viernes, 28 de diciembre de 2012

Burocracia científica



Nunca me dediqué a la investigación científica (apenas la rocé) pero tengo una formación en ciencias. Eso me permitió arrimarme a ese mundo y a algunas personas que lo habitan pues habitualmente los científicos se dedican a la docencia, ámbito donde se topan con esos receptáculos llamados alumnos. Aunque lo que hago en este blog sea asentar mi inútil visión de las cosas, en este tópico nunca me parece saber demasiado para ser lo suficientemente objetivo en el análisis. No obstante,  coincidiendo con mi generalizada incredulidad, suelo pensar que los burócratas y los chantas se instalan en todos los rubros y profesiones que nos ofrece la modernidad y que la investigación científica no es una excepción a la regla.

Me resultó muy grato toparme con la colección "Ciencia que ladra" que dirige Diego Golombek. De algún modo su objetivo coincide con una idea que en solitario me surgió allá a lo lejos cuando cursaba Física I en Agronomía: comunicar en palabras simples, sin un lenguaje cerrado de gueto, los hechos que (en algunos humanos) producen el placer de llegar al fondo de las cuestiones; saber como funcionan las cosas, sean átomos, galaxias o incluso el alma. Ni siquiera me puse en campaña  para concretarlo cuando descubrí que ya lo había inventado un capo que se llamaba Carl Sagan (*), entre otros. Más recientemente, esta colección de libros argentina popularizó la cuestión en nuestro país, lanzando en la movida casi al estrellato televisivo al biólogo Golombek y al matemático y ex-periodista deportivo Adrián Paenza. 

Confieso que largué algunos de estos libros porque me resultaron redundantes. No es fácil explicar con gracia que es un hidrato de carbono, una proteína o un ácido graso a  quien abre por primera vez un libro de biología y llegar a explicarle lo que es un 'omega 3' para recomendarle tomar diariamente una cucharadita de semillas de chía. Y tampoco, para uno que sepa algo, leer la explicación por  décima vez para llegar al fin del cuento. Otras veces me chocó el humor que necesariamente reina en muchos títulos porque no estaba en mi longitud de onda. Eso no tiene importancia: en el fondo esta difusión es un gran hallazgo.

Cuando leí el prólogo del sociólogo Pablo Kreimer en el libro "Demoliendo papers (la trastienda de las publicaciones científicas)" recopilado por Golombek, me reí mucho de manera cómplice porque me permitió confirmar varios de mis prejuicios sobre la investigación, aunque ella también pueda ser un apostolado. El prólogo se llama "Sobre el nacimiento, el desarrollo y la demolición de los papers"  (en este link lo brindan en versión .pdf pero abajo lo copio). Luego, el mismo Golombek explica el sentido de "Ciencia que ladra" y está la lista de los delirantes investigaciones que ayudaron a darle un volumen conveniente al libro de marras.

Respecto a esos prejuicios míos sobre científicos y docentes, ya dejé mis ideas, experiencias y fastidios en la nota "Las ciencias y la educación, para mí" de la añeja entrada "Conceptos sobre filosofía y ciencias", que reúne párrafos serios del hoy enfermante José Pablo Feinmann.    


¡Ah! Ya que estamos: ¿y el novedoso Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva? Como desde este modesto blog no hago más que pegarle palos a los gobiernos Kirchner, debería ser justo con la decisión que tuvieron de crear con ese inédito rango al ministerio que está al mando del experto Lino Barañao. Es algo completamente nuevo en la Argentina y es plausible el presupuesto que se le asigna. Hubo realmente fondos para la investigación como creo que nunca antes y se previó la repatriación de cerebros argentinos desperdigados por el mundo, que ahora consiguieron trabajo en su propio país.


Durante el menemato (que no se acordó de privatizar el INTA, el INTI, etc.) la investigación científica no tuvo rumbo y la orientaban los empresarios que ponían algo de plata para bancar proyectos según sus intereses. La estructura inútil la bancaba el Estado.  

Desearía toparme con algún entendido de criterio independiente que me cuente si la decisión política tomada en estos últimos tiempos con buen criterio y estos años de esfuerzo derivaron realmente en adelantos tecnológicos autóctonos que se tradujeron en una mayor competitividad para las empresas nacionales y más mano de obra empleada en ellas, con mejores sueldos. Si no ocurrió eso, habrá sido un esfuerzo estéril y otro bluff de nuestra política. Ojalá no. Un beso en la reja. Horanosaurus.

(*) "No hay tema científico que no pueda ser tratado a nivel popular". 






Por Pablo Kreimer

Sociólogo y doctor en “Ciencia, tecnología y sociedad”. Se desempeña como profesor titular de la UNQ, investigador del CONICET y director del Doctorado en Ciencias Sociales de FLACSO Argentina. Actualmente trabaja sobre las dinámicas de producción y uso social de conocimientos en contextos centrales y periféricos.  

