Los kirchneristas pasaron del espanto inicial por la designación papal de Bergoglio a intentar colonizarlo y sacarle provecho. Propio de gente mediocre y sin códigos, pasaron de taparse la nariz a taparlo con alabanzas caretas. A los históricos y decadentes peronistas históricos, esos que aplaudieron a Menem, Cavallo y a la Fundación Mediterránea y después a los Kirchner con Boudou, los gobernadores e intendentes feudales, Cristóbal López y Lázaro Báez incluídos, Francisco les encantó desde el principio: casi un compañero de Guardia de Hierro, pura conducción política, tan parecido a esos que siguen dando vueltas por ahí, "profesionales de la rosca".
Sacando esas lacras del medio -que ojalá algún día los argentinos podamos dejar atrás- porque no profundizar la teoría del gran periodista Jorge Fernández Díaz -un 'peronista arrepentido' como yo- sobre la influencia de la formación personal del Papa en su accionar político y su aporte subliminal a nuestra pacificación. Hasta The Economist parece coincidir. Ya que estamos, agrego también las definiciones más fuertes de Francisco en su gira sudamericana de julio 2015 (las de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia) y algunas de sus 'pifiadas' políticas, lógicas en alguien que se la está jugando mucho más que sus antecesores. Horanosaurus.
Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION Domingo 12/07/15.
"La policía y los jesuitas
tienen la virtud de no abandonar jamás ni a sus enemigos ni a sus amigos."
La estruendosa gira del papa Francisco por la región y su mano invisible para
diseñar el próximo formato político que tendrá la Argentina confirman el
célebre aforismo de Balzac. Francisco es
propenso a abrazar los populismos latinoamericanos, y esta certeza empírica
provoca alegrías en el oficialismo y alergias en la oposición: las dos miradas
son parejamente superficiales. Mientras elogia el asistencialismo populista, Bergoglio es capaz también de reclamar bajo
las narices de Correa y de Evo Morales que se terminen los personalismos y
los liderazgos únicos, y recomendar la libertad para los medios de prensa, las
ONG y los intelectuales. Propicia el
deshielo con la Cuba de los Castro, pero le demuestra al presidente
boliviano que la hoz y el martillo no le caen en gracia. Y eso lo hace el mismo
día en que carga duramente contra el
capitalismo internacional y la dictadura del dinero.
Cuesta entender todavía que no
se trata de un zigzag demagógico, sino de una
ideología que viene de fábrica. Bergoglio es preperonista: se formó con las
encíclicas sociales de León XIII y con una serie de punzantes pensadores
socialcristianos. Y luego creyó ver astillas de esos mismos ideales en el
hipotético Perón del regreso, aquel león herbívoro que venía a abrazarse con
Balbín y que sería estragado por sus propios monstruos de ultraizquierda y ultraderecha,
y por los achaques mortales de la edad. La
tercera posición, el centrismo popular, ni yanquis ni marxistas. Hoy, para
Francisco, el populismo no es un objetivo, sino apenas un punto de partida. Un
método de emergencia que han encontrado las sociedades ante situaciones límite,
pero que debe ser vigilado para que después no se cristalice y derive en
autocracias y dictaduras mal disimuladas y corruptas.
Tal vez quien mejor explique su
concepción sea otro jesuita argentino,
Rodrigo Zarazaga, cura trajinador de la pobreza y los conurbanos, con
posgrados en Harvard y en Berkeley. Asevera Zarazaga que la Argentina necesita una síntesis entre dos variables: justicia
social e institucionalismo. Insinúa que la primera sin la segunda es
ineficiente y deforme. Y que la segunda sin la primera es una mera cáscara
formal. Si la democracia se juega sin reglas, se malogra. Pero si a las
instituciones "se las vacía de responsabilidades sociales, una gran parte
de la sociedad -aquella conformada por los «perdedores»- permanecerá
indiferente a su vulneración". Este modelo híbrido y dual, donde
kirchneristas y republicanistas están obligados a acercar posiciones, no sólo
explica entonces las andanzas verbales del Papa por América latina; también
define la gran novedad de la política local y los silenciosos esfuerzos que la
Iglesia viene realizando para que el proyecto de Bergoglio se realice con
plenitud en la etapa histórica que se abre.
