Cualquiera de nosotros lo ha vivido en su trabajo o en otros ámbitos sociales. En cualquier organización humana los lindos corren con ventaja y suelen recibir más de lo que merecen, echando por la borda los méritos de otros. Quizás sea parte del juego de la vida, como nacer pobre o en cuna de oro, en Ciudad Oculta o en Suiza. La cosa es más vieja que el ruido y no parece tener solución inmediata, como tantas otras. Cuando no tenés suerte en el reparto, putearás de vez en cuando. Algunos le buscarán la vuelta pero, casi invariablemente, la respuesta a la desventaja de la fealdad es un cóctel de conformismo y resiliencia (el concepto de moda que todos repiten y yo también).
En todas partes se cuecen habas. Creo que, en forma generalizada, los hombres feos nos tragamos la píldora de esa desigualdad mirando para adelante. Para las mujeres (y los metrosexuales también), la cosa es diferente. No le esquivan al bulto y la pelean con la coquetería. La facción extremista feminista se desgarra las vestiduras y busca culpables de la injusticia que sufren las congéneres feas, que abundan en sus filas. Claro está, cae en la volteada "la sociedad patriarcal". De existencia cuestionada en la Argentina de hoy, gobernada por una reina egipcia loca, obedecida por "todas" y "todos". Tampoco puede explicar la contradicción de las femme-fatale de su propio bando que explotan con astucia la otra cara de la injusticia, munidas de escotes pronunciados y tacos aguja. Una piedra en el zapato que meten bajo la alfombra. Parte del paisaje.
Los patrones de la belleza usuales en el mundo tienen orígenes culturales que han sido estudiados debidamente. ¿Nos han sido impuestos? Siempre se puede recurrir a teorías conspirativas, pero no creo que las chinitas del noroeste argentino se empolvaran la cara con harina en sus celebraciones sincréticas del siglo XIX para asimilarse a las mujeres europeas, convencidas por una publicidad de L'Oreal.
Otra imperfección humana tangencialmente relacionada al favoritismo por la belleza física es la tonta tendencia humana de clasificar a la gente según nuestra primera impresión. Tarea que nos lleva usualmente dos o tres segundos. Metemos a nuestros interlocutores en un casillero y no va más. Difícil cambiemos después de parecer. Lo dijo el heroico Oscar Wilde: "Nunca hay una segunda oportunidad para causar una buena impresión".
Para tener más certezas al abordar el tema de los lindos, los feos, hijos y entenados en nuestras sociedades, aquí abajo seleccioné algunos artículos interesantes que se me cruzaron en el camino. No me miren mal. Horanosaurus.
La idea de belleza depende de la cultura y también del cerebro
Clarín Zona
21/08/11. Por Facundo Manes. Neurólogo. Director del Instituto de Neurología Cognitiva
(INECO) y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Presidente
del Grupo de Investigación en Neurología Cognitiva de la Federación Mundial de
Neurología.
Además de los
famosísimos relatos de la Bella Durmiente y Cenicienta, Charles Perrault
escribió la historia del príncipe Riquete, que tenía el don de la inteligencia
pero la desgracia de ser considerado feo por los demás.
¿Qué condiciones
tendría para ser visto así? Las personas dentro de una cultura determinan
aquello que representará lo bello y lo feo. De hecho, estas determinaciones
pueden no ser correspondidas por otras épocas u otras culturas.
Uno de los
elementos tenidos en cuenta para el valor de belleza es la familiaridad de la
cara, de modo tal que personas de un mismo grupo suelen ser consideradas más
atractivas que personas con rasgos muy similares pero de otros grupos. Este
tipo de variables también demuestra que los juicios de atracción son influidos
por valores subjetivos. Pero existen cualidades de lo que se considera atractivo
que son, según estudios antropológicos, comunes entre las distintas culturas
del universo.
