?


Pese a la cooptación de intelectuales que el kirchnerismo viene realizando a fuerza de puestitos, subsidios, promociones y otras yerbas, nunca pueden superar discusiones racionales. Con grandes dósis de soberbia pero sin bagaje ideológico de fuste, apenas pueden apelar al recurso de descalificar al opositor, denigrándolo con algún antecedente culposo. Nada peor para estos pensadores acomodados que el contrincante tenga el "culo limpio", no le deba nada a nadie, tenga vuelo intelectual propio y/o antecedentes combativos. ¡Eso los mata! 

El archivo de audio aquí disponible pertenece al programa Marca de Radio de Eduardo Aliverti (un periodista que alguna vez fue valiente e independiente). El sábado pasado entrevistó a los oficialistas Artemio López y Juan Manuel Abal Medina Jr. junto a la opositora Alcira Argumedo, investigadora del CONICET y perteneciente a Proyecto Sur, de Pino Solanas. López es un encuestador-analista ultra defensor mediático del gobierno y a Abal Medina ya lo mencioné en otros artículos de esta página: un politólogo-asesor directo de Nestor Kirchner, titular anti-cambios de la Secretaría de la Gestión Pública, aliado de la patota de U.P.C.N. (*) Esta mesa redonda constituye un claro ejemplo de lo que intento describir arriba. 

Es un poco larga, 54 minutos y pico, pero les aseguro que vale la pena escuchar las inútiles defensas a Cristina Kirchner por su casamiento con la Barrick Gold, la corrupción galopante de su gobierno y otras cuestiones que los oficialistas consideran "accesorias" y "secundarias". Horanosaurus.

(*) jefe de Gabinete de Ministros durante el gobierno de Cristina Kirchner.




VIAJE EN EL TIEMPO. Calle San Martín, Tandil, provincia de Buenos Aires, octubre de 2010. Es muy bueno que los chicos vuelvan a soñar con una revolución pero es malo que no sepan lo que hizo Menem en nombre del peronismo en los 90's o no conozcan quienes integran o conducen al justicialismo de los últimos años, por ejemplo, para analizar con más rigor la realidad. Compañeros: lo que no saben también existe. Justamente al kirchnerismo suelen llamarlo "capitalismo de amigos" y Uds. lo están defendiendo.

PD1: ¡Pero será de Dios! Un amigo acaba de recordarme que cuando pintábamos en las paredes leyendas similares para nuestro otrora líder Perón, detrás estaba López Rega y nosotros éramos 'verticalistas'...

PD2: pasados unos meses salió este muy buen artículo -con título similar al de mi foto- del diputado por Coalición Cívica, Fernando Iglesias: cada párrafo invita a pensar en serio, principalmente a los kirchneristas. En el siguiente, Eduardo Mondino ennumera una serie de desatinos que justifican el mote de populista al gobierno que nos ocupa. Y más abajo, el periodista Alejandro Katz -ya 2013- ahonda en lo que algunos llaman "relato" y el bautiza como"simulacro": como se entiende tanta tergiversación y mentira del kirchnerismo y porqué logra engañar a tantos. 

Los que combaten al capital

Clarín – Opinión Sábado 14/05/11. Por Fernando Iglesias (Diputado Nacional por la Coalición Cívica).

Nada se ha hecho en seis años de gobierno kirchnerista para aplicar las leyes antimonopólicas y de defensa del consumidor y evitar la concentración y los oligopolios, excepto sorprenderse de que existan, acusar de ello a la oposición y usar el argumento antimonopólico para promocionar nuevos monopolios, esta vez en manos de amigos. A favorecer semejante sinsentido contribuye la superficialidad de la sociedad nacional, convencida de que todo lo estatal era maldito y todo lo privado sagrado en los 90 y de lo contrario hoy, y la corrupción indecente del sistema-Pejota, que se llenó los bolsillos con las privatizaciones salvajes en los 90 y se los llena con las estatizaciones y la patrimonialización de los bienes del Estado, hoy.

