martes, 25 de diciembre de 2012

Saqueos kirchneristas



Acá van cuatro de los artículos que he leído durante estos días que mejor me parece han reflejado los lamentables acontecimientos de este diciembre: 290 negocios saqueados en 40 ciudades argentinas. 'Cortando y pegando' sus frases y desechando algunas, armaría mi artículo perfecto. 

Después, en "Pobreza y crisis de contención social", imperdibles interpretaciones de un conjunto de encuestadores y analistas, creo que todos con título universitario, lo cual vuelve increíbles algunos párrafos. Uds. sabrán quien es quien y a que patrón sirven. Abajo de todo, mi propia lectura, añorando al general Perón y propiciando en vano un nuevo "que se vayan todos". Horanosaurus.
Por Daniel Juri. Clarín 22/12/12. La clase política gobernante no deja de dar sorpresas. Y eso que Aníbal Fernández todavía no abrió la boca (debe estar de vacaciones). Desde que sonó el primer piedrazo contra una vidriera de la apacible Bariloche, la única preocupación del kirchnerismo fue encontrar una cabeza visible para exponerla en una pica en Plaza de Mayo.

Fue todo en cuestión de horas: rompió lanzas el gobernador de Río Negro, Alberto Weretilneck, que llegó a hablar hasta de narcotraficantes detrás de los saqueos. En paralelo, su rival interno en la provincia, el senador Miguel Angel Pichetto, se fue al otro extremo. Habló de anarquistas, la extrema izquierda y de una nueva categoría social: el “indigenismo duro”. No se sabe a qué se refería, pero al menos, su actitud macartista frente a lo que el kirchnerismo gusta en llamar pueblos originarios dio la tranquilidad de volver a encontrarse con el Pichetto de siempre, el de los años noventa, el Pichetto menemista.

Algunos intendentes –de Gobernador Gálvez, San Fernando– optaron por hablar de delincuentes. Ciudadoso como siempre, el gobernador Daniel Scioli fue más sutil: se refirió solo a “vándalos” y evitó dar nombres propios. Eso, claro, hasta que entró en escena el inefable Sergio Berni, que le apuntó a Hugo Moyano. Y enseguida se subió a ese colectivo el propio jefe de los ministros, Juan Manuel Abal Medina, quien fue por más: Moyano, Barrionuevo y Micheli, como instigadores. 

Pero no sólo eso: Abal Medina se ocupó en remarcar que quienes saquean “se llevaban plasmas y no comida”. Y entonces surge una pregunta: ¿su licenciatura en Ciencias Políticas con diploma de honor y medalla de oro no le permite ir más allá y hacer otro análisis más que ese?. Y otra: ¿su carné de progresista habilita a este tipo de análisis? Algo similar dijo Scioli –que no estudió Ciencias Políticas ni se dice progresista– pero es nada menos que el gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Poco importa si esa gente se robó un plasma –o dos, o tres– para venderlo, cortarlo en pedacitos y servírselo a sus hijos en la cena navideña o para sentarse cómodamente a ver a Tinelli. Lo que importa es por qué esa gente está rompiendo vidrieras y robando plasmas. Lo que debería una dirigencia responsable es preguntarse si no será que esa gente preferirá tener acceso al trabajo y la educación antes que estar rompiendo vidrieras. Si esos chicos de no más de diez años corriendo con su botín por las calles del Conurbano no están en el lugar equivocado.

Y más que buscar instigadores –que siempre los hay– debería buscar las razones de ese caldo de cultivo que empezó a ebullir en distintos puntos del país. Pero el relato oficial está ocupado en otras cosas: en perseguir a los medios y sus periodistas, en expropiar la Rural y hacerle sentir el merecido castigo de Zeus a la “puta oligarquía” o en armar una gesta patriótica con el regreso de la Fragata Libertad, tras la ineficiencia diplomática que permitió que los fondos buitre la tomaran de botín en un puerto lejano de Africa.



Por María Laura Avignolo. Clarín. 23.12.12. Los argentinos que asaltaron un supermercado en Bariloche y partieron con un plasma en un carrito no sabían que tenían algo más que la pobreza en común con los británicos que sumergieron al Reino en la desobediencia civil y los saqueos en 2010. Unos y otros eran los nuevos desheredados del “Estado de bienestar”. El mismo que el gobierno kirchnerista hizo florecer con los subsidios para lograr imponerse en las elecciones, sin sacarlos de su miseria, y el primer ministro británico David Cameron cortó de un plumazo en la crisis europea.

La explosión social argentina es hoy la crisis de los planes sociales, que la inflación carcomió mientras los pobres de los pobres perdían su dignidad y su conducta en el camino. No es otra cosa que el escenario tan temido y negado por el Gobierno, que ha debido recurrir a las fuerzas de seguridad estigmatizas para poder controlarlos.



