.... espacio en construcción...
Si tenés la suerte de ser uno de los quince millones de turistas extranjeros que visitan un año cualquiera la isla de Manhattan -corazón de Nueva York, alma del imperio norteamericano- muy posiblemente llegues a sentirte en el ombligo del mundo unos días.
Esquivando transeúntes apurados, taxis amarillos o algún patrullero a mil por hora, quizás tengas la sensación de ser parte de una de esas películas que alguna vez te salvaron del aburrimiento. Uno presiente que por esas calles con cordones que escupen vapor o desde algún rascacielo espejado puede surgir la noticia que cambiará el curso del mundo. Una leyenda. Pero, ¿y si no pasa nada?
Recorrerás lugares recomendados en la web y en decenas de folletos o seguirás las sugerencias de algún amigo que volvió maravillado. Times Square, el puente de Brooklyn, Wall Street, el Memorial. Algunos te sugerirán como hacer rendir los dólares en algún shopping. Otros, donde conseguir el electrónico soñado. Aunque no necesites comprar nada.
¿Qué podés hacer en Nueva York? Caminar sus avenidas coquetas sombreadas por moles de hierro y cemento o andar por el Central Park mientras aguanten tus piernas. Como en cualquier ciudad, beber cerveza en un bar balconeando un río o una plaza. Gambetear el almuerzo en un deli’s con fast food o mediante pancho y coca en un carrito y seguir viaje. Es un clásico subirse al Rockefeller Center o al Empire State con un malón de gente para ver la panorámica de la ciudad. A la noche buscarte un boliche con ambiente thriller de barra y taburetes o tomarte unas copas en un moderno rooftop de rascacielo, en buena compañía.
En tren cultural, elegir uno de los excelentes museos que casi todos recomiendan: el MET, el MOMA, el Guggenheim. El políticamente incorrecto pero impactante Intrepid Sea-Air-Space Museum sobre el río Hudson: aviones militares históricos arriba y en las tripas de un portaviones gigantesco, un submarino nuclear analógico, la nave Enterprise y hasta una Soyuz rusa. Un paseo por la historia imperial yanki.
Espectáculos, ¿cómo no? El mejor jazz del mundo anda por aquí: los famosos Blue Note NYC, Birdland, The Iridium, Lincoln Center y boliches menores. Algunos prefieren escuchar coros gospel armados puntillosamente para el turismo (igual que los tangueros porteños). Obras de teatro de primer nivel y musicales top en los alrededores de la Av. Broadway del Midtown. Sin traducción al castellano, claro. Si te da el cuero, invitar a tu mujer a cenar en un restorán clásico.
Reconozco que nos convierten en turistas patéticos, pero subirte a un bus "hop on-hop off" te permite tomar noción de la distribución de gran parte de la ciudad. Luego, cuando te animes a las locas conexiones del subte -la mejor manera de alejarte del despelote céntrico- llegarte a los barrios de la isla para encontrar sus bellezas y sacarles jugo: Greenwich Village, Chelsea, la zona bancaria, Harlem, Brooklyn o Queens cruzando el río.
Aunque la arquitectura neoyorkina de herencia sajona es adusta y no muy bella, tiene detalles para descubrir. Te puede resultar recorrer calles buscando los aggiornados “brownstones” o jugar a sentirte pequeñito levantando la vista a los rascacielos. No te tropezarás si mirás mucho para arriba: no hay veredas rotas porque usan grandes baldozones de cemento perfectamente unidos y sin parches. Pero te vas a cansar de atravesar andamios techados porque todo, absolutamente todo, está en mantenimiento en Nueva York.
La monumentalidad de la ciudad sorprende a los visitantes pero no todos somos iguales y cada uno tiene expectativas diferentes. Se sabe: lo divertido para uno es soporífero para su vecino. Para este adulto a la antigua criado en los sesenta, si no alimentás el viaje con información nutritiva, muy posiblemente te aburras una vez vistos los emblemas de esta megalópolis. Manhattan tampoco es una fiesta descontrolada al aire libre: básicamente es muchedumbre freak apurada entre rascacielos. No esperes en vano se te crucen Brad Pitt, George Clooney o Madonna caminando por la Quinta Avenida.
