“El pan que retienes les pertenece a los
hambrientos; la ropa que guardas, a los desnudos, y el dinero que entierras (u
ocultas) es la redención y la libertad de los pobres”. Santo Tomás de Aquino.
La Nación Opinión Sábado 6 de febrero de 2010. Claudio Magris
El pan perdido
En 1923, en la Alemania azotada por la inflación, una libra de pan costaba 220.000.000 de marcos. Calculado a partir de las cifras de aquel año alemán, el desperdicio diario de pan en Milán ascendería a 7920 millones de marcos. Naturalmente, se trata de un costo insensato, teniendo en cuenta la total imposibilidad de comparar el valor del dinero en la Alemania de entonces con el de la Italia de hoy.
El pan perdido
En 1923, en la Alemania azotada por la inflación, una libra de pan costaba 220.000.000 de marcos. Calculado a partir de las cifras de aquel año alemán, el desperdicio diario de pan en Milán ascendería a 7920 millones de marcos. Naturalmente, se trata de un costo insensato, teniendo en cuenta la total imposibilidad de comparar el valor del dinero en la Alemania de entonces con el de la Italia de hoy.
Pero ese anormal parangón sirve para destacar la sensación de vértigo que invade al lector cuando las noticias referidas a cosas concretas o incluso nimias de la existencia cotidiana -como el pan- se traducen en números que ni siquiera es posible imaginar o relacionar con la realidad.
Más de ciento cincuenta quintales de pan se tiran cada día en Milán; novecientos cincuenta mil toneladas de pan se consumieron en Italia el año pasado. En estos días, leyendo el diario, nos ponemos a hacer cálculos para traducir esos números en objetos concretos que la mente pueda abarcar, para saber cuántos panes o medios panes más podría haber comido cada milanés si todos ellos hubieran ido a rebuscar en la basura, cuántos hambrientos -para los que una hogaza es un milagro- hubieran podido saciarse con ese pletórico excedente.
Cuando una crisis económica o un problema financiero se dilatan, parecen perder conexión con la realidad; aunque esa descabellada cifra alemana es en parte irreal, ofrece, sin embargo, una idea, desmesurada y fantasmagórica, de la gravísima dificultad que implicaba en esa época conseguir un pedazo de pan en Alemania.
Lafitte, el banquero de Luis Felipe, el rey de Francia, decía que las finanzas suelen padecer de meningitis, y era un hombre que entendía de números y de sus relaciones, casi siempre peculiares, con las cosas. Sentimos que el monto de nuestro salario se corresponde concretamente con las cosas en las que podría convertirse y en las que se convierte -una comida, un abrigo, el alquiler- mientras no se desajuste tan peligrosamente con respecto al costo de la vida como para tornarse fluctuante e irreal, porque ya no sabemos para qué sirve en realidad, a cuántos cafés en el bar o al alquiler de un departamento de cuántos ambientes.
Durante los últimos meses, las discusiones sobre la crisis -sobre sus dimensiones y sobre sus perspectivas, en suma, sobre su realidad- parecían burbujas de aire y de jabón, similares a esas burbujas (misteriosas para los profanos) de las que se hablaba, y que estallaban continuamente hasta desaparecer; demasiados expertos bancarios, financieros y económicos parecían desinflarse hasta convertirse en una nube.
Ese desperdicio de pan corresponde a la locura generalizada en la cual y de la cual, vivimos, y de la que no puede escapar siquiera quien hace notar ese derroche, al igual que quien lo comete.
Ese es justamente el escándalo, porque se trata de un atentado objetivo contra los que no tienen pan. Mi generación lo siente más intensamente que los más jóvenes, porque, aunque sin haber padecido el hambre, crecimos en una época en la que se comía todo lo que a uno le servían, sin tirar nada. Lo mismo que ahora; si bien buscando otros placeres en la mesa -como es justo, porque no estamos en el mundo para hacer penitencia- no se me ocurre dejar nada en el plato, incluso cuando la comida no me guste demasiado.
Hace unos años, uno de mis hijos, conociendo esta costumbre mía y viendo que no me gustaba lo que estaba comiendo, se dedicó a llenarme de nuevo el plato cuando yo estaba distraído, seguro de que, impertérrito, volvería a dejarlo vacío. Es la clase de formación de una época de penuria, una formación que no es de lamentar.
Pero el desperdicio, por otra parte, no caracteriza solamente a la sociedad opulenta, sino también, en ocasiones especiales, a los pobres: en una página memorable, Canetti describió el enorme derroche practicado por algunas poblaciones indígenas nada ricas para demostrar, en algunos rituales, poder y magnificencia, la realeza y el desapego que implica destruir incluso lo que es necesario para la vida, de arrojarse a sí mismo al fuego.
La miseria casi desapareció para nosotros, pero no para el mundo -donde está en aumento- y desde el mundo se infiltra en nuestra ciudad, en la existencia de tantos de nuestros conciudadanos, llegados desde lejos o nacidos a nuestro lado, que a la noche no tienen donde apoyar la cabeza, como dice en las Escrituras del Hijo del Hombre, ni donde encontrar un pan.
Esos ciento ochenta quintales tirados cada día son un escándalo, pero ¿quién es el culpable? Es fácil y correcto pensar en los hambrientos, pero también es retórico si no se sugiere técnicamente, y de manera concreta, una manera de distribuir el pan entre quienes lo necesitan. Por cierto, no es nada simple, tal como han señalado en el Corriere della Sera algunas meritorias asociaciones de ayuda humanitaria.
El problema se torna más trágicamente difícil si de la escala milanesa o italiana se pasa a la del llamado Primer Mundo en general, con respecto a los cientos de millones de personas que en las más diversas zonas de la tierra mueren de hambre y de sed, y a las que sería difícil alimentar e hidratar aunque tiráramos menos pan a la basura y usáramos menos agua para bañarnos.
Los 180 quintales de pan tirados cada día en Milán son tan sólo un atisbo de un enorme y trágico problema que azota al mundo; trágico porque -aparte de ser una infame y deliberada injusticia que debemos eliminar- es objetivamente un problema de dificilísima solución.
Distribuir entre millones de necesitados el pan y el agua que no tienen y que nosotros desperdiciamos es más difícil que viajar por el espacio o hacer mutaciones genéticas; somos capaces de transformar radicalmente al ser humano, que pronto será diferente de la humanidad que conocemos, pero no somos capaces de darle de comer y de beber.
A todo eso se agrega la injusta explotación de todo género, perpetrada por tantas potencias y fuerzas económicas, que perjudica al planeta y a una innumerable cantidad de sus habitantes. Los voluntarios -no sólo los religiosos, sino especialmente ellos- que en los lugares más castigados de la Tierra ayudan contra toda esperanza a sus cada vez más numerosos hermanos que viven en condiciones abominables, salvan el honor de la humanidad, como soldados que no se rinden, pero toda la especie humana está sentada sobre el borde de un volcán que no está extinguido. Esos panes tirados a la basura son los pequeños escombros y astillas que dan fe de que la lava bulle.
“El mundo puede producir alimentos para una población muy superior a la actual, sin embargo una de cada 8 personas tiene hambre por no poder comprar alimentos". Bernardo Kliksberg.
“El mundo puede producir alimentos para una población muy superior a la actual, sin embargo una de cada 8 personas tiene hambre por no poder comprar alimentos". Bernardo Kliksberg.
Revista Ñ 06/06/11
Contra el “úselo y tírelo”
Las nociones de cambio
climático y calentamiento global difundieron la conciencia de daño ecológico.
En “La historia de las cosas” una experta en desarrollo sostenible
alerta sobre el “modelo sacar-fabricar-tirar”: ¿adónde va cada objeto que
compramos y tiramos? Por Federico Kukso.
Como todos los organismos condenados a vivir en este planeta, las palabras evolucionan. Con el tiempo, algunas se desgastan, se cansan, enferman y se extinguen. Otras, en cambio, se adaptan a sus nuevos ambientes y alteran sus significados. Hay incluso quienes afirman, como sospechaba Julio Cortázar, que las palabras están vivas y esperan ansiosos el día en que un neurocientífico se atreva y las haga desfilar por un gran tomógrafo para descubrir, al fin, que en su interior cuentan con un sistema nervioso, aparato digestivo y demás órganos viscosos. La palabra virus, por ejemplo, para sobrevivir en esta evolución más léxica que biológica debió forzosamente mutar: primero –hace siglos– era confundida con veneno.
Como todos los organismos condenados a vivir en este planeta, las palabras evolucionan. Con el tiempo, algunas se desgastan, se cansan, enferman y se extinguen. Otras, en cambio, se adaptan a sus nuevos ambientes y alteran sus significados. Hay incluso quienes afirman, como sospechaba Julio Cortázar, que las palabras están vivas y esperan ansiosos el día en que un neurocientífico se atreva y las haga desfilar por un gran tomógrafo para descubrir, al fin, que en su interior cuentan con un sistema nervioso, aparato digestivo y demás órganos viscosos. La palabra virus, por ejemplo, para sobrevivir en esta evolución más léxica que biológica debió forzosamente mutar: primero –hace siglos– era confundida con veneno.
Pero cuando se pensaba que en esta palabra de cinco
letras no cabían más significados, el término “viral” se puso de moda ya no
para designar una tragedia (el desparramo de una enfermedad en una sociedad, un
crash informático) sino para describir algo menos lúgubre: una manera –ya no
tan nueva– de diseminar, producir y consumir datos, números, hechos, en fin,
aquello de lo que nos alimentamos –y con lo que nos atragantamos– todos los
días, información.
