No se si sos de ir por las calles de tu ciudad viendo mensajitos en tu teléfono celular, esquivando baldosas flojas y charcos o cuidándote de un arrebatador. Cada loco con su tema y hace lo que puede para sobrevivir, con su alienación -reconocida o no- a cuestas. No tengo derecho a juzgar a los demás pero déjenme burlarme un poco del prójimo con moderación:me dan risa "los zombies de los telefonitos". Yo prefiero ir por mi ciudad mirando las bellezas que tiene, como si fuera un turista, aunque pueda tropezarme de vez en cuando. Ya les hablé de mi "amor-odio" a Buenos Aires antes (*).
Si de atrapar belleza se trata, me siento frustrado -entre varias cosas- en saber a fondo de arquitectura. Me asombran las obras que dejaron Le Corbusier, Gaudí, Niemeyer y otros deliciosos productores de hermosura en medio de este cruel capitalismo. Le dediqué varias entradas al elefantiásico arquitecto ítalo-argentino Francisco Salamone y me obsesiona perseguir sus obras en las provincias argentinas que recorro por trabajo (ver abajo entradas relacionadas).
De lo poco que aprendí, me subyugan las escuelas art decó y art noveau. Son un aporte de belleza importada en muchas ciudades argentinas. Brevemente, la primera se desarrolló entre 1920 y 1930, básicamente en Europa y hacía uso de líneas puras, regulares y disciplinadas. Sus ornamentos eran figuras geométricas que reflejaban la admiración por la modernidad de las máquinas y los objetos industriales, tanto en la arquitectura, la escultura y el diseño. Están alrededor nuestro, en casas viejas de tu barrio, ¿nunca te diste cuenta?
No me voy a privar de volver al art decó en otra entrada pero mi preferido es el art noveau, que floreció (un verbo que se le ajusta) algo antes, entre 1894 y 1914, y en Francia estuvo ligado a la belle epoque. Usaron líneas sinuosas pero orgánicas, ondulantes, copiándose de la naturaleza y sus flores, las mariposas y -como no- la belleza voluptuosa de las mujeres. Esta reproducción de la belleza los artistas la hicieron con hierro, cemento, cristales y vidrio, y hasta la volcaron a ilustraciones y posters. ¡Debés tener algun adorno art noveau seguramente! Esta escuela adoptó una modalidad propia en cada país europeo. Fijáte los subtes de París o los edificios de Gaudí en Barcelona. Bueno, yo tampoco fui pude ir -dame tiempo- pero investigué y chusmeé.
En mi Buenos Aires querido, como buena cosmopolita y copiona de modas europeas, hay numerosas muestras de estas vertientes arquitectónicas. Nuestros ricos autóctonos hicieron todo lo posible para creerse en el primer mundo como buenos cholulos que siempre fueron ("Buenos Aires, la capital de un imperio que nunca fue" dijo André Malraux), para sentirse parte de alguna vanguardia o diferenciarse. No por nada los europeos que nos visitan comparan algunos barrios porteños con Madrid y otros con París.
No me voy a privar de volver al art decó en otra entrada pero mi preferido es el art noveau, que floreció (un verbo que se le ajusta) algo antes, entre 1894 y 1914, y en Francia estuvo ligado a la belle epoque. Usaron líneas sinuosas pero orgánicas, ondulantes, copiándose de la naturaleza y sus flores, las mariposas y -como no- la belleza voluptuosa de las mujeres. Esta reproducción de la belleza los artistas la hicieron con hierro, cemento, cristales y vidrio, y hasta la volcaron a ilustraciones y posters. ¡Debés tener algun adorno art noveau seguramente! Esta escuela adoptó una modalidad propia en cada país europeo. Fijáte los subtes de París o los edificios de Gaudí en Barcelona. Bueno, yo tampoco fui pude ir -dame tiempo- pero investigué y chusmeé.
En mi Buenos Aires querido, como buena cosmopolita y copiona de modas europeas, hay numerosas muestras de estas vertientes arquitectónicas. Nuestros ricos autóctonos hicieron todo lo posible para creerse en el primer mundo como buenos cholulos que siempre fueron ("Buenos Aires, la capital de un imperio que nunca fue" dijo André Malraux), para sentirse parte de alguna vanguardia o diferenciarse. No por nada los europeos que nos visitan comparan algunos barrios porteños con Madrid y otros con París.
Bueno, el artículo de Vista (productora I2) que sigue, bautiza otra vez a Buenos Aires como la capital sudamericana del art noveau y me libra de definiciones amateurs. Pego también otras notas que he leído -básicamente del diario La Nación- que apuntan en la misma dirección. La búsqueda de más registros gráficos la dejo para ustedes, si son curiosos y pacientes. Pueden recurrir al sitio de la Asociación Art Noveau de Buenos Aires (www.aanba.com.ar) que te propone recorridos para apreciar más de 50 edificios destacados. O a la reciente guía interactiva de Arqi (www.arqi.com.ar) para apreciar el patrimonio arquitectónico porteño en forma más amplia, también con circuitos sugeridos, mapas y fotografías.
Si son porteños, sean un poco más observadores cuando andan por nuestra hermosa Baires. Si son vecinos, vengan a visitarnos, la pasarán bien. Tenemos una ciudad algo loca pero en constante movimiento, que tiene de todo. Horanosaurus.
(*) también lo hago cuando camino las calles de Florida, Olivos y Vicente López, los suburbios elegantes de la ciudad que tengo el privilegio de caminar desde chico, admirando la belleza de sus viejas calles empedradas y sus chalet de los estilos más variados que puedan imaginar.
Si son porteños, sean un poco más observadores cuando andan por nuestra hermosa Baires. Si son vecinos, vengan a visitarnos, la pasarán bien. Tenemos una ciudad algo loca pero en constante movimiento, que tiene de todo. Horanosaurus.
(*) también lo hago cuando camino las calles de Florida, Olivos y Vicente López, los suburbios elegantes de la ciudad que tengo el privilegio de caminar desde chico, admirando la belleza de sus viejas calles empedradas y sus chalet de los estilos más variados que puedan imaginar.
Palacio de los pavos reales.
El estilo inspirado en las formas de la naturaleza, dejó
en la trama de la ciudad joyas de la arquitectura impregnadas de espíritu
porteño. Vista (I2 Productora www.elexpresotv.com-publicación de
Cata Internacional) Edición 8. Mayo 2016.
El inicio del siglo XX trajo oleadas de inmigrantes, que inundaron a esta
parte de Sudamérica con sus tradiciones, y cultura. Es por esos momentos que
se despliega el resplandor Art Nouveau tiñendo fugazmente la escena arquitectónica
internacional.
Inspirados en las formas de
la naturaleza, en la sensualidad, en la búsqueda de la síntesis entre arte e
industria, en la reacción contra el academicismo reinante presentan estilísticas
diferentes que crecen en distintas regiones como Viena, Cataluña, Italia,
Alemania, Bélgica y Francia. La asimilación del estilo en estas tierras se inserta
alrededor de 1900. La
pasión por estar al día le dio lugar al Art Nouveau que, conquistó sobre todo
la edilicia privada y se coló en algunas obras públicas.
El emblemático
edificio y pasaje Barolo, del italiano Mario Palanti, faro de Buenos Aires,
muestra Art Nouveau en sus molduras pero además es un verdadero rompecabezas
sincrético, incluso arquitectónico, con influencias Art Decó e hindúes, hecho
en homena e inspiración en la Divina Comedia del Dante, tiene un sin número de
referencias ocultistas, tales como la repetición de múltiplos del número 3, un
símbolo de la masonería.
El caso del Palacio de los
Pavos Reales, firmado por el maestro italiano Virginio Colombo es un ejemplo
del modernismo catalán encabezado por el inigualable Gaudí que está lleno de
tesoros e historias para conocer. Fue el más alto de su entorno y en su frente presenta
cuatro pares de pavos reales enmarcando los balcones y otros tantos leones,
siendo una pieza que revela el rescate de la naturaleza tan propio del espíritu
Art Nouveau.
