viernes, 13 de septiembre de 2013

Los 70 en la Argentina III



Pareciera que en nuestro país nunca terminará de lograrse una opinión general equilibrada y consolidada sobre una de las tantas locuras que vivimos los argentinos: la utopía revolucionaria de los años 70 y la represión diabólica de los militares golpistas. Debido a los tiempos políticos particulares que vivimos, sigo encontrando en los medios de comunicación alusiones a aquella época que quiso ser idealista y solo fue un desastre, un campo de exterminio de gente rabiosa y soberbia, que ignoraba los intereses de las mayorías.

La movida iniciada por el Néstor Kirchner, a partir de su política básicamente justa de reinvindicación de los derechos humanos, le permitió apropiarse de cierta mística libertaria propia de los 70. Se lo dijo personalmente a un confidente: "la izquierda garpa". Busquen en las fuentes y lo hallarán. Aunque la mayoría de los políticos aglutinados alrededor de este gobierno populista estuvo escondido debajo de la cama o haciendo negocios mientras pasaba la dictadura, algunos viejos progresistas sin autocrítica se conformaron con este capitalismo de amigos prebendario (1).

¿Dónde estaba parado yo en aquel entonces? Un trabajador y estudiante 'común y silvestre' que había abandonado una corta militancia peronista cansado del verticalismo. Un joven cualquiera que veía pasar las veleidades elitistas de la izquierda dogmática o la nacionalista que se autoadjudicaban ser la vanguardia del pueblo obrero, que los miraba cagarse a tiros por la ventana, miedoso e incrédulo. Y en la vereda de enfrente, la soberbia sangrienta de los milicos, diciéndose representantes de la voluntad "de Dios y de la Patria", tan flojos de papeles, entregando al país del mismo modo que después haría el peronismo sin Perón (2).

¿Alguien puede afirmar sin ruborizarse hoy que alguna de esas dos facciones -autoritarias por donde se las mire- hubieran podido llegar al poder con el voto popular? No me interesa que alguien emparente este análisis con la desprestigiada "teoría de los dos demonios". Los dos bandos eran soberbios y estaban enloquecidos: no me convence de lo contrario ni que baje a decírmelo personalmente Jean Paul Sartre.

La única coincidencia que encuentro entre el kircherismo y la izquierda setentista a la que suele endiosar acríticamente, es el desprecio final por el destino de la gente que dicen defender. Es el peronismo clientelista que nos toca, una maquinaria política que vive de la subsistencia de los pobres archivando la justicia social que fuera su bandera alguna vez.

Este introito es para acercar nuevamente interesantes reflexiones sobre el tema en diversos artículos que seleccioné en su momento. Fidanza rescata una hipótesis abrevada en Ortega: que dentro de una generación los diferentes son en realidad parecidos, algo similar a mi repetida referencia al autoritarismo común de los dos bandos enfrentados (3). Pero el objeto es también para negarme a aceptar que los sueños de cambio que tuvo nuestra generación -que muchos conservamos en el corazón bajo formas más democráticas- quieran ser cooptados por esta caterva de políticos conservadores y mercenarios que nos gobiernan, descompuestos en el camino hacia el poder. Horanosaurus.

"Hubo un tiempo remoto y primitivo en que ser distinto equivalía a la muerte. Matar o morir. Llevamos eso grabado en el adn de la raza. Late dormido, pero marcado a fuego, en un surco de la memoria. Por eso ante lo distinto nos acecha la suma de todos los miedos. Por eso ante lo distinto regresa del fondo de los días la pulsión por aniquilar aquello que amenaza lo que soy, lo que tengo, lo que pienso. Se mata una idea, una visión, un hombre. A veces, todo eso junto". Héctor Guyot en 'Las gafas de Allende' (La Nación Enfoques 15/09/13)


(1) Hasta Rodolfo Galimberti, manso y tranquilo y ya dedicado a los grandes negocios, llegó a reconocer la suerte que tuvimos los argentinos porque su viejo líder Mario Firmenich no llegó a ser presidente. El mejor ejemplo de los desvaríos de esos ex-revolucionarios lo encontré en el libro de Ernesto Jauretche, inmerecido sobrino del gran Arturo, "No dejés que te la cuenten-Violencia política en los 70" (1997). Se los recomiendo: ni un ápice de autocrítica, veinte años después de su fracaso, suficiente tiempo para recapacitar. Podrían agregarse las declaraciones de otro ex líder montonero Roberto Perdía para promocionar sus recientes memorias: recriminó a la "clase media acomodaticia" argentina no haberlos acompañado en su lucha, omitiendo decir que las sillas de la mesa principal (vanguardista) se las reservaban sus amigos esclarecidos. Quién no cree en el voto popular es porque subestima al propio pueblo que dice defender.