Introducción: un poquito de contexto, algo de texto y unos gramos de erudición

Hace unos años, concurrí a un seminario sobre revistas científicas en el mundo hispanohablante. La idea era darle mayor “visibilidad pública” a las producciones en la lengua de Cervantes, frente al aparente implacable dominio de la de Shakespeare en estas arenas. El contexto era interesante y entretenido, porque convivíamos en dulce montón responsables de revistas –y por lo tanto investigadores- de ciencias “duras” con practicantes –es un decir- de las ciencias sociales, en particular sociólogos de la ciencia.1  Allí presenté una tesis en la que insisto cada vez que puedo, y que consiste en afirmar que los papers, los artículos científicos, pueden ser muchas cosas pero, por sobre todo, son instrumentos retóricos, es decir, piezas discursivas destinadas a convencer. Agregué, de inmediato, que los papers no son la ciencia, y mucho menos LA VERDAD, sino que más bien son ejercicios que practican los científicos para convencer a los otros de lo importante que son las cosas que ellos hacen. Cuando iba desarrollando la tres cuartas partes de mi argumento (o tal vez un poco menos, me disculparán aquí la obligada falta de precisión), una bioquímica catalana muy simpática y editora de una importante revista me preguntó, con su particular tonada: “¿Oye, chaval, todo este cuento que nos estás echando, te lo crees de verdad o lo dices sólo para provocarnos? Casi sin dudar, le respondí: “Las dos cosas, puesto que, además, no son excluyentes”.

Parece propicio entonces que nos formulemos una pregunta que apunta al sentido común y que, como todas aquellas cuestiones que, de pronto, cuestionan aquello que todo el mundo da por sentado, nos sorprenden: ¿por qué los científicos publican papers? Si le hacemos esta pregunta a cualquier investigador, e incluso a un joven becario, nos va a mirar como si estuviéramos locos o en estado avanzado de beodez. Es posible que, incluso nos tome la presión, nos observe la dilatación de las pupilas y, si todos los signos externos parecen normales, se pregunte calladamente de qué planeta acabamos de llegar. Pasado el sofocón, e intentando convencerse de que “realmente” esperamos una respuesta, nuestro interlocutor va a respirar hondo y nos responderá algo así (dependiendo del cassette que ese día tenga puesto):

a) Publicamos papers porque es el modo de dar a conocer el RESULTADO de nuestros trabajos, de nuestras investigaciones al resto de la comunidad científica.
b) Publicamos papers porque así damos a conocer nuestros avances en el CONOCIMIENTO sobre los problemas que investigamos, de modo que otros investigadores, EN CUALQUIER PARTE DEL MUNDO, puedan utilizar nuestros hallazgos para seguir avanzando en la resolución de problemas para la humanidad.
c) Publicamos papers porque allí hacemos PÚBLICOS los DESCUBRIMIENTOS que hicimos en nuestros laboratorios.

En una segunda charla, una vez que nos admiramos de las loables tareas que nuestro interlocutor emprende todas las mañanas, es altamente probable que nos agregue:

d) Bueno, también publicamos papers porque estamos sometidos a un sistema según el cual las instituciones nos evalúan de acuerdo con lo que publicamos, de modo que no tenemos más remedio que publicar la mayor cantidad posible de papers, para ser mejor evaluados y tener más prestigio.
e) Es posible que, a su vez agregue, a modo de pregunta: ¿pero usted no oyó hablar de “publish or perish”? PUBLICAR O PERECER, traduzco prolijamente.
f) Publicamos papers para dar a conocer nuestros trabajos ANTES que lo hagan otros, porque no sólo hay que publicar, sino que además, hay que llegar primero.
g) Publicamos papers para ganar PRESTIGIO, porque quienes más publican, son más conocidos y valorados, y gracias a eso accedemos a mejores recursos, con los cuales podemos comprar mejores EQUIPOS y otros insumos y, con ellos, hacer más experimentos que nos permitirán tener más becarios y, finalmente, publicar más papers. Así, vamos a acumular más prestigio, y entonces conseguiremos acceder a más recursos, lo cual, como ya le expliqué, nos permite desarrollar más experimentos, y por lo tanto publicar más y mejores papers. Es claro, ¿no?

Las mayúsculas que aparecen en los ítems anteriores no se deben a un bloqueo involuntario de la tecla “Caps Lock” (que tantos disgustos nos trae), sino a un conjunto de temas y conceptos que vamos a intentar discutir en las páginas que siguen.