Algunas de estas
características más bien universales están asociadas a la simetría, es decir, a
la forma en que los atributos físicos se distribuyen a través de la línea media
vertical. Sólo se tarda una fracción de segundo para que podamos decidir si nos
encontramos con alguien atractivo. Cuando se solicita a voluntarios que puntúen
cuán atractivo les resulta un rostro en el laboratorio, grandes desviaciones parecieran
alterar la percepción sobre la belleza.
Desde el punto
de vista evolutivo, esta expectativa de que una cara atractiva sea más bien
simétrica estaría asociada a procesos cerebrales por los cuales desviaciones
marcadas de esta armonía facial podrían ser, de manera automática y no
consciente, indicadores de falta de aptitud o de una mala salud.
Los científicos
han identificado muchos otros atributos que parecieran estar asociados con
mayor atracción: la cara de bebé, especialmente en las mujeres, y una cara
madura, especialmente en los hombres, actuarían inconscientemente como
indicadores de juventud y fertilidad en el primer caso, y capacidad para llevar
a cabo las responsabilidades de una familia en el segundo.
Diversos
estudios han demostrado que los hombres tienden a preferir los rostros más
suaves o femeninos. Sin embargo, las mujeres tienden a variar en lo que ellas
consideran atractivo. Algunas mujeres prefieren los hombres con rasgos más
marcados (más masculinos), mientras que otras eligen hombres con rasgos más
femeninos. Esto parece ser debido en parte a factores hormonales. Las mujeres
muestran mayor preferencia por los hombres más masculinos durante la fase
fértil del ciclo menstrual que en otros momentos.
Existirían al
menos dos posibles mecanismos evolutivos, aunque no excluyentes entre sí, sobre
por qué ciertas caras son consideradas más bellas que otras. La primera
posibilidad es que las características atractivas representen los atributos
fenotípicos que son deseables en nuestras parejas, tales como una buena salud
genética y altos niveles de inmunocompetencia (es decir, una buena capacidad
para montar respuestas inmunes adecuadas a los patógenos con los que nos
topamos durante nuestra vida).
La segunda
posibilidad es que la atracción por las caras haya surgido como una función
agregada del proceso que extrae información facial necesaria y general, aun si
dicha evaluación no es intencional o útil.
Riquete, el feo
príncipe del cuento de Perrault, se enamoró de una princesa hermosa a quien él
le ofrendó su inteligencia. Y ella, por esa sabiduría y por el amor suficiente
para que eso sucediera, lo hizo el hombre más bello del mundo. ¿Qué ley
universal lo va a poder negar?
Ventajas de la belleza: Los lindos tienen más amigos, mejores trabajos y ganan más
Por Mariana
Iglesias. Por primera vez la ciencia lo confirma: a lo largo de la vida, los
bellos la pasan mejor. Economistas argentinos comprobaron que hasta tienen más
chances de ser llamados cuando dejan un currículum. Domingo 20/01/13.
Clarín Sociedad.
De vez en cuando
aparece algún feo que la pega y ese éxito puede llevar a pensar que la sociedad
maduró, que no es necesario lucir perfecto para estar en la tele o en las
revistas, ser un crack de la noche o el deporte. Pero no. Lo cierto es que esos
pequeños avances de unos pocos narigones, panzones, pelados, no deben ser
leídos más que como eso, como los logros personales de quienes supieron y
pudieron sobreponer actitud a facha. Un prestigioso economista de la universidad
de Texas acaba de reafirmar lo que ya se intuía desde siempre: los lindos la
pasan mejor. Dice que los agraciados tienen mejores puestos de trabajo, mejores
sueldos, mejores tasas para sus créditos, mejores parejas y hasta un montón de
amigos más en las redes sociales. Y un equipo de economistas argentinos hizo lo
propio: demostró a través de una rigurosa metodología que los empleadores no
sólo llaman más a los lindos sino que los contactan mucho más rápido.