Los kirchneristas enfrentan hoy su propia contradicción. Cuando los funcionarios de Cristina Kirchner “criminalizan” los saqueos, acusan de conspiraciones a sus ex aliados sindicales peronistas para embarrar la cancha en un intento de salvarse, y se olvidan de sus convicciones pseudoprogresistas para analizar las verdaderas causas de esta temeraria crisis social. Las razones están en un informe de Econométrica. La raíz profunda de esta ola de violencia, saqueos y ataques a los vecinos para robarles el fruto de su trabajo es la inflación del 25%, que ha devorado el poder de sobrevivencia otorgado por los planes sociales a los más pobres y marginados, su clientela política.



Los planes sociales ya no les alcanzan para vivir ni para comprar lo mismo que en la Navidad de 2011. El salario real cayó un promedio del 3,5% entre diciembre de este año y el del año pasado. Pero el peor impuesto a los pobres de los pobres no es exactamente la presión tributaria de la AFIP ni el impuesto a las Ganancias. “Es la inflación, idiota”, hubiera dicho Bill Clinton, parafraseándose a sí mismo. Con tasas de crecimiento chino después del default, el 30% de los niños argentinos son pobres, según la Cepal. Y lo seguirán siendo. Más que combatir la pobreza, el régimen kirchnerista usufructuó a los pobres con todo el riesgo que tal conducta implica.


En Gran Bretaña, los saqueos fueron el espejo de la desintegración social británica, la implosión de los más pobres sin futuro, el resentimiento y la frustración, la desjerarquizacion de la familia en la estructura de la sociedad, el odio a la autoridad en una juventud que no tiene oportunidades de empleo, se droga y ha crecido sin límites. Un largo proceso que comenzó con el posthatcherismo y que en los saqueos tuvo como objetivos principales a los inmigrantes, sus vecinos, que habían conseguido construir su pequeño capital, su mercadito, su local, con enorme esfuerzo (en Argentina, el objetivo fueron los chinos y sus supermercados por segunda vez, en otro acto de xenofobia de los marginales).

En la ola de violencia británica, los jóvenes elegían qué boutique asaltar, qué ropa llevarse, hasta se probaban el talle o descartaban aparatos electrónicos para elegir un televisor más grande o el último modelo de computadora. Después, destruían o quemaban lo que no podían llevarse, en un ataque a la sociedad consumista a la que aspiran y no pueden pertenecer. Las imágenes mostraban no sólo una incontrolada desobediencia civil sino una escalofriante revancha consumista y violenta, sin el menor valor reivindicativo o arenga política.

No fue diferente en Argentina. La conducta de los saqueadores fue evolucionando desde Bariloche al conurbano bonaerense, donde la violencia en San Fernando y en Rosario alcanzó proporciones inauditas, con dos muertos y pobladores aterrorizados dispuestos a defender sus casas y sus propiedades a los balazos, como en el Far West de los saqueos durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Al contagio se sumaba el miedo, la paranoia de ser atacados, la sospecha mutua con una policía que, como en Londres, no estaba autorizada a reprimir inicialmente.

La tragedia social y la corrupción en las más altas esferas del Estado marchan juntas en Argentina. El día que estallaron los saqueos argentinos fue el mismo que el vicepresidente Amado Boudou sufrió su revés judicial por sospechas de enriquecimiento ilícito en el caso Ciccone, aumentó el transporte y la Presidenta le quitó el predio a la Sociedad Rural, en un intento de tapar dos malas noticias con otra provocación. En la escala de valores de los saqueadores, ¿cuál es la diferencia entre robarse un plasma si un funcionario puede robarse una empresa? Son delitos graves, con penas severas pero el Gobierno demonizó a los ricos para utilizar y mantener a los pobres bajo su ala y ahora los está perdiendo. Peligrosamente.


(*) Corresponsal en Londres. Cubrió los saqueos de 2010 en Gran Bretaña, en Argentina en 1989 y en Francia en 2005.

La discusión no es si llevaban un plasma o un pan dulce

Por Horacio Meguira (Director Depto. Jurídico-CTA)  Clarín 24/12/12.

La pregunta que muchos nos hacemos es: ¿Qué está pasando con los saqueos? ¿Quiénes son los que los protagonizan? ¿Existe una dirección de las acciones, o simplemente responde al impulso de grupos que espontáneamente se lanzan a robar, sin ningún tipo de intencionalidad política?

Demás esta decir, lo ridículo de las acusaciones de Juan Manuel Abal Medina y Sergio Berni al adjudicar la autoría intelectual de los hechos a la CGT y a la CTA. Ayer fue Pino Solanas, el Partido Obrero, Rubén “Pollo” Sobrero y hoy nos tocó a nosotros ser el chivo expiatorio de la impotencia y desidia social del Gobierno.

