Es increíble el poder simbólico de las imágenes en la gente que piensa poco (en una dirección u otra): en 1983 Herminio Iglesias con un simple encendedor convenció a millones de argentinos que el peronismo era un peligro para la necesaria pacificación del país. En 2003, el cleptómano Néstor Kirchner descolgando los cuadros de los dictadores en la Casa Rosada -a los que antes obedeció- y pidiendo un perdón mentiroso, convenció a una generación que era un redentor de los derechos humanos. El mismo tipo que preguntaba por el precio de los adversarios políticos para comprarlos con dólares y decía por lo bajo: "la izquierda garpa". Solo le interesaban las cajas fuertes y robó todo lo que pudo, pero a buena parte de los argentinos le pareció algo menor. Ignorantes o inmorales. No se bien todavía.
Los kirchneristas coparon los organismos de DDHH con personeros que usan el sello de hijos de desaparecidos, obteniendo puestos muy bien rentados. Manejan grandes presupuestos con su secundario incompleto. Pasaron a pertenecer a lo peor de nuestra casta política pero se consideran vanguardia. Desde sus puestos burocráticos solo defienden los derechos de los del palo mirando para otro lado cuando los atropellos son de la policía bonaerense, de Gildo Insfrán o Rodríguez Saa, los Zamora y otros gobernadores feudales. Mantener sus privilegios requiere alimentar el relato kirchnerista. Así, contra toda prueba, quisieron convertir al desorientado Santiago Maldonado en mártir para tirarle un muerto al ex presidente Macri. Hasta lo compararon con el Che Guevara. Miles lo siguen sosteniendo.
Como si el bochorno fuera poco, los kirchneristas llaman "presos políticos" a los corruptos propios con varias instancias judiciales irrebatibles en su lomo. Así, intentan convertir en héroes de su 'revolución' a lacras como Amado Boudou, Milagro Sala, Julio De Vido y otros impresentables. Con Julio López y Ricardo Jaime todavía no se animaron pero ya lo intentarán. Todo es posible con esta gente: escapan para adelante. Cristina Kirchner se asume perseguida por la justicia que ya comprobó que recibió millones de dólares en su departamento cheto de Juncal y Uruguay. Ella seguirá pujando por su impunidad, aunque lleve a la Argentina al borde mismo del abismo. Esa es otra triste historia.
Kirchneristas mentirosos: no tienen derecho a tergiversar la memoria! Irremediablemente, figurarán como el gobierno más decadente de la historia argentina. Horanosaurus.
PD1: otra cara increíble de la mentirosa incautación peronio-kirchnerista a los principios de los DDHH es el apoyo de este gobierno cretino a las dictaduras de Venezuela, Nicaragua y Cuba o sus simpatías con el facista Putin y sus desmanes.
PD2: no es santo de mi devoción Eduardo van der Kooy, histórico editorialista de Clarín, pero en dos o tres párrafos resumió mejor el triste drama que nos ocupa, a propósito del recuerdo sesgado que protagonizó el decadente kirchnerismo el último 24 de marzo. Nos tienen podrido a millones de argentinos que no nacimos ayer y sabemos leer de corrido.
"El kirchnerismo acaba de dar otra muestra de su capacidad para mantener vigente la batalla cultural que permea la política argentina en base a las apropiaciones de la historia y la fragmentación. Incautó, para empezar, la política de derechos humanos que fundó Raúl Alfonsín. El único que enjuició a los jefes militares de la dictadura. Utilizó a las organizaciones con fines militantes. Abrió grietas en las Madres de Plaza de Mayo. convirtió el Día de la Memoria, repudio al golpe de 1976, en un patrimonio que sólo la izquierda se anima a disputarle en las movilizaciones callejeras. Puede exaltarse esa tenacidad, quizá tanto como interpelar acerca del repliegue de otras representaciones políticas que facilitaron tal avance. La dictadura fue un castigo que martirizó de manera vertical a la sociedad. No únicamente a un sector que se asume como víctima y vanguardia (...) El peronismo tradicional fue espectador de esa contienda. Habitualmente no ha participado de modo masivo en el Día de la Memoria. Quizá no superó el trauma que significó haberse negado a integrar la Conadep (Comisión Nacional por los Desaparecidos). Haber respaldado la Ley de Autoamnistía que promovían las fuerzas armadas en las vísperas de 1983. O avalado con resignación el indulto que Carlos Menem concedió a los jefes militares condenados. La misma administración que los pioneros kirchneristas, Néstor y Cristina, supieron acompañar mucho tiempo (...)" Eduardo van der Kooy en "Máximo habla de la traición de Alberto" Clarín. Opinión. 27/03/22.