La idea de este relato amateur es contar, con paciencia de cuarentena, los contenidos que llevé en la mochila para darle sentido a mi visita. Algunas historias indoor y chusmeríos de jazz, rock y arte de Nueva York.
1. Tips ambientales. Ya que todos difunden tips pretenciosos de lo que sea, me reservo el derecho de seguir aportando los míos. Para empezar a darse manija antes de ir y presentir el ritmo neoyorkino, no recomendaré que vean “Pandillas de New York”, “El padrino” o “Cuando Harry conoció a Sally”. Obvias. Déjenlas para después. Miren primero la más terrenal y liviana “Premium rush” (2012) traducida para el sur como “Entrega inmediata” para sentir el vértigo de esta ciudad. Pero para captar su alma, sus bondades y defectos, tienen que ver la miniserie documental "Supongamos que Nueva York es una ciudad" dirigida por Martin Scorsese (2021) que gira alrededor de la escritora Fran Lebowitz. Ayuda muchísimo a entender la cosa, con humor intelectual al modo Woody Allen.
2. Historia de Nueva York. La megalópolis también
sorprende con su historia, bastante enrrevesada. Fue un lugar codiciado desde
1524 por conquistadores europeos de pelajes varios. El primero en pisarla fue
el florentino Giovanni de Verrazzano en la nave La Dauphine, al servicio del
rey francés Francisco I: bautizó a su bahía de acceso como Nueva Angulema, en
honor a su sponsor. Se cruzó con varias tribus indígenas, llegó hasta la isla
de Terranova y pegó la vuelta a su pagos ese mismo año, sin encontrar un paso
al océano Pacífico. Anduvo luego por allí en 1609 el inglés Henry Hudson explorando
el río que llevaría su nombre y es uno de los dos que delimitan la isla de
Manhattan. El navegante trabajaba para la Compañía Holandesa de las Indias
Orientales. Se internó unos 240 Km. río arriba hasta su origen, cercano al
lugar donde asentarían Beverwijck, que más tarde en manos sajonas y rebautizada
Albany es hasta hoy la ciudad capital del Estado de Nueva York. Continuaron la
arremetida otros neerlandeses, esta vez al mando de Adriaen Block, que bajaron
en lo que es hoy el Battery Park neoyorkino en 1613. Tuvo que quedarse una
temporada a la fuerza por Albany -dijimos que más al norte- porque se le
incendió el barco. Construyeron por allí Fort Nassau o Fort Orange y al
asentamiento lo llamaron New Netherland. Hicieron buenas migas con los mohawks
del lugar. Al otro río limítrofe de la isla, el East River, lo llamaron Helle Gat (“puerta del
infierno”).
La zona estaba habitada por indígenas
algonquinos, mohicanos, munsee, rockaways y lenapes: cazadores y agricultores.
De alguna de sus lenguas derivaría el término “Mannahatta” que terminó identificando
el lugar y significa “pequeña isla”. Que todavía estaba poco habitada. Llegaron
a la región unas 30 familias holandesas. En 1626 su líder, Peter Minuit, le
compró las tierras a los lenapes o
delawares con mantas y baratijas de metal y vidrio que sumaban unos 60 florines,
un equivalente a lo luego que serían 24 U$S. Tampoco fue “el embuste del siglo”,
porque los lenapes eran más bien nómades. La colonia, bautizada New Amsterdam y
ubicada ya en el sur de la isla propiamente dicha contaba con un fortín y se
sustentaba exportando pieles de castor acopiadas, que servían para hacer
preciados sombreros impermeables en Europa. También vendían maderas a su lejana
patria y fueron agregando tabaco y harinas a los envíos. No sumaban más de 300
los holandeses habitantes de Manhattan cuando levantaron la primera iglesia
reformista en 1628: la Marble Collegiate Church que todavía está en pie (29th.
Street y 5th. Avenue, cerca del Empire State). Se iban sumando disidentes
religiosos expulsados de Europa, como los cuáqueros ingleses y también importaban esclavos. No era una colonia muy
armónica, ya tenían alto consumo de alcohol y la asediaban algunas tribus.
