Justo José de Urquiza (1801-1870), el de la estatua ecuestre más prominente y elegante de Buenos Aires. Luce ahí altivo, casi sobrehumano. Pero son tan abrumadoras las miserias y contradicciones del general entrerriano recopiladas por diversos autores, que no puede explicarse como todavía puede ser homenajeado por la historia oficial y su provincia natal, de la que fue dueño y patrón. Queda demasiado tibio definirlo como "controvertido": fue empresario inescrupuloso, militar traidor de Caseros, entregador de Pavón y del federalismo y cogedor serial de alma mercenaria y corrupta ("tenía por la fortuna un amor inmoderado", dijo uno). ¿Cuándo alcanzaremos en la Argentina un sinceramiento mínimo para acabar -al menos- con las mentiras más burdas y alcanzar un piso ético que nos convierta en gente digna? Dejémonos de joder. A las pruebas de gente que sabe mucho más que yo, me remito.
Si te interesa un cachito la historia argentina, empezá por los detalles y cortantes definiciones sobre J. J. Urquiza que hace el mismísimo Juan Domingo Perón al describir la época que protagonizó: si no fuera porque fue trágica y produjo tantas muertes se podría definir como desopilante. Ya recurrí a este impresionante texto en otra entrada pero resulta imprescindible agregarlo aquí para lograr un panorama completo de nuestro siniestro personaje. Después, si su curiosidad se mantiene, sigan con José María Rosa, José Pablo Feinmann, Pigna y los demás. Horanosaurus.
PD: antes que sacar la estatua de Julio Argentino Roca de Diagonal Sur como deseaba el historiador Osvaldo Bayer (al menos el tucumano forjó lo mucho o poco que tenemos de nación), yo voltearía la de Urquiza, la de Mitre y la de Carlos María de Alvear, para ir desodorizando Buenos Aires.
Si te interesa un cachito la historia argentina, empezá por los detalles y cortantes definiciones sobre J. J. Urquiza que hace el mismísimo Juan Domingo Perón al describir la época que protagonizó: si no fuera porque fue trágica y produjo tantas muertes se podría definir como desopilante. Ya recurrí a este impresionante texto en otra entrada pero resulta imprescindible agregarlo aquí para lograr un panorama completo de nuestro siniestro personaje. Después, si su curiosidad se mantiene, sigan con José María Rosa, José Pablo Feinmann, Pigna y los demás. Horanosaurus.
PD: antes que sacar la estatua de Julio Argentino Roca de Diagonal Sur como deseaba el historiador Osvaldo Bayer (al menos el tucumano forjó lo mucho o poco que tenemos de nación), yo voltearía la de Urquiza, la de Mitre y la de Carlos María de Alvear, para ir desodorizando Buenos Aires.
(…) “Las noticias (del fin del bloqueo
anglo-francés a Buenos Aires) llegan a Francia, justo a tiempo para alegrar los
últimos días del general San Martín. Muere en 1850. En un inciso especial de su
testamento, lega su sable de la Independencia "al general argentino Don
Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que como argentino, he
tenido al ver con cuanta altura ha sostenido el honor de la Patria". Está
todo dicho.
Los preparativos bélicos del Brasil sufren
una nueva demora. Estallan movimientos republicanos en el interior y se desata
una ola de peste amarilla. Rosas, rompe relaciones con el Imperio y se prepara
para la guerra. Reconstruye la escuadra y refuerza con todo el material y
hombres que puede al Ejército de Operaciones al mando del general Urquiza. Como
era de esperar, los argentinos (exiliados) de Montevideo preparan un "plan
de guerra" para ponerlo a disposición del Brasil. Pero el Imperio no se
mueve. Hasta que no encuentre un aliado no piensa hacerlo. Si la guerra
comenzara en esos momentos, nadie duda que el triunfo sería para la Argentina.
En eso estaban las cosas al comienzo del
año 1851, cuando se produce el hecho más increíble de la historia argentina y
uno de los acontecimientos más vergonzosos de la historia universal. El general
en Jefe del Ejército de Operaciones argentino para la guerra contra el Brasil,
Don Justo José de Urquiza, entra en tratativas con el enemigo, para pasarse a
él, y arrastrar las tropas que el país ha puesto bajo su mando y
responsabilidad. Así también, todos los pertrechos y armamentos a su
disposición. Por supuesto que las negociaciones son lentas y
"secretísimas". La posición de Urquiza, al mando del ejército más
poderoso de esta parte de Sudamérica, en esos momentos, le da una carta de
triunfo que sólo está dispuesto a entregar a muy alto precio. Sobre todo dinero.
Mucho dinero. Y además la flota del Brasil, que es indispensable en este
caso. Con la del almirante Brown no puede contar. El Almirante no "se
vende".
La coordinación y el "manejo" de
las tratativas, desde luego que está, como siempre, a cargo de los exiliados
argentinos de Montevideo. Rosas, que ignora todo esto, declara formalmente la
guerra al Brasil. Urquiza se pronuncia en marzo de ese mismo año contra Rosas.
Ya ha "arreglado" con el Brasil. Acto seguido, entra en el Uruguay
para atacar al ejército de Oribe que sitia Montevideo y permanece leal.
En cumplimiento de lo "pactado",
las tropas de Brasil cruzan la frontera y entran también en el Uruguay. Las
comanda el Marques de Caxias. No hay batallas. Oribe nada puede contra esas
tropas. Entrega su ejército y se le permite retirarse. Otra cosa no podía
hacer. Traicionado por Urquiza, el país queda desguarnecido.
Rosas ha perdido en dos meses, sus dos
mejores ejércitos. Se dirige precipitadamente a Santos Lugares a organizar una
fuerza en base a tropas reclutadas a último momento y sin ninguna experiencia,
la mayoría de ellos. Pero, dice, "Buenos Aires no se entregará al
extranjero sin luchar". Desoye el consejo de sus generales de internarse
en el interior y esperar los refuerzos de los caudillos, que le son adictos en
su totalidad.
Urquiza, con su ejército reforzado con las
tropas tomadas a Oribe, con más las tropas del ejército brasileño, emprende el
camino de Buenos Aires. Cuenta con casi 40.000 hombres. Antes de movilizarse
ha exigido que se le de “todo el dinero prometido". Se le da la mayor parte,
"el resto" al entrar en Buenos Aires. Quedan en el Uruguay 12.000
hombres del Brasil. Por las dudas. Ante la entrada de las tropas brasileñas al
territorio argentino, Rosas recibe numerosas adhesiones. Entre ellas la de
varios jefes unitarios, que se sienten "repugnados" por lo que está
ocurriendo y vienen a ofrecer sus espadas para luchar contra el extranjero y
contra los traidores. Rosas los acepta y les da mando de tropas.
La batalla se dio en Morón. Las fuerzas
nacionales poco pudieron hacer contra un enemigo que las duplicaba en número y
armamentos. La historia escolar la conoce como de “Caseros”, porque los
brasileños exigieron que así se llamara, dado que a la División de ese país le
tocó pelear en un sector conocido como “Palomar de Caseros”. En la historia de
Brasil, se la llama “la revancha de Ituzaingó” y “fin de la guerra contra
Argentina”. En todas las ciudades de ese país hay una calle o avenida que lleva
su nombre. ¡Es lógico! Lo realmente
increíble, es que en Buenos Aires y varias ciudades del interior, también hay
calles que se llaman así.
Bueno, Rosas renunció y se asiló en Inglaterra.
Urquiza se proclamó director provisorio de la Confederación. El día 20 de
febrero de 1852, aniversario de la batalla de Ituzaingó, el ejército brasilero
entró en Buenos Aires, con charangas y banderas desplegadas a su frente. Se
fusiló y degolló a tanta gente, que el río que cruza Palermo, dicen los
testigos de la época, bajaba con sus aguas de color rojo.
Urquiza con la cabeza fría, aprovechando la
euforia de sus partidarios con el triunfo, pidió más dinero al Brasil. Se lo
dieron, pese a que ya habían empezado las discusiones y las desavenencias entre
ellos. En esto estaban, cuando saltan a la luz los acuerdos secretos, y Brasil
comunica que se queda en el Uruguay, con su ejército. Exige a ese país cuatro
millones de pesos fuertes, como gastos de guerra y se incauta de los
territorios orientales cedidos por Urquiza. Ante los hechos consumados,
Inglaterra movilizó su diplomacia para tratar de recuperar las ventajas
comerciales que había perdido dos años antes, en el fracaso del bloqueo al
puerto. Por lo pronto, exigió la famosa "libre navegación" de los
ríos interiores.
