Pareciera que en nuestro país nunca terminará de lograrse una opinión general equilibrada y consolidada sobre una de las tantas locuras que vivimos los argentinos: la utopía revolucionaria de los años 70 y la represión diabólica de los militares golpistas. Debido a los tiempos políticos particulares que vivimos, sigo encontrando en los medios de comunicación alusiones a aquella época que quiso ser idealista y solo fue un desastre, un campo de exterminio de gente rabiosa y soberbia, que ignoraba los intereses de las mayorías.
La movida iniciada por el Néstor Kirchner, a partir de su política básicamente justa de reinvindicación de los derechos humanos, le permitió apropiarse de cierta mística libertaria propia de los 70. Se lo dijo personalmente a un confidente: "la izquierda garpa". Busquen en las fuentes y lo hallarán. Aunque la mayoría de los políticos aglutinados alrededor de este gobierno populista estuvo escondido debajo de la cama o haciendo negocios mientras pasaba la dictadura, algunos viejos progresistas sin autocrítica se conformaron con este capitalismo de amigos prebendario (1).
¿Dónde estaba parado yo en aquel entonces? Un trabajador y estudiante 'común y silvestre' que había abandonado una corta militancia peronista cansado del verticalismo. Un joven cualquiera que veía pasar las veleidades elitistas de la izquierda dogmática o la nacionalista que se autoadjudicaban ser la vanguardia del pueblo obrero, que los miraba cagarse a tiros por la ventana, miedoso e incrédulo. Y en la vereda de enfrente, la soberbia sangrienta de los milicos, diciéndose representantes de la voluntad "de Dios y de la Patria", tan flojos de papeles, entregando al país del mismo modo que después haría el peronismo sin Perón (2).
¿Alguien puede afirmar sin ruborizarse hoy que alguna de esas dos facciones -autoritarias por donde se las mire- hubieran podido llegar al poder con el voto popular? No me interesa que alguien emparente este análisis con la desprestigiada "teoría de los dos demonios". Los dos bandos eran soberbios y estaban enloquecidos: no me convence de lo contrario ni que baje a decírmelo personalmente Jean Paul Sartre.
La única coincidencia que encuentro entre el kircherismo y la izquierda setentista a la que suele endiosar acríticamente, es el desprecio final por el destino de la gente que dicen defender. Es el peronismo clientelista que nos toca, una maquinaria política que vive de la subsistencia de los pobres archivando la justicia social que fuera su bandera alguna vez.
Este introito es para acercar nuevamente interesantes reflexiones sobre el tema en diversos artículos que seleccioné en su momento. Fidanza rescata una hipótesis abrevada en Ortega: que dentro de una generación los diferentes son en realidad parecidos, algo similar a mi repetida referencia al autoritarismo común de los dos bandos enfrentados (3). Pero el objeto es también para negarme a aceptar que los sueños de cambio que tuvo nuestra generación -que muchos conservamos en el corazón bajo formas más democráticas- quieran ser cooptados por esta caterva de políticos conservadores y mercenarios que nos gobiernan, descompuestos en el camino hacia el poder. Horanosaurus.
"Hubo un tiempo remoto y primitivo en que ser distinto equivalía a la muerte. Matar o morir. Llevamos eso grabado en el adn de la raza. Late dormido, pero marcado a fuego, en un surco de la memoria. Por eso ante lo distinto nos acecha la suma de todos los miedos. Por eso ante lo distinto regresa del fondo de los días la pulsión por aniquilar aquello que amenaza lo que soy, lo que tengo, lo que pienso. Se mata una idea, una visión, un hombre. A veces, todo eso junto". Héctor Guyot en 'Las gafas de Allende' (La Nación Enfoques 15/09/13)
(1) Hasta Rodolfo Galimberti, manso y tranquilo y ya dedicado a los grandes negocios, llegó a reconocer la suerte que tuvimos los argentinos porque su viejo líder Mario Firmenich no llegó a ser presidente. El mejor ejemplo de los desvaríos de esos ex-revolucionarios lo encontré en el libro de Ernesto Jauretche, inmerecido sobrino del gran Arturo, "No dejés que te la cuenten-Violencia política en los 70" (1997). Se los recomiendo: ni un ápice de autocrítica, veinte años después de su fracaso, suficiente tiempo para recapacitar. Podrían agregarse las declaraciones de otro ex líder montonero Roberto Perdía para promocionar sus recientes memorias: recriminó a la "clase media acomodaticia" argentina no haberlos acompañado en su lucha, omitiendo decir que las sillas de la mesa principal (vanguardista) se las reservaban sus amigos esclarecidos. Quién no cree en el voto popular es porque subestima al propio pueblo que dice defender.