Peter Stuyvesant fue nombrado primer
director de estos Nuevos Países Bajos, en 1647. Se lo cita como un buen
administrador, pacificador y acuerdista. La siguiente amenaza fue la presencia
inglesa. ¿Quiénes suponen Uds. que se quedaron con la torta si terminó
llamándose New York? Para defenderse de esta gente mano-larga los regentes de
la Cía. Holandesa construyeron un muro de 713 m. entre los ríos East y el
Hudson. De ese paredón deriva el conocido nombre de Wall Street, que ahora
tiene otra acepción. Los sajones llegaron en 1664 de la mano del coronel
Richard Nicolls con 450 soldados en nombre de James o Jacobo II, duque de York,
hermano del rey Carlos II. Los
holandeses se rindieron sin pelear,
Stuyvesant tuvo que renunciar y Nicolls rebautizó el lugar en honor a su
jefe y ya le quedó desde entonces New York.
Después de la segunda guerra marítima entre holandeses e ingleses, en 1667
los naranja renuncian al derecho a sus tierras locales: por el tratado de Breda
las ceden a los sajones y se quedan con Surinam. El conflicto bélico continúa, los
neerlandeses se arrepienten, las toman brevemente en 1673 y las rebautizan New
Orange, pero las pierden otra vez con el tratado de Westminster al año
siguiente.
Con la definitiva administración sajona, a
la región en su conjunto se la denominó Nueva Inglaterra. Pero pertenecer tiene
sus privilegios: la corona británica empezó a llenar de impuestos a los colonos
y empezó fomentarse la resistencia local a los mano-larga.
Al tiempo, en 1689 el poderoso comerciante
local de origen alemán Jacob Leisler tomó el fuerte del lugar (Fort Amsterdam o
Fort James-en Bowling Green y State St. donde está hoy la US Custom House con
el Museo del Indio Americano). Fue una insurrección que escondía motivos
religiosos (protestantes vs. jacobitas), políticos, raciales y económicos. Gobernó dos años y terminó en la horca por
traidor a la Corona. Décadas después limpiaron su buen nombre y honor y tiene
una estatua en New Rochelle, un suburbio neoyorkino.
Pasan los años. De 1754 data la fundación
del King’s College, la actual Columbia University. Mandaban los reyes de
Inglaterra (Jorge III) pero los comerciantes neoyorkinos protestaban contra la
metrópoli y empezaron una movida llamada Sons of Liberty, los funcionarios británicos
la pasaban mal y custodiaban el orden con sus casacas rojas. También había en
la ciudad una buena porción de lo que aquí por el sur llamaríamos “realistas”.
George Washington, que defendía el libre
comercio entre las trece colonias británicas de Norteamérica, era jefe del
ejército continental cuando empezó la guerra de la independencia, en 1775. Nueva
York fue sitiada con casi 500 barcos y 32 mil soldados ingleses al mando del
general William Howe, haciendo base en la vecina Staten Island. Con esa
superioridad numérica le resultó relativamente fácil desalojar en un mes Fort
Washington y ocupar la ciudad hasta el final de la guerra, en 1783. Entremedio,
murieron 11000 prisioneros por las condiciones de detención deplorables, el
doble de los americanos que murieron en combate. Los invasores, muy pillos,
liberaban a los esclavos negros que se unieran a su ejército. El 16 de
noviembre la suerte se volcó a favor de los locales y los ingleses evacuaron
Manhattan. El 4 de diciembre Washington
despidió a los oficiales victoriosos de su ejército con un festín en el
Fraunces Tavern (boliche emblemático aún existente en 54 Pearl St. ver 1),
donde también funcionó durante un tiempo la administración revolucionaria. Prestaría
juramento como primer presidente del país en 1789, con Nueva York como capital
de los Estados Unidos aunque esto último fue solo durante un año: el gobierno
federal se mudó a Filadelfia y recalaría en Washington D.C. La capital del
estado propiamente dicho pasó a Albany.
La ciudad fue creciendo paulatinamente y
tuvieron que reordenarla: cuando gobernaba el alcalde De Witt Clinton surgió el
Plan de los Comisionados en 1811, que rediseñó la ciudad a modo de
cuadrícula. Aprovechó 12 avenidas espaciosas
de norte a sur y tiró 155 calles transversales. La cuadrícula sobrevivió a los
tiempos y le dio la fisonomía definitiva a Manhattan. Sin el Central Park,
todavía.