En lo alto de la
fachada de la Casa de Los Lirios, célebre por su frente ondulado que sobresale
en la avenida Rivadavia al 2000, obra extraordinaria del argentino Rodríguez
Ortega (1905), hay una figura que unos identifican como Poiseidón y otros como
Eolo; que aparece con largos cabellos que simulan el movimiento del viento. Sobre la misma fachada,
además, caen las flores que le dan el nombre, inspiradas en el Art Nouveau
francés.
Otra es la línea que se
encuentra en San Telmo. El Edificio Otto Wulff, de Belgrano y Perú, es obra del
danés Morten F. Rônnow. Creado en 1914 como sede diplomática del imperio
austrohúngaro, tiene tantos detalles como mitos.
Para descubrirlas
y resguardarlas, se armó un mapa que identifica a 50 edificios representativos
de este lenguaje y hasta ubica a Buenos Aires, como la ciudad sudamericana con
mayor riqueza en esta corriente de arquitectura. Lanzado por la Asociación Art Nouveau
de Buenos Aires, el mapa presenta cinco recorridos que pasan por los barrios
de San Telmo, Recoleta, Congreso, Balvanera y Centro. Se consigue gratis en
hoteles, comercios, oficinas de turismo y de tours, edificios Art Nouveau,
librerías, kioscos de revistas, museos, lugares turísticos y hasta en Internet.
Y se
completa con una serie de tours que permite descubrir, los grandes secretos
detrás de estas maravillosas construcciones.
Edificio Otto Wulff
Edificio Otto Wulff
Edificio Mirador Massue.
Recorrido Art Nouveau en Buenos Aires
Son numerosos los
edificios diseñados a principios del s.XX con clara inspiración Art Nouveau.
Sus formas hacen un trazado orgánico en las calles porteñas.
PALACIO DE LOS
LIRIOS. Av. Rivadavia 2031. Arq. E. S. Rodríguez Ortega (1905).
HOSPITAL ESPAÑOL
. Av. Belgrano 2975. Arq. Julián García Nuñez (1906).
FARMACIA SUIZA. Maipú y Tucumán. Arq. Louis Dubois (1907).
CLUB ESPAÑOL. Bernardo de Yrigoyen 172. Arq. Enríque Folkers
(1908).
TIENDA GATH & CHAVES. Florida y Sarmiento. Arq. F. Fleury Tronquoy (1908)
HOTEL CENTENARIO.
Av. de Mayo 769. Arq. Oskar Razenhofer (1910).
EDIFICIO DEL
BAZAR DOS MUNDOS. Av. Callao y Sarmiento. Arq. Emilio Hugue y Vicente Colmegna
(1912).
SOCIEDAD
"UNIONE OPERA ITALIANI". Perón 1368. Arq. Virginio Colombo (1913)
YACHT CLUB. Dársena
Norte. Arq. Eduardo Le Monnier (1914)
EDIFICIO OTTO
WULFF. Av. Belgrano y Perú. Arq. Morten
Ronnow (1914)
PALACIO DE LOS
PAVOS REALES. Rivadavia 3222. Arq. Virginio Colombo (1915)
CONFITERÍA DEL
MOLINO. Callao y Rivadavia. Arq. Franceso Gianotti (1916)
PALACIO GRIMALDI.
Corrientes 2548. Arq. Virginio Colombo (1917)
PASAJE BAROLO.
Av. de Mayo 1370. Arq. Mario Palanti (1919)
Palacio Barolo: Visitas
guiadas en www.palaciobarolotours.com
FOTOS EN LA PUBLICACION DE VISTA: arriba, herrería de la puerta de acceso a la Casa
Calise.
A la derecha, escalera en el Palacio Barolo, obra del arquitecto Mario Palanti.
FOTOS: fachada del
edificio Otto Wulff (izq). Monumento Las Nereidas, realizado por Lola Mora y
emplazado en la Costanera Sur (derecha). En la esquina de las calles Talcahuano y
Tucumán, frente a la Plaza Lavalle, el edificio Mirador Massue fue proyectado
con clara referencia art nouveau. Con el tiempo le llegó el eclecticismo arquitectónico
(der. abajo).
FOTO: Palacio de los
Lirios. Es uno de los edificios más representativos del modernismo catalán en la
ciudad de Buenos Aires. Sus lirios recorren el edificio en forma ascendente y simulan
sostener cada uno de los atributos arquitectónicos.
FOTO: a la izquierda,
el acceso al edificio del Teatro Avenida, denota una herrería propia del estilo
de principios de siglo.
Buenos Aires Art Nouveau
El estilo inspirado en las formas de la naturaleza, heredero del Jugendstil alemán, dejó en la trama de la ciudad ejemplos notables, joyas de la arquitectura impregnadas de espíritu porteño. Por Fabio Grementieri. Para LA NACION ADN 01-02-13.
La "babelización" de Buenos Aires se acelera al
iniciarse el siglo XX con récords de oleadas de inmigrantes que conforman dos
tercios de su población. La cabeza de la potencia sudamericana que cruje de
progreso viene redefiniendo su imagen con diversos estratos de eclecticismo
derivados de adaptaciones y combinaciones de culturas arquitectónicas europeas.
Es, sin duda, la apoteosis del eclecticismo desprejuiciado, casi arrogante, de
un país adolescente y nuevo rico pero que comienza a crear propias expresiones
de cultura como el tango orillero, la literatura celebratoria del esplendor efímero
o de las raíces ambiguas de la argentinidad.
Por ese tiempo, como un fenómeno estacional de la cultura europea, se despliega el resplandor Art Nouveau que tiñe fugazmente la escena arquitectónica internacional. Los artificios del nuevo siglo, inspirados en las formas de la naturaleza, en la sensualidad, en la búsqueda de la síntesis entre arte e industria, en la reacción contra el academicismo reinante tienen especies estilísticas diferentes que crecen en distintas regiones: Sezession en Viena, Modernismo en Cataluña, Liberty en Italia, Jugendstil en Alemania, Art Nouveau propiamente dicho en Bélgica y Francia.
La asimilación del estilo en estas tierras se inserta en un mecanismo similar al de cualquier corriente arquitectónica que llega aquí por esos años, alrededor de 1900. Sobre la base de un desprejuicio bien argentino se echaba mano a cualquier fuente de inspiración o modelo arquitectónico venido de Europa por cualquier medio. Por otra parte, las influencias se mezclaban a gusto del diseñador o del propietario, y en la materialización participaban profesionales, constructores y artesanos de distintas procedencias. La pasión por estar al día y, al mismo tiempo, fantasear con una tradición hacían que se tomaran todos los repertorios de ayer y de hoy. Así sucedió también con el Art Nouveau, que, con sus muchas cepas inmediatamente aclimatadas, conquistó sobre todo la edilicia privada aunque también se coló en algunas obras públicas.
En la Argentina, la afición por el Art Nouveau oscila entre la extravagancia y la presunción. Para la alta sociedad, es un divertimento de alcoba, casi a la manera del tango. Para los inmigrantes transformados en enriquecidos burgueses, es el traje de gala para demostrar su acelerada prosperidad. En muchísimos casos aparece como la hibridación entre tradición e innovación, el denominado eclecticismo modernista, de resultados ambiguos. En otros tantos acompaña estilos del repertorio del academicismo historicista y en particular se combina con el Luis XV, con el que forma un maridaje especial basado en la obsesión común por las formas curvas y la ornamentación opulenta.
En sus diversas versiones, el Art Nouveau se adhiere a las superficies exteriores e interiores de los edificios de distinta escala y función: desde la casa chorizo, pasando por el petit-hôtel,hasta llegar al edificio de renta para departamentos y oficinas, pero también en tiendas, teatros, hoteles y cines.
El método universal para construir modernismo se basaba en una composición de sustrato academicista o eventualmente pintoresquista, donde se combinaban originales aportes de variada procedencia en la definición de llenos y vacíos, de los detalles constructivos, de los elementos ornamentales, de la iluminación natural y artificial, o de las texturas, revestimientos o grafismos. La fórmula se completaba con el uso de los más diversos materiales (revoque, hierro, madera, vidrio, cerámica) para exacerbar líneas, texturas y colores. En Buenos Aires la mayoría de las obras se encuentran al oeste de la zona céntrica, en los barrios de Montserrat, San Cristóbal, y en las áreas de Congreso y Once, allí donde se asentaron las clases medias y la burguesía ascendente.