(2) Cualquiera sabe que durante el menemato -con el increíble aplauso peronista y el de la más alta alcurnia liberal- se realizaron fuertes reformas económicas que no pudo siquiera infligirnos José Alfredo Martínez de Hoz durante aquella feroz dictadura. Pero las sorpresas en este rincón del mundo no terminan nunca. Recuerdo haberle dicho a un amigo durante los 90 privatizadores que después de una década vendrían candidatos peronistas que aplaudirían las reestatizaciones. No me equivoqué: en Argentina, como en Macondo, todo vuelve a suceder. ¡Si hasta el enriquecido privatizador menemista Roberto Dromi es asesor del kirchnerismo estatizador!
(3) En charlas de café suelo contar a algún amigo una anécdota -tan breve como reveladora- rescatada del impresionante y esclarecedor libro "Galimberti-De Perón a Susana, de Montoneros a la CIA" de Larraquy-Caballero (2010). Dicen que este dirigente de la izquierda juvenil pseudo-revolucionaria tenía un auto blindado que gentilmente le había regalado en plena época sangrienta su amigo, el metalúrgico Lorenzo Miguel, personaje emblema de su combatida y odiada burocracia sindical. Cambalache total.
La movida iniciada por el Néstor Kirchner, a partir de su política básicamente justa de reinvindicación de los derechos humanos, le permitió apropiarse de cierta mística libertaria propia de los 70. Se lo dijo personalmente a un confidente: "la izquierda garpa". Busquen en las fuentes y lo hallarán. Aunque la mayoría de los políticos aglutinados alrededor de este gobierno populista estuvo escondido debajo de la cama o haciendo negocios mientras pasaba la dictadura, algunos viejos progresistas sin autocrítica se conformaron con este capitalismo de amigos prebendario (1).
¿Dónde estaba parado yo en aquel entonces? Un trabajador y estudiante 'común y silvestre' que había abandonado una corta militancia peronista cansado del verticalismo. Un joven cualquiera que veía pasar las veleidades elitistas de la izquierda dogmática o la nacionalista que se autoadjudicaban ser la vanguardia del pueblo obrero, que los miraba cagarse a tiros por la ventana, miedoso e incrédulo. Y en la vereda de enfrente, la soberbia sangrienta de los milicos, diciéndose representantes de la voluntad "de Dios y de la Patria", tan flojos de papeles, entregando al país del mismo modo que después haría el peronismo sin Perón (2).
¿Alguien puede afirmar sin ruborizarse hoy que alguna de esas dos facciones -autoritarias por donde se las mire- hubieran podido llegar al poder con el voto popular? No me interesa que alguien emparente este análisis con la desprestigiada "teoría de los dos demonios". Los dos bandos eran soberbios y estaban enloquecidos: no me convence de lo contrario ni que baje a decírmelo personalmente Jean Paul Sartre.
La única coincidencia que encuentro entre el kircherismo y la izquierda setentista a la que suele endiosar acríticamente, es el desprecio final por el destino de la gente que dicen defender. Es el peronismo clientelista que nos toca, una maquinaria política que vive de la subsistencia de los pobres archivando la justicia social que fuera su bandera alguna vez.
Este introito es para acercar nuevamente interesantes reflexiones sobre el tema en diversos artículos que seleccioné en su momento. Fidanza rescata una hipótesis abrevada en Ortega: que dentro de una generación los diferentes son en realidad parecidos, algo similar a mi repetida referencia al autoritarismo común de los dos bandos enfrentados (3). Pero el objeto es también para negarme a aceptar que los sueños de cambio que tuvo nuestra generación -que muchos conservamos en el corazón bajo formas más democráticas- quieran ser cooptados por esta caterva de políticos conservadores y mercenarios que nos gobiernan, descompuestos en el camino hacia el poder. Horanosaurus.