Vivimos, de hecho, en una época muy viral o, como
diría el biólogo inglés y celebridad científica Richard Dawkins, una era
“memética”: un tiempo en el que las ideas se esparcen por el planeta casi a
la velocidad de la luz infectando cerebros. Aunque en lugar de enfermarlos, los
despiertan, los mueven, los activan. Las ideas, se sabe, producen más ideas; se
replican no como genes sino como “memes”
–como los bautizó Dawkins en su libro El gen egoísta (1976), es decir,
aquellas unidades de información cultural transmisibles de un individuo a otro.
“Durante la mayor parte de nuestra historia
biológica, los memes existieron efímeramente, su principal modo de transmisión
era el llamado ‘boca a boca’ recuerda el escritor, periodista y science writer James Glieck en su genial y aún
inhallable en la Argentina, The Information: A History, a Theory, a Flood–.
Ultimamente, sin embargo, han conseguido adherirse a sustancias sólidas: tabletas
de barro, paredes de cuevas, hojas de papel. Adquieren longevidad a través de
nuestras plumas y nuestras imprentas, cintas magnéticas y discos ópticos. Se
diseminan a través de antenas y redes digitales. Los memes pueden ser relatos,
recetas, habilidades, leyendas o modas. Los copiamos, de individuo en
individuo”.
Así se entiende el éxito de las charlas TED, de
los rumores (y programas de chimentos), de la Web misma y, claro, de los videos
que de la noche a la mañana se vuelven lo más visto y comentado en la Red. Como
ya es costumbre decir, aquellos videos que se volvieron virales. Su condición
infecciosa, sin embargo, no es garantía de calidad. Y cualquiera que se tome el
tiempo de darle play a estos virus audiovisuales lo sabe: la gran mayoría es basura,
material que puede arrancar una sonrisa pero que a la larga se hunde en olvido.
De vez en cuando, por suerte, hay excepciones: producciones profesionales o
amateurs que logran hacerse lugar entre tantos estímulos visuales descartables
y consigue plantar una nueva idea en el cerebro de sus espectadores como quien
clava una bandera en un planeta recién conquistado.
Eso es exactamente lo que consiguió la ambientalista estadounidense Annie Leonard,
una voz en la multitud que logró con un
video de 21 minutos cautivar la atención de millones. “Nuestro objetivo era
modesto; queríamos llegar a unas 50 mil personas. La reacción nos sorprendió.
En sólo tres años, el filme fue visto más de 12 millones de veces”, admite la
nueva heroína verde y cara visible de The
story of stuff (o La historia de las cosas, www.storyofstuff.com) una
especie de ensayo audiovisual que apunta contra la columna vertebral no sólo de
la sociedad norteamericana sino también del modo de vida actual (y global): el
consumo.
“Con los años, me obsesioné un poco con
todas mis cosas. ¿Alguna vez te preguntaste de dónde vienen todas las cosas que
compramos y adónde van a parar cuando las tiramos? Yo no podía dejar de
preguntármelo. Así que investigué. Lo que dicen los libros de texto es que las
cosas simplemente se mueven a través de un sistema: desde la extracción, a la
producción, a la distribución, al consumo y a la disposición o desechos. A esta
suma de etapas se le llama la ‘economía
de los materiales’. Yo indagué un poco más. De hecho, pasé diez años
viajando por el mundo para rastrear de dónde provienen nuestras cosas y adónde
van. ¿Y sabés lo que descubrí? Que ésta no es toda la historia. Que hay muchos
huecos en esta explicación. A primera vista, este sistema parece funcionar
bien. Sin ningún problema. Pero la verdad es que es un sistema en crisis. Y la
razón por la que está en crisis es que se trata de un sistema lineal y nosotros
vivimos en un planeta finito”.
Así arranca este fenómeno online que con el tiempo se convirtió en un proyecto y luego en un movimiento con su propio bestseller, el libro “La historia de las cosas: de cómo nuestra obsesión por las cosas está destruyendo el planeta, nuestras comunidades y nuestra salud” (Fondo de Cultura Económica), impreso con tintas vegetales y papel exento de cloro, 100% reciclable.
Más allá de su contenido, la originalidad del mensaje ecológico y viral de Leonard radica en su forma. Desde que las palabras “cambio climático” y “calentamiento global” abandonaron las oficinas de meteorólogos y especialistas en ciencias de la atmósfera e invadieron el vocabulario cotidiano como señales de alarma, ecologistas, protectores del medio ambiente y demás activistas verdes no dejan de bombardear a sus audiencias con números, porcentajes y gráficos que radiografían y denuncian un planeta en agonía. No lo desean, pero con tanto PowerPoint y desfile de cifras marean y, en lugar de incitar a la acción, sumergen a sus destinatarios en la culpa. Y al hacerlo, los paralizan.
Annie Leonard lo sabe. Y por eso, tomó un desvío. Aprendió de Al Gore (y su presentación en PowerPoint con anabólicos de Una verdad incómoda) y fue un poco más allá. No bastaba con arrojar datos crudos y contundentes del tipo “el 75% de los recursos pesqueros del mundo hoy está explotado al límite de su capacidad o sobreexplotado” o “tan sólo en el Amazonas estamos perdiendo 2 mil árboles por minuto (esto equivale a cinco canchas de fútbol por minuto)”. Debía hacerlo de manera tal que los ya de por sí dispersos internautas no terminaran cerrando la ventana de Youtube y saltasen sin mirar atrás a la próxima página web, entrada en Facebook o comentario sigiloso en Twitter.
Así Leonard descubrió el mundo de la animación y la simpleza del cartoon, la fórmula efectiva para ilustrar conceptos complejos a grandes y a chicos. “Se nos están acabando los recursos. Usamos demasiadas cosas. Sé que puede ser difícil escuchar esto, pero es la verdad y tenemos que enfrentarla. Tan sólo en las últimas tres décadas, se ha consumido un tercio de los recursos naturales del planeta. Ha desaparecido”, exclama Leonard, con poco maquillaje, vestida de jean y camisa azul, frente a un fondo blanco y mirando a cámara. Y al hacerlo no sólo sus manos se mueven con pasión. También comienzan a tomar vida los dibujos caricaturescos del ilustrador Ruben de Luna: los árboles se desploman (y muestran cómo el 80% de los bosques nativos del mundo ha desaparecido), las fábricas largan humo y exhiben cómo en la actualidad se usan más de 100 mil químicos sintéticos (de los cuales unos pocos se han analizado para verificar si impactan en la salud humana).
Al video de La historia de las cosas, le siguieron La historia del agua embotellada, La historia de los productos electrónicos y La historia de los cosméticos en los que Leonard utiliza la misma estrategia reveladora: desnaturaliza aquellos actos y prácticas (consumos) que se volvieron naturales.
Es cierto: esta activista de Berkeley no descubrió la pólvora ni es la primera en intentar abrir los ojos de millones de personas. Desde el clásico de 1962, Primavera silenciosa, en el que la bióloga Rachel Carson advertía sobre los nocivos efectos de los pesticidas sobre el medio ambiente y la salud, los libros verdes –o lo que es lo mismo, las obras que buscan difundir las nuevas enfermedades de la Tierra– no han dejado de desembarcar en las librerías. Hay muchos y, entre ellos, pocos son tan buenos como La historia verde del mundo (Clive Ponting), Nuestro futuro robado (Theo Colborn), Lo pequeño es hermoso (E. F. Schumacher) o The Omnivore’s Dilemma (Michael Pollan), obras que se codean con biblias anticonsumo como No logo (Naomi Klein), Vida de consumo (Zygmunt Bauman) o la novela 13,99 euros de Frédéric Beigbeder.
Lo que distingue a Leonard, más bien, es su empuje para mostrar aquello que las corporaciones, las marcas, los publicistas, los medios y demás miembros del ecosistema capitalista intentan ocultar detrás de cada cajita feliz, detrás de cada afiche protagonizado por hombres y mujeres sonrientes que aterrorizan al consumidor al exclamar tácitamente “si no comprás, no existís; si no querés más, no sos feliz”.
Vivimos en una era de invisibilidades. No vemos (o no deseamos ver) de dónde salen las cosas que usamos, vestimos y comemos. No sabemos cómo se hacen o adónde van a parar aquella pila, bolsa de plástico o botella que tiramos a la basura con tanta indiferencia. Somos consumidores ciegos.
Tanto en su video como en su libro de 390 páginas, Leonard no hace más que levantar el telón. Muestra lo que otros ocultan, cuenta la historia secreta de aquella remera de algodón, aquella computadora, o aquella lata de gaseosa que secuestramos un día de una góndola de un supermercado, intercambiamos por dinero y nos las llevamos a casa como una nueva conquista.
El valor de cada cosa
En cada bien manufacturado, dice Leonard, hay una historia de explotación. “Examinar los impactos ocultos de todas las cosas que consumimos en nuestra vida –indica– es una manera de desconectarse de la Matrix: es el primer paso en el camino hacia el cambio”. Ya lo aseguraba Jean Baudrillard en su ensayo El sistema de los objetos: “En nuestra vida ordinaria, somos prácticamente inconscientes de la realidad tecnológica de los objetos. Y, sin embargo, esta abstracción es una realidad fundamental: es la que gobierna las transformaciones radicales del ambiente”.