Llegado a este punto, parece interesante observar que las dos dimensiones que expresan los dichos de nuestro investigador imaginario apuntan, en realidad, a las dos dimensiones constitutivas de la ciencia moderna: los aspectos sociales y los aspectos cognitivos. Veamos muy rapidito los dos aspectos:

En el sentido social, los científicos son trabajadores que, como cualquier otro laburante se inscribe en un espacio de relaciones sociales en donde existen jerarquías, grupos sociales, conflictos, solidaridad, luchas, tradiciones y traiciones, amores y odios. Sin embargo, del mismo modo de otras profesiones, también tiene sus reglas propias. Como ocurre frecuentemente, para explicarlas es necesario recurrir a la historia: hoy parece un lugar común decir (y creer) que la ciencia es una actividad pública. Y esto sigue siendo así, más allá de la importante cantidad de investigaciones que se realizan en ámbitos privados (en empresas), o que permanecen en secreto (por razones generalmente militares o industriales). Pero el hecho de que la ciencia sea una actividad pública tiene su origen en siglo XVII, cuando de la mano de algunos científicos, en particular Isaac Newton, se creó en Inglaterra la Royal Society, una de las primeras instituciones en donde se radicaron algunos investigadores de la época. 2 Hasta entonces, las investigaciones eran prácticas privadas, que algunos desarrollaban en los garajes, en los fondos o en los desvanes de sus casas, como quien tiene un pequeño taller de carpintería o de aeromodelismo.

Así, la ciencia fue pasando del ámbito privado al espacio de lo público, y eso tuvo dos consecuencias: por un lado, y desde entonces, los Estados y los gobiernos sostuvieron, de diversas maneras en cada país, las actividades científicas. Me gustaría llamar la atención sobre el hecho de que esto, como todo proceso social, podría no haber sido así: la ciencia podría haber seguido conformando un conjunto de prácticas privadas, del mismo modo que la educación, en la actualidad, podría perfectamente seguir siendo una tarea de los padres o de maestros particulares. De modo que la ciencia, como la escuela pública, es una institución creada (en la modernidad) por las sociedades, y no tiene nada de “natural”. Por otro lado, el pasaje al ámbito público generó la exigencia de que los científicos hicieran públicas (la redundancia es inevitable) sus investigaciones. Por cierto, hay aquí un juego de palabras entre el carácter público (como opuesto a privado) de la actividad y la publicación, que hace referencia a la circulación por medios escritos. Así, cuando se crearon las primeras asociaciones científicas, se comenzaron a editar, también, las primeras revistas destinadas a publicar los avances de las investigaciones. De allí al paper hay un solo paso.

Sin embargo, además del aspecto social, la ciencia tiene una dimensión cognitiva o, dicho de otro modo, genera conocimientos. Hay una vieja y aún no saldada discusión acerca de si la ciencia realiza “descubrimientos”, es decir, descubre aquello que el mundo físico y natural nos “oculta”, o si bien “produce” conocimiento, es decir, “crea entidades y conceptos”. Gracias a Dios, no vamos a intentar dilucidar esta cuestión en estas páginas. Pero podemos ponernos de acuerdo, al menos, en que los científicos hacen varios tipos de operaciones con el mundo natural.

a) En primer lugar, lo observan. A diferencia de los otros mortales (sí, los científicos también lo son, como lo muestra abundante material empírico), observan el mundo natural sistemáticamente.
b) Luego de observarlo, a menudo realizan mediciones de todo tipo, para lo cual suelen utilizar una amplia gama de instrumentos, que van desde los más simples, como una regla o una balanza, hasta los más complicados espectrómetros de masa, por ejemplo.
c) Una vez que realizaron las mediciones correspondientes, en algunas disciplinas (que el historiador, epistemólogo y casi sociólogo Ian Hacking llama “ciencias de laboratorio”), intervienen sobre el mundo natural, es decir, lo modifican. Como en el caso anterior, estas intervenciones pueden ir desde lo más simple, como hervir agua, hasta algo un poco más complejo, como clonar
una oveja.
d) Antes y después de las operaciones a) y b), y en algunos casos la operación c), los científicos representan el mundo natural. Esto es indispensable. Así como para darle un beso al amado/a debemos “representarnos” a esa persona y hacerla depositaria de nuestros más altos sentimientos, para intervenir sobre el mundo natural debemos generar un conjunto de representaciones, para poder explicarlo.