Personas que en la vida diaria no son tomadas en cuenta ni por los medios, ni por la llamada “opinión pública”, salieron de sus “villas” o barrios e irrumpieron en “lo público”. Todos sabemos de la existencia de estos grupos. Están en parte de nuestra esfera de conocimiento, también están en la estadística y los hombres políticos hablan de sus necesidades. Pero otra percepción es cuando son sujetos e irrumpen en “la política”, salen del control clientelar con o sin dirección y se expresan en acontecimientos colectivos y público. La preocupación del Gobierno es que irrumpieron masivamente y la opinión pública se re-enteró de su existencia. No es un robo o un asesinato a un ciudadano, no son hechos que le pasan a “otros”, esto nos pasó a todos. Es público, y por ende político, condiciona y molesta a los poderes reales, sobre todo porque aparece a la luz lo que permanecía oculto y nos recuerda a todos la “miseria”, la opresión y la indigencia, al semejante que padece y sufre. Pero los “alcahuetes” del poder adjudican, justifican, acusan con total impunidad. Son marionetas que cumplen un papel en el escenario político: la distracción de la opinión pública y la trasferencia de la responsabilidad que les es inherente como administradores del Estado.

El oficialismo arma su propio discurso, y uniformemente sale a los medios a dar explicaciones, su propia interpretación distorsionada de dichos acontecimientos. La conferencia de Hugo Yasky tuvo como única finalidad decir que no se trataba de una situación igual a la de 2001. En el mismo sentido, Luis D’Elía repartió, como si fuera un mazo de cartas, responsabilidades a los “enemigos”. No dijeron una palabra del hambre y las penosas condiciones de vida de los que hasta ayer eran el “nuevo sujeto de la historia”. Comentario aparte merece el reportaje en el diario La Nación al diputado Héctor Recalde, que a fin de transferir la responsabilidad a los pobres, habla de que se robaban objetos de valor en lugar de alimentos.

Cada vez que los desposeídos salen a la calle masivamente, hay razones políticas. No es relevante si son “arreados” o si los lanzan al robo, o los dirigen como robots. Cuando los “excluidos” incendiaron coches en París eso daba cuenta de la desocupación y de la inmigración marginada por las sucesivas crisis, el resto de la sociedad les advirtió que fueron “desechables” una vez utilizados como mano de obra barata, nadie hizo hincapié en si eran o no grupos organizados.

No me cabe duda de que el mensaje que se pretende ocultar es que se va acabando la etapa de “inclusión social”. Muchos sectores habían “quedado afuera” de la creación de empleo en el 2003-2007; desde entonces y en forma creciente, muchos que accedieron a la formalidad vuelven a la marginación. La pérdida de puestos de trabajo y la falta de creación de nuevos empleos son ya inocultables.

Se pretende disimular que los planes sociales son ya insuficientes, o han perdido valor, y que ya no sirven como contención de los excluidos. Hay una nueva pobreza asalariada que ha vuelto a los barrios precarios porque no puede sostener los standards que alcanzaron con el empleo formal, hay déficit de vivienda, de transporte, de agua potable. Todo esto es el debate real. Lo demás es puro humo, es secundario si quienes corrían con la cara tapada escapando de las cámaras o de las balas, llevaban en sus brazos un plasma o un pan dulce.


Por Gustavo Iaies (especialista en Educación). Clarín 30/12/12.

Sobre finales de año, el conflicto educativo salió a la calle. Algunos saqueos, manifestaciones fuera de control, situaciones de violencia, nos volvieron a poner ante el punto más crítico de nuestra crisis educativa: los Ni-Ni, chicos que abandonaron la escuela secundaria y no logran insertarse en el mercado de trabajo. Las pantallas han mostrado sus caras llenas de bronca en algunos casos, tapadas en otros. Se percibe en ellos una cierta pérdida de “temor” a la autoridad, como si no diferenciaran claramente lo que está de un lado u otro de la ley. ¿Cuántos son? El 11,89% según los datos de la EPH (...) 

Pobreza y crisis de contención social

Clarín 23/12/12. Están en el trasfondo de los saqueos, según los analistas. También advierten sobre el componente de vandalismo.


Protesta, vandalismo y Policía ineficaz - Rosendo Fraga (analista político)

“Once años atrás, la economía caía al 8% anual y el desempleo llegaba al 20%. Hoy la economía está mucho mejor en crecimiento y empleo, aunque peor en inflación. En estos saqueos, además de una situación económica más dura que en 2011 –aunque no crítica–, inciden grupos radicalizados, bandas delincuenciales y articulaciones espontáneas, en un país cuya eficacia en materia de seguridad es baja, como se evidenció la semana pasada en los disturbios y saqueos que tuvieron lugar en el mismo centro de la Ciudad de Buenos Aires. En paralelo a la reaparición de los saqueos, cabe señalar que los cortes de ruta y vías públicas como expresión de protesta han aumentado 52% en 2012 respecto a 2011. El freno de la economía y sus efectos sociales podría ser una explicación suficiente, pero a ello se suman los conflictos políticos y sindicales y los problemas internos en el área de seguridad”.