De manera que asistimos al renacimiento en Argentina de la idea de izquierda y progresismo como anticapitalismo, noción abandonada en todo el mundo desde el colapso del stalinismo y presentada hoy aquí como panacea por quienes no dudan en ser capitalistas salvajes cuando se trata de acumular fortunas cuyo origen no pueden explicar.

Se trata de un concepto bien complementado por el pymesismo, novedosa doctrina que propugna una gran economía nacional sin grandes empresas, demonizadas y perseguidas al grito de “abajo las corporaciones económicas” proferida desde corporaciones político-sindicales que ambicionan quedarse con ellas. Bastaría imaginar qué sucedería si Angela Merkel embistiera contra la Mercedes Benz: se alzaría allí un coro que partiría desde la misma socialdemocracia en protección de miles de puestos de trabajo y las propias Pymes acudirían en defensa de una empresa de la que muchas son proveedoras.

Es este potenciamiento entre empresas grandes, medianas y pequeñas la que se ignora en nuestro país, donde términos que en todas partes son concebidos como complementarios (campo e industria, producción y servicios, república y justicia social) son presentados como antagónicos, en tanto las maniobras hegemónicas y las peticiones de las corporaciones anticorporativas son naturalizadas como parte del folklore político nacional.



Clarín. Sábado 18/06/11. Por Eduardo Mondino. Ex Defensor del Pueblo de la Nación.

Todos estos años hemos escuchado que la acción de este gobierno era la construcción de un “modelo”, al cual luego le incorporaban las más diversas adjetivaciones: “nacional y popular, latinoamericanista, progresista, igualitario, social, revolucionario, histórico”.Si repasamos los hechos desarrollados en estos ocho años en orden a la transparencia en el uso de los recursos públicos, la calificación del “modelo” está muy lejos de tales adjetivos, diría más bien en las antípodas. La nómina es larga:
* Parte de las primeras denuncias por sobreprecios en la obra pública no bien comenzó la gestión de Néstor Kirchner (quien ya venía con un poco transparente manejo de los fondos de la provincia de Santa Cruz que se depositaron en el exterior).
* El manejo arbitrario de la enorme masa de recursos en materia de transporte (casi $ 34.000 millones), que deriva en causas judiciales que involucran a Ricardo Jaime.
* El procesamiento de Capaccioli en la causa de los “medicamentos truchos”, quien comandaba la recaudación para la campaña presidencial del 2007.
* El dinero que aparece sin ninguna lógica en el baño de la entonces ministra Felisa Miceli; ella renunció y pasó a desempeñar tareas en la Fundación Madres de Plaza de Mayo, donde hizo un informe que ocultó y que recién se conoce en estos días, reconociendo situaciones irregulares.
* Antonini Wilson ingresando ilegalmente al país 800 mil dólares , que después dijo que no le pertenecían y que se los dieron en una valija sus compañeros de vuelo, funcionarios del Gobierno.
* Las empresas intermediarias con domicilio en Miami y Panamá que les cobraron un 15% de comisión a los exportadores de maquinarias a Venezuela. Nadie nunca pudo explicar cuál era la función en esas negociaciones de Claudio Uberti, oficialmente director de OCCOVI. Uberti fue uno de los pasajeros del avión que vino de Venezuela con Antonini Wilson.
* El desmesurado crecimiento del patrimonio del matrimonio Kirchner durante su gestión presidencial, cuando se presume que estaban dedicados exclusivamente a gobernar el país. Igual crecimiento tuvieron algunos secretarios privados, más los amigos que hoy manejan importantes negocios en áreas como el petróleo, el juego y los medios de comunicación.
* El uso discrecional de fondos de la ANSeS, que va desde el fútbol hasta la colocación de comisarios políticos en empresas.
* La utilización de fondos nacionales de obra pública para condicionar la posición de gobernadores e intendentes, ordenando además qué empresas deben realizar las obras.

Este manejo de lo público permite afirmar que estamos ante una monarquía, no en una república. Con esta línea llegamos a los negocios de Sergio Schoklender con la pantalla de la construcción de viviendas de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. A este “modelo” no le importa nada, ni respeta nada, todo es una gran farsa propagandística. No han dejado nada por contaminar: hoy hasta han puesto bajo sospecha un símbolo de los derechos humanos, como son la Madres. La ética pública ha sido arrasado por un devastador tsunami de indecencia. Este es, entonces, “el modelo de la corrupción”.



