domingo, 3 de mayo de 2015

Dos mitos argentinos para el mundo


  

Argentina bien podría denominarse "el culo del mundo": no solo por nuestra ubicación geográfica bien al fondo, también por la sorpresa con que nos ve el hemisferio norte, a veces por su ninguneo. No tenemos buena prensa como los brasileños, es evidente, pero colaboramos para eso con numerosas exageraciones, 'comprando' recetas extremas a las que otros no se animan. Dos por tres somos noticia por alguna detonación: hiperinflaciones, dictaduras trágicas, guerrillas urbanas, default, saqueos, neoliberalismos ultras con privatizaciones baratas y reestatizaciones populistas caras. Y sigue la lista.  

Por lo visto, tardaremos siglos en perfeccionar nuestra democracia; eso si, somos bastante pintorescos y, a nivel individual, nuestro país es una máquina de producir íconos o mitos: Maradona, Messi, Gardel, Piazzolla y el tango, Fangio, Borges, Cortázar, varios Nóbel, Favaloro, ahora el papa Francisco. Digo, que se yo, el vigor híbrido del mestizaje que se dió en las pampas.

Repicando frases de lo que viene abajo, dos grandes paradigmas de género, el Che y Evita, el apóstol de la revolución latinoamericana y la santa patrona del ascenso obrero, son argenti­nos. Muertos en plena juventud, consumidos en el fuego de su propia pasión. Emblemas mundiales de la rebeldía, la utopía y la solidaridad, a pesar del manoseo marketinero. Todos tienen su opinión formada. Yo también. No es de suma importancia pero pasa por el tamiz de los valores republicanos y democráticos y no por las leyendas. 

En 1997 una producción del diario Clarín, titulada "Dos mitos de fin de siglo" se preguntaba porqué se produjeron aquí y consigue algunas respuestas. Acá van sus principales notas. Horanosaurus.  




Simone de Beauvoir, Sartre y el Che x Korda.

Dos mitos de fin de siglo
¿Por qué la Argentina produjo a Evita y al Che, paradigmas de utopías y marketing? Clarín-2da Sección. Domingo 23/02/97. 

De la utopía al marketing
Combatidos o amados hasta la incondicionalidad, Evita y el Che son los dos grandes mitos políticos que la Argentina le legó al siglo XX. Convertidos en bandera de lucha o en objetos de marketing, ambos parecen haber sobrevivido a todas las modas: la de las revoluciones y la del libre mercado. Por Matilde Sánchez (colaboraron Héctor Pavón y Eva Marabotto).

Es esta la más grande de todas las historias argentinas. Evita y el Che son dos de los santos laicos que velan la imaginación contem­poránea. El país no ha producido destinos más fulgurantes ni novelescos. Atraviesan el país -produciendo hechos, inspirando biografías- y son atravesados enteramente por la gran disyuntiva: a quién pertene­cerán los pobres.

Desde luego, existen otros nombres propios si se trata de una contribución ar­gentina a la historia del siglo. Pero sus imágenes -perfil de mujer severa con ro­dete, hombre de melena y barba crecida con boina- transitan desde la épica nacio­nal y la utopía hasta el merchandising en el camino ajeno y sinuoso de la industria cultural. ¿Cuál es su proyección de la iden­tidad argentina? ¿Hay algo detrás de la silueta recortada en el espíritu de los 90? Esas son las preguntas que los estudiosos, intelectuales y políticos consultados procu­raron esclarecer en nuestra indagación.

Primero, un mito surge para resolver una contradicción y adquiere el valor de una creencia colectiva. No es una mentira. Pero aunque tampoco es una verdad, fun­ciona como tal. Existen mitos tan blinda­dos que se convierten en dogma, como los misterios religiosos: la virginidad de María. Finalmente, un icono es la repre­sentación mínima del mito: su estampa.

Si un mito es una construcción en la que todos nos hemos puesto bastante de acuerdo, ,en el caso de Evita existen tres acepciones: el mito del peronismo histórico, que la ve sacrificada en la justicia social y hace un corte con su pasado artístico, el mito negro de la oposición, que la pinta como una arribista que dilapidó el tesoro nacional en abrigos de piel y el llamado mito rojo, producido en la década del se­senta por el peronismo de izquierda, en el que encarna el germen clasista de 1945. El Primer Mundo ha cristalizado el mito negro, con una nota de moralina victoriana hacia el movimiento feminista, resumido en una brillante línea de la ópera-rock: Evi­ta, "la advenediza social más exitosa desde Cenicienta". La mayor blasfemia de Alan Parker es dudar de la castidad de Evita. El mito institucional es siempre autoritario con los géneros y el santoral no puede ser tergiversado en una picaresca.

El Che, por el contrario, encarna el he­roísmo de quien combate por un fin común. En el mundo entero su icono tie­ne carácter de divisa generacional: es la imagen más reproducida en la historia de la fotografía. Quien luce una remera con ella pertenece a la tribu de los inconformistas.

Evita y el Che tienen en común una par­ticular clase de locura: se han entregado por completo a sus visiones."Con una gran distinción -dice David Viñas, escritor e intelectual de izquierda, quien fue fiscal de mesa en el sanatorio desde donde Evita votó por primera vez en 1951. Ella es pro­ducto de un aparato del Estado, mientras que el Che siempre se resistió a institucio­nalizarse. Sin embargo, ¿cuanto llevó de su país a la Sierra Maestra? "No es un azar que sean hijos de este país lacerado", sostiene el historiador José Vilarruel, profe­sor de historia social en la UBA. "Ambos plantearon la cuestión de la igualdad y, desde horizontes muy diferentes, definie­ron modelos de acción social sobre una cuestión crucial: la dicotomía entre demo­cracia y dictadura".

Poder y conflicto. Desde ese ángulo, el recurso ficcional de incluir al Che como la conciencia crítica de Evita, en la ópera-rock, no es capcio­so. Muestra a dos personajes enfrentados en torno a una idea de poder, al tiempo que lee políticamente el conflicto genera­cional. Más allá de la ligereza de su puesta en escena, un argentino puede entrever en esa pulseada el capítulo más sangriento de la historia argentina: los 70.

Viajes, los pasajes de un nombre. En 1935 Evita inicia el viaje de los "grasitas": de Junín a Buenos Aires, del melodrama a la épica, de la bastardía a la legitimidad. Pero también viaja hacia la tradición feme­nina: es una joven en busca del apellido de su padre, el cual conquistará junto al ape­llido de su esposo. Solo que una vez que los tenga no querrá pertenecer a ninguno de los dos. Eva Duarte de Perón manifies­ta que espera entrar en la historia como Evita, como dice Borges de un orillero am­bicioso -y ella pertenece a esa clase-: para deberse todo a sí misma. En 1949, como primera dama, cumple la gira del Arcoiris por Europa, viaje que entronca con la con­sagración de Gardel en París. Pasea el es­plendor argentino ante una Europa empo­brecida por la posguerra y ventila el régi­men de Franco. La izquierda europea simplifica el fenómeno peronista y la inter­preta como la última "agente del fascis­mo" (sic). El viaje fija en los europeos el mito negro.

En julio de 1953, un año después de la muerte de Evita, Ernesto Guevara se mar­cha en un segundo y trascendental viaje por Latinoamérica. Reverso del viaje de Evita, constituye su educación política. En él se desargentiniza. David Viñas observa que el viaje se potencia a través de su pri­mera compañera, la peruana Hilda Gadea, militante del Aprismo. "Guevara va hacia ese recinto mitológico de la tradición revo­lucionaria latinoamericana que es México y entra en contacto con las figuras de Emiliano Zapata, de Lázaro Cárdenas, peregri­na a la calle Austria, donde vivió Trotsky. Pero hay también en él un componente bien argentino que recupera, a través del marxismo, la ideología reformista tradicio­nal que ya tocaba la cuerda latinoamerica­na”.

El periodista Mariano Grondona, por entonces comprometido con la derecha, apunta que “ese viaje del Che es la encar­nación de la teoría de la dependencia, esa idea de que Latinoamérica estaba someti­da a la oligarquía y el imperialismo. Esto generaba dos personajes arquetípicos, el del cínico cipayo y el del héroe que pelea contra la injusticia.” El Che se definía: "Tengo el sustrato cultural de Argentina y me siento tan cu­bano como el que más." El intelectual mexicano Jorge Castañeda, cuyo libro so­bre Guevara, “La vida en rojo”, aparecerá en marzo, destaca sus raíces profundamente argentinas y su infancia en Alta Gracia, sin ia cual su travectoria resulta incomprensible. “En primer lugar explica el autor- el Che es formado en la escuela pública, lo cual es excepcional para las éli­tes intelectuales latinoamericanas. Pero al mismo tiempo pertenece a una familia de la oligarquía, aunque sin dinero. Ese doble linaje solo era posible en Argentina. Terce­ro, como en ningún otro país latinoamericano, Argentina tiene fascinación por lo exótico, debido a que se trata de es un país socialmente muy homogéneo."

Mientras que Evita es un engranaje central del poder, el Che, viajero perpetuo de la revolución, se resiste a ser institucio­nalizado. Exporta la guerrilla al Congo, luego a Sudamérica, su método es la "tour de force". La muerte en Bolivia resultará clave para la izquierda: muere como un heraldo contra las fronteras, en un regreso armado a su país. El Che muere llegando.

Muerte en Bolivia a lo bandolero romántico; muerte política de doble exilio, lejos de sus dos patrias, en el intento de enlace. A su entrada triunfal en La Haba­na, el Che adopta la nacionalidad cubana pero al partir al Congo y un año después a Bolivia, renuncia a la cubanidad, de mane­ra que vuelve a ser argentino. En esa parti­da conviven el desajuste ideológico con la dirección del gobierno cubano, tanto co­mo su impulso a la errancia y el fusil, "que me entusiasma como hombre gozo­so de la aventura". ¿Es ese goce de la aven­tura lo que ilumina el cierre de siglo?

El sociólogo Horacio González apunta que su leyenda consiste principalmente en un espacio de aventura moral, en una voca­ción de desprecio por los obtusos, en la soberbia seguridad del andarillo: "hay que echarse a andar". Pero lo notable, según él, es que al cabo de su viaje, la entrada en La Habana, "convertirá su castellano rioplatense en caribeño y firmará los billetes del Banco Nacional de Cuba con la partícula esencial de la interpelación ar­gentina, Che, el universal particularizado, el arquetipo/de uno solo".

El alfabeto político. "¿Qué tiene de argentino ese ideal de exportar la revolución?", se pregunta Viñas. "No hay que olvidar que Guevara se forma en Córdoba y se vincula con Gustavo Roca, hijo de Deodoro Roca. Este participa de la reforma universitaria de 1918, que democratiza el acceso de los argenti­nos a la universidad. Por otra parte, la as­piración a un destino de grandeza en Ar­gentina se ha mitologizado, pero fue bien concreto. Es un rumor que recorre toda nuestra cultura. Históricamente la elite argentina se ha visto a si misma como competidora de los Estados Unidos”.

En cuanto a Evita, ella recibe sus primeras ideas políticas en el golpe de Estado nacionalista de 1943. Alicia Dujovne Ortiz especula que es peronista antes que Perón lo sea. Pero su ascenso es también producto de una particular situación en la historia de las mujeres argentinas. Su travesía es la de una hija ilegítima, con la misión de vindicar a su madre, una madre soltera emancipada por defecto. Aún así, aún incompleto, su acceso al poder es posible porque Argentina es el país menos machista de América Latina. (Podemos decir que el feminismo argentino nace con Sarmiento, a través de las maestras norteamericanas vinculadas con la tradición del librepensamiento). Con sus enormes disparidades, Evita y el Che son figuras de una vanguardia argentina, mancada, que en los hechos termina a los tiros.

Por su historia familiar, el sociólogo Rosendo Fraga miró con atención a uno y otro. En su visión, “ambos proyectan nuestra complejidad y singularidad en Latinoamérica. Como figura fundamental del peronismo, Evita refleja la problemática política y social del país, lo cual parece definitivamente perdido para la mirada europea. Mientras que el Che proyecta las enormes contradicciones de nuestra clase media. El drama del Che está todo comprendido en su final en Bolivia: pone en evidencia la enorme incomprensión de los sectores a quienes él pretendía liberar. El drama del Che es la sordera de los obre­ros peronistas a su utopía". "Pero es intere­sante -observa Fraga- que la que más fes­teja la entrada de Fidel en La Habana es la derecha liberal. Ellos veían a Batista en la serie de los dictadores latinoamericanos, como Trujillo y el propio Perón."

La belleza del mito. La belleza. No solo las fabriqueras soña­ban con ser Evita. No solo los revoluciona­rios querían ser el Che. También los feos, las tuertas, las enanas, los obesos. La belle­za toma un giro trágico al asociarse con la muerte a edad temprana. ("Los funerales de Evita despliegan una grandiosidad solo comparable en este siglo con los de Rodol­fo Valentino. La muerte del Che sí es trágica. La tragedia es morir bajo la mira­da de los dioses", dice Viñas.) No hay mo­tivo de tristeza más universal y contagioso que la muerte en la juventud y en pleno apogeo. El gobierno de Perón interpreta la enfermedad de Evita en clave cristiana en los meses precedentes al desenlace; los 33 años la ungen con la santidad. El Che, por el contrario, es un mito plenamente laico, pero la Teología de la Liberación encon­trará en él a un apóstol del cristianismo abnegado.

Prácticamente la totalidad de las fotos de Evita son oficiales, a excepción de las fotos familiares de fin de semana en la quinta de San Vicente, recuperadas preci­samente por el peronismo revolucionario. Su elaborada producción de imagen tiene a su servicio un ideólogo innovador y des­mesurado, Raúl Apold, en la Subsecretaría de Información.

Tanto uno como el otro son paradigmas de género. Ella encarna el asalto de las mujeres a la vida pública, en una década de eclipse feminista. Es la última mujer antes del advenimiento de la pastilla anti­conceptiva y la televisión. Y ese hombre, con su hippismo precursor y el fulgor de su mirada, marca que aquel modelo de mujer esta agotado. Imágenes del Che con su fusil, tomadas por corresponsales y combatientes aficionados. Difícilmente puedan superarse en virilidad y reciedum­bre. (Ernesto, raro fantasma en el desper­tar erótico de las repartidoras de volantes, las chicas que hacían pintadas. Contigo querían hacer el amor y la guerra, todo era parte de la revolución.)

Fotografías en blanco y negro, frag­mentos de película, objetos personales, vestigios de una vida. El mito se nutre de las pequeñas huellas materiales para com­poner su pseudohistoria. El reloj del Che (un Rólex Oyster) circula entre las manos de los "rangers" bolivianos que lo asesi­nan en La Higuera. Las joyas de Evita son rematadas en 1957 en los salones del Automóvil Club Argentino, para seguir la trayectoria de los talismanes. Desmontada de su prendedor con el escudo peronista, un diamante adorna el bastón de mando del general Onganía. Y todas esas cosas son el retazo del sudario o la astilla de hueso en el escapulario del fiel.

También como en los santos, el destino del cuerpo prolonga el martirio. El embalsamamiento de Evita asegura una posteri­dad de rango faraónico, que resulta funcional a los vejámenes. El asesinato del guerrillero vuelve irrefutable la tesis de la guerrilla.

A comienzos de los 70, la resistencia pe­ronista y el estado de revuelta estudiantil dan a luz los movimientos de guerrilla. El Che tiene en ella un papel central: da un linaje nacional y al mismo tiempo interna­cionalista a la lucha armada. El apóstol de la revolución latinoamericana y la santa patrona del ascenso obrero son argenti­nos: la izquierda truca las coincidencias entre Evita y el Che. El propio Perón envía una carta a la militancia peronista donde interpreta la muerte del comandante Gue­vara como "una irreparable pérdida para la causa de los pueblos". El nombre de Eva es lanzado en la lista de revolucionarios caídos en combate, seguida o precedida por el Che.

La iconografía del Che es ascética: la boina con la estrella roja, la camisa mili­tar, la barba y el habano, así en la zafra co­mo en la ONU. Y es una formidable bro­ma de la historia que para ingresar de incógnito en Africa y Bolivia se haya dis­frazado de viejo burgués, su inverosímil absoluto... Sus fotos congelan el instante creador de la revolución, perpetuamente inacabada. Muestran el acontecimiento que será patriótico: son la arcilla de la épo­ca. Una generación entera descreyó de la admirable foto del boliviano Fredy Alborta, quien retrató al Che asesinado en La Higuera, en una composición que fue comparada con "La lección de anatomía" de Rembrandt. La extraordinaria mirada del guerrillero no parpadeó ante los dispa­ros. El Che es el muerto más hermoso del mundo.

Pósters, bandera de todas las luchas de liberación, bandas de rock, gorras, una cerveza inglesa, todo lleva el retrato del Che. Si las décadas del 60 y 70 acercan la utopía guevarista a la realidad, proponien­do al Che como modelo universal para los jóvenes comprometidos, los 90 lo instalan como imagen de una adoración melancólica. Los 90 pueden tener melancolía de los 50 y a la vez de los 60.

"¿Por qué producimos tantos iconos en la Argentina?", se pregunta el escritor Martín Caparros. "Nuestra producción iconográfica es desmesurada, sobre todo si la comparamos con nuestra inexistente producción de bienes reales o tecnología. A través de Hollywood Evita ha perdido to­do su sentido original. Sin embargo, quien se pone una remera con la cara del Che, porta un signo contra el sistema."

Una periodista que vivió intensamente los 60, Mabel Itzcovich, observa que "es­tos mitos argentinos han ganado la efíme­ra popularidad del espectáculo, la codicia­da ubicación en el "merchandising", y en su camino han perdido los odios, amores y rencores que los hicieron únicos. Las le­yes del mercado han dado vuelta los bolsillos y los han vaciado de todo contenido".

La tesis de “La vida en rojo”, del mexicano Castañeda, cree que la Argentina no debería llorar por él. "El Che es el máximo emblema de la década del 60. Pero su ma­yor legado no es político ni teórico sino puramente cultural. Los 60 no nos dejan ideas políticas, las cuales por el momento parecen agotadas, sino un fabuloso recam­bio cultural. El Che representa lo que aún está vivo de los sesenta: la permanente fuga hacia adelante, las nuevas relaciones entre hombres y mujeres, la intolerancia política, la fascinación y el respeto por la otredad, y sobre todo, la vinculación entre la política y el existencialismo."

El sociólogo y filósofo Horacio González cree que Evita y el Che son "me­nos parte de un escurridizo carácter nacio­nal, que de un museo de las pasiones, donde la crítica cultural podría revisar los sucesivos fracasos".

Mientras la cadena norteamericana Bloomingdales distribuye el look de la evitamanía, este verano una remera hizo fu­ror en la costa atlántica: el rostro del Che sobre la bandera de Jamaica, en lugar de Bob Marley, con la leyenda: Don't worry, be happy. En Cuba, como en el sudeste de Bolivia, el turismo de aventura propone la ruta del Che. ¿Con cuál de sus fulgurantes sarcasmos adjetivaría el Che su propia imortalidad? ¿Miseria de los íconos? Aun­que delgados, tan domésticos en nuestra sociedad de consumo, ellos nunca son tri­viales. Las estampas tienen el espesor de la época. 


Una creación argentina

Entrevista con Alain Touraine. Por Daniel Mordzinki, desde París. “La Argentina creó a estos dos gran­des mitos de fin de siglo, Evita y el Che, probablemente porque la Ar­gentina fue -estoy tentado de decir más que ningún otro país del mundo, más que los Estados Unidos- un país que ofreció posibilidades de consumo, de inte­gración y de participación extraordinarias. Una sociedad donde el consumo y los lo­gros superaron de lejos las condiciones de producción. Este exceso de demanda creó, automáticamente, una enorme necesidad de integración que dio lugar a la creación de movimientos masivos (Yrigoyen, el pe­ronismo...) y a un formidable pedido de unificación que se traduce en modas de consumo, en la invención de símbolos y en una creación cultural extremadamente activa, frente a un aparato de educación y de administración deficiente. Este abismo entre la producción y el consumo dio a la Argentina su propia definición e hizo de ella un país creador de mitos", así comien­za la entrevista que Clarín hizo al sociólo­go y politólogo francés Alain Touraine.

Touraine agrega: "¡Para empezar con los mitos, yo pondría al tango...! Ahora bien, respecto de Evita, y en lo que a la Ar­gentina se refiere, su mito tiene bases en la realidad. En cuanto al Che, mucho me­nos -siempre refiriéndome a la Argenti­na- aunque es cierto que sirvió de símbo­lo concreto durante el período de las gue­rrillas. Podemos pensar de maneras dife­rentes sobre el peronismo pero las cate­gorías que de una manera o de otra des­bordaban el marco burgués lo han vivido como su entrada a la vida pública. Este fenómeno da cabida directamente a la creación del mito de Eva Perón. Ahora bien, cuando la situación político-finan­ciera comienza a degradarse, toda la mito­logía que no pudo encontrar respuesta a falta de un aparato de producción eficaz, se transforma en crítica.

"La intelectualidad argentina, mucho menos elitista que la de otros países -le recuerdo que la Universidad de Buenos Aires contaba entonces entre sus estu­diantes un 25 a 30% de hijos de obreros mientras que en Europa el porcentaje era del 5% a 10%- se ve de golpe confrontada a una sensación de decadencia que da ori­gen a una radicalización del pensamiento entre las categorías que -hasta entonces-se encontraban en ascenso. Así, surge el famoso "peronismo de izquierda" con Evi­ta como bandera. El Che es la expresión misma de este vuelco con la diferencia que su imagen  desbordó lo nacional para devenir un símbolo latinoamericano.

-¿Un líder puede trabajar en vida para convertirse en un mito? -Si usted hace referencia al presidente Menem, él es para mí el anti-mito. Menem, cuyo rol puede juzgarse positivo del '89 al '94 a través del plan Cavallo -cierta­mente  contestable pero que ayudó al país a salir de una crisis económica feroz- es hoy el artífice de una "fujimorización" de la Argentina. En realidad la Argentina de hoy, que por primera vez es testigo de cierta estabilidad económica, ya no es terreno para generar mitos. Su sistema político, menos estable que el chileno pero sin lugar a dudas mejor reconstituido que el brasileño o el mexicano, crea un confor­mismo donde conviene más hablar de idealización y de recuerdo que de mito­logía. Yo entiendo por mito una forma de mantener vivo el pasado: la Argentina hoy es, en realidad, mucho menos peronista y mucho menos guerrillera que hace 20 años, por eso su sociedad necesita evocar esos personajes símbolos de su pasado.



Che, 1962 x Korda.

Los ojos de Korda

El 4 de marzo de 1960 estalla en el puerto de La Habana un buque con un cargamento de armas belgas. Hay decenas de muertos y 200 heri­dos. Un día después, Fidel y sus co­mandantes hacen un homenaje cer­ca del cementerio. Allí, un fotógrafo del periódico Revolución, Alberto Díaz, conocido como "Korda", hace con su Leica la foto del Che que será símbolo y moneda cubana, la ima­gen más reproducida en la historia de la fotografía.

Desde su estudio de La Habana, en diálogo con Clarín, Korda cuenta que caló el fondo original sobre la boina y la melena, pero "la foto solo fue reproducida una vez en una di­mensión pequeña y no volvió a edi­tarse." Pocos meses antes del asesi­nato de! Che, el editor italiano Giacomo Feltrinelli recoge la foto de su estudio para hacer un cartel, igno­rando que lanzará uno de los emble­mas del siglo, por el cual Korda jamás cobrará un solo peso.





Cuba: cuando el pasado sigue estando presente

Por Susana Colombo. Los cubanos son reacios a hablar del Che como un mito. Para ellos, el Che es un "modelo revolucionario". Y lo consideran coprotagonista de una política que todavía -aunque con con­tradicciones- está viva.

Desde su muerte, el Che fue mostra­do como una figura ejemplar para los niños y para los obreros. Está en los programas de la escuelas de Cuba; es un procer como José Martí. Los escola­res de la primaria, al iniciarse octubre, realizan jornadas para recordar su muerte. Los "pioneros" cantan: "Dos góticas de agua cayeron sobre mis pies, y las montañas lloraron porque mata­ron al Che". Y le prometen: "Todos los niños seremos como el Che".

Su carisma le dio al Che una trascen­dencia única; sus admiradores pueden ser de cualquier orientación. "Lo admi­ran porque no vive; si no, lo mandarían matar", opina algún cubano, incapaz de una ironía. Es cierto: la crisis en Cu­ba es fuerte. Por eso, un turista puede encontrar "vendedores" de un billete ya histórico, que tiene la firma del Che.

La escritora cubana Marta Hanecker está preparando un libro en que uno de los entrevistados fue compañero del Che. Y cuenta: "Era exigente y con su exigencia educaba". De ejemplos, nadie discute. De su amistad, tampoco. Hay quien piensa que el Che fue quien me­jor se complementó con Fidel; otros, que no hubiera conseguido igualarlo. Lo cierto es que los análisis sobre el Che son múltiples. Como si estuviera vivo. Como si para ese "largo lagarto verde, con ojos de fría plata", como de­finió a su isla el poeta Nicolás Guillen, el mito todavía no hubiera comenzado.


El anhelo de la Tierra Prometida

Por Ignacio Pérez Del Viso (sacerdote jesuíta, director de la revista CIAS y profesor de Historia de la Iglesia de la Facultad de Teología de San Miguel). Evita y el Che Guevara son dos persona­jes que integran el imaginario social de Jos argentinos. En toda América latina se han destacado políticos, por un lado, artistas, por otro. Evita y el Che se pro­yectan entre la política y el arte, entre la realidad y la ficción. Los filmes sobre ambos pueden ser criticados con rigor histórico, pero sus vidas solo pueden ser captadas con un gran vuelo de la imagi­nación.

El país que ha producido el mito de Gardel, que canta cada día mejor, se siente desgarrado por el mito de Mara­dona, que juega cada día peor, porque ni él mismo sabe si continúa gambe­teando en sueños o en realidad.

Pero la Argentina no solo ha creado sujetos que parecen de ficción, capaces de hacerla gozar o sufrir, mordiendo su imaginación y sus sentimientos. Con Evita y el Che ha dado a luz a dos perso­najes que prenden también en su inteligencia, como fruto maduro de una tradi­ción cultural sostenida. Evita reflejó una cultura popular ascendente, el Che una cultura de clase media cuestionante. Y tuvieron muchos rasgos en común:

* Ambos simbolizan la lucha por el po­bre, la de ella por la muchedumbre de "descamisados"; la de él por los pueblos oprimidos. El ideal de la justicia social marcó sus vidas.
* Ambos entregaron su vida con noble­za y desprendimiento. Dejar un ministe­rio en Cuba para perderse en la selva de Bolivia es algo que despertó la admira­ción de amigos y enemigos.
* Ambos tuvieron una muerte trágica, ella una enfermedad prematura, él una oscura ejecución. Ni sus tumbas encon­traron reposo. Están del lado de los per­dedores.
* La muerte de ambos adquiere así un carácter redentor. Toda muerte posee un valor redentor porque en ese instante final se redime, se rescata todo lo trascendente de la vida, incluso el sufri­miento. Y la muerte anónima de millo­nes de marginados quedó como subli­mada en ambos personajes.

Pero también ellos necesitan ser rescatados. Al morir Jesús, diciendo: "Pa­dre, perdónalos porque no saben lo que hacen", nos redimió a todos porque hizo posible un perdón y una convivencia que superan las fuerzas humanas.

La crítica que les haría a ambos es que no buscaron la paz y la libertad con el mismo ardor que la justicia, los tres pilares de la ética. Evita quedó atrapada en la lucha entre peronismo y antipero­nismo, superada veinte años después de su muerte. El Che ignoró el valor de la no violencia. Evita y el Che nos mues­tran la grandeza y la debilidad del co­razón humano, entre la nostalgia del Pa­raíso perdido y el anhelo de la Tierra Prometida.



"El muerto más hermoso del mundo".  Freddy Alborta. La Higuera, Bolivia.


Las pasiones colectivas, según Vincent

Por Juan Carlos Algañaraz, desde Madrid. “Eva Perón y el Che Guevara han sido devorados por la imagen. A través de una imagen romántica, sus rostros han cau­sado estragos cuando se popularizaron a través de los medios de comunicación". Manuel Vincent, uno de los mayores es­critores y periodistas españoles, confió a Clarín algunas reflexiones sobre el fenómeno de estas vidas excepcionales. "Estas dos figuras se ponen de moda a través del arte que siempre está buscan­do unos rostros que sinteticen pasiones colectivas. Cuando esto se produce tam­bién se produce una explosión colectiva como en el caso de Evita y el Che", ase­gura Vincent.

-¿Estos mitos hubieran sido posibles sin los logros extraordinarios, concretos, de Eva y el Che? -Las conquistas personales, la entidad sustancial de Eva y el Che quedan en na­da ante el mito, que es una forma de ex­plicarnos el mundo a través de las accio­nes de los dioses. Nuestros dioses son imágenes en los medios. Estos mitos de Eva y el Che va no tienen nada que ver con la realidad. Son bienes de consumo, casi de degustación. El afiche con la cara del Che fue un bien de consumo que col­gaba en las habitaciones de todos los progresistas del mundo. Eva Perón es una imagen romántica asociada al tango. El teatro, el cine, la televisión, los me­dios, son monstruos que necesitan ali­mentarse constantemente de imágenes.

-¿Qué hay en las vidas de Evita y el Che que los hace tan atractivos? -El fenómeno de Eva Duarte es muy difícil de entender si uno no es argenti­no. Desde una perspectiva europea, tal vez racionalista, creo que fue una mujer que quiso hacer una revolución social uno a uno, como una forma de redimir a los descamisados mediante su gloria per­sonal. Esto es como muy posmoderno y el arte ha encontrado en ella una pasión sintetizadora que es muy actual. El ansia de salvar al mundo unida a la ambición personal es una síntesis que produce personajes muy literarios.

-¿Cuál es su primera imagen de Eva? -Cuando era muy niño y ella vino a España, recuerdo que mi familia contaba que se había presentado con una capa de marabú de Christian Dior, un collar ro­sado, pulseras de diamantes. Eva estaba al lado de la mujer de Franco, que pa­recía una secretaria de tercera frente a aquella mujer deslumbrante.

-¿Cuál es la dimensión del Che? -El Che sintetiza también otra pasión colectiva. El fenómeno del Che es de una modernidad absoluta porque su destino fue unir la revolución a una aventura romántica personal.

Vincent reflexiona que Eva Perón y el Che Guevara han triunfado incluso co­mo cadáveres. El escritor evocó las azaro­sas aventuras del cadáver de Eva , "capaz de despertar las peores truculencias y una devoción casi religiosa", y también lo que sucedió con los restos del Che.

-¿Y qué tiene que ver en todo esto el hecho de que fueran argentinos? -Creo que una de las características de los argentinos es la conciencia de su cor­poreidad, la necesidad de estar a gusto con su cuerpo, con su imagen. Los dos tenían imágenes espléndidas.

El santoral laico

Desmitificar para volver al personaje posible, es la consigna del autor de esta nota, que escribió, además, la última biografía del Che. A su juicio, un “santo laico” de este siglo. Por Ignacio Paco Taibo II, desde París, especial para Clarín.

Guevara te mira en las noches. Y te dice invariablemente: -¿Cómo se te ocurre hacerme personaje de una biografía? Y eso sucede los días más afortunados, lo habitual es que se limita a soltarme una mirada burlona y medio cáustica. ¿Cómo me metí en esta trampa? Inocente, que no sabía que resulta prácticamente imposible atrapar el centro de un mito.

Che estaba dotado de un mecanismo de combustión interna que lo hacía vivir en el límite, mantenerse a prueba perma­nente, presionar un cuerpo gastado por la falta de sueño, el asma, las tensiones. Era el hombre que había hecho de la autodemanda un estilo vital. Y se quemaba, en la lenta hoguera que había encendido en el centro de sí mismo. Se quemaba y quema­ba a los demás.

Es fácil lidiar, pelear, trabajar sobre los mitos de otros, pero ¿con los propios fantasmas, con los propios mitos? Trabajar sobre tu santo laico, el gran fantasma que te ha estado cuidando los sueños todos es­tos años impidiendo que los miedos, la pesadilla de la barbarie mexicana, te destru­yan en la fragilidad de la noche...

Una regla: busca como puedas, los per­sonajes se cuentan en sus actos, no en sus palabras, sus palabras caminan con ellos.

El icono pop -el póster, la camiseta, la imagen repetida millonariamente en la manta y la pared- se va quedando vacía, se va amarilleando con el paso del tiempo, va perdiendo contenido. Un fantasma que, muy a pesar de su humor cáustico y de sus reiteradas timideces, ha quedado pre­so en la parafernalia de la imagen y de las maquinarias inocentes o dolosas que se dedican a vaciar todo aquello que se les cruza a su paso de contenido para volverlo camiseta, souvenir, taza de café, póster o fotografía, destinadas al consumo. Y eso es la condena de los que provocan nostal­gia: estar atrapados en los arcones del con­sumo, o en los reductos de la inocencia.

En la casa de mi amigo Teo Bruns en Hamburgo descubro un póster del Che que dice: "Tengo un póster de todos uste­des en mi casa. Che". Me encabrono ante la pobreza del póster y sin embargo lo aprecio como mate­rial de rebelión primario. Colocado sabia­mente por un adolescente en la puerta del baño puede lograr que si tienes un padre reaccionario, se corte al afeitarse en las mañanas. En la puerta de entrada al cuar­to sirve la entrada a adultos indeseables. El Che, incluso en su imagen más light sigue funcionando como advertencia, señalación de territorios liberados.

La izquierda Neanderthal de los años 60, con la que yo crecí, tenía esas palabras en el catálogo de las perversiones, eran nom­bres de "desviaciones pequeñoburguesas" (¿desviaciones de qué? ¿caminos hacia dónde?), maldades y enfermedades. Recuperar al Che hoy es recuperar palabras co­mo estas, recuperarlas en sus sentidos ori­ginales. Y junto a ellas, palabras como utópico, informal, irreverente (aquel que no hace reverencias ante el poder), iguali­tario (aquel que practica la igualdad en el reparto de los bienes y las miserias), im­prudente (aquel cuyo lenguaje no mida consecuencias).

Desmitificar para retornar al personaje posible, humanamente posible, con zonas de luz y zonas de sombra. La única mane­ra es la anécdota encadenada, la coheren­cia que dan las historias pequeñas cuando se ponen en orden: el joven Guevara y sus amores platónicos con la Tita; las papas peladas para pagar la cuota de polizonte... aquella primera vez en que le hablaron del asalto a la Moncada y respondió "Che, contame una de vaqueros".

Desmitificar para invariablemente remitificar. El personaje. Entrañable Che. ¿Y por qué no? ¿Han probado vivir sin mitos? ¿No son peores los amaneceres, más agrias las jornadas de trabajo, más triste el amor, más previsible el futuro?



Evita x Annemarie Heinrich.


La confesión de Fidel

En una entrevista con el periodista italiano Gianni Miná, Fidel Castro admite por primera vez que el Che y él hicieron un pacto. El Che le hizo prometer que ninguna razón de Estado haría que Fidel le impidiera volver a luchar a la Argentina. Por Julio Algañaraz, desde Roma.

“Me lo tenés que prometer: lo único que quiero una vez que haya triunfado la Revolución es poder ir a luchar a la Argentina”. Es el propio Fidel Castro quien contó por primera vez esta anécdota crucial para comprender muchas cosas sobre Ernesto Che Guevara y, sobre todo, cuáles eran los objetivos estratégicos de su acción al frente de la guerrilla en Bolivia.

“El Che me pidió que, además, ninguna razón de Estado me impidiera cumplir con la promesa. Fue la única condición que puso cuando estábamos en México preparándonos para ir a Cuba. Nadie sabía si íbamos a ganar la guerra y quién saldría vivo”.

Recuerda Fidel que “el Che tenía pocas posibilidades de salir vivo, impetuoso como era. Pero quiso aquella promesa y en algunas ocasiones me lo recordó. Ya en la Sierra me ratificó la idea y la promesa. Demostró que sabía prever el futuro.”

Esta anécdota íntima de la relación entre Castro y Guevara, el líder cubano se la contó al periodista italiano Gianni Miná en la segunda de las dos entrevistas que le concedió en La Habana y que fueron transmitidas por la RAI, la radiotelevisión estatal italiana, y que Miná publicó como libros.

Cuando triunfó la Revolución, “se multiplicó el entusiasmo del Che de llevar la Revolución a su país. La victoria en Cuba desarrolló en él una gran fe en las posibilidades del movimiento revolucionario en el Cono Sur de la América latina. Creo que dos o tres veces me insistió en sus propósitos y yo le contesté: “No te preocupes: nuestro pacto será respetado”.

Impaciencia y fuga. En otra parte de la entrevista, Castro evocó que después de los primeros años de la Revolución, Guevara “comenzó a sentir impaciencia por llevar adelante sus viejos planes y viejas ideas. Creo que influyó en él la conciencia del tiempo que pasaba. Sabía que hacían falta especiales condiciones físicas para sus proyectos y se sentía en grado de llevarlos a cabo. Tenía muchas ideas, fruto de la experiencia que había madurado en Cuba, acerca de lo que consideraba debía hacer en su país”. El presidente cubano agregó que Guevara “estaba pensando en su patria perono solamente: tenía en su mente América en general y sobre todo América del Sur”. Según Castro, el Che se salía de la vaina por ir a combatir y aceptó un poco a regañadientes postergar el proyecto Argentina y convertirse en el responsable de la guerrilla en el Congo, el actual Zaire. Cuando aquella aventura fracasó, Fidel aseguró a Gianni Miná que costó convencerlo que regresara a Cuba y se tomara tiempo para preparar la guerrilla sudamericana.

Miná le preguntó si no había sido un gran error elegir Bolivia. Castro respondió: “No sé si se puede afirmar esto. Al Che le interesaba la Argentina, quería hacer la revolución en su país. Pero penetrar directamente en la Argentina era demasiado difícil. En aquella época todos los gobiernos latinoamericanos estaban de acuerdo con los Estados Unidos en practicar el ostracismo de Cuba.”

El Che –recordó Fidel- había reunido en Cuba un grupo de argentinos, entre ellos Ricardo Masetti, que fue fundador de la agencia Prensa Latina. Masetti había ido a entrevistar, en 1957 como enviado de radio El Mundo de Buenos Aires, a los guerrilleros en la Sierra Maestra y fue conquistado por las ideas de Castro y el Che. Escribió en nuestro país un libro sobre aquella experiencia: “Los que luchan y los que lloran”. En 1964 preparó con Guevara una guerrilla argentina, bautizada como Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). Masetti era el “Comandante Segundo” y se supone que Guevara era el primero. La guerrilla fue un fracaso y Masetti terminó internándose en los montes de Salta, perseguido por las tropas de la Gendarmería Nacional. Su cuerpo nunca fue encontrado. Se supone que murió de hambre.

Según Fidel, el desastre de aquella guerrilla no desalentó para nada a Guevara. “El Che era un hombre muy sensible y ligado a sus compañeros. Haber iniciado una tentativa que había costado la vida a algunos compañeros contribuía a hacerlo impaciente. Por eso eligió una zona (de Bolivia) cercana a la frontera argentina”.

El destino en el mapa

Otro personaje que conoció de cerca a Guevara desde muy joven fue el fallecido escritor argentino Ricardo Rojo. Hace tres décadas, tras la muerte de Guevara, Rojo contó a varios amigos, entre ellos este corresponsal, que la última vez que había visto al Che en Cuba, en su despacho de ministro de Industrias, Guevara le había señalado varias veces un mapa que tenía en la pared, frente a su escritorio. Indicando la Argentina, le dijo: “Ves: ese es el gran objetivo”.

Antes de partir para su trágica aventura final en la selva boliviana, Guevara escribió una carta a Fidel Castro, en la que entre otras cosas le formalizó su renuncia a la ciudadanía cubana. Era solo ciudadano argentino cuando murió el 8 de agosto de 1967 en una de las aulas de una humilde escuelita en el pueblo de Las Higueras, Bolivia, ametrallado por el sargento Roque Terán. “Ahora vas a ver como muere un hombre”, le dijo al intimidado Terán antes que el sargento boliviano apretara el gatillo. Dicen que las últimas palabras que pronunció el Che antes de recibir las balas fueron las de un criollo: “¡Ay, qué carajo!”

BONUS TRACK 1

“Eva Perón” 

Fragmento del poema de José Luis Castiñeira de Dios (1920-2015) 

Dice, desde el Cielo
“Volveré y seré millones”

Aunque la muerte me tiene
presa entre sus cerrazones,
yo volveré de la muerte,
volveré y seré millones.

Yo he de volver, como el día,
Para que el amor no muera,
con Perón en mi bandera,
con el pueblo en mi alegría.
¿Qué pasó en la tierra mía
desgarrada de aflicciones?
¿Por qué están las ilusiones
quebradas de mis hermanos?
Cuando se junten sus manos
volveré y seré millones.

(…)

Tantos rostros, tanta pena,
tanta espiga de dolor
y la vida alrededor
con su cepo de condena.
Ya tu suerte me enajena,
pueblo mío, y me sostiene
sólo el amor con que viene
tu llamado hasta mi ausencia;
yo volveré a la querencia
aunque la muerte me tiene.

(…)

Toda mi vida es un río
que anda rondando la tierra
con ese pendón de guerra
 que sólo al pueblo confío.
¡Mi pueblo, este signo mío,
este amor sin más razones!
Presa entre sus cerrazones
y porque soy libre y fuerte,
yo volveré de la muerte,
volveré y seré millones.

BONUS TRACK 2


El guerrillero logró su heroicidad por la forma en que vivió y murió, explica Jon Lee Anderson. El prestigioso periodista, su biógrafo, escribe en exclusiva para Clarín. Domingo 08/10/17.

Perfil: Jon Lee Anderson nació en California, Estados Unidos, pero la mayoría de su carrera tuvo como escenario América Latina y países en conflicto. Desde 1998 escribe para la revista New Yorker. A lo largo de los años ha hecho perfiles de las principales figuras del siglo XX y principios del XXI. Entre ellos aparecen Gabriel García Márquez, Fidel Castro, Augusto Pinochet y Saddam Hussein. Su biografía sobre Ernesto Guevara está considerada como una de las mejores que se han hecho sobre el revolucionario. El libro “Che Guevara: una vida revolucionaria” fue publicado en 2006. Después escribió “La tumba del León. Partes de guerra desde Afganistán” (2002) y “La caída de Bagdad” (2005). Su trabajo fue premiado con el María Moors Cabot de la Universidad de Columbia.

El 9 de octubre de 1967, cuando los militares bolivianos y los agentes de la CIA decidieron ejecutar al Che Guevara en la aldea de La Higuera, presumieron que su muerte sería la prueba del fracaso de la gesta comunista en América Latina.

Pero no fue así. Al contrario de sus expectativas, la muerte del Che -después de una cruenta odisea de supervivencia de once largos meses- se convirtió en el mito fundacional para generaciones posteriores de revolucionarios que se inspiraron en su ejemplo y lo intentaron imitar.

“¿Cómo pueden seguir a un fracasado?”, ha sido el interrogante eterno de los furibundos opositores al Che, a Fidel, a la revolución cubana, y a todos los que han intentado impulsar revoluciones socialistas en América Latina en el último medio siglo. Los saca de quicio observar que jóvenes de otros países -inclusive del país más poderoso y más capitalista del mundo, los Estados Unidos- deambulan con camisetas con la cara del “Che” y, peor aún, expresan sus simpatías con el “Guerrillero Heroico”, como lo recuerdan oficialmente en Cuba.

Lo que no entienden y nunca han entendido es que el Che logró su heroicidad por la forma en que vivió y, sobre todo, por la forma en que murió. Un legado que han logrado pocas otras figuras públicas en la contemporaneidad y, en especial, desde el ámbito socialista. Si hace falta citar ejemplos: no hay camisetas con la cara del ruso Leonid Brezhnev o del albanés Enver Hoxha, ni mucho menos del camboyano Pol Pot.

La mitologización del Che no es el mero resultado de una campaña de publicidad tipo “Mad Men”. Si fuera así del “otro lado” habrían logrado ya consolidar algunos de sus propios héroes de culto popular, porque al fin y al cabo fueron ellos los vencedores en la gran batalla de la Guerra Fría. Pero, ¿dónde están las camisetas con la cara de Videla, Astiz y Pinochet?

Lo que sucede, es que por una serie de razones, entre ellas la fidelidad del Che con sus ideales y su disposición a morir en aras de esas misma ideas -por buenas o malas que fuesen- él logró trascender a su círculo de adeptos filosóficos y convertirse en la encarnación del ser guerrillero. Una metamorfosis que, inclusive, logró convertir su innegable fracaso en Bolivia en una fuente de inspiración. El hecho de que el Che murió joven y hermoso sustancia su leyenda; su parecido con Jesucristo, para quienes lo vieron tendido muerto en la lavandería del hospital de Vallegrande, facilitó su mitologización póstuma.

El branding y el Che. Las ideas del Che, expresadas en su famoso ensayo sobre “el socialismo y el hombre nuevo”, probablemente son mucho menos conocidas por sus adeptos más jóvenes que la estampa insigne de su rostro, inmortalizado en la foto de Korda. Ese rostro en sí ya es un brand que simboliza a nivel mundial el desafío al status quo; la rebeldía pura, y sobre todo juvenil, frente a un mundo injusto. Es la cara de la indignación frente a un mundo desigual en el cual -dice el rostro y, por ende, el legado del Che – hay que tomar una posición y, si es necesario, pelear hasta las últimas consecuencias. Hay pocas otras caras que digan eso a las muchedumbres del planeta.

Por eso, en parte, perdura el Che. Quedó inmortalizado en una década en la que la televisión reemplazó a la radio como forma masiva de comunicación. En la que nació también la cultura pop - y también la consumista-; en la que en nuestras sociedades “eres lo que vistes“ y no necesariamente lo que haces.

Así que aquí estamos, cincuenta años después, en un mundo en que el branding lo es todo: en Inglaterra si vistes con ropa de la marca Burberry es casi seguro que eres un tory (conservador); en Estados Unidos si manejas un coche Subaru eres con toda seguridad votante del Partido Demócrata y posiblemente vegano o por lo menos te atraen las comidas orgánicas.

La remera del “Che” dice que has asumido una posición desafiante ante el mundo que no implica más compromiso que eso, pero presupone una postura.

Y hay algo más. En este mundo, en el que todos andan con su iPhone y pasan horas del día comunicándose a través de las redes sociales, el Che representa algo paradójico: el vínculo a un mundo real pasado. La prueba concreta de que hace dos generaciones miles y miles de hombres y mujeres, mayormente jóvenes, hicieron cosas reales para expresar su inconformidad. No haciendo click en su Facebook para dar a conocer sus gustos y disgustos. Esa generación puede haber fracasado, pero su sacrificio –desde la perspectiva del mundo del selfie y de un narcisismo generalizado– tiene un componente romántico.

¿Era homófobo, era racista, fue un asesino?

En los últimos años, algunos miembros de esta nueva generación -la de los “iPhonistas”, por llamarlos de alguna manera- se han acercado con nuevas preguntas sobre el Che. Se sienten atraídos por su figura, pero les preocupan tres cosas: si el Che era homófobo, si era racista y si es verdad que era un “asesino”.

Hace veinte años casi nadie me preguntaba por estos aspectos, lo que demuestra las maneras en que la política identitaria se ha apoderado cada vez más del debate público, sobre todo en los Estados Unidos y en Europa. Este cambio de perspectiva ante la figura del Che me ha provocado mucho interés y también cierta preocupación en cuanto a la inocencia expresada en estas nuevas inquietudes.

Por supuesto que el Che no era ni racista ni, que yo sepa, homófobo. Pero, ¿y si lo fuera? ¿Acaso sus actitudes ante la sexualidad o la raza son los factores más importantes para decir si lo admiras o lo repudias? Y, entonces, ¿qué hay que pensar de Malcolm X? ¿Lo admiramos por su bravura frente al racismo blanco o lo condenamos por sus expresiones de odio hacia el “diablo blanco”? ¿Y qué debemos pensar de su época anterior a su activismo cuando era un delincuente, cuando fue un proxeneta y prostituía a mujeres?

Por supuesto que la más grande de las preocupaciones expresadas por los jóvenes es la del “Che asesino”. Me han hecho esa pregunta muchas veces. Frente a la repetición de ese interrogante, me he encontrado en la necesidad de explicar que el Che -por más cool que luzca su barba y su boina- sí era un guerrillero. Que no fue un producto de branding o un actor haciendo el papel de guerrillero. He explicado, tantas veces como me han hecho esta pregunta, que en aquel mundo real, pues sí, los guerrilleros como el Che peleaban de verdad y tenían armas. Que mataron y, a veces, murieron por sus ideas.

Les he explicado también que, a mi juicio, hay una diferencia entre ser “asesino” y ser un combatiente guerrillero. Más allá de esta opinión, les digo que “sí”, que es cierto que el Che enjuició y ejecutó gente -tanto en Sierra Maestra como en La Habana durante los juicios sumarios a los seguidores de Batista capturados después del triunfo de la revolución.

Los ajusticiados, que yo sepa, eran o asesinos o violadores o traidores en el caso de los guerrilleros fusilados en la sierra. En el caso de los enemigos capturados y ejecutados en La Habana o bien eran miembros de los escuadrones de la muerte de los servicios secretos batistianos o militares que habían sido especialmente sanguinarios. Sea que lo acepten o no, esta disonancia cognitiva de percepciones entre algunos jóvenes hacia un ícono de la cultura pop me parece revelador y demuestra que cada generación impone sus propias definiciones a las figuras históricas.

Pero, finalmente, ¿qué tenemos que pensar del Che hoy en un mundo en que los Estados Unidos está mal gobernados por un millonario racista, ególatra e incompetente como Donald Trump y la Unión Soviética no existe más, pero sí una Rusia en manos de Vladimir Putin -quien domina a un Estado ultranacionalista, autoritario y extremadamente corrupto? China ya no es la China de Mao y menos aún la de los batallones de campesinos y trabajadores, que tanto admiró el Che en su momento. Se ha transformado en un país que vive un capitalismo desenfrenado y con una sociedad tan consumista que parece que el sueño máximo de cada china es ser propietaria de una cartera Luis Vuitton.

Los Estados Unidos ganó, sí, la Guerra fría o al menos la batalla económica. A 26 años del colapso del comunismo, los países en donde alguna vez hubo guerrillas inspiradas por el Che hoy son casi todos capitalistas. En América Latina hay excepciones como Venezuela y Cuba, que aún ostentan ser socialistas. En Nicaragua está el viejo sandinista Daniel Ortega, de nuevo en el poder, al que de revolucionario se le ve muy poco.


Hoy, en lugar de sacrificarse subiendo a las montañas de sus países en aras de un ideal revolucionario, las nuevas generaciones de pobres y marginados latinoamericanos emigran al Norte para hacer el trabajo sucio de los estadounidenses. Otros tantos se integran a las bandas criminales. El hampa y el narcotráfico han crecido hasta llegar a dominar territorios en el hemisferio. Las batallas de hoy se libran por asuntos de negocios y no por ideales de transformación hacia “un mundo mejor.” En Bolivia, donde murió el Che, está Evo Morales, que no solamente es el primer indígena que llega al poder en ese país de mayoría indígena después de quinientos años sino también un admirador ferviente del Che.

En el aniversario de la última batalla del Che -que sus seguidores la celebran el día 8 en lugar del día siguiente, el de su muerte – será él mismo quien auspiciará las celebraciones para honrar al legendario guerrillero. Así que quizás, después de estas cinco décadas, algunas cosas sí han cambiado por la presencia del Che en América Latina.

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