“La belleza paga:
por qué la gente atractiva tiene más éxito”. Como para que quede clarito, Daniel
Hamermesh le puso ese título a su libro en el que asegura que la gente linda
gana entre un 10 y un 15 por ciento más que el resto, y que pueden llegar a
ganar hasta 230 mil dólares más a lo largo de su carrera. Se basa -dice- en
montones de encuestas y estadísticas de los Estados Unidos y Canadá. Su tesis
es que a todo el mundo le gusta interactuar con los lindos, y que por eso los
empresarios los contratan más, porque a la larga terminan siendo más
productivos. “No hay dudas de que a los más feos les va peor en el mercado
laboral”, contesta tajante Hamermesh en una conferencia telefónica a un colega
mexicano. “Abogados, políticos, futbolistas, prostitutas, todos ellos ganan más
si son lindos –sostiene el economista, y se permite una broma–. La única
ocupación en la que no importa la belleza es la de ladrón, y tiene sentido,
cuanto más feo más miedo le voy a tener...”.
Hamermesh trata
de justificar el por qué de la discriminación: “Antes se creía que la belleza
era un indicador de la buena fertilidad. Eso hoy es una antigüedad, pero ahora se
relaciona la belleza con la salud, y por eso se elige a los lindos como pareja,
por los genes que van a transmitir”.
Clarín también
tuvo su momento para preguntar: ¿No cree que las personas menos agraciadas se
sienten en la necesidad de desarrollar otras habilidades y eso finalmente las
convierte en personas mucho más interesantes? Hamermesh rió: That’s exactly
right!, dijo. Y se puso como ejemplo asegurando que dedicó toda su vida a
subrayar lo trabajador, organizado y diligente que es. Y no le ha ido nada mal
al señor.
Pero no es el
único que sostiene que la belleza paga. Basándose en una ecuación de Kang Lee
(Universidad de Toronto), Pamela Pallett y Stephen Link (Universidad de
California) que postula que la cara perfecta es cuando el espacio entre los
ojos y la boca es el 36% del largo de la cara, y el que media entre los ojos,
un 46% del ancho del rostro, los economistas Martín Rossi (Universidad de San
Andrés), Florencia López Boo (BID) y Sergio Urzúa (Northwestern) demostraron el
peso de la belleza en el mercado laboral. Sacaron fotos de gente real, y un
diseñador manipuló esas distancias en el rostro para volverlas atractivas o
feas. Enviaron las fotos a distintas empresas que solicitaban empleados. Los
lindos recibieron un 36% más de llamados que los feos. Incluso los currículums
que no fueron enviados con foto tuvieron más llamados que los feos.
“Demostramos que es pura discriminación. La belleza no tiene nada que ver con
la inteligencia. Los empleadores no llaman a los feos simplemente porque
quieren cruzarse con gente linda por los pasillos o en la máquina de café”,
dice López Boo a Clarín. “Se probó claramente la discriminación porque en
algunos casos mandamos el mismo curriculum con la foto de un feo y con la de un
lindo. No sólo a los lindos los llaman más sino que también los llaman más
rápido”, agrega Rossi. El trabajo fue publicado recientemente en Economics
Letters.
El encono con
los menos agraciados es viejo. “Que se mueran
los feos” cantaba Horacio Ascheri con los Pick-ups allá por los 60. Hay muchas
versiones distorsionadas del tema, pero siempre con la misma idea. Hasta Boris
Vian escribió “Que se mueran los feos”: el Dr. Schultz se proponía manipular
genes para mejorar la especie (dicen que es el peor libro de Vian).
El domingo
pasado los feos se adueñaron de la tele, pero sólo por una hora y cuando el
canal Nat Geo emitió un especial de “La fealdad” en el marco de su serie Tabú,
justamente para contar las penurias cotidianas que genera el desdén social a
quienes lucen mal.
