Esta selección de párrafos referidos a Estanislao López y Juan Manuel de Rosas, líderes federales y carceleros del general José María Paz, pertenecen a las memorias de este cordobés. Su fuente está indicada en la primera entrega "El general José María Paz", etiquetada "José María Paz 1: memorias de un unitario". Los invito a leer allí los motivos de este resumen y una pequeña reseña de "el Manco Paz" para enmarcar en el tiempo estas opiniones.
"Don Estanislao López, el patriarca de la federación, el discípulo de Artigas, el proto-gaucho de la república, el omnipotente caudillo que tantas veces había humillado a Buenos Aires con su horda santafesina, sin embargo de estar auxiliado por las tropas de Rosas, por otros muchos caudillejos subalternos como los Ibarra de Santiago, los Latorre de Salta, los Reinafé de Córdoba, y, finalmente, con el triunfo de Quiroga en Mendoza, había desesperado de vencernos con su acostumbrada táctica y se había confesado impotente, reclamando la cooperación de la infantería y de los cañones del ejército de Balcarce, que estaba para llegar".
"Este fue el gran revés que sufrió la importancia política y militar de este caudillo, siendo consiguiente el descrédito de su guerra irregular y de su sistema vandálico, con que hasta entonces había triunfado. Tanto más patente que era esta revolución, cuando yo, por la diferencia de caballería, me había visto precisado de emplear la infantería de un modo hasta entonces desconocido en nuestro país. Repito lo que otras veces he apuntado: que en las campañas del interior siempre fui inferior en aquella arma, pues aunque tenía el insigne regimiento número 2, era de tan poca fuerza que, por su número, estaba muy debajo de las necesidades que me rodeaban. Todos los militares conocen (excepto quizá el general La Madrid) que no es obra de un día formar buenos soldados de caballería" (...)
"Privado de los consuelos que ofrecía esta esperanza, aunque débil, de obtener la libertad, mi situación se hizo insoportable, a lo que se agregaban las supercherías de unos, la interesada vileza de otros y la malicia de casi todos. A la verdad, es difícil comprender la corrupción y la mala fe de aquel gauchaje, a quienes estaba confiada mi custodia, y el admirable aprendizaje que había hecho en la escuela de don Estanislao López, gaucho solapado, rastrero e interesado. Entre los que han estado a mi inmediación, he conocido algunos cuyos sentimientos no se inclinaban a la crueldad, como el ayudante Oroño, pero no he visto en general ni un pensamiento noble, ni una idea medianamente elevada, ni un tinte de lo que se llama honor. Miserables raterías, vicios arraigados, manejos despreciables, es cuanto he visto y notado".
(…) "La lectura era mi sola distracción, pero era dificilísima en un país en donde se carece de libros; es portentosa la falta que hay de ellos; sólo puede explicarse por la universal desaplicación que reinaba en todas las clases. A imitación de don Estanislao López, todos llevan una vida medio salvaje y puramente material; todo lo que es raciocinio y entretenimiento intelectual estaba desterrado de aquella ciudad".