El Art Nouveau fue elegido por distintas colectividades inmigratorias para expresar su ascendencia a través de formas referenciales pero innovadoras, como en el caso del Club Español, fruto de un concurso ganado por el ingeniero holandés Enrique Folkers. Y también fue adoptado oficialmente por la Exposición Internacional del Centenario, esa megamuestra celebratoria del progreso argentino que se desarrolló en diversos sitios del área norte de la ciudad. La mayoría de los pabellones nacionales y extranjeros incorporaban el nuevo lenguaje decorativo en diversas versiones. El "sezessionismo" austríaco impregnaba la Plaza de Armas frente al hipódromo diseñada por Julián García Núñez para la representación española, donde desfiló la infanta en carruaje, y también teñía dos obras de Enrique Prins: el palacio con cúpula y brazos curvos consagrado a la Exposición Industrial junto al Rosedal y el Pabellón Frers en La Rural. En la sección de Comunicaciones y Transportes se lucían el estilo Liberty de los italianos en los portales de ingreso y en su propio pabellón. También en otros diseñados para provincias como Mendoza y Tucumán o el del Servicio Postal, único sobreviviente maltrecho de todo lo construido para los fastos del Centenario. En otros casos aparecían versiones telúricas del estilo como el relicario paraguayo de madera inspirado en obras de Horta o Guimard. Fue un festival efímero del nuevo estilo y la paradójica postal arquitectónica nacional de los festejos en el contexto de obras públicas que consagraban el clasicismo dieciochesco en manos de arquitectos Beaux Arts.
En el mundo Art Nouveau porteño descollaron cuatro maestros que hicieron obras particulares de gran originalidad, verdaderos monumentos que traspasan la frivolidad de un estilo o de una moda. El primero de ellos fue Julián García Núñez, quien estudió en Barcelona y recorrió el camino más afín a la innovación europea. Sus formas despojadas, el predominio de las rectilíneas y una policromía muy acotada presagian modernidades de posguerra. La ornamentación que despliega no está divorciada de la estructura. Ejecutada mediante diversos materiales, es un grafismo que expresa líneas de fuerza, provoca reverberaciones o realza la dinámica de la composición. Produjo edificios de alta calidad de diseño y factura, donde hasta el más mínimo detalle se inscribía dentro de la lógica del diseño total. Entre sus obras más importantes se cuentan el Hospital Español sobre la avenida Belgrano (casi todo demolido); el edificio de oficinas de Chacabuco 78 donde asombra el patio interior central coronado por una claraboya, surcado por la alta jaula del ascensor y orlado por balcones de piso translúcido; y varios edificios de departamentos donde recicla postales de Barcelona, Milán o Viena pero también de Tánger y Alger. Otro de los maestros fue el italiano Virginio Colombo, que proyectó para connacionales enriquecidos que se dedicaron al comercio, la industria y la especulación inmobiliaria. A estos emprendedores les gustaba una arquitectura pensada para optimizar el uso de terrenos profundos, que permitían la multiplicación de unidades comerciales o de vivienda, con rasgos de ostentación y extravagancia, según los cánones académicos. La producción de Colombo es rica, variada y raramente pasa inadvertida en la escena urbana. Las frondosas fachadas de sus edificios aparecen como cascarones parlantes que inquietan no sólo por la flora, fauna y estatuaria que las pueblan sino también por los claroscuros realzados por diversas texturas y materiales. Esta parafernalia de imitaciones de piedra, granito y mármoles fue fruto de la habilidad de escuadrones de albañiles y "frentistas" italianos que plasmaron al pie de la letra los diseños del arquitecto.
El segundo del trío de capos italianos fue Francesco Gianotti, quien proveyó a Buenos Aires de dos obras cumbres: la galería Güemes y la Confitería del Molino. En ambas se combinan la alta tecnología del hormigón armado que permitía acrobacias volumétricas y espaciales, y la frondosidad preciosista y minuciosa de la ornamentación que sublimaba la experiencia sensorial. En el primer caso se trata de un edificio multifuncional, a la manera de un microcosmos urbano de carácter futurista, suerte de nave autosuficiente que incluía un teatro, un cabaret, dos restaurantes, pisos de vivienda y de oficina, galería con locales comerciales y terraza-mirador; todo ello servido por alardes técnicos inusitados para Buenos Aires. Por su parte, la Confitería del Molino, construida en tiempo récord, fue en realidad una ampliación de un edificio que resultó en una impresionante fachada orlada por una ampulosa marquesina y culminada en un torreón, ambos elementos cubiertos con vitrales iluminados desde adentro con luz eléctrica.
Cierra la trinidad italiana Mario Palanti, figura destacada no sólo por sus obras materializadas sino también por su reflexión teórica y su experimentación formal. Palanti intentó, en algunas de sus construcciones y en numerosos proyectos, desarrollar un estilo que fuera representativo de los nuevos tiempos signados por la metropolización y monumentalización. Dentro de una actitud conservadora, aparentemente antivanguardista, exploraría el camino que el expresionismo europeo libertario y de inspiración esotérica intentaba trazar en esa misma época. Gran "sintetizador", Palanti "remixó" diversos estilos decimonónicos: neorrenacimiento, neorrománico, neogótico. Pero además supo combinar el vértigo y la vibración tanto del barroco Piranesi como del futurista Sant'Elia. Su obra magna es el Pasaje Barolo (mellizo del Palacio Salvo en Montevideo).
Concebido a partir de un programa que preveía distintos usos, la plasticidad reina en las masas exteriores así como también en los espacios interiores. El lenguaje arquitectónico del edificio es difícil de inscribir en un estilo o escuela precisa. Representa un importante intento de conjugar distintas trazas de la tradición arquitectónica europea medieval con modernas técnicas constructivas a la manera estadounidense y rasgos de carácter rioplatense. Calificado por su autor como "rascacielos latino", el Barolo es representativo de una actitud arquitectónica impregnada de prefiguraciones oníricas, de gestos únicos y de ideales heroicos, dentro del espíritu del Risorgimento italiano en camino hacia su desenlace fascista. En la búsqueda de una nueva arquitectura, superadora de las tensiones a las que había llegado el eclecticismo historicista, el edificio es una pieza única que demuestra la posibilidad de aunar creatividad y respeto por el entorno.
El Art Nouveau porteño se prolonga hasta principios de la década de 1920, cuando comienzan a despuntar otros expresionismos: el neocolonial y el Art Déco. El contexto europeo fue bien diferente del argentino. Allí el nuevo estilo buscaba romper con la tradición, enancado en un desarrollo industrial que se incrementaba aceleradamente. Aquí, en cambio, dominaba el puro impulso de proyectarse hacia adelante, hacia la modernidad. La riqueza de la producción local en su conjunto proviene de ese afán pero también de la apropiación de múltiples aportes que la transforma en un Art Nouveau eclecticista y paneuropeo, paradójicamente plural dentro de una corriente que ensalzaba la singularidad.
Por ese tiempo, como un fenómeno estacional de la cultura europea, se despliega el resplandor Art Nouveau que tiñe fugazmente la escena arquitectónica internacional. Los artificios del nuevo siglo, inspirados en las formas de la naturaleza, en la sensualidad, en la búsqueda de la síntesis entre arte e industria, en la reacción contra el academicismo reinante tienen especies estilísticas diferentes que crecen en distintas regiones: Sezession en Viena, Modernismo en Cataluña, Liberty en Italia, Jugendstil en Alemania, Art Nouveau propiamente dicho en Bélgica y Francia.
