sábado, 23 de julio de 2016

Perón según los antiperonistas




Nací en un hogar porteño de clase media antiperonista en los años cincuenta. Me resulta difícil explicar la influencia psicológica de esa concepción en un adolescente contemporáneo pero es definición suficiente para alguien que sepa un poquito de política en la Argentina. No hizo efecto en el jóven que fui y me hice un peronista empedernido, en medio de la efervescencia generalizada de mi generación, mientras el general Perón estaba exiliado en Madrid conduciendo su heterogéneo movimiento y apurando su regreso definitivo al país

Mi querida esposa me pidió algunos títulos de libros para el día del padre y en la lista estaba "Las aventuras de Perón en la tierra", de Jorge Bernárdez y Luciano di Vito (Sudamericana, 2011). Conocía su contenido y me subyugó su tapa, tan previsible como genial. Lo devoré en unas semanas, altamente recomendable. Propone una visión humana de Juan Perón, expresada a través de anécdotas de distintas épocas contadas por personajes más o menos conocidos como Leonardo Favio, Pino Solanas, Eugenio Rom, Jorge Antonio y hasta Pipo Pescador, entre otros. 

El capítulo que pego abajo parece más un relato de época y es quizás el que más se aleja del espíritu del libro pero es el más brillante y representativo discurso antiperonista de aquellos años que he leído. Si peinás canas, seguro escuchaste algunas de estas acusaciones en una mesa política. Mis poco comunicativos padres recurrieron a muchos de estos argumentos para convencerme de la peligrosidad de 'peronizarme'.

¿Un relato "gorila" ante el avance de la justicia social que igualaba a los argentinos como nunca antes o una reacción ante los abusos del populismo? No viví los primeros gobiernos peronistas pero defendí siempre aquellos años dorados del peronismo, los únicos en nuestros dos siglos de historia que produjeron un cambio real a favor de la vida de los trabajadores y desarrollaron realmente nuestra economía. 

Después de sufrir la reciente "década perdida" kirchnerista y las bravuconadas de quienes ostentaron impunemente el poder del Estado en su favor con su "capitalismo de amigos" y el mismo rótulo resquebrajado de 'peronistas', me permito -humildemente- recomendarles un ejercicio: analizar este relato desde una posición independiente, crítica y contemporánea, haciendo un paralelo. Horanosaurus. 

De contras, gorilas y opositores.

“Años estuvimos sin hablarnos con la otra parte de la familia. Te aclaro algo: a mí no me la podés contar; yo la viví y sé muy bien cómo fueron esos años. Todavía tengo memoria. A mí no me engañan.

¿Sabés por qué estábamos peleados? Porque a tu abuela ma­terna Evita le había regalado una máquina de coser y automáti­camente se hizo peronista;  mi suegra, igual que el salame de tu tío, que recibió una pelota y encima ‘la señora’ lo había acariciado en la cabeza. Eso era el peronismo, regalaban cosas, tiraban plata desde los trenes, iban a la plaza y nadie laburaba. Era 'San Perón', un feriado eterno y no para que la gente bien pudiera ir al campo, claro que no. Este país se echó a perder por culpa de ellos.

Vos no tenés idea de lo que hicieron. Si hasta Winston Churchill dijo que 'Perón es el único argentino que ha quemado su bandera y el único católico que ha quemado sus iglesias'. Ya te lo voy contar  eso de la quema de las iglesias. Estuve ahí y me salvé de los salvajes.

Para los peronistas era más importante ‘la marchita’ que el  himno nacional y Perón proclamó que su partido era la única reli­gión nacional. Era un chanta y un pervertido. Le gustaban las pendejas y la tenía a Nelly Rivas, una pibita de catorce años, la filmó a Gina Lollobrigida, que no lo sabía, desnuda. A mí me contaron que hacía lo mismo con las pendejas que jugaban al básquet y luego se cambiaban en los vestuarios. Un degenerado. Eso no es nada: decían que lo tenía de muy amigo, íntimo, decían, a Archie Moore, un boxeador negro de aquellos años. Me entendés, ¿no?

Su gobierno sancionó una ley para la prostitución, era una joda. Todo era joda y ahora me vienen a hablar de ‘la fiesta’, de la felicidad de esos años. Todos los que hablan así no saben nada.