Más que una sucesión de falsedades
El oficialismo construye una realidad paralela y autosuficiente a través de un discurso vacío que se desentiende de la verdad; así, logra sus objetivos, pero destruye el idioma común. Por Alejandro Katz  | Para LA NACION 29/04/13.

El kirchnerismo ha fracasado. Es suficiente con observar en torno nuestro: la pobreza, los malos resultados de la educación; las infraestructuras, inútiles, arruinadas e incapaces de prestar los servicios que se esperan de ellas; la producción, concentrada fundamentalmente en industrias extractivas y en manufacturas ineficientes y subsidiadas por el Estado o por los consumidores; la riqueza de la sociedad, cada vez peor distribuida. No hay más que mirar las turbias aguas en las que alguien muere, ahogado por la incapacidad y por la corrupción. Basta con observar para sacar la única conclusión posible: el Gobierno ha fracasado. No han fracasado, claro, los kirchneristas. Ellos tienen poder y tienen riquezas. Un poder que disfrutan, en cuyo ejercicio encuentran un goce que seguramente no se reduce al dinero que obtienen por estar allí, enquistados en el Estado y en sus dependencias, pero que posiblemente se alimenta también de ese dinero.

Resulta cuando menos inquietante esa combinación del fracaso de las políticas públicas y el éxito privado de los dirigentes, los funcionarios y sus socios. Especialmente inquietante, dado que esa combinación ha sido convalidada por la sociedad en elecciones democráticas. Inquietante porque, más allá del hecho evidente de que las oposiciones no supieron convertirse en alternativas, y más allá también de la cuota que los clientes electorales del Gobierno le aportan, lo cierto es que a una parte significativa de la sociedad esa convivencia entre el fracaso de lo público y el éxito privado de los funcionarios no parece provocarle rechazo. Es más: le inspira aprecio. Suficiente aprecio cuando menos para votar, una y otra vez, a los responsables de los fracasos colectivos.

¿Qué hay, entonces, en el kirchnerismo que convoca esos votos? ¿Cuál es el rasgo distintivo que vuelve atractivo a un gobierno incapaz de reducir la pobreza, controlar la inflación, asegurar la calidad de la educación, incluir a los jóvenes en la sociedad o brindar electricidad suficiente? Un gobierno incapaz -peor, indiferente- de evitar que los trenes choquen, que los barrios se inunden.

Para muchos, la incompetencia y la corrupción marcan la gestión kirchnerista, pero ésos no son sus rasgos distintivos. No es más incompetente, por caso, de cuanto lo fue el gobierno de la Alianza, y la corrupción fue, hace ya tiempo, la marca particular del menemismo. Lo que parece caracterizar al gobierno actual, lo que parece introducir una diferencia, un sello original, eso que lo hace distinto y singular, es la mentira. El kirchnerismo ha hecho de la mentira un arte: miente las biografías de sus líderes, miente las estadísticas públicas, miente en sus intenciones y en sus hechos, en las obras inexistentes que inaugura dos veces, en las cifras que dan cuenta de la pobreza y en el costo que tiene alimentarse siendo pobre. El kirchnerismo, principalmente, miente.

La mentira nunca está ausente de la vida política. Pero en una jerarquía de los vicios no ocupa el lugar principal: nadie espera de los políticos una absoluta sinceridad pública. Es más: algunos pensadores, como Hobbes o Mandeville, han incluso argumentado a favor de un cierto grado de hipocresía. Judith Shklar, en su clásico libro sobre los Vicios ordinarios, reserva el peor lugar, el más infame, a la crueldad, y señala que la hipocresía es inevitable en la política: la política democrática sólo es posible, afirma, con algo de disimulo y pretensión.

Como alguien famosamente dijo: "Es difícil creerles a dos millonarios que hablan de los pobres". Pero, aunque la hipocresía sea sin dudas un rasgo prominente del discurso y de las prácticas kirchneristas, de su permanente doble estándar, no es su característica principal. Así como la sucesión permanente de mentiras es algo distinto que una gran mentira, la sucesión interminable de conductas hipócritas no es una gran hipocresía. Es un simulacro, y el simulacro, a diferencia de la mentira y de la hipocresía, carece de toda conexión con la verdad, es indiferente a cómo son las cosas en la realidad.