Derechos Humanos: a 38 años del comienzo de una gesta que el kirchnerismo intenta ocultar
El Juicio a las Juntas y la creación de la CONADEP marcaron hitos históricos que luego fueron ignorados o tergiversados. La Nación 16/12/21. Por Daniel Santa Cruz.
El 15 de diciembre de 1983, apenas cinco días después de asumir la Presidencia de la Nación, Raúl Alfonsín firmaba el decreto 158/83 que establecía someter a juicio a los militares que integraron las Juntas, y el decreto 187/83 que ordenaba la creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, la CONADEP. También se llevó a juicio a los jefes de las organizaciones guerrilleras, Montoneros y ERP, que habían participado en hechos de sangre. La consigna era: “Defender el Estado de Derecho juzgando a quienes sembraron dolor, terror y muerte en la Argentina”.
Cuentan testigos de aquella noche del 14 de diciembre, que presenciaron el momento de la firma por parte de todos los integrantes del gabinete, que se vio a varios de ellos abrazados por la emoción. No era para menos: pocos meses después el mundo hablaría del caso argentino como único país en el mundo que juzgó y condenó a sus propios dictadores y genocidas. Se habló del Nüremberg argentino, comparando el juicio a las juntas militares con aquel que juzgó a los jerarcas nazis por sus aberrantes crímenes cometidos por el nazismo.
Pero no fue lo mismo. Los nazis fueron juzgados por un Tribunal Militar Internacional integrado por los países vencedores en la Segunda Guerra Mundial. Algo así también sucedió con los procesos judiciales que siguieron a la sangrienta disolución de la ex Yugoeslavia, el genocidio perpetrado por los Jemeres Rojos en Camboya o las matanzas en Ruanda; todos ellos fueron llevados adelante por tribunales internacionales, ante la imposibilidad de realizarlos por las mismas autoridades o jueces locales. Las amnistías, con la consecuente impunidad, fueron el recurso más utilizado en situaciones similares en distintos países para encarar nuevas etapas democráticas.
Quizá una de las razones más significativas para intentar ocultar o menospreciar la gesta más importante en materia de derechos humanos que se realizó en Argentina sea esconder la culpa por el escaso apoyo, y en algunos casos hasta de obstrucción, de parte del peronismo en esa difícil etapa de la Argentina.
El momento más desvergonzado, en la manera de reconstruir un relato histórico tendencioso, lo tuvo el expresidente Néstor Kirchner el 24 de marzo de 2004 en la ESMA, cuando formalizó allí la creación del Museo de la Memoria. Ese día, sin sonrojarse, dijo: “Como Presidente de la Nación, vengo a pedir perdón (en nombre) del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades”. Esas palabras, que cayeron muy mal en el expresidente Raúl Alfonsín y en todos aquellos que hicieron lo imposible por llevar a juicio a las Juntas Militares, estaban basadas en una mentira: el Estado no había hecho silencio; al contrario, había juzgado y condenado las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura militar. En todo caso, quienes hicieron silencio fueron muchos dirigentes del Partido Justicialista que promovieron en la campaña presidencial de 1983 el compromiso de sostener el decreto de autoamnistía promulgado por la Junta Militar en caso de que su candidato, Italo Argentino Luder, llegara a la presidencia. Luego, ya en democracia, se negaron a formar parte de a CONADEP. Muchos dirigentes peronistas callaron y no acompañaron a Raúl Alfonsín en esa gesta, pero con el tiempo se envalentonaron y gritaron fuerte, entre ellos Néstor y Cristina Kirchner que, con el apoyo de muchos organismos de DDHH, que no tuvo Raúl Alfonsín a pesar de los juicios, derogaron los indultos a los jerarcas militares que habían sido promulgados por otro presidente peronista, Carlos Menem, y lo hicieron con discursos totalmente fuera de tiempo. Los militares ya no eran una amenaza para la democracia argentina en 2004, y si bien estuvo correcto reabrir esos juicios, en términos de proeza, se pareció más a “cazar elefantes en un zoológico” que a enfrentar un poder armado que podía poner en riesgo el sistema político e incluso la integridad física y las vidas de quienes los juzgaron, como pudo suceder en los 80.
