Después de que se internen en la lectura de las notas que siguen, muy probablemente empiecen a notar una nueva grieta en vuestra relativa seguridad. Es una realidad que siempre sospechamos y nos acompaña latente pero no queremos escarbar: ser conejitos de indias de un negocio formidable que hacen a costa de nuestra salud un montón de gente poderosa y sus numerosos cómplices. Es el negocio de las farmacéuticas, al que no se le animan los gobiernos para no joder la cosa: sin hacer olas todo parece funcionar bien y sigue entrando plata para bancar las campañas de los partidos y otros lujos más. Un curro al que los ecologistas y otros revolucionarios posmodernos, de puro distraídos, no se les ocurre combatir.
El último eslabón de esa cadena mercenaria es el médico que nos atiende siempre, ese del pulcro guardapolvo blanco con cara de entendido inalcanzable y pared respaldatoria llena de cuadritos de caligrafía elegante y escuditos con leones, águilas y firuletes. Muchos de esos resultan, increíblemente, la cara de su traición al juramento hipocrático. ¿Tenés un médico de confiar o es de los que traicionan a nuestras familias?
Abajo de las notas, la contratapa de "Sana, sana. La industria de la enfermedad" de la homeópata argentina Mónica Muller (Editorial Sudamericana, 2014), una impresionante radiografía de la realidad apuntada, que no dejo de recomendar a mis amigos. ¿Nos recetan alegremente placebos caros que encima pueden dañarnos? ¿Es lógica la permitida venta libre de fármacos? ¿Vacunamos a nuestros hijos en vano? ¿Existen enfermedades inventadas y científicos comprados? Estamos jodidos. Horanosaurus.
A
fondo
El
oscuro circuito de la prescripción de medicamentos. Por Pablo Tomino y Fabiola Czubaj | LA NACION Sociedad 27/12/14.
Todos los días, la profesora Ana
María D.G. debía tomar media pastilla para la presión. Pero ella lo hacía sólo
si se sentía mal. Un día de problemas inmanejables, el médico del colegio donde
trabaja le midió la presión. Los valores estaban fuera de control. Cuando se
recuperó, le sugirió ver a un neurólogo y "ajustar el tratamiento"
con su médico. Pero ella prefirió una segunda
opinión y le recomendaron un especialista que debía ser bueno porque viajaba
mucho por trabajo. "Está bien lo que toma -le dijo el profesional,
mientras escribía una receta-, pero vamos a probar con esta otra pastilla, que
está funcionando mucho mejor. Eso sí, tómela todos los días." Al salir del
consultorio, Ana María no sabía por qué le habían cambiado la pastilla.
También
desconocía las prácticas con las que la industria farmacéutica incentiva a los
médicos a prescribir sus productos. Muestras gratis, vouchers de grandes tiendas y de casas de
electrodomésticos, viajes y hasta dinero en efectivo figuran entre las
estrategias que algunos laboratorios utilizan para fidelizar a los médicos. Y
así lograr que los "lapiceras", apodo de los doctores en este
mundillo, receten los productos que producen y comercializan.
En
la Argentina, la venta de medicamentos mueve un negocio de más de 50.000
millones de pesos al año, según cifras oficiales. Sin embargo, consultores
independientes especializados en el mercado de fármacos aseguran que la cifra
es mayor. La facturación alcanzaría 43.000 millones de pesos, sin incluir los
fármacos de alto costo, como los oncológicos, las licitaciones y las ventas
directas a los hospitales. En el país, cada año se venden 670 millones de
"cajitas" de remedios (el 30% son productos de venta libre), según
consigna una conocida consultora internacional.
El lado oscuro de la receta médica
esconde un verdadero trabajo de inteligencia. Es que ese preciado
"papel" representa el principal ingreso para muchos en esta poderosa
industria, como lo expresó el titular de un importante laboratorio nacional.
Quizás no toda la responsabilidad recae en los médicos: un sistema
descontrolado y los bajos salarios en el área de la salud impiden costearse la
participación en congresos o suscribirse a una publicación para estar al día
con las novedades en la medicina. Y algunos caen en la tentación.
En este sistema, los agentes de
propaganda médica (APM) o "valijas", como se los apoda a los 6000
visitadores que registra la Asociación de Agentes de Propaganda Médica (AAPM),
operan como engranajes perfectos: ellos hacen que las "lapiceras"
firmen recetas con uno y no con otro fármaco que se traducen en ganancias
millonarias. Aunque existe una ley por la que los médicos deben indicar un
producto por su nombre genérico, sólo un 13% lo hace. La mayoría incluye la
marca. Esto responde también a una falta de confianza en la calidad de los
genéricos que el Estado no erradica y que la industria aprovecha.
A los médicos considerados referentes se los conoce como "lapiceras
gordas". Según pudo recabar LA NACION de 22 fuentes que actúan en este
engranaje, un laboratorio con capacidad de investigación y desarrollo puede
invertir un 20% de su presupuesto en la fidelización de los médicos y la
promoción de sus productos. Un visitador con diez años de experiencia gana
entre 12.000 y 70.000 pesos por mes. El que mejor paga es un laboratorio
nacional, cuyo nombre suele verse en pequeños carteles de pasillos de muchos
hospitales.
"La seducción, la fidelización
y una relación estrecha que perdure en el tiempo, y que puede incluir dosis de
intimidación, son las tres etapas básicas para lograr que un médico indique una
marca de manera sistemática", confió un capacitador de los cursos de
formación de APM. Para eso, los laboratorios necesitan detectar a los médicos
que más recetan un fármaco. Si el producto es de la competencia, se activa la
etapa de seducción.
La estrategia más común para obtener
esos datos es la compra de informes de las auditorías a las farmacias. Esos
documentos revelan quiénes son los médicos más "útiles" en cada
especialidad. Otra opción está en manos de los visitadores, un ejército de
traje y corbata en el que cada vez se ven más faldas. Repletos de bolsas con
muestras, obsequios o insumos de oficina, cada mañana recorren los pasillos de
los hospitales. Por la tarde, se ocupan de los consultorios privados. Visitan
no menos de 15 o 20 médicos por día. También tienen la tarea de acercarse
a las farmacias vecinas de los consultorios privados. Algunos intentan un
trueque: información sobre las recetas a cambio de muestras de productos, en
los casos menos groseros.
Esa estrategia le permitió a un
laboratorio nacional detectar que un oftalmólogo muy reconocido que trabaja
sobre una coqueta calle del barrio porteño de Recoleta recetaba un fármaco
"de la competencia". LA NACION pudo conocer que lo tentaron con
cursos en el exterior: la mayoría de los destinos eran ciudades puramente
turísticas y su familia podía acompañarlo esos 15 días all inclusive.
Tal es la importancia de relevar la
información de las farmacias que están surgiendo los agentes de propaganda
farmacéutica o APF. Muchos son visitadores desempleados que se reciclan en esta
nueva tarea. Esta práctica incluye distintas etapas y niveles de premios, de
acuerdo con los dividendos que deje una buena "lapicera".
Pero
las estrategias se refinan. Son cada vez más sutiles, encriptadas. Un
laboratorio, por ejemplo, alienta la prescripción de uno de sus productos
inyectables para tratar el cáncer de próstata con un código numérico por cada
unidad recetada. Eso equivale a un puntaje. A mayor cantidad, más lejos es el
viaje en juego (con 100 puntos, el destino es Cancún). Cada unidad de ese
remedio cuesta 5100 pesos y, vaya paradoja, esa empresa posee un código de
ética que expresamente define esa promoción como "práctica ilícita".
Hasta 2011, el laboratorio ofrecía electrodomésticos, pero su casa matriz en
Europa decidió "cambiar un estilo de promoción tan grosero", según
consta en una denuncia de un empleado.
Una
inversión en el largo plazo son los médicos residentes. Como cazadores de
talentos deportivos, las "valijas" recorren los hospitales para
captarlos. Los tientan con muestras y acceso a bibliografía a cambio de
recetas. Si un laboratorio despierta el interés de una de estas
"lapiceras" en potencia, probablemente logre su lealtad. "Cuando
a los médicos los ayudan de jóvenes, son fieles a quienes les dan una
mano", confió una fuente de la industria que pidió reserva de su nombre,
como la mayoría de los consultados.
A los más jóvenes les siguen en
importancia los médicos con por lo menos diez años de antigüedad. La oferta
incluye viajes al exterior y vouchers de compras. Computadoras, televisores y
equipos de audio están entre los objetos más demandados.
Pero existe otro blanco de
seducción: las secretarias. No sólo manejan la agenda de los médicos, sino que
muchas están autorizadas por los profesionales para hacer y firmar recetas. Los
APM les regalan muestras a cambio de información sobre la cantidad de
prescripciones, los horarios y el tiempo libre de sus jefes para personalizar
las invitaciones.
En un ranking elaborado de acuerdo
con fuentes de los laboratorios, las especialidades más vulnerables son la
dermatología, la traumatología, la reumatología, la oncología y la urología. El
intercambio de "servicios" puede incluir dinero que se deposita en
una cuenta personal o se entrega con un cheque. En 2012, un laboratorio de
primera línea destinó mensualmente 20.000 pesos a un médico de una institución
privada bonaerense, según confió a LA NACION el visitador, ya retirado, que
participó de la operación.
Médicos
que recibieron estos ofrecimientos detallaron, a cambio de no ser
identificados, que ese portafolios de compensaciones también incluye fiestas
privadas en yates, despedidas de año (con o sin servicio de acompañantes), el
armado de una fundación para disimular la transferencia de cuantiosos fondos o
el ofrecimiento de convertirse en "investigador" de un ensayo clínico
con sólo reclutar pacientes para ese estudio.
Frente a este escenario, el Código
de Ética para el Equipo de Salud de la Asociación Médica Argentina (AMA) y la
Sociedad de Ética en Medicina establece que "los miembros del equipo de
salud deberán abstenerse (...) de recibir privilegios o dádivas por el
asesoramiento en la compra de material de uso médico o por recetar determinados
productos médicos". Antes, aclara que es "una falta grave a la
conducta ética la inducción, por parte de empresas y/o laboratorios, al uso de
ciertos medicamentos o equipos biotecnológicos médicos con la promesa de
dádivas o recompensas". LA NACION intentó hasta ayer sin suerte
comunicarse con las autoridades de la AMA.
Las tres cámaras que agrupan a los
laboratorios que operan en el país se limitaron a responder que los incentivos
médicos son prácticas contrarias a la ética. Cilfa, que reúne a 45 laboratorios
nacionales, envió su Código de Ética Empresarial. Destacó que "la
promoción y la comercialización de productos debe ajustarse a las normas
legales vigentes y a las buenas prácticas del sector", y remitió a una
resolución de 2007 del Ministerio de Salud sobre la promoción de medicamentos
de venta bajo receta. Allí se les prohíbe a los laboratorios "otorgar,
ofrecer, prometer" a los médicos y su entorno algún beneficio, pero se les
permite conceder becas de perfeccionamiento profesional. "Se prohíbe
expresamente el condicionamiento a prescribir determinado producto", se
aclara.
La cámara que representa a los
laboratorios extranjeros respondió: "Las empresas que forman parte de
Caeme cumplen con un estricto código de buenas prácticas que prohíbe
expresamente los incentivos y que establece, entre otros aspectos, normas de transparencia
en el relacionamiento con los profesionales de la salud. Cada una de las
empresas en Caeme tienen sus propias y exigentes normas en la materia". En
tanto, Cooperala, cuyas empresas representan el 20% del mercado de fármacos,
aseguró: "No se pueden ofrecer incentivos porque hay una cuestión ética de
por medio. Nunca la cámara recibió una denuncia".
Entonces, ¿los laboratorios no
incentivan a los médicos? José Charreau, secretario de Acción Social de la
AAPM, no dudó: "La respuesta es sí, los incentivan". Y agregó:
"La industria manifiesta que se autocontrola con códigos de ética propios
que incumple sistemáticamente. En realidad, es un argumento político para
evitar leyes que regulen el mercado y la promoción de fármacos. Los visitadores
médicos rechazamos estas prácticas corruptas. En todas las provincias se
elaboraron leyes de profesionalidad, en las que la AAPM estuvo desde su
génesis, y establecen que la promoción de los medicamentos debe regirse por
pautas éticas y científicas, sin inducciones económicas, viajes, prebendas o
regalías. En general, quienes realizan estas acciones no son APM".
La Comisión de Salud de la Cámara de Diputados está analizando un código de ética en el que participó la AAPM. Es el mismo texto que, aprobado por unanimidad en la Cámara baja, perdió estado parlamentario en un cajón del Senado. La misma resistencia encontró un proyecto de ley de la legisladora porteña Graciela Ocaña (Confianza Pública) para hacer públicos los incentivos que reciban los profesionales de la salud.
En
Estados Unidos, la reforma del sistema de salud incluye por ley una iniciativa
similar llamada Programa de Pagos Abiertos, que rige desde este año. Eso
permitió conocer que la industria farmacéutica destinó el año pasado 3500
millones de dólares para 546.000 médicos y 1360 hospitales escuela. "El
dinero o incentivo que reciben los profesionales en Estados Unidos es enorme e
involucra todo tipo de intereses y formas. La Argentina no es ajena a
eso", sostuvo Ocaña.
Para intentar resolver estos
crecientes conflictos de intereses, promovió primero en Diputados y, ahora, en
la Legislatura porteña, un proyecto para que estos incentivos sean públicos.
"El proyecto encontró resistencia en los bloques, que se negaron
sistemáticamente a darle tratamiento", dijo.
Para Constantino Touloupas,
consultor independiente en políticas de medicamentos, hay que reconfigurar un
sistema de prácticas tan naturalizadas que ya resultan atractivas hasta para
los estudiantes de medicina. "Si la pregunta es si hay incentivos para que
los médicos prescriban, la respuesta es sí. Y hay muchos que están convencidos
de que eso no está mal, lo que es aún más grave", dijo Touloupas, que
también es docente de farmacología y terapéutica de la UBA y la UNLP.
"Con un Estado en mal estado,
sin funcionarios relevantes que puedan difundir normas éticas que debieran
respetar los APM, los médicos y las empresas, y la industria que declara en el
exterior que no va a sobornar más médicos, acá parece ser que no hay sobornos
-señaló-. ¿Hay médicos que trabajan honestamente? Sí. ¿Hay médicos que quieren
y tienen otra ética? Sí. El problema es que ya son minoría."
Ocaña consideró
"imprescindible" transparentar los incentivos para proteger un bien
aún mayor: la relación médico-paciente. "Es un vínculo muy especial, que
si bien debe resguardarse, debe presentarse de la manera más transparente
posible -indicó-. Los dineros que se pierden o se malgastan, ya sea por falta
de políticas o por hechos de corrupción, afectan las prestaciones que reciben
los pacientes. Las empresas y los laboratorios incentivan a los médicos a
utilizar sus productos, aun cuando los sistemas de cobertura contemplan la
provisión de insumos de iguales características que cumplen con todos los
protocolos clínicos."
¿Bastaría con modificar la ley de
prescripción por nombre genérico como se debate en el Congreso? Aparentemente,
no. "Estamos basando toda una política en la hipotética exigencia de no
sugerir una marca, lo que es una ficción -sostuvo Touloupas-. Un país que
permite vales comerciales con un sticker o donde el recetario solidario sólo
incluye la marca que tiene la promoción del laboratorio que ofrece esa receta
está violentando la ley de prescripción por genérico. Acá se necesita la
regulación del sistema. Si la industria puede tomar la información de mi receta
en la farmacia e ir a visitar médicos para fortalecer la prescripción a cambio
de dinero, el sistema está contribuyendo con el productor, no con el paciente.
Y esa lógica colocó a la industria en la fabricación, la distribución, la
gestión de convenios y la fijación de normas de reconocimiento de tratamientos
de alto costo. ¿Y estamos esperando que se modifique una ley?"
Tres fuentes, una de ellas de alto
rango en un ministerio, coincidieron en que la industria también es un fuerte
promotor para ocupar cargos científicos, académicos y políticos en niveles de
regulación y gerenciamiento. "Todo esto lo saben las
autoridades -aseguró Touloupas-. Quienes formamos médicos y farmacéuticos
estamos muy preocupados porque hay que hacerlo en este sistema, que naturaliza
esta práctica del incentivo o soborno. Y eso ya es de tal magnitud que parece
que la noticia es que está mal. En realidad, el problema es que ocurre."
Por Víctor Hugo Ghitta | LA NACION. Sábado 27/12/14.
“De cerca
nadie es normal”, canta el gran Caetano Veloso. Parece que la industria
farmacéutica y los laboratorios tomaron buena nota de esa idea del músico
carioca, porque el consumo de drogas psicotrópicas y los diagnósticos de
enfermedades mentales se han multiplicado hasta límites impensados. Se consume
como nunca antes antidepresivos, antisicóticos, ansiolíticos y somníferos, y
los medicamentos psiquiátricos son los productos estrella de la industria
farmacéutica a la hora de generar ingresos.
El
libro que advierte sobre estos excesos se titula "¿Somos todos enfermos
mentales?" (Ariel) y lleva la firma de Allen Frances, quien dice que en
materia de trastornos mentales no cambiamos demasiado desde el fondo de los
tiempos, aunque sí mutan los modos en que hemos ido diagnosticando esos
síntomas y estableciendo modas como la posesión diabólica, la neurastenia o la
histeria vampírica. Hoy esa fiebre diagnóstica ha llegado al lenguaje popular
(somos histéricos, neuróticos y padecemos ataques de pánico) y vivimos empastados.
Mal de época: estamos todos locos.
¿Somos conscientes de que los medicamentos nos pueden matar? (contratapa "Sana, sana. La industria de la enfermedad" de Mónica Muller, Sudamericana-2014)
De todos los casos de intoxicación
aguda que se atienden en los hospitales públicos de la Argentina, la segunda
causa después del alcohol son los medicamentos.
Los argentinos somos el objeto
deseado de un negocio fenomenal: la industria farmacéutica. Los laboratorios se
escudan detrás de los prospectos escritos con un vocabulario que sólo entienden
los expertos, que hay que leer con lupa, y de la leyenda “consulte a su médico”.
Con la publicidad como aliada, nos empujan a ocultar los síntomas de una simple
gripe, a silenciar nuestros cuerpos para poder ir a trabajar y cumplir así,
como dice la autora, con el Gran Mandato: producir y consumir. Pero, ¿qué
producen los medicamentos en nuestros cuerpos?
¿Sabías que una aspirina altera la
coagulación sanguínea durante siete días? ¿Y que dos aspirinas multiplican el
riesgo de provocarte una hemorragia de consecuencias fatales? Los antigripales
pueden desencadenar gastritis, úlceras o una grave hemorragia digestiva. Una
persona tratada con ciertos antidepresivos o drogas para el Parkinson puede
tener una crisis de hipertensión grave por tomar un antigripal de venta libre.
En los Estados Unidos, donde se
llevan este tipo de estadísticas, los efectos adversos de los medicamentos son
causa de dos millones de cuadros serios y más de 100.000 muertes de pacientes
internados por año. Es la cuarta causa de muerte. La Organización Mundial de la
Salud alertó que el abuso de antibióticos está provocando que muchas
infecciones sean intratables.
Sana, sana denuncia
por primera vez en la Argentina el preocupante negocio de los laboratorios y
sus profesionales especializados: inventar enfermedades con el objeto ampliar el mercado hasta que todos seamos
enfermos. Mónica Muller, prestigiosa médica y ex publicista, cuenta con una
experiencia única para revelar esta situación alarmante. Sana, sana es un libro riguroso y de lectura obligatoria. ¿Vas a
seguir tomando ese antigripal que parece tan inofensivo?
PERSONAJES Tenía una deuda pendiente con estudiar medicina, así que Mónica
Müller decidió empezar la carrera a los 34 años, cuando era toda una luminaria
en el mundo de las agencias de publicidad. Se recibió y se dedicó a la
homeopatía. Escritora además de médica, en 2010 publicó “Pandemia”, al calor de los coletazos de la gripe A, y ahora
presenta “Sana Sana”, donde aborda
con brillantez y humor el mundo de los medicamentos libres, los cambios en la
relación entre el doctor y el paciente con Internet, las vacunas y todo lo que
rodea a una creciente medicalización de la sociedad. Por Ana Wajszczjuk. 03/08/14.
En la farmacia, una persona con la nariz roja de gripe
compra dos antibióticos, un analgésico y un antihistamínico de venta libre. En un consultorio, un médico atiende
decenas de pacientes a las corridas para que su trabajo le rinda. En la guardia de un hospital, otro
paciente cree que el doctor tan bueno no debe ser: no le indicó que tomara nada
de lo que él leyó al googlear sus síntomas. En un congreso médico auspiciado por un laboratorio, los médicos
participantes que receten equis producto participan por un viaje todo pago a
Cancún. En una agencia de publicidad
se desarrolla la nueva campaña del jarabe que promocionará el conductor más
famoso de la televisión. En un confín de
provincia sin cloacas ni agua corriente brotan de un día al otro
enfermedades decimonónicas como la tuberculosis o el cólera.
De un extremo a otro,
desde el que puede comprar en cantidad medicamentos publicitados hasta en los
subtes al que muere por enfermedades perfectamente evitables de contar con la
infraestructura mínima, vivimos en una
sociedad medicalizada, “un mundo en el que ser sano es una rareza”, dice la
doctora y escritora Mónica Müller. Como médica y como ex creativa publicitaria
de centenares de productos, entre ellos medicamentos, Müller estuvo de los dos lados del mostrador de eso que en su nuevo
libro denomina “la industria de la enfermedad”. El libro es “Sana Sana” (Sudamericana), que acaba
de publicarse y propone, en palabras de la autora, “caminos de regreso al
sentido común que la Medicina ha extraviado hace décadas”.
Sentada en su
consultorio, un ático luminoso donde la biblioteca llega hasta el techo, Mónica
Müller, una mujer de porte elegante y ojos claros, dice que ese extravío es
multifactorial: una enredada madeja de
prepagas y obras sociales, que aseguran “más salud” a quien pueda pagar más,
médicos trabajando en condiciones de explotación, nuevas enfermedades
“diagnosticadas” por laboratorios que buscan optimizar el mercado para sus
productos, la paranoia que puede desatar una nota en la prensa o la búsqueda en
Internet de un cuadro clínico. “Llegados
a los cincuenta años, todo el mundo toma medicamentos, cuatro en promedio”,
asegura. Lo ve en la práctica médica y en la vida cotidiana: uno de sus
“trabajos de campo” para el libro, que no se priva de comentarios filosos y
hasta hilarantes por momentos, era ir a observar o comprar a la farmacia,
kioscos de lujo donde los medicamentos parecen golosinas. “Veo que gastan la
jubilación en remedios: uno para la acidez, otro laxante, dos
antihipertensivos, paracetamol o ibuprofeno porque te ‘levantan’. Eso se
aprende en la televisión. ¿Está cansado? ¡Tómese una aspirina! Como si fuese un
medicamento inocuo, que no lo es.”
HISTORIA DE UNA MAD
WOMAN
“La industria médica nos
repite –a través de médicos, campañas, publicidad– que no es necesario tener
síntomas para estar enfermos y nos persuade amablemente de que todos somos pacientes. Y si no lo somos es porque todavía no nos
hemos enterado”, escribe en Sana Sana. La polémica recién empieza: la
doctora Mónica Müller no tiene miedo a incomodar, ni siquiera a su propio
gremio.
No lo tuvo nunca. En
plenos años ’60, era una chica alta, hermosa y sobradora que consiguió la
patria potestad de sus padres y dejó el secundario cuando, casi jugando,
escribió un aviso publicitario de lápiz labial. Era para un amigo que ganó la
cuenta de la marca Coty gracias al texto de Mónica. De la agencia la
contrataron enseguida y a los diecisiete años ya ganaba cuatro veces más que su
padre. Como el personaje de Peggy Olson en Mad Men, a puro talento fue
escalando posiciones en las agencias más importantes de esa época de oro para la
publicidad –Gowland, Lautrec, Capurro– hasta ser reconocida, aún hoy, como una
de las más brillantes creativas publicitarias argentinas. Enfundada en un traje
que parecía del espacio y montada en su bicicleta, Müller cortaba el tránsito
sea llegando al Café Moderno o a la Galería del Este, donde merodeaba desde que
era una nena; de viaje sola por Europa o descalza por la costa argentina
enfundada en unas por entonces escandalosas bikinis.
“Siempre me gustó la
publicidad, me fascinaba desde chica, me acuerdo de que veía los avisos y creía
que todo era verdad –dice hoy–. Había un mundo de fantasía que la publicidad me
disparaba, y ser redactora y participar de ese mundo me encantó.” A sus veinte
años, como todos los publicitarios en esa época, se sentía una artista. Algunos
pintaban, otros eran músicos. Ella era escritora, había publicado su primer
libro, El gato en la sartén, una
novela atravesada por el psicoanálisis y las sesiones con LSD –todavía legal a
fines de los años ’60– en la famosa clínica de Alberto Fontana, donde muchos
publicitarios y artistas de la época se analizaban en grupo.
En una época en que no
existían los estudios de mercado sino “la idea delirante que proponía el
creativo”, Mónica escandalizaba con avisos como el de las toallas femeninas Modess, donde por primera vez en la publicidad
argentina se habló de la menstruación sin evasivas del tipo “para esos días de
nervios”. Con los años, llegó a ser directora general creativa, incluso a tener
su propia agencia por un breve período, a principio de los años ’90. En total,
más de 30 años en los que, un poco por casualidad y otro poco por su interés
desde chica en la medicina, le tocó
desarrollar y lanzar al mercado medicamentos.
En una especie de mea
culpa, escribe en Sana Sana: “Creé avisos
para promover la venta de drogas ineficaces que, por la ignorancia y la buena
fe de las que sufría entonces por partes iguales y en gran cantidad, me parecían milagrosas. Hice guiones de
films destinados a explicar a la profesión médica los beneficios de fármacos
que más tarde supe que son dañinos y escribí anuncios inspiradores de confianza
para que las madres les dieran a sus hijos medicamentos que hoy sé que son
peligrosos”.
¿Cómo pasaste de la
publicidad a la medicina? –Me había quedado siempre la frustración de ser
médica, que era mi plan original, pero como empecé a trabajar en publicidad
quedé enganchada en esa vida, que por esos años era muy seductora y te daba
muchas satisfacciones profesionales. A los 34 años terminé el secundario y me
anoté en Medicina en la UBA. Una locura: trabajaba todo el día, iba a la
facultad a la noche, volvía a mi casa a cocinar y atender a los chicos, y me
ponía a estudiar de madrugada. ¡Me acuerdo de haberme quedado dormida
caminando!
Hasta que esos dos
mundos, que empezaban a hacerle ruido, colapsaron de golpe: un día, mientras
cursaba en el Muñiz y veía a un hombre morir de tuberculosis por no tener el
dinero para comprar las drogas necesarias para tratarse, volvió a la agencia,
donde hacía una hora la discusión era si los cachetes del angelito de la marca
de galletitas tenían que ser rosa tirando a fucsia o tirando a naranja. Así
dejó la publicidad, empezó a atender pacientes y a estudiar la especialización
en homeopatía. El mundo de la publicidad ya no era el mismo. Ella tampoco.
EL MALESTAR EN EL CUERPO
En “Sana Sana”, Müller escribe sobre las implicancias del consumo sin
control de medicamentos, que en la
Argentina es la segunda causa de intoxicación después del alcohol, pero
también delinea años de observaciones sobre la relación que una sociedad que
estimula sin tregua la productividad y el consumo establece con los parámetros
de qué es la salud y qué la enfermedad en sus cuerpos sujetos a control. “Me preguntan si escribí este libro porque
soy homeópata, y yo digo que es al revés: soy homeópata porque pienso así”,
dice. Pensar así implica una relación con la salud donde se vuelvan a escuchar las señales del cuerpo en vez de
reprimir los síntomas, atiborrándolo de remedios que probablemente no
necesite.
Una de las ideas más
fuertes del libro es en contra de la publicidad y venta libre de medicamentos.
¿Por qué? –No puede haber publicidad de algo que vos te tragás y actúa sobre tu
organismo, medicamentos que si leés con cuidado las contraindicaciones no los
tomás nunca más. Porque es necesario un balance: si me puede provocar tal cosa,
¿vale la pena correr el riesgo y tomarlo porque me siento un poco mal por una
gripe? ¿No será mejor tomarme un té de jengibre y quedarme en la cama un día?
Bancarme el malestar, entenderlo. Pero da mucha tranquilidad ver que el síntoma
no está más. Porque hay una cuestión
cultural, que nos han inyectado, de no poder tolerar ningún malestar. Ante el
síntoma, la pregunta nunca es qué hago, sino “qué tomo”. La solución siempre es química.
En su libro anterior, “Pandemia” (2010), Müller alertaba,
luego del brote a nivel mundial del virus A (N1H1), un tema que retoma en este
libro: el peligro del uso de
antibióticos que, contrariamente a muchos países, en la Argentina son de
venta libre, avalada por los laboratorios. “La idea de ampliar el mercado
siempre está flotando en la industria farmacéutica. No tan cínicamente como la
gente supone, no son villanos de Batman creando virus. También intento en el
libro desmitificar ese tipo de cosas. Los antibióticos, como los corticoides o
los remedios para la diabetes, son medicamentos maravillosos, pero están mal
usados, en un mercado totalmente desregulado donde los venden como se les canta
y la gente los toma como se le ocurre.” Buena alimentación, ejercicio,
descanso: muchas enfermedades como el colesterol alto, dice, pueden prevenirse
sin necesidad de recurrir a la industria farmacéutica, que trabaja en realidad
para el mayor mercado: quienes temen o desean estar enfermos. “Esto lo podemos
explicar los homeópatas porque estamos con el paciente el tiempo que haga
falta. Pero un médico que tiene diez
minutos para atender, no puede. Lo único que puede hacer es agregar una receta
más. Y eso, que se llama “polifarmacia”
–tomar muchos medicamentos–, está en relación directa con la mortalidad. Se
muere mucho más la gente que toma más drogas
de las llamadas “preventivas” –para no tener un ACV, para bajar la presión,
para dormir bien– que las que toman menos.
MEDICINA EXPRES
Con la irrupción de los buscadores de Internet,
también cambió la relación médico-paciente: por un lado, está el peligro de quien
busca un síntoma y, como en un curso de medicina exprés, encuentra cien cuadros
clínicos gravísimos. Pero por otro, la
autoridad paternalista del médico es ahora cuestionada por el paciente. “Me
parece muy bien cuando la gente quiere investigar sobre su enfermedad y no
quedarse sólo con lo que le dice el médico –dice Müller–. No estoy en
desacuerdo con eso. A los médicos tradicionales no les cae nada bien, le dicen
al paciente: si no vas a hacer lo que te digo, para qué estás acá. O me cuentan
que la opción es o hacer homeopatía o tratarse con ellos, cuando tratar de unir
las dos cosas es lo que le hace bien al paciente. Porque en muchísimos casos
son absolutamente compatibles. Yo creo que la medicina va a dar un salto cuando
todo esto se pueda integrar en beneficio del paciente, y no obligarlo a elegir
entre la vía más natural o la hipermedicación.”
¿Cuáles te parecen que
son las dos o tres medidas más importantes que desde el Estado deberían
plantearse? –En principio, prohibir absolutamente la publicidad de medicamentos.
Cambiar la relación con las prepagas para que no exploten a los médicos. No
puede ser, por otro lado, que los médicos empleados de un laboratorio o una
empresa difundan y promuevan el uso de tal droga. Pero mientras la lógica de
mercado sea la que maneje el sistema de salud, esto es imposible de arreglar en
todo el mundo: la industria farmacéutica es la más grande después del tráfico
de armas.
Si es tan difícil de
modificar, ¿cómo recuperar entonces esa soberanía del cuerpo de la cual hablás
en el libro? –No podemos hacer nada por cambiar el sistema de salud cada uno de
nosotros, pero sí individualmente o comunitariamente defendernos de esa
presión. Parar y escuchar al cuerpo. No estoy proponiendo sufrir ni pasarla
mal. Pero si un nene sano tiene fiebre, por ejemplo, ¿por qué se lo impiden? La
fiebre desencadena una cascada inmunitaria maravillosa, que mata las bacterias
y lo protege para el futuro. Yo creo que hay que aprender a enfermarse de
nuevo, eso es aprender a curarse también. Si uno tiene diarrea, hay que cagar,
no hay otra. Están saliendo los tóxicos y las bacterias.
¿Y qué pasa con las
vacunas, por ejemplo? –Son temas polémicos, que hay que debatir. No puede
ser que se nos impongan obligatoriamente. No digo que no hay que vacunar, ojo.
Pero las vacunas pasan, no dan inmunidad de por vida, y lo que queda es la
instrucción y la infraestructura: donde se vive como en la Edad Media, se
enferma y se muere como en la Edad Media. Yo siempre fantaseo con un
“supraministerio” que englobe salud, vivienda y desarrollo, porque ésa es la
base de la prevención. El Ministerio de Salud hoy está comunicando muy bien,
pero si no hay cloacas... ¿qué puede hacer? Quiero decir que, salvo en casos
extraordinarios como los antibióticos, por ejemplo, el pensamiento lógico,
inteligente, puede ser más efectivo sobre la salud pública que el pensamiento
científico. Esos son los médicos para mí
más brillantes: Florencio Escardó, Ramón Carrillo. Esos son los que en vez de
dar una pastillita a una persona pueden mirar más en general qué es lo que está
pasando.
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