"Hubo un tiempo remoto y primitivo en que ser distinto equivalía a la muerte. Matar o morir. Llevamos eso grabado en el adn de la raza. Late dormido, pero marcado a fuego, en un surco de la memoria. Por eso ante lo distinto nos acecha la suma de todos los miedos. Por eso ante lo distinto regresa del fondo de los días la pulsión por aniquilar aquello que amenaza lo que soy, lo que tengo, lo que pienso. Se mata una idea, una visión, un hombre. A veces, todo eso junto". Héctor Guyot en 'Las gafas de Allende' (La Nación Enfoques 15/09/13)
(1) Hasta Rodolfo Galimberti, manso y tranquilo y ya dedicado a los grandes negocios, llegó a reconocer la suerte que tuvimos los argentinos porque su viejo líder Mario Firmenich no llegó a ser presidente. El mejor ejemplo de los desvaríos de esos ex-revolucionarios lo encontré en el libro de Ernesto Jauretche, inmerecido sobrino del gran Arturo, "No dejés que te la cuenten-Violencia política en los 70" (1997). Se los recomiendo: ni un ápice de autocrítica, veinte años después de su fracaso, suficiente tiempo para recapacitar. Podrían agregarse las declaraciones de otro ex líder montonero Roberto Perdía para promocionar sus recientes memorias: recriminó a la "clase media acomodaticia" argentina no haberlos acompañado en su lucha, omitiendo decir que las sillas de la mesa principal (vanguardista) se las reservaban sus amigos esclarecidos. Quién no cree en el voto popular es porque subestima al propio pueblo que dice defender.
(2) Cualquiera sabe que durante el menemato -con el increíble aplauso peronista y el de la más alta alcurnia liberal- se realizaron fuertes reformas económicas que no pudo siquiera infligirnos José Alfredo Martínez de Hoz durante aquella feroz dictadura. Pero las sorpresas en este rincón del mundo no terminan nunca. Recuerdo haberle dicho a un amigo durante los 90 privatizadores que después de una década vendrían candidatos peronistas que aplaudirían las reestatizaciones. No me equivoqué: en Argentina, como en Macondo, todo vuelve a suceder. ¡Si hasta el enriquecido privatizador menemista Roberto Dromi es asesor del kirchnerismo estatizador!
(3) En charlas de café suelo contar a algún amigo una anécdota -tan breve como reveladora- rescatada del impresionante y esclarecedor libro "Galimberti-De Perón a Susana, de Montoneros a la CIA" de Larraquy-Caballero (2010). Dicen que este dirigente de la izquierda juvenil pseudo-revolucionaria tenía un auto blindado que gentilmente le había regalado en plena época sangrienta su amigo, el metalúrgico Lorenzo Miguel, personaje emblema de su combatida y odiada burocracia sindical. Cambalache total.
La nostalgia tiene ideología
Por Hernán Iglesias Illa. Suplemento Sábado-En algún lugar del mundo. La Nación. 31/08/13.
Por Hernán Iglesias Illa. Suplemento Sábado-En algún lugar del mundo. La Nación. 31/08/13.
En Después de mayo, Olivier Assayas cuenta un verano de su juventud, o de un personaje
muy parecido, en la París de principios de los 70. Demasiado jóvenes para haber
participado del Mayo del 68, pero igual de intoxicados por las ganas de sacudir
el mundo, los contemporáneos de Gilles, el protagonista, deambulan endurecidos
por el maoísmo radical o el situacionismo igual de radical pero más juguetón.
Buscan una hoja de ruta que refleje sus ansiedades políticas pero también
sexuales y espirituales: los jóvenes de
fines de los 60 y principios de los 70 repudiaban
la sociedad de sus padres por conformista, consumista y conservadora, y soñaban
con derrumbarla y reemplazarla por otra.
En la
película, los personajes tienen discusiones sobre matices políticos (¿es Simón
Leys, que escribió un libro denunciando el apoyo de la izquierda francesa a
Mao, una agente encubierto de la CIA?), pero todos están de acuerdo en que la
sociedad en la que viven está podrida desde sus raíces hasta sus ramas. En un
momento, Gilles critica a su padre, guionista, como el padre de Assayas, de una
serie de TV basada en las novelas policiales de Simenon: “Tengo derecho a
despreciar la televisión que vos hacés”.