En 1812 construyeron el Castle Clinton (1), también en el sur de la isla porque domina la bahía de entrada, para defenderse de una nueva agresión de Gran Bretaña pero no llegaron a usarlo. En el mismo año completaron la municipalidad actual, la imponente City Hall. La Trinity Church que aún puede disfrutarse hoy -en Broadway y Wall Street- es de 1846 (la originaria era de 1776 y se incendió). Los canales Champlain y el Erie junto al ferrocarril llevaban los productos del medio oeste a los muelles de Nueva York y convirtieron al puerto local en el más importante de Norteamérica (ver estación Grand Central Terminal de trenes en 42 Street y Park Av., construcción de Cornelius Vanderbilt). A mediados del siglo XIX la ciudad ya superaba los cien mil habitantes y era la principal del país. Ya tenían el NY Police City Department, sin el cual no hubieran podido filmarse centenares de películas de acción.
En 1853 influídos por los grandes jardines
europeos, pergeñaron el Central Park. Después de remover miles de toneladas de
rocas y tapar pantanos hediondos lo inauguraron en 1873 con zoológico incluído.
Tuvieron que desalojar a unos 1600 ocupantes. El diseño fue del paisajista
Frederick Olmsted y del arquitecto Calvert Vaux. Se extiende entre las calles
110 y la 59 y entre las avenidas 5ta. y la Central West Park, abarca 341 hectáreas.
Hoy en día es el parque más visitado del mundo. Si se vendieran sus terrenos,
valdría unos 600 billones de dólares.
Nueva York se fue extendiendo hacia New
Jersey, Brooklyn y Newark. Quizás por ser
una ciudad muy cosmopolita, la guerra de secesión (1861-1865) no contó a los
neoyorkinos entre los más fervientes militantes del bando norteño. Incluso un alcalde
de entonces simpatizaba con los confederados del sur. La revuelta de julio de
1863 conocida como ”draft riots”, fue una de las más violentas de su historia: desacatando
las medidas del presidente Lincoln, destruyeron oficinas de reclutamiento y
atacaron casas de republicanos, abolicionistas y también de negros. El ejército
de la Unión tuvo que reestablecer el orden. Murieron unas cien personas.
En las últimas décadas de ese de ese siglo
y calmada las aguas, ya tenían el banco y la bolsa de Nueva York en pleno
funcionamiento, convirtiéndose también en el primer centro de negocios del
país. Habían abierto las tradicionales tiendas Macy’s y Bloomingdale’s y la
Broadway Av. era la arteria principal. La supremacía cultural de la ciudad la
lograron también sobre el final del XIX al construirse el Museo de Historia
Natural, el MET (Metropolitan Museum of Art) y la sala Carnegie Hall.
Europa también les regaló unos 20 millones
de desclasados que fueron entrando desde mediados del XIX hasta 1950, más o
menos. La puerta de ingreso principal de los inmigrantes fue la isla Ellis, en
la misma bahía que alberga la estatua de la libertad. Ellis primero sirvió como
fortificación, luego como aduana y entre 1892 y 1954 -con inmensas
instalaciones- para control de ingreso legal y sanitario de 12 millones de
personas. Después de décadas de clausura y reconstrucciones, ahora funciona
como museo de la Inmigración.
Para tener una idea de su caleidoscopio
racial, a principios del siglo XX, seis de cada diez habitantes de Nueva York tenían
padres extranjeros y ¾ parte de su población eran judíos. La nacionalidad de
los inmigrantes fue variando con el paso del tiempo: al principio de la oleada,
eran mayoría alemanes e irlandeses pero hacia el final, fueron más los
italianos, los rusos y polacos. Ahora, en su población predominan los hispanos
y asiáticos. Cada colectividad fue instalándose y formando sus propios barrios
étnicos y redes sociales de contención, pero también generándose cambiantes tensiones
raciales. Los afroamericanos llegados del sur del país formaron su ghetto en el
barrio de Harlem.