"Los indios del Chaco, a quienes para atraer no había economizado López sacrificio de decirse de honor ni de decencia, y que le habían acompañado en todas sus campañas a Buenos Aires y a Córdoba, seguían haciendo incursiones en la provincia de Santa Fe y depredándola sin misericordia. Toda persona, sin exceptuar las mujeres de edad y niños que no podían llevar, era irremisiblemente inmolada. La explicación de esta conducta se tiene advirtiendo que López para llevarlos a la guerra, jamás tocó otros resortes que el de excitar las propensiones al robo, al asesinato, a la violencia; y desde que les faltaba teatro en que ejercerla, venían sobre Santa Fe en partidas más o menos numerosas y trataban a sus aliados como si fuesen sus más inveterados enemigos" (…)
"Mediante este sistema de corrupción y de contemporización con los indios, la provincia de Santa Fe ha quedado reducida a un esqueleto: sus fronteras por el norte y el oeste pasan a ser lo suburbios de la capital de la capital y estos mismos están amenazados, como se ha visto. López con el fin de procurarse un asilo en un caso de desgracia, ha sacrificado la riqueza, el bienestar y la no mucha civilización de ese país. Su estado actual es poco menos que el de una completa barbarie, con algunas excepciones" (…)
"El Chaco, como nadie ignora, encierra un inmenso número de parcialidades o tribus de indios que si alguna vez se reúnen momentáneamente para hacer una invasión, se dividen luego, se roban mutuamente lo que antes han robado en común; se dañan y finalmente llegan a hacerse la guerra. López fomenta diestramente estos odios y alguna vez ha destruido indios de que quería deshacerse, por otros indios a quienes no odiaba menos. Aun en sus campañas, cuando se hacía acompañar de estos salvajes a quienes ahora empezaba a perseguir, se valió de medios que repugnarían a un hombre de mejores principios" (…)
"Este caudillo era un gaucho en toda la expresión de la palabra. Taimado, silencioso, suspicaz, penetrante, indolente y desconfiado; no se mostró cruel pero nada era menos que sensible; no se complacía en derramar sangre, pero la veía correr sin conmoverse; no excitaba desenfrenadamente la plebe, pero tampoco reprimía los desórdenes; tenía un modo particular de obrar cuando se proponía corregirlos (…) López había sojuzgado completamente las voluntades de todas las clases de la sociedad, si es que en aquella sociedad, puede decirse, que había clases. La parte que podría clasificarse de pensadora vegetaba, si no contenta, al menos resignada y tranquila; la plebe seguía ciegamente la impulsión que le daba López".
"Júzguese mi asombro cuando me dijo (1) que Quiroga había sido asesinado en Córdoba y que siendo mi enemigo debía yo celebrarlo. Este hombre hablaba con ansiedad y por más que le dije que para mí no era motivo de alegría, estoy seguro que no me creyó, dándome ocasión de admirar esos instintos salvajes que hacen de la venganza un inefable goce, y el candor con que me suponía animado de iguales sentimientos. En otra ocasión, me había sucedido una cosa idéntica, cuando otro, que no recuerdo, me anunció la muerte de aquel famoso Zeballos que boleó mi caballo cuando fui hecho prisionero y a quien fusilaron los Reinafé".
"En Santa Fe fue universal el regocijo por este suceso y poco faltó para que se celebrase públicamente. Quiroga era el hombre a quien más temía López y de quien sabía que era enemigo declarado. No abrigo ningún género de duda que tuvo conocimiento anticipado, y acaso participación, de su muerte. Sus relaciones con los Reinafé eran íntimas. Francisco Reinafé había estado un mes antes, había habitado en su misma casa y empleado muchos días en conferencias misteriosas (…) Desde que el gobierno de Santa Fe se sacudió por la muerte de Quiroga del miedo que le causaba un caudillo cuya influencia era decisiva en el interior de la República, creyó que yo le importaba menos, pues ya no se necesitaba un contrapeso a la omnipotencia de aquel que ya no existía. Agréguese a esto lo que entonces nadie pudo imaginar, y esque Rosas atribuye el asesinato de aquel caudillo a los unitarios que para nada habían entrado en él".
"A los pocos días de mi llegada a Luján, se me presentó Ramírez (2) para leerme un capítulo de la carta de Rosas, en la que le decía más o menos lo siguiente: “Haga usted entender al general Paz que se le abonará su sueldo y que pida cuanto necesite, que le será proporcionado; pero que, en punto a seguridad, no hay que hablar, pues se tomarán las precauciones imaginables; que su filiación está circulada en toda la provincia y que si llegara a intentar fuga o fugarse, será fusilado, sin otro término que el preciso para administrarle los auxilios espirituales. Que, por lo demás, no es mi ánimo dañarle, pero que el estado de las cosas políticas y lo más caro de mis deberes públicos me obligan a esta medida”.