Viendo
estas escenas, que Assayas relata con cariño pero con distancia, no pude dejar
de notar que muchos de esos mismos jóvenes,
hoy ya señores y señoras mayores, recuerdan ahora aquella sociedad, la de sus
padres, como un paraíso perdido: entre 1945 y 1975, dice el relato
habitual, Europa, pero también Estados Unidos y la Argentina, vivieron sus
décadas de crecimiento dorado, con igualdad y Estado de Bienestar, antes de la
irrupción del neoliberalismo que arrasó con todo. La sociedad conformista y de ascenso social de las nuevas clases medias
universitarias, que aquellos estudiantes querían bombardear (incluso
literalmente), hoy se ha convertido en un modelo nostálgico. Esto incluye al
kirchnesrismo, para cuyo relato la Argentina era un país “próspero y equitativo”,
como lo calificó Horacio Verbitsky, antes del Rodrigazo de 1975 y la dictadura
de 1976, a pesar de que Verbitsky y sus contemporáneos de 1972 y 1973 creían
que la Argentina merecía ser sacudida hasta sus cimientos.
Lo
que quería decir era otra cosa. Hay dos
tipos de nostalgia de los ‘60s. La
progresista, que extraña el mundo económicamente homogéneo anterior a la
crisis del petróleo y la inflación de los ’70, y la conservadora, que extraña el mundo culturalmente homogéneo
anterior a la autonomía sexual, la cultura de masas y las crisis de autoridad. Cada una de esta nostalgias elige un
sacudón e ignora el otro. El progresismo celebra la creciente autonomía
individual de gays, mujeres y miembros de minorías, pero desprecia la creciente
autonomía individual de la vida económica, más cerca del mercado y más lejos
del Estado. Casi como en un espejo, un conservador típico le dio la bienvenida
a la retirada del Estado en cuestiones económicas pero protestó ante la
retirada del Estado para regular la autonomía personal, como las reformas en
divorcio, matrimonio igualitario y (no en Argentina) aborto. Progresismo: control económico, laissez
faire social. Conservadurismo: control social, laissez faire
económico.
Ambas
posturas me parecen, bien miradas, contradictorias o incompletas. La historia social de las últimas décadas,
a veces impulsadas por los gobiernos y otras veces a pesar de ellos, es una historia de mayor autonomía personal,
tanto en lo privado como en lo económico. Pelearse con una y agitar la otra
debería exigir un esfuerzo argumentativo importante. Más importante del que
normalmente recibe.
Por Eduardo Fidanza | Para LA NACION
Opinión. 31/08/13.
Aunque
no se advierta a primera vista, es probable que la transición provocada por las
elecciones signifique algo más que un recambio presidencial dentro de dos años.
Sucede que el carácter y el discurso de Cristina
Kirchner, la figura que dejará el poder, es quizás el síntoma de una generación que marcó, de un modo u
otro, nuestra historia política en las últimas décadas. Por eso, tal vez, el
crepúsculo de la Presidenta suscite una reflexión más amplia sobre el devenir
político y la vida privada de los argentinos en ese lapso.
Cuando se alude a la idea de
generación, la referencia inevitable es Ortega. Como se sabe, el español
atribuyó a los miembros de una generación ciertos rasgos típicos que los
diferencian decisivamente de las anteriores. Para el filósofo, una generación
no se agota en sus representantes más conocidos, sino que "tiene su
minoría selecta y su muchedumbre", y sus integrantes pueden adquirir
puntos de vista muy distintos que los lleven a enfrentarse como antagonistas.
Sin embargo, dirá Ortega, con prosa inconfundible, "bajo la más violenta
contraposición de los pro y los anti descubre fácilmente la mirada una común
filigrana". Se trata de hombres de
su tiempo que a fuerza de diferenciarse se parecen más todavía.