Tampoco existen condenas públicas de parte de los Kirchner al indulto promulgado por Carlos Menem en 1990. En ese momento el líder riojano tenía votos y captaba mayorías, así que mejor fue acompañarlo cuando el interés mayor era gobernar Santa Cruz. Incluso, años después del indulto y de las privatizaciones, Néstor Kirchner definió a Menem en un acto “como el mejor presidente desde Perón”.
Una fecha como la del 15 de diciembre debería ser recordada y conmemorada por el mismo Estado y no solo, como sucede hoy, por la Unión Cívica Radical y algunos viejos dirigentes de derechos humanos que supieron poner el cuerpo, cuando otros que hoy gritan y señalan sin pudor, se escondían.
No se trata de aferrarse al pasado y vivir discutiendo circularmente una etapa tan dolorosa de nuestra historia, sobre todo en momentos donde aún existen violaciones a los derechos humanos en democracia, como vimos reiteradas veces durante el control de la pandemia, sino de reconstruir nuestro pasado reciente lejos de los relatos oportunistas formateados para consolidar el poder político de turno. De esto no solo el kirchnersimo ha sido responsable, también muchos organismos de DDHH, dirigentes e intelectuales permitieron sesgar la crónica de una etapa fundamental para reconstruir nuestra democracia.
De todos modos, su triunfo, si lo hubiera, fue efímero y coyuntural, porque como decía Martin Luther King “una mentira a medias de ningún modo podrá ser una media verdad”.
Clarín 12/12/21. Por Alejandro Borensztein.
Asumiendo que a Máximo Kirchner ya le contaron la verdad sobre Papá Noel, Reyes Magos y Hotesur, y viendo el acto del viernes en Plaza de Mayo, no queda más remedio que contarle ahora sobre los Kirchner y su compromiso con los Derechos Humanos.
Es un poco doloroso porque significa tirar abajo un cuento chino construido con tanto esfuerzo por parte de Néstor, Cristina y otros ejecutivos del hotel. Pero si queremos que Máximo y La Cámpora algún día tengan la lapicera (y la mamá la entregue con tinta, no como ahora), no podemos seguir permitiendo que cada vez que llega el 10 de diciembre confundan la recuperación de la democracia en 1983 con la llegada del kirchnerismo en 2003. Y mucho menos aún, que los colosos de la década ganada se sigan presentando como campeones de los DDHH. Al igual que la de Melchor, Gaspar y Baltazar, la historia de los Kirchner no es la que les contaron cuando eran chicos. Veamos.
Seguramente el 2 de abril de 1982 los Kirchner estarían en su casa indignados por la locura de Galtieri. Posiblemente ambos querían denunciar que todo fue planeado para tapar las atrocidades del régimen militar. Sin embargo, no hay pruebas de que pensaran así. Sólo tenemos la foto del 7 de abril de 1982 donde vemos a Néstor Kirchner junto al General Guerrero, jefe de la Brigada XI de Infantería con base en Río Gallegos, expresándole su apoyo al delirio de Galtieri.
A favor de los Kirchner, digamos que no fueron lo únicos cómplices. Lo mismo hizo el resto de la dirigencia política, sindical y empresaria de aquel tiempo. De hecho, todos viajaron a Malvinas para apoyar al General Menéndez cuando asumió como nuevo gobernador de las islas. Todos menos uno: Raúl Alfonsín.
Mientras los jefes del PJ, la UCR, la CGT y demás dirigentes se sacaban la foto en Puerto Argentino, Don Raúl publicaba una histórica carta en la que denunciaba la maniobra de los jefes del Proceso para distraer al país de la tragedia en la que vivíamos. Ese documento fue el puntapié inicial de la epopeya alfonsinista, que terminaría logrando la restauración de la democracia en la Argentina y luego en toda Latinoamérica.