Ahora que todos descubrimos realmente a Donald
Trump y sabemos de sus extemporáneos arrestos racistas (entre otras
groserías suyas), imagínense los discursos anti-inmigración de los políticos
patrioteros de aquel entonces. Más líos se engendraron todavía con la llamada “ley
seca” de 1920 que prohibió la fabricación, transporte, importación y
exportación y venta de bebidas alcohólicas en todo el territorio
norteamericano. En Nueva York, el mafioso Lucky Luciano picó en punta para satisfacer
las demandas insatisfechas con su consigliere Vito Genovese, con Frank Costello
y Giuseppe Masseria: dicen que en aquel entonces Luciano recolectaba 12
millones de dólares al año con sus negocios ilegales pero le quedaba la mitad
después de pagar sobornos a políticos y policías. Burdeles y drogas completaban
sus especialidades. Grosso modo, las primeras familias mafiosas ítalo-americanas
de la ciudad fueron las de Maranzano (el original “capo di tutti i cappi”),
Profaci, Gagliano, Mangano y Lucky Luciano, que terminó preso en Sing Sing, una
de las varias cárceles del estado de Nueva York. Pero cada Estado
norteamericano tenía sus propios clanes mafiosos. El famoso Al Capone, por
ejemplo, dominaba Chicago. La prohibición terminó en 1933, cuando las cárceles
no daban abasto, los políticos acusaron a la falta de alcohol por el aumento de
la violencia (?) y encontraron en la producción y consumo de bebidas excusas
inmejorables para salir de la gran depresión. Que genios! Roosevelt ganó las
elecciones de 1932, justamente, prometiendo bebidas para todos, todas y todes.
En el tiempo sigue la conquista de Nueva
York por los automóviles y los rascacielos (Flatiron, Woolworth, Metropolitan,
Chrysler, Empire State). Junto a la explosión demográfica eso obligó a nuevos
reacomodamientos, como la construcción de puentes y túneles que rompieran el
aislamiento y aumentaran la conectividad de la isla. Crecieron los conjuntos
habitacionales para resolver el problema de vivienda. Todo ello apenas
interrumpido por la depresión de los años 30 y la segunda guerra mundial.
Terminada esta conflagración, la ciudad
acogió a las instalaciones de las Naciones Unidas y concentró a las vanguardias
mundiales de la literatura y las artes. Particularmente los años 60 fueron un
muestrario interminable de sucesos políticos y culturales: la movida de los
derechos civiles de la minoría negra centrada en el Harlem y Malcolm X, el
dominio del pop-art con Andy Warhol a la cabeza, la bohemia del Greenwich
Village y el auge del beat-rock con Bob
Dylan y el resto. Hablando del Village, sumen la rebelión de la comunidad gay
en torno al boliche Stonewall, 1969. Fueron también años de gran
desindustrialización en los cuales Nueva York llegó al punto de bancarrota,
mientras aumentaba paulatinamente la peligrosidad callejera y continuaban los
conflictos raciales. Quedaron en la historia los saqueos de 1977, durante un
apagón.
Como este racconto no tiene pretensiones
intelectuales, puedo aconsejarles recorrer la historia contemporánea de la
ciudad -Netflix mediante- haciendo un arbitrario flashazo cinematográfico. Ahora
si, empezando por aquella otra película de Martin Scorsese "Pandillas de Nueva
York" que, aunque no respondiera a hechos reales, graficaba la
crueldad de líderes locales y las impiadosas condiciones de vida neoyorkina
en la época de la guerra de secesión norteamericana. La saga de "El
padrino" de Francis Ford Coppola, también una novela pero con
correlato en mañas y vidas mafiosas de Manhattan y alrededores, mostraba su
decadencia a mediados del siglo XX. En el documental "Ciudad del miedo:
Nueva York vs. la mafia" te cuentan como cinco familias locales
de origen italiano que controlaban la cosa en ese momento (los Genovese,
Bonnano, Gambino, Lucchese y Colombo) dominaban la construcción, los bancos, la
gastronomía, los residuos, copaban sindicatos relacionados y el tráfico de drogas,
hasta 1986. La serie “El
padrino del Harlem” resume la historia transversal de la comunidad negra en
ese barrio, a los codazos con la mafia italiana. Está centrada en el capo de
color Bumpy Johnson y otros personajes reales como el activista Malcom X, Adam
Clayton y Muhammad Ali durante la presidencia de John Fitzgerald Kennedy. A pasitos
de Times Square (una plaza seca divisoria de avenidas, algo así como nuestro
obelisco), la hoy civilizada 42th. Street. era la calle de las putas, las
drogas y los matones. No era para nada seguro caminar por sus calles, dominadas
por ladrones y pesados que escondían cadáveres en fosas comunes.