(2) Cualquiera sabe que durante el menemato -con el increíble aplauso peronista y el de la más alta alcurnia liberal- se realizaron fuertes reformas económicas que no pudo siquiera infligirnos José Alfredo Martínez de Hoz durante aquella feroz dictadura. Pero las sorpresas en este rincón del mundo no terminan nunca. Recuerdo haberle dicho a un amigo durante los 90 privatizadores que después de una década vendrían candidatos peronistas que aplaudirían las reestatizaciones.  No me equivoqué: en Argentina, como en Macondo, todo vuelve a suceder. ¡Si hasta el enriquecido privatizador menemista Roberto Dromi es asesor del kirchnerismo estatizador!

(3) En charlas de café suelo contar a algún amigo una anécdota -tan breve como reveladora- rescatada del impresionante y esclarecedor libro "Galimberti-De Perón a Susana, de Montoneros a la CIA" de Larraquy-Caballero (2010). Dicen que este dirigente de la izquierda juvenil pseudo-revolucionaria tenía un auto blindado que gentilmente le había regalado en plena época sangrienta su amigo, el metalúrgico Lorenzo Miguel, personaje emblema de su combatida y odiada burocracia sindical. Cambalache total.


La nostalgia tiene ideología

Por Hernán Iglesias Illa. Suplemento Sábado-En algún lugar del mundo. La Nación. 31/08/13.

En Después de mayo, Olivier Assayas cuenta un verano de su juventud, o de un personaje muy parecido, en la París de principios de los 70. Demasiado jóvenes para haber participado del Mayo del 68, pero igual de intoxicados por las ganas de sacudir el mundo, los contemporáneos de Gilles, el protagonista, deambulan endurecidos por el maoísmo radical o el situacionismo igual de radical pero más juguetón. Buscan una hoja de ruta que refleje sus ansiedades políticas pero también sexuales y espirituales: los jóvenes de fines de los 60 y principios de los 70 repudiaban la sociedad de sus padres por conformista, consumista y conservadora, y soñaban con derrumbarla y reemplazarla por otra.

En la película, los personajes tienen discusiones sobre matices políticos (¿es Simón Leys, que escribió un libro denunciando el apoyo de la izquierda francesa a Mao, una agente encubierto de la CIA?), pero todos están de acuerdo en que la sociedad en la que viven está podrida desde sus raíces hasta sus ramas. En un momento, Gilles critica a su padre, guionista, como el padre de Assayas, de una serie de TV basada en las novelas policiales de Simenon: “Tengo derecho a despreciar la televisión que vos hacés”.

Viendo estas escenas, que Assayas relata con cariño pero con distancia, no pude dejar de notar que muchos de esos mismos jóvenes, hoy ya señores y señoras mayores, recuerdan ahora aquella sociedad, la de sus padres, como un paraíso perdido: entre 1945 y 1975, dice el relato habitual, Europa, pero también Estados Unidos y la Argentina, vivieron sus décadas de crecimiento dorado, con igualdad y Estado de Bienestar, antes de la irrupción del neoliberalismo que arrasó con todo. La sociedad conformista y de ascenso social de las nuevas clases medias universitarias, que aquellos estudiantes querían bombardear (incluso literalmente), hoy se ha convertido en un modelo nostálgico. Esto incluye al kirchnesrismo, para cuyo relato la Argentina era un país “próspero y equitativo”, como lo calificó Horacio Verbitsky, antes del Rodrigazo de 1975 y la dictadura de 1976, a pesar de que Verbitsky y sus contemporáneos de 1972 y 1973 creían que la Argentina merecía ser sacudida hasta sus cimientos.

Lo que quería decir era otra cosa. Hay dos tipos de nostalgia de los ‘60s. La progresista, que extraña el mundo económicamente homogéneo anterior a la crisis del petróleo y la inflación de los ’70, y la conservadora, que extraña el mundo culturalmente homogéneo anterior a la autonomía sexual, la cultura de masas y las crisis de autoridad. Cada una de esta nostalgias elige un sacudón e ignora el otro. El progresismo celebra la creciente autonomía individual de gays, mujeres y miembros de minorías, pero desprecia la creciente autonomía individual de la vida económica, más cerca del mercado y más lejos del Estado. Casi como en un espejo, un conservador típico le dio la bienvenida a la retirada del Estado en cuestiones económicas pero protestó ante la retirada del Estado para regular la autonomía personal, como las reformas en divorcio, matrimonio igualitario y (no en Argentina) aborto. Progresismo: control económico, laissez faire social. Conservadurismo: control social, laissez faire económico.