La asimilación del estilo en estas tierras se inserta en un mecanismo similar al de cualquier corriente arquitectónica que llega aquí por esos años, alrededor de 1900. Sobre la base de un desprejuicio bien argentino se echaba mano a cualquier fuente de inspiración o modelo arquitectónico venido de Europa por cualquier medio. Por otra parte, las influencias se mezclaban a gusto del diseñador o del propietario, y en la materialización participaban profesionales, constructores y artesanos de distintas procedencias. La pasión por estar al día y, al mismo tiempo, fantasear con una tradición hacían que se tomaran todos los repertorios de ayer y de hoy. Así sucedió también con el Art Nouveau, que, con sus muchas cepas inmediatamente aclimatadas, conquistó sobre todo la edilicia privada aunque también se coló en algunas obras públicas.
En la Argentina, la afición por el Art Nouveau oscila entre la extravagancia y la presunción. Para la alta sociedad, es un divertimento de alcoba, casi a la manera del tango. Para los inmigrantes transformados en enriquecidos burgueses, es el traje de gala para demostrar su acelerada prosperidad. En muchísimos casos aparece como la hibridación entre tradición e innovación, el denominado eclecticismo modernista, de resultados ambiguos. En otros tantos acompaña estilos del repertorio del academicismo historicista y en particular se combina con el Luis XV, con el que forma un maridaje especial basado en la obsesión común por las formas curvas y la ornamentación opulenta.
En sus diversas versiones, el Art Nouveau se adhiere a las superficies exteriores e interiores de los edificios de distinta escala y función: desde la casa chorizo, pasando por el petit-hôtel,hasta llegar al edificio de renta para departamentos y oficinas, pero también en tiendas, teatros, hoteles y cines.
El método universal para construir modernismo se basaba en una composición de sustrato academicista o eventualmente pintoresquista, donde se combinaban originales aportes de variada procedencia en la definición de llenos y vacíos, de los detalles constructivos, de los elementos ornamentales, de la iluminación natural y artificial, o de las texturas, revestimientos o grafismos. La fórmula se completaba con el uso de los más diversos materiales (revoque, hierro, madera, vidrio, cerámica) para exacerbar líneas, texturas y colores. En Buenos Aires la mayoría de las obras se encuentran al oeste de la zona céntrica, en los barrios de Montserrat, San Cristóbal, y en las áreas de Congreso y Once, allí donde se asentaron las clases medias y la burguesía ascendente.
El Art Nouveau fue elegido por distintas colectividades inmigratorias para expresar su ascendencia a través de formas referenciales pero innovadoras, como en el caso del Club Español, fruto de un concurso ganado por el ingeniero holandés Enrique Folkers. Y también fue adoptado oficialmente por la Exposición Internacional del Centenario, esa megamuestra celebratoria del progreso argentino que se desarrolló en diversos sitios del área norte de la ciudad. La mayoría de los pabellones nacionales y extranjeros incorporaban el nuevo lenguaje decorativo en diversas versiones. El "sezessionismo" austríaco impregnaba la Plaza de Armas frente al hipódromo diseñada por Julián García Núñez para la representación española, donde desfiló la infanta en carruaje, y también teñía dos obras de Enrique Prins: el palacio con cúpula y brazos curvos consagrado a la Exposición Industrial junto al Rosedal y el Pabellón Frers en La Rural. En la sección de Comunicaciones y Transportes se lucían el estilo Liberty de los italianos en los portales de ingreso y en su propio pabellón. También en otros diseñados para provincias como Mendoza y Tucumán o el del Servicio Postal, único sobreviviente maltrecho de todo lo construido para los fastos del Centenario. En otros casos aparecían versiones telúricas del estilo como el relicario paraguayo de madera inspirado en obras de Horta o Guimard. Fue un festival efímero del nuevo estilo y la paradójica postal arquitectónica nacional de los festejos en el contexto de obras públicas que consagraban el clasicismo dieciochesco en manos de arquitectos Beaux Arts.
En el mundo Art Nouveau porteño descollaron cuatro maestros que hicieron obras particulares de gran originalidad, verdaderos monumentos que traspasan la frivolidad de un estilo o de una moda. El primero de ellos fue Julián García Núñez, quien estudió en Barcelona y recorrió el camino más afín a la innovación europea. Sus formas despojadas, el predominio de las rectilíneas y una policromía muy acotada presagian modernidades de posguerra. La ornamentación que despliega no está divorciada de la estructura. Ejecutada mediante diversos materiales, es un grafismo que expresa líneas de fuerza, provoca reverberaciones o realza la dinámica de la composición. Produjo edificios de alta calidad de diseño y factura, donde hasta el más mínimo detalle se inscribía dentro de la lógica del diseño total. Entre sus obras más importantes se cuentan el Hospital Español sobre la avenida Belgrano (casi todo demolido); el edificio de oficinas de Chacabuco 78 donde asombra el patio interior central coronado por una claraboya, surcado por la alta jaula del ascensor y orlado por balcones de piso translúcido; y varios edificios de departamentos donde recicla postales de Barcelona, Milán o Viena pero también de Tánger y Alger. Otro de los maestros fue el italiano Virginio Colombo, que proyectó para connacionales enriquecidos que se dedicaron al comercio, la industria y la especulación inmobiliaria. A estos emprendedores les gustaba una arquitectura pensada para optimizar el uso de terrenos profundos, que permitían la multiplicación de unidades comerciales o de vivienda, con rasgos de ostentación y extravagancia, según los cánones académicos. La producción de Colombo es rica, variada y raramente pasa inadvertida en la escena urbana. Las frondosas fachadas de sus edificios aparecen como cascarones parlantes que inquietan no sólo por la flora, fauna y estatuaria que las pueblan sino también por los claroscuros realzados por diversas texturas y materiales. Esta parafernalia de imitaciones de piedra, granito y mármoles fue fruto de la habilidad de escuadrones de albañiles y "frentistas" italianos que plasmaron al pie de la letra los diseños del arquitecto.
El segundo del trío de capos italianos fue Francesco Gianotti, quien proveyó a Buenos Aires de dos obras cumbres: la galería Güemes y la Confitería del Molino. En ambas se combinan la alta tecnología del hormigón armado que permitía acrobacias volumétricas y espaciales, y la frondosidad preciosista y minuciosa de la ornamentación que sublimaba la experiencia sensorial. En el primer caso se trata de un edificio multifuncional, a la manera de un microcosmos urbano de carácter futurista, suerte de nave autosuficiente que incluía un teatro, un cabaret, dos restaurantes, pisos de vivienda y de oficina, galería con locales comerciales y terraza-mirador; todo ello servido por alardes técnicos inusitados para Buenos Aires. Por su parte, la Confitería del Molino, construida en tiempo récord, fue en realidad una ampliación de un edificio que resultó en una impresionante fachada orlada por una ampulosa marquesina y culminada en un torreón, ambos elementos cubiertos con vitrales iluminados desde adentro con luz eléctrica.
Cierra la trinidad italiana Mario Palanti, figura destacada no sólo por sus obras materializadas sino también por su reflexión teórica y su experimentación formal. Palanti intentó, en algunas de sus construcciones y en numerosos proyectos, desarrollar un estilo que fuera representativo de los nuevos tiempos signados por la metropolización y monumentalización. Dentro de una actitud conservadora, aparentemente antivanguardista, exploraría el camino que el expresionismo europeo libertario y de inspiración esotérica intentaba trazar en esa misma época. Gran "sintetizador", Palanti "remixó" diversos estilos decimonónicos: neorrenacimiento, neorrománico, neogótico. Pero además supo combinar el vértigo y la vibración tanto del barroco Piranesi como del futurista Sant'Elia. Su obra magna es el Pasaje Barolo (mellizo del Palacio Salvo en Montevideo).
Concebido a partir de un programa que preveía distintos usos, la plasticidad reina en las masas exteriores así como también en los espacios interiores. El lenguaje arquitectónico del edificio es difícil de inscribir en un estilo o escuela precisa. Representa un importante intento de conjugar distintas trazas de la tradición arquitectónica europea medieval con modernas técnicas constructivas a la manera estadounidense y rasgos de carácter rioplatense. Calificado por su autor como "rascacielos latino", el Barolo es representativo de una actitud arquitectónica impregnada de prefiguraciones oníricas, de gestos únicos y de ideales heroicos, dentro del espíritu del Risorgimento italiano en camino hacia su desenlace fascista. En la búsqueda de una nueva arquitectura, superadora de las tensiones a las que había llegado el eclecticismo historicista, el edificio es una pieza única que demuestra la posibilidad de aunar creatividad y respeto por el entorno.