Digamos, en una síntesis tan apretada como incompleta, que esas operaciones son las que permiten hablar de “conocimiento” y, en particular, de conocimiento científico. Ahora bien, ¿cómo llegamos al paper? En primer lugar, vamos a romper un mito (si es que no está roto aún): el paper no “es” el conocimiento ni la “ciencia”. Ni aún cuando aceptáramos que el paper “represente” al conocimiento como forma codificada (hipótesis de todos modos harto discutible), un paper oculta muchas más cosas de las que muestra. Veamos, de nuevo rapidito, algunas de ellas:

a) Un paper muestra el éxito y esconde el fracaso: en efecto, cuando se redacta un artículo, ningún científico con pretensiones de que se lo publiquen describe todos los procesos que tuvo que desarrollar para llegar a la redacción que obra en manos del referee (N. del autor: “persona poderosísima que tiene en sus manos el futuro de la humanidad o, por lo menos, de los investigadores que someten papers a la revista que le confía los manuscritos”) encargado de dictaminar sobre su publicación. Por ejemplo, muchos conocimientos surgen de ensayos fallidos o fracasados que muestran no cómo las cosas son, sino, precisamente, como “no son”.3
b) Un paper oculta todo lo que, desde hace mucho tiempo, Michael Polanyi denominó “conocimiento tácito”, es decir, un montón de aspectos que tienen que ver con la práctica de la investigación científica y que no son codificablestales como la destreza del experimentador (científico o técnico), ciertas condiciones que no llegan a especificarse (incluso porque se piensa que algunas de ellas no son importantes), la cultura y el lenguaje propios del grupo de investigación que produjo el paper, los diferentes lugares en donde el mismo fue producido (a veces un experimento se hizo a 15.000 kilómetros de otro experimento), con los procesos de aprendizaje necesarios para poner en marcha las experiencias (lo que en inglés se denomina proceso de learning by doing) y así sucesivamente.4
c) Un paper también oculta el papel que los autores desempeñan en un campo científico de relaciones sociales. Es cierto, sobre este aspecto sí tenemos algunas pistas: cuando los autores dicen, por ejemplo, que “ya ha sido establecido que…” y acto seguido citan sus propios trabajos anteriores, tenemos un indicio de que no se trata de ningunos novatos. También tenemos algunas pistas de quienes suelen ser sus “amigos” y con quienes se pretende discutir. Pero son sólo eso, “pistas” que el lector atento puede decodificar, bajo la condición de manejar un conjunto de informaciones que le resultarán imprescindibles para entender quién y de qué está hablando.
d) Finalmente, un paper oculta, también, el ya señalado interés (o la necesidad) del autor (o de los autores) por legitimarse, por contar en su currículum con una publicación más que pueda hacer valer ante sus pares y ante los temibles burócratas (casi todos son sus propios pares) que habrán de evaluarlo. 

Según el muy provocador sociólogo francés Bruno Latour, los papers son piezas retóricas de una enorme utilidad puesto que, para él, la vida científica tiene mucho de estrategia política. Por eso, a partir de los papers se realizan dos pasajes fundamentales: por un lado, se pasa de la “ciencia mientras se hace” a la “ciencia hecha”. Por otro lado, se pasa del “enunciador individual” al “juego de los aliados”.5   Dicho en dos palabras (discúlpenme, es un eufemismo): La ciencia mientras se hace es aquella que aún no ha sido aceptada como tal, que aún es objeto de discusión, de controversia, de fabricación (esta última idea es crucial para Latour). Cuando se logra publicar es porque se pudo pasar de un enunciado muy probabilístico e hipotético, que puede tener la forma de “parece plausible” (se puede reemplazar por un más pedestre, sincero y de entrecasa “che, me parece…”) que “el gen Tal codifique la proteína que cumple Cual función”. Como cualquiera puede apreciar, este enunciado está más próximo a una charla en la barra del café que a un hecho científico. Sin embargo, en los papers, uno no se puede dar el lujo de semejante barbarismo, porque los referees (quienes alguna vez también se han expresado así o de modos más canyengues aún) lo están esperando a uno con la máquina de picar carne afilada y en marcha. No. Hay que llegar a enviar un paper para publicar con enunciados tales como “se halla debidamente comprobado…” o “como ya ha sido establecido…”.

Sin embargo, por simple que parezca, estos dos últimos enunciados, el hipotético y el asertivo, están separados por un largo proceso de fortalecimiento, para lograr pasar de un enunciado “débil” a un enunciado “fuerte”. Para ello se utilizan herramientas diversas, algunas de las cuales son puros recursos que dependen de la habilidad del científico, pero que, en su mayor parte suelen existir en los laboratorios. Se trata, por ejemplo, de fotografías, radiografías, diagramas, imágenes variadas (de microscopio, de telescopio, de computadora), tablas con datos, cuadros, cuadritos, recuadros, dibujitos y todo otro elemento que pueda vencer la congénita suspicacia de que todos, en todo momento, podemos estar metiéndole el perro al lector. Porque de eso se trata (más o menos) el “escepticismo organizado”, norma fundante de la comunidad científica según el magno inventor de la sociología de la ciencia, el sociólogo funcionalista Robert Merton.6

Veamos. No es lo mismo afirmar que: “Los chinos comen arroz”, sin mayores precisiones. Que escribir: “A lo largo de 5 años de experiencias y de trabajos de campo realizados en 7 provincias (ver mapa 1) de la República Popular China, se ha podido establecer que el consumo de arroz (en sus diversas variedades y preparaciones) resulta predominante en los diferentes segmentos etarios de dicha población, según se puede observar en los diagrama 1 a 3. Las propiedades del arroz en términos nutritivos son ya bien conocidas (ver tabla 2) y, a su vez, se ha comprobado fehacientemente que este alimento proporciona gran satisfacción a los sujetos en cuestión, tal como puede apreciarse en la figura 3.”

