Las agujas del reloj del frontis del Palacio Legislativo boliviano frente a la Plaza Murillo de La Paz desde hace poco giran al revés, y se ha alterado el orden habitual de sus números, que ahora son arábigos. Según afirman las noticias, se ordenó ese cambio porque la sombra en un reloj solar -en el hemisferio sur- gira hacia la izquierda, y para respetar costumbres ancestrales. "Nuestro norte es el sur", dijo un político, seguramente alzando su dedo índice al cielo. No creo que con esto consigamos la justicia social, liberemos América ni terminemos con la pobreza, pero invita a reflexionar. Por eso pego más abajo el artículo de Carolina Arenes, que ayuda. Horanosaurus.
Ah! Antes, ya que estamos con la querida Bolivia, un antiguo canto de los años cincuenta en las manifestaciones paceñas, rescatado por un tal Ernesto Guevara de la Serna:
"Compañeros, viva La Paz,
viva la independencia americana, viva Bolivia;
gloria a los protomártires de la independencia,
gloria a Pedro Domingo Murillo,
gloria a Guzmán,
gloria a Villarroel".
PD: pasó el tiempo de la manera que quiso y en 2020 nos visitó la pandemia del coronavirus. Nos cambió el pasado, el presente y el futuro más democráticamente que cualquier gobierno burócrata. Ver "Bonus Track".
El
presidente Evo Morales dispuso cambiar el sentido de giro de las agujas del
reloj del Congreso. Y quiere sumar los de otras instituciones. Indignación en
la oposición. 26/06/14.
Por Carolina Arenes. La
Nación 05/07/14.
Son tres
adultos aimaras sentados al frente de un rancho, paredes de adobe partido,
techo de paja. Atrás, piedras inmemoriales, el cielo azul radiante, el sol que
apabulla y enceguece. Casi no alzan la vista al hablar, protegidos apenas con
el sombrero bombín de los pueblos andinos. Ellas visten faldas largas y
coloridas; la mayor de las dos apoya los pies desnudos sobre la tierra seca.
Podría ser una imagen del pasado, pero es puro presente.
-Aka marat
mararu -dice el antropólogo fuera
de cámara.
-Aka marat, mararu -repite el hombre. "De este año,
al año próximo" y, cuando dice "año próximo", señala con su dedo
pulgar un punto indefinido detrás de su hombro.
Otra toma.
Otro hombre sentado junto a una mujer, ataviados también con las ropas de
siempre (y acá siempre no es broma).
-Nayra timpu,
timpu antiguo -dice. Algo así
como "tiempo que está en frente", en referencia a tiempos pasados. Y
cuando lo dice, señala hacia delante.
¡Bingo! Eso
quería probar Rafael Núñez, investigador en la Universidad de San Diego, en
California, y realizador de los videos: el habla y los gestos confirman que el
tiempo de los aimaras es otro tiempo. Para los occidentales, el tiempo corre o
-casi siempre- vuela, y cuando pensamos en lo que vendrá, señalamos el
horizonte, porque el futuro es lo que está adelante y el pasado, lo que dejamos
atrás. Para el hombre andino, el pasado es lo que se tiene frente a los ojos y
el futuro, que está por venir, llegará desde atrás. El tiempo al revés de los aimaras, se dijo en
ámbitos académicos. Pero no hablaban de las agujas
del reloj del Palacio Legislativo, en La Paz, que ya no giran más de izquierda
a derecha, sino para el otro lado y con los números también al revés. Para
reafirmar la identidad, dijo el gobierno. Un símbolo del cambio. Un acto de
descolonización. Un acto de oportunismo, marcó la oposición, que incluye a
viejos y respetados líderes, también indígenas. Relojes de rédito político.