Vos no podías pensar distinto a ellos. Porque a los que pen­saban distinto los perseguían, los metían en cana y hasta los tor­turaban. Nadie habla, nadie se acuerda de los 'jefes de manzana' que te ponían para vigilarte si no eras peronista, y si eras peronista también. A todos los que iban presos los llamaban 'la lacra opositora'. Averigua quiénes fueron los hermanos Cardozo, quién fue Osinde, Amoresano. Averiguá qué fue ‘la sección especial’ y qué se hacía ahí.

Era nazi. No me mires así. Perón era nazi. Estaba pagado por ellos, por eso hizo entrar a muchos criminales de guerra. Eichmann, Mengele, más de siete mil pasaportes que los alemanes le pagaron con oro. Uno de ellos, Ronald Ritcher, le vendió que la Argentina podía producir la bomba atómica y vender energía ató­mica en botellas de agua mineral. Eso no fue gratis, costó un mon­tón de plata, el tipo andaba con un descapotable y minas ligeras escandalizando Bariloche. Una vergüenza.

¿Querés que te siga contando? Porque ahora parece que na­die hizo más que Perón en la Argentina. La historia la viven de­formando todos los días. Ese tipo ganaba las elecciones porque hacía fraude, obligaba a afiliarse al sindicato a los trabajadores, compraba y monopolizaba los diarios y manejaba la información. Llenaba las plazas cada vez que hablaba porque era obligatorio ir a los actos y a la gente del interior la traía en trenes y camiones que la gente no pagaba y no se volvían a sus provincias, se quedaban acá. Así nacieron las villas miseria.

Si vos no eras peronista, la pasabas mal. La historia no la escriben los que ganan, la mandan a escribir los que ganan y así queda. Preguntá en la familia, a tu tía, que no era ni peronista ni justicialista, qué le pasó por no haberse puesto el brazalete negro cuando murió la Eva. El padre de ella, en su pueblo, la pasó peor. El jefe de manzana lo llamó para poner plata para mandarle una corona a la difunta. El tipo sacó la chequera y le puso una cifra sideral, tanta plata era que el peronista se sintió incómodo y le dijo: 'Don Néstor, no es necesario tanta plata'. ¿Sabés qué le contestó? 'No se confunda, también le estoy dando para cuando se muera el otro hijo de puta'. Lo metieron preso dos meses.

Por eso te digo, a mí no me la van a contar. En las escuelas primarias los libros de lectura venían con la imagen de Perón y ella. Ellos eran los próceres. Perón en la tierra y la Eva en el cielo, ellos te daban amor, casa, pelotas de fútbol, hospitales, transportes y a fin de año a los pobres les mandaban una sidra y un pan dulce con una esquelita que decía 'Regalo de Perón y la Eva'. Pura de­magogia.

La Argentina estaba llena de bustos de ellos, eran como alta­res, porque en cada lugar público estaba el cuadrito con Perón y Evita. Era como la propaganda fascista de la Alemania de Hitler.
Evita tiene ahora buen marketing. Perón la usó y mucho más cuando supo que se iba a morir, ese desfile con un corsé de metal para recolectar votos fue una vergüenza. Para la negrada sidra y pan dulce y para los otros, para la gente bien, propaganda y pan negro, que más que negro era gris.

Y en la radio todo el tiempo Discépolo que de pregonar que el mundo era una mierda se volvió un lameculos de la yegua. De 'Cambalache' a Mordisquito, entre Tania que le metía los cuernos y la Eva lo mataron. Se agarró un cáncer casi al mismo tiempo, ¿se puede ser más chupamedias que eso? Ella fue una actriz de cuarta y después descubrió lo calentito que es el poder. Se vestía con la mejor ropa de la época la Eva, te­nía las mejores joyas y regalaba billetes como quien saca caramelos de un frasco.

Yo estuve cuando la Revolución Libertadora hizo una expo­sición con todo lo que robaron. Había autos, joyas, ropa, lo que quieras. Fue un dictador y un corrupto. ¿O vos no sabés que ca­minaba por los pasillos del Banco Central mientras pisaba los lin­gotes de oro que tenía el país? No quedó nada de eso. Se lo roba­ron. La obsecuencia de esos años era horrible.