Los encuestadores, que tienen
más predilección por sus investigaciones desprejuiciadas que por las teorías en
juego, acuerdan, sin embargo, con que la ciudadanía se encamina hacia un centro
consensual por ahora inespecífico, pero antagónico a la cultura rabiosa con barniz ideológico que imperó en la última década.
El modelo anfibio que propone la Iglesia
de Francisco para cerrar la grieta encaja como un guante en esos
requerimientos del inconsciente colectivo. No abandonemos la preocupación
social, pero tampoco borremos las normas de la República, y que el diálogo
político acabe finalmente con el monólogo.
Quienes han visitado estas
semanas el Vaticano, y conversado largamente con los principales alfiles del
pastor de Santa Marta, traen a Buenos Aires una evaluación cabal sobre los dos
líderes que cruzarán espadas en la final de finales: Macri y Scioli. Tanto el alcalde como el gobernador les
parecen "potables", aunque los prelados emiten más afinidad por
el estilo conservador y previsible del líder naranja. Es que el líder amarillo
les parece más laico, sorpresivo y gozador. Ambos encarnan una posición
centrista con matices y gradualismos, y con búsqueda de consensos: ni Scioli continuará con el revival del
setentismo, ni Macri será el neoliberalismo noventista. Y para pescar
votantes en el océano electoral del medio, ambos irán aproximando discursos
mientras, paradójicamente, se agreden en público para diferenciarse. Bueno es
recordar que, a pesar de tanto ruido y tanta épica, una abrumadora mayoría del
pueblo argentino se sigue considerando de centro.
Dos
temas les preocupan a los cuadros políticos de Bergoglio: la
influencia anticlerical que ambos candidatos tendrán entre sus aliados y, por
supuesto, la gobernabilidad que cada coalición podría garantizar. En los dos
rubros, Scioli saca alguna ventaja. Piensan que el candidato por el Frente para la Victoria tiene más
capacidad para domar a los sectores radicalizados, no sólo por su personalidad,
sino por la mismísima dinámica interna del peronismo, que con la caja siempre
consigue verticalidad y obediencia. El frente
Cambiemos posee, por su parte, dirigentes más reformistas y cuestionadores,
y el espíritu horizontal de Pro puede resultar más poroso a sus planteamientos
y exigencias. Las alianzas, por otra parte, plantean distintos escenarios. Si Scioli perdiera, el peronismo
clásico quedaría muy golpeado y el cristinismo lo convertiría en el mariscal de
la derrota, le arrebataría el liderazgo y encabezaría, por oposición, un
impiadoso proceso de hostigamiento al "gobierno del cambio". Si Macri perdiera, el peronismo
fagocitaría en el poder las divergencias y domesticaría a sus adversarios
cristinistas. Aunque tanto el peronismo tradicional como el macrismo y sus
socios radicales e independientes podrían, curiosamente, coincidir en
emprendimientos y apoyos mutuos, dado que ya no los separan abismos
conceptuales. De hecho, las figuras que
van consolidándose ante la percepción pública muestran un perfil bastante
afín: Urtubey, Perotti, Lifschitz, Schiaretti, Cornejo y Rodríguez Larreta
personifican, con sus distintas tonalidades y espacios, un mismo temperamento. Dejan todos ellos la sensación de que el
sentido común puede derrotar a la megalomanía.
Tanto las aspiraciones papales
como las tendencias del voto sugieren que marchamos
hacia una nueva cultura política de convergencia y que podría diluirse por
el momento la madre de todas las batallas culturales. Que se inició cuando Cristina Kirchner decretó el
"vamos por todo" e intentó sustituir una democracia por otra.
Hasta entonces, el kirchnerismo sólo pretendía nacionalizar el proyecto feudal
santacruceño; luego cargó contra la democracia republicana fundada en 1983,
acusándola implícitamente de ser la culpable de la decadencia nacional.
Convenía, por lo tanto, reemplazarla por una democracia populista. Ya sabemos
lo que eso significa: el Congreso como escribanía, las leyes a lo guapo, los
controles en manos amigas, la colonización de los jueces, el copamiento de la
burocracia, la apropiación indebida del Estado. Laclau y los profesores de
Carta Abierta le dieron arquitectura intelectual a esta ofensiva inédita que algunos simplificaban como chavización.