Einstein decía
que la noción de tiempo es tan inasible que todas las culturas imaginaron sus
propias metáforas para explicarlo. Así, el tiempo es metáfora y los relojes,
como los calendarios o las agendas, son símbolos. Nos recuerdan que la vida
pasa, que hay horarios, que el tiempo vuela. Nos hablan del pasado y del
futuro. Y para una revolución en marcha, como profesa Evo Morales, son símbolos
sensibles, porque todas las revoluciones desafían al tiempo, impugnan el
presente y dan un salto de tigre hacia el futuro. Por eso cantan profecías de
nuevas horas y nuevos amaneceres. La Revolución Francesa no lo dejó en
metáforas, consagró una refundación del tiempo en la que trabajaron científicos
y poetas para crear un calendario inspirado en los sueños de la nueva época.
Con la razón al poder, los ciclos del universo y la sucesión de los días y las
noches ya no estarían forzados a coincidir con los pequeños y grandes hitos de
la epopeya cristiana.
También vieron
símbolos en los relojes los manifestantes que agitaron las calles de París
durante las revueltas de 1830. Para entonces ya hacía rato que Napoleón había
clausurado no sólo el calendario revolucionario, sino también la república
francesa, liberté, égalité,
fraternité. Disparaban contra los relojes de las torres, contra un símbolo de
la dominación, el reloj que marca las horas de la jornada laboral. Walter Benjamin
leyó algo más en esos disparos, vio allí el intento de abolir el tiempo
asfixiante de los vencedores. En un mundo que había entronizado el relato único
y lineal del progreso, imaginó un ángel de la historia que, puesto a mirar para
atrás, sólo podía ver ruinas sobre ruinas, víctimas sobre víctimas del
progreso.
Las agujas que
ahora dan la vuelta al revés en el edificio del Congreso de La Paz también
hablan de un pasado que no cesa. Como los hablantes aimaras del documental,
vestiditos hoy con trajes de un ayer milenario que se refugia en el altiplano.
Como los dos millones de hablantes aimaras que mantienen viva la lengua en
Bolivia, Perú, Chile y el norte de la Argentina. Victorias mínimas, se dirá,
pero algo es algo.
"La
materia de la que están hechos nuestros sueños aimaras es el tiempo",
escribió el periodista mexicano Luis A. Gómez. "En la construcción sobre
el espacio del que son poseedores, los aimaras construyen su horizonte político
-en comunidades y caminos, en barrios y plazas- para llegar por fin «al tiempo
de los indios»."
La guerra del
tiempo puede sonar a ciencia ficción, a guerra de las galaxias, a serie de
culto. Para Alejo Carpentier, que título así un libro en el que hizo estallar
la racionalidad del tiempo, fue un modo de homenajear al desbordante magma
mítico del continente, a ese tiempo atrapado en otro tiempo, intraducible a las
coordenadas de Occidente.
Para los
protagonistas del movimiento indigenista de Bolivia, la guerra del tiempo es
otra cosa. Ellos hablan del pachakuti,
el tiempo del caos que llevará a la armonía cósmica. Un tiempo anterior al
diluvio de la Conquista que a veces logra filtrarse por los pliegues de la
derrota y que coexiste, orgulloso y persistente, con el tiempo de los
vencedores. Cuando puede, junta fuerzas y hace saber que no está muerto quien
pelea. Las dos últimas grandes protestas indígenas -la guerra del agua, en
2000, y la guerra del gas, en 2003- en defensa de los recursos naturales
terminaron con un descendiente aimara por primera vez en la presidencia.
La historia,
al fin, es más una escritura en movimiento que ese texto inamovible que
aprendemos en la escuela. En el borrador que todavía escriben los pueblos
originarios, el pachakuti sigue su camino inexorable. Los
vencedores también revisan sus pasos. Colonizadores avergonzados, escribió el
diario El País, en referencia a la muestra "Colonia apócrifa" que se
exhibe en Madrid y que busca expandir la conciencia crítica del
poscolonialismo. No sólo por lo que se hizo antes, sino por las consecuencias
vigentes de aquella sed de conquista.