La provincia de Buenos Aires fue convocada
a "elecciones". Por supuesto que con lista única. Ganan los
unitarios. Eligen Gobernador, por pedido de Urquiza, al viejo don Vicente López
y Planes. Presidente del Tribunal de Justicia de Rosas.
Los caudillos del interior se reúnen en San Nicolás de los Arroyos y
firman, precipitadamente un "acuerdo". Se designa a Urquiza Director
de la República Argentina y se llama también a un Congreso Constituyente.
La recientemente implantada Legislatura de
Buenos Aires rechazó el acuerdo y el viejo López debió renunciar. Mus disgustado Urquiza,
intervino la provincia y resolvió "asumir el gobierno de la provincia”.
Días más tarde, le devuelve el gobierno al autor de las "Odas
Patrióticas". Duró poco, lo hacen
renunciar de nuevo los unitarios. Resultado, Urquiza volvió a
"asumir". En fin, un cuento de nunca acabar. Y lo peor es que más o
menos así va a seguir la cosa por bastante tiempo.
Mientras, en el resto del país, los
gobernadores enviaban a sus diputados por cada estado para la Asamblea Constituyente
a celebrarse en Santa Fe, Urquiza se traslada a esa Provincia para la
inauguración. Claro, en un barco de la flota británica. Los barcos ingleses
están aquí para exigir la libre navegación de los ríos. Después de esto, demás
está decir que la obtienen.
Ahora, los unitarios porteños aprovechan la
ausencia de Urquiza para hacer una revolución. Retiran sus diputados al Congreso
de Santa Fe y separan el Estado de Buenos Aires de la Confederación.
Inmediatamente comienzan los preparativos para una guerra, esta vez contra
Urquiza. Pero cuando están en eso se les subleva el Comandante de Luján,
coronel Lagos, que fuera rosista y en esos momentos estaba con Urquiza. Lagos
levantó las tropas de la campaña de la provincia y exigió el retiro del gobierno
unitario. Acto seguido, puso sitio a la ciudad del puerto.
A los pocos días, la flota confederada
capturó a la del Estado de Buenos Aires y apoyó el sitio con el bloqueo del
puerto. En medio de esta confusión, a
Urquiza no se le ocurrió mejor idea que la de iniciar tratativas para proponer
separar Entre Ríos y Corrientes del resto del país y proclamar la República de
la Mesopotamia. Inglaterra se lo prohibió. No tuvo más remedio que presentarse
en Buenos Aires en el carácter de "mediador de paz". Los unitarios no
lo recibieron. Se reiniciaron las hostilidades. Urquiza tomó el mando de los
ejércitos sitiadores.
En esos momentos y en medio de ese
ambiente, llegó la noticia de que en Santa Fe se acababa de votar la
Constitución Nacional. Es el año 1853. La Constitución fue
"promulgada" por Urquiza desde su cuartel de San José de Flores. Ahora,
los unitarios porteños consiguen levantar el bloqueo del puerto por parte de la
flota de la Confederación. ¿El sistema? El de siempre: sobornar al jefe,
Comodoro Coe, con 20.000 onzas de oro.
Este cobra, entrega toda la escuadra en el puerto y se marcha a los
Estados Unidos de Norteamérica. No regresa nunca más. El "maestro"
tiene buenos discípulos. El mal ejemplo cunde.
El dinero del puerto comienza a correr a
manos llenas entre las filas de los sitiadores. Poco a poco, corrompe a todos
los jefes. Los oficiales "confederados" abandonan las filas y
concurren a cobrar "su parte". Urquiza se pone nervioso y pierde todo
disimulo. Anuncia que lo mejor es que este asunto lo resuelva el representante
de la flota británica, todavía surta en el Río de la Plata. Una actitud
realmente poco "soberana". Acto seguido, recurre al Brasil y le
dirige idéntico pedido al ministro del Imperio en Buenos Aires. Otra. Y, como
final, triste final, se coloca en la cola de los que reciben dinero de los
unitarios “para retirarse". Solo que en su caso la suma es mucho más
grande, y se recibe como "indemnización" dos millones. El mejor
"negocio" lo hizo Coe.
El bueno de Lagos, que está de buena fe en
todo esto, sólo pide una amnistía general para todas las tropas. Se la dan, por
supuesto. A quien le importaba eso! Concluido este "asunto", las
tropas se retiran y el Director de la República Argentina lo hace en compañía
del representante inglés. Marcha a la cabeza de una caravana de mulas como
transporte del dinero. Se embarca en la escuadra británica, se retira a Santa
Fe. Bueno, tiene que ir allí, pues se acaban de iniciar los festejos
"nacionales" con motivo de la proclamación de la Constitución. Allí
reinaba un ambiente de "culto optimismo". En realidad, no tuvieron
demasiado trabajo. Prácticamente las comisiones se limitaron a copiar el texto
de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica. Lo hicieron con tan
poco disimulo que, en algunos casos, aparecían palabras en inglés. En otros, la
traducción literal era tan confusa al no existir sinónimos que resultaba
difícilmente comprensible. Bueno, hubo que pasarla en limpio después de promulgada.
Y ya está, los festejos no podían detenerse. El “estado de Buenos Aires” la
rechazó. Sus portadores llegaron a la ciudad pero fueron amenazados con
ahorcarlos. Se retiraron pricipitadamente. No era para menos. Los festejos,
después del arreglo del sitio de Buenos Aires, habían incluido gran cantidad de
fusilamientos, como parte del espectáculo. Varios rosistas, que se habían
salvado de matanzas anteriores, fueron "incluidos" esta vez. Ellos
no estaban "amparados" por la "amnistía". Eran civiles.
A todo esto, en Santa Fe, Urquiza es
elegido Presidente de la Confederación. Buenos Aires, elige a Pastor Obligado
como Gobernador y se da su propia Constitución. Ambos estados se preparan para
una guerra inevitable. Para matizar el ambiente se produce una invasión de los
indios del sud. Invaden territorios de ambos estados. Resulta casi cómico. En
el interregno, Valentín Alsina reemplaza como gobernador a Pastor Obligado. Hay
de todo: sobornos, presiones diplomáticas, fraude, etc., pero sobre todas las
cosas, violencia y corrupción.
Aprovechando esta situación, el Brasil
permanece militarmente en la República Oriental del Uruguay, con el pretexto de
"preservar el orden". Los Estados guardan silencio. El Brasil domina
la región. Envalentonado, trata de hacer
lo mismo con Paraguay. Le va muy mal. Lo sacan con "cajas
destempladas". Ya para ese entonces el Imperio ha comprado el sobrante de
la Guerra de Crimea. Nadie duda de adonde pensará usarlo. Bueno, si no se armó un
"zafarrancho" más grande fue sencillamente porque Inglaterra no lo
permitió. Brasil dominaba la región, pero Inglaterra gobernaba el mundo. Urquiza
para "tranquilizar" al Paraguay, y no tener problemas en ese frente,
le entrega todos los territorios al norte del río Bermejo. Vale decir, toda Formosa
y parte de Salta y Jujuy.
El estado de Buenos Aires enarbola su
propio pabellón. Es necesario “distinguirse” del resto del país. ¿Recuerda
aquella bandera de Mayo que levantara Lavalle fraudulentamente? ¿La que se
embarcó en la flota francesa? ¿La "celeste y blanca" con el celeste
de la divisa unitaria? Esa misma. Se manda a guardar para siempre a la bandera
azul y blanca de Belgrano y de la Asamblea del año 13, la de Salta y Tucumán,
la de los Andes, la de Ituzaingó, la de Obligado, la de Brown y de Bouchard.
Bueno, esa que se la guarden los "gauchos del interior". La Argentina
es un país y Buenos Aires es otro. Y a otra cosa.
