Jorge Fernández Díaz es un intelectual que supera holgadamente el índice IQ del actual presidente argentino, la arquitecta egipcia y todo el gabinete ministerial juntos. Pero principalmente los aventaja en sensibilidad, honestidad y equilibrio moral. Para quien aún no escuchó de él, ese buen hombre fue cronista y jefe de redacción de varios diarios y revistas, escribió muchos best seller de ficción, fue premiado y condecorado en el exterior, es miembro de la Academia Argentina de Letras, tuvo programas de culto en radio y, como si fuera poco, es un fino analista político. Un currículum envidiable. Hace unos meses, presentando un libro de ensayos expresó estas ideas en los medios, narrando las ilusiones que tuvo toda una generación de argentinos que ahora está en edad de hacer balances de vida. Ilusiones que el peronismo destrozó pacientemente durante treinta años de desgobiernos decadentes que solo lograron aumentar los niveles de pobreza y nivelar todo para abajo.
Si hacen una pausa para leer estas declaraciones por favor continúen y vean la increíble oposición que le sigue. Es un sofisma propio de un abogado careta y perverso, el operador político que llegó a presidente a dedo, negándose a si mismo. Implícitamente justifica el mundo prebendario que el kirchnerismo cultiva y la forma de vida enfermiza (e improductiva) de parte de nuestra sociedad. La que perdió su dignidad viviendo del acomodo político sin trabajar, aprovechándose de los pobres o robándose hasta las vacunas en pandemia. En realidad, explica la Argentina de Cafierito, la de Fiambrola y Máximo Kirchner, la del Pata Medina, la de Moyano, Amado Boudou, Baradell y D'Elia, la de Lázaro Báez y Cristóbal López. No quiere aceptar que el gobierno kirchnerista que representa pisotea la educación, resquebraja la justicia, destruye el trabajo y con ello la igualdad de oportunidades que dicen anhelar. Horanosaurus.
"Yo pertenezco a otra generación. Provengo de dos padres asturianos. Una era una camarera y otro, un mozo de bar. Pertenezco a la pequeña burguesía ilustrada (...) recuerdo que en 1973 yo tenía 13 años, jugaba al fútbol con los chicos de la villa Dorrego, no había paco, no había violencia, era amigo de ellos, había 3% de pobreza, había pleno empleo y teníamos la desigualdad de Dinamarca. ¿Cómo nos destruimos desde ese momento hasta hoy y llegamos a este horror? Cuanto más viejo me voy volviendo, más recuerdo al país bueno. A pesar de que por arriba ocurrían desgracias terribles, como la proscripción del peronismo, violencia política, dictaduras. Pero abajo éramos una sociedad, de hijos y nietos de inmigrantes que vinieron con una mano atrás y otra adelante. La cultura del trabajo, del mérito. Todo lo que encarnaba la abuela paterna de Cristina Fernández. Una asturiana que nació en una aldea muy cercana a la de mi padre. Ellos formaban parte de esa cultura que el progresismo argentino -entre comillas- que no cree en el progreso, acusa de meritocracia, de liberales. Prácticamente los hijos de inmigrantes somos hijos del liberalismo".
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