Ambas posturas me parecen, bien miradas, contradictorias o incompletas. La historia social de las últimas décadas, a veces impulsadas por los gobiernos y otras veces a pesar de ellos, es una historia de mayor autonomía personal, tanto en lo privado como en lo económico. Pelearse con una y agitar la otra debería exigir un esfuerzo argumentativo importante. Más importante del que normalmente recibe.

Por Eduardo Fidanza  | Para LA NACION Opinión. 31/08/13.

Aunque no se advierta a primera vista, es probable que la transición provocada por las elecciones signifique algo más que un recambio presidencial dentro de dos años. Sucede que el carácter y el discurso de Cristina Kirchner, la figura que dejará el poder, es quizás el síntoma de una generación que marcó, de un modo u otro, nuestra historia política en las últimas décadas. Por eso, tal vez, el crepúsculo de la Presidenta suscite una reflexión más amplia sobre el devenir político y la vida privada de los argentinos en ese lapso.

Cuando se alude a la idea de generación, la referencia inevitable es Ortega. Como se sabe, el español atribuyó a los miembros de una generación ciertos rasgos típicos que los diferencian decisivamente de las anteriores. Para el filósofo, una generación no se agota en sus representantes más conocidos, sino que "tiene su minoría selecta y su muchedumbre", y sus integrantes pueden adquirir puntos de vista muy distintos que los lleven a enfrentarse como antagonistas. Sin embargo, dirá Ortega, con prosa inconfundible, "bajo la más violenta contraposición de los pro y los anti descubre fácilmente la mirada una común filigrana". Se trata de hombres de su tiempo que a fuerza de diferenciarse se parecen más todavía.

Pero antes que a la filosofía o la sociología, las generaciones pertenecen a la experiencia común que expresa el devenir de las familias. La sucesión de abuelo, padre, hijo, nieto es la secuencia en la que se tejen las más sublimes y terribles historias. La herencia, el mandato, la maldición son adjetivos que se aplican a las sagas familiares y que marcan, bajo la forma de carga opresiva o confianza filial, la vida de los individuos. La literatura y el cine han mostrado a su vez, con la fuerza de las metáforas, la influencia de las épocas y sus dramas en la vida de las generaciones familiares. Novelas como Los Buddenbrook, de Thomas Mann, y La marcha Radetzky, de Joseph Roth, o películas como Sunshine, de István Szabó, son conmovedoras expresiones de este fenómeno. Introducirse en ellas eriza la piel: reflejan el cruce dramático de las historias pública e íntima, que condiciona nuestros logros y fracasos como personas privadas y ciudadanos.

Sugiero ubicar el fin de ciclo de Cristina en este marco, porque su tiempo agitó la vida pública y privada. No se trata, en rigor, de su persona, sino de los rasgos de una época que acaso esté llegando a su fin. Convencidos idealistas o impostores, los Kirchner contribuyeron a restaurar mitos y símbolos de los 70, reivindicando la rebelión contra la concepción política y económica de las dictaduras militares.

Esta restauración significó revitalizar las premisas de la generación del 70. No se trató de nada nuevo: su modelo proviene de las religiones de salvación y de su heredero secularizado, el racionalismo revolucionario. Consiste en creer, en primer lugar, que se puede poseer la única verdad; en segundo lugar, que esa verdad ordena los hechos y les otorga sentido; en tercer lugar, que debe combatirse sin cuartel a los que piensan distinto porque representan el error o el mal.

Una operación complementaria caracterizó la restauración kirchnerista: la manipulación de la memoria. Reivindicar una parte de la historia significó invalidar la otra. Afirmar ciertas voces como verdaderas convirtió las alternativas en disidentes. Y provocó una respuesta especular que parece darle la razón a Ortega: dentro de una misma generación los diferentes son, en realidad, muy parecidos. Así, a las apologías del montonerismo se les opusieron amenazantes "huevos de la serpiente", con reivindicaciones de Videla y la dictadura militar.

Pero el presente nunca reproduce el pasado. Como se ha señalado, parafraseando a Marx, la tragedia puede regresar como farsa. Si eso les sucedió al kirchnerismo y su década, debe agregarse, para ser justos, que también tuvo lugar un amplio debate, plasmado en libros y artículos, sobre la época en que las cuestiones políticas se dirimían a tiros. Con honestidad intelectual, y diversos grados de lucidez, se buscaron explicaciones, se asumieron culpas, se propusieron caminos de superación. La izquierda fue ejemplar en esto, basta con ver sus testimonios; la derecha aún está en falta. Esa amplia bibliografía es, en cierta forma, la elaboración de un duelo y la conclusión de una época.