Mientras el abogado Alfonsín defendía presos políticos, los doctores Kirchner ni defendían presos políticos ni presentaban hábeas corpus por desaparecidos ni nada. Estaban demasiado ocupados ejecutando deudores hipotecarios y no tenían tiempo para dedicarse a esos asuntos menores que además no les iban a dejar un sope.
Tras el fracaso de Galtieri, el Proceso Militar no tuvo más opción que convocar a elecciones para 1983. Si bien hubo muchos candidatos, las fuerzas principales fueron dos. La favorita, mayormente peronista, era el equivalente a lo que hoy llamamos Frente de Todos, con Ítalo Luder a la cabeza. La otra fuerza, digamos el Juntos por el Cambio de aquella época, fue liderada por Raúl Alfonsín.
Párrafo aparte: basta con medir la distancia entre los estadistas de entonces y los genios de ahora para tener la verdadera dimensión de cuánto nos fuimos al carajo.
Previo a las elecciones, los militares se habían dictado una autoamnistía para evitarse problemas con lo que ellos denominaban “excesos en la lucha contra la subversión”. Luder y el Frente de Todos del 83 aceptaron la autoamnistía, o sea el perdón. O para decirlo más duramente, la impunidad. En cambio Alfonsín, no solo no aceptó la autoamnistía sino que denunció un pacto militar-sindical para archivar las violaciones a los DDHH.
¿De qué lado estaban Néstor y Cristina? Del lado incorrecto, como siempre. Por mucho que les duela reconocerlo, sin querer queriendo, fueron detrás de Luder a garantizar la impunidad de los genocidas.
Por suerte ganó Alfonsín, derogó la autoamnistía militar y creó la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) que fue ninguneada por el peronismo. La presidió Ernesto Sábato quien luego escribió el prólogo del informe final entregado a Don Raúl con los testimonios de las víctimas.
Veinte años después, en 2006, Kirchner mandaría a rehacer ese prólogo porque no le gustó cómo lo había escrito Sábato que venía de obtener el premio Cervantes, máximo galardón literario de habla hispana. Antes de él, solo un argentino lo había ganado: Borges en 1979. A Néstor no lo quisieron premiar. Aunque parezca mentira, esto también es rigurosamente cierto.
Entre los 19 miembros de la CONADEP se destacaron dos mujeres: Magdalena Ruíz Guiñazú y Graciela Fernández Meijide. Dos próceres de este país a las que hoy el kirchnerismo denomina “la derecha”.
El informe de la CONADEP sirvió como base para el Juicio a las Juntas. El fiscal que acusó a los militares fue Julio Cesar Strassera y su alegato final pasó a la historia: «Señores jueces, quiero utilizar una frase que pertenece ya a todo el pueblo argentino, Nunca Más» (septiembre de 1985).
Veinticinco años después, el 23 de septiembre de 2010, el actual ministro Aníbal Fernández tuiteó: “El fiscal Strassera es un impresentable aunque le hagan una casa con forma de desagravio”. El comentario vino a cuento de que Cristina había cuestionado a Strassera y, obviamente, todo Occidente salió a defenderlo y desagraviarlo.
Cabe decir que en aquellos años ‘80, mientras los miembros de la CONADEP, los jueces, los fiscales y las víctimas que testificaban en las narices de los jerarcas del Proceso se jugaban la vida, los Kirchner no pasaron por allí ni para llevar sandwichitos de miga. ¿Estarían en Disney? No. Todavía no había llegado el uno a uno de Cavallo que ellos también apoyaron con todas sus fuerzas y gracias al cual viajaron varias veces a entrevistarse con el Ratón Mickey.
Antes del uno a uno vino el indulto. ¿Qué fue el indulto? A finales de 1990, la versión noventosa del Frente de Todos decidió indultar a los genocidas condenados por la justicia durante el gobierno de Alfonsín. De ese gobierno neoliberal del Frente de Todos participaban todos: Néstor, Cristina, Parrilli, Alberto, Aníbal, Scioli, Solá, en fin, todos son todos, en las buenas y en las malas.