El Art Nouveau porteño se prolonga hasta principios de la década de 1920, cuando comienzan a despuntar otros expresionismos: el neocolonial y el Art Déco. El contexto europeo fue bien diferente del argentino. Allí el nuevo estilo buscaba romper con la tradición, enancado en un desarrollo industrial que se incrementaba aceleradamente. Aquí, en cambio, dominaba el puro impulso de proyectarse hacia adelante, hacia la modernidad. La riqueza de la producción local en su conjunto proviene de ese afán pero también de la apropiación de múltiples aportes que la transforma en un Art Nouveau eclecticista y paneuropeo, paradójicamente plural dentro de una corriente que ensalzaba la singularidad.
·
1905 Palacio de los Lirios (Av. Rivadia 2031) Arq.: E.S. Rodríguez Ortega
·
1906 Hospital español (Av. Belgrano 2975) Arq.: Julián García Nuñez
·
1907 Farmacia suiza (Maipú y Tucumán) Arq.: Louis Dubois
·
1908 Club Español (B. de Yrigoyen 172) Arq.: Enrique Folkers; Tienda Gath & Chaves
(Florida y Sarmiento) Arq.: F. Fleury Tronquoy
·
1910 Hotel Centenario (Av. de Mayo 769) Arq.: Oskar Razenhofer
·
1912 Edificio del Bazar Dos Mundos (Av. Callao y Sarmiento) Arqs.: Emilio Hugue y
Vicente Colmegna
·
1913 Sociedad "Unione Operai Italiani" (Perón 1368) Arq.: Virginio
Colombo
·
1914 Yacht Club (Dársea Norte) Arq.:Eduardo Le Monnier; Edificio Otto Wulff (Av. Belgrano y Perú) Arq.; Morten Ronnow
·
1915 Palacio de los Pavos Reales (Rivadavia 3222) Arq.: Virginio Colombo
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1916 Confitería del Molino (Callao y Rivadavia) Arq.: Franceso Gianotti
·
1917 Palacio Grimaldi (Corrientes 2548) Arq.: Virginio Colombo
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1919 Pasaje Barolo (Av. de Mayo 1370) Arq.: Mario Palanti
A la medida de las fortunas frescas
Por Alicia
de Arteaga | LA NACION-Opinión. ADN 01.02.13.
Cuando el Art Nouveau se convierte en el estilo de moda,
Buenos Aires vive los fastos del Centenario y la euforia propia de días de
bonanza. Es la culminación de la apropiación de los modelos europeos y de su
arquitectura, que, capa sobre capa, va conformando un patrimonio único, no
renovable y originalísimo por la manera como se reinterpretan los estilos.
Fabio Grementieri, arquitecto y autor de la serie de notas sobre el patrimonio
de Buenos Aires que nos acompaña en adncultura en este tórrido verano, llama
pastiche al mestizaje estilístico. Una forma singular de apropiarse de lo que
viene de afuera, para construir versiones propias con los manuales ajenos según
las ambiciones de los argentinos descendidos de los barcos.
No hay territorio más fecundo que el Art Nouveau para plasmar los caprichos de una clase ascendente y poderosa que necesita ser legitimada. En la conjunción de naturaleza, técnica y sensualidad, todo, o casi todo, parece estar permitido: puttinis colgados de la fachada, guirnaldas de mampostería, frisos de cerámica y motivos decorativos vegetales. El resultado es un eclecticismo rastacuero que hubiera hecho las delicias de Valéry Larbaud, el millonario francés dueño de los manantiales de Vichy, creador del personaje que lo eclipsó como autor: A. O. Barnabooth. Archibald Olson, viajero de trenes de lujo, decía haber nacido en Arequipa y ser ciudadano de Nueva York... pero bien podría haber sido porteño. Cosmopolita y excelente traductor, Larbaud difundió la obra de Ricardo Güiraldes, a quien había conocido en una librería de París en los años veinte y con quien mantendría una encantadora correspondencia. Estos edificios magníficos y recargados eran el símbolo de una sociedad opulenta que no medía el gasto -como Barnabooth-, cuyo mejor ejemplo es la Exposición Internacional del Centenario y la rica secuencia estilística de sus pabellones. Empujada por los intereses inmobiliarios, la piqueta sacrificó varios eslabones de la virtuosa cadena del patrimonio arquitectónico; sin embargo, tal como puede verse en estas páginas, quedan razones suficientes para hacer de la arquitectura el principal argumento de visita según una encuesta de 995 casos realizada por el Observatorio del Ente de Turismo de la Ciudad. Mis vecinos suizos dicen que prefieren venir en noviembre por lo bien que se llevan el azul del jacarandá con la piedra París.
Líneas y alturas
No hay territorio más fecundo que el Art Nouveau para plasmar los caprichos de una clase ascendente y poderosa que necesita ser legitimada. En la conjunción de naturaleza, técnica y sensualidad, todo, o casi todo, parece estar permitido: puttinis colgados de la fachada, guirnaldas de mampostería, frisos de cerámica y motivos decorativos vegetales. El resultado es un eclecticismo rastacuero que hubiera hecho las delicias de Valéry Larbaud, el millonario francés dueño de los manantiales de Vichy, creador del personaje que lo eclipsó como autor: A. O. Barnabooth. Archibald Olson, viajero de trenes de lujo, decía haber nacido en Arequipa y ser ciudadano de Nueva York... pero bien podría haber sido porteño. Cosmopolita y excelente traductor, Larbaud difundió la obra de Ricardo Güiraldes, a quien había conocido en una librería de París en los años veinte y con quien mantendría una encantadora correspondencia. Estos edificios magníficos y recargados eran el símbolo de una sociedad opulenta que no medía el gasto -como Barnabooth-, cuyo mejor ejemplo es la Exposición Internacional del Centenario y la rica secuencia estilística de sus pabellones. Empujada por los intereses inmobiliarios, la piqueta sacrificó varios eslabones de la virtuosa cadena del patrimonio arquitectónico; sin embargo, tal como puede verse en estas páginas, quedan razones suficientes para hacer de la arquitectura el principal argumento de visita según una encuesta de 995 casos realizada por el Observatorio del Ente de Turismo de la Ciudad. Mis vecinos suizos dicen que prefieren venir en noviembre por lo bien que se llevan el azul del jacarandá con la piedra París.
Líneas y alturas
Viernes 01/02/13. La Nación. ADN Cultura. El Art Nouveau
en la Argentina, más allá de su ecumenismo europeo, tuvo su gran originalidad,
inhallable en otras partes del mundo. Fue el único que estuvo indisolublemente
ligado al surgimiento y la difusión de las estructuras de hormigón armado. En
Europa todo el estilo se basa en el aprovechamiento de las estructuras y de la
manipulación decorativa del hierro. El hormigón armado irrumpe en el país hacia
1900 y es de fuentes italianas, francesas y alemanas. Se incorpora en un
comienzo de manera experimental a construcciones de diverso tipo, combinado con
estructuras de mampostería de ladrillo y metálicas. Los italianos mezclan
hierro y hormigón para lograr el ferrocemento y también tienen la osadía de levantar
los primeros edificios completos, sus palazzi, con esqueleto de hormigón. Pero
también lo utilizan para otras funciones: tabiques divisorios, decoración y
hasta equipamiento y mobiliario fijo. Para ellos este material hecho de
cemento, arena, piedras partidas y refuerzos metálicos era la "pasta
madre" única, con la que hacían el revoque símil piedra para todo tipo de
fachadas. Al mismo tiempo, algunos profesionales argentinos asociados con
franceses también comienzan a utilizar la versión gala de esa tecnología en
obras privadas. Y los alemanes se imponen con su rigor y profesionalismo a
través de sólidas empresas constructoras.