Cualquiera que se hiciese peronista tenía 'beneficios' en la Corte Suprema, en puestos municipales, les daban autos, donde sea. Cada dos por tres le dibujaban un homenaje. A los más chupamedias les daban la medallita de la lealtad. Lo mismo pasaba con las actrices y con los actores: si eran amigos o se adherían al régimen, trabajabas. Si hasta Mirtha Legrand, que era una señora, bautizó a su hija Marcela y nombró padrino a Raúl Alejandro Apold, el Goebbels de Perón, para que su marido pudiera hacer películas. Y yo estoy seguro de que eso no lo hizo por peronista porque ella es una señora. Estoy seguro de que fue el precio que debió pagar para poder filmar con el ré­gimen. Una fantochada fue todo eso, los festivales de cine en Mar del Plata, en los que había una flotilla de Mercedes-Benz para las estrellas. Si hasta las provincias cambiaron su nombre y no eran La Pampa o el Chaco, eran las provincias Juan Domingo Perón o Eva Perón; las máquinas de los trenes también fueron rebautiza­das y así ‘La Argentina pasó a llamarse ‘La Justicialista’. Ahora que me acuerdo, también fabricaron un autito, un avión que no volaba y hasta una moto que apenas se la encendía se desarmaba. Todas mentiras para entretener a la gilada.

No todos comían vidrio. La camarilla tenía que terminar algún día porque no hay mal que dure cien años. El país estaba deshecho pese a que muchos dicen que no fue así. Si hasta copió la Carta del Lavoro fascista y ahora lo cuentan como un mérito.

Era agobiante, había cortes de luz, comíamos pan gris, les sa­caron la plata a las cajas de jubilaciones y las dejó vacías porque se la gastaban en cotillón y su herencia fueron las villas miseria.

¿Cómo no lo iban a tirar? Se lo venía buscando desde hacía rato. Cualquier cosa que viniese iba a ser mucho mejor que esos energúmenos. En 1954 se metió a fondo con la Iglesia. Se metió porque no la manejaba y entonces a Perón se le ocurrió suprimir la educación religiosa, eliminó los feriados católicos, sancionó la ley de divorcio, prohibió usar símbolos religiosos en Navidad y hasta amenazó a la curia con sacarle el apoyo económico a la Iglesia. De hecho, uno de los récords del que iba a convertirse en el 'tirano prófugo' fue ser en el primero de los presidentes argentinos en no asistir al tedeum en la Catedral. Lo excomulgaron, finalmente.

Yo estuve en la famosa fiesta de Corpus Christi en la Plaza de Mayo. Era un estudiante más. En esa plaza no había solamente católicos; estaban todos los que estaban contra Perón. Por eso, al día siguiente todo el mundo sabía que bandas armadas peronistas tenían pensado incendiar la Catedral. Vi metralletas en la puerta.

Después pasó lo del bombardeo de los revolucionarios. Ese día yo iba en un colectivo y pude ver cómo estallaba por los aires otro micro con gente adentro, un espanto. En realidad, si hubiesen elegido un día de sol para hacer eso, y no uno nublado, no habrían matado a tanta gente inocente. El muy cobarde de Perón se escondió en el Edificio Libertador, que era el Ministerio de Guerra en esos años. Tenía un refugio secreto y por eso se salvó.

La respuesta de los peronistas no se hizo esperar: quemaron iglesias, la Casa Radical, la Casa del Pueblo, la sede del Partido De­mócrata Nacional y el Jockey Club, donde le prendieron fuego a la biblioteca y las obras de arte. Después se escapó en una cañonera paraguaya, huyó como una rata. Nadie salió a respaldarlo ni a pedirle que se quedara. El pueblo también estaba cansado de la farsa.

Aun así, para que te quede claro, quiero decirte que cuando volvió en el 73 le creí. No me hice peronista porque me voy a mo­rir y voy a estar del otro lado aunque vos me digas que soy un gorila y esas estupideces que se dicen cuando ustedes no tienen argumentos. El Perón que vino para morirse fue el mejor de todos: vino a hacer bolsa a todos esos zurditos que nos querían hacer la revolución, los sacó de la Plaza de Mayo y los mandó a cagar. Con eso estoy de acuerdo, fue el mejor Perón de todos. Claro que fue un ratito porque se murió y nos dejó un regalo de mierda que en el fondo parece haber sido su venganza definitiva, la peor de las he­rencias, como diciéndonos 'ahí tienen, tanto que me jodian', y nos legó a la cabaretera esa de Isabel y al brujo miserable ese de López Rega. Por eso te digo, yo la viví, estuve ahí, no me pueden engañar con otra historia".

Fuente: Testimonios obtenidos por los autores con varios testigos de la época, quienes prefieren mantener el anonimato. Buenos Aires, 2010.  

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