¿Podemos imaginar a los Kirchner encadenados a las columnas de Tribunales protestando por los indultos? En tren de imaginar podemos imaginar cualquier cosa. Pero no pasó. Siguieron aplaudiendo como si nada. Luego con el tiempo, los aplaudirían a ellos. Hay que reconocer que, en el Frente de Todos, el tema de los aplaudidores tiene una larga tradición.
Quizás fue la culpa por la falta de compromiso con los DDHH o la simple conveniencia política lo que llevó a los Kirchner a su nueva etapa falsoprogresista, cuyo momento clave fue el discurso de Néstor en la ESMA (24 de marzo de 2004) cuando fundó el relato kirchnerista con la siguiente frase: “Vengo a pedir perdón en nombre del Estado Nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia por tantas atrocidades” (textual).
O sea que en un segundo, Néstor se cagó en el Juicio a las Juntas, los jueces, los fiscales, la CONADEP, Sábato, los testimonios y en el mismísimo Raúl Alfonsín, y armó el cuento chino de que el Estado Nacional nunca había hecho nada en materia de DDHH hasta que llegaron ellos, los fabulosos Kirchner. Lo más genial es que miles de jóvenes se lo creyeron. Algún día contaremos lo que le contestó Don Raúl.
A esta historia deberíamos agregarle que, cuando Alberto y Cristina se niegan hoy a denunciar las violaciones a los DDHH en Venezuela o Nicaragua con la excusa de la “no injerencia”, se olvidan de que gracias a las denuncias de EEUU (Jimmy Carter y Patricia Derian) y de muchos países europeos, el mundo conoció los horrores del Proceso y miles de detenidos fueron rescatados por la “injerencia” de esos gobiernos.
Dejemos para otro día los oscuros pasados de Zaffaroni, Verbistky y la alianza política en el año 2000 de Alberto Fernández con Elena Cruz, reconocida negacionista y reivindicadora de Videla. Evitémoslo para que no se nos deprima la militancia.
Si queremos un país mejor, es hora de que Máximo y sus genios para la liberación sepan la verdad. Ya sea sobre Papá Noel o sobre papá, mamá y los DDHH, por muy duro y triste que sea.
Ya lo dijo Serrat: nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
SEGUNDA PARTE: se les cae la careta defendiendo dictaduras.
La Argentina atrapada en el Jurassic Park bolivariano
La Nación 09/01/22. Por Jorge Fernández Díaz. El destino, el azar, los dioses no suelen mandar grandes emisarios en caballo blanco, ni en el correo del zar. El destino, en todas sus versiones, utiliza siempre heraldos humildes, advertía Francisco Umbral. Durante un verano de 2016, el heraldo en cuestión resultó ser efectivamente un modesto cubano de mediana edad que recogía la basura en un gran hotel “all inclusive” de la ciudad de Varadero. Un argentino de 15 años, que estaba allí de vacaciones con su madre, entró en conversaciones con el empleado a través de una pasión en común: el fútbol. A poco de charlar, el adolescente se interesó por la vida en la isla y el hombre le preguntó al muchacho si podía guardarle en su mochila algo de comida para llevar a su casa. Cada noche, Agustín Antonetti le pasaba el plato clandestino en el baño, y el hombre lo recibía como si fuera un lingote de oro. Esos fueron los primeros retazos costumbristas que percibió Agustín acerca de la verdadera situación de la revolución cubana. Un imán lo llevó a confraternizar con otros chicos que trabajaban en ese mismo hotel, y enseguida con otros más con quienes jugaba a la pelota en la playa; pronto se vio atraído hacia los barrios y las zonas no turísticas, donde aprendió muchas cosas e hizo amigos. Al regresar a Pergamino, donde vive, Agustín Antonetti era otro. Comenzó a interesarse por esa sociedad que vive bajo un régimen militarizado e implacable, con severas limitaciones a internet, un solo canal de televisión y nula libertad de prensa, y donde campean el miedo, el castigo al disidente y una pobreza inexcusable y masiva. Abrió una cuenta en Twitter y mantuvo una intensa relación con algunos de esos amigos, y de inmediato con otros cubanos, venezolanos y nicaragüenses en estado de alerta y desesperación, y comenzó a publicar desde su tablet y su celular las noticias acalladas por esas mismas dictaduras y las atrocidades que cometían al amparo de la censura y de la repugnante complicidad de vastos segmentos de la izquierda caviar, que es una amante fiel del “socialismo del siglo XXI” a condición de que éste se practique en el tercer mundo y no amenace su confort europeo.