En este sentido, Leonard va contra la corriente. Les restituye la historia a los objetos que usamos-consumimos-tiramos en una ardua lucha contra el olvido. “La deshistorización parece ser un proceso natural de las cosas –subraya el periodista Martín De Ambrosio, autor de La medicina no fue siempre así (editorial Iamiqué), en el que también combate la amnesia social–. El tiempo es olvido y es memoria. Sin embargo, cuando el mecanismo de olvido es exagerado se suele caer en el otro extremo: cosas, pueblos y palabras sin historia. Y ahí perdemos buena parte del significado de lo que nos rodea”.
Sin embargo, no todos aplauden a esta activista de 47 años, madre de una hija (Dewi), dueña de un auto eléctrico canadiense llamado Zenn (“Zero Emissions No Noise”) y defensora de una jornada laboral de menos horas. Disparar contra el american way of life hizo que cosechara todo tipo de difamaciones: en un revival del macarthismo, la acusaron de marxista. Y el ultraconservador Glenn Beck, uno de los comentaristas políticos más de derecha de la cadena Fox, llegó a culparla de “adoctrinar a los niños en el antiamericanismo”.
“No despotrico contra Estados Unidos –se defiende Leonard en su libro–. Sin embargo, después de haber viajado a 40 países, también sé que hay lugares de los cuales podríamos aprender”.
Igualmente, Leonard sabe que su mayor enemigo no son aquellos conservadores que la señalan con el dedo y reclaman su cabeza sino el pesimismo ecológico, aquel sentimiento paralizante que emerge de tanto dato devastador y porcentaje con sabor a catástrofe (y derrota). Por eso, tanto en sus videos como en su libro, la autora, además de fustigar lo que llama el “modelo sacar-fabricar-tirar”, aconseja, da esperanza, incita a abrir los ojos y a reaccionar. “Necesitamos comprender el verdadero valor de nuestras cosas, mucho más allá del precio de venta y mucho más allá del estatus social que confiere su posesión –escribe quien vive en un Kampung, algo así como una colectividad ubicada en el centro de Berkeley, o sea, un grupo de amigos que decidió vivir cerca unos de otros y en lugar de consumir acríticamente se prestan bienes e intercambian servicios–. Una sociedad basada en la reciprocidad generalizada es más eficiente que una sociedad donde se negocia cada interacción. No nos faltan cosas: lo que nos falta es compartirlas”.
Infancia con traumas
Así arranca este fenómeno online que con el tiempo se convirtió en un proyecto y luego en un movimiento con su propio bestseller, el libro “La historia de las cosas: de cómo nuestra obsesión por las cosas está destruyendo el planeta, nuestras comunidades y nuestra salud” (Fondo de Cultura Económica), impreso con tintas vegetales y papel exento de cloro, 100% reciclable.
Más allá de su contenido, la originalidad del mensaje ecológico y viral de Leonard radica en su forma. Desde que las palabras “cambio climático” y “calentamiento global” abandonaron las oficinas de meteorólogos y especialistas en ciencias de la atmósfera e invadieron el vocabulario cotidiano como señales de alarma, ecologistas, protectores del medio ambiente y demás activistas verdes no dejan de bombardear a sus audiencias con números, porcentajes y gráficos que radiografían y denuncian un planeta en agonía. No lo desean, pero con tanto PowerPoint y desfile de cifras marean y, en lugar de incitar a la acción, sumergen a sus destinatarios en la culpa. Y al hacerlo, los paralizan.
Annie Leonard lo sabe. Y por eso, tomó un desvío. Aprendió de Al Gore (y su presentación en PowerPoint con anabólicos de Una verdad incómoda) y fue un poco más allá. No bastaba con arrojar datos crudos y contundentes del tipo “el 75% de los recursos pesqueros del mundo hoy está explotado al límite de su capacidad o sobreexplotado” o “tan sólo en el Amazonas estamos perdiendo 2 mil árboles por minuto (esto equivale a cinco canchas de fútbol por minuto)”. Debía hacerlo de manera tal que los ya de por sí dispersos internautas no terminaran cerrando la ventana de Youtube y saltasen sin mirar atrás a la próxima página web, entrada en Facebook o comentario sigiloso en Twitter.
Así Leonard descubrió el mundo de la animación y la simpleza del cartoon, la fórmula efectiva para ilustrar conceptos complejos a grandes y a chicos. “Se nos están acabando los recursos. Usamos demasiadas cosas. Sé que puede ser difícil escuchar esto, pero es la verdad y tenemos que enfrentarla. Tan sólo en las últimas tres décadas, se ha consumido un tercio de los recursos naturales del planeta. Ha desaparecido”, exclama Leonard, con poco maquillaje, vestida de jean y camisa azul, frente a un fondo blanco y mirando a cámara. Y al hacerlo no sólo sus manos se mueven con pasión. También comienzan a tomar vida los dibujos caricaturescos del ilustrador Ruben de Luna: los árboles se desploman (y muestran cómo el 80% de los bosques nativos del mundo ha desaparecido), las fábricas largan humo y exhiben cómo en la actualidad se usan más de 100 mil químicos sintéticos (de los cuales unos pocos se han analizado para verificar si impactan en la salud humana).
Al video de La historia de las cosas, le siguieron La historia del agua embotellada, La historia de los productos electrónicos y La historia de los cosméticos en los que Leonard utiliza la misma estrategia reveladora: desnaturaliza aquellos actos y prácticas (consumos) que se volvieron naturales.
Es cierto: esta activista de Berkeley no descubrió la pólvora ni es la primera en intentar abrir los ojos de millones de personas. Desde el clásico de 1962, Primavera silenciosa, en el que la bióloga Rachel Carson advertía sobre los nocivos efectos de los pesticidas sobre el medio ambiente y la salud, los libros verdes –o lo que es lo mismo, las obras que buscan difundir las nuevas enfermedades de la Tierra– no han dejado de desembarcar en las librerías. Hay muchos y, entre ellos, pocos son tan buenos como La historia verde del mundo (Clive Ponting), Nuestro futuro robado (Theo Colborn), Lo pequeño es hermoso (E. F. Schumacher) o The Omnivore’s Dilemma (Michael Pollan), obras que se codean con biblias anticonsumo como No logo (Naomi Klein), Vida de consumo (Zygmunt Bauman) o la novela 13,99 euros de Frédéric Beigbeder.
Lo que distingue a Leonard, más bien, es su empuje para mostrar aquello que las corporaciones, las marcas, los publicistas, los medios y demás miembros del ecosistema capitalista intentan ocultar detrás de cada cajita feliz, detrás de cada afiche protagonizado por hombres y mujeres sonrientes que aterrorizan al consumidor al exclamar tácitamente “si no comprás, no existís; si no querés más, no sos feliz”.
Vivimos en una era de invisibilidades. No vemos (o no deseamos ver) de dónde salen las cosas que usamos, vestimos y comemos. No sabemos cómo se hacen o adónde van a parar aquella pila, bolsa de plástico o botella que tiramos a la basura con tanta indiferencia. Somos consumidores ciegos.
Tanto en su video como en su libro de 390 páginas, Leonard no hace más que levantar el telón. Muestra lo que otros ocultan, cuenta la historia secreta de aquella remera de algodón, aquella computadora, o aquella lata de gaseosa que secuestramos un día de una góndola de un supermercado, intercambiamos por dinero y nos las llevamos a casa como una nueva conquista.
El valor de cada cosa
En cada bien manufacturado, dice Leonard, hay una historia de explotación. “Examinar los impactos ocultos de todas las cosas que consumimos en nuestra vida –indica– es una manera de desconectarse de la Matrix: es el primer paso en el camino hacia el cambio”. Ya lo aseguraba Jean Baudrillard en su ensayo El sistema de los objetos: “En nuestra vida ordinaria, somos prácticamente inconscientes de la realidad tecnológica de los objetos. Y, sin embargo, esta abstracción es una realidad fundamental: es la que gobierna las transformaciones radicales del ambiente”.
En este sentido, Leonard va contra la corriente. Les restituye la historia a los objetos que usamos-consumimos-tiramos en una ardua lucha contra el olvido. “La deshistorización parece ser un proceso natural de las cosas –subraya el periodista Martín De Ambrosio, autor de La medicina no fue siempre así (editorial Iamiqué), en el que también combate la amnesia social–. El tiempo es olvido y es memoria. Sin embargo, cuando el mecanismo de olvido es exagerado se suele caer en el otro extremo: cosas, pueblos y palabras sin historia. Y ahí perdemos buena parte del significado de lo que nos rodea”.
Sin embargo, no todos aplauden a esta activista de 47 años, madre de una hija (Dewi), dueña de un auto eléctrico canadiense llamado Zenn (“Zero Emissions No Noise”) y defensora de una jornada laboral de menos horas. Disparar contra el american way of life hizo que cosechara todo tipo de difamaciones: en un revival del macarthismo, la acusaron de marxista. Y el ultraconservador Glenn Beck, uno de los comentaristas políticos más de derecha de la cadena Fox, llegó a culparla de “adoctrinar a los niños en el antiamericanismo”.
“No despotrico contra Estados Unidos –se defiende Leonard en su libro–. Sin embargo, después de haber viajado a 40 países, también sé que hay lugares de los cuales podríamos aprender”.
Igualmente, Leonard sabe que su mayor enemigo no son aquellos conservadores que la señalan con el dedo y reclaman su cabeza sino el pesimismo ecológico, aquel sentimiento paralizante que emerge de tanto dato devastador y porcentaje con sabor a catástrofe (y derrota). Por eso, tanto en sus videos como en su libro, la autora, además de fustigar lo que llama el “modelo sacar-fabricar-tirar”, aconseja, da esperanza, incita a abrir los ojos y a reaccionar. “Necesitamos comprender el verdadero valor de nuestras cosas, mucho más allá del precio de venta y mucho más allá del estatus social que confiere su posesión –escribe quien vive en un Kampung, algo así como una colectividad ubicada en el centro de Berkeley, o sea, un grupo de amigos que decidió vivir cerca unos de otros y en lugar de consumir acríticamente se prestan bienes e intercambian servicios–. Una sociedad basada en la reciprocidad generalizada es más eficiente que una sociedad donde se negocia cada interacción. No nos faltan cosas: lo que nos falta es compartirlas”.