"No era uno de mis temores que se le antojase a Rosas acusarme sobre el asesinato de Quiroga y confundirme con los Reinafé. Todo estaba en que se le ocurriese y le conviniese adoptar ese arbitrio para herirme más cruelmente y acabar conmigo de un modo aparentemente más legal. El, que proclamaba altamente que los unitarios habían maquinado ese crimen, nada tenía de extraño que acusase al que había sido jefe de ellos, aunque ese jefe hubiese estado sumido en un calabozo cuando había sucedido; esto adquiría un viso más de verosimilitud cuando hubieron en esos días de gritar, andando con música una reunión presidida de un mayor Macaluci, tan bajo como cobarde, “mueran los cordobeses, comen piquillín; mueran los cordobeses, asesinos de Quiroga”, en que parecía querían incluir a todos los de aquella provincia. Este temor lo fortificó Ramírez un día que, hablando enconfianza, le dije: “No quieran ustedes confundirme con los Reinafé, y cualquiera sea mi destino, deseo que se me separe de unos hombres con quienes no he tenido jamás ninguna inteligencia, pues siempre fueron mis enemigos”. El bárbaro Ramírez me contestó: “Eso su conciencia lo dirá”; con lo que me daba a entender que creía muy posible esa complicidad, que no podía ni aún suponerse. Tan brutal salida no merecía réplica y me callé, devorando interiormente la irritación que me causó (3). ¡Qué de reflexiones se agolparon a mi imaginación al considerarme preso en la misma casa que mis antagonistas y sucesores en el gobierno de Córdoba! Mil veces estuve tentado de reírme al ver las vicisitudes de una revolución y las peripecias humanas".
"He olvidado decir que cuando Ramírez me dijo el ofrecimiento de Rosas de que pidiese lo que necesitase, sólo dije que necesitaba libros; se me instó para que dijese cuáles quería, y recuerdo que nombré Anquetil. Luego vino esta obra completa, acompañada de los Varones ilustres, de Plutarco, y de la Ilíada, traducida al castellano, y de alguna otra obra que nunca llegó a mis manos, porque se perdió en el camino. Estoy seguro que otro, en mi lugar, hubiera llevado sus peticiones a más distancia, y que las hubiera obtenido.
Séame permitido hacer ahora una ligera comparación entre los dos caudillos bajo cuya férula tuve que sufrir ocho años de prisión: el uno, Rosas, me mandó libros; al otro ni se le ocurrió que podía necesitarlos. Aquél me hace conocer francamente sus intenciones; López, taimado y taciturno, quiere que le adivinen, y se irrita porque cree que no puedo comprenderlo, pues para esto hubiera sido preciso bajarse hasta donde me era imposible llegar. Ambos, gauchos; ambos, tiranos; ambos, indiferentes por las desgracias de la humanidad; pero el uno obra en grandes proporciones; el otro, limitado a una esfera tan reducida como su educación y sus aspiraciones. Rosas marcha derecho; López por rodeos y callejuelas. Rosas fusila ochenta indígenas en Buenos Aires y en un solo día; López los hace degollar en detalle, de noche y en un lugar excusado. Rosas pretende que se le tenga por hombre culto, pero haciendo ver que no son para él una traba las formas de la civilización; López se rebela contra la sociedad siempre que le da a entender que ha dejado de pertenecer al salvajismo. Rosas quiere el progreso a su modo, un progreso (permítaseme la expresión) haciéndonos retroceder en muchos sentidos; López nada quiere, sino el quietismo y un estado perfectamente estacionario. Rosas escribe mucho y da grande valor al trabajo de gabinete; López aparenta el mayor desprecio por todo lo que es papeles, imprenta y elocuencia. Por el contrario, López ha sido feliz en los campos de batalla, y tenía cifrada su vanidad en eso; Rosas no ha aspirado a la gloria militar, sea por sistema, sea por otro motivo que no haga tanto honor a su valor personal. He tocado ligeramente los diversos rasgos de estos dos caracteres, sobre que se pudieran hacer muchas más observaciones; más, ni es de mi propósito, ni quiero extender demasiado esta relación, a la que preciso es volver".
(…) "La pomposa recepción que se hizo a (Estanislao) López en Buenos Aires, donde se cubrió de banderas la calle de entrada, se formaron las tropas, se le preparó la Fortaleza, es decir, el antiguo Palacio de los Virreyes, para alojamiento, y se hicieron las más ostentosas demostraciones, venían a fortificar aquellos conceptos. Ya en mi imaginación veía surgir de esta famosa entrevista algunas medidas generales para toda la República, alguna vislumbre de organización nacional, alguna mejora en la administración, y una vuelta más o menos rápida a un sistema de gobierno más moderado. Ansiaba saber algo de las conferencias de los dos caudillos, más los días pasaban, sin poder adelantar más, sino que S.E. el santafesino iba al teatro, a otros espectáculos y otras sandeces de este género".