La batalla de las democracias, que sostendrá Cristina hasta el último día,
parece, sin embargo, apagarse. Quienes la libramos vemos surgir ante nosotros
algo nuevo, que exige la reconfiguración de la mirada. Francisco es el ideólogo secreto de esa era.
La revista británica analizó las
connotaciones políticas del paso del Sumo Pontífice por América Latina. InfoBAE
12/07/15.
Los
viajes del papa Francisco son siempre analizados políticamente. Sus
encuentros con jefes de Estado -entre ellos Cristina Kirchner-, su influencia para la reapertura de
embajadas entre Cuba y Estados Unidos, cada uno de sus discursos y ahora su
visita a tres países deAmérica Latina revelan
mucho sobre su papado.
La revista británica The
Economist publicó un artículo haciendo
referencia a esta faceta de Francisco, al cual bautizó como "El
Papa peronista".
"Si
uno pudiese aplicar el término a un prelado de 78 años de edad, que convirtió
la falta de ostentación en un arte, entonces el Papa Francisco es una estrella
de rock. O al menos es la forma en la que fue recibido esta semana en América
latina", comienza el artículo. Pero aclara: "La gira de
ocho días -la más larga de su papado y la primera a un país de habla española- puede
hacer más que resaltar su popularidad en su región natal. Puede añadir
definición política a su papado".
The
Economist hace hincapié en las
características que tienen Ecuador, Bolivia y Paraguay, los países donde estuvo Francisco.
Primero explica que la mayoría de su población es
católica y que uno de los objetivos del Sumo
Pontífice es mantener esa realidad: "En Guayaquil, con una masa que
celebraba a la familia, habló de su preocupación por
aquellos que son excluidos, en clara referencia a la batalla silenciosa que
lleva adelante para que haya más tolerancia hacia las parejas homosexuales y
divorciados", detalla la revista. Y agrega: "Los
tres países son pequeños y pobres, con gran población amerindia. Fueron
escogidos cuidadosamente. Francisco, quien solía ser un
sacerdote jesuita en Argentina, valora el trabajo pastoral con los marginados,
respeta la humildad popular y promete una 'iglesia pobre para los
pobres'".
Luego
el artículo profundiza sobre la carga ideológica de las acciones del Papa:
"Sus palabras entusiasmaron a los defensores de la Teoría
de la Liberación, un conjunto de ideas de izquierda que influenciaron a América
Latina en las décadas de 1970 y 1980". "Pero el padre Bergoglio siempre rechazó al
marxismo y la revolución violenta, que algunos sacerdotes de izquierda
apoyaron. En lugar de adoptar la Teoría de la Liberación, está
reinterpretándola para una era post-marxista. Las
críticas del Papa al libre mercado capitalista chocan tanto con la tradicional
doctrina social católica como con el peronismo, el movimiento
nacional-populista de Argentina, del cual fue muy cercano", detalla.
La
revista tampoco deja de lado la actualidad política en la Argentina y vincula
las elecciones con las cinco reuniones entre el ex arzobispo de Buenos Aires y
Cristina Kirchner: "Con las elecciones presidenciales de octubre, esos
encuentros provocaron quejas desde la oposición. Su
meta entreteniendo a Kirchner es fomentar un traspaso de mando democrático y en
paz, evitando la violencia y el caos que han marcado las transiciones políticas
argentinas en el pasado".
Sin
embargo, la publicación británica alerta acerca de que algunos
especialistas piensan que Francisco está jugando de más con su mano política: "Su
plan de ir a Cuba por cuatro días en septiembre, antes de ir a los Estados
Unidos, podría enojar a los republicanos y poner en riesgo la mitad del
viaje".
El
artículo concluye manifestando que "la mayor prueba de habilidad política
de Francisco será si podrá ayudar a lograr
una transición pacífica y democrática en Venezuela, donde el gobierno impopular de
Nicolás Maduro se enfrenta a una probable derrota en las elecciones
parlamentarias de este año".