Mitre es el General en Jefe de los
porteños. Urquiza, de la Confederación. Lamentablemente, no hay otro. Para no
variar, pide dinero al Brasil antes de iniciar la campaña. El pretexto esta vez es "cuidar las
concesiones" que ya les ha otorgado. Chocan en Cepeda. En un episodio muy
confuso, la batalla se inclinó por la Confederación. En realidad, la batalla en
si fue un caos. En un momento dado, ambas fuerzas cargaron en forma
"oblicua", como estaba de moda en los "tácticos" de la
época, y prácticamente se pasaron al lado una infantería de la otra. Ambos se
atribuyeron haber "ahuyentado" al enemigo. No pasó lo mismo con la
caballería. La del interior literalmente "barrió" a la porteña. Mitre, que en la confusión de las infanterías
se creyó victorioso, se dio cuenta de golpe que había perdido. Procedió a
iniciar una "gloriosa retirada", al grito de “¡victoria!” Llegó a San
Nicolás y se embarcó en la flota porteña. Regresó así a Buenos Aires. Fue
recibido en triunfo. A los pocos días, al llegar los restos de la caballería,
se descubrió la verdad. Cuando los jefes y oficiales, en vez de hablar de
"victoria" empezaron a calificar la batalla como
"desastre". Había perdido toda la artillería, las municiones, las
caballadas y 2000 prisioneros, además de dejar 500 muertos. Urquiza que perdió
en total 300 hombres avanzó con los 16000 restantes sobre Buenos Aires, donde
cundió el pánico. Pero, una vez más, pasó lo de siempre. No debemos olvidar
quién estaba a cargo del ejército victorioso. Se produjo un “acuerdo de
mediación” por parte del general paraguayo Francisco Solano López. Se llegó a un
armisticio y un “pacto”. “Secreto”, por supuesto.
A los 15 días, Urquiza se retira a Santa Fe
con todas sus tropas. Mitre queda dueño del puerto y es elegido gobernador al
poco tiempo. Mientras en la Confederación, asume Derqui como presidente. Se
inicia una "luna de miel" entre ambos estados. A tal punto que
Urquiza concurre especialmente invitado a Buenos Aires para los festejos del 9
de Julio. Habló de "retirarse" y colocó fuertes sumas en inversiones
de negocios en Buenos Aires. No duró mucho todo esto. Apenas se retiró, los porteños
empezaron a hablar de "revancha".
Para empezar, el dinero del puerto "pilotea" varias
revoluciones en el interior, mientras se rearma el ejército porteño. Los
liberales invaden el interior con su dinero. Derqui, descubre todo el
"complot" a Urquiza y le pide respaldo. Este se lo da pero de mala
gana. Está dedicado a otros "negocios". Recibe nuevamente el mando
del ejército confederado. Grave error del Presidente Derqui. Con extraordinaria
lentitud, y de mala gana, reinicia las operaciones. Llegados a este punto, se produjo
una verdadera "maratón de diplomacia". Ambos estados, se disputan el
"apoyo" de Brasil y Paraguay.
Bueno, los ejércitos se encuentran
nuevamente. Esta vez es en el arroyo Pavón en septiembre de 1861. Mitre, ataca
primero. Como de costumbre, la caballería del interior desbanda a la porteña.
Esta pone los "pies en polvorosa" con tanto entusiasmo que no para
hasta Luján, en una carrera que dura dos días. Le fue mejor a la infantería
porteña, logra hacer retroceder a la del general Victorica -yerno de Urquiza—
lentamente. Pero -impredecible- Urquiza- cuando se esperaba la entrada en
batalla de las reservas de Entre Ríos que deberían definir todo y no han
intervenido aún, el Comandante en Jefe abandona el campo de batalla ante el
desconcierto de todo el mundo. Se retira "al trotecito" al frente de
sus entrerrianos. El ejército, cuyo mando se le ha confiado, queda victorioso,
pero abandonado a su suerte. Las fuerzas porteñas, que se han atrincherado,
esperando el ataque, no saben que hacer.
Al día siguiente, al salir el sol, se dan cuenta que nadie los ataca.
Deciden retirarse nuevamente a San Nicolás, repitiendo el episodio de Cepeda,
y embarcarse en la flota. Pero, al llegar a San Nicolás, no teniendo ni la
menor noticia del ejército de Urquiza, deciden atrincherarse allí y esperar.
Urquiza a todo esto, ya ha cruzado Rosario y está en San Lorenzo. Nadie se
explica lo ocurrido y a nadie da explicaciones el entrerriano. Tranquilamente,
embarca sus tropas y cruza a su provincia. De allí a su palacio de San José, de
Concepción del Uruguay. Así terminó Cepeda.
A todo esto, Mitre, creyéndose derrotado,
sigue atrincherado en San Nicolás. En Buenos Aires, las noticias son trágicas.
Las traen los fugitivos de la caballería porteña. Nuevamente se habla de un
"desastre". Cunde el pánico otra vez. Pero allí se enteran, antes que
Mitre, de los movimientos increíbles de Urquiza. Cuando éste cruza el Paraná,
la gente se lanza a la calle a festejar. Se recibe un parte de Mitre, diciendo
que se retira a San Nicolás por razones "tácticas". Le creyeron. Poco
a poco, se fueron dando cuenta —antes que Mitre, por supuesto— que se había
ganado la batalla. ¡Increíble!
¡Claro! los habitantes del país, en ese
entonces, los dirigentes políticos, y hasta la historia misma, se preguntaron:
¿Qué motivos tuvo el general Urquiza para esa actitud? Pero nosotros no,
nosotros no nos preguntamos. Conocemos bien al hombre y no tenemos dudas al
respecto. La razón es la "de siempre". No creemos que haya variado.
Con los antecedentes que contamos, podemos estar seguros. Más adelante, vamos a
ver que de todas consecuencias que tuvo esta batalla para el interior del país,
una sola persona salió indemne. Ni su provincia ni sus posesiones o sus
inmensos bienes fueron tocados: el general Urquiza. Lamentablemente, no ocurrió
lo mismo con el interior. Fue "barrido" por los generales uruguayos
de Mitre (NdeH: Sandes, Iseas, Arredondo, Paunero, Venancio Flores). Contando desde luego, con el aplauso caluroso de los liberales
unitarios.
En fin, abandonado por todos, el Presidente
Derqui terminó por renunciar. La República fue "unificada" por la
espada del mitrismo y se le dio un nuevo presidente: Mitre, por supuesto. El
general Urquiza, encerrado en su feudo de Entre Ríos, nada dijo. En el resto
del país, se fusiló, se degolló y se sometió al "credo" liberal a todas
las provincias. A todas y cada una, se
colocó a un gobernador liberal. Generalmente un oficial de las tropas unitarias
que ocuparon el país y que en varios casos nunca había pisado "su
provincia" con anterioridad.
Las tropas porterías, con la enseña de Mayo
al frente, recorrieron el país sembrando el terror. Confiscando y persiguiendo
a todo el que se opuso a sus designios y "borrando" de la faz de la
tierra a todo lo que fuese nacional y/o siguiese a la vieja y odiada bandera argentina.
Así termina esta primera parte de nuestra historia. Con el entierro de la Patria Grande, de la
Argentina concebida para ser el estado fuerte de la América del Sud. Y con el
nacimiento de una "factoría" internacional manejada desde el puerto
de Buenos Aires al servicio de una oligarquía que se adueñó de todos los
resortes del poder y los pone a su disposición.
Los próximos pasos que daremos con nuestro
“amigo” el Brasil, estarán encaminados hacia la “eliminación” de nuestro más
leal hermano territorial. El país de donde salieron los fundadores del Puerto
de Buenos Aires y donde nacieron sus primeros pobladores. El Paraguay. Pero
primero antes que nada, había que atropellar a nuestra hermana más débil, aquella
a quien más obligados estamos a respetar: a nuestra Banda Oriental del Uruguay.
Así se hizo. Todo comenzó con una maniobra de Mitre y su ministro Elizalde que
fuera anteriormente el más leal y genuflexo de los diputados federales en la legislatura
rosista. Se propone "colocar" a uno de sus "generales
uruguayos" en la presidencia de ese país. Mientras el candidato general
Flores se prepara, Elizalde da toda clase de garantías de apoyo argentino al
presidente uruguayo Berro. Los brasileños, simultáneamente, inician un campaña
de acusaciones al Uruguay, diciendo que ese país está invadiendo sus frontera!
Bueno, esto ya es realmente gracioso.
Cuando todo está listo en el año 63, Flores
embarca sus fuerzas rumbo a la costa oriental. Las naves son argentinas, por
supuesto. Al igual que los uniformes y las armas. Lleva además, una cantidad de
oro en monedas. Mitre y su ministro Elizalde, ofician al presidente uruguayo
manifestándose “sorprendidos” por todo esto. A las fuerzas de Flores se les
incorporan “espontáneamente” tropas reclutadas en Corrientes y en el sur del
Brasil. La poderosa flota del Brasil llega "casualmente" al Río de la
Plata. Ha llegado “de visita”. Flores va y vuelve de una frontera a la otra de
acuerdo a como le vayan las cosas. Las fuerzas nacionales del Uruguay no gozan
de esa movilidad. ¡Cuando no! Urquiza ofrece “sus servicios” a todos los bandos
en pugna pero nadie quiere saber nada con él. En fin, queda a la expectativa.
Algo va a sacar de todo esto, eso es seguro. Por de pronto, los brasileños le
mandan algún dinero a cambio de que "no haga nada". Ya es algo.
Libre su camino, Flores avanza sobre Montevideo,
mientras una misión del Brasil viaja a Buenos Aires para firmar un acuerdo. Es
extraño, vienen a firmar algo de lo que aparentemente no se ha conversado nada.
Las tropas del Brasil "cansadas de los atropellos uruguayos", cruzan
la frontera y entran en territorio
oriental ante el silencio absoluto del gobierno argentino. Es entonces, y con
ese claro motivo, que se presenta el reclamo paraguayo. Exige el inmediato
retiro de las tropas imperiales. Ni lerdo ni perezoso, Urquiza ofrece "sus
servicios" a los paraguayos. Envía un delegado a tal efecto. Flores,
detiene su ofensiva. Espera unir sus tropas a las de Brasil mientras, desata
una verdadera carnicería entre sus
compatriotas, especialmente en Paysandú, con ayuda del Brasil.
La misión brasilera llega a Buenos Aires. Urquiza
aprovecha para venderles 30.000 caballos, "al doble de lo que valen" pero
los brasileños no tienen alternativa, es mejor comprárselos a él, a que salga a
venderlos a otros. El Jefe de Estado del Paraguay, el Mariscal Solano López,
que está en tratativas con el entrerriano sobre ese y otros temas, le envía una
nota manifestándole la "penosa
impresión” que le ha causado el negocio de los caballos. A Urquiza no se le
mueve un pelo: embolsa el dinero y adiós.
Al poco tiempo el ejército brasilero entra
en Montevideo y a su cola entra el general Flores y asume la presidencia. Corre
el año 1866. Paraguay declara la guerra al Brasil y a la Argentina. -valiente y
digna actitud- pero el gobierno argentino oculta la noticia. Espera que las
tropas paraguayas entren en territorio nacional, para aparecer ante la opinión
pública e internacional, como “agredido”. En realidad, las tropas paraguayas
sólo pasan por Corrientes con rumbo al Brasil. Ello ubica muy bien con respecto
a quienes son sus verdaderos enemigos. A los pocos días se firma en Buenos Aires
el tratado denominado como de la Triple Alianza. Al general Flores, presidente
del Uruguay, se le informa por una nota que se ha adherido al tratado. Tanto el
Tratado como el Protocolo Adicional contienen cláusulas tan vergonzosas que se
resuelve mantenerlos en secreto. Después de esto, se inicia una penosa
convocatoria de tropas para la guerra. Nadie quiere ir. Toda la opinión está
del lado de los paraguayos y de los uruguayos invadidos por los brasileños.
Sólo se presentan como "oficiales" los jóvenes hijos de familias de
la oligarquía.
Se confía el mando del ejército de vanguardia
a… Urquiza! Ya nadie le responde. Las tropas que recluta a la mañana,
"desertan" a la noche. Sus generales directamente se niegan a
acompañarlo. Finalmente, con un refuerzo de tropas correntinas y algunas
porteñas, emprende una lenta marcha hacia el norte. Lo primero que hace, como
siempre, es ponerse en contacto con el general paraguayo de las tropas de
vanguardia, Robles. Le propone entrar en "tratativas". Por supuesto que
el general paraguayo se negó. Lo propuesto por Urquiza era simplemente
"traicionar a su país". En fin al entrerriano no le parecía
"nada realmente grave" eso.
El presidente Mitre, Comandante en Jefe de
las fuerzas de la Triple Alianza, imparte la orden a Urquiza de avanzar con su
ejército. Este no obedece y se va a entrevistar con Mitre a Buenos Aires.
Claro, apenas abandona el campamento, sus tropas, que lo conocen, creen que los
ha abandonado y comienzan a dispersarse.
Tiene que regresar apresuradamente, cuando ya han desertado 3000
hombres. De resultas de esto, Mitre retira a Urquiza del mando del Ejército de
Vanguardia y lo sustituye por el general Flores: inmediatamente moviliza las tropas y derrota a los
paraguayos en Yatay.
Las tropas de los "aliados" se
unen en un solo ejército, numéricamente muy superior al paraguayo. Mitre toma
el mando supremo. A todo esto el imperio del Brasil -que no ha abolido la
esclavitud- convierte a los prisioneros de guerra paraguayos en esclavos; amenaza
con vender a quién no quiera pasarse a sus filas y combatir contra su propia
patria. La mayoría no acepta y son vendidos. Todo esto ante el silencio del
Comandante en Jefe.
Urquiza, mientras tanto, ha conseguido que
los aliados le den un dinero "para formar otro ejército". ¡Increíble!
Cuando junta algunos hombres, inicia la marcha. Delante de su vista, las tropas
se fugan en todas direcciones. Debe regresar a su palacio. Pero, Don Justo
José, a esa altura del partido, ya ha descubierto un "nuevo negocio".
Será el proveedor de carne de los ejércitos aliados durante cuatro años. Ganará
millones.
La guerra continúa con un retiro de
ejércitos paraguayos, que cruzan a su propio territorio y se preparan para
luchar defendiéndolo hasta morir. La
escuadra brasileña domina los ríos y las tropas aliadas invaden el Paraguay pero
tienen que pagar con sangre cada paso que dan. Los paraguayos se defienden
heroicamente. Mitre ha prometido "terminar la guerra en pocos
meses". No será así. Su incapacidad
en el mando, unida a la valentía de los guaraníes, prolongan este
"episodio" a cuatro años. Cuatro años de sangre, fuego y horror. El
mundo entero observa avergonzado esa carnicería. Bueno, finalmente después de mil equivocaciones, los
aliados dan el mando de las tropas al general brasileño Caxias. Esto, indudablemente
contribuye a mejorar el cuadro militar. La última etapa de la guerra es triste
y vergonzosa. Prácticamente no quedan más que mujeres o ancianos en el país,
han muerto hasta niños combatiendo. Los vencedores asesinan al Mariscal López y
sus hijos, menores de edad. Después de desnudarlos, los abandonan sin sepultar.
Así comienza el reparto del Paraguay.
Fue una infamia. Un crimen cometido contra
un país hermano. Un país al que debíamos apoyo y amistad. Lejos de brindarle
eso, oficiamos de “mercenarios” del Imperio brasileño, nuestro único y natural
enemigo. Estúpidamente colaboramos en la masacre de nuestro natural aliado.
Pero aún así, aceptando la guerra, debimos habernos retirado de la contienda,
apenas se desocupó nuestro territorio. La prosecusión de la guerra, después de
que el Mariscal López, pidió condiciones de paz, fue una vergüenza. Lejos de darnos honor, nos cubrió de
desprestigio. El pueblo y el ejército paraguayos, sí que se cubrieron de
gloria. Es por eso que tengo en un gran orgullo el que se me haya hecho general
de su glosioso Ejército.
A nosotros los argentinos, la guerra nos
fue impuesta de "prepo" por el Brasil y una "camarilla"
local. Fue un acto de tal deshonor, que nuestro propio país no perdonó nunca a
los responsables. Fue uno de los pocos casos en que un Jefe de Estado y General
de un "ejército victorioso", finalizada la contienda, no sólo recibe
la repulsa general de su país, en una elección, sino que nunca más pudieron
retornar al poder ni él ni los principales responsables. Ni Mitre ni ninguno de
sus "acólitos" volvieron jamás al gobierno del país, que ellos mismos
habían modelado (...)
Agenda de
Reflexión Nº 411
Hasta al "hermano" Sarmiento le dió verguenza
(...) "Urquiza fue ´comprado´ por el Brasil para que traicionara a su Patria en ese 1852, cosa que atestigua el mismo Sarmiento, quien escribe el 13/10/1852 a Urquiza desde Chile y le enrostra: “Yo he permanecido dos meses en la corte de Brasil, en el comercio casi íntimo de los hombres de estado de aquella nación, y conozco todos los detalles, general, y los pactos y transacciones por los cuales entró S. E. en la liga contra Rosas. Todo esto, no conocido hoy del público, es ya del dominio de la Historia y está archivado en los ministerios de Relaciones Exteriores del Brasil y del Uruguay.” (...) “Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel enviado (Honorio Hermeto Carneiro Leão, o Indobregavel) referir la irritante escena, y los comentarios: "¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía después de entrar a Buenos Aires quería que le diese los cien mil duros mensuales, mientras oscurecía el brillo de nuestras armas en Monte Caseros para atribuirse él solo los honores de la victoria". (Domingo Faustino Sarmiento, Carta de Yungay, 13.10.1852)"
(...) "La entrada de Urquiza en la trampa liberal-mitrista queda confirmada en la siguiente resolución de la masonería:
1°.-“El Muy Poderoso Consejo y Gran Oriente de la República Argentina, estimado debidamente las eminentes cualidades cívicas u masónicas que adornan a los dignos hermanos Bartolomé Mitre, grado 3°; Juan Gelly y Obes, grado 3°; y Domingo Faustino Sarmiento, grado 18; los eleva a Soberanos Grandes Inspectores grado 33.
Extractado de "López Jordan" lagazeta.com.ar y reproducido en Agenda de Reflexión Nº 541, julio 2009.
El asesinato de Justo José de Urquiza: intrigas, oscuros enfrentamientos políticos y muerte en manos de sicarios
En fin como en casi todos los crímenes políticos hay distintas miradas; lo inadmisible, en todo caso, es su justificación.
¡Heroica
Paysandú!
[Conferencia
pronunciada en 1964 por José María Rosa (1906-1991) con el patrocinio del Instituto Juan
Manuel de Rosas. Texto gentileza de Luis Vignolo]
"¡Heroica
Paysandú!
Yo te saludo, hermana de la tierra en que nací,
tus triunfos y tus
glorias esplendentes
se cantan en mi patria como aquí"
... cantaba el
negro payador Gabino Ezeiza y sus estrofas han llegado hasta nosotros, aunque
pocos saben su significado. ¿Para quién, que no sea alguien versado en historia
dicen algo los nombres de Leandro Gómez, Lucas Piriz, Federico Aberastury, y tantos
héroes de la "heroica" que se sacrificaron por el pueblo contra el
imperialismo? ¿Quién recuerda las estrofas de Olegario Andrade que hace cien
años repetían todos, grandes y chicos...?
"¡Sombra de
Paysandú! ¡Sombra gigante que velan los despojos de la gloria! Urna de las
reliquias del martirio. ¡Espectro vengador! ¡Sombra de Paysandú! Lecho de
muerte donde la libertad cayó violada. ¡Altar de los supremos sacrificios! Yo
te voy a evocar..."
¿Quién sabe hoy,
después de un siglo de historia falsificada y enseñanza colonialista en
nuestras escuelas, que en Paysandú, tierra oriental, empezaría esa grande, esa
tremenda epopeya de la guerra del Paraguay, donde todo un pueblo hermano fue
sacrificado por defender al pueblo argentino y oriental de la prepotencia de
los imperialistas? ¿Quién no supone que Bartolomé Mitre que tiene estatuas,
avenidas, pueblos con su nombre, fue un gran presidente, precisamente porque la
historia oficial ha borrado de sus capítulos a Paysandú y a la guerra del
Paraguay?
• La defensa del
pueblo. Voy a explicar
en las pocas palabras de esta nota lo que pasó en Paysandú hace casi cien años:
en la noche del año nuevo entre 1864 y 1865. Para que se recuerde el año nuevo
de 1964-65 ya que - a no ser que ocurra el milagro del restablecimiento de un
gobierno popular - no habrá recuerdos oficiales de la inmolación de Paysandú.
La misma lucha
que tenemos hoy, la tenían nuestros abuelos hace una centuria. Por una parte
estaba un pueblo que quería ser libre y ser dueño de sus destinos, por la otra
una oligarquía empeñada en mantenerlo en condición deprimente. Aquél estaba
defendido por sus caudillos – que en esos tiempos eran el "sindicato"
de los gauchos y artesanos -; éstos se apoyaban en las fuerzas extranjeras, o
que engañaban a los suyos.
Eso pasaba en la
Argentina de hace cien años. Juan Manuel de Rosas, gran jefe popular idolatrado
por su pueblo, y que supo resistir con gallardía los embates de Inglaterra y
Francia aliados a la oligarquía de los unitarios argentinos, había caído
derrotado en Caseros volteado por el propio ejército argentino sublevado por su
jefe, Justo José de Urquiza, pasado al imperio de Brasil – con quien estábamos
en guerra – y de quien recibió dinero, armas y soldados. Contra ellos se
estrelló el pueblo en Caseros el 3 de febrero de 1852. Pero un orden
tan firme como el federal no se derrumba de la noche a la mañana. El pueblo
tenía conciencia de su posición y si había cedido a las bayonetas nacionales y
extranjeras, costaba hacerle perder sus privilegios.
No era posible
un gobierno sin apoyo del pueblo, por lo menos sin engañar al pueblo. Y aquí
viene el papel de Urquiza, que al día siguiente de Caseros se declara caudillo,
calificó a los oligarcas de salvajes unitarios e impuso la divisa roja del
federalismo, el color del pueblo en la Confederación Argentina desde los
tiempos de Artigas, Facundo Quiroga y Rosas. Urquiza, traidorzuelo sin
grandeza, lleno de apetencias y sediento de dinero, se dijo jefe del pueblo,
habló del partido federal y usó la divisa colorada, y desgraciadamente fue
creído. Todo era una comedia arreglada con los oligarcas para poder dominar de
manera definitiva. Mientras clamaba contra los salvajes unitarios y hablaba del
pueblo y sus derechos, se los fue quitando uno a uno. E impidió que otros grandes
y prestigiosos caudillos federales resurgieran, como Nazario Benavídez, el
valiente sanjuanino, asesinado en la prisión de su ciudad natal.
• Pavón. Finalmente un
día, cuando Urquiza creyó segura la cosa, se dejó vencer por Mitre. ¡Por Mitre,
que jamás había ganado una batalla en su vida! Fue el vencedor aparente en la
batalla de Pavón el 17 de septiembre de 1861, ya que Urquiza se retiró sin
combatir dejando que a los federales los degollasen los mitristas. Esto parece
enorme, pero los documentos cantan. Urquiza se había arreglado con los
mitristas por agentes norteamericanos y masones (está probado),
comprometiéndose a perder la batalla de Pavón. A cambio de eso le dejarían el
gobierno de Entre Ríos, gozar de su inmensa fortuna y acrecentarla con nuevos
negociados; pero debería entregar a los pobres criollos que clamaban ¡viva
Urquiza! creyéndolo un caudillo auténtico de los quilates de Rosas o Facundo,
que cantaban la Refalosa partidaria y llevaban al pecho la roja divisa federal.
Eso fue Pavón el 17 de septiembre de 1861. Y ocurrió entonces que otro gran
oligarca y degollador de gauchos – que en la historia oficial pasa por un
viejito muy bueno, muy demócrata y muy amante del pueblo –un tal Domingo
Faustino Sarmiento, que pertenecía al partido unitario, aconsejó a Mitre el 20 de septiembre de 1861: "No ahorre sangre de gauchos, es un abono que
debemos hacer útil al país; la sangre es lo único que tienen de humanos".
Y el ejército vencedor en Pavón se lanzó a degollar gauchos, siempre, claro
está, que los ganchos no se hicieran mitristas. ¿Cuántos degollaron? El número
lo ha ocultado cuidadosamente la historia oficial, pero los revisionistas lo
sabemos: fueron más de 20.000 en dos años. Una cifra que espanta si tenemos en
cuenta que la Argentina de entonces apenas pasaba de un millón de habitantes.
Un uruguayo a las órdenes de Mitre –el general Venancio Flores- se pasó a
degüello casi todo el resto del ejército federal, en Cañada de Gómez el 22 de
diciembre; los uruguayos Sandes, Iseas, Arredondo, Paunero y el chileno
Irrazával degollaron a miles y miles de riojanos, cordobeses y catamarqueños.
Por eso se levantó el General Ángel Vicente Peñaloza, el llamado el Chacho, que
quería defender a los suyos. Chacho era un ingenuo que creía que Urquiza lo iba
a ayudar a combatir a los mitristas. ¡Bueno!... No era culpa del Chacho
solamente, porque todos los federales creían en Urquiza; decían que algún día
Urquiza volvería de Entre Ríos para tomar la lanza y emprenderla contra los
oligarcas. ¡Viva Urquiza! Y Urquiza vivía y aplaudía – en secreto – a Mitre y a
Sarmiento. Así murió el Chacho; o mejor dicho lo asesinaron; y Sarmiento mandó
colgar su cabeza en lo alto de un palo. "No hay que ahorrar sangre de
gauchos...". Y Urquiza, que aparentaba alentar al Chacho, lo alentó a
Sarmiento.
• En el Uruguay. Después de
pavonizar la Argentina, los mitristas se fueron a pavonizar al Uruguay. Había
allí un gobierno blanco, tradicionalmente amigo de los federales argentinos. No
estaba a su frente un caudillo sino un abogado, don Prudencio Berro, buena
persona que protegía a los criollos de su tierra. Por eso había que sacarlo;
por eso y porque no les hacía mucho caso a los brasileños e ingleses que
pretendían manejar al Uruguay. Como Mitre era aliado de los brasileños mandó al
Uruguay al general uruguayo, pero que estaba a sus órdenes, Venancio Flores (el
degollador de Cañada de Gómez) para que lo sacase al presidente Berro, se hiciera
presidente él, y entregase el país a los brasileños e ingleses.
• La
"Cruzada Libertadora". Claro es que
para invadir el Uruguay, Mitre y Flores inventaron un pretexto. El presidente
Berro andaba en conflicto con un canónigo de la Catedral de Montevideo expulsado
de su cargo por meterse en política. ¡Ya estaba el pretexto! Aunque Mitre y
Flores eran masones, levantaron en sus banderas una cruz y llamaron a su
aventura "cruzada libertadora". Y así se lanzó Flores el 19 de abril
de 1863 a libertar, y los brasileños le mandaron plata. Y los católicos (no
hablo de los buenos católicos, sino de los zonzos) lo apoyaron... Pero los
orientales se defendieron. Nada podían los soldados mitristas y el oro
brasileño contra el coraje criollo. Y no eran solamente los orientales blancos,
porque muchos argentinos federales cruzaron el río al comprender que en la otra
Banda se libraba la batalla por la libertad y por el pueblo. El emperador del
Brasil, que se llamaba Pedro II, quería acabar cuanto antes con la
"cruzada libertadora". ¿Cómo era posible que un puñado de orientales
resistiese a los batallones mitristas disfrazados de floristas y al dinero que
se le mandaba desde Río de Janeiro? Y quiso intervenir en la guerra buscando un
pretexto cualquiera: que la guerra civil era larga y molestaba a los brasileños
con estancias en el Uruguay. Mitre dijo otro tanto. De la mano, Mitre y el
emperador acabarían con los blancos uruguayos y pondrían a Venancio Flores en
la presidencia de la República.
• Paraguay. Pero entonces se
oyó una voz desde el norte: el Paraguay. Gobernaba Paraguay un gran patriota
que se llamaba Francisco Solano López, hombre de temple como se da pocas veces
en la historia. La nuestra lo trata mal por haber hecho lo que hizo. No
importa: mañana, cuando la Argentina sea de los argentinos, lo tratará muy
bien; le levantaremos estatuas y borraremos la iniquidad de la guerra del
Paraguay. López dejó oír su voz de alerta desde Asunción, cuando Mitre y Pedro
II se disponían a comerse el Uruguay. "¡Cuidado!... ¡Manos afuera de la
República Oriental, porque habría quien la protegiera! Al primer soldado
brasileño o mitrista que atravesase sus fronteras, irían los paraguayos a
protegerla". Y no era un chiste. Paraguay entonces no era lo que es ahora,
después de la guerra donde lo aniquilaron. Era un gran país, con ferrocarriles,
telégrafos, hornos de fundición y gran riqueza. Todo eso lo ofrendaría Solano
López en beneficio de sus hermanos orientales y argentinos que gemían bajo
Brasil, Inglaterra y el mitrismo. Vendría a libertar el Río de la Plata el
bravo y corajudo guaraní, ya que su defensor, que debió ser Urquiza, estaba
tranquilamente en su palacio San José.
• Paysandú. El ministro
inglés en Buenos Aires, Mr. Thornton quería destruir al Paraguay, que era un
país libre de ellos, que se permitía tener fundiciones de propiedad del Estado
y no comprarle géneros de Manchester o Birmingham. Fue Mr. Thornton quien anudó
la alianza mitrista-brasileña para invadir el Uruguay y acabar con los blancos,
asegurando que Paraguay no se metería. Y aquí viene lo de Paysandú. El ejército
brasileño cruzó la frontera en el invierno de 1864 y se fue contra la ciudad de
Paysandú, defendida por el general Leandro Gómez con un puñado de hombres; la
escuadra brasileña, después de ser abastecida de bombas por Mitre en Buenos
Aires, remontó el río Uruguay y bloqueó Paysandú. La ciudad, defendida por
ochocientos o mil voluntarios, estaba sitiada por un ejército de 20.000
brasileños y floristas (afortunadamente para el honor argentino no llegaron a
tiempo los mitristas) y una escuadra poderosa de quince buques, entre ellos
algunos acorazados, con los cañones más potentes de la época.
El 6 de
diciembre empezó el sitio, el épico sitio de Paysandú. De Buenos Aires, de
Córdoba, de Entre Ríos, de Corrientes, miles de voluntarios argentinos fueron a
pelear y morir si fuese necesario junto a Leandro Gómez. Pero Urquiza no los
dejó pasar; hasta último momento se esperó que el caudillo argentino, a quien
todavía se tenía por jefe del partido popular, cruzase el río y liberara
Paysandú. Pero enfrente de ella, en su palacio de San José, desde el cual se
podían seguir los pormenores de la lucha, Urquiza se limitaba a prometer que
iría. ¿Iría? Ya lo habían comprado los brasileños – muy en secreto, pero los
documentos han sido encontrados porque nada queda ajeno a la historia – por
casi dos millones de francos.
Le compraron a
un precio altísimo todos los caballos entrerrianos, y eso significó un negocio
para Urquiza, que embolsó una diferencia de 390.000 patacones de plata (más o
menos dos millones de francos oro, algo así como trescientos millones de pesos
de nuestra moneda). La condición era que se quedara quieto, pero prometiéndole
a los suyos que iría a liberar a Paysandú. Porque si Urquiza no hubiese dado
esta promesa y hubiese renunciado a la jefatura del partido federal, los
argentinos solos hubieran liberado la ciudad. Paysandú resistió 30 días el
fuego de los cañones brasileños y la metralla de los regimientos floristas.
Con su
guarnición reducida a poco más de doscientos hombres, sin municiones, sin velas
siquiera para alumbrar las noches, Leandro Gómez seguía resistiendo entre las
ruinas de la ciudad. El general brasileño – Propicio Menna Barreto – había
prometido al emperador que la bandera brasileña ondearía en lo alto de Paysandú
la noche de año nuevo; y ésta se acercaba y todavía estaba allí la oriental,
iluminada por las granadas mitristas disparadas por los cañones brasileños. El
último ataque, la noche de año nuevo, fue tremendo, pero la bandera oriental
seguía allí. Finalmente, el 2 de enero, los defensores de Paysandú, que ya se
defendían a cascotazos, fueron masacrados. A Leandro Gómez se le fusiló como a
casi todos los suyos. Entre los pocos que se escaparon por haberse escondido
entre las ruinas, estaba un joven argentino llamado Rafael Hernández, cuyo
hermano José (futuro autor de Martín Fierro) no pudo pasar desde Entre Ríos
porque Urquiza no lo dejó. También quedaron Carlos Guido Spano, Olegario
Andrade y lo más granado de la juventud federal argentina mordiéndose los puños
de rabia por no haber podido pelear y morir en Paysandú. Mitre felicitó al
almirante brasileño Tamandaré y al general Propicio Menna Barreto por su
"hazaña". Pero, como era de rigor, desde el norte Francisco Solano
López ordenaba a sus divisiones que empezaran la guerra para librar al Plata de
la oligarquía. Y si no podían, para morir como mueren los patriotas. Así empezó la
guerra del Paraguay hace casi cien años.
Fracción de "La diplomacia del patacón-1865" en "La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas". José María Rosa.
(el comisionado del imperio de Brasil, luego Vizconde de Río Branco, José María de Silva) "Parahnos, que había sido secretario de Honorio Hermeto en su misión a Montevideo en 1851 cuando la caída de Rosas, conoce bien a Urquiza y sabe el lenguaje que le place. Trae una bolsa repleta de patacones. En noviembre de 1851 había costado 400 mil patacones (más de dos millones de francos) comprometerlo a cruzar el Paraná y batirlo a Rosas en unión del ejército brasileño; en febrero de 1852, fueron necesarios otros 100 mil para que abandonase la República Oriental en su intento de resistencia a los tratados de Rio de Janeiro. Ahora Paranhos espera que con 300 mil patacones haría lo que Brasil le pidiese. Tan propicio encontró Paranhos a Urquiza, o con tanta habilidad supo jugar sus patacones en el momento oportuno, que no le sacó solamente el importante compromiso que ponía militarmente al Paraguay a merced de Brasil. También le hizo firmar tres tratados: uno de navegación mejorando las condiciones del anteriormente firmado por Abaeté; otro de extradicción donde, pasándose a nado la reciente carta constitucional de 1853, se decía que los esclavos brasileños no perdían su condición de servil por pisar territorio argentino; y otro de límites, renunciando la Argentina a la parte de Misiones que le correspondía al oeste de los ríos Pepirí Guazú y San Antonio. Después de tan jugosos beneficios el habilísimo diplomático dio los 300 mil patacones a Urquiza en seis giros mensuales de 50 mil cada uno. Siguió viaje al Paraguay para entenderse con Carlos Antonio y Francisco Solano López, donde la "diplomacia del patacón" era inoperante" (...)
Agenda de
Reflexión Nº 681
La “batalla” por
los caballos
17 de diciembre de 2010
Mientras se
hacia la defensa de Paysandú, en la costa opuesta se libraba otra batalla
trascendental: era un duelo entre el militar jefe de la caballería brasileña
Manuel Osorio, futuro Marqués de Erval, y el mismísimo Justo José de Urquiza;
el campo de batalla era el palacio de San José, y la lucha era por el precio de
venta de 30.000 caballos entrerrianos al ejercito imperial. “Correspondía
ésta adquisición -dice el brasileño Pandiá Calógeras- al desarme del posible
adversario, pues los entrerrianos, óptimos y admirable jinetes, no formaban
sino pobre infantería”.
Ignorando las
alternativas de este combate por la caballada, los federales entrerrianos
esperaban una señal de Urquiza para cruzar el río en auxilio de Paysandú, y
Francisco Solano López esperaba desde noviembre con un ejército en la frontera el “pronunciamiento” prometido por Urquiza para cruzar el territorio argentino
y llegar en pocas jornadas a Paysandú. Al tiempo de llevarse el último ataque
decisivo a Paysandú, y cerrarse el negocio de la caballada entrerriana -1° de
enero de 1865- impaciente, Solano López le escribía a su ministro en París,
Cándido Bareiro: “Dentro de pocos días el general Urquiza debe tomar una
actitud decidida, no siendo posible que continúe como hasta aquí”. Pero, como
dijimos, Urquiza “estaba en otra” y la “actitud decidida” que había tomado era la venta de 30.000 caballos al imperio. El precio logrado fue “generoso”:
trece patacones “lo que pisa”, hacia un total de 390.000 patacones. Casi el
mismo que los 400.000 que le habían sido otorgados en 1851 por su participación
en Caseros.
Pandiá
Calógeras, describe en duras palabras la actitud de Urquiza, que se desentiende
de Paysandú y deja en la patriada a entrerrianos, blancos orientales y
federales argentinos: “Nao existía em
Urquiza o estofo de um homem de Estado: nao passava de um condettiere… permaneceu
inativo por tanto. De fato, assim éle traía a todos. Cuidao a Brasil a tornar inofensivo,
Urquiza, embora inmensamente rico tenha pela fortuna amor inmoderado: o general
Osorio, o futuro marqués de Erval conhecia-lhe o fraco e deliberou servir
déle”.
Fuentes:
- Rosa, José María - La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas - Bs. Aires (1985).
- Rosa, José María - La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas - Bs. Aires (1985).
- García Mellid, Atilio. “Proceso a los falsificadores de la historias del
Paraguay” (1965)
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
Hasta al "hermano" Sarmiento le dió verguenza
(...) "Urquiza fue ´comprado´ por el Brasil para que traicionara a su Patria en ese 1852, cosa que atestigua el mismo Sarmiento, quien escribe el 13/10/1852 a Urquiza desde Chile y le enrostra: “Yo he permanecido dos meses en la corte de Brasil, en el comercio casi íntimo de los hombres de estado de aquella nación, y conozco todos los detalles, general, y los pactos y transacciones por los cuales entró S. E. en la liga contra Rosas. Todo esto, no conocido hoy del público, es ya del dominio de la Historia y está archivado en los ministerios de Relaciones Exteriores del Brasil y del Uruguay.” (...) “Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel enviado (Honorio Hermeto Carneiro Leão, o Indobregavel) referir la irritante escena, y los comentarios: "¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía después de entrar a Buenos Aires quería que le diese los cien mil duros mensuales, mientras oscurecía el brillo de nuestras armas en Monte Caseros para atribuirse él solo los honores de la victoria". (Domingo Faustino Sarmiento, Carta de Yungay, 13.10.1852)"
(...) "La entrada de Urquiza en la trampa liberal-mitrista queda confirmada en la siguiente resolución de la masonería:
1°.-“El Muy Poderoso Consejo y Gran Oriente de la República Argentina, estimado debidamente las eminentes cualidades cívicas u masónicas que adornan a los dignos hermanos Bartolomé Mitre, grado 3°; Juan Gelly y Obes, grado 3°; y Domingo Faustino Sarmiento, grado 18; los eleva a Soberanos Grandes Inspectores grado 33.
2°.- Por las mismas consideraciones, el Supremo Consejo eleva del grado 18 al
grado 33 al Respetable Hermano Santiago Derqui; y regularización y
reconocimiento en el mismo grado al Hermano Justo José de Urquiza.
3°- Los Hermanos de que habla el artículo que antecede, deben afiliarse como miembros activos de la Logia Obediencia de Supremo Consejo” (Martín Lascano. Las sociedades secretas, políticas y masónicas en Buenos Aires. 1927)
3°- Los Hermanos de que habla el artículo que antecede, deben afiliarse como miembros activos de la Logia Obediencia de Supremo Consejo” (Martín Lascano. Las sociedades secretas, políticas y masónicas en Buenos Aires. 1927)
El asesinato de Justo José de Urquiza: intrigas, oscuros enfrentamientos políticos y muerte en manos de sicarios
El 11 de abril
de 1870 caía asesinado el gobernador de Entre Ríos. Detrás del crimen del
notable caudillo, estaba su segundo, Ricardo López Jordan. El crimen como
herramienta política. InfoBAE
11/04/19. Por Claudio Chaves.
La orden, al
parecer, era detenerlo y enviarlo al extranjero sin embargo la impericia o la
alevosía de los sicarios ocasionó la muerte del notable caudillo, responsable
político de la organización institucional del país. La historiografía no se
pone de acuerdo respecto de las intenciones y de la trama del crimen. De modo
que intentaremos una aproximación al asunto como también su proyección política
en los años venideros.
La batalla de
Caseros en febrero de 1852 instaló a Urquiza como el nuevo referente
nacional. Inmediatamente convocó a los gobernadores a San Nicolás donde se
resolvió la realización de un Congreso Constituyente en Santa Fe.
Resultado: la Constitución de 1853. No fue fácil. Más bien todo lo
contrario.
La primera
disidencia contra la unidad nacional la planteó Domingo Faustino
Sarmiento, quien en carta a Juan Bautista Alberdi le advirtió su
oposición al proyecto. Disentía con el espíritu del momento, esto es, con la
idea de ni vencedores ni vencidos. Por el contrario pugnaba por
voltear a los gobernadores de provincia que se habían llamado a silencio
durante los años de la dictadura rosista, esa conducta era intolerable
para el sanjuanino. Había que "notificarles su separación y sacar a estos
carcomas del palo que están royendo".
Inmediatamente la
provincia de Buenos Aires se apartó de la Confederación. Diez años nos
mantuvimos de ese modo. La batalla de Pavón, en setiembre de 1861, le dio el
definitivo triunfo a Buenos Aires y la nación se constituyó.
En Entre Ríos,
aunque también en el resto de las provincias interiores, se levantó un
manto de sospechas por la actitud de Urquiza en dicha batalla. Es que el
entrerriano, sin avisar ni decir ni mu, se fue a su casa, abandonó el terreno
de la guerra y se marchó; adujo hallarse enfermo cediéndole el triunfo a
Bartolomé Mitre. Allí comenzaron las broncas entrerrianas con Urquiza. Luego
crecieron por su posición frente a la Guerra del Paraguay. Su apoyo a Mitre y a
la conflagración multiplicó el malestar en un sector del partido federal. También
la política parroquial enervó los ánimos. Las camadas de jóvenes políticos
recién salidos del Colegio de Concepción del Uruguay con hambre de
realizaciones veían cerrado el camino a los cargos públicos pues el caudillo
los ocupaba con sus amigos. Ese malestar estaba, cuando se produjo el crimen.
Pero la razón
última del magnicidio fue otra. Importa repasarla. ¿Qué había pasado? En
las elecciones de 1868 Urquiza había intentado la proeza de repetir. No pudo
ser. Un provinciano neto y puro como él no podía alcanzar la presidencia en un
clima de porteñismo acérrimo, promovido por el mitrismo desde el poder. Tampoco
Mitre pudo colocar a su hombre. Tanto era el rechazo que su presidencia había
generado. La grieta entre los dos contendientes de los últimos quince años
nos empujaba a un oscuro abismo del que nos apartó la repentina y oportuna
candidatura de Domingo Faustino Sarmiento, quien con el apoyo del ejército y de
don Adolfo Alsina alcanzó el premio mayor para el cual el sanjuanino creía
estar hecho desde siempre.
Al “doctor Yo” -como
comenzaban a llamarlo- le gustaba repetir la idea: provinciano en Buenos Aires
y porteño en las provincias. La presidencia de Sarmiento fue un giro hacia el
interior. Elegido Presidente quedo a merced de las pullas y agresiones de
Mitre, quien indignado con su antiguo partidario y amigo inició desde su
diario, La Nación Argentina, un ataque frontal contra el Presidente. Hizo
pública la carta que el sanjuanino le enviara inmediatamente del triunfo de
Pavón: "No deje cicatrizar la herida de Pavón. Urquiza debe
desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca".
Hizo esta revelación porque Mitre ya intuía lo que iba a pasar, esto es,
un acuerdo de Sarmiento con Urquiza.
El primer paso lo dio el entrerriano quien le obsequió a Sarmiento "el bastón que usara en el ejercicio de la primera magistratura y un gorro de dormir, interpretado como un presagio de que puede tener un sueño tranquilo, pues ninguna amenaza le vendrá del litoral". Los flirteos fueron públicos. Al menos en los ambientes políticos se sospechaba que algo se estaba organizando entre estas dos fuerzas. Esto desesperaba al mitrismo tanto como al federalismo ultra de Entre Ríos. Un posible acuerdo fortalecía a Sarmiento y a la nueva tendencia del gobierno central y era una nueva "traición" de Urquiza que el federalismo entrerriano ya no podía procesar. El Ministro del Interior, Dalmacio Vélez Sarsfield, le escribió a Urquiza: "Debo decirle, general, alguna cosa reservada. Por lo que he oído, V.E. no debe estar sin una buena guardia en su casa".
El primer paso lo dio el entrerriano quien le obsequió a Sarmiento "el bastón que usara en el ejercicio de la primera magistratura y un gorro de dormir, interpretado como un presagio de que puede tener un sueño tranquilo, pues ninguna amenaza le vendrá del litoral". Los flirteos fueron públicos. Al menos en los ambientes políticos se sospechaba que algo se estaba organizando entre estas dos fuerzas. Esto desesperaba al mitrismo tanto como al federalismo ultra de Entre Ríos. Un posible acuerdo fortalecía a Sarmiento y a la nueva tendencia del gobierno central y era una nueva "traición" de Urquiza que el federalismo entrerriano ya no podía procesar. El Ministro del Interior, Dalmacio Vélez Sarsfield, le escribió a Urquiza: "Debo decirle, general, alguna cosa reservada. Por lo que he oído, V.E. no debe estar sin una buena guardia en su casa".
En otra carta,
un tal Pedro Larrosa, desde Rosario le informa al entrerriano: "Por
un amigo que asistió en Buenos Aires a sesión de masones donde se trató del
viaje del Presidente a Entre Ríos, sosteniéndose la idea de que si el
Presidente buscaba la alianza de las provincias que iba a visitar para echarse
en sus brazos y emanciparse del dominio de Buenos Aires, debían ponerse a todo
trance los medios necesarios para evitarlo. Entre los varios propuestos, fue
uno, convulsionar las provincias que creían afectas a Sarmiento especialmente
la de Entre Ríos. Deshacerse por todos los medios posibles de V.E. En caso que
fallara esto o que no pudiera practicarse, al regreso de Sarmiento a Buenos
Aires con cualquier pretexto, se le declaraba loco, y previo un reconocimiento
de médicos, se lo encerraría en el Hospicio de San Buenaventura".
Lo de San
Buenaventura en el caso de Sarmiento hubiera sido una trámite sencillo.
Finalmente el día llegó. El 3 de febrero de 1870, Sarmiento descendió del buque Pavón en el puerto de Concepción del Uruguay y recorrió las filas de militares ataviados de rojo punzó. Más allá de las chicanas de ocasión y de la picaresca criolla, lo cierto fue que luego de las sucesivas entrevistas que ambos hombres mantuvieron, Sarmiento manifestó que ahora se sentía Presidente de todos los argentinos. Una etapa sangrienta se cerraba por voluntad de estos dos hombres. Sin embargo, el abrazo del entrerriano con Sarmiento no fue perdonado ni por unos ni por otros de los ultras de la grieta.
Finalmente el día llegó. El 3 de febrero de 1870, Sarmiento descendió del buque Pavón en el puerto de Concepción del Uruguay y recorrió las filas de militares ataviados de rojo punzó. Más allá de las chicanas de ocasión y de la picaresca criolla, lo cierto fue que luego de las sucesivas entrevistas que ambos hombres mantuvieron, Sarmiento manifestó que ahora se sentía Presidente de todos los argentinos. Una etapa sangrienta se cerraba por voluntad de estos dos hombres. Sin embargo, el abrazo del entrerriano con Sarmiento no fue perdonado ni por unos ni por otros de los ultras de la grieta.
La evidente
simpatía con que el revisionismo histórico (Fermín Chávez, José María Rosa,
Ortega Peña y Luis Duhalde) por poner algunos ejemplos, ha mirado el crimen de
Urquiza arrastra hasta nuestros días la idea del asesinato como resolución de
los conflictos políticos. Crímenes más cercanos a nosotros como el de José
Rucci, José Alonso o el general Pedro Aramburu, perpetrados por bandas
subversivas que se arrogaron una visión histórica revisionista revelan el grado
de descomposición moral y ética de un sector de nuestra sociedad y el daño
ocasionado por una visión histórica que hurgaba en el pasado para justificar su
ingobernable violencia presente.
Inmediatamente
del magnicidio José Hernández le envió una desgraciada carta
a López Jordán reivindicada por el revisionismo: "En la lucha en
que usted se halla comprometido no hay sino una sola salida, un solo término,
una disyuntiva forzosa: o la derrota, o un cambio general de situación en la
República. Cualquier opinión contraria a esto, será un error político grave,
que lo detendrá a usted en su marcha, para perderlo al fin.
"Urquiza,
era el gobernador tirano de Entre Ríos, pero era más que todo el Jefe Traidor
del Gran Partido Federal, y su muerte mil veces merecida, es una justicia
tremenda y ejemplar del partido otras tantas veces sacrificado y vendido por
él.
"La
reacción del partido, debía por lo tanto iniciarse por un acto de moral
pública, como era el justo castigo del Jefe Traidor. Opino pues que para no
empequeñecer su movimiento, debe usted tomar esa reacción como punto de mira
política".
Si le
adicionamos que en su alocución como nuevo gobernador López Jordán afirmó:
"No puedo pensar en una tumba cuando veo ante mis ojos los hermosos
horizontes de los pueblos libres y felices". El crimen pareciera haber
sido el objetivo, ¿no deseado?
Las intenciones
del crimen. Distintos autores, estudiosos del tema, no han llegado a una
conclusión univoca. ¿Buscaban matarlo? ¿O se trató de la impericia de los
asaltantes del Palacio San José frente a la resistencia del caudillo
entrerriano? Esto último piensa el notable historiador Isidoro Ruiz
Moreno quien hace un año publicó una magnifica biografía del caudillo. La
historiadora Beatriz Bosh deja planteada la duda de esta siniestra
trama cuando afirma que este acuerdo genera alarma en los círculos porteños
observando que el diario de Mitre hablaba de pacto inmoral. Finalmente para no
citar a todos, el historiador