Nuevos capítulos de la irracionalidad en Medio Oriente. Es redundante repudiar el salvajismo de Hamas en su agresión inhumana del 7 de octubre de 2023, raptando y asesinando civiles israelitas. Esa agresión no tiene siquiera justificación política-estratégica si se piensa las debilidad militar relativa de ese grupo insurgente. Ni siquiera incorporando al análisis el odio racial puede aceptarse esa barbarie. A lo lejos y por más que busco información, no llego a entender en como Hamas se adjudica la representatividad de todo el pueblo palestino como para arrastrarlo al abismo con su impronta. No se porque asocio su soberbia a la de los Montoneros o el ERP, que se autoasignaban la vanguardia y la voluntad de los argentinos, burlándose de todo principio democrático.
La agresión de Hamas pareció un contrasentido para provocar y justificar el otro salvajismo, el revanchista del autócrata Netanyahu y sus aliados ultras, arrasando con todo signo de vida en la franja de Gaza. Para que se entienda claramente: ya lo califican como genocidio en el que han muerto más de 50 mil civiles palestinos. Es una limpieza étnica. Aberrante. Por si fuera poco, Netanyahu ha impedido incluso la ayuda humanitaria. Lo denuncia la mismísima Naciones Unidas y lo califica de "asesinatos" (ver abajo). En otro alarde de locura política, el presidente israelita abrió otro frente atacando con todo a Irán en junio/25 con la excusa de su potencialidad en armas atómicas, cuando el propio Israel se excusa de allanarse a protocolos/controles internacionales en la materia. Recibió como lógica contrapartida una andanada de misiles de la autocracia religiosa chiita, poniendo estúpidamente en riesgo a la propia ciudadanía israelita, cuya inmensa mayoría quiere la paz pero -contradictoriamente- sigue votando al autócrata. Por si fuera poco, atrae en la movida a otro mono con navaja para que cometa otras locuras: Donald Trump.
Coinciden los dos bandos extremistas con la misma falta de empatía por quienes dicen representar y defender: las barbaridades de Hamas y de Netanhayu solo concitan drama y muerte sobre ciudadanos palestinos e israelitas inocentes.
Si uno se llevara por la irreflexión, debería consentir las bombas israelitas sobre Iran matando gente, porque los ayatollah aprobaron el ataque a los argentinos en los 90 (AMIA y embajada de Israel). ¿Cómo puede una religión promover el odio o la muerte? Pero esto no se trata de jugar al TEG: hay sangre humana inocente en el medio. Los que deben rendir cuentas son los tiranos, esos que nunca la pagan.
Un párrafo aparte para esos opinólogos-pseudoperiodistas bien pagos de la TV (los Feinmann, la Plager, los Leuco y tantos otros) que no creo tomen conciencia que son repetidores autómatas de la información malintencionada que dispensan internacionalmente los servicios de inteligencia fascistas israelitas. Esa gente no duda en poner una banderita de Israel al lado de una argentina impunemente, confundiendo nacionalidad con religión y religión con banderías políticas. Se olvidaron justamente de ser periodistas y de sentir como humanos, aceptando el revanchismo israelita sobre civiles palestinos desamparados. Mientras hacen eso, el solo portar aquí una bandera de la nación palestina en la vía pública puede causarte la cárcel con la policía de la Bullrich y Milei: ¿libertad de expresión diferenciada? ¿Que ley o edicto policial avala ese atropello? ¿Otra vez obediencia debida?
Como si fuera poco, nuestro presidente Milei, un delirante-ignorante, apoya sin eufemismos los asesinatos de los ultras israelitas para poder gozar de los premios mentirosos que le concede su intelligentsia. ¿Porqué lo hace en nombre de los argentinos? ¿Cómo permiten la oposición política y las instituciones de nuestro país que ese neurótico tome decisiones diplomáticas en forma personal cuando deberían considerarse bajo estrictas formas morales y éticas y ser parte de políticas permanentes? ¿Nadie levanta la voz y le pone límites? Las diplomacias serias del mundo advierten a las partes en conflicto sin tomar partido y piden por la paz. Esa imbecilidad podría incluso inmiscuirnos en un conflicto internacional. Lo hizo una vez el cleptómano Menem cuando enviara militares argentinos al Golfo Pérsico y algún otro conflicto, solo para agradar a los poderosos del momento y nos costó caro. Pero se sabe: nuestros políticos nos siguen forreando porque los argentinos lo permitimos. Se debe a que nuestro promedio es el ombliguismo e ignorancia; el resto lo hacen los defectos de la democracia moderna, que silencia el poder ciudadano. Por eso no somos serios, experimentando siempre de extremo a extremo, cunde la pobreza en un país rico y pertenecemos a la periferia.