"Después de dos meses regresó López con algunos obsequios de poca importancia, que se dijo haberle hecho, y además, con el mismo aparato de banderas, formación de tropas, repiques y acompañamiento, que había llevado a su ida. Tuvo, además, el honor que Rosas en persona y su hija Manuelita, lo acompañaran con otros personajes hasta el Puente Márquez o más allá, pero nunca quiso Rosas llegar a Luján, aunque se que se lo propusiesen. Lo de más sustancia, que se habló entonces, sobre los asuntos que habían tratado, fue la solicitud de un obispo para Santa Fe, para que designaban unos, al canónigo Vidal y otros a Amenábar. Si en algo de esto, como me inclino a creer, no solo nada logró López, sino que mereció que Rosas ridiculizase su pretensión, y en prueba de ello, referiré lo que fue público a toda la concurrencia. Rosas, en su acompañamiento de despedida, se había hecho seguir de su loco favorito; así como otras veces lo condecoraba con la denominación de gobernador, y fingía, por burla, que lo respetaba por tal, en el camino y en la noche que pasaron en Puente Márquez, se le antojó que el loco fuese obispo, y como tal le daban el tratamiento, y lo consideraban burlescamente. ¿No sería, pues, ésta, una amarga sátira contra el candidato de López, y contra el mismo López, si había propuesto alguno?"
"López pasó de regreso por Luján, más devorado de desengaños y mal humor que incomodado de la falta de salud. Tenía razón, pero no para haberse creado él mismo esa posición de torpeza y estúpido modo de proceder. Después he hablado con don Manuel Leiva, que era quien servía a López de secretario, y he sabido que no hubo conferencias que habíamos soñado ni cosa que se pareciese; eran muy pocas, raras, las veces que Rosas lo había visitado, y entonces en nada menos pensó que en ocuparse de negocios de Estado; con pretexto de atender el regalo de los huéspedes estaba instalado en el Fuerte el coronel Ramiro, edecán de Rosas, que naturalmente daría cuenta de lo que decía, hacía y hasta de las visitas que recibía. Le indicaron que se pusiera la cinta colorada en el pecho, cosa que antes había desdeñado, y lo hizo, como lo hicieron todos los de su comitiva, sin excluir las damas que traían sus grandes moños punzoes. Concluyamos: López nada más sacó para sí de su viaje a Buenos Aires que un piano que le regalaron y los ridículos honores de que lo colmaron, y para el país nada más que la convicción de que Rosas era todo, quedando su influencia completamente anulada".
"Estos debían ser al fin los efectos de esa política (si es que puede llamarse política), menguada, estúpida, miserable y rastrera que siempre guió los pasos del gabinete santafesino. Todo el empeño y objeto de sus miserables maniobras se reducía a sacar de Buenos Aires o de otro gobierno que hubiera querido, alguna propina, fuese en dinero, en armas o vestuario; cuando lo consiguiera, había llenado su objeto, sin mirar para el día de mañana y sin las ulterioridades de una generosidad calculada. Si cuando estuve en Córdoba hubiera tenido medios de equilibrar las dádivas que hacía Rosas, es seguro que se hubiese inclinado a mi favor. Algo semejante a los salvajes del Chaco o de las Pampas, que desatienden los medios honrosos de adquirir, para vivir a costa de sus vecinos, ya por la violencia, ya haciéndose pagar su aparente amistad".
"Así López, en nada pensando menos que en fomentar la industria, el comercio y los trabajos útiles en su país, quería tener en contribución a los gobiernos y pueblos, a quienes convenía neutralizar los fondos de que podía disponer (…) Lograda una remesa de éstas, ya quedaba López contento y satisfecho. Era pues un menguado gaucho, sin ninguna clase de elevación, sin miras entonces y sin ninguna prenda de las que hacen disculpable la ambición. El estado de atraso, de barbarie y de pobreza en que quedó Santa Fe, después de haberla gobernado durante con un poder absoluto por veinte años, es la prueba más elocuente de su ineptitud y pequeñez".