Infancia con traumas
Gran Bretaña, el "peor lugar" para ser niño
De
acuerdo con un estudio de Unicef, son los más infelices entre los menores de
países desarrollados; el consumismo, la raíz. Por Graciela Iglesias. La Nación. Sábado 17/09/11.
LONDRES.-
Pocas escenas de la literatura han pintado con desgarro más elocuente la
crueldad de la era victoriana que aquella en la que el pequeño Oliver Twist, recién llegado a un hospicio, recibe una
dura paliza por pedir, plato vacío en mano, "un poco más" de sopa. La
reacción de los mayores ante un pedido similar hoy en día es diametralmente
distinta, pero el resultado parece ser igualmente traumatizante. Según un estudio de Unicef, los chicos
británicos sufren ahora tanto o más psicológicamente que los de la época de las
novelas de Charles Dickens. Pero mientras en el siglo XIX el drama pasaba
porque se les daba poco y nada, el
problema ahora consiste en que se les da "demasiado".
El informe, financiado en parte por el
Departamento de Educación británico,
fue encargado en busca de respuestas a un documento anterior de Unicef que
había descripto a Gran Bretaña como
"el país donde los niños se sienten más infelices" y "el peor
lugar para ser un niño" de entre las 21 naciones más desarrolladas.
Los
expertos atribuyen este estado de cosas a que los niños británicos viven atrapados en un "círculo de
consumismo compulsivo" creado por sus padres, quienes no hacen otra
cosa que darles regalos para compensar las largas horas que pasan fuera del
hogar. El fenómeno afecta a la niñez británica en su conjunto, sin distinciones
étnicas ni sociales, es decir, tanto a ricos como a pobres.
Este
dato parece dar crédito a quienes
aseguran que fue el consumismo, y no la pobreza, lo que motivó la ola de
saqueos que tuvo en vilo a Gran Bretaña hace un mes. La mayoría de los
robos fue perpetrada contra tiendas de ropa y de electrodomésticos. Un 55% de
los 1715 arrestados eran jóvenes menores de 20 años.
"Estos
chicos no salieron a reclamar un techo sobre su cabeza -sostiene Kristian
Niemietz, investigador del Institute of Economic Affairs-. Lo que buscaban eran
productos de buena marca y de entretenimiento. El Reino Unido dedica un 3,5% de
su PBI al pago de subsidios a los más desfavorecidos, una cifra superior a la
que destinan Alemania, Austria, Bélgica, Finlandia, Noruega y Suecia. La
pobreza no tiene nada que ver con este tema."
Los
investigadores de la agencia de Unicef entrevistaron a 250 niños de distintas
clases en Gran Bretaña, España y Suecia, para determinar qué era lo que los
hacía felices. Los
chicos de los tres países coincidieron en colocar en el tope de la lista el
tiempo que pasan con sus familias. Pero lo
que llamó la atención a los expertos es que los británicos fueron los únicos en
dar a las posesiones un papel crucial en el alcance de la felicidad. Si
bien se quejan de sufrir la presión de satisfacer todos sus deseos, sus padres
no dejan de hacerlo.
"Nuestra
impresión es que muchas familias usan aquí las cosas materiales para cubrir el hueco creado por problemas
como el divorcio, el desempleo o los bajos ingresos -indicó Agnes Nairn,
coordinadora del informe-. Una niña nos dijo que ella consideraba un buen día
aquel en el que le compraban un par de zapatos nuevos, pero al mismo tiempo nos
contó que sus padres se habían separado y que recibía 10 libras cada vez que
iba a visitar a su papá."
Los
padres británicos trabajan más horas que sus pares suecos y españoles. Esto
contribuye a que estén demasiado cansados para jugar con sus hijos. Muchos no
tienen tiempo para compartir tan siquiera una comida. En los hogares, la TV es
una "niñera" (a la BBC se la llama, desde hace muchos años, "la
tía") y los dormitorios infantiles son "centros de comunicación"
donde las computadoras y consolas de juegos ocupan el lugar dejado por las
casas de muñecas y las maquetas de aviones.
En Suecia, las excursiones de pesca, campings y
otros paseos en familia son parte del ritmo natural de la vida. En España, si bien es cierto que los
padres trabajan muchas horas, los niños suelen disfrutar de la atención de sus
madres, abuelos y tíos.
"Todo
vale"
Pero
lo que distingue aún más a los padres
británicos del resto es su obsesión por darles a sus hijos los artículos más
caros. Esto se ve con más frecuencia en los hogares de bajos recursos,
donde la compra de objetos de lujo se considera el medio normal de integración
al resto de la sociedad. Uno de los ejemplos más sorprendentes fue el de una
madre soltera desempleada que compró una compleja consola de Nintendo DS a su
hijo de tres años, convencida de que ésa era la única forma de evitar que fuera
relegado por sus compañeros en la guardería de su barrio.
Los
chicos suecos y españoles tienen menos juguetes que los británicos y aceptan de
buen talante que sus familiares reparen aquellos que estén rotos, lo que no
suele ser aquí el caso. Sue Palmer,
autora del libro Infancia tóxica (Toxic Childhood), estima
que, al asociar la felicidad personal y el respeto a los mayores con la
adquisición de cosas materiales, cuando éstas no aparecen, no hay que
sorprenderse si algunos chicos salen a buscarlas de forma poco ortodoxa.
"En
una sociedad secular y motivada sólo por consumismo como lo es la nuestra, el
único valor ético reconocido por la mayoría de los adultos es una vaga noción
de relativismo moral. Para muchos niños que están solos en sus habitaciones o
en la jungla de la calle, esto se traduce en un «todo vale». Los hemos dejado
demasiado tiempo a merced del mercado y, si no actuamos pronto, las
consecuencias serán nefastas", advirtió.
Por
el informe, el director de Unicef, David
Bull, pidió al gobierno que prohíba la publicidad de productos dirigidos a
niños y que tome medidas que reduzcan las horas de trabajo de las familias y
alienten su permanencia en los hogares.
VIOLENCIA Y CONSUMO
VIOLENCIA Y CONSUMO
- No fue la pobrezaEl estudio de Unicef llevó a muchos expertos a opinar que la principal causa de los disturbios de Londres, en julio pasado, fue el consumismo y no la pobreza o el malestar social.
- La falta de tiempoLos británicos trabajan más horas que personas de otros países europeos. Según el informe, los padres británicos buscan compensar esas largas ausencias con regalos materiales.
- La felicidad tiene forma de zapatosUna niña entrevistada por los investigadores de Unicef contó que consideraba que un día feliz era aquel en el que le regalaban zapatos nuevos.
CALIDAD E INOCUIDAD
Por Robert Maddock, Ph.D en 07/05/2014. CarneTec.com
Reducir el desperdicio de alimentos se ha convertido en una
consideración global en un esfuerzo de reducir el hambre, aumentar la
sustentabilidad de la producción de alimentos y el procesamiento, e incluso
reducir el impacto humano en los cambios climáticos. Algunas estimaciones de
desperdicio de alimento indican que hasta un 30% de los alimentos producidos se
desperdician. No toma mucha ciencia averiguar que la hambruna global pudiera
ser casi eliminada al simplemente reducir el desperdicio de alimentos.
Hay suficiente buena información disponible sobre el desperdicio de
alimentos de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por
sus siglas en inglés) y de otras entidades. Esta liga tiene
un reporte que examina el desperdicio de alimentos a escala mundial.
También es importante resaltar que no son sólo las empresas procesadoras
de alimentos las que están trabajando para reducir el desperdicio de alimentos. Esta liga muestra
cómo una empresa de salud animal considera la pérdida de alimentos como un gran
problema y cómo es que esta empresa está trabajando para reducir el
desperdicio.
De acuerdo con la FAO, la pérdida y desperdicio de alimentos se puede
dividir en cinco áreas:
Producción
agrícola
Manejo y
almacenamiento post cosecha
Procesamiento
Distribución
Consumo, el
cual incluye el desperdicio y pérdida en nuestros hogares.
En países de bajos ingresos, hasta un 40% de los alimentos se pierden
después de la cosecha y durante el procesamiento debido a la falta de
infraestructura, como carreteras, almacenamiento adecuado, y refrigeración. Por
otra parte, en los países desarrollados, grandes cantidades de productos
agrícolas son rechazados por los consumidores y los supermercados por razones
de apariencia. Para los productos cárnicos, tales pérdidas son muy bajas
comparadas con otros productos. El reporte de la FAO muestra que cerca de un
22% de los productos cárnicos son desperdiciados o perdidos. Sin embargo, este
es el segundo nivel más bajo de pérdidas de alimento, siendo los productos
lácteos los que se desperdician o se pierden menos. Además, la fuente más
grande de pérdida de productos cárnicos a nivel del consumidor, con 4% de
pérdida durante el procesamiento y 4% de pérdida durante la distribución, pero
con 12% de pérdida al nivel del consumidor.
Este artículo se enfocará en reducir el desperdicio o pérdida de
productos cárnicos durante su distribución, pero es importante recordar que
todo lo que entra en la elaboración de un producto afectará la distribución.