Como hago siempre, adjunto artículos con ideas que me parecen superadoras y dignas de profundizar y reúnen, mayoritariamente, criterios e info que mi débil escritura es incapaz de expresar. Hay muchísimo más para leer y acercarnos a la verdad de este tristísimo drama. La gente de a pie poco podemos hacer para evitar estas tragedias pero al menos debemos ganarle a la indiferencia y ser críticos. Horanosaurus.
No en mi nombre, no en nuestro nombre
Ni el horror del ataque de Hamas del 7 de octubre justifica lo que el Estado de Israel hace en Gaza. La Nación. 28/06/25. Por Alejandro Katz.
Nunca hasta hoy había hablado como judío. Intenté hacerlo
siempre como ciudadano, como un igual entre iguales, como alguien preocupado
por lo que nos es común, tratando de respetar a la palabra, de reconocerla como
el bien más preciado de nuestra humanidad compartida, lo que nos hace ser lo
que somos al instituirnos como individuos que son en tanto son con los otros,
en tanto reconocen y son reconocidos.
Fui educado como judío; no fui educado en el judaísmo, no
en esa versión del judaísmo que implica las formas, sagradas o profanas, de
pertenencia a la tribu, sino en el judaísmo que se confunde con aquello que,
imprecisamente pero sin vacilar, entendemos como humanismo.
El 17 de marzo de 1992 oí desde la editorial el estruendo
de la bomba que destruyó la embajada de Israel en la Argentina sin imaginar que
era una bomba, y descubrí con azoro el modo en que el odio tocaba nuevamente a
nuestra puerta, la de los judíos y la de los argentinos. El 18 de julio de 1994
el horror se hizo presente en el rostro de un amigo que trajo la noticia de la
destrucción de la AMIA por un coche cargado de explosivos.
El 7 de octubre –no es necesario decir el año: “7 de
octubre” es ya el nombre de una nueva marca de lo innombrable– el 7 de octubre
fue la desesperanza y la desesperación, la infinita tristeza por las víctimas y
por el significado –los significados– de que fueran víctimas. Fue más de lo que
puede decirse con palabras, porque las formas que tomó ese día la violencia
sobre la vida y la violencia sobre la muerte, las formas de la humillación y del
desprecio de lo humano, alcanzaron cimas que con dificultad pueden ser
expresadas por el lenguaje. Y el 8 de octubre fue, junto con la tristeza, la
indignación ante aquellos, muchos, que uno imaginaba compañeros de viaje –del
viaje del pensamiento en el mundo de las ideas, del viaje de los principios e
ideales en el mundo de la política– que fueron capaces de caer en el
adversativo: sí, fue horrible... “pero”. ¿Pero?
De cuántas formas hemos dicho, nosotros, en la Argentina,
en España, en el mundo, que no hay antecedente que justifique la crueldad, que
nada explica la crueldad, que la crueldad no puede considerarse como algo
causado por quien la sufre, haya hecho lo que haya hecho, que la crueldad es el
Mal, que su origen está en quien lo causa, no en quien lo recibe.
Sí, el 8 de octubre fue, junto con el azoro, el
encuentro, una vez más, con la propensión a justificar lo peor en nombre de
otra cosa. Explicar no es justificar, me dirán, me dijeron. No es cierto, no
siempre es cierto. Cuando la explicación convierte en agente del mal a su
víctima, la explicación se vuelve justificación, la peor, porque pretende
ocultar su nombre bajo la retórica de las ideas.
Luego vino todo lo demás. Todo lo demás es la destrucción
infinita, no ya de Gaza, no ya de los palestinos de Gaza, no ya de mujeres y
niños de Gaza, no ya de médicos y enfermeros de Gaza, la destrucción infinita
de la humanidad, de aquello que, una vez más imprecisamente pero como siempre
sin vacilar, nos constituye –¿nos constituía?– como lo que somos.