Mapa 1: China y sus regiones (mapa)

Diagramas 1 a 3: China: Distribución del consumo de alimentos por grupo erario

De 0 a 7 años
Mamadera 23%
Arroz 42%
Chupetín 35%

De 7 a 18 años
Mamadera 12%
Chupetines 23%
Arroz 65%

De 19 años y más
Mamadera 5%
Chupetines 9%
Arroz 86%

Tabla 2: Composición química y valores energéticos del arroz (por 100 gramos)

INTEGRAL       BLANCO      PARBOILED
Crudo Cocido Crudo Cocido Crudo Cocido

Agua % 12,00 70,30 12,00 72,60 10,30 73,40
Energía aliment. 360,00 119,00 363,00 109,00 369,00 106,00
Proteínas (gr.) 7,50 2,50 6,70 2,00 7,40 2,10
Gordura 1,60 0,60 0,40 0,10 0,30 0,10
Carbohidratos 77,40 25,50 80,00 24,20 81,30 23,30
Fibras 0,90 0,30 0,10 0,20 0,20 0,10
Calcio 32,00 12,00 24,00 10,00 60,00 19,00
Fósforo 221,00 73,00 94,00 28,00 200,00 57,00
Hierro 1,60 0,50 0,80 0,20 2,90 0,80
Sodio 9,00 *** 5,00 *** 9,00 ***
Potasio 214,00 70,00 92,00 28,00 150,00 43,00
Tiamina 0,34 0,09 0,07 0,02 0,44 0,11
Riboflavina 0,05 0,02 0,03 0,01 *** ***
Niacina 4,70 1,40  1,60 0,40 3,50 1,20
Tocoferol (Vit.E) 29,00 8,30 *** *** *** ***

Fuente: "Composition of foods", FAO, 2003.

Figura 3: Propiedades del arroz (foto)

Por otro lado, señala el mismo Latour, en las estrategias por convencer, además de recurrir a todos estos elementos que nos brindan credibilidad (a los que llama “inscripciones”), los científicos reclutan aliados para fortalecerse y ponerse en mejor posición para que los otros acepten nuestros enunciados. Así, cuando yo digo “el Dr. Fulano ha demostrado que…” siendo Fulano, por ejemplo, un Premio Nobel, estoy obligando a quienes quieran discutir mis enunciados a vérselas, además de conmigo mismo, con el Nobel en cuestión. Lo mismo ocurre cuando se señala la pertenencia institucional (Universidad, Centro de Investigación, Programa, etc.) que muestra que no soy un “loco suelto” sino que mis afirmaciones están respaldadas por una institución muy seria, antigua y prestigiosa.

Como se ve, los papers tienen una relación importante con las investigaciones, pero están lejos de ser un mero reflejo de ellas.

Para terminar esta sección, me parece oportuno reproducir un excelente texto que, aunque un poco largo, es muy significativo, tanto por lo que dice como “quién” lo dice:  se trata de Oscar Varsavksy, matemático argentino que escribió en 1969 Ciencia, política y cientificismo, un libro revelador y provocador en varios sentidos. Dice Varsavsky:

Piénsese en lo trillado o nítido del camino que tiene que seguir un joven para llegar a publicar. Apenas graduado se lo envía a hacer tesis o a perfeccionarse al hemisferio Norte, donde entra en algún equipo de investigación conocido. Tiene que ser rematadamente malo para no encontrar alguno que lo acepte. […] Allí le enseñan ciertas técnicas de trabajo –inclusive a redactar papers- lo familiarizan con el instrumental más moderno y le dan un tema concreto vinculado con el tema general del equipo, de modo que empieza a trabajar con un marco de referencia claro y concreto. […]

Si en el curso de algunos años ha conseguido publicar media docena de papers sobre la concentración del ion potasio en el axón de calamar gigante excitado, o sobre la correlación entre el número de diputados socialistas y el número de leyes obreras aprobadas, o sobre la representación de los cuantificadores lógicos mediante operadores de saturación abiertos, ya puede ser profesor en cualquier universidad y las revistas empiezan a pedirle que sirva de referee o comentarista.