Encima hay un
economista español que pinta un panorama desolador. Fernando Esteve es profesor
de Análisis Económico en la Universidad Autónoma de Madrid y asegura que el
mercado de los productos de belleza vive en constante crecimiento porque cada
vez hay más feos. Pero como tal aumento de la fealdad no puede ser explicado
por causas genéticas deduce que lo que en realidad aumentó es la apreciación
subjetiva de la fealdad. La razón: los medios de comunicación y la globalización:
“Ahora, en cada lugar, los individuos ya no se comparan sólo entre sí sino con
los más guapos y guapas del mundo tal y como aparecen en las revistas, el cine
y la televisión. Comparada con Angelina Jolie o con Scarlett Johansson la chica
más guapa del barrio, de casi cualquier barrio del mundo, es casi segura y
lamentablemente, fea”.
¿Todo es envase o todo es contenido?
Por Darío Sztajnszrajber, Filósofo. 20/01/13. ¿Por qué nos
importa la belleza? ¿Nos importa más o menos que el bien? ¿Nos importa más la
ética o la estética? ¿Preferimos ser bellos o buenos? Hay un famoso ejercicio
mental que dice que nos dolería más ser tratados como feos que como malas
personas. ¿Será así? Y si es así, ¿qué nos dice esta supuesta elección de
valores de época? ¿De qué belleza hablamos? La conclusión rápida consiste en
asociar lo bello con lo superficial y así hablar de tiempos descomprometidos,
tanto en prácticas sociales como en introspección individual. Esta asociación
coloca a la belleza del lado de las formas y reserva el espacio de la
profundidad para la ética. Según cierta tradición, el bien, la belleza y la
verdad eran un trípode inseparable. Pero con la Modernidad la belleza fue
confinada a un segundo plano, más cerca del placer y las superficies. Hay una
idea de Nietzsche que sostiene que la profundidad es otra figura de lo
superficial, ya que no somos más que bordes, textualidades, cuerpos. Vivimos
tiempos de estetización de la existencia. Significa no solo que lo bello se
vuelve un valor determinante, sino que muchas dimensiones humanas se encuentran
regidas por criterios estéticos: el envase no se distingue del contenido.
Entonces ¿todo es envase o todo es contenido? No se trata del predominio de la
belleza consumista, sino todo lo contrario: la belleza que rige nuestro deseo
de reinventarnos todo el tiempo a nosotros mismos.
El crimen de ser ‘fea’ en México
Una de las agresiones más comunes hacia las
mujeres es en referencia a su aspecto. Esas descalificaciones, que podrían
parecer menores, tienen un impacto real en el nivel económico y la desigualdad. 21/09/20. The New York Times. Opinión. Por Viri Ríos (analista política mexicana y doctora en Gobierno por la Universidad de Harvard).
CIUDAD DE MÉXICO — En México hay pocas cosas más sancionadas que ser “fea”. El insulto más común hacia la mujer —no importa su ocupación, nivel educativo o actividad— suele ser uno referente a su aspecto físico.
A las feministas que a principios de este mes tomaron la Comisión de Derechos Humanos (CNDH) —para exigir soluciones a la incesante violencia contra las mujeres en el país— se les acusó, entre muchas otras cosas, de ser feas. A la esposa del presidente de México, Beatriz Gutiérrez Müller, se le hizo tendencia en redes sociales por un vestido que usó para la celebración del Día de la Independencia y le han llamado “bruja”.
Cualquier mujer puede dar testimonio de las agresiones que sufre por su apariencia. Es mi caso también. He hecho periodismo de opinión desde hace diez años. Cuando mis colegas hombres enfrentan animadversión por parte de sus lectores, reciben insultos por sus supuestas tendencias ideológicas, quizás por la falta de argumentaciones o credibilidad. Pero a las mujeres se nos insulta con una frecuencia inusitada por ser “feas”. Los ámbitos del periodismo y de la opinión pública no son los únicos en los que sucede.