El horror del 7 de octubre fue de tal magnitud, el
rechazo de las explicaciones del 8 de octubre fue tan intenso, que resultó
difícil reaccionar ante lo que comenzó a suceder, ante lo que sigue sucediendo,
lo que no acaba de suceder, interminable, inconcebiblemente. Pero difícil no es
imposible: ya son hoy no cientos sino miles las voces, miles las voces judías
alzadas contra aquello en torno de lo cual algunos quieren establecer una
disputa léxica (¿es o no un genocidio, es o no limpieza étnica?) solo para
esconder los hechos. Y los hechos son que Israel está cometiendo una masacre de
las más abominables de nuestro tiempo, una masacre cuya dimensión tanto por el
daño que produce como por la crueldad con la que lo produce, nunca –¡nunca!, es
terrible saberlo desde hoy–, podrá ser olvidada.
(Ya no es posible hacer el repertorio de quienes han
hablado y de lo dicho: los hay en el mundo de las ideas y de la política, los
hay progresistas y conservadores, en Israel y fuera de Israel. Son voces
valientes, que enfrentan a quienes quieren callar las críticas por medio de la
rastrera extorsión de la Tragedia.)
Aun si el ataque israelí sobre Irán parece haber cambiado
la agenda, la atención no debe apartarse de Gaza, por razones a la vez
políticas y humanitarias. El Estado de Israel está cometiendo una masacre. Los
crímenes ya no son la excepción sino la norma; quizá peor que los crímenes
–¡“peor que los crímenes”!, hay que no ser una víctima para decirlo– sea la
satisfacción que producen en muchos de quienes los cometen y en muchos de
quienes los aprueban.
La formulación no fue casual: el Estado de Israel. No los
ciudadanos israelíes, muchos de los cuales encarnan con dignidad la resistencia
ante los abusos del Estado, no los judíos.
No es una exculpación, es la distinción que introduce
preguntas: ¿hay algo en el judaísmo que explica lo que está haciendo el Estado
de Israel? ¿O es acaso en la conversión de un pueblo en un Estado donde esa
explicación se encuentra? También la pregunta más urgente: ¿cómo poner fin al
horror, ya? Y la que se inaugura ahora: ¿cómo ser judío después de Gaza? Cómo
ser aquello que nos gustaba ser: gente del libro, de las ideas, de las razones
y de la comprensión, gente de los argumentos y del humor –los delegados de la
Ironía en la tierra–, curiosos por estar siempre en territorios ajenos que
despiertan asombro, deseosos de comprender al vecino en su diferencia y en su
semejanza, queriendo ser iguales y orgullosos de ser diferentes.
Ya que no es posible la paz perpetua, la amistosa
convivencia en todo lugar y en todo momento, contarnos entre quienes prefieren
ser perseguidos que perseguidores: al perseguido le queda la esperanza de la
fuga y la ilusión del refugio, el perseguidor está privado de toda esperanza.
(Advierto las objeciones posibles y me pregunto si alguien es capaz de sostener
que hubiera sido mejor ser un nazi que una de sus víctimas.)
Estaba bien filiarse sin jactancia en la genealogía de la
admiración, aquélla cuyos nombres son parte principal del proyecto
civilizatorio del occidente moderno. Nuestros amigos veían a través nuestro esa
historia, esa tradición, esa vocación que, sin decirlo (aunque, reconozcámoslo,
no sin cierta vanidad) queríamos encarnar y continuar.
Eso ya no es posible: los crímenes que comete hoy, ahora
mismo, en el instante en que escribo esto, en que usted lo lee, los crímenes
que está cometiendo Netanyahu en nombre de lo que llama el Estado judío, y que
cobarde, abyectamente, defienden tantos invocando el judaísmo en lugar de la
razón de Estado, esos crímenes serán, también, puestos en nuestra cuenta. No
por ello vamos a justificarlos, no por ello vamos a ser parte de su comisión,
no por ello vamos a dejar de denunciarlos como lo que son: crímenes abyectos y
aberrantes.
Hacerlo no nos reconciliará con quienes nos hagan cargo del horror en Gaza, y sumará el desprecio de quienes se enorgullecen de ese horror. Pero decir en voz alta que esos crímenes no se cometen en mi nombre, en nuestro nombre, es el único modo de seguir siendo judío, un judío a la vez silencioso y orgulloso, un judío educado para decir: no, eso no, eso nunca.
