Debe ser uno de los músicos más ricos y cotizados del planeta. Este italiano octogenario hizo cientos de bandas de sonido de filmes que has conocido o directamente viste. La lista es interminable y ahora se alió con el director Tarantino para su última película. Este artículo reciente rescata un poco del olvido que le concedemos en esta parte del hemisferio sur a Ennio Morricone. Lo interesante es intentar descubrir su repertorio, escuchar su música en busca de placer. Mis favoritas y recomendadas son "La misión" y "Cinema Paradiso" (nunca me animé a los spaghetti western que le dieron fama). Horanosaurus.
La Nación. Suplemento Sábado. Por Pablo
Plotkin. El 28 de febrero el mundo estará esperando
que Leonardo DiCaprio levante el primer Oscar de su vida por El renacido y que suelte una buena perorata sobre
el cambio climático. Pero habrá otro hombre ahí, bastante más viejo que Leo,
cuya virginidad en materia de premios Oscar es aún menos comprensible. Hablamos
de Ennio Morricone, tal vez el más grande compositor de bandas
de sonido de todos los tiempos, que a los 87 años recibirá, suponemos, una
estatuilla por su trabajo para Los
ocho más odiados, de Quentin
Tarantino. O en todo caso, por todo lo que hizo antes.
Morricone
compuso música para más de 500 películas. Su
primera gran plataforma fueron los westerns italianos de Sergio Leone, que en
los años 60 revolucionaron el género con sus paisajes abismales, sus héroes
secos y, fundamentalmente, con los scores magistrales de Ennio.
En la
llamada "trilogía del dólar"
(Por un puñado de dólares, Por
unos pocos dólares más y El bueno, el malo y el feo), el
maestro romano concibió un nuevo universo para la narrativa cowboy, alternando
orquestaciones clásicas con recursos de producción de vanguardia
(sintetizadores, disparos, guitarras eléctricas, silbatos), mezclando
tradiciones y convirtiendo el Lejano Oeste en un estado mental. Su influencia
en el cine y en la música pop -de The Clash a Babasónicos, de Nancy Sinatra a Gorillaz-
es difícil de exagerar.
Cuando
era chico, mi viejo me describía las escenas de las películas de Leone -esos
gestos mínimos de Clint Eastwood- tal como las recordaba de las proyecciones en
continuado. Como todavía no existía YouTube, para mí eran destellos de
technicolor detonados por fragmentos televisivos, porque tampoco le tenía mucha
paciencia al western. Los planos largos y tórridos, el ánimo escrutador de los
personajes, la cadencia rara de la acción...
En esos
años, al menos hasta que Eastwood estrenó Los imperdonables (1992), el western me parecía, igual
que el tango, una lengua muerta. Pero había algo que no se podía transmitir con
palabras y era precisamente todo lo que había hecho Morricone. ¿Cómo contar la
marcha que eleva la escena final de Érase una vez en el Oeste, esa
secuencia épica hasta lo grotesco, en la que Charles Bronson y Henry Fonda se
baten a duelo entre montañas de Almería que evocan el Far West?
Morricone,
un músico de formación clásica afectado por la magia del pop, grabó después
decenas de obras maestras para los mejores directores del mundo y también para
cientos de películas olvidadas. Se dijo de Los ocho más odiados que marca su
regreso al western después de 35 años, pero la película de Tarantino no es en
realidad un western (es más bien un pastiche de film de aventuras, gore histórico,
policial de enigma y una verborrea diseminada de acentos anglosajones).
Morricone compuso casi media hora de música original y sumó partes inéditas que
habían quedado fuera de La cosa (1982), de John Carpenter (también con
Kurt Russell, también rodada en la nieve). "No quiero volverme conservador
-dijo antes del estreno-. Quiero ir hacia adelante y mirar el futuro." Es
quizás la última gran lección de Morricone, más allá de su talento descomunal:
crear sonidos nuevos hasta el final de sus días.
BONUS TRACK 1 (¡eeeeppppa!)