Para el Centenario se levantan monumentos públicos y privados en estilo Art
Nouveau con estructuras de hormigón y revestimientos símil piedra. Tal el caso
del Palacio de Gobierno de Tucumán o la Escuela Normal Sarmiento en San Juan,
la primera estructura antisísmica del mundo, obras ambas del ingeniero Domingo
Selva. En Buenos Aires, como en ninguna otra ciudad, despuntan los "rascacielos"
con la misma combinación, como la galería Güemes y el Pasaje Barolo. Vanguardia
formal pero también tecnológica la que ofrecía la Argentina con estos dos
edificios, los más altos del planeta con estructura de hormigón armado en la
década de 1910 y 1920 respectivamente. F.G.
Revitalizan el Art Nouveau en Buenos Aires
Revitalizan el Art Nouveau en Buenos Aires
Dos entidades se unen para posicionar a la ciudad como la capital de
América latina de ese estilo. Por Felicitas
Sánchez | Para LA NACION
Sábado 07/09/13.
El vibrante espíritu bohemio, que
floreció en los cafés y las milongas de la inquieta Buenos Aires de principio
de siglo XX, sigue silenciosamente vivo. Sobrevive encapsulado
en las fachadas de antiguos y exquisitos edificios, en viejas joyas,
trasnochados faroles, y en antiquísimos muebles. Vive en todo aquello creado en
la primera mitad del siglo XX, siguiendo el estilo y la filosofía Art Nouveau
que reinó en aquella época de oro porteña.
Aquello que queda de
esta explosión artística que vivió la Buenos Aires del 1900 ahora forma parte
de un patrimonio histórico y cultural poco valorado. Pero esto puede estar por
cambiar, ya que el jueves pasado se presentó la flamante Asociación Art Nouveau de Buenos Aires (Aanba) junto con su hermana
la Academia Porteña del Art Nouveau.
La presentación, como no podía ser de otra manera, fue en el emblemático Palacio Barolo, y coincidió con el 90º aniversario de ese edificio porteño. Allí los directores de la asociación explicaron, ante unas 250 personas, que su objetivo es revalorizar el patrimonio y posicionar a Buenos Aires como la capital latinoamericana del Art Nouveau. Mientras que la Aanba será la responsable de las tareas de difusión y elaboración de proyectos, la academia porteña a tendrá a su cargo el trabajo de investigación.
"El tango, el fileteado y el Art Nouveau, fueron tres expresiones emblemáticas de una época de Buenos Aires, y tanto el tango como el fileteado tuvieron su resurgimiento en la actualidad. Ahora creemos que le toca al Art Nouveau que aún sigue siendo relativamente desconocido", explicó en el evento el presidente del Aanba, Willy Pastrana.
Luego, en un charla con LA NACION, Pastrana informó que la asociación tiene ya varios planes en marcha. En noviembre comenzarán a realizar una serie de galas temáticas para recaudar fondos. Estas estarán ambientadas en el estilo Art Nouveau por los Decoradores Argentinos Asociados (DARA) y se realizarán cada dos meses en un edificio distinto y representativo de ese estilo.
El ambicioso plan contempla, además, la posibilidad de crear la Escuela de Artes y Oficios del Art Nouveau, donde se impartirán cursos en diferentes disciplinas en este estilo. "Este era un movimiento artístico muy artesanal que abarcaba todas las disciplinas. Se hacían en estilo Art Nouveau edificios, pero también afiches, lámparas, cubiertos, muebles, entre otros. Por lo cual nos gustaría impartir cursos en este estilo en las áreas del diseño gráfico, el diseño de objetos y las expresiones plásticas" afirmó Pastrana.
Otra etapa del plan de trabajo contempla, por último, el lanzamiento de una serie de documentales al tiempo que, acompañados por mapas y guías, se organizarán rutas turísticas para extranjeros.
La presentación, como no podía ser de otra manera, fue en el emblemático Palacio Barolo, y coincidió con el 90º aniversario de ese edificio porteño. Allí los directores de la asociación explicaron, ante unas 250 personas, que su objetivo es revalorizar el patrimonio y posicionar a Buenos Aires como la capital latinoamericana del Art Nouveau. Mientras que la Aanba será la responsable de las tareas de difusión y elaboración de proyectos, la academia porteña a tendrá a su cargo el trabajo de investigación.
"El tango, el fileteado y el Art Nouveau, fueron tres expresiones emblemáticas de una época de Buenos Aires, y tanto el tango como el fileteado tuvieron su resurgimiento en la actualidad. Ahora creemos que le toca al Art Nouveau que aún sigue siendo relativamente desconocido", explicó en el evento el presidente del Aanba, Willy Pastrana.
Luego, en un charla con LA NACION, Pastrana informó que la asociación tiene ya varios planes en marcha. En noviembre comenzarán a realizar una serie de galas temáticas para recaudar fondos. Estas estarán ambientadas en el estilo Art Nouveau por los Decoradores Argentinos Asociados (DARA) y se realizarán cada dos meses en un edificio distinto y representativo de ese estilo.
El ambicioso plan contempla, además, la posibilidad de crear la Escuela de Artes y Oficios del Art Nouveau, donde se impartirán cursos en diferentes disciplinas en este estilo. "Este era un movimiento artístico muy artesanal que abarcaba todas las disciplinas. Se hacían en estilo Art Nouveau edificios, pero también afiches, lámparas, cubiertos, muebles, entre otros. Por lo cual nos gustaría impartir cursos en este estilo en las áreas del diseño gráfico, el diseño de objetos y las expresiones plásticas" afirmó Pastrana.
Otra etapa del plan de trabajo contempla, por último, el lanzamiento de una serie de documentales al tiempo que, acompañados por mapas y guías, se organizarán rutas turísticas para extranjeros.
Durante el evento del
lanzamiento se nombraron a los Académicos
Honoris Causa que entonces pasaron a formar parte de la Academia Porteña del Art Nouveau. Así,
recibieron su diploma en el Palacio Barolo el maestro del fileteado porteño, Martiniano Arce; el arquitecto Javier Iturrioz; el periodista Martin Wullich, y la cantante de tango Susana Rinaldi, entre otras
personalidades del arte y la arquitectura porteña. También fueron nombrados
como parte del consejo académico los embajadores de Francia y España en
Argentina, el ministro de Cultura Hernán Lombardi y de Desarrollo Urbano Daniel
Chain, y el Dr. Bartolomé Mitre.
Edificios emblemáticos
Edificios emblemáticos
Algunos de los íconos
del art nouveau en la Ciudad son el Club
Español, ubicado en Bernardo de Yrigoyen 172, y la tienda Gath & Chaves, en Florida y Sarmiento. Ambos datan de
1908. También la Confitería del Molino,
del arquitecto F. Gianotti, y el Pasaje
Barolo, en Avenida de Mayo 1370, responden a este estilo.
Acaban de lanzar un mapa que valoriza 50 maravillas arquitectónicas de esa
corriente que brilló en el fin de siglo, hace más de 100 años. Los secretos de
obras como el edificio Otto Wulff y la Casa de los Lirios. Revista Ñ. 10/01/14.
Algunos ostentan su belleza desde la fachada: el Casal de Cataluña, por ejemplo, ornamentado y llamativo, atrae como un tesoro en el corazón de San Telmo. El Palacio de los Pavos Reales, de Virginio Colombo, en Balvanera, también: es fastuoso por fuera pero también lo es por dentro, con sus bellísimos diseños de coloridos pájaros. Y la Casa de Los Lirios, célebre por su frente ondulado que sobresale en la avenida Rivadavia al 2000, donde vivieron el fotógrafo Alejandro Kuropatwa y también Fito Páez, es otro símbolo que aún hoy exhibe esa época dorada de la arquitectura porteña. Otros están en estado de abandono, son los que necesitan un rescate urgente. Como la Confitería del Molino, frente al Congreso. Pero todos, por fuera, o por dentro, tienen piezas exquisitas del Art Nouveau porteño. Para descubrirlas y resguardarlas, una asociación sin fines de lucro acaba de lanzar un mapa que identifica a 50 edificios representativos de este lenguaje y hasta ubica a Buenos Aires, nada menos, como la ciudad sudamericana con mayor riqueza en esta corriente de arquitectura.
