¿Qué les vendría a la cabeza si así nomás, de golpe, les doy la receta para cometer un asesinato y quedar impunes? Tamaña tarea imaginar la reacción de un eventual lector si ni una vida entera permite conocer completamente el interior de nuestros seres más queridos. Lo que estoy seguro es que la propuesta los sobresaltará. Al menos un poco. Y hasta me animaría a resumir sus posibles reacciones en tres:
1) liberados de algunos miedos, los más valientes aceptarán gustosos la oferta y se convertirán en asesinos para calmar una necesidad pospuesta; la tarea de buscar justificativos es siempre una tarea menor y posible; 2) los más cobardes no aprovecharán la facilidad brindada, con cualquier excusa; 3) gente demasiado equilibrada para aceptar este tipo de propuestas por sus altas normas éticas, morales y/o religiosas, muy bondadosa o sin enemigos a quienes aplicar la receta en cuestión; categoría que presenta una frecuencia ínfima en cualquier población que se analice.
Supongo que deben existir millones de personas en el mundo que conocen esta fórmula mortífera aunque bastante menos cantidad sabrá de su aplicabilidad para fines oscuros. Presumiblemente profesionales químicos o bioquímicos, investigadores, universitarios o gente de ciencia en general. Paraliza pensar que haya un submundo de asesinos impunes que la utilizan desde hace décadas, que la policía no los persigue porque no figuran en sus rústicos catálogos y la gente común no se protege de ellos porque no imaginan que un pariente o un vecino -quizás muy afable- posee un arma letal y silenciosa y constituye un serio peligro a su integridad.
Yo me topé con la novedad en una clase práctica de Terapéutica Vegetal, una de las últimas materias de la carrera de Agronomía en la Universidad de Buenos Aires. Permítanme extenderme al respecto. Imaginen una asignatura donde debe aprenderse en el término de tres o cuatro meses todos los productos de origen químico o biológico utilizados para combatir plagas de origen animal o vegetal que perturban los cultivos y disminuyen los rendimientos o las ganancias. Sus nombres científicos y comerciales, sus dósis y métodos de aplicación, los períodos de cuarentena. Un inmenso cuadro de múltiples entradas mental para saber que usar en cada caso... y como y cuando. Recuerdo que, siendo el final que más tiempo me llevó preparar, lo aprobé gracias a la compasión del examinador más sádico: el jefe de la cátedra. Esa vez no pude culpar a la inteligencia por mi inseguridad: era cuestión de memoria.
En medio de ese maremagnum de información, un profe de prácticos nos presentó al "matasuegras": un producto químico bastante simple que a temperatura ambiente es un gas incoloro e inodoro, tres veces más pesado que el aire. Se comercializa envasado como un gas licuado, básicamente usado para fumigación de suelos: al aplicarlo y convertirse inmediatamente en gas penetra en el suelo y -tras ciertos recaudos- mata insectos, hongos, parásitos y semillas de malezas. Es un esterilizador. Después se puede sembrar sin que las semillas depositadas sean atacadas por patógenos y perjudiquen la germinación y el establecimiento del cultivo.
Desempolvando la vieja guía de productos fitosanitarios, me recuerda también que este halogenado puede usarse en almácigos, viveros, almacenaje de granos, desinfección de estructuras, etc. y es insecticida, gorgojicida, funguicida, nematicida, herbicida, rodenticida y raticida. En la sección toxicología se lo identifica como un irritante de la piel y las mucosas que puede producir ampollamiento de piel y ulceración de mucosas y córneas, neumonitis química, asfixias y edema pulmonar. Aún sin manifestaciones corrosivas, puede originar efectos sistemáticos sobre el sistema nervioso central (convulsiones, temblores musculares, ataxia, mareos) y lesiones hepática, renal y miocárdica. Por ahí encontré que el nivel de tolerancia humana es de 0,3 mg. de este principio activo por Kg. de peso vivo. El tema es que no se detecta su presencia en el aire sino cuando es demasiado tarde.
Esta sustancia, que puede ser de origen natural pero se produce industrialmente con facilidad mediante varios métodos, tiene restringida su utilización en el mundo por ser un gran destructor de moléculas de ozono y afectar su capa en la atmósfera, pero se está lejos de una prohibición total, por los intereses de los principales fabricantes.
Una exposición crónica al producto puede producir daño en neuronas involucradas en procesos cognitivos y coordinación física o control muscular y puede inactivar algunos sistemas enzimáticos. Y en ciertos países, hasta se lo vincula al cáncer de próstata en trabajadores agrícolas y a malformaciones congénitas.
Esta sustancia, que puede ser de origen natural pero se produce industrialmente con facilidad mediante varios métodos, tiene restringida su utilización en el mundo por ser un gran destructor de moléculas de ozono y afectar su capa en la atmósfera, pero se está lejos de una prohibición total, por los intereses de los principales fabricantes.
Hecho este racconto, viene a cuento ahora algo con lo que no he dado en otras fuentes pero nos contó aquel profe casi extraoficialmente -en medio de risitas cómplices de los oyentes: que los entendidos llamaban al producto "el matasuegras" porque suministrado en dósis suficientes a un ser humano (detestable o no) le produce su muerte por asfixia en forma instantánea ya que su inhalación enloquece el sistema nervioso central y, por consiguiente, la respiración colapsa. Ante una eventual autopsia, la falta de concentración detectable del producto en el cuerpo yacente lo elimina de las sospechas. No significa que desaparezca de la víctima rápidamente y que la impunidad otorgada sea total, pero los síntomas externos confundirán al "policía científico", quizás más preocupado por sus magros ingresos.
Tengo una suegra que hace años dejó de simpatizarme. Goza de perfecta salud y hasta creo que va a concurrir a mi velorio (seguro sin llevar flores). Sería cansador relatar los motivos de mi inquina hacia su persona. También yo soy compasivo y por eso me limito a declararla "inimputable" de sus insufribles defectos. Nobleza obliga, mi caso entonces entraría en el ítem arriba citado de la cobardía. Las excusas podría relacionarlas con culpas religiosas que, a pesar de los años, no he podido extirpar completamente de mi cabeza.
¡Ah! ¡No les facilité el nombre del producto! Les he dado ya bastantes pistas. ¡Lo único que me falta es que me acusen de apología del delito! Horanosaurus.
PD: Dr. Laconchagaray, sabiendo que es usted uno de los pocos y compasivos lectores de este humilde blog, me dignificaría que esta narración -aunque los secretos de la creación sean insondables- pueda ser inspiración de una nueva ficción suya.
PD: Dr. Laconchagaray, sabiendo que es usted uno de los pocos y compasivos lectores de este humilde blog, me dignificaría que esta narración -aunque los secretos de la creación sean insondables- pueda ser inspiración de una nueva ficción suya.
Sin duda querido Horanosaurus. Desde que soy padre he sufrido un proceso de "tiernización" y no puedo generar relatos negros. Pero aqui tengo una buena idea que de seguro intentaré plasmar. Abrazo.
ResponderEliminarMás vale que no le pase nada a tu suegra, porque sino vas a tener a la policía detrás de tus talones....
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ResponderEliminarYa he confesado que no me animo, de puro cobarde nomas. Otra via seria la de clavarle unas ciento diez puñaladas, aproximadamente (nada de escatimar agujeros)... a eso en la justicia le llaman 'emocion violenta'... luego, un buen abogado y sigues caminando por la vida como si nada. Abrazo. Horanosaurus.
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