"... en la vida hay que ser original. Si no, es aburrida. En arte es lo mismo: en cuanto empecé a aburrirme, renuncié. Hay muy buenos compositores que hacen la misma música para todas las películas, como John Williams, Ennio Morricone o Georges Delerue. ¡Hacen siempre lo mismo! ¿Cómo pueden hacer eso? No lo entiendo, ¡es una vida aburrida!" Michel Legrand, afamado compositor francés, autor de más de 250 bandas de sonido de películas (en "Nunca obedecí a ningún director", entrevista de Gaspar Zimerman. Clarín Espectáculos 17/04/16).
Un video emocionante...
LIBRO
(2017) ENNIO MORRICONE
"En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida"
Edit.
Malpaso
Escuchando
“L’ultima diligenza di Red Rock”, obertura del filme de Quentin Tarantino “Los
odiosos ocho” (2015), Óscar 2016 a la mejor banda sonora, nadie diría por su
contundencia y modernidad que está compuesta por un señor de 88 años. Ennio Morricone (Roma, 1928) sigue lleno de vida y
exultante por la aparición de “En busca de aquel sonido. Mi
música, mi vida” (“Inseguendo
quel suono. La mia musica, la mia vita”, 2016; Malpaso, 2017); el mejor libro
escrito sobre su trayectoria, el más verdadero según sus propias palabras.
Un
bisoño compositor llamado Alessandro De Rosa consiguió el
milagro de que Morricone escuchara, e incluso que le agradara, una obra suya
inspirada en “La consagración de la primavera” de Stravinski. En 2012 el
maestro italiano le regaló una copia de su texto “La música del cine ante la
historia”, que acabaría convirtiéndose en el preludio de unas conversaciones al
año siguiente.
Charlas
condensadas en medio millar de páginas, localizadas dentro de un pentagrama
virtual, donde conviven pasiones como la medicina y el ajedrez; sus inicios en
RCA con Modugno, Paoli o Mina; “El federal” (Luciano Salce, 1961), su primera e
íntegra partitura cinematográfica; el ineludible Sergio Leone con su crucial
“Trilogía del dólar”; Pasolini; su amigo Sergio Miceli, crítico con su afición
por el sonido disonante, o el “Homo Musicus”, un supuesto antepasado común
bautizado así por Morricone, que pudo ser el descubridor de cómo emitir
sonidos, convirtiendo paulatinamente el grito en canto.
Lecciones
de un catedrático único e irreemplazable, alabadas en el epílogo por
autoridades como el propio Miceli, Bertolucci o Tornatore. Recuerdos, tantos
recuerdos... Añoranzas no lloradas; con los ojos y el corazón mirando al
frente. Fúndanse en esta historia acompañados con el sonido encontrado por la
batuta del romano; el placer se multiplicará.
BONUS TRACK 2 Recién luego de tantos años corrijo un error: siempre pensé que el autor de la ahora revalorizada marcha del mundial de fútbol Argentina 1978 había sido Rodolfo Sciammarella, histórico/legendario compositor de jingles publicitarios y políticos en nuestro país. Con la nota que abajo pego me avivo que fue Ennio Morricone. Horanosaurus.
Notas
de paso
Clarín Spot Domingo 24/06/18. Por
Federico Monjeau. A través del libro de Matías Bauso sobre el Mundial ‘78 (una
exhaustiva historia de mentalidades argentinas, por medio de testimonios
recogidos) me entero de que en 2010, en ocasión del Mundial de Sudáfrica, la
revista Billboard hizo un ranking con los diez mejores
temas mundialistas. El de Ennio Morricone para Argentina 1978 obtuvo un cuarto
puesto. Según la investigación de Bauso, nunca estuvo del todo claro quiénes y
cuándo le encargaron al gran músico italiano la marcha del Mundial, aunque lo
más probable (piensa Bauso) es que haya sido una decisión del EAM (el Ente
Autárquico Mundial creado por la dictadura tras el golpe).
En todo caso, como dice Bauso, fue
“una extraña muestra de buen gusto”. Extraña, pero a la vez en perfecta
sintonía con la época. En principio, porque la composición de Morricone es una
marcha; no una marcha en estilo militar, pero una marcha hecha y derecha, con
tiempos bien marcados y ritmos punteados que denotan algo que avanza; y es una
marcha instrumental, sin letra, con un coro que simplemente vocaliza. ¿Qué
podía decirse en ese entonces que no fuese una mentira? La composición de
Morricone es bastante simple, pero tiene sus sutilezas armónicas y, sobre todo,
orquestales, con la adición progresiva de fuerzas instrumentales y ese potente
contrapunto de los bronces cuando la segunda parte del tema hace su
reexposición. No es una pieza festiva, sino de un optimismo moderado.
Volviendo al ranking de Billboard,
el cuarto puesto de Morricone parece bastante merecido. El primero lo ganó la
canción de Ricky Martin para Francia 98, La copa de la vida,
dejando en segundo lugar a la canción de Italia ‘90; en mi opinión fue una
injusticia, ya que en la historia de las melodías mundialistas no hubo nada
igual a Un ‘estate italiana.
La historia de esas canciones está
cada vez más globalizada. Suele ocurrir que la canción producida en el país
anfitrión quede totalmente eclipsada por otra melodía más rotunda, como pasó
ahora con la canción de Polina Gagárina, desplazada por el reggaetón de Nicky Jam.
La canción de la joven rusa Gagárina es, en letra y música, el himno de las
buenas intenciones y los mejores deseos, y estos himnos suelen ser muy malos.
La canción de los mexicanos para el mundial ‘70, con esa rara mezcla de
modernismo vocal estilo Os Cariocas y corrido, además de su prosodia totalmente
desacompasada, no convenció a nadie. Para el Mundial de México 1986 hicieron
algo más pegadizo, pero de una falta de imaginación sin atenuantes. No parece
sólo un problema de países sin grandes tradiciones musicales. El coro de los
alemanes para el Mundial de 1974 es una de las composiciones más desabridas de
la historia mundialista, y Alemania tiene la más grandiosa tradición coral del
planeta. La canción de España 1982 fue sencillamente atroz, con Plácido Domingo
entonando: “El sol ilumina el estadio,/ España se viste de fiesta/ se ve la
afición en el campo/ y ondean banderas inquietas. /Se van ocupando las gradas,
escuchan alegres canciones,/y así la gente encantada/aplaude siempre a los
mejores”. La música era tan acartonada como la letra. Los españoles confiaban
en que la voz del mayor tenor de ópera del momento lo resolvería todo, pero en
este punto vuelve a surgir la teoría de Aldous Huxley, según la cual nada
resulta más deprimente que una música mediocre bien interpretada.
Hasta que llegaron los italianos con
su proverbial sentido estético y sus metáforas. Forse non sarà una canzone/ a
cambiare le regole del gioco/ Ma voglio viverla cosi quest’ avventura/ Senza
frontiere e con il cuore in gola (Tal vez no será una canción/ lo que va a
cambiar las reglas del juego/ pero quiero vivir así esta aventura/ sin
fronteras y con el corazón en la garganta). No se trata de una fiesta, como en
la canción de Ricky Martin o Waka Waka de Shakira (tercera en el ranking de Billboard),
sino de un sueño, de una pequeña épica; un relato palpitante que encuentra su
figura más feliz en la inmensidad de la intemperie: bajo el cielo de un verano
italiano (Sotto il cielo/ Di
un ‘estate italiana). El genio italiano está en el texto, en el
progreso de la melodía, y por cierto también en la interpretación de Gianna
Nannini y Edoardo Bennato, con la dosis exacta de humor y desenfado.
Esa canción debe ser el mayor aporte
italiano al fútbol mundial en muchos años, y compensa con creces sus
antiestéticos y miserables catenaccios.
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