Pero
antes que a la filosofía o la sociología, las generaciones pertenecen a la
experiencia común que expresa el devenir de las familias. La sucesión de
abuelo, padre, hijo, nieto es la secuencia en la que se tejen las más sublimes
y terribles historias. La herencia, el mandato, la maldición son adjetivos que
se aplican a las sagas familiares y que marcan, bajo la forma de carga opresiva
o confianza filial, la vida de los individuos. La literatura y el cine han
mostrado a su vez, con la fuerza de las metáforas, la influencia de las épocas
y sus dramas en la vida de las generaciones familiares. Novelas como Los Buddenbrook,
de Thomas Mann, y La marcha Radetzky, de Joseph Roth, o películas como
Sunshine, de István Szabó, son conmovedoras expresiones de este fenómeno.
Introducirse en ellas eriza la piel: reflejan el cruce dramático de las
historias pública e íntima, que condiciona nuestros logros y fracasos como
personas privadas y ciudadanos.
Sugiero ubicar el fin de ciclo de
Cristina en este marco,
porque su tiempo agitó la vida pública y privada. No se trata, en rigor, de su
persona, sino de los rasgos de una época que acaso esté llegando a su fin. Convencidos idealistas o impostores, los
Kirchner contribuyeron a restaurar mitos y símbolos de los 70,
reivindicando la rebelión contra la concepción política y económica de las
dictaduras militares.
Esta
restauración significó revitalizar las
premisas de la generación del 70. No se trató de nada nuevo: su modelo
proviene de las religiones de salvación y de su heredero secularizado, el racionalismo revolucionario. Consiste
en creer, en primer lugar, que se puede poseer la única verdad; en segundo
lugar, que esa verdad ordena los hechos y les otorga sentido; en tercer lugar,
que debe combatirse sin cuartel a los que piensan distinto porque representan
el error o el mal.
Una
operación complementaria caracterizó la restauración kirchnerista: la manipulación de la memoria. Reivindicar
una parte de la historia significó invalidar la otra. Afirmar ciertas voces
como verdaderas convirtió las alternativas en disidentes. Y provocó una
respuesta especular que parece darle la razón a Ortega: dentro de una misma
generación los diferentes son, en realidad, muy parecidos. Así, a las
apologías del montonerismo se les opusieron amenazantes "huevos de la
serpiente", con reivindicaciones de Videla y la dictadura militar.
Pero el presente nunca reproduce
el pasado. Como
se ha señalado, parafraseando a Marx, la tragedia puede regresar como farsa. Si
eso les sucedió al kirchnerismo y su década, debe agregarse, para ser justos,
que también tuvo lugar un amplio debate, plasmado en libros y artículos, sobre
la época en que las cuestiones políticas se dirimían a tiros. Con honestidad
intelectual, y diversos grados de lucidez, se buscaron explicaciones, se
asumieron culpas, se propusieron caminos de superación. La izquierda fue
ejemplar en esto, basta con ver sus testimonios; la derecha aún está en falta.
Esa amplia bibliografía es, en cierta forma, la elaboración de un duelo y la
conclusión de una época.
Tengo la impresión de que la
generación del 70 prepara las valijas.
Empieza a despedirse con Cristina y sus detractores. Las luchas y
preocupaciones de su época ya no son las de este tiempo. El afán de salvación,
el sectarismo, la violencia, un modo de concebir los ideales perdieron
centralidad. Asoman nuevos liderazgos y se enfrentan otros problemas. La tecnología
domina la escena, la imagen supera al concepto; el éxito se desembarazó del
mérito, la política erradicó la muerte.
Pronto
la memoria de los 70 se convertirá en historia. Esperemos que a los
contemporáneos les sirva su legado. Porque, como creía Ortega, cada generación
enfrenta un doble trabajo: recibir lo vivido y dejar fluir su propia
espontaneidad.
De Gorriarán Merlo a Vergés, ¿cómo no creer en la Teoría de los 2 Demonios?
Probablemente Ceferino Reato no se haya propuesto algo semejante, pero su relato sobre la violencia y contraviolencia en la Córdoba de 1975 (“¡Viva la sangre!”) obliga a darle actualidad a la teoría de los dos demonios que tanto menosprecia el ladri-progresismo que en breve dejará de gobernar la Argentina, y entonces podrá recuperarse la revisión profunda y equilibrada de la historia reciente. Pero Reato hace otra contribución a esa tarea. Por Edgar Mainhard. Urgente 24-21/09/13.