Al simulador, a diferencia del mentiroso, la verdad lo tiene sin cuidado y, por ello, su discurso es lo que en inglés se denomina bullshit”: cháchara, palabrería, charlatanería. Al simulador no le interesa mentir respecto de algo en particular (las cifras de la inflación, por ejemplo, o su heroico pasado revolucionario). Le interesa satisfacer sus objetivos y, para eso aspira a manipular las opiniones y actitudes de su público, sin poner ninguna atención a la relación entre su discurso y la verdad. Se trata, como escribió Harry Frankfurt en un ensayo ya clásico sobre el concepto de bullshit, "de un discurso vacío, que no tiene ni sustancia ni contenido". Cuando el discurso del Gobierno se construye con una sucesión de mentiras, lo importante no es que intenta engañar respecto de cada una de las cosas que tergiversa, sino que intenta engañar respecto de las intenciones de lo que hace. El problema del Gobierno no es informar la verdad ni ocultarla. Decir la verdad o falsearla exige tener una idea de qué es verdadero, y tomar la decisión de decir algo verdadero y ser honesto o de decir algo falso y ser un mentiroso. Pero para el Gobierno éstas no son las opciones: el kirchnerismo no está del lado de la verdad ni del lado de lo falso. Su mirada no está para nada dirigida a los hechos, no le importa si las cosas que dice describen la realidad correctamente: sólo las elige o las inventa a fin de que le sirvan para satisfacer sus objetivos.

¿Por qué, entonces, un gobierno con semejante discurso persuade a tanta gente para que lo vote? En tiempos en que las pertenencias partidarias y las identidades ideológicas son frágiles, y en que las personas actúan cada vez más como consumidores y menos como ciudadanos; en tiempos en los que el abismo entre la riqueza privada y la pobreza de los bienes públicos no deja de aumentar, en los que el voto se decide, mayoritariamente, por la coyuntura de la economía, el simulacro sirve al poder como un almacén de coartadas al que sus votantes acuden para elegir los argumentos que justifican su elección.

Infinito repertorio de frases hechas y lugares comunes, clasificados en grandes estanterías bajo nombres que resultan pomposos porque han perdido su sentido -inclusión social, soberanía, poderes fácticos, modelo, matriz productiva diversificada, derechos humanos, democratización de la palabra, derechos de las minorías, democratización de la Justicia, proyecto nacional-, el simulacro con el que el Gobierno ha sustituido lo real permite disfrutar de los beneficios inmediatos del presente sin por ello sentir traicionados los principios.

El simulacro produce votos para el Gobierno, al mismo tiempo que crea una zona de confort para sus votantes. Zona de confort que se extiende también a quienes no lo votan, porque, así como para muchos resulta cómodo permanecer bajo la hueca burbuja de la retórica gubernamental, muchos otros también hallan ventajas en colocar en el Gobierno la fuente de todo mal y de toda desgracia. Las responsabilidades colectivas se desvanecen en la autocomplacencia: el simulacro ha resultado exitoso para el Gobierno porque ha resultado útil a la sociedad.

El simulacro kirchnerista es adecuado para una sociedad que vive el presente sin querer enterarse de que lo hace consumiendo futuro. Pero el éxito del simulacro anticipa el fin de lo social, porque el bullshit corrompe las bases mismas de existencia de la sociedad: el idioma común. Al haber destruido toda relación con la verdad y, más aún, con la realidad, ese idioma está muerto. El simulacro es impune, porque su promesa no puede nunca ser medida contra las evidencias de la realidad: las aguas en las que se hunde el futuro de ciudadanos que están más allá de toda esperanza no tienen la capacidad de ahogar el discurso vacío que produce el poder. Así, el simulacro instala un presente perpetuo, un presente que cancela -muchas veces, de las que hay tristes evidencias, de forma literal- toda promesa de porvenir. Continuar viviendo bajo el simulacro es condenarse a no tener futuro.

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