“Un problema social evidente y persistente” - Daniel Arroyo (ex viceministro Des. Social)

“Está claro que el modo de los saqueos ha sido raro, y probablemente ha habido agitadores detrás. Pero el problema social es evidente y persistente. En los grande centros urbanos hay un conjunto de problemas que no tienen que ver con el hambre, sino con el mal vivir. Lo que le quema la cabeza a la gente son tres cosas: estar hacinado, no tener trabajo o tener trabajo precario y viajar mal. En el conurbano se dan las tres cosas juntas. Eso genera el mal vivir. Además, si bien las personas en la Argentina están mejor en torno a los planes sociales, la inflación termina complicando todo. Mucha gente atraviesa un proceso de sobreendendamiento. Es decir, accede a más productos pero tiene menos plata. Se ha perdido la referencia con la inflación. Sobre esa base, hay un problema específico con los jóvenes: hay 900 mil en todo el país que no estudian ni trabajan y casi la mirad está en el conurbano bonarense. Esos jóvenes no tienen horizonte”.


Con fallas en la protección - Enrique Zuleta Puceiro (sociólogo)

“Los factores estratégicos, organizativos y logísticos tienen vinculación inequívoca con la izquierda anti sistema, reforzada en los últimos años por su coexistencia al interior del clientelismo gubernametal. Las redes sociales y la gimnasia dan una agitación que ha implicado un incremento de las protestas. Por otra parte, las condiciones de base y el clima tienen que ver con la pérdida ya irreversible de capacidad de contención del sistema de protección social”.


Delincuencia y necesidad - Ricardo Rouvier (sociólogo)

“Los acontecimientos aparecen como una contradicción con un gobierno que ha puesto el mercado interno y la cuestión social como ejes. Lo que se observa son operativos y no una reacción social con algún grado de espontaneidad. Esto se verifica en lo limitado y acotado de la acción depredadora. Se han combinado delincuencia común con necesidades, iniciados por factores externos y ajenos a las demandas sociales. Son operativos políticos para generar inestabilidad”.


Promovidos por opositores - Artemio López (consultora Equis)

“Los saqueos no afectan la imagen del Gobierno. Fueron promovidos por sectores opositores, como intento de continuar por otros métodos con la operación de desgaste iniciada en múltiples frentes tras el rotundo triunfo de Cristina. La organización de estos episodios muestran la profundidad creciente de la crisis de la oposición en sus diversas expresiones, políticas y corporativas en el país frente a su notable impotencia electoral”.


No afectan al Gobierno - Federico Aurelio (consultora Aurelio)

“Dudo de que los saqueos le afecten al Gobierno. La gente visualiza alguna organización delictiva detrás. Las perspectivas de la gente, que ya está pensando en el otro año y en las vacaciones, pueden estar puestas en buscar a los responsables políticos de esto. Nuestras mediciones del último semestre demuestran que todo sigue estable. Es decir, hay un país con dos mitades, aunque ha habido un cambio: se ha visto una mayor militancia de los críticos al Gobierno”.

QUE SE VAYAN TODOS... pero esta vez de verdad!

Los sucesos de diciembre me produjeron, y me siguen produciendo, dolor. Y hasta creo que calzaría utilizar aquí ese giro gastado por el mal uso político: "cansancio moral". Involuntariamente mi mente me pone en el lugar de los involucrados en los saqueos (fueron 290 negocios de 40 ciudades argentinas), y las conclusiones chocan con los valores que acumulo dentro mío desde hace no se cuanto, con la estructura que me he ido creando para navegar en la realidad que me tocó vivir. 

Me parece llamativo que los actores primarios de este drama recurrente de los argentinos no pueden clasificarse en víctimas y victimarios. Acá son todas víctimas: saqueados y saqueadores (dejemos para más adelante a los observadores). 

Pienso en el almacenero, cualquier minorista de vidrios rotos, el supermercadista chino de esos que no suelen perdonarte ni los centavos ahora con el boliche destrozado y me sale "vendo todo y no me ven más el pelo... me rajo de acá". No poder confiar más en nadie. En las noticias leía a uno de Rosario declarando que quienes le robaron son las mismas personas que le compran todos los días. Me pongo en lugar de los saqueadores, algunos de los cuales fueron de la mano con sus hijos a robar amparados en la patota y pienso apenado que no tienen retorno, que son generaciones irrecuperables. No busquemos culpables: busquemos los porqué.