Israel, Gaza: mis verdades evidentes
La Nación. Opinión. 06/07/25. Por Samuel Cabanchik (ex senador, filósofo). Cada quien puede reconocerse siendo muchas cosas en diferentes niveles. Pero entre estos niveles se impondrán jerarquías de mayor o menor profundidad identitaria, al punto que la privación de algunas de ellas nos perdería a nosotros mismos en nuestra singularidad. Hay identificaciones esenciales que son significativas en una dimensión más personal que pública; otras en forma inversa; y unas pocas pueden gravitar por igual en ambos ámbitos: el público y el privado. Y bien, para mí ser argentino, judío y humano se integran hasta conformarme en lo que soy pública y privadamente.
El humano que soy se conmueve y se siente desgarrado por las muertes de las guerras; el argentino que soy se sabe menoscabado y desgraciado por la existencia de compatriotas condenados a vivir en la miseria o aún en la pobreza sin esperanza. ¿De qué se duele el judío que soy? En primer lugar del antisemitismo creciente en el mundo; incluso en nuestro país, al punto que hasta la hinchada de un club de fútbol así se manifiesta. Y estas manifestaciones de antisemitismo muchas veces se confunden con aquellas que suman sus voces y su militancia a favor de la desaparición del moderno Estado de Israel. Pero resulta que para millones de judíos de la diáspora entre los que me incluyo, la existencia de Israel y su desarrollo concreto en el corto tiempo de su modernidad es motivo de orgullo. No su actual gobierno y sus políticas; menos aún que pueda encontrar un argumento para sostener una ofensiva militar en la franja de Gaza que derive en masacre de poblaciones civiles, más aún considerando que la población palestina de ese territorio ya es víctima del gobierno de Hamas, perpetrador de la inhumana masacre de judíos en territorio israelí el 7 de octubre del 2023 – aunque no solo en esa ocasión.
¿Cómo nos sentiríamos los argentinos frente a otros grupos o naciones que bregaran por nuestra desaparición como estado nacional? ¿Acaso hubiera sido aceptable que en tiempos de la dictadura militar que padecimos desde 1976 a 1983 ser argentino fuera motivo de repudio por parte de los no argentinos? ¿Habríamos tenido que tener vergüenza de ser argentinos? Peor aún, nos hubiera dolido más encontrar argentinos que se avergonzaran de serlo por tener un gobierno que los avergonzara…
El humano que soy llora por igual las muertes en Israel y en Gaza; el judío que soy reafirma enfáticamente el derecho a la existencia de ambos pueblos en paz. Por otra parte, destacable es el pueblo de Israel, que sigue comprometido con la vida democrática en su país; que incluso se manifiesta masivamente a favor de la división republicana de poderes; que diferencia claramente los diversos campos de batalla, como recientemente durante el conflicto con la República islámica de Irán, en el que la ofensiva armada de Israel tuvo amplio apoyo mientras clamaba y sigue clamando por el cese de los combates en Gaza.
A quienes no somos parte de la ciudadanía israelí sino ciudadanos de otros países – y esto vale para judíos y no judíos –conviene la prudencia en los juicios y valoraciones, aunque más no sea por la dificultad que en contextos de guerra siempre tiene la verdad para manifestarse plenamente, cuánto más cuando median todas las distancias implicadas. Que la situación es compleja es una obviedad; a tal obviedad sumo estas, mis pocas verdades evidentes en nombre propio, que espero comprometan a una amplia mayoría: no al antisemitismo, sí a la existencia del Estado de Israel, a la del Estado palestino y a la de todos los estados de oriente medio, exigiendo que todos ellos acepten vivir en paz con sus estados vecinos, al punto de que sus pueblos reconozcan su humanidad en la del otro, del diverso, en la universalidad difícil de ser quien se es en su particularidad de origen y existencia. ¿Acaso no está allí incluso la esencia de la democracia, en la convivencia civilizada de quienes se quieren diferentes? Y en este punto lo que vale dentro de casa vale también fuera. Condena general debe caer sobre quienes no aceptan vivir en paz con el dispar. Ese es el desafío fundamental, la prioridad de este tiempo de riesgo extremo para la humanidad.