Desinteresado por la política partidaria, apenas un defensor de la democracia y con un sentido estrictamente humanista, Agustín recibía a diario informaciones dolientes enviadas por los camaradas o familiares de las víctimas de ese sistema totalitario: pibes de 15 a 20 años que alzaban la voz y caían presos y permanecían confinados en pésimas condiciones, que eran incluso torturados por asistir a protestas, o que recibían condenas larguísimas e injustas. Cuando aconteció la inédita y aluvional marcha del 11 de julio –ese domingo la juventud cubana salió a la calle como nunca antes–, Antonetti fue narrándola en tiempo real con palabras propias, y con imágenes y datos concretos que los manifestantes le enviaban sobre la represión brutal, las detenciones y los tormentos; intentaban romper así el cerco informativo y la consecuente impunidad, y lo consiguieron: los hechos documentados dieron la vuelta al mundo.
La rebelión se había iniciado en San Antonio de los Baños, una ciudad de treinta mil habitantes. En Pergamino, Agustín recibió un video, lo publicó y se viralizó de manera instantánea. A la hora, y como efecto imitación, miles de indignados se sumaron a la movida en Guantánamo, en Cienfuegos, en Santiago de Cuba, y finalmente en La Habana, donde hicieron historia. Fue un día muy intenso, y a la mañana siguiente, cuando Agustín se levantó de la cama, le avisaron que el mismísimo canciller de Cuba lo estaba nombrando por cadena nacional: se lo acusaba de ser “un político experimentado” y de estar “desestabilizando” al país. Una dictadura de sesenta años desestabilizada por un pibe de Pergamino; una casta despótica y todopoderosa amenazada por la solitaria acción amateur de un lejano internauta. Más tarde el programa televisivo Mesa redonda lo escrachaba, y la ministra de Telecomunicaciones deslizaba allí que Agustín Antonetti era un agente de la CIA. Gerardo Hernández Nordelo, exjefe de inteligencia y líder de la célebre red Avispa, inició una campaña global contra el adolescente argentino, y contó con la inestimable colaboración de un asesor de Podemos.
El tuitero de Pergamino salió varias veces en Gramma por ser un abominable sicario de esta “ciberguerra”, y el excanciller de Venezuela Jorge Arreaza sugirió con cara de póquer que era un espía y que estaba protegido por grandes poderes del imperialismo. En Venezuela, tanto el gobierno como la cadena Telesur replicaron el libreto, y hasta el Foro de San Pablo firmó un comunicado de repudio contra ese maldito “influencer de la derecha”. En la Argentina, un diario progre tomó los párrafos de Gramma, los recortó y pegó en sus páginas interiores sin tener la mínima dignidad periodística de llamar al acusado para corroborar las versiones que le habría entregado como papilla la servicial embajada cubana en Buenos Aires. Por suerte, en paralelo Agustín Antonetti fue requerido por medios de comunicación de veinte naciones democráticas; lo entrevistaron desde la agencia Bloomberg hasta la televisión australiana. Hace 15 días fue condecorado en Rosario con la medalla de la Libertad, y transmitió tímidamente su enorme amargura por la protección que el cuarto gobierno kirchnerista tiende sobre aquellos violadores seriales de derechos humanos. Human Rights Watch asevera que 2021 fue el año con más presos políticos en lo que va del siglo. Hay niños arrestados por sedición y están confinados en cárceles infames; una antología seria de los horrores perpetrados por estos íntimos aliados de la cancillería argentina no cabría en un libro de tres tomos.
TERCERA PARTE: no se puede vivir mintiendo pero ¿cómo engañan a tanta gente tanto tiempo?
La ESMA, la propaganda y la memoria robadaLa costumbre argentina de vivir en el engaño
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