Tengo la impresión de que la generación del 70 prepara las valijas. Empieza a despedirse con Cristina y sus detractores. Las luchas y preocupaciones de su época ya no son las de este tiempo. El afán de salvación, el sectarismo, la violencia, un modo de concebir los ideales perdieron centralidad. Asoman nuevos liderazgos y se enfrentan otros problemas. La tecnología domina la escena, la imagen supera al concepto; el éxito se desembarazó del mérito, la política erradicó la muerte.

Pronto la memoria de los 70 se convertirá en historia. Esperemos que a los contemporáneos les sirva su legado. Porque, como creía Ortega, cada generación enfrenta un doble trabajo: recibir lo vivido y dejar fluir su propia espontaneidad.

De Gorriarán Merlo a Vergés, ¿cómo no creer en la Teoría de los 2 Demonios?


Probablemente Ceferino Reato no se haya propuesto algo semejante, pero su relato sobre la violencia y contraviolencia en la Córdoba de 1975 (“¡Viva la sangre!”) obliga a darle actualidad a la teoría de los dos demonios que tanto menosprecia el ladri-progresismo que en breve dejará de gobernar la Argentina, y entonces podrá recuperarse la revisión profunda y equilibrada de la historia reciente. Pero Reato hace otra contribución a esa tarea. Por Edgar Mainhard. Urgente 24-21/09/13.



BONUS TRACK


Por Jorge Fernández Díaz. La Nación Domingo 12/02/17.

"Desde octubre de 1975, bajo el gobierno de Isabel Perón, nosotros sabíamos que se gestaba un golpe militar para marzo del año siguiente. No tratamos de impedirlo porque al fin y al cabo formaba parte de la lucha interna del movimiento peronista." La frase pertenece a Firmenich, es una admisión pública de que la conducción de "la juventud maravillosa" prefería los militares de la dictadura a la represión ilegal de su propio partido y también de que hasta entonces los 70 eran leídos principalmente como una monstruosa interna armada entre "compañeros". Se trata de una confesión periodística, y por lo tanto algunos kirchneristas folklóricos podrían aducir que es otra mentira de la prensa hegemónica. Hay un problema: el periodista que entrevistó entonces a Firmenich era Gabriel García Márquez, y consta en la página 106 de su libro Por la libre.

La flagrante falsificación de la historia de aquellos años fue anterior al kirchnerismo, y en esa operación cultural de la negación estuvimos casi todos involucrados. Mi generación anhelaba el enjuiciamiento de los terroristas de Estado que a partir de 1976 habían organizado una cacería repugnante, y fue entonces porosa a la idea de no revolver la prehistoria para no justificar a los represores, cuyo plan sistemático ya está en los anales de la aberración universal. Raúl Alfonsín, con su mira en la gobernabilidad, tampoco quiso ir a fondo con las responsabilidades que le tocaron al peronismo. Cualquier crítica a la guerrilla era galvanizada bajo el insulto de "la teoría de los dos demonios", y así fue como con el correr de los años se instaló una serie de mentiras inconmovibles: Perón nada tuvo que ver con la Triple A ni con la criminal escalada contra la izquierda peronista, y murió perdonando a los que mataron a Rucci; las acciones de su secretario privado, su esposa y sus amanuenses sindicales y políticos fueron independientes, fruto de sus propias iniciativas. Y los setentistas eran pibes tiernos que dieron su vida para cambiar el mundo y además lumbreras de la política nacional.

Durante doce años, los Kirchner no hicieron más que montar una siniestra glorificación de aquella "gesta", mientras impulsaban algo necesario: el castigo judicial a los responsables del Proceso. Hoy la inmensa mayoría de esos jerarcas están condenados y asoma por primera vez la posibilidad de un revisionismo sin miedos ni prohibiciones.

Marcelo Larraquy, un historiador incontaminado de cualquier narrativa de encubrimiento, prepara un libro monumental sobre la violencia política y ya anticipó en Los 70, una historia violenta” algunos datos que habían sido cuidadosamente sustraídos de la memoria. No sólo demuestra las demenciales y homicidas faenas de la JP montonera y las ideas calamitosas de una camada que siempre se ha autoproclamado como la más brillante del siglo XX, sino que pone el dedo en la llaga al recordarnos qué hizo Perón cuando se le rebelaron.