De todos modos, les cuento que en 2017 la autoridades
culturales de la ciudad y el New York Times, eligieron como esenciales cuatro
películas filmadas allí (no me pregunten las razones): “New York, New York” (1977, un musical con De
Niro y Liza Minelli dirigido -otra vez- por Martin Scorsese), “Buscando
desesperadamente a Susan” (1985, de Susan Seidelman, con Madonna comiendo
chicles en el Lower Manhattan), “Crooklyn” (1993, una comedia dramática del geniecillo Spike
Lee ambientada en el Brooklyn de los años 70), y “The Weeding banket” (comedia
de 1993, de Ang Lee).
¿Primer mundo? Volviendo a Trump, empresario
exitoso y hasta hace poco inefable presidente de los Estados Unidos, décadas
pasadas formaba parte de un cartel de constructores que inflaban precios de
obras y a la vez pagaba coimas al sindicato comandado por "Fat Tony"
Salerno del clan Genovese para que no le hiciera piquetes ni le arrojara
obreros al vacío. Neoyorkino de nacimiento, el ególatra Trump -con
camiseta republicana- ganó la presidencia en 2016 aunque perdió por paliza en
el voto de sus vecinos. En la reválida de 2020, volvió a perder en su casa.
Políticamente, Nueva York ha tenido siempre preeminencia demócrata.
Vivir alejado del centro de Nueva York
hasta finales del siglo XX no era tan glamoroso. Era una ciudad mugrienta y
peligrosa. Hasta que llegaron los años 90 y un tal Rudy Giuliani. Este sujeto
era un fiscal que hizo una investigación articulada con escuchas del FBI y con
eso pudo terminar con la pesadilla de las mafias: metió medio mundo en cana.
Con el prestigio ganado, Giuliani se coronó alcalde y ejerció entre 1994 y
2001. Con mano de hierro y “tolerancia cero” al delito, convirtió Nueva York en
una ciudad habitable. Hizo disminuir la criminalidad y desaparecer la basura y hasta los insufribles
graffitis de sus paredes. Hoy en día puede decirse que es segura y solo sigue
siendo peligroso caminar ciertos barrios, como el Bronx o Queens, en horas
indebidas, como pasa en innumerables megalópolis.
¿Que nos queda por resumir? Que cuando Nueva York parecía tranquilizarse y disfrutar al fin una definitiva primavera, la explosión de las “torres gemelas” en el Downtown, el 11 de noviembre de 2001 interrumpieron el progreso. El World Trade Center con sus dos moles, había sido inaugurado en 1973 y por sus dimensiones era uno de los símbolos del orgulloso Manhattan. Ya había sufrido un atentado terrorista en febrero de 1993, cuando extremistas hicieron detonar un camión con explosivos en un estacionamiento subterráneo. Produjo seis muertes y mil heridos y un cráter de 60 x 30 metros pero no afectó mayormente los cimientos. La locura del 2001, con aviones dirigidos por fanáticos religiosos, fue otro cantar, del que todos conocen las tristes consecuencias. Algunos desequilibrados mentales lo festejaron, invocando cuestiones revanchistas por los horrores de lesa humanidad cometidos por el imperio. No hace falta discutirlo.
El final feliz de Nueva York como emblema
del imperio, atractivo y amigable, llegó por fin. Mucho más tarde que en las
películas de Hollywood, pero llegó.
Continuará...
(1) Atención: Fraunces Tavern y Castle Clinton están muy a mano del turista en el Downtown, cercanos al muelle más septentrional de la isla. No puede dejar de visitarse esa taberna, por la historia que encierran sus paredes levantadas en 1719. Desde Castle Clinton en el Battery Park -con sus cañones vírgenes- salen los ferrys a la estatua de la libertad y cerquita está el otro muelle de donde se toma el ferry gratuito a Staten Island, viaje corto e interesante que ofrece las mejores vistas del sur de Manhattan. Todo para hacer a pata, a cuadras de Wall Street, su toro bravucón, el One World Trade Center, el Memorial y el Oculus.
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