Por ejemplo, el manejo de cadena fría puede influenciar la vida de anaquel
efectiva de los productos cárnicos frescos.
Para la carne, las pérdidas debidas al desperdicio de alimentos durante
la distribución pueden resultar de lo siguiente:
Expectativa de perfección estética. Muchos clientes seleccionan las tiendas basándose en la calidad de los
alimentos perecederos, y por lo tanto los detallistas se sienten obligados a
tener solo productos agrícolas de perfecta figura, tamaño y color. Los envases
dañados, pérdida de vacío en los envases sellados, y la decoloración resultarán
en el rechazo del consumidor, y muchos de estos productos terminarán como
desperdicio. Asegurar que tanto la carne fresca como la envasada sean
aceptables para los consumidores involucra un adecuado control de calidad. Las
inspecciones periódicas de los paquetes antes de la entrega pueden reducir las
pérdidas debido a las imperfecciones cosméticas. El producto que no es
“perfecto” en apariencia puede ser reprocesado o re envasado para prevenir la
pérdida.
Mercadotecnia. Los alimentos se
pierden cuando la producción excede la demanda. Para poder asegurar la
disponibilidad de un producto, algunos detallistas ordenarán grandes
cantidades, más de lo que se necesita. Si las ventas no cumplen con las
expectativas, especialmente para los productos perecederos tales como la carne
fresca, el desperdicio de alimentos se puede aducir una gran cantidad de
producto. Un adecuado manejo del inventario es esencial para reducir el
desperdicio de alimentos debido al exceso de oferta. Un gran problema que
ocurre en la etapa de distribución el de envíos rechazados. Los rechazos de
envíos perecederos pueden ser totalmente tirados si no se encuentra otro
comprador a tiempo. Si estos perecederos llegan a una tienda, tienen una vida
de anaquel más corta cuando llegan a ella. Los centros de distribución también
pueden encontrarse bajo una sobreoferta de producto cuando las tiendas
individuales no requieren lo que habían pronosticado.
Envasado y etiquetado apropiado. Yo trabajo con un procesador de pizzas que vende pizzas envasadas al
vacío. Debido a envases con fugas, la empresa espera un rechazo de 3-5% de
envases, los cuales son tirados. Esta empresa está trabajado mucho en reducir
este nivel a cero, pero necesitará mejorar su tecnología y equipo para poder
alcanzar esta meta. Las mejoras en equipo de envasado al vacío y un cercano
monitoreo del control de calidad pueden reducir las pérdidas debido a un
envasado y etiquetado inadecuados. Además, el etiquetado adecuado también
incluye asegurar que las fechas de uso y venta del envase sean apropiadas para
el producto.
Vida de anaquel. Asegurar la vida de anaquel de
los productos cárnicos se logra a través de la utilización de materia prima de
alta calidad, manejo de la cadena de frío, y utilizando tecnologías e
ingredientes que pueden extender la vida de anaquel. Una buena manera de
reducir la pérdida debido a una pobre vida de anaquel es entender por qué su
producto no puede obtener la vida de anaquel que usted desea. Las evaluaciones
de vida de anaquel en la planta y llevar la cuenta de los productos devueltos
debido a una pobre vida de anaquel son los primeros pasos en reducir el
desperdicio del producto.
Inocuidad. Los productos no
inocuos no son aptos para consumo humano y por lo tanto son desperdiciados. El
no cumplir con las normas mínimas de inocuidad alimentaria puede llevar a
pérdidas de alimentos. Un rango de factores pueden llevar a que un alimento no
sea inocuo, tales como toxinas que ocurren naturalmente en el alimento mismo,
agua contaminada, uso inseguro de pesticidas, y residuos de medicamentos
veterinarios. Un manejo y condiciones de almacenamiento pobre y no higiénico, y
la falta de un adecuado control de temperatura, también pueden causar que un
alimento sea no inocuo.
Medio de transporte. El
transporte y manejo adecuado de alimentos son críticos a través de toda la cadena
de abastecimiento, particularmente con los bienes perecederos que requieren
condiciones frías. En los países desarrollados y en algunos en vías de
desarrollo, hoy en día la refrigeración inconsistente ya no es tanto un
problema como en el pasado. Sin embargo, todavía ocurre por el mal
funcionamiento de los camiones o cuando éstos se ven involucrados en algún
accidente. Otros problemas de manejo ocurren cuando los productos agrícolas son
mantenidos a temperaturas inadecuadas, como cuando está estacionado por mucho
tiempo en los muelles de carga y descarga.
Evite los retiros voluntarios. Obviamente, los productos cárnicos que son retirados del mercado
pueden ser una fuente de desperdicio de alimentos. La mayoría de los retiros
voluntarios se deben a un etiquetado inadecuado y usualmente implican la
presencia de ingredientes no mencionados en la etiqueta, especialmente aquellos
que están considerados alérgenos. Nuevamente, el manejo adecuado de etiquetas
es esencial para reducir este potencial de pérdida de productos. Los retiros
voluntarios también pueden causar otros problemas, los cuales son aparentes e
incluyen pérdida de negocios, prestigio y el elevado costo de llevar a cabo el
retiro de productos.
Nota anexa: Recientemente, una
de nuestras organizaciones locales compró suministros de un gran almacén de
venta al detalle para venderlos en estantes de concesión con el objetivo de
obtener fondos para un viaje de extensión agrícola a Centroamérica. No estando
seguros de cuánto se vendería, compramos cajas extra de aperitivos y dulces, y
cajas de botellas de agua y otras bebidas. Más tarde cuando devolvimos las
cajas no abiertas de dulces y aperitivos, se nos informó que aunque la tienda
aceptaría la devolución y nos daría crédito a nuestra cuenta por lo devuelto,
los alimentos serían todos tirados a la basura. Decidimos quedarnos con las
cajas no abiertas y donarlas al banco de alimentos local en vez de que fueran
destruidas. Aun cuando entendemos la necesidad de defensa de los
alimentos, y la responsabilidad potencial que la tienda enfrentaría si hubiese
alguna alteración o contaminación de los alimentos, ya fuera de manera
accidental o intencional, la destrucción de envases de alimento sin abrir es un
gran ejemplo del desperdicio de alimentos. Acabo aquí mi comentario.
PRODUCCION Y CONSUMO LA ERA DEL
DESPERDICIO
Alimentos: un tercio de la producción termina en la basura
En el mundo, 1.300 millones de toneladas de alimentos se pierden o van al tacho de residuos. Y por casa, ¿cómo andamos? Por Liliana Cobelo. Clarín IEco 10/08/14.
En el mundo, 1.300 millones de toneladas de alimentos se pierden o van al tacho de residuos. Y por casa, ¿cómo andamos? Por Liliana Cobelo. Clarín IEco 10/08/14.
La tercera parte de los alimentos
producidos en el mundo se pierde o se desperdicia. Son 1.300 millones de
toneladas cuyo costo anual, expresado en precio al productor, es de 750.000
millones de dólares. El 6% de estas pérdidas se da en América Latina y el
Caribe, representa 220 kg/año/habitante y serviría
para cubrir las necesidades nutricionales de los 47 millones de personas que
sufren hambre en la región. Las cifras, que asustan, surgen de los informes
sobre Pérdidas y Desperdicios de Alimentos en el Mundo y su símil para América
Latina y el Caribe, ambos de la FAO, y también de los datos del Banco Mundial,
el INTA y el Ministerio de Agricultura de la Nación.
¿Dónde
ocurren las pérdidas y desperdicios? Las pérdidas se dan en las cadenas de producción,
poscosecha y almacenamiento, y procesamiento, y tienen mayor impacto en los
países de ingresos bajos. En tanto, con desperdicios se alude a los alimentos desechados
durante la distribución, la comercialización y el consumo, y son mayores en los países de ingresos altos.
Según
la FAO, América Latina y el
Caribe producen alimentos más que
suficientes para alimentar a todos sus habitantes, pero la enorme
cantidad que se pierde o va a la basura es inaceptable, mientras el hambre
continúa afectando a casi el 8% de la población de la región.
Esto tiene su impacto. La producción
y disponibilidad alimentaria de la región crecen año a año, convirtiéndola en
una importante exportadora de
productos agroalimentarios a nivel global. Pero, aunque los alimentos abunden
en la región, sus pérdidas y desperdicios impactan en la sostenibilidad de los
sistemas alimentarios y repercuten en la
seguridad alimentaria y nutricional por lo menos de tres maneras:
*Reducen la
disponibilidad local y mundial de alimentos.
*Ocasionan efectos
negativos en el acceso a alimentos.
*Impactan de
manera negativa en el ambiente debido a la utilización insostenible de los
recursos naturales, de los que depende la producción futura y actual de
alimentos, y por la generación de desechos.
Cada
año la región pierde o desperdicia alrededor
del 15% de sus alimentos
disponibles.
Enfrentar esta problemática es fundamental para avanzar en la lucha contra el
hambre y debe convertirse en una prioridad, subrayan en la FAO.
En saco roto (porcentajes de la producción total de cada
alimento que se pierde y se desperdicia en el mundo-Fuente: FAO-Banco
Mundial-INTA)
Frutas y
hortalizas: 45%
Cereales: 30%
Pescado: 30%
Carnes: 20%
Leche y derivados:
20%
Y
por casa, ¿cómo andamos? Si bien en la Argentina existen escasos
datos sobre el tema, el INTA estima que en algunas cadenas, como la de frutas y
hortalizas, las pérdidas superan el 50% (las etapas de producción, postcosecha
y procesamiento explican el 80% de esta cantidad). En cereales y pescado, las
pérdidas son del 30% en cada uno. Y en carnes y leche y sus derivados, del 20%
en cada rubro.