Si hasta pudo darse cuenta este hombrecillo que escribe: el poder económico mundial permite crecer a las sociedades capitalistas periféricas mientras les convenga; cuando molesta demasiado a su propio beneficio las hace saltar por el aire, normalmente cuando los políticos locales les estorban sus negocios habituales y peor si, además, se ponen en ideologistas bravucones. En esos márgenes es que nos permiten vivir, hasta ahí nos dejan "vivir en democracia".

Nuestros dirigentes políticos vernáculos -los que administran el poder residual- decidieron tener a millones de personas fuera del sistema, por acción u omisión. Aunque el país  haya pasado económicamente por uno de los lustros más florecientes de su historia. 

Ya lo dije en alguna otra entrada que con una bonanza económica comparable a la presente, el general Perón construyó un país diferente cuyas obras podemos seguir viendo todavía, sesenta años después. Claro, poseía dos elementos olvidados por los burócratas de jet-set que nos tocan hoy: sensibilidad por la gente y planificación. Perón mejoró indudablemente la vida cotidiana de la gente, legitimó sus derechos y surgió la clase media con el instrumento del trabajo. "El trabajo dignifica". ¿Recuerdan esa frase? Más allá de los múltiples defectos de Perón y su enorme ego, no inventó ningún relato, construyó una nueva realidad porque era un estadista que no se quedaba en lo inmediato. Y, como si fuera poco,  para la tribuna su discurso tenía contenido ético y doctrina humanista. 

Pasó desde entonces mucha agua bajo el puente. Y sangre en vano, también. A nuestros políticos de hoy se les ocurrió que repartiendo subsidios -y no trabajo- lograrían una sociedad feliz. O anestesiada. Cerraba bien, se aseguraban los votos y con ello su buen pasar:  un diputado nacional gana unos 25 a 30 mil pesos mensuales -sin contar sus ingresos extras por corrupción- y no viaja como ganado en los trenes, subtes o colectivos destartalados que les tocan a los de abajo. Saben de la inflación por los diarios y medios que no pueden alinear.

Aunque no estoy en contra de los subsidios y prefiriera taparles con ellos la boca a los liberales criminales que antecedieron a este populismo de cuarta, nuestros políticos dejaron escapar otra oportunidad para la justicia social en la Argentina: son los artífices de un nuevo fracaso. Quisiera gritarles de nuevo: ¡váyanse todos!

Es más fácil repartir plata que construir trabajo, se sabe. Pero a nadie se le escapa que las consecuencias de su acción sobre el alma humana suelen ser muy diferentes. A un "pibe fierita" que nunca vió a su padre trabajar formalmente, ametrallado a diario por la TV de los culos abrillantados y los medios de comunicación para que sea un consumidor eficiente, que apenas pisó la secundaria y sin capacidad de filtrar toda esa basura, no le podemos pedir que haga un curso rápido de PC para poder ingresar al sistema. Es algo más complejo. 

A los estúpidos que se pelean en el Congreso y las legislaturas y que solo quieren de los de abajo su voto, les deberíamos recordar más frecuentemente ese "que se vayan todos". Su hipocresía es increíble. Solo hay que prestar atención: cuando hay saqueos el nivel asqueante de exhibicionismo y relajo de artistas, comunicadores y políticos desciende abruptamente, como si les diera verguenza o miedo. En épocas de vacas gordas y triunfalismo, muestran de nuevo su soberbia. 

Barone, Feinmann, Laclau, Víctor Hugo Morales, Boudou, Abal Medina, Aníbal Fernández, Larroque, Máximo y mami... grandes detentadores de la verdad revelada. Ya que la tienen tan clara: ¿porque no nos explican como debe evolucionar la sociedad en estos casos? Horanosaurus.

PD: pasó casi un año de estos saqueos escondidos bajo la alfombra y una nota del brillante periodista Jorge Fernández Díaz en La Nación del 28/10/13 nuevamente remueve mi avispero personal. Le da una vuelta de rosca a estos hechos y los relaciona con el apogeo de los punteros políticos, las consentidas barras bravas y el auge del comercio ilegal de la droga en la Argentina. A poco de andar, estalló en Córdoba otro suceso similar cuando se rebeló su policía con De la Sota viajando: saquearon mil comercios pero esta vez no hubo refuerzos federales porque tratarse de un gobierno no amigo. Pablo Mendelevich, del mismo medio, propone un análisis también revelador (05/12/13 - ver abajo).  



Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION. Domingo 28/10/13.

