sábado, 4 de enero de 2014

Perón según Eugenio Rom


Después de un encuentro social, en la primavera de 1967, Juan Domingo Perón invitó a su casa de Puerta de Hierro del exilio madrileño al periodista argentino Eugenio Rom. Eso quiere decir cuando aquí Onganía estaba sentado arriba de las urnas, mientras 'el General' era ignorado y traicionado políticamente por dirigentes ambiciosos de baja calaña y antes que se convirtiera en referente y dominara estratégicamente el futuro argentino desde España. En sucesivas entrevistas le dió a Rom una lección abreviada de historia nacional que grabó y tradujo añares después en "Así hablaba Juan Perón" (Peña Lillo Editor, 1980). Una síntesis que fue festejada en su momento por el mismísimo José María 'Pepe' Rosa (1). De la introducción de ese libro están extraídos los párrafos de adelante, donde el autor describe la personalidad del tres veces presidente de nuestro país y uno de nuestros últimos estadistas:

“Perón era un hombre alto; más bien grueso, que se movía con una gran agilidad. Se notaba que había sido deportista. Transmitía una tremenda corriente de simpatía a su alrededor. Era imposible que esto hubiera pasado desapercibido para nadie, como era imposible también, que él  pasase inadvertido en ninguna parte. Poseía, en aquel entonces, el pelo bien negro. Con pocas canas en las sienes. El cutis de sus mejillas, estaba surcado por muchas venitas que resaltaban al mirarlo de cerca.

Tenía apostura. Algo del Gardel de los retratos de su buena época. Pero con un aire más ‘campechano’, a la manera de los hombres de nuestro campo. Había algo en él que decía que ese hombre era de nuestra tierra y no de ningún otro lugar. Era indudablemente ‘muy argentino’.

Cultural y espiritualmente era un hombre del Mediterráneo, algo de italiano, de español y de francés. Digamos, un prototipo de ‘latino’. Esto, por su forma de encarar las cosas, parecía tenerlo muy en cuenta.  Hablaba de estos países como de algo más cercano a nosotros. No así cuando se refería a los países ‘germano-sajones’. Los veía con una especie de recelo. Como si algo inconveniente esperase permanentemente  de ellos. Así nuestra cultura y civilización greco-romana, no les pertenecía del todo a ellos.

La mentalidad de Perón nunca pudo comprender los horrores que se cometieron durante la Segunda Guerra Mundial; era curioso, que dada su formación militar, no pudiera soportar la idea de la violencia. 

Sus modales personales, eran de una gran amabilidad. Pocas veces he conocido, una persona tan bien educada en el trato cotidiano.

Merece un párrafo aparte el poder que ejercía su simpatía personal. No era un simple ‘hombre político’ que trata de caer bien. No. Era mucho más que eso. Era la simpatía hecha persona. Es absolutamente imposible que alguien que haya tenido la oportunidad de tratarlo personalmente, no haya sentido el impacto de esa simpatía. Esto aparte del ‘plano político’ y si tener en cuenta la impresión que causaba su tremenda personalidad.

Cuando hablaba jamás leía. Simplemente exponía. Como si fuese un profesor en una clase con sus alumnos. Dueño de una memoria asombrosa, había momentos en que yo, no podía creer que lo que me estaba diciendo, no lo estuviera leyendo en esos momentos. Tal vez fuera la influencia de sus años de profesor, en la Escuela Superior de Guerra. Fue profesor de Historia y de Estrategia.

Si alguna vez demoraba una respuesta, no es que estuviera vacilando. Jamás vacilaba. Era que estaba buscando la forma de hacer más fácil de comprender su ‘concepto’. Concepto que, siempre era el resultado de un profundísimo razonamiento. Porque esa era su fundamental virtud intelectual y  su mayor demostración de inteligencia: su tremenda capacidad de ‘razonar’. Y de ese razonamiento surgía la brillante luz de sus ideas. Y de sus ideas sus pensamientos. Y de sus pensamientos su Doctrina Nacional.

Resultaba difícil, mantener el hilo de un mismo tema de conversación. Muchas veces arrancábamos con un tema y terminábamos en otro distinto (...) Por ese tiempo, Perón estaba mentalmente en su mejor momento. Maduro y muy lúcido" (2).

Curiosamente, poquito tiempo después era invitado a la misma residencia madrileña -y en circunstancias parecidas pero ya no iguales (3)- el periodista y escritor tucumano Tomás Eloy Martínez, entonces corresponsal de un medio porteño en la capital española. Logró permiso para hacerle una serie de entrevistas a Perón con ánimo autobiografico, que fueron publicadas por ese tiempo en la muy en boga revista Panorama. T. E. Martínez consideraba que Perón era un gran fabulador que inventaba su propia imagen y redobló la apuesta investigándolo durante años y publicando en 1985 su exitosa "La novela de Perón". Claro que el propio autor definió a ese género como "licencia para mentir, para imaginar e inventar" e incluso engañó a varios incautos como el filósofo a la carta José Pablo Feinmann, que usó datos fabulados por Martínez como si fueran reales para su guión de la película "Evita, quien quiera oir que oiga". 

Traigo esto a cuento y contrasto a Rom y Tomás Eloy Martínez porque exhibieron diferentes imágenes del mismo Perón habiéndolo conocido bastante. O simplemente porque la realidad nunca es lineal y se embarra. Más bien que no depende de mi aclarar las contradicciones respecto a la estatura real de Perón: la info y los libros están por ahí dando vueltas a mano de quien lo desee. Pero yo sigo con mi propio ejercicio para descularlo y otro día sigo aquí con esos vericuetos. Horanosaurus. 

NOTAS

(1) “La explicación del pasado argentino que Perón ha logrado sintetizar en estas pocas páginas, a mi me ha costado el esfuerzo de tener que hacer trece volúmenes de Historia Argentina”. Pavada de definición brindada por el historiador José María Rosa a su colaborador Daniel Di Giacinti.

(2) Aclaraba Eugenio Rom que "Perón en ese tiempo estaba bastante abandonado  por sus compatriotas... estaba solo y prácticamente abandonado en Madrid. Los partidos políticos estaban disueltos por decreto y hablar de elecciones futuras era sacar patente de demente, con toda seguridad. Además Perón ‘estaba lejos’ y era ‘muy difícil verlo’ (…) Mientras, en la Argentina, algunos lo olvidaban, otros lo traicionaban". 

(3) 'El entorno' sobre el General se agrandaba (con López Rega incluído), y las idas y venidas de decenas de dirigentes para lograr 'la bendición' de Perón, iban en vertiginoso aumento.

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