Momentos de cosecha inadecuados o
falta de infraestructura de transporte y conservación apropiadas son los
mayores responsables. Además, es común que se considere más “económico” y
factible el descarte que el desarrollo y la implementación de tecnologías de
aprovechamiento. Cuestiones como la
falta de un mercado para productos subestándar (con defectos cosméticos, de forma o
tamaño, etc.) y las enormes distancias entre zonas de producción y de
comercialización contribuyen a agravar el problema.
A la hora de las pérdidas y desperdicios, producción y
consumo están cabeza a cabeza, con 28% cada segmento. Cada persona derrocha
hasta 115 kilos de comida al año, mientras
los científicos debaten cómo sustentar a una población de 9.100 millones de
habitantes en 2050.
En el Area Metropolitana de Buenos
Aires, según un estudio de la Facultad de Ingeniería de la UBA, los desechos alimenticios son el primer componente en el flujo de residuos sólidos
(41,55% para CABA y 37,65% para los alrededores). Se tiran 670 toneladas por
día a la basura, lo que podría utilizarse para generar nada menos que 1 .675.000 platos de comida.
Números
1.400 millones de
hectáreas se usan en el mundo para producir alimentos que se pierden o no se
consumen.
1.000 litros de
agua se usan para producir 1 Kg. de trigo. Cereal, fruta y carne son los de
mayor huella hídrica.
20% podría
reducirse la pérdida en el corto plazo, con la correcta aplicación de la
tecnología disponible.
Todo se transforma
Existen iniciativas globales, como SAVE FOOD, para buscar soluciones con inversiones en tecnología, innovación, capacitación, buenas prácticas y comunicación para sensibilizar a los actores de la cadena alimentaria. A nivel local, hay proyectos del INTA para el aprovechamiento total en las etapas de producción y procesamiento, generando bioenergía, produciendo alimento animal o recuperando componentes para la industria alimenticia. Además, está la Red Argentina de Bancos de Alimentos que, con 17 bancos, distribuye 7 millones de kilos de alimentos entre 1.300 organizaciones que asisten a unas 200 mil personas. Generados por excedentes de producción, errores de envasado, fecha corta de vencimiento o por no reunir especificaciones técnicas que las empresas se imponen, estos alimentos se donan a la Red, que los clasifica y distribuye.
BONUS TRACK 1
"Plato Lleno": el programa que va al rescate de la comida que sobra
Existen iniciativas globales, como SAVE FOOD, para buscar soluciones con inversiones en tecnología, innovación, capacitación, buenas prácticas y comunicación para sensibilizar a los actores de la cadena alimentaria. A nivel local, hay proyectos del INTA para el aprovechamiento total en las etapas de producción y procesamiento, generando bioenergía, produciendo alimento animal o recuperando componentes para la industria alimenticia. Además, está la Red Argentina de Bancos de Alimentos que, con 17 bancos, distribuye 7 millones de kilos de alimentos entre 1.300 organizaciones que asisten a unas 200 mil personas. Generados por excedentes de producción, errores de envasado, fecha corta de vencimiento o por no reunir especificaciones técnicas que las empresas se imponen, estos alimentos se donan a la Red, que los clasifica y distribuye.
BONUS TRACK 1
"Plato Lleno": el programa que va al rescate de la comida que sobra
Solidaridad. La idea es
no tirar los alimentos y donarlos a sectores vulnerables. Un proyecto que busca rescatar los excedentes de alimentos para entregarlos a quien los necesita, ya se está replicando. La comida no se tira, se transforma en donación. Obstáculos legales. Por Mauricio Giambartolomei | LA NACION Sábado 22/11/14.
Cambio
de hábitos: Jaque a la cultura del desperdicio
Desde distintos sectores, incluido el papa Francisco, llaman a tener una mayor responsabilidad. En un mundo con 842 millones de personas con hambre, se tira el 30% de comida y hay objetos valuados en 533.000 millones de dólares sin usar. Clarín Zona Domingo 30/11/14. Por Teresa Morresi.
Desde distintos sectores, incluido el papa Francisco, llaman a tener una mayor responsabilidad. En un mundo con 842 millones de personas con hambre, se tira el 30% de comida y hay objetos valuados en 533.000 millones de dólares sin usar. Clarín Zona Domingo 30/11/14. Por Teresa Morresi.
Un viaje siempre puede dar sorpresas. Y si lo
hace una impresora a cartucho más. En uno de los laboratorios del prestigioso
Instituto de Tecnología de Massachusetts decidieron ponerles chips a 3.000
objetos arrojados a la basura y al seguir la pista de la impresora detectaron
que atravesó 6.500 kilómetros una vez que fue desechada. El “trip del
reciclado” había generado más contaminación que lo que se logró ahorrar al
reutilizarla. El experimento fue parte de una de las iniciativas que quieren
dictaminar la muerte de la cultura del desperdicio y que señalan que una nueva
revolución industrial, basada en una economía colaborativa, ya comenzó.
Datos
no les falta para avanzar en la postura. En el planeta se estima que hay
objetos valuados en 533.000 millones de dólares que no se usan. Como si esto
fuera poco, según la ONU, el 30% de los alimentos del mundo se tiran y podrían
alimentar a millones de personas con hambre; los autos particulares pasan el
95% del tiempo sin ser usados y un conductor británico puede usar 2.549 horas
de su vida buscando dónde estacionar. ¿Se puede aceptar tanto desperdicio en un
mundo con carencias?, se preguntan.
El
papa Francisco es uno de los que convoca a cambiar los tiempos. En la Jornada
de 2013 del organismo de Naciones Unidas que se ocupa de la alimentación al
referirse a la necesidad de combatir la falta de alimentos, pidió tomar “el
compromiso contra la cultura del desperdicio” y reemplazarla por una de la
“solidaridad y del encuentro”. La referencia estaba focalizada en los alimentos
que se tiran: tan sólo los porteños arrojan 30 kilos de comida por año y la
tendencia no es sólo en Buenos Aires sino a nivel mundial.
Desde
otro campo, el ingeniero Pablo Bereciartúa, director de la Escuela de Economía
y Gestión del ITBA, cree que la Cuarta Revolución Industrial –la 4.0- ya está
en marcha. “En 1960 se empezaron a prender las alarmas por el no respeto de la
naturaleza. Antes se generaba riquezas sin considerar el impacto. Pero algo
empezó a cambiar y ahora es el tiempo de despegue. En el mundo crecen energías
renovables. Los métodos de producción limpia. Esta es una etapa donde se ve la
oportunidad para el cambio”, asegura. Para Bereciartúa son cinco los vectores
de esta transformación: inteligencia, colaboración, bioeconomía,
descentralización y valores. “Combinados, permiten pensar en una etapa de
industrialización más inteligente y amigable” con el hábitat, distribuida en
las diferentes regiones y en sintonía con otros estilos de vida.”Esta
revolución industrial demostrará que hay cosas que pueden efectuarse en forma
distinta. Aparecerán nuevos trabajos y oportunidades”, vaticina.
Uno
de los gurúes que dan letra a este movimiento es el economista estadounidense
Jeremy Rifkin. El autor de EI fin del trabajo” en su nuevo libro “La sociedad
de coste margirial cero”explica que la economía colaborativa a mediano plazo
disolverá el actual escenario de incertidumbre. En el nuevo orden la tecnología
se pondrá a disposición de la economía, los ciudadanos se transformarán en
“prosumidores” -la unión entre productores y consumidores – y se multiplicarán
las energías renovables que dejarán atrás las disputas en torno al petróleo.
El
cambio de comportamiento tiene varios componentes. Hasta hace poco se hablaba
de la regla de las “3R” para impulsar la disminución de basura. A esos tres
pasos ahora se le agrega dos más. La fórmula actual es: reducir, reutilizar,
reciclar, recuperar y reparar. A la tendencia a aplicar las “5R”se une el
consumo colaborativo darle a otro aquello que necesita, intercambiarlo,
compartirlo o alquilarlo. En la base está la idea de que la gente no debe
quedar cristalizada sólo pensando en la posibilidad de reciclar como única
salida sino comprender que existe otra manera de producir y de consumir de una
forma responsable o consciente.
Pablo
Sierra, economista y especialista en temas de innovación del Programa San
Martín Innovación, del Municipio de Gral San Martin, apunta a que el gran
obstáculo al cambio es el concepto de la obsolescencia programada aplicado a la
producción masiva.
“Después
de Depresión del ’30, cuando las economías del mundo desarrollado conocieron
tasas de desempleo superiores al 25% y caídas de Ia inversión y del consumo del
50%, se fortaleció la idea de programar la obsolescencia de los productos para
estimular la producción, el consumo y evitar la caída del empleo. Así se
diseñaron productos que duran menos e incluso con fecha de caducidad”, explica.
“El
problema de este crecimiento ilimitado del consumo, entre otros, es el carácter
finito del planeta. La contrapartida de la expansión descontrolada del consumo
fue la degradación ambientar’. Sierra sostiene que la economía tardó décadas
hasta entender que los negocios no son independientes de la sustentabilidad y
del cuidado de la Tierra. Hoy una de las tendencias en la producción es el
reciclado y la fabricación de productos biodegradables. En el futuro el costo
de los daños ambientales y el reciclado de los productos se incorporarán a los
costos de las empresas, advierte.