Nuestra memoria es tan cobarde. Ya olvidamos que hace menos de un año, durante dos días infernales, la Argentina entera tembló. Fue en vísperas de Navidad. Cientos de habitantes de los barrios periféricos asaltaron y rompieron los supermercados de Bariloche, y a continuación una ola de saqueos atravesó el país como una exhalación. Hubo disturbios y hordas con palos, piedras, cuchillos y pistolas en distintas provincias y distritos, y batallas campales en Rosario, Campana, San Miguel y San Fernando. El Gobierno hizo un diagnóstico preciso al entender que la mecha en Bariloche la había encendido la política local, pero luego quiso explicar el súbito vandalismo nacional como una mera conspiración armada por los peces gordos del sindicalismo peronista. Las graves acusaciones jamás se probaron, y fue tranquilizador para todos nosotros pensar que la tormenta de rapiña y odio tenía únicamente que ver con la delincuencia común y a lo sumo con el efecto que la inflación provocaba en la pobreza extrema. No significa que estos factores no hayan influido, pero lo central del fenómeno, lo novedoso y aterrador, fue comprobar el apogeo de los punteros políticos y descubrir cómo su actividad tiene una dinámica que no obedece a la lógica de los dirigentes institucionales ni a la opinión pública. Muchos punteros, en esas 48 horas durante las que la televisión mostraba la cadencia del desastre, sintieron que no podían ser menos y que debían revalidar su liderazgo conduciendo a su gente al ataque. Sumaron masa crítica, en un clima de exaltación, y presionaron por las buenas y por las malas a municipios y a comercios en busca de víveres y algo más.

Es por eso que en su posterior indagación sobre la verdad, el peronismo terminó excavando en su propio jardín trasero y tapando velozmente el pozo que abría: muchos de esos mismos punteros son quienes les garantizan un electorado cautivo en asentamientos carenciados y zonas marginales. Sin esos caciques, algunos barones no podrían ganar comicios ni controlar el territorio.

No es posible analizar a fondo la insólita violencia que caracterizó estos meses de doble campaña electoral sin señalar la profunda metamorfosis que experimentó la red de punteros políticos durante la "década ganada". Narcos, barras bravas, militantes armados, disparos, emboscadas, internas dirimidas a palos. Esas palabras, que unen a la política con la patota, se filtraron entre los discursos de superficie, y fueron mostrando flashes de un inframundo oscuro y cruel, financiado en partes iguales por el erario y el delito. La Argentina es una novela negra.

Quienes tuvieron alguna vez trato directo con los punteros aseveran que antes eran meros facilitadores comiciales: cobraban importancia vital cada dos años y funcionaban como polea de transmisión del asistencialismo. En esta década se consolidó un clientelismo feroz bajo la praxis de la billetera y el látigo: comprar y apretar, los verbos del momento. Esa consigna se transformó en cultura, y convirtió a muchos punteros en mercenarios sin identidad con pluriempleos en el terreno de la extorsión. El asunto de la identidad es interesante. Cualquiera puede imaginárselos como entusiastas de Perón y Evita, pero se trata de una postal del pasado: hoy sólo son devotos del Gauchito Gil. Si los radicales les dieran lo que exigen, se pondrían la boina blanca y asistirían a sus comités con la misma vehemencia con la que acompañan las marchas del Frente para la Victoria.

El nuevo puntero no se contenta con lograr dinero en épocas eleccionarias; ahora ofrece servicios todo el tiempo: corta rutas, toma edificios, alquila muchachos ásperos a terceros para "solucionar problemas", mantiene relaciones naturales y comerciales con los clubes de fútbol a través de las barras, participa en la tercerización de la represión y sostiene una presión constante sobre los "minigobernadores". Antes el intendente podía ser su patrón, hoy es el socio a quien debe psicopatear permanentemente para arrancarle recursos. Muchas veces, el puntero le pide incluso al jefe comunal que "la cana no moleste en el barrio", y entonces el político le ordena al comisario que se abstenga. Esa inmunidad que algunos barrios marginales tienen resulta muy valorada por los narcos: es por eso que la cotización del puntero subió mucho en estos años durante los que el país fue deslizándose dramáticamente hacia el contrabando y consumo de estupefacientes a gran escala. Comprar a un puntero en estos días resulta mucho más caro que antes de 2001. La mafia en América comenzó con un grupo de inmigrantes que decidió organizarse para proteger y defender a una comunidad que no era respetada por la población ni contenida por el Estado. Más tarde, una sociedad de socorros mutuos fue mutando en una gavilla y luego en una organización criminal.

Aquí los invisibilizados del sistema, los abandonados a la miseria, no fueron reincorporados; se los mantuvo hundidos aunque auxiliados por planes. Es como si este peronismo de nueva generación, que partió en cinco a su histórica columna vertebral (el gremialismo), hubiera hecho una extraña opción por los lúmpenes, acorde con elegir el facilismo del subsidio por encima de la legitimidad del empleo.

