A pesar de mis varias décadas, sigo siendo fundamentalmente un tipo curioso que se apasiona buscando información en distintas fuentes, deteniéndome en lecturas que puedan sorprenderme, asombrarme, alegrándome o fastidiándome. Los tópicos pueden ser políticos, culturales, científicos o deportivos (el que leyó algo en este blog sabe de mis intereses). Otra manía me incita a archivar cuidadosamente muchas de esas novedades -una vez leídas-, analógica o digitalmente, para cuando me resulte necesario refrescar mi memoria. Pero un tercer impulso me obliga a compartir a diario con mis seres más próximos el placer de esos pequeños grandes descubrimientos cotidianos. "Che, mira esto! ¿Lo leíste?"
Para comunicarme y satisfacer esta necesidad, durante años usé el correo electrónico pero en los últimos tiempos -como casi todo el mundo- lo he reemplazado por el uso de la aplicación telefónica Whatsapp. Así envío mis inquietudes futbolísticas, políticas o melómanas, links o cortos comentarios o simplemente memes o chistes de esos explícitos que abundan en esa red a amigos afines. A ellos, quiera o no, los tengo mentalmente clasificados. Es la triste verdad y trato de explicar aunque pueda adivinarse. No envío bromas futboleras a ciertos amigos "cuervos" (sanlorencistas) amargos porque pueden ofenderse, pero provoco a algunos con sentido del humor más amplio que se aguantan la cosa. Solo comparto mis convicciones políticas con gente que las entienda, intentando no herir susceptibilidades. Ya no cometo el error generalizado de pretender convencer de algo a quienes se cierran a opiniones ajenas para protegerse y sentirse seguros. Suelo ser más cuidadoso con eso todavía porque -como es sabido- el odio facho-kirchnerista ha dividido a las familias y por estos lares es usual la famosa "grieta" que nos separa. Luego, cosas de ganadería y carnes con gente del ambiente y así.
Desde hace relativamente poco uso la red tweeter para estar informado sobre temas muy específicos y Facebook para estar al tanto de un circulo pequeño de parientes lejanos. Ninguna me desborda. Trato de no ampliar demasiado su espectro para no verme inundado de fotos de gente con mascotas pegajosas y frases de esperanza en el futuro rodeadas de corazones con purpurina. Ni engancharme con los comentarios de soberbios que escapan para adelante. Escasea tanto la humildad en la Argentina!
Pero quisiera volver sobre aquella idea: clasificar a las personas. Más allá de la sensibilidad y cariño, atención o indiferencia que ponemos en las personas que nos rodean, estoy convencido que jamás llegamos a conocernos profundamente. Ni siquiera con los más íntimos. No está bien ni está mal, no es crueldad ni cinismo: es ineludible. Es la separatidad con la que fuimos inventados. Somos burdos e impacientes pero fundamentalmente somos 'ombliguistas': todos nos ahogamos en nuestro propio vaso de agua, aunque podamos destacarnos y ser más o menos buenos en algún ámbito. La vulnerabilidad nos es común a todos pero en cada caso con debilidades diferentes, que ocultamos con distinto esfuerzo para parecer más fuertes.
Por lo tanto, sin compartir físicamente grandes cosas a diario ni llegar a profundizar nuestra amistad, todos optamos por clasificarnos con lo que tenemos a mano. Es la vía rápida para relacionarnos y disminuir los daños colaterales. Así, con ese viejo amigo de secundaria que es de River y gran lector, puedo compartir alguna noticia cultural y quizás un chiste picante aunque no machista porque tiene un hijo homosexual y puedo herirlo. A esa compañera de trabajo que sabe tanto de temas agropecuarios pero que es algo acomodaticia, puede resultarle chocante criticarle algún jefe. Con aquel antiguo compañero del posgrado solo intercambiaremos algún artículo de ciencias o nos recomendaremos miniseries de Netflix. No se que otras cosas lo conmueven. ¿Sigue con la misma mujer de siempre?
Aún siendo las relaciones superficiales, de tanto en tanto se presentan asperezas con nuestros interlocutores digitales. Algunos suponen equivocadamente que cuando les envío el link a una noticia tienen la obligación de abrirla ipso facto o emitir opinión. No, estimado amigo! Si querés leéla cuando puedas y sino borrála. ¿Tan difícil es comprenderlo? Alguno se quejó por recibir algo mío en horario trasnoche. ¿Qué se yo cuando te vas a dormir o cuando tenés sexo o si no tener sexo te produce histeria? Apagá el sonido, salame! Un amigo, lamentablemente desocupado, me protestó haberle enviado un mensajito cuando estaba en una reunión de negocios (?). Un querido primo mío, quizás quien más festeja con emojis sonrientes los chistes que le envío, en un mal día me recriminó haberse levantado a trabajar muy temprano por no poder contestarme una consulta amigable. Le pedí disculpas igual, por cortesía. Obvié recordarle que cualquier niño podría administrar la lectura de los mensajes de su teléfono celular sin estresarse. Pero debo admitir que esas reacciones me lastiman, por imprevistas o injustas. Quizás hieran mi orgullo de leonino.
Prima facie parece un problema de falta de amplitud mental de los demás. No obstante debo obligarme a suponer que el equivocado soy yo por tirar disparos digitales que supongo afines a quienes quiero y respeto por tenerlos presentes pero los importuno. Lo remarco: no es una práctica indiscriminada.
La cosa no es muy auspiciosa, disculpen el pesimismo. La gente en la Argentina suele ponderar nuestro supuesto culto de la amistad a fuerza de asados o rondas de mate o café. En eso nos pensamos diferentes y nos gusta creer que en otros lados las relaciones humanas son frías y desoladoras o, al menos, de menor calidad. Pero la realidad demuestra que no prestamos la menor atención a los sentimientos que asolan a nuestros seres más queridos: que pensamientos, diligencias, satisfacciones, goces, preocupaciones y apuros los tienen a maltraer o apasionan a diario.
Alguna vez quise resumir puerilmente esas conclusiones con una frase que tiré en algún lado de este blog. No es muy brillante, perdonen. Quedó así: "Conservo amigos de la escuela. Un motivo de orgullo que la gente suele destacar. Carece de toda importancia pero todos vamos a llegar un mes tarde a nuestros velorios". ¿De que sirve la amistad si no se puede ayudar al otro en los momentos más jodidos o nos está vedado compartir alguna vez los felices? Justo la escucho a la Sarlo en la TV diciendo que con cada amigo que tiene comparte cosas diferentes. Me alegro por ella pero a mi no me sirve.
Admito entonces utilizar una clasificación utilitaria y rústica que aplico a los demás, desconociendo circunstancias que jamás me cuentan o no atiendo porque tengo bastante con el nivel de agua en mi vaso (otro dato objetivo). Tengo constancias y pruebas que demuestran que los demás usan el mismo atajo conmigo. Por ejemplo, uno de mis mejores amigos no sabría decir de una como se llama la repartición en la que trabajo desde hace más de veinte años. Otro muy cercano no recuerda los nombres de mis hijos. Hay uno que suele comentar sus separaciones amorosas, en promedio, unos 6 a 8 meses después de pasado el conflicto sentimental. Una práctica generalizada, a esta altura de nuestras vidas, es ocultar nuestras dolencias físicas como si fueran secretos de estado o sacrilegios. En el último café que tomamos con mis amigos, estaban todos muy ansiosos: cada uno embelesado escuchando sus propios relatos y blindados al ajeno. Hice la prueba de mantenerme callado y solo atinaron -a los postres- a preguntarme como andaba.
Alrededor del intercambio de mensajes y mails asoman cosas parecidas. No todos tienen que interesar al prójimo, claro está. Algunos se prestan al juego y responden cuando lo consideran. Otros nunca. Hay gente que no tiene facilidad para escribir y es otra verdad. Muchos más de lo que Uds. creen no tienen ningún manejo de la ironía. Todo es aceptable y está bien porque tenemos longitudes de onda diferentes. Pero aquí cierran para mi estas circunstancias: a veces me siento molestando y mendigando alguna reciprocidad a mis conocidos. Intento compartir sensaciones motivantes que nos conecten y, salvo honrosas excepciones, no obtengo respuestas o recibo algún misil. Puedo no resultar un tipo con atractivos pero, estoy seguro, no soy el menos pensante ni el más tonto de todos y mi mayor fuerte es ser humilde y leal.
¿Los de mi trabajo? Un capítulo aparte. Uno no los elige, vienen en el paquete. Salvo uno o dos, les encanta compartir chusmeríos que arrojan sombras sobre los demás pero ocultan bajo siete llaves "los mandados" que les hacen a los jefes y no mencionan los beneficios que reciben por agachar la cabeza y no protestar por las inequidades (siempre es más negocio callar y no ser crítico). Esta gente es una máquina de producir pequeñas traiciones. Convengamos, en la vida cualquiera puede ser ignorante y nos puede tocar ser mediocres. Siendo humilde eso puede sobrellevarse: lo que es imperdonable y patético, es además ser soberbio. Para su bien, menos mal que pocas veces se dan cuenta. Mi trabajo es externo y, aunque exije pocas horas semanales de oficina, obliga a una convivencia intensa en los viajes. Algo así como esos campamentos juveniles: en pocos días sabías bien quien era quien con mayor certeza que durante un año entero de clases. Las situaciones dramáticas quiebran las lealtades con facilidad y exponen blanco sobre negro el verdadero rostro de las personas.
De todo esto no tienen culpa las redes sociales pero el uso que le damos colabora para aumentar la superficialidad de la gente, haciéndonos suponer falsamente que combatimos la soledad, que estamos rodeados de amigos o que somos diferentes por escribir alguna frase exótica o grandilocuente.
Pues bien, voy a aprovechar que el 15 de mayo los administradores de Whatsapp obligan a sus usuarios a aceptar nuevas condiciones de manipulación de nuestros perfiles para fines comerciales y voy a desinstalar su aplicación. Aunque ciertamente me expondré a una sensación de soledad mayor a la preexistente buscando compañía humana en mi teléfono celular, mi ausencia quizás provoque alguna extrañeza. Como si Horacio se hubiera muerto de golpe (por ahora virtual y voluntariamente). A lo mejor así, los demás se dan cuenta del pequeño mundo que estuvimos compartiendo y lo extrañen por default.
Yo ya tengo a quien abrazar y amar profundamente y echaré leña a las ilusiones que mantengo para seguir soñando. Esto es solo una pequeña mueca de cansancio. El mundo no creo que cambie demasiado. Horanosaurus.
BONUS TRACK 1: una visión más contemporizadora, para seguir pensando la cosa.
Los diferentes intercambios dentro de una tribu
Hay momentos en las amistades de mucha intensidad, otros de lejanía. Si a veces es difícil desentrañar que nos pasa a nosotros mismos no mucho podemos con lo de los otros.
ResponderEliminarPero al fin de cuentas.......ahí estamos. Abrazo
Si, si.. viste que considero que, en la lucha de la vida, todos hacemos lo que podemos. Imperdonable es el malo, el ventajero, el garca. Abrazo.
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