(…) "Se me ha pasado una observación que hubiese estado mejor en otro lugar, pero que no por eso omitiré. Cuando Rosas se hizo autorizar por las provincias para entender en los negocios de paz y guerra, dijo que, siendo muy moroso y prolijo estar consultando a todos los gobiernos sobre cada ocurrencia que sobreviniese, era conveniente se le autorizase para expedir sin ellos, poniéndose de acuerdo con su compañero López. Este imbécil gaucho no supo sacar partido de este importante antecedente y se dejó arrebatar toda su influencia, amilanándose él y chasqueando a los pueblos que habían esperado más de su capacidad".
(…) "Desde que llegué a Buenos Aires, conocí el peligro de mi situación, y no fue mi vida sino una continua inquietud. Poco, más o menos, era así la de todos. En el acto de llegar, me presenté al jefe de policía quien me recibió con frialdad, pero sin desatención. Luego me indicó que debía por la forma, presentarme en casa de Rosas, que si no lo hacía extrañaría este requisito, y ya se sabe lo que en tal gobierno importaba una omisión cualquiera (…) mi cualidad de militar, en cuya clase es sabido que el preso que obtiene la libertad se presenta al jefe, daba más colorido a esta exigencia".
(…) “¿Sabe usted que el doctor Maza, presidente de la Sala de R.R. acaba de ser asesinado en el mismo recinto de las sesiones? (…) ¿Y se atreve usted a andar en la calle en una tal noche y a tales horas? Váyase usted, amigo, ahora mismo, pronto, y váyase tomando la sombra y recatándose en lo posible, porque se compromete y me compromete también con su visita”. Lo hice así pero no fue precisa la última precaución porque las calles estaban tan solitarias que no encontré una sola persona en más de cinco cuadras. A la mañana siguiente se supo que en la madrugada había sido fusilado en la cárcel el coronel Maza, hijo del presidente de la Sala de Representantes, y que ambos cadáveres se habían llevado en una carretilla, sin ceremonia, al cementerio, destinándolos a la fosa común y sin entregarlos a su familia. La consternación del pueblo de Buenos Aires fue entonces completa; nadie se podía dar razón de lo mismo que sentía y costaba trabajo dar crédito a sus propios sentidos; parecía, más que una realidad, un penoso sueño, porque es sólo por grados que ha ido desarrollándose y mostrándose a todos de lo que ese poder monstruoso que nada respeta y mostrándole a todos de lo que es capaz el hombre tremendo que pesa sobre los destinos de nuestro país…" (4)
"La fisonomía del pueblo de Buenos Aires había cambiado enteramente. Sus calles estaban casi desiertas; los semblantes no indicaban sino duelo y malestar; las damas mismas parecían haber depuesto sus gracias. El comercio había caído en completa inactividad; la elegancia de los trajes había desaparecido y todo se resentía del acerbo pesar que devoraba a la mayor y mejor parte de aquel pueblo que yo había conocido tan risueño, tan activo, tan feliz en otra época; la transformación era cumplida. ¡Y que lejos estábamos de pensar que aquellos no eran más que los ensayos de la tiranía y que llegaría tiempo en que los males tomaran una altura que no preveíamos. Pronto vivimos esa triste convicción!"
(…) "El general Lavalle hizo al fin su salida de Montevideo al frente de algunos argentinos y se situó en Martín García, donde reclutando hombres de las islas, reunió hasta cuatrocientos o quinientos hombres. Creo que es, fuera de duda, que esta vez faltó también combinación, porque no se puede comprender cómo es que no marchó, teniendo como tenía todos los medios marítimos, a dirigir el gran movimiento que se preparaba en el sur de Buenos Aires y que estalló en los últimos días de octubre, encabezado por don Pedro Castelli, que era seguido de toda la población. Si el general Lavalle no tenía noticias exactas de lo que allí pasaba, esto mismo es una prueba de lo que indico; y si las tenía no puede explicarse porque no apoyó a aquel patriótico pronunciamiento con su fuerza y su presencia. Creo que el movimiento del sur de Buenos Aires es uno de los episodios más brillantes de esta época; él fue tan espontáneo como general, tan desinteresado como simultáneo; casi no tuvieron parte en él los cuerpos militares y fue todo obra del paisanaje, incluso los ricos propietarios de aquella campaña. Es seguro que ningún otro suceso ha sorprendido tanto a Rosas, a fe que tenía razón para ello. El sur era su comarca predilecta, en la que se creía que conservaba más influencia; había sido, en una palabra, la cuna de su poder, y la tenía por su más firme apoyo; fue para él un desengaño, una sorpresa, un desencanto; puede creerse, sin miedo de equivocarse, que han sido los días más aciagos de su carrera".