El puntero recibe plata blanca, negra y viva. La blanca proviene de la administración pública; la negra, del delito que prohíja, y la viva es la última, aquella que embolsa en efectivo y de manera personal en los días previos a las urnas, temible instante en que el "barón" precisa resguardarse de una deslealtad. Cuando hay varios candidatos peronistas en pugna, el puntero sube el precio, puesto que la traición está a flor de piel y siempre hay tiempo para cambiar de bando si aparece un mejor postor. "Tenemos que conseguir este número de votos -suele predicar el caudillejo ante sus vecinos y seguidores-. Si votamos por otro perdemos los beneficios." Y entonces enumera lo que consiguieron y trata de que el rebaño no se le desbande.

La falta de un líder total, la pérdida de fuerza de algunos candidatos y el arribo de las estrellas emergentes ponen muy nerviosos a estos corsarios de la política de base. Los obliga a realizar demostraciones de fuerza para que los nuevos paguen y los viejos no se dejen aventajar. Si se lo analiza como un negocio, y eso es de lo que principalmente se trata, la faena de los punteros se reduce a una economía mixta: prebendas estatales y dinero sucio. Es por eso que los expertos son pesimistas sobre el futuro. Piensan que este verdadero Frankenstein de la política argentina corre a la larga el riesgo de privatizarse, dado que el tráfico pujante crece hasta en crisis, mientras que el Estado entra en cíclicas recesiones.

No todos los intendentes consienten estas prácticas, ni todos los punteros entran en la categoría de mafiosos. Muchos de todos ellos trabajan legal y mancomunadamente para combatir las desigualdades. Pero lo cierto es que este flamante duque de la marginalidad que hemos descripto ha crecido de manera exponencial y es ya un poder detrás del poder. El emergente de un olvido social, del uso inescrupuloso de la política, del carácter predemocrático de los conurbanos, del ascendente mercado de los narcóticos y del retroceso conceptual del trabajo. Su visualización permite explicar mejor las conexiones entre política, droga y violencia. Un tema que estuvo ausente de los debates preelectorales, pero que se impuso de prepo con sus atentados, homicidios, amenazas y palizas a lo largo de estos meses escalofriantes.

Otra vez, la violencia

Aunque se trata de un fenómeno multicausal, la ola de robos que padeció Córdoba mostró la fragilidad del contrato social y, además, los límites del nuevo estilo amigable del Gobierno. Por Pablo Mendelevich  | Para LA NACION 05/12/13.

El renovado temor de que todo puede descomponerse de un momento a otro y la comprobación de que 12 años después del gran colapso el contrato social es todavía frágil. Ésos son quizá los mensajes más angustiantes que envió Córdoba a todo el país. Justo Córdoba, cuna de la Reforma Universitaria y del golpe del 55, escenario del Cordobazo, provincia de anticipos.

El fenómeno de los saqueos, de modalidades variables, suele ser multicausal, pero cualquier argentino sabe que, cuando aparece, corresponde inquietarse, sobre todo si hay muertes. Reflejo de Pavlov de signo inverso, aplicado a la fisiología local: en la memoria colectiva, saqueos expandidos significa 2001, el infierno, como machacaba Kirchner, quien había entendido bien la persistencia del trauma. Fenómeno subcutáneo por naturaleza, cuando aparece no hay certidumbre sobre las réplicas. Sólo cabe esperar la singularidad.

Porque descifrar los saqueos nunca es sencillo. Su componente orgánico no aparece discriminado de la parte espontánea. Todavía hoy se discute qué sucedió en 2001. Aunque pasó casi inadvertido, Cristina Kirchner, horas después de los saqueos de diciembre de 2012 en Bariloche, se pronunció en favor de la tesis de que los hechos que enmarcaron la caída de De la Rúa estuvieron provocados por activistas peronistas. Dijo saber cómo empezó todo, cómo se organizó, quiénes fueron. Pero no brindó detalles. Los voceros del gobierno nacional le reprocharon ayer al gobernador José Manuel de la Sota no haber previsto de antemano una situación que se conocía. ¿Quién la conocía? ¿Cómo se utiliza la información de inteligencia sobre la intranquilidad social, que ciertamente manejan los espías del Estado, con el fin, se supone, de adelantarse a los hechos? ¿No se comparte la sospecha de un estallido inminente?

Desde luego que el vandalismo silvestre se entremezcla en estas ocasiones con la delincuencia de mayor oficio. Algunos actúan más organizados que otros. Pero es la política, que asoma casi siempre a través de punteros y barrabravas todoterreno, la que empuja el análisis al campo infinito de las conspiraciones. Lo corriente en la calle es pensar que las motivaciones sólo son dos: o son saqueadores "con hambre", supuestamente más respetables en la visión pedestre, o se trata de hordas con las necesidades básicas satisfechas, sujetos más despreciables. Acaso se trata de categorías yuxtapuestas por la confusión del polvo que levantan a su paso: la de los actores, la de sus manipuladores y la de las condiciones socioambientales que ponen el escenario.