La
economía colaborativa -que propone compartir bienes y servicios en lugar de
poseerlos -está en la base de este movimiento. El Instituto Tecnológico de
Massachusetts (MIT) está investigando la tendencia en alza. Calcula que este
negocio basado en el uso de las nuevas tecnolo´gias ya mueve 26.000 millones de
dólares con un potencial de 110.000 millones de dólares. La revista Forbes
estima que en la web este modelo de negocios tiene un volumen de 3.500 millones
de dólares. Muchos suponen que es una respuesta a la falta de equidad y la
posibilidad de darle a más gente acceso, pero otros critican que esta forma de
hacer negocios es simplemente una cáscara que es utilizada por grandes
corporaciones para redirigir sus actividades. Uno de los ejemplos más exitosos
de colaboración es thredUP (www.thredup.com),
donde se compra ropa usada.
De
la mano de estas transformaciones también vienen el aprovechamiento de los
recursos humanos y la no dispersión de los conocimientos. Un fenómeno que fue
bautizado como “cultura maker” o del hacedor, que significa que las
innovaciones tecnológicas ya no son creadas exclusivamente por grandes
fabricantes y compañías multinacionales. Cada persona puede contar con las
herramientas y las posibilidades para crear sus propios productos en grupo,
preferentemente, compartiendo ideas, conocimientos y objetivos, sin grandes
inversiones. El gran ejemplo fue la impresora 3D. El modelo es la plataforma de
cocreación llamada Quirky (www.quirky.com), que
une creadores e inventores de diversas partes del mundo. A través de estos
portales para aprender e intercambiar ideas y casos. Porque compartir como
forma de ahorrar y potenciar va más allá de los proyectos como encontrar y unir
personas en el auto -Carpool o Carpooling- que en Europa conecta gente de 40
países y en Argentina tiene diez sitios web. Lo más interesante, sin dudas, se
da en el universo digital cuando se trata de potenciar proyectos. Un ejemplo es
Ouishare, iniciada en París en 2012. Está en 25 países, cuenta con 50 expertos
y 2.000 socios a quienes explicar proyectos y recibir apoyo para ponerlos en
marcha.Escrito por Teresa Morresi
Luchan
para que cada porteño deje de tirar 75 porciones por año
Son
alimentos que aún pueden comerse. En el país hay fundaciones que los recuperan.
Clarín Zona Domingo 30/11/14. Por Teresa Morresi.
La cultura del desperdicio tiene su peor faceta en la comida. En un mundo con 842 millones de personas con hambre crónico, cerca de 1.300 millones de toneladas de alimentos se desperdician cada año. Lo peor es que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura –la FAO por sus siglas en inglés– calcula que los alimentos producidos, pero que nunca llegan a comerse, serían suficientes para alimentar a 2.000 millones de personas.
Sin estadísticas generales, se estima que la tendencia se repite en la Argentina. Un estudio realizado por el Instituto de Ingeniería Sanitaria de la UBA de 2011 comprobó que cada día va al Ceamse entre 200 y 250 toneladas de alimentos que podrían aprovecharse. Es decir que cada porteño en promedio tira casi 30 kilos de comida por año: el equivalente a unas 75 raciones.
Silvina Ferreyra, de FAO Argentina, explica que en la región de América latina y el Caribe desperdician anualmente 15% de los alimentos disponibles. En el mundo ese promedio es de 30% y en Estados Unidos, del 40%. Pero esto no es todo. Los alimentos que no se comen consumen un gran volumen de agua, energía, mano de obra y emite 3 millones 300 mil toneladas de gases efecto invernadero.
Para imaginar de qué estamos hablando, en el Congreso Internacional Save Food Düsseldorf –una iniciativa mundial cuyo objetivo fue aumentar la sensibilización sobre la pérdida de alimentos- se estimó que si el desperdicio mundial de comida fuera un país sería el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero y el mayor usuario del agua de riego. Las tierras, utilizadas para producir esta comida que nadie come, equivaldría al segundo país más grande del mundo.
El Papa Francisco, el año pasado, llamó también a terminar con la cultura del desperdicio para poder dar alimentos a quienes no los reciben.
Trabajando para esto hay numerosas organizaciones. La Red latinoamericana y caribeña de expertos para la reducción y pérdida de desperdicios de alimentos trabaja a nivel regional.
“En Argentina, la Red de Bancos de Alimentos cuenta con 17 bancos. En 2013 distribuyeron 8.143. 293 kilos a 1.664 entidades que asisten a 245 625 personas.
Los productos provienen en gran parte de la industria alimenticia y de comercios mayoristas. Los bancos recuperan alimentos, realizan campañas para captar los que no se comercializan. Y anualmente efectúan una colecta de productos tales como aceite, azúcar, arroz, leche de mayor tiempo de duración”, explica Alfredo Kasdorf, director de Bancos. Además hace dos años se creó “Nutrición10/Hambre cero” con 1.000 organizaciones para hacer un diagnóstico de nutrición en la Argentina, país que puede satisfacer los requerimientos calóricos de 400 millones de personas. Teresa Morresi
BONUS TRACK 2 - Mientras tanto en la Argentina siglo XXI...
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La cultura del desperdicio tiene su peor faceta en la comida. En un mundo con 842 millones de personas con hambre crónico, cerca de 1.300 millones de toneladas de alimentos se desperdician cada año. Lo peor es que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura –la FAO por sus siglas en inglés– calcula que los alimentos producidos, pero que nunca llegan a comerse, serían suficientes para alimentar a 2.000 millones de personas.
Sin estadísticas generales, se estima que la tendencia se repite en la Argentina. Un estudio realizado por el Instituto de Ingeniería Sanitaria de la UBA de 2011 comprobó que cada día va al Ceamse entre 200 y 250 toneladas de alimentos que podrían aprovecharse. Es decir que cada porteño en promedio tira casi 30 kilos de comida por año: el equivalente a unas 75 raciones.
Silvina Ferreyra, de FAO Argentina, explica que en la región de América latina y el Caribe desperdician anualmente 15% de los alimentos disponibles. En el mundo ese promedio es de 30% y en Estados Unidos, del 40%. Pero esto no es todo. Los alimentos que no se comen consumen un gran volumen de agua, energía, mano de obra y emite 3 millones 300 mil toneladas de gases efecto invernadero.
Para imaginar de qué estamos hablando, en el Congreso Internacional Save Food Düsseldorf –una iniciativa mundial cuyo objetivo fue aumentar la sensibilización sobre la pérdida de alimentos- se estimó que si el desperdicio mundial de comida fuera un país sería el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero y el mayor usuario del agua de riego. Las tierras, utilizadas para producir esta comida que nadie come, equivaldría al segundo país más grande del mundo.
El Papa Francisco, el año pasado, llamó también a terminar con la cultura del desperdicio para poder dar alimentos a quienes no los reciben.
Trabajando para esto hay numerosas organizaciones. La Red latinoamericana y caribeña de expertos para la reducción y pérdida de desperdicios de alimentos trabaja a nivel regional.
“En Argentina, la Red de Bancos de Alimentos cuenta con 17 bancos. En 2013 distribuyeron 8.143. 293 kilos a 1.664 entidades que asisten a 245 625 personas.
Los productos provienen en gran parte de la industria alimenticia y de comercios mayoristas. Los bancos recuperan alimentos, realizan campañas para captar los que no se comercializan. Y anualmente efectúan una colecta de productos tales como aceite, azúcar, arroz, leche de mayor tiempo de duración”, explica Alfredo Kasdorf, director de Bancos. Además hace dos años se creó “Nutrición10/Hambre cero” con 1.000 organizaciones para hacer un diagnóstico de nutrición en la Argentina, país que puede satisfacer los requerimientos calóricos de 400 millones de personas. Teresa Morresi
BONUS TRACK 2 - Mientras tanto en la Argentina siglo XXI...
Por Cali Villalonga. (ex Greenpeace
Argentina, diputado nacional PRO por CABA). 21/11/17.
En
la última sesión en el recinto de la Cámara de Diputados se produjo un
acalorado debate al momento de tratarse una reforma a la Ley 25.989, la que establece el régimen especial para
la donación de alimentos. El debate, a mi juicio, naufragó en un mar de
prejuicios y malos entendidos.
Hay
que señalar que dicha ley fue aprobada a finales del año 2004 otorgándole un
marco normativo a una actividad que comenzó a desarrollarse en nuestro país a
una escala muy significativa durante la crisis del año 2001. En dicho contexto
nació, por ejemplo, el Banco de Alimentos de Buenos
Aires, organización civil que actúa en toda el área metropolitana,
coordinando la recepción de alimentos en donación y distribuyéndolos en áreas
particularmente vulnerables.
La Ley
25.989 contenía un último
artículo (Artículo 9) que decía:
“Una vez entregadas al donatario las cosas donadas en las
condiciones exigidas por el artículo 2°, el donante queda liberado de
responsabilidad por los daños y perjuicios que pudieran producirse con ellas o
por el riesgo de las mismas, salvo que se tratare de hechos u omisiones que
degeneren en delitos de derecho criminal”.
El
sentido de ese artículo fue otorgarle al donante la seguridad de que, habiendo
realizado la donación en adecuadas condiciones de seguridad para la salud, éste
quedará liberado de la responsabilidad en cuanto a las condiciones en que luego
dichos productos se distribuyan. Resulta razonable, ya que de otro modo, lo
potenciales donantes preferirán no entregar mercadería si luego quedan
expuestos a riesgos fuera de su control al no estar involucrados en la cadena
de distribución. En definitiva, alentar la donación de alimentos sólo puede
lograrse cuando los donantes sean responsables por la entrega de productos en
buenas condiciones pero queden liberados de la responsabilidad de los pasos
posteriores, tanto sea en el almacenamiento, la distribución y el procesamiento
de los alimentos.