La obsesión patriarcal con el físico de las mujeres es tóxica no solo para la manera en que convivimos como sociedad, sino también tiene consecuencias económicas nocivas y tangibles. Los estudios de Raymundo M. Campos y Eva González han mostrado que una mujer con sobrepeso tiene que mandar un 37% más aplicaciones de trabajo para obtener el mismo número de entrevistas que una mujer con un cuerpo más delgado. En el caso de los hombres, el peso o apariencia física no demostró ser un factor decisivo en su contratación. No solo eso, las mujeres que cumplen con ciertos estándares estéticos en México tienen mejores salarios.
Esta discriminación basada en la apariencia de las mujeres, y normalizada por la cultura patriarcal mexicana, debe detenerse. Por muchas razones, pero también por dos factores que deben importarnos a todos: no erradicar la constante “penalización” laboral y social a las mujeres por cómo lucen, implica fuertes pérdidas económicas para México y un ensanchamiento de la desigualdad en país tan desigual.
Las pérdidas económicas son evidentes en el mercado laboral femenino. Se estima que las mujeres con sobrepeso tienen un sueldo 16% menor que las mujeres que están en un rango supuestamente “normal” de peso aún si cuentan con las mismas credenciales. Para un país como México, donde dos de cada cinco mujeres presenta obesidad, las consecuencias para el nivel de ingreso son ominosas. Una buena parte de la pobreza en mujeres de bajos ingresos bien podría explicarse por burdas discriminaciones por apariencia.
La discriminación por la apariencia física también ensancha la desigualdad sobre todo porque en México, un país todavía muy racista; la belleza parece estar asociada con tener un color de piel claro. Y tener un color de piel claro conlleva un mayor nivel socioeconómico. Esto afecta a la sociedad en su conjunto, pero especialmente a las mujeres, cuya situación laboral ya es precaria: las mexicanas realizan buena parte del trabajo no remunerado, que representa alrededor del 23% del PIB de México. También crea un círculo vicioso donde las ocupaciones y los trabajos con más altos ingresos tienden a otorgase a mujeres blancas que son, en promedio, quienes menos los necesitan.
La preferencia por un tipo de piel refuerza desigualdades que se han gestado y retroalimentado desde el sistema de castas colonial. Es momento de independizarnos de ese esquema de pensamiento que afecta a todos los mexicanos y que las mujeres padecemos con enorme crudeza.
Detener la misoginia física requiere solidaridad femenina y demandas concretas a los gobiernos federal y locales y al sector empresarial. Los liderazgos femeninos son menos susceptibles a discriminar por apariencia. Si las mujeres que ya tienen puestos de mando ayudan a otras a obtenerlos, la cultura de contrataciones cambiará.
Más allá de
acciones afirmativas para fomentar los liderazgos femeninos es importante cambiar
las reglas del juego del gobierno y el sector privado. Debe ser ilegal
solicitar currículos con fotografías y deben encontrarse formas de evidenciar
los sesgos racistas de empleadores. Toda empresa o gobierno debe entrenar a su
personal para comprender sesgos de género y de discriminación racial y crear
mecanismos —como mesas de deliberación independientes— para evitarlos.
Desde las
trincheras del feminismo movilizado en México hay también una lucha importante
que dar. La falta de éxito del gobierno mexicano por eliminar la creciente
violencia contra las mujeres ha causado la protesta de colectivas feministas.
La labor de estos grupos, hasta ahora, se ha enfocado mayormente en la protesta
pública. Aunque es una herramienta cívica legítima y celebrable, no es
suficiente.
Es momento de
articular el clamor público y la solidaridad de la sociedad en reclamos tan
concretos como se puedan para que el gobierno se vea presionado a actuar con
urgencia y diseñar políticas que reduzcan la violencia física contra las
mujeres. Y, en el terreno cultural, debemos trabajar colectivamente para
generar los cambios hondos necesarios para que las mujeres no seamos juzgadas
por cómo nos vemos.
El camino es
largo. Muchos hombres mexicanos todavía no entienden nada sobre discriminación
física por género. Cuando en la semana tuitee una crítica a la discriminación por
apariencia que sufren las mujeres, un actor reconocido me contestó sarcásticamente si me sentiría
mejor con que se hablara también del físico de los hombres. Esa equivalencia
falsa, que es tan común, es parte del problema.