Al
respecto, menciona que podría ayudar la "aplicación
de la presión papal" a los aliados de Maduro, los
presidentes Rafael Correa de Ecuador y Evo
Morales de Bolivia.
http://www.economist.com/news/americas/21657401-franciss-balancing-act-latin-america-peronist-pope?fsrc=scn/tw/te/pe/ed/ThePeronistPope
Durante el II Encuentro de Movimientos
Populares organizado por el Vaticano y el gobierno de Evo Morales, el Sumo
Pontífice fue duro con la Iglesia y alentó a los pueblos a "cambiar el
mundo". La Nación 09/07/15.
Santa Cruz,
Bolivia.- Agencias EFE y AP. En su segundo día de visita a Bolivia y ante los
movimientos sociales en Santa Cruz, el papa Francisco pidió "perdón" en nombre de la
Iglesia por "los crímenes cometidos contra los pueblos originarios de
América" durante la conquista.
"Quiero
decirles, quiero ser muy claro, como lo fue San Juan Pablo II: pido
humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los
crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de
América", clamó el Papa durante el II Encuentro de Movimientos Populares
organizado por el Vaticano y el gobierno de Evo Morales.
En el
discurso más largo que ha pronunciado en su gira sudamericana, Francisco
exhortó a los movimientos a no pelearse entre ellos porque parece que "el
tiempo se está acabando". Incluso bromeó sobre la larga alocución al
decir: "el cura habla largo"
y pidió agua.
El Papa
exhortó a cada "cartonero, catadora, pepenador, recicladora" y a
todos los movimientos populares a movilizarse
porque "pueden hacer mucho" para cambiar el mundo. "Ustedes,
los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos pueden y hacen mucho.
Me atrevo a decirles que el futuro de la
humanidad está, en gran medida, en sus manos".
Aunque dijo
no tener recetas, Francisco hizo recomendaciones para ese cambio: el primero
fue el de "poner la economía al
servicio de los pueblos" y
oponerse a "una economía de exclusión e inequidad". También abogó
por "devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece" y
consideró que "la propiedad, muy en
especial cuando afecta los recursos naturales, debe estar siempre en función de
las necesidades de los pueblos".
A su vez,
Franciscó afirmó "que ha llegado el
momento de un cambio" ante un "sistema que ya no se aguanta".
Y sentenció: "Queremos un cambio,
un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo
aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las
comunidades, no lo aguantan los Pueblos. Y tampoco lo aguanta la Tierra, la
hermana Madre Tierra como decía San Francisco".
"¿Reconocemos
que las cosas no andan bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra,
tantas familias sin techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas
heridas en su dignidad?", se interrogó el papa. Entonces, clamó: "íDigámoslo sin miedo: necesitamos y
queremos un cambio!".
Además,
afirmó que "ningún poder fáctico o constituido tiene derecho a privar a
los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía" y lamentó que esto
de vida a "nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente las
posibilidades de paz y de justicia". Advirtió del peligro de este "nuevo colonialismo" que
llega de la mano de "algunos tratados denominados de libres comercio y la
imposición de medidas de austeridad que siempre ajustan el cinturón de los
trabajadores y de los pobres".
El escenario
Por Martín
Rodríguez Yebra | LA NACION 11/07/15. MADRID.- Jorge Bergoglio suele decir que
imagina el suyo como un papado breve, pero intenso. Se mueve con la lógica de
quien corre contrarreloj. Asume riesgos con sus palabras y actos. Ese rasgo
intrépido define el "efecto
Francisco" que cimentó su
popularidad desde el primer día, pero también lo expuso a pasos en falso,
polémicas mundiales y jugadas diplomáticas de resultado frustrante.
En pocas misiones involucró tanto su figura
Francisco como en las negociaciones por
la paz en Medio Oriente. En contra de lo que le aconsejaban expertos en
relaciones internacionales, decidió visitar Israel y los territorios palestinos
en mayo del año pasado para rezar por la paz. Eran horas de máxima tensión
después del fracaso de un proceso de negociación promovido por Estados Unidos.
Su imagen rezando frente al muro de
separación en Belén se recuerda entre las más impactantes de su pontificado. El
gesto conmovió al mundo, pero irritó al gobierno de Benjamin Netanyahu, que lo
recibió con cierta frialdad al día siguiente.