"Las noticias que llegaban a Buenos Aires eran por momentos más alarmantes para el gobierno. El primer movimiento había sido en el pueblo de Dolores, pero corría el contagio con una rapidez eléctrica. Chascomús, cuya importancia como pueblo de campaña nadie ignora, no sólo había secundado a Dolores sino que se había pronunciado con mayor energía. No paraban en esto los temores de Rosas, sino que creía minado todo su ejército. Se hablaba de las inteligencias de los oficiales de Granada y de Granada mismo con los revolucionarios y se contaba con movimientos análogos que reventarían a las puertas de la misma capital. La desconfianza, que cuando las declaraciones de Martínez Fonte y Medina Camargo, había torturado a los unitarios, pasó a ocupar los ánimos de los federales, quienes miraban sin poderse penetrar mutuamente; Rosas mismo creyó que su hermano, don Prudencio, era uno de los principales factores de la revolución del sur, y en consecuencia lo anatematizó del modo atroz que nadie ignora".
NOTAS Y ACLARACIONES:
(1) Se refiere Paz a un ayudante que le asignaron en su presidio en la Aduana de Santa Fe, de apellido Vélez.
(2) Coronel Antonio Ramírez, encargado de la parte final del traslado del general Paz desde Santa Fe a su nueva cárcel en el cabildo de Luján y de su prisión allí. Ramírez y Paz se conocían por haber luchado juntos en el Ejército del Perú, más no eran amigos. El cordobés lo consideraba ignorante, sádico, mezquino y de una avaricia insaciable.
(3) El 31 de octubre de 1835 pasaron por Luján en condición de detenidos los hermanos José Antonio, Guillermo y José Vicente Reinafé y el secretario doctor Aguirre. Ellos pernoctaron en el mismo cabildo donde estaba alojado Paz, que pudo observarlos desde las hendijas de la puerta de su habitación-calabozo. Los conducían a Buenos Aires para ser juzgados por el asesinato de Facundo Quiroga. Luego de un largo proceso, fueron ejecutados junto a Santos Pérez, el jefe de la partida que cometió el atentado contra aquel caudillo en Barranca Yaco, noreste de Córdoba.
(4) Dice el mismo Paz sobre la malograda conspiración de Maza que motivó su muerte: “había elementos poderosos de oposición a Rosas, que si hubieran podido combinarse bien hubieran bastado y aún sobrado para derribarlo del poder. Fuera de los que había aglomerados en Buenos Aires, había también en la campaña disposiciones análogas que se malograron más tarde por una fatalidad incomprensible. En las tropas de línea misma tenían grandes simpatías los revolucionarios, que se desperdiciaron por la mala elección que hizo de sus confidentes el coronel Maza (…) Cuando las cosas habían llegado a un punto tal que toda demora era mortal por la dificultad de conservar un secreto que rolaba entre miles de depositarios, se acordó suspender todo para rogar al general Lavalle, que estaba en Montevideo, que viniese a apoyar con su presencia el movimiento. Si ésta no fue opinión de todos, fue al menos de algunos; porque yo entiendo que la conspiración no tenía un centro fijo de dirección y marchaba con el día y según las deliberaciones de la noche antes; deliberaciones que variaban según los círculos en que se hacían”.
FUENTE:
“Memorias (selección)”. José María Paz. Centro Editor de América Latina-Biblioteca Básica Argentina, 1992.
“Memorias de la prisión. Buenos Aires en la época de Rosas”. José María Paz. Edición en homenaje a la Revolución de Mayo. Eudeba, 1963.
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si mira queria saber si sabe 4 frases de estanislao lopez
ResponderEliminardesde ya muchas gracias
ResponderEliminarEstimado amigo, lamento decepcionarte pero como soy un simple aficionado de la historia argentina, no he podido profundizar leyendo mucho sobre nuestros caudillos provinciales.. justamente he reproducido citas de las memorias del Gral. Paz sobre algunos de ellos porque nos permite conocer -sabiendo que era un adversario politico principal- una version muy critica.. abrazo grande.
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