Sin
embargo, el Artículo 9 fue vetado cuando la ley fue promulgada mediante el Decreto
2011/2004. De esta manera, la ley no logró generar un gran incentivo a
la donación de alimentos, particularmente de las grandes cadenas de venta,
fabricantes y distribuidores. Esta es la razón por la cual existen diversos
proyectos que procuran restituir el Artículo 9 a la Ley 25.989, tanto en la
Cámara de Diputados como en la de Senadores.
De
los proyectos existentes en Diputados, el día 7 de noviembre fue tratado y
dictaminado favorablemente en la Comisión de Legislación General el Proyecto
3199-D-2017 (autoría de la Diputada Patricia Giménez) que propone como nuevo
artículo 9 lo siguiente:
“Artículo 9°: Una vez producida la entrega de los alimentos
donados en el marco de la presente ley, el donante, que actuare de buena fe,
quedará liberado de toda responsabilidad por los daños y perjuicios que
pudieran producirse por el vicio o riesgo de la cosa, siempre que:
(i) Hubiera cumplido con las condiciones establecidas en el
artículo 2°;
(ii) No ocultare vicios de la cosa.
Para aquello no establecido en la presente ley se aplicará el
Código Civil y Comercial de la Nación”.
Este
dictamen es el que fue puesto a consideración en la sesión especial de la
Cámara Baja el pasado 8 de noviembre. A raíz de la fuerte polémica que el
proyecto generó en el recinto se decidió su vuelta a comisión. Las objeciones y
la polémica tuvieron fuerte repercusión mediática, por eso creo que merece este
tema la mayor claridad acerca de qué cosas están realmente en discusión.
Como
ya lo mencioné, el proyecto que llegó al tratamiento en la Cámara de Diputados
surgió de los varios proyectos existentes en Diputados. Por ejemplo, la
iniciativa de la Diputada Elisa Carrió, en su proyecto 5523-D-2017, proponía
para el art. 9 el siguiente texto:
“En el caso que se produjeran daños y perjuicios por el riesgo o
vicio de los alimentos donados, el donante que actuare de buena fe, quedará
eximido de responsabilidad cuando se probare la culpa o dolo de un tercero.”
Por
su parte, en la Cámara Alta, varios senadores han presentado también
iniciativas de reforma a la Ley 25.989. Todos en el mismo sentido, volver a
introducir el vetado Artículo 9. Uno de ellos de autoría del Senador Pichetto
(Proyecto 3890/2017) el cual tuvo movimiento el mismo 7 de noviembre (un día
antes de la sesión especial en Diputados) a efectos de suprimirse el giro a las
Comisiones de Industria y Comercio, con el fin de facilitar su tratamiento
junto a otros proyectos similares, en la Comisión de Población y Desarrollo
Humano.
La
Comisión citada debatió los proyectos de ley el 9 de noviembre, unificando
dictamen a partir de los proyectos de Negre de Alonso/ Rodríguez Saá y
Pichetto, y teniendo a la vista los de Odarda y Fiore Viñuales.
El
texto dictaminado en el Senado dice:
“Artículo 9: Se presume la buena fe del donante y donatario.
Desde el momento de ser entregada la cosa donada al donatario, en las
condiciones exigidas por el artículo 2, el donante queda liberado de toda
responsabilidad y no responderá civil ni penalmente por los daños causados por
la cosa donada o por el riesgo de la misma, salvo que se probare dolo o culpa
imputable al donante, por acciones u omisiones anteriores a la entrega de la
cosa.”
Lo
que he hecho hasta aquí ha sido relatar los pasos dados y permite clarificar
qué es lo que efectivamente está en discusión en el Congreso de la
Nación. Ahora quiero comentar algo acerca de los ejes del debate que se
suscitó y aparecieron a posteriori:
¿Se les está otorgando
impunidad a los donantes de alimentos para que actúen irresponsablemente? No es así en absoluto. El texto del
nuevo Artículo 9 propuesto procura eximir al donante de responsabilidades
respecto del uso posterior que se haga de los alimentos entregados en adecuadas
condiciones, ajustadas a lo que la propia Ley 25.989 exige. Esto es algo
necesario para que supermercados, distribuidores y productores de alimentos se
vean alentados a realizar donaciones sin correr riesgos inciertos por el
uso posterior que se haga de ellos. En la actual situación, por ejemplo,
un distribuidor optará por deshacerse de los alimentos arrojándolos a la basura
antes que asumir una responsabilidad incierta al donarlos. Situación que
tiene su peor cara en la enorme cantidad de gente que va a buscar alimentos en
los basurales o en los rellenos sanitarios, escena dramática que no podemos
desconocer. Muchos de esos alimentos, fueron descartados teniendo chances de
ser donados en buenas condiciones, aptos para el consumo humano ya que, por
algún problema de packaging, corta fecha de vencimiento, estacionalidad,
conflictos en la cadena de distribución, etc. no pudieron o no pueden ser
comercializados. En el mundo se desperdician 1.300 millones de toneladas de
alimentos aptos para el consumo humano y hay unas 800 millones de personas
subalimentadas. En nuestro país se
desperdicia anualmente unas 16 millones de toneladas de alimentos cuyo mayor porcentaje está dado por
las pérdidas ocasionadas en las etapas de producción, procesamiento y
logística.
¿Es esta ley un modo de
perpetuar la pobreza? Esta
ley procura que la acción solidaria que hoy existe y se realiza cotidianamente,
puede realizarse en las mejores condiciones y con los mayores márgenes de seguridad.
Esta acción solidaria existe y existió, en mayor o menor medida, acorde a las
crisis económicas que han sucedido en la Argentina. Algo similar ocurre en casi
todo el mundo puesto que el fenómeno de la pobreza y la carencia alimentaria
están presentes en todas las regiones del planeta. En cifras globales, según el
Banco Mundial, 2.200 millones de personas sobrevivían con menos de US$ 3,10 al
día en 2011, que es la línea de pobreza promedio de los países en desarrollo.
Esa cifra representa una reducción marginal con respecto a los 2.590 millones
registrados en 1981. La proporción de personas subalimentadas en todo el mundo
disminuyó del 15% en el período 2000-2002 al 11% en el período 2014-2016. Es
decir que alrededor de 793 millones de personas están subalimentadas en el
mundo, una mejora con respecto a los 930 millones de personas, en los mismos
períodos. La pobreza, a pesar de la reducción que se ha producido en las
últimas décadas, es un fenómeno que ha resultado extremadamente complejo de
superar, aún en el mundo desarrollado. No se ha logrado aún una conjunción de
medidas políticas y económicas que hayan podido cambiar drásticamente esta
realidad. Actualmente la erradicación de la pobreza y la eliminación del hambre
ocupan los dos primeros Objetivos de Desarrollo
Sostenible asumidos con
metas al año 2030. La solidaridad para mejorar la alimentación de las
poblaciones más vulnerables coadyuva a lograr la meta de erradicación de la
pobreza ya que mejora las condiciones de corto plazo para que, particularmente
lo menores, puedan salir del círculo de pobreza estructural a la que los
condena la mala nutrición en las etapas tempranas del desarrollo. Por lo tanto
esta ley no interfiere ni reemplaza las medidas estructurales para superar la
pobreza y los problemas alimentarios: generación de empleo, infraestructura,
educación, producción de alimentos, etc. Esta ley mejora las condiciones en las
que se desarrolla la acción solidaria, acción que resulta imprescindible para
acelerar las políticas para superar la pobreza.
¿Esta ley reemplaza verdaderas
políticas de combate a la pobreza y al déficit alimentario? Como lo señalé, esta ley no interfiere
ni reemplaza las medidas estructurales para superar la pobreza y los problemas
alimentarios: generación de empleo, infraestructura, educación, producción de
alimentos, etc. Esta ley mejora las condiciones en las que se desarrolla la
acción solidaria, acción que resulta imprescindible para acelerar las políticas
para superar la pobreza. Quien crea que se puede prescindir de la acción
solidaria porque lo considera una mera acción de beneficencia que sólo
tranquiliza al donante no es consciente o pretende ignorar las dificultades que
hemos encontrado, no sólo en la Argentina, para crear las condiciones
económicas y sociales que hagan posible erradicar la pobreza. La humanidad ha
ensayado múltiples abordajes y criterios a la hora de pensar y combatir la
pobreza. Siempre los resultados resultaron escasos. Ignorar esta historia y
pretender hacernos creer que algunos poseen el secreto que permitirá ponerle
fin de la pobreza rápidamente es una falsa promesa, una ilusión sin fundamento;
el camino hacia la eliminación de la pobreza significará superar un desafío
político, económico y humanitario monumental. Quien considere que el desafío de
superar la pobreza se puede lograr rápidamente, de manera tal de poder
prescindir de la acción solidaria, es un ignorante o un hipócrita en términos
políticos. Además, expresa una profunda insensibilidad ante el sufrimiento real
y sus terribles secuelas que dejará en los niños que hoy sufren de mala
alimentación. Por supuesto que es necesaria una revolución en materia económica
y política para generar una sociedad que erradique el hambre y las causas que
lo originan. Pero ese es un desafío descomunal y quien diga que tiene la receta
fácil para hacerlo, es un simple charlatán de feria. Peor aún, un completo
desalmado si por sostener sus incomprobables recetas políticas, se obstruye
acciones solidarias.
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