El Papa contaba con el guiño del presidente
israelí, Shimon Peres, cuyo mandato estaba a punto de terminar. Peres y el
líder palestino Mahmoud Abbas fueron invitados luego a una jornada de paz en el
Vaticano. Pero Netanyahu nunca compartió
la virtual mediación papal.
Un mes más tarde, la guerra estalló otra vez
en la Franja de Gaza y el conflicto se cobró otras 2000 vidas. El gobierno
israelí -ahora con Netanyahu fortalecido- recela del Papa y expresó sus
críticas por la decisión del Vaticano de reconocer el Estado de Palestina.
"Lo que nos enseñó el Papa es que no debemos esperar frutos inmediatos. Su
gesto en Tierra Santa puede producir efectos en el momento indicado",
señaló el arzobispo Michael Fitzgerald, experto en el mundo árabe.
Otras voces, más críticas, creen que se
precipitó. Y que esa experiencia lo llevó a moverse con más prudencia en
adelante. Tal vez su mayor éxito
diplomático fue la mediación en el deshielo entre los Estados Unidos y Cuba,
en la que se movió durante meses fuera de los radares.
La violencia en Medio Oriente también lo expuso al Papa a triunfos agridulces.
En septiembre de 2013, consiguió con una sentida carta enviada a los líderes
del G-20 que se parara la intervención
militar en Siria propuesta por
los Estados Unidos y Francia contra el régimen de Bashar al-Assad. Con el
tiempo, en las cancillerías occidentales se preguntan si no habrá sido un error
estratégico abstenerse de actuar en el polvorín sirio del que surgió poco
después el terror de Estado Islámico (EI).
La frescura en el discurso ha sido una de las
herramientas de Francisco para conquistar a medio mundo y levantar la imagen de
la Iglesia. De sus célebres intercambios con la prensa en los viajes surgió la frase de mayor repercusión de su papado:
aquella del "quién soy yo para juzgar" a los gays.
Pero no escapó a controversias de alcance
global. Tal vez ninguna como cuando en enero pasado comentó la masacre terrorista en Charlie Hebdo y pareció mostrarse
tolerante con los que reaccionan ante las ofensas religiosas: "Si alguien
dice una mala palabra en contra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo". Le
llovieron críticas. "El Papa no es Charlie", tituló Le Monde, en un
editorial punzante. Al Vaticano le costó días de aclaraciones. Igual que cuando
recomendó "darles un chirlo en la
cola" a los chicos que se portan mal. Hubo organizaciones y gobiernos
que saltaron a corregirlo.
Otro conflicto desatado por sus palabras estalló
este año cuando le escribió al
legislador porteño Gustavo Vera una carta sobre la necesidad de combatir el
narcotráfico en Buenos Aires y de "evitar
la mexicanización" de la Argentina. En México, el país con más
católicos de la región, la expresión despertó quejas. "El Papa no quiso
herir a ese país, sino destacar la gravedad del fenómeno del narcotráfico que
aflige a México y a otros países de América latina", aclaró el vocero
vaticano, Federico Lombardi.
Los lazos con la Argentina siempre exponen al
Papa a la polémica. Santa Marta se convirtió desde su entronización en un lugar
de peregrinaje para funcionarios, candidatos, sindicalistas, empresarios,
artistas. Posar con Francisco suma puntos. El
Papa confesó que se había sentido "usado" por la política de su
país. Quienes lo conocen recuerdan que nunca se molestó tanto como cuando se
enteró de que el kirchnerismo estaba usando como afiche de campaña en 2013 una
foto de él dándole la mano a Martín Insaurralde, entonces candidato a diputado
por Buenos Aires. Se lo había presentado Cristina Kirchner durante la visita
papal a Río de Janeiro. Él no sabía ni quién era.
Sin
embargo, siempre se cuidó de "mimar" a la Presidenta. La recibió cuatro veces en Roma. En
septiembre pasado, ella acudió con una comitiva de militantes de La Cámpora que
llenaron de estandartes políticos los salones vaticanos. Pese a las quejas por
lo bajo de los opositores, volvió a concederle audiencia el mes pasado. Lo hizo
a pesar de que había advertido en diciembre durante una entrevista con LA
NACION que no atendería a dirigentes políticos en la campaña.
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