Sobre este libro y otros debates

Antes de avanzar en los contenidos propios de este libro me parece ineludible que hagamos algunos comentarios sobre un episodio que fue célebre hace algunos pocos años: me refiero a lo que se conoció como “Affaire Sokal”. En síntesis, lo que ocurrió entonces fue que, para mostrar cómo ciertas revistas de ciencias sociales podían “publicar cualquier cosa” con tal de que ello estuviera respaldado en un lenguaje esotérico y tuviera una abundancia de citas eruditas, el físico estadounidense Alan Sokal decidió hacer una broma-trampa-experimento. Envió a la revista Social Text, editada por un grupo que se inscribe en los llamados “estudios culturales” y que está particularmente abierto a todas las manifestaciones heterodoxas, un artículo titulado “Transgrediendo las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica” 8

Sokal decía en su artículo que pretendía “…ir más allá de algunos análisis que habían planteado la traza cultural de la mecánica cuántica [Aronowitz], el discurso oposicional de la ciencia post-cuántica [Ross], la exégesis de género en la mecánica de los fluídos [Irigaray]”. Así, “tomando en cuenta desarrollos recientes en la gravedad cuántica, [en los cuales se plantea que] las múltiples dimensiones espacio- tiempo dejan de existir como una realidad física objetiva; la geometría se torna relacional y contextual, y las categorías conceptuales fundacionales de la ciencia más relevante -entre ellas, la existencia misma- se vuelven problemáticas y relativizadas”.9

La parte final del paper está destinada a mostrar los aspectos políticos, en donde se mezclan aspectos tales como “la redefinición de los espacios institucionales en los cuales se desarrolla la labor científica -universidades, laboratorios del gobierno, corporaciones-” para que los científicos se vuelvan conscientes de la “utilización social (aún en contra de sus mejores instintos)” del conocimiento que ellos producen. Para ello, concluye Sokal, muchas teorías científicas recientes podrían colaborar en el diseño de una “ciencia liberadora”.

Prácticamente al mismo tiempo, Sokal publicó otro en la revista Lingua Franca en el cual revela que el artículo anterior era, en realidad, una parodia.10 Pero esta parodia estaba construida a partir de citas de autores que son de referencia obligada en el campo de los estudios culturales (Derrida, Deleuze, Guattari, Irigaray, Lacan, entre otros), y en donde Sokal pretendía poner en evidencia la liviandad -o directamente la ignorancia- con la cual los autores citados -y muchos otros- utilizan, en sus argumentos, aspectos relativos a diferentes formulaciones del campo de la física. Esto da lugar, según el autor, a múltiples usos abusivos, cuando no directamente erróneos e, incluso, absurdos, de los enunciados científicos en cuestión.

En realidad, el experimento es interesante más allá de los propósitos del mismo Sokal. Se desató entonces una verdadera guerra de las disciplinas: científicos “duros” que se mofaban de las ciencias sociales, otros científicos más duros aún que se indignaban de cómo las ciencias sociales usan el lenguaje de las ciencias físicas o naturales con ignorancia, cientistas sociales que aprovecharon para castigar a los estudios culturales y a sus adversarios, y así sucesivamente. Pero en realidad, lo interesante que muestra el experimento de Sokal (aunque él mismo, como físico, tiene dificultades en aceptar) es llamar la atención sobre la sacralización que las comunidades científicas han hecho del sistema de papers que parece articular la mayor parte de la vida académica hacia el fin del siglo XX.

De hecho, podemos decir hoy sin miedo a exagerar (bueno, con algo de miedo, que nunca hace mal) que la mayor parte de los laboratorios se fueron convirtiendo en verdaderas “fábricas de papers” en donde la posibilidad de publicación no está “al final del largo, sinuoso y creativo proceso de la investigación”, sino que muchas veces está al comienzo del camino: a menudo se investiga aquello que se podrá publicar, e incluso los plazos y la organización del trabajo se articulan alrededor de este eje.

Así, si Sokal realizó de manera divertida (bueno, la gente de Social Text y sus amigos lo tomaron con bastante poco humor), este libro resulta un aporte muy fresco, divertido y provocador para seguir pensando en el papel de los papers, la retórica, la función de la ciencia, de los científicos y de todo lo que los rodea.

El lector se encontrará, en las páginas que siguen, con textos que abordan problemas clásicos, como el eterno dilema que formula la ley de Murphy, según la cual las tostadas siempre caen con la mermelada hacia abajo, frente al serio problema de que los gatos caen siempre de pie. Así las cosas, es válido preguntarse: ¿Cómo cae un gato con una tostada atada al lomo?

Otras cuestiones abordan lo autóctono: los efectos soporíferos de la ingesta de mate, tema espinoso en nuestro país y problema existencial del otro lado del Plata, para el cual se presenta abundante evidencia empírica. O la clasificación de los sándwiches de miga, de amplio consumo en los mayores centros urbanos de la Argentina, en donde se aborda la cuestión desde el punto de vista histórico.