BONUS TRACK
De Gorriarán Merlo a Vergés, ¿cómo no creer en la Teoría de los 2 Demonios?
Probablemente Ceferino Reato no se haya propuesto algo semejante, pero su relato sobre la violencia y contraviolencia en la Córdoba de 1975 (“¡Viva la sangre!”) obliga a darle actualidad a la teoría de los dos demonios que tanto menosprecia el ladri-progresismo que en breve dejará de gobernar la Argentina, y entonces podrá recuperarse la revisión profunda y equilibrada de la historia reciente. Pero Reato hace otra contribución a esa tarea. Por Edgar Mainhard. Urgente 24-21/09/13.
BONUS TRACK
Por
Jorge Fernández Díaz. La Nación Domingo 12/02/17.
"Desde
octubre de 1975, bajo el gobierno de Isabel Perón, nosotros sabíamos que se
gestaba un golpe militar para marzo del año siguiente. No tratamos de impedirlo
porque al fin y al cabo formaba parte de la lucha interna del movimiento
peronista." La frase pertenece a Firmenich, es una admisión pública de que
la conducción de "la juventud maravillosa" prefería los militares de
la dictadura a la represión ilegal de su propio partido y también de que hasta
entonces los 70 eran leídos principalmente como una monstruosa interna armada
entre "compañeros". Se trata de una confesión periodística, y por lo
tanto algunos kirchneristas folklóricos podrían aducir que es otra mentira de
la prensa hegemónica. Hay un problema: el periodista que entrevistó entonces a
Firmenich era Gabriel García Márquez, y consta en la página 106 de su libro Por
la libre.
La
flagrante falsificación de la historia de aquellos años fue anterior al
kirchnerismo, y en esa operación cultural de la negación estuvimos casi todos
involucrados. Mi generación anhelaba el enjuiciamiento de los terroristas de
Estado que a partir de 1976 habían organizado una cacería repugnante, y fue
entonces porosa a la idea de no revolver la prehistoria para no justificar a
los represores, cuyo plan sistemático ya está en los anales de la aberración
universal. Raúl Alfonsín, con su mira en la gobernabilidad, tampoco quiso ir a
fondo con las responsabilidades que le tocaron al peronismo. Cualquier crítica
a la guerrilla era galvanizada bajo el insulto de "la teoría de los dos
demonios", y así fue como con el correr de los años se instaló una serie
de mentiras inconmovibles: Perón nada tuvo que ver con la Triple A ni con la
criminal escalada contra la izquierda peronista, y murió perdonando a los que
mataron a Rucci; las acciones de su secretario privado, su esposa y sus
amanuenses sindicales y políticos fueron independientes, fruto de sus propias
iniciativas. Y los setentistas eran pibes tiernos que dieron su vida para
cambiar el mundo y además lumbreras de la política nacional.
Durante
doce años, los Kirchner no hicieron más que montar una siniestra glorificación
de aquella "gesta", mientras impulsaban algo necesario: el castigo
judicial a los responsables del Proceso. Hoy la inmensa mayoría de esos
jerarcas están condenados y asoma por primera vez la posibilidad de un
revisionismo sin miedos ni prohibiciones.
Marcelo
Larraquy, un historiador incontaminado de cualquier narrativa de encubrimiento,
prepara un libro monumental sobre la violencia política y ya anticipó en “Los 70, una historia violenta” algunos
datos que habían sido cuidadosamente sustraídos de la memoria. No sólo
demuestra las demenciales y homicidas faenas de la JP montonera y las ideas
calamitosas de una camada que siempre se ha autoproclamado como la más brillante
del siglo XX, sino que pone el dedo en la llaga al recordarnos qué hizo Perón
cuando se le rebelaron.
La
primera reacción ocurrió el 1º de octubre de 1973. Dictado por su propio líder,
el Consejo Nacional del PJ elaboró un documento que decía: "El Movimiento
Justicialista entra en estado de movilización de todos sus elementos humanos y
materiales para enfrentar esta guerra. Debe excluirse de los locales
partidarios a todos aquellos que se manifiesten en cualquier modo vinculados al
marxismo. En todos los distritos se organizará un sistema de inteligencia al
servicio de esta lucha". Quien firmaba el texto era a un mismo tiempo
presidente electo y máxima autoridad del órgano partidario.