Lo que estalló anteayer en Córdoba también puede ser visto como algo diferente, un experimento antropológico: dado que la policía se dedicó a hacer huelga, eso convirtió a la ciudad en tierra de nadie y la orfandad desafió la rutina de los habitantes y los incitó a dividirse entre asaltantes y asaltados. ¿Sin patrocinios?

Primera conclusión, el derecho a huelga de los policías -otra cosa es el derecho a agremiarse o a celebrar paritarias- parece tan contraindicado como el de los pilotos en vuelo. Tal vez resulte apresurado colegir que en toda población urbana privada de policía siempre habrá quien corra a saquear supermercados, negocios, casas, a destruir lo que encuentre a su paso y se tirotee con la parte de la población que esté decidida a defender sus bienes. Pero no pasaría en cualquier lado. Un trastrocamiento de valores subyace en esta clase de arrojo delincuencial, seguramente emparentado con la pobreza y la marginación.

Ahora hay, como dice el historiador Luis Alberto Romero, un mundo de la pobreza que antes no existía, conformado por un cuarto o un tercio de la población, dentro de una sociedad más segmentada. "Se ha consolidado un tipo de sociabilidad comunitaria, una forma de entender la vida y un conjunto de valores y expectativas singulares -escribió Romero en estas mismas páginas- que ya no dependen de la falta de empleo. Ni el trabajo estable ni la educación ocupan un lugar central, y la ley tiene una significación relativa. Pero, en cambio, son sólidas las jefaturas personales, de referentes o de «porongas»."

Y luego está el aspecto político-institucional. Debieron sentirse decepcionados ayer quienes creyeron que el gobierno nacional, domesticado por las derrotas electorales de junio y octubre, ingresó por fin, hace pocas semanas, en una sostenida fase contemporizadora. Jorge Capitanich se ocupó por la mañana de pulverizar las ilusiones remanentes. Recordó que la esencia kirchnerista está intacta. En realidad, no lo recordó, sino que lo dramatizó. Sin pruritos, como quien recibe una instrucción precisa, acicateó con todo el poder del Estado -al retacearle el envío de la Gendarmería- al gobernador cordobés, el menos alineado de los gobernadores peronistas. Aparte del recurso adolescente de decir que su celular no había sonado, Capitanich, hay que admitirlo, fue sincero (tanto como lo había sido la Presidenta cuando para aguijonear a Daniel Scioli puso en riesgo la estabilidad bonaerense). Sólo faltó que dijera "ésta la aprendimos de Lanusse". Pensaba el dictador Juan Carlos Onganía, décadas atrás, que, como comandante en jefe del Ejército, el general Lanusse había demorado en 1969 la ayuda de tropas militares que el presidente le había solicitado para reprimir el Cordobazo, con el propósito de desgastarlo y hacerle pagar el costo de los sucesos, tal como luego ocurrió.

Quizás al castigarlo con la retención de los gendarmes la Presidenta no quiso solamente culpar a De la Sota para rebajarle sus pretensiones presidenciales. Los adversarios peronistas son su primera obsesión, pero ella también teme, seguramente con motivo, el riesgo de que algún día los saqueos puedan hacer metástasis, lo cual invalidaría el argumento estrenado en Bariloche de que sólo suceden por culpa de la autoridad local. De allí el interés por insistir en el mal procesamiento de la crisis policial, en la ausencia del gobernador y en la insólita justificación de que De la Sota nunca llamó. Como si en la Casa Rosada no hubiera por lo menos un televisor que le permitiera ver a Capitanich -o a algún asistente- lo que medio país estaba viendo: la ciudad de Córdoba en estado preanárquico.

Mauricio Macri salió contento, el martes, de la Casa Rosada, porque todo lo que el Gobierno antes le negaba se lo consintió entre derroches de cortesía. Es el "diálogo" que vino con la era Capitanich, según dijo el oficialismo. Una ronda en la que incluir a De la Sota requerirá, como mínimo, conseguir que logren hablar por teléfono para concertar la cita.

2 comentarios:

  1. Gran observación, sagaz mirada. 100 veces he incistido en tus mismas observaciones. Raro que no te ganaste puteadas. Yo me pasé el año aclarando 753 veces que no soy K y 17.423 veces aclarando que no soy gorila ni facho.
    Saludos

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  2. Es todo tan decadente en nuestro bendito pais que solamente siendo honesto y peronista de principios -no por ser inteligente- puedo ganarle una discusion politica a cualquier kirchnerista. Ya teniendo el culo limpio el 90% de ellos debe batirse en retirada porque estan todos prendidos de alguna teta (encima diciendole a la gilada que hacen una revolucion!). El 10% restante no puede explicar la tragedia de Once, el patrimonio de los funcionarios y la familia real ni la pobreza estructural que no pudieron combatir en diez años, los jueces corruptos, su sociedad con Monsanto y la megamineria, etc. etc. Abrazo grande. Horacio.

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