Otros temas se encabalgan en los dos tópicos precedentes, puesto que tratan, al mismo tiempo, acerca de creencias firmemente establecidas, así como sobre una especie muy criolla que abunda en nuestras tierras, como los colectivos y el importante papel de la humorina: ¿cuáles son las razones científicas que explican la llegada del colectivo cuando uno enciende un cigarrillo? ¿qué causas naturales pueden explicar este fenómeno, y así descartar las simpáticas leyendas populares?

Por otro lado, y para descartar el mito, fuertemente arraigado, de que la investigación rigurosa nada tiene que ver con las fuerzas sobrenaturales, un sesudo artículo nos muestra cómo se produce la replicación del ADN, dejando atrás las discutibles hipótesis que señalan procesos tales como transcripción, ARN mensajeros (digamos de paso: ¡qué poco riguroso nos pareció siempre llamar “mensajero” a una porción de ácidos nucleicos!). No. La explicación, afirma este artículo, se debe encontrar en la voluntad de Dios. Así de simple.

Siguiendo con los aspectos que refieren al Altísimo, razón muchas veces olvidada en artículos que se han pretendido de indudable rigor, otro de los artículos se dirige a establecer la divinidad de los botones. Pero no se trata de un mero abordaje cualitativo: se establece una unidad para medir el grado de divinidad (GRADIV) que será, sin dudas, de una enorme utilidad para desarrollos futuros.

Sin embargo, no todos los artículos de este libro se orientan a trabajos propios de las ciencias básicas. Por el contrario, algunos de ellos señalan importantes aplicaciones tecnológicas surgidas del trabajo de laboratorio. En esta dirección se enmarca el importante estudio que evalúa la utilización alternativa del uso de insecticidas frente a métodos más sofisticados, como el empleo de la ojota, en la siempre importante lucha contra las cucarachas.

Otra línea importante de indagación con importantes aplicaciones tecnológicas que seguramente será objeto de aprovechamiento por parte del sector empresario –en particular los sellos discográficos- e, incluso de numerosas amas de casa, muestra los resultados de los diferentes gustos musicales sobre el crecimiento de las plantas. El planteo tiene consecuencias que el autor no aborda, pero que seguramente el lector prevenido no pasará por alto: ¿qué ocurre cuando los gustos de las plantas no coinciden con los del ama de casa? ¿Deberá resignarse a un crecimiento más lento, o a escuchar eternamente, por ejemplo, música de bailanta, si es ello lo preferido por, digamos, su potus? Sin dudas, investigaciones ulteriores apuntarán a echar más luz sobre la cuestión.

Como corresponde (y el lector lo apreciará, sin dudas) todos los textos están apoyados por abundantes materiales de apoyo, y han sido objeto de un riguroso trabajo de debate previo, de un exigente referato por especialistas en cada una de las temáticas propuestas, por lo que esta compilación conforma un volumen de referencia en un conjunto de tópicos centrales de las ciencias modernas o, mejor, post-modernas. Naturalmente, y como siempre sucede, no faltará el debate posterior, las refutaciones, las declaraciones sacadas de contexto y el recrudecimiento de los escépticos. Todo ello no debe asustar: forma parte de la dinámica que nos permite el avance de los conocimientos y que hace que podamos ir construyendo, a partir de la ciencia, un mundo mejor.

1 Al respecto, cabe citar el importante matiz aportado por el sociólogo Emilio De Ipola, que sugiere no olvidar las ciencias “al dente”.
2 Es cierto que el rigor histórico nos impone hablar como antecedente de las Academias italianas que surgieron en el Renacimiento, pero una buena parte de los historiadores coinciden en señalar que la ciencia moderna comienza con Newton. Por supuesto, nadie tiene la última palabra en estos temas, y para cada posición existen buenos argumentos.
3 Una vez, un biólogo español radicado en Inglaterra me contó cómo, creyendo trabajar sobre la cepa X de una bacteria determinada, se pasó más de un año “clonando agua”. Cuando, gracias a ello tuvo que desarrollar un test especial para determinar de qué tipo de cepas se trataba, en su paper ocultó puntillosamente sus devenires acuáticos.
4 M. Polanyi, The Tacit Dimension, Nueva York, Doubleday & Co., 1966.
5 Latour, Bruno, La vie de laboratoire. La construction social des faits scientifiques. Paris, La Découverte, 1989.
6 R. Merton, La sociología de la ciencia, Madrid, Alianza, 1977.
5 Latour, Bruno, La vie de laboratoire. La construction social des faits scientifiques. Paris, La Découverte, 1989.
6 R. Merton, La sociología de la ciencia, Madrid, Alianza, 1977.
7 O. Varsavsky, Ciencia, política y cientificismo, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1969. Pág. 46.
8 A. Sokal, “Transgressing the boundaries: Toward a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity”, Social Text, vol 14 Nro 46-47, 1996.
9 A. Sokal, op. cit., página 218. 
10 Cuyo título es: A Physicist Experiments with Cultural Studies (un físico experimenta con los estudios culturales), publicado en Lingua Franca, 1996.