A
partir de su directiva comenzó un impiadoso operativo de "depuración",
que consistió en una feroz persecución de los
"infiltrados". Perón obligó al justicialismo a entrar en combate
y delación, dio luz verde para que el sindicalismo ortodoxo hiciera
"tronar el escarmiento" y batallara a sangre y fuego al gremialismo
clasista en las fábricas, instruyó a López Rega para que armara un grupo
parapolicial dentro del Estado; le dio amplios poderes al comisario Alberto
Villar, que llevaría a cabo la represión ilegal, y ascendió a los hombres
fundamentales de lo que sería la Triple A. Enseguida sobrevendrían la primera
lista de "condenados" a muerte y los atentados con metralleta y
explosivos, y una serie de golpes destituyentes a gobernadores legalmente
elegidos en las urnas, pero con simpatías por la Tendencia Revolucionaria: Buenos
Aires, Córdoba, Mendoza, Salta y Santa Cruz.
Perón
tampoco se guardaba nada. Les dijo a sus militantes que no debían permitir que
se introdujeran ideologías y doctrinas "totalmente extrañas a nuestra
manera de sentir": "¿Qué hacen en el justicialismo? Porque si yo
fuera comunista me voy al Partido Comunista y no me quedo ni en el Partido ni
el Movimiento". A esa altura, el General no hacía distingos entre el ERP y
Montoneros. Envió al Congreso una reforma del Código Penal para endurecer las
penas contra la "subversión", superando incluso la severidad de la
dictadura de Lanusse. "A la lucha, y yo soy técnico en eso, no hay nada
que hacer más que imponerle y enfrentarla con la lucha -dijo Perón-. Nosotros,
desgraciadamente, tenemos que actuar dentro de la ley, porque si en este
momento no tuviéramos que actuar dentro de la ley ya lo habríamos terminado en
una semana... Pero si no contamos con la ley, entonces tendremos que salirnos
de la ley y sancionar en forma directa, como hacen ellos... Porque formo una
fuerza suficiente, lo voy a buscar a usted y lo mato. Si no tenemos la ley, el
camino será otro. Y les aseguro que puestos a enfrentar la violencia con la
violencia, nosotros tenemos más medios para aplastarla, y lo haremos a
cualquier precio."
Por
televisión, Perón pronuncia en esos días la palabra "aniquilación".
Luego dice: "La decisión soberana de las grandes mayorías nacionales de
protagonizar una revolución en paz y el repudio unánime de la ciudadanía harán
que el reducido número de psicópatas que va quedando sea exterminado uno a uno
para el bien de la República".
El
mensaje hacia adentro y hacia afuera no podía ser más contundente. Bandas
compuestas por policías y delincuentes comunes, pesados de la GGT y las 62
Organizaciones, y dirigentes justicialistas de grueso calibre actuaban bajo las
consignas del momento: macartismo, espionaje, purga, guerra, exterminio y
aniquilamiento. La crónica de esos sucesos se entrelaza con la carnicería
montonera, que vengaba cada muerto con fusilamientos y bombas. Los setentistas,
a posteriori, intentaron dos camelos: separar a Perón de la persecución ilegal
presentándolo como un hombre enfermo y manipulable, y luego relativizar la
inquina que les había tomado. Es que pretendían seguir usufructuando el mito, y
verdaderamente lo lograron, a pesar de toda evidencia. Perón tuvo lucidez plena
hasta tres días antes de su muerte, expiró odiando con toda su alma a los
"estúpidos e imberbes" y dejó como misión borrarlos del mapa. No otra
cosa hicieron su viuda y su secretario, que continuaron su política.
Los
conceptos públicos de Perón serían luego utilizados y perfeccionados por las
Fuerzas Armadas. Montoneros no hizo nada para frenar el golpe; por lo tanto,
también fue cómplice de la noche más larga y oscura. El justicialismo cometió
crímenes de lesa humanidad, que nadie se atrevió a juzgar: hubo en ese período
cerca de mil desaparecidos y más de mil quinientos muertos, y el financiamiento
de esa masacre surgió del erario. Casi todos son culpables en esta historia de
clisés e infames falacias que nadie quiere volver a escuchar.
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