"Los
aimaras se sitúan en el tiempo como quien va remando: de espaldas al punto
adonde se dirigen y de frente al lugar del que se alejan", dice Rafael
Núñez, el antropólogo de los videos, en un intento de hacer inteligible la
cartografía temporal del pueblo andino. Pero no hablaba del tiempo de los
relojes nuevos que entusiasman a los funcionarios de Evo Morales y dejan al
borde del ridículo a una cosmovisión entera.
El pachakuti, dicen, es otra cosa. Los
aimaras siguen remando por ahora sin ver lo que vendrá, hacia ese tiempo mítico
abrigado por la vida comunitaria, donde la reciprocidad era la moneda de
cambio. Así lo recordaban los cuentos de los ancestros o así lo idealizan,
mientras reman con su bote mirando hacia un pasado al que todavía quieren ver
convertido en futuro.
BONUS TRACK: pasó el tiempo del modo que quiso, más allá de las elucubraciones de los burócratas. En 2020 nos visitó la pandemia de coronavirus perforando hasta las barreras arancelarias. A los políticos los volvió más ridículos pero a todos, sin distinciones, nos cambió completamente la percepción del tiempo. Una observación interesante de la autora Sivak, dándole cuerda a los relojes: el pasado quedó más lejos, el futuro ya no es como lo prevemos normalmente y el presente es mil veces más intenso. Horanosaurus.
“Un infierno florido”: Cortázar hablando de nuestro presente
Clarín 21/02/21. Por Analía Sivak. Periodista y
escritora.
En ese maravilloso “Preámbulo a las instrucciones para
dar cuerda al reloj”, Julio Cortázar habla de un mundo que el no llegó a
conocer. En realidad, el cuento en su contexto describe que pasa cuando alguien
te regala un reloj. Pero en 2021 (cuando la gente mira la hora en su teléfono y
ya casi nadie compra relojes) leo el texto y siento que Cortázar está hablando
de nuestro presente: “Cuanto te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno
florido”.
La pandemia que está alterando la vida y la muerte,
arrasa también con el pasado y el futuro. En unos pocos meses, o en un
instante, se transformó nuestra mirada hacia lo vivido y nuestra forma de
pensar lo que todavía no ocurrió.
El pasado que conocíamos se alejó de pronto. Quedó tan
atrás nuestra vida prepandémica que a veces me despierto y quiero volver a ella
y siento que es un sueño tan inalcanzable como soñar viajar en el tiempo.
Lejos quedaron los abrazos, la mejilla del otro en
nuestra cara al saludar, las sonrisas a la intemperie, la rutina de trasladarse
a un trabajo, los festejos sin contar cuántos, el codo de los otros en el cine,
la vida sin miedo, los viajes, lejos quedó la cercanía. Los días sin imaginar
virus, las fronteras flexibles, los cruces sin testeos, los colegios como eran,
los recreos, la ilusión de lo normal, la ignorancia de tanta fragilidad.
También el futuro dejó de ser lo que era. Cuando el
encierro terminó y abrí la puerta para dar un paso hacia adelante, no encontré
el suelo donde antes apoyaba mis planes. La idea del tiempo que permitía
proyectar se había infectado. La capacidad de planificar se contrajo como un
resorte y el horizonte temporal me golpeó la frente.
El pasado y el futuro que tuvimos hasta 2019
desaparecieron. Pocas veces en la historia, y en nuestras historias, se
transforma la concepción del tiempo. Quizás esta era pandémica sea una de
ellas. La alteración misma es intangible pero los cambios que provoca se van
haciendo evidentes.
“Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días,
la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la
obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el
anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo,
de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa”.
Pero hay algo, y no es menor, que la pandemia nos está
regalando: el presente. Quizás el obsequio sea, como el reloj en el cuento de
Cortázar, un infierno florido. Está la muerte en el infierno, está la vida en
las flores. “Te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que
es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como
un bracito desesperado colgándose de tu
muñeca”. La pandemia nos ata el presente a quienes seguimos con vida. No es el
regalo que hubiésemos querido. Pero no es poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario