Horacio A. Ferrer (1933-2014)
Horacio Ferrer fue un ícono de la vida nocturna en Buenos Aires y, fanático de Huracán, un seguidor del periodismo deportivo. Por Horacio Pagani. Clarín.com 22/12/14.
A veces, la antigua bohemia de las noches largas producen efectos mágicos. Descubrimos una vez, por los 80, con Juan de Biase, mi jefe de entonces de la sección Deportes de Clarín, un restaurante un poquito alejado del circuito central de la calle Corrientes de Callao al Obelisco. "Pichuco" se llamaba. Pronto nos informaron que era propiedad de Horacio Ferrer en sociedad con Antonio Carrizo. Estaba en Talcahuano, pasando Perón (ex Cangallo). Tenía aspecto parisino, austero, y un piano tentador esperando a los entendidos para que lo acariciaran. No le creímos demasiado al informante. Pero empezamos a frecuentarlo. Hasta que una noche llegó Horacio acompañado por Lulú, su compañera. Y nos invitó a su mesa.
Un tipo capaz de escribir "Chiquilín, dame un ramo de vos así salgo a vender mis vergüenzas en flor" se atrevió a decirnos que admiraba nuestro oficio de cronistas deportivos. Y nos envidiaba. Nos reímos. Parecía que lo decía en serio. Y entramos en una tertulia inolvidable de tangos, fútbol, poemas, Troilo, Montevideo, Piazzolla, Huracán, con un sabio rioplatense, de la literatura y de la vida. Hasta que percibimos que el "fulero" (el sol), como decía Adolfo Pedernera, ya brillaba afuera. Se puso una boina negra, saludó con afecto tanguero, la tomó del hombro a Lulú y partió hacia la puerta. Lo esperaba un pequeño auto convertible. Se fue agitando su mano en alto en la despedida.
Muchas veces nos encontramos después. Allí mismo. O en otros eventos. Tenía el honor de que me dijera "tocayo" cuando me veía. Y cambiábamos siempre algunas frases futboleras y tangueras. En una ocasión, en la Feria del Libro, en la Rural, compartimos un panel presentado por el club Huracán. "Soy quemero por decisión tanguera", decía. Recitó aquella noche la Balada para un loco con la pulcritud y la emoción de un exquisito. Lo volví a ver hace poco tiempo en un restaurante. Algo desmejorado. Pero tan señorial y cordial como siempre. "Hola tocayo", me dijo.
* "Huracán es tradición porteña. Una suerte de figurín entrañable del club porteño, bohemio, tanguero, fino y atorrante".
* "Descubrí que ser ingrato trae mala suerte y que ser agradecido, todo lo contrario".
* "Hay que tener mucho tarro, buena compañía, perseverancia, alegría de haberlo realizado y de considerar que yo, que no nací en la Argentina, pueda ofrecerle a la Argentina una Academia Nacional del Tango que era una cosa casi imposible de imaginar antes… eso me satisface y es como una especie de gratitud para un país tan maravilloso y tan loco como la Argentina. Yo también me siento argentino y porteño por la felicidad de encontrarme con congéneres tan aventurados como yo".
* "Todo mi corazón es para Huracán… Huracán y el tango son sinónimos, son de la misma sustancia y este maravilloso barrio también…. yo soy quemero y tanguero a morir". Horacio Ferrer.
Balada para mi muerte...
Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
guardaré mansamente las cosas de vivir,
mi pequeña poesía de adioses y de balas,
mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín.
Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
guardaré mansamente las cosas de vivir,
mi pequeña poesía de adioses y de balas,
mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín.
Me pondré por los hombros, de abrigo, toda el alba,
mi penúltimo whisky quedará sin beber,
llegará, tangamente, mi muerte enamorada,
yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis.
mi penúltimo whisky quedará sin beber,
llegará, tangamente, mi muerte enamorada,
yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis.
Hoy que Dios me deja de soñar,
a mi olvido iré por Santa Fe,
sé que en nuestra esquina vos ya estás
toda de tristeza, hasta los pies.
a mi olvido iré por Santa Fe,
sé que en nuestra esquina vos ya estás
toda de tristeza, hasta los pies.
Abrazame fuerte que por dentro
me oigo muertes, viejas muertes,
agrediendo lo que amé.
Alma mía, vamos yendo,
llega el día, no llorés.
me oigo muertes, viejas muertes,
agrediendo lo que amé.
Alma mía, vamos yendo,
llega el día, no llorés.
Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
que es la hora en que mueren los que saben morir.
Flotará en mi silencio la mufa perfumada
de aquel verso que nunca yo te supe decir.
que es la hora en que mueren los que saben morir.
Flotará en mi silencio la mufa perfumada
de aquel verso que nunca yo te supe decir.
Andaré tantas cuadras y allá en la plaza Francia,
como sombras fugadas de un cansado ballet,
repitiendo tu nombre por una calle blanca,
se me irán los recuerdos en puntitas de pie.
como sombras fugadas de un cansado ballet,
repitiendo tu nombre por una calle blanca,
se me irán los recuerdos en puntitas de pie.
Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
guardaré mansamente las cosas de vivir,
mi pequeña poesía de adioses y de balas,
mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín.
guardaré mansamente las cosas de vivir,
mi pequeña poesía de adioses y de balas,
mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín.
Me pondré por los hombros, de abrigo, toda el alba,
mi penúltimo whisky quedará sin beber,
llegará, tangamente, mi muerte enamorada,
yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis,
cuando sean las seis, ¡cuando sean las seis!
mi penúltimo whisky quedará sin beber,
llegará, tangamente, mi muerte enamorada,
yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis,
cuando sean las seis, ¡cuando sean las seis!
Música: Astor Piazzola - Letra: Horacio Ferrer...
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