* Este prólogo está incluído en el libro “Demoliendo papers (la trastienda de las publicaciones científicas)” de Diego Golombek (comp.)-Colección ‘Ciencia que ladra’-Siglo XXI editores. 2005.

ESTE LIBRO (Y ESTA COLECCIÓN) Por Diego Golombek.  

Doctor en Biología (UBA), investigador del CONICET y profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes, donde dirige el laboratorio de Cronobiología.

Hace algunos años comenzamos una aventura con un grupo de alumnos que, increíblemente, se transformó en una materia hecha y derecha, de características académico-gastronómicas, ya que cada clase se convirtió en una degustación de manjares. La idea era conocer íntimamente al paper, esa carta de presentación obligatoria para los científicos. Efectivamente, el paper es la forma de comunicar la ciencia, de poner en común el conocimiento… pero no está exento de historias humanas, de modas, de celos y de contradicciones. PUBLICA O PERECE (publish or perish), reza uno de los lemas de la investigación; dime que publicas y te diré quien eres, parece ser la medida de juicio de quienes nos dedicamos a estas actividades.

Por eso vale la pena conocer de cerca a este amigo-enemigo de los científicos. El paper, casi por definición, está escrito en difícil, una curiosa técnica de acceso a unos pocos iniciados. Esto tiene un claro objetivo: la precisión del lenguaje, que es lo que permite que se cumpla con uno de los preceptos de la ciencia: la replicabilidad de todo hallazgo. En la ciencia no vale el principio autoritario de que las cosas son así porque las dice el jefe (o el papá, o el Papa), sino que algo vale porque está demostrado experimentalmente, puesto en común y replicado por cualquier científico que tenga ganas de hacerlo.

Una de las propuestas finales de esta aventura fue que los alumnos escribieran un paper con todas las reglas, pero con alguna temática absurda o disparatada. En otras palabras: aprender a reírnos de nosotros mismos, de nuestros métodos y nuestros lenguajes. He aquí, entonces, una primicia: los científicos  -o al menos los estudiantes de ciencia- ¡se ríen! ¡Se divierten! ¡Comen!

Este libro es, entonces, una selección de los demoledores de papers que aportaron pruebas irrefutables sobre la caída de las tostadas, la divinidad del botón, la existencia del hombre de la bolsa o el efecto de la música sobre el crecimiento de las plantas.

Después podremos volver a nuestros ratones, tubos de ensayo y máquinas de avanzada, con la barriga llena y el corazón contento. Desarrollar la imaginación es, después de todo, una de las mejores formas de acercarse a la ciencia.

Esta colección de divulgación científica está escrita por científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir, un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil.

Ciencia que ladra… no muerde, sólo da señales de que cabalga. Diego Golombek.

CAPITULOS DE "DEMOLIENDO PAPERS"

--Los principios físicos que determinan la caída en pie del gato prevalecen sobre la Ley de Murphy que determina la caída de la tostada con mermelada hacia abajo. Joel Pérez Perri.
--Criterio válido para la clasificación de los sándwiches de miga. Nicolás Palopoli.
--Hormona pildorina como regulador de las reacciones preingesta del Síndrome de Reacción Hostil Pastillofóbica Gatuna. Paula Beluardi.
--Humorina: adicción en los ómnibus. Georgina Coló.
-- La feromona out-odoro y la expresión de la proteína mearumfueradutarrum son necesarias para la pérdida de control direccional del output de orina. Luciana Fuentes y Natalia Martínez.
--Los gustos musicales de las plantas afectan su normal desarrollo. Virginia González y Dolores Valdemoros.
--Una nueva proteína sería la responsable del síndrome de somnolencia mateiforme. Axel Hollman.
--Inzombiavirus y otras yerbas: la historia nunca antes contada sobre la zombificación. Melina Laguía Becher.
--Estudio comparativo de las variaciones de rendimiento en biomasa S. cerevisiae y E. coli con distintos tipos de nutrientes y en diferentes condiciones de humor. Matías Nóbile.
--El ADN se autorreplica, gracias a Dios. Pablo Pellegrini.
--Nuevos tratamientos para reducir el estrés celular. Natalia Periolo.
--Capacidad de acción de la ojota o el insecticida en aerosol a la hora de matar cucarachas. Santiago Plano.
--Las tendencias suicidas en caracoles advierten sobre patologías psiquiátricas en el hombre. Maximiliano Portal.
--Detección temprana del síndrome Homo sapiens sapiens bolsum. María Candelaria Rogert y Martín Fabani.
--El desesperado intento de Culex pipiens por mantenernos despiertos. Rosana Rota.
--Análisis de la divinidad del botón. Lucía Speroni.