Que cambiemos (y
reconozcamos) nuestras maneras de juzgar a las mujeres por su apariencia es
quizá un gran paso hacia cambios más urgentes y necesarios que podrían conducir
a una reducción de la violencia contra las mujeres.
Solo mediante la
creación de más conciencia social, incluyendo en los hombres, México podrá transitar
hacia ser un país más justo.
¿Es tan importante la primera impresión?
04/09/20 Este artículo ha
sido escrito y verificado por Valeria Sabater (Licenciada en Psicología por la Universidad de Valencia en el año 2004. Máster en Seguridad y Salud en el trabajo en 2005 y Máster en Mental System Management: neurocreatividad, innovación y sexto sentido en el 2016 (Universidad de Valencia). Número de colegiada CV14913. Certificado de coaching en bienestar y salud (2019) y Técnico especialista en Psiquiatría (UEMC). Estudiante de Antropología Social y Cultural por la UNED. Valeria Sabater ha trabajado en el área de la psicología social seleccionando y formando personal. A partir del 2008 ejerce como formadora de psicología e inteligencia emocional en centros de secundaria y ofrece apoyo psicopedagógico a niños con problemas del desarrollo y aprendizaje. Además, es escritora y cuenta con diversos premios literarios).
“Nunca hay una
segunda oportunidad para causar una primera buena impresión”. Oscar Wilde.
Seguro que te ha
pasado alguna vez. Te presentan a una persona y al poco, sin saber muy bien la
razón, terminas haciendo una valoración sobre ella. No necesitas ni un
minuto para tener esa primera impresión. Su apariencia, sus gestos, modales, su
voz… pequeños detalles que conforman una imagen que acabas catalogando de un
modo u otro.
Puede que te
sorprenda, pero los estudios nos dicen que, en general, las personas somos
bastante buenas en esos breves análisis que perfilan las primeras
impresiones. Sea como sea, habitualmente disponemos de muy poco tiempo no
solo para analizar a otros, sino para dar nosotros mismos una buena impresión.
¿Por
qué nos formamos una impresión tan rápido?
Los psicólogos nos dicen que, en ocasiones, lo hacemos no en 30 segundos, sino en milésimas de segundo. En apenas un suspiro sabemos si una persona es de nuestro agrado o no, si nos inspira confianza o no. ¿Por qué ocurre esto? Es un aspecto que tiene que ver con la evolución de nuestra especie. Un recurso adaptativo muy fácil de entender.
Si la persona que tenemos ante nosotros la juzgamos como amenazante y peligrosa, nuestra primera reacción será la huida. Las personas necesitamos hacer evaluaciones instantáneas para tomar decisiones al momento. En cierto modo, esos análisis aparentemente tan rápidos tienen mucha relación con nuestra personalidad, con nuestros miedos y también con nuestras necesidades. Bien es cierto que disponemos de esa parte instintiva –y casi irracional- que nos indica al instante si algo es inofensivo o amenazante, pero también pesa mucho nuestra propia experiencia.
Puede que una persona pulcra y bien vestida te parezca aséptica y superficial, puede que prefieras una imagen un tanto más informal porque te da más cercanía y te recuerde a otros de tus amigos… rasgos todos ellos que tienen mucho que ver con nuestra personalidad, y nuestro estilo particular. Podríamos decir que nuestro cerebro está programado para llegar a una rápida conclusión con muy poca información.
¿Cómo funciona la primera impresión? Día a día nos llegan cientos, miles de estímulos. No tenemos tiempo de procesarlos todos ni de desmenuzar todas esas informaciones al milímetro. Entonces ¿cómo llegamos a ciertas decisiones? De modo inconsciente. Esa es la realidad, la mayoría de nuestras decisiones las tomamos de modo rápido y de forma inconsciente, ahí donde están archivados nuestros recuerdos, nuestras sensaciones, nuestras experiencias, nuestra personalidad…
El cerebro organiza la información en categorías, y a partir de ahí hace comparaciones rápidas. Muy rápidas y siempre con ayuda de las emociones. ¿Se parece esta persona a alguien de nuestro pasado que nos hizo daño? ¿Ese tono de voz te es agradable? ¿Es su sonrisa tan sincera como la de nuestro padre, o es tan falsa como la de nuestra vecina?
Los investigadores Sunnafrank y Ramírez (2004) llevaron a cabo una investigación muy interesante con respecto a la primera impresión. Según estos autores un gran número de jóvenes determinaron a primera vista cuál sería el nivel de calidad de la relación con otra persona, esto pone sobre la mesa que la primera impresión es un instrumento de regulación en futuras relaciones interpersonales. A raíz de esta primera impresión cada persona decide el esfuerzo que invierte en avanzar en la relación con las otras personas.
Cuidado con el efecto de halo
El efecto halo es un sesgo cognitivo muy común. Tiene que ver con la influencia de nuestras percepciones, en juzgar las cualidades de una persona a partir de nuestra primera impresión. Este término lo acuñó el psicólogo Edward L. Thorndike en 1920, al darse cuenta de que las personas solemos sacar conclusiones globales de grupos o etnias de personas, sin conocerlas de modo individual.
Un ejemplo claro del efecto de halo sería, por ejemplo, conocer a una persona que físicamente nos resulte atractiva. Al ver su imagen agradable tendemos a pensar que sus acciones, sus opiniones y creencias serán igual de positivas que su aspecto físico. Y esto es algo a tener muy en cuenta, ya que a consecuencia de extender un atributo físico a cualidades internas, cometemos el error de crearnos falsas expectativas de las otras personas y podemos caer, por ejemplo, en relaciones tóxicas.
En ocasiones las personas cometemos errores. La primera impresión tiene un efecto directo, no podemos negarlo, pero no tiene por qué ser determinante. Nunca sabemos qué se esconde tras una imagen, y puede que no haya mejor aventura que descubrir qué hay tras una apariencia.
The New York Times en español. 06/07/21. Por David Brooks (columnista del Times desde 2003. Autor de “The Road to Character” y, más recientemente, de “The Second Mountain”).
Un gerente en Estados Unidos se sienta en su oficina y decide despedir a una mujer porque no le gusta su piel. Si la despide porque su piel es morena, a eso le llamamos racismo y tenemos un recurso legal contra eso. Si la despide porque su piel es femenina, a eso le llamamos sexismo y tenemos un recurso legal contra eso. Si la despide porque su piel tiene marcas y la encuentra poco atractiva, bueno, de eso no hablamos mucho y en casi todo el país no existe ningún recurso legal contra eso. Es desconcertante. Vivimos en una sociedad que aborrece la discriminación basada en muchas características. Y, sin embargo, una de las principales formas de discriminación es el aspectismo, el prejuicio contra lo poco atractivo. Y esto no recibe casi nada de atención ni genera mucha indignación. ¿Por qué?
El aspectismo comienza, como cualquier forma de intolerancia, con prejuicios y estereotipos. Hay estudios que muestran que la mayoría de las personas consideran que un rostro “atractivo” tiene rasgos limpios y simétricos. Nos resulta más fácil reconocer y categorizar estos rostros prototípicos que los irregulares y “poco atractivos”. Por ende, nos resulta más fácil —desde la perspectiva del procesamiento cerebral— mirar a las personas atractivas. Entonces, las personas atractivas cuentan con una ligera ventaja física. Pero luego, la gente comienza a proyectar sobre ellas todo tipo de estereotipos que no tienen en realidad ninguna relación. En una encuesta tras otra, las personas atractivas son descritas como confiables, competentes, amigables, agradables e inteligentes, mientras que las personas feas reciben etiquetas opuestas. Esto es una versión del efecto halo. No todo el tiempo, pero a menudo, las personas atractivas reciben un trato preferencial (continúa en el link).