La primera reacción ocurrió el 1º de octubre de 1973. Dictado por su propio líder, el Consejo Nacional del PJ elaboró un documento que decía: "El Movimiento Justicialista entra en estado de movilización de todos sus elementos humanos y materiales para enfrentar esta guerra. Debe excluirse de los locales partidarios a todos aquellos que se manifiesten en cualquier modo vinculados al marxismo. En todos los distritos se organizará un sistema de inteligencia al servicio de esta lucha". Quien firmaba el texto era a un mismo tiempo presidente electo y máxima autoridad del órgano partidario.

A partir de su directiva comenzó un impiadoso operativo de "depuración", que consistió en una feroz persecución de los "infiltrados". Perón obligó al justicialismo a entrar en combate y delación, dio luz verde para que el sindicalismo ortodoxo hiciera "tronar el escarmiento" y batallara a sangre y fuego al gremialismo clasista en las fábricas, instruyó a López Rega para que armara un grupo parapolicial dentro del Estado; le dio amplios poderes al comisario Alberto Villar, que llevaría a cabo la represión ilegal, y ascendió a los hombres fundamentales de lo que sería la Triple A. Enseguida sobrevendrían la primera lista de "condenados" a muerte y los atentados con metralleta y explosivos, y una serie de golpes destituyentes a gobernadores legalmente elegidos en las urnas, pero con simpatías por la Tendencia Revolucionaria: Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Salta y Santa Cruz.

Perón tampoco se guardaba nada. Les dijo a sus militantes que no debían permitir que se introdujeran ideologías y doctrinas "totalmente extrañas a nuestra manera de sentir": "¿Qué hacen en el justicialismo? Porque si yo fuera comunista me voy al Partido Comunista y no me quedo ni en el Partido ni el Movimiento". A esa altura, el General no hacía distingos entre el ERP y Montoneros. Envió al Congreso una reforma del Código Penal para endurecer las penas contra la "subversión", superando incluso la severidad de la dictadura de Lanusse. "A la lucha, y yo soy técnico en eso, no hay nada que hacer más que imponerle y enfrentarla con la lucha -dijo Perón-. Nosotros, desgraciadamente, tenemos que actuar dentro de la ley, porque si en este momento no tuviéramos que actuar dentro de la ley ya lo habríamos terminado en una semana... Pero si no contamos con la ley, entonces tendremos que salirnos de la ley y sancionar en forma directa, como hacen ellos... Porque formo una fuerza suficiente, lo voy a buscar a usted y lo mato. Si no tenemos la ley, el camino será otro. Y les aseguro que puestos a enfrentar la violencia con la violencia, nosotros tenemos más medios para aplastarla, y lo haremos a cualquier precio."

Por televisión, Perón pronuncia en esos días la palabra "aniquilación". Luego dice: "La decisión soberana de las grandes mayorías nacionales de protagonizar una revolución en paz y el repudio unánime de la ciudadanía harán que el reducido número de psicópatas que va quedando sea exterminado uno a uno para el bien de la República".

El mensaje hacia adentro y hacia afuera no podía ser más contundente. Bandas compuestas por policías y delincuentes comunes, pesados de la GGT y las 62 Organizaciones, y dirigentes justicialistas de grueso calibre actuaban bajo las consignas del momento: macartismo, espionaje, purga, guerra, exterminio y aniquilamiento. La crónica de esos sucesos se entrelaza con la carnicería montonera, que vengaba cada muerto con fusilamientos y bombas. Los setentistas, a posteriori, intentaron dos camelos: separar a Perón de la persecución ilegal presentándolo como un hombre enfermo y manipulable, y luego relativizar la inquina que les había tomado. Es que pretendían seguir usufructuando el mito, y verdaderamente lo lograron, a pesar de toda evidencia. Perón tuvo lucidez plena hasta tres días antes de su muerte, expiró odiando con toda su alma a los "estúpidos e imberbes" y dejó como misión borrarlos del mapa. No otra cosa hicieron su viuda y su secretario, que continuaron su política.

Los conceptos públicos de Perón serían luego utilizados y perfeccionados por las Fuerzas Armadas. Montoneros no hizo nada para frenar el golpe; por lo tanto, también fue cómplice de la noche más larga y oscura. El justicialismo cometió crímenes de lesa humanidad, que nadie se atrevió a juzgar: hubo en ese período cerca de mil desaparecidos y más de mil quinientos muertos, y el financiamiento de esa masacre surgió del erario. Casi todos son culpables en esta historia de clisés e infames falacias que nadie quiere volver a escuchar.
  


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