El mapa, que fue lanzado por la Asociación Art Nouveau de Buenos Aires (AANBA), tiene cinco recorridos que pasan por distintos barrios (San Telmo, Recoleta, Congreso, Balvanera y Centro) y con él apuntan tanto a vecinos de la Ciudad como a turistas que buscan experiencias no convencionales: recorrer las calles con otros ojos, con cuidado y memoria y también con fascinación. El mapa se consigue gratis en hoteles, comercios, oficinas de turismo y de tours, edificios Art Nouveau, librerías, kioscos de revistas, museos, lugares turísticos y hasta en Internet. Y se completa con una serie de tours personalizados que los mismos especialistas armaron para descubrir, en un paseo a pie, los grandes secretos detrás de estas construcciones.
El emblemático edificio y pasaje Barolo, del italiano Mario Palanti, faro de Buenos Aires, está teñido de Art Nouveau en sus molduras pero además es un verdadero rompecabezas sincrético, incluso arquitectónico, con influencias Art Decó e hindúes: hecho en homenaje e inspiración de la Divina Comedia del Dante, tiene un sinnúmero de referencias ocultistas, tales como la repetición de múltiplos del número 3, un símbolo de la masonería. El caso del Palacio de los Pavos Reales es un ejemplo del modernismo catalán encabezado por el inigualable Antoni Gaudí: alejado de circuitos turísticos convencionales, está lleno de tesoros para conocer. Y también de historias: firmado por el maestro italiano Virginio Colombo, se muestra en Rivadavia al 3200 con más de cien años (es de 1912): fue el más alto de su entorno y su frente es único: con c uatro pares de pavos reales enmarcando los balcones y otros tantos leones, es una pieza que revela el rescate de la naturaleza tan propio del espíritu Art Nouveau. Ese es un edificio con misterios por conocer. Pero no es el único: en lo alto de la fachada de la Casa de Los Lirios, otra obra extraordinaria del argentino Rodríguez Ortega (1905), que recuerda al catalán Gaudí, hay una figura que unos identifican como Poiseidón y otros como Eolo; cualquiera sea el dios, aparece con largos cabellos que simulan el movimiento del viento. Sobre la misma fachada, además, caen las flores que le dan el nombre y que están inspiradas en el Art Nouveau francés.
En San Telmo, en cambio, hay otra línea. El Edificio Otto Wulff, de Belgrano y Perú, es obra del danés Morten F. Rönnow y es de estilo Jugendstil, como se denomina al Art Nouveau en Autria y Alemania (ver Varios nombres...). En pie desde 1914, fue creado como sede diplomática del imperio austrohúngaro y tiene tantos detalles como mitos. Tanto el mapa como los tours buscan eso: revelar el uso cotidiano de estos palacios magistrales, pero también contar sus orígenes, para qué fueron hechos y por qué son hijos que la inmigración trajo de las corrientes artísticas europeas; qué huellas dejaron y por qué tienen que ser resguardados. “Por eso el objetivos del proyecto es difundir estas construcciones para que de esa manera sean revalorizadas y preservadas, posicionándolas como un bien cultural que pertenece a todos”, sintetizó Willy Pastrana, presidente de la AANBA, la asociación que integran profesionales de distintas áreas (www.near-art.com). Y otra misión: impulsar un proyecto para que la Ciudad sea declarada Capital Latinoamericana del Art Nouveau. Para Luis Grossman, arquitecto y director General de Casco Histórico, es una misión justa. “El Molino o la Güemes fueron primicias para toda Latinoamérica. Buenos Aires fue vanguardia en el tema arquitectónico. Y por eso es un planteo válido”, destacó.
Art nouveau
Curvas, arabescos y formas de la naturaleza definen este estilo moderno, surgido en Francia y Bélgica a fines del siglo XIX. Clarín Viajes. 17/03/13.
Algunos ostentan su belleza desde la fachada: el Casal de Cataluña, por ejemplo, ornamentado y llamativo, atrae como un tesoro en el corazón de San Telmo. El Palacio de los Pavos Reales, de Virginio Colombo, en Balvanera, también: es fastuoso por fuera pero también lo es por dentro, con sus bellísimos diseños de coloridos pájaros. Y la Casa de Los Lirios, célebre por su frente ondulado que sobresale en la avenida Rivadavia al 2000, donde vivieron el fotógrafo Alejandro Kuropatwa y también Fito Páez, es otro símbolo que aún hoy exhibe esa época dorada de la arquitectura porteña. Otros están en estado de abandono, son los que necesitan un rescate urgente. Como la Confitería del Molino, frente al Congreso. Pero todos, por fuera, o por dentro, tienen piezas exquisitas del Art Nouveau porteño. Para descubrirlas y resguardarlas, una asociación sin fines de lucro acaba de lanzar un mapa que identifica a 50 edificios representativos de este lenguaje y hasta ubica a Buenos Aires, nada menos, como la ciudad sudamericana con mayor riqueza en esta corriente de arquitectura.
El mapa, que fue lanzado por la Asociación Art Nouveau de Buenos Aires (AANBA), tiene cinco recorridos que pasan por distintos barrios (San Telmo, Recoleta, Congreso, Balvanera y Centro) y con él apuntan tanto a vecinos de la Ciudad como a turistas que buscan experiencias no convencionales: recorrer las calles con otros ojos, con cuidado y memoria y también con fascinación. El mapa se consigue gratis en hoteles, comercios, oficinas de turismo y de tours, edificios Art Nouveau, librerías, kioscos de revistas, museos, lugares turísticos y hasta en Internet. Y se completa con una serie de tours personalizados que los mismos especialistas armaron para descubrir, en un paseo a pie, los grandes secretos detrás de estas construcciones.
El emblemático edificio y pasaje Barolo, del italiano Mario Palanti, faro de Buenos Aires, está teñido de Art Nouveau en sus molduras pero además es un verdadero rompecabezas sincrético, incluso arquitectónico, con influencias Art Decó e hindúes: hecho en homenaje e inspiración de la Divina Comedia del Dante, tiene un sinnúmero de referencias ocultistas, tales como la repetición de múltiplos del número 3, un símbolo de la masonería. El caso del Palacio de los Pavos Reales es un ejemplo del modernismo catalán encabezado por el inigualable Antoni Gaudí: alejado de circuitos turísticos convencionales, está lleno de tesoros para conocer. Y también de historias: firmado por el maestro italiano Virginio Colombo, se muestra en Rivadavia al 3200 con más de cien años (es de 1912): fue el más alto de su entorno y su frente es único: con c uatro pares de pavos reales enmarcando los balcones y otros tantos leones, es una pieza que revela el rescate de la naturaleza tan propio del espíritu Art Nouveau. Ese es un edificio con misterios por conocer. Pero no es el único: en lo alto de la fachada de la Casa de Los Lirios, otra obra extraordinaria del argentino Rodríguez Ortega (1905), que recuerda al catalán Gaudí, hay una figura que unos identifican como Poiseidón y otros como Eolo; cualquiera sea el dios, aparece con largos cabellos que simulan el movimiento del viento. Sobre la misma fachada, además, caen las flores que le dan el nombre y que están inspiradas en el Art Nouveau francés.
En San Telmo, en cambio, hay otra línea. El Edificio Otto Wulff, de Belgrano y Perú, es obra del danés Morten F. Rönnow y es de estilo Jugendstil, como se denomina al Art Nouveau en Autria y Alemania (ver Varios nombres...). En pie desde 1914, fue creado como sede diplomática del imperio austrohúngaro y tiene tantos detalles como mitos. Tanto el mapa como los tours buscan eso: revelar el uso cotidiano de estos palacios magistrales, pero también contar sus orígenes, para qué fueron hechos y por qué son hijos que la inmigración trajo de las corrientes artísticas europeas; qué huellas dejaron y por qué tienen que ser resguardados. “Por eso el objetivos del proyecto es difundir estas construcciones para que de esa manera sean revalorizadas y preservadas, posicionándolas como un bien cultural que pertenece a todos”, sintetizó Willy Pastrana, presidente de la AANBA, la asociación que integran profesionales de distintas áreas (www.near-art.com). Y otra misión: impulsar un proyecto para que la Ciudad sea declarada Capital Latinoamericana del Art Nouveau. Para Luis Grossman, arquitecto y director General de Casco Histórico, es una misión justa. “El Molino o la Güemes fueron primicias para toda Latinoamérica. Buenos Aires fue vanguardia en el tema arquitectónico. Y por eso es un planteo válido”, destacó.
Art nouveau
Curvas, arabescos y formas de la naturaleza definen este estilo moderno, surgido en Francia y Bélgica a fines del siglo XIX. Clarín Viajes. 17/03/13.
Quien ama las ciudades, como El Viajero Ilustrado, reconoce vivamente las bellezas ocultas de Buenos Aires. Por eso le gusta abstraerse del ruido y descubrir, por ejemplo, en la esquina de Rivadavia al 2000, a dos cuadras del Congreso de la Nación, un edificio singular. Construido en 1912, el Palacio de los Lirios es un ejemplo de la marca dejada por el art nouveau. Su cúpula acebollada, formada por casi mil piezas de vidrio espejado, tiene influencias del gran arquitecto catalán Antoni Gaudí. La terraza esgrime, a ambos lados, réplicas a escala de la Puerta del Dragón, que el artista diseñó para la finca Güell en Barcelona.
Con sus curvas,
arabescos y homenajes a las formas de la naturaleza, arquitectura en hierro y abundante uso del vidrio, el art nouveau
se difundió desde Bélgica y Francia hacia toda Europa entre 1890 y 1914, como
reacción “moderna” ante la arquitectura historicista que reproducía modelos del
pasado. Con distintos nombres europeos, brilló en Alemania y Austria, donde se
lo llamó “Jugendstil” o “Sezession”. En Italia era el “Stile Floreale” o
“Liberty”. En Inglaterra fue el “Modern Style”, con obras emblemáticas de
Charles Rennie Mackintosh como la Escuela de Artes de Glasgow.
Hay quien opina que el art nouveau nació a partir del movimiento inglés “Arts and Crafts” de
William Morris, decisivo por su idea de crear objetos hermosos para el uso
cotidiano. Marcó el diseño gráfico y la publicidad, la arquitectura, la joyería
y los muebles. Sus diseños adoptaron las figuras planas, con gran pureza de
líneas. Además de la influencia inglesa,
el art nouveau se inspiró en el arte oriental, celta y románico. Incluso el
folclore gitano fue una marca de estilo en Budapest, con obras del arquitecto Odon Lechner como el Museo de Arte
Decorativo.
La variante catalana en España se llamó “Modernismo”. Fue uno de los fenómenos más creativos de Barcelona, como lo muestra el espléndido “Palau de la Música”, obra del arquitecto Lluis Domenech i Montaner, o la catedral de La Sagrada Familia diseñada por Gaudí. Las mansiones creadas por Gaudí para la alta burguesía de Barcelona –la Casa Battló, la Casa Milá y La Pedrera– revelan mucha audacia de los mejores artesanos, un gran conocimiento de los materiales y del arte románico y árabe.
Cuando visita la calle dedicada al obispo Albert en Riga, capital de Letonia, El Viajero se asombra ante la hilera de mansiones y edificios de departamentos estilo art nouveau, magníficamente conservados, construidos por el arquitecto Mihail Eisenstein entre 1901 y 1910. Muestran bajorrelieves, estatuas, arabescos y máscaras.
El Viajero se sorprende también en Austria ante las obras de Otto Wagner, como la sede de la Caja Postal de Viena, la iglesia Steinhoff, la estación de subte Karlplatz y el edificio Majolikahaus, donde abundan los azulejos.
En Praga la estrella es Alfons Mucha, famoso diseñador que en París había hecho los afiches para la actriz Sarah Bernhardt. Sus líneas sinuosas con flores, hojas y figuras femeninas también se pueden ver en los vitrales de la catedral de Praga y en el museo dedicado a Mucha en esta ciudad.
En Francia, El Viajero descubre este estilo aplicado al diseño de interiores, joyas, forja, vidrio, cerámica y telas, también en las ilustraciones, populares hacia 1900 con las litografías. El Art Nouveau florece en las estaciones de subte, creadas por el arquitecto Hector Guimard con formas que recuerdan a las libélulas. Hay que darse una vuelta por la Rue Rapp 29 –en el elegante 7° Arrondisement– para ver la mansión que Jules Lavirotte hizo allí, ganadora del premio a las fachadas en 1901. En las artes aplicadas, brillaron los diseños de joyeros como Lalique y Emile Gallé.
Cuando visita la casa Lis de Salamanca, transformada en museo, El Viajero descubre el estilo art nouveau en sus artificios de hierro y cristal pero sobre todo en la exquisita colección de lámparas y jarrones de vidrio, frascos de perfumes, figuras de cristal traslúcido e irisado y juegos de mesa y una importante colección de esculturas en oro y marfil.
Pero al volver a Buenos Aires, El Viajero no puede menos que lamentar las empalizadas que afrentan la fachada de la Confitería del Molino, frente al Congreso. Su torre aguja, sus vitrales y adornos, que merecieron ser declarados patrimonio art nouveau por la Unesco, pelean contra el polvo, la destrucción y el olvido. Las ciudades, piensa, se hacen de maravillas y miserias.
La variante catalana en España se llamó “Modernismo”. Fue uno de los fenómenos más creativos de Barcelona, como lo muestra el espléndido “Palau de la Música”, obra del arquitecto Lluis Domenech i Montaner, o la catedral de La Sagrada Familia diseñada por Gaudí. Las mansiones creadas por Gaudí para la alta burguesía de Barcelona –la Casa Battló, la Casa Milá y La Pedrera– revelan mucha audacia de los mejores artesanos, un gran conocimiento de los materiales y del arte románico y árabe.
Cuando visita la calle dedicada al obispo Albert en Riga, capital de Letonia, El Viajero se asombra ante la hilera de mansiones y edificios de departamentos estilo art nouveau, magníficamente conservados, construidos por el arquitecto Mihail Eisenstein entre 1901 y 1910. Muestran bajorrelieves, estatuas, arabescos y máscaras.
El Viajero se sorprende también en Austria ante las obras de Otto Wagner, como la sede de la Caja Postal de Viena, la iglesia Steinhoff, la estación de subte Karlplatz y el edificio Majolikahaus, donde abundan los azulejos.
En Praga la estrella es Alfons Mucha, famoso diseñador que en París había hecho los afiches para la actriz Sarah Bernhardt. Sus líneas sinuosas con flores, hojas y figuras femeninas también se pueden ver en los vitrales de la catedral de Praga y en el museo dedicado a Mucha en esta ciudad.
En Francia, El Viajero descubre este estilo aplicado al diseño de interiores, joyas, forja, vidrio, cerámica y telas, también en las ilustraciones, populares hacia 1900 con las litografías. El Art Nouveau florece en las estaciones de subte, creadas por el arquitecto Hector Guimard con formas que recuerdan a las libélulas. Hay que darse una vuelta por la Rue Rapp 29 –en el elegante 7° Arrondisement– para ver la mansión que Jules Lavirotte hizo allí, ganadora del premio a las fachadas en 1901. En las artes aplicadas, brillaron los diseños de joyeros como Lalique y Emile Gallé.
Cuando visita la casa Lis de Salamanca, transformada en museo, El Viajero descubre el estilo art nouveau en sus artificios de hierro y cristal pero sobre todo en la exquisita colección de lámparas y jarrones de vidrio, frascos de perfumes, figuras de cristal traslúcido e irisado y juegos de mesa y una importante colección de esculturas en oro y marfil.
Pero al volver a Buenos Aires, El Viajero no puede menos que lamentar las empalizadas que afrentan la fachada de la Confitería del Molino, frente al Congreso. Su torre aguja, sus vitrales y adornos, que merecieron ser declarados patrimonio art nouveau por la Unesco, pelean contra el polvo, la destrucción y el olvido. Las ciudades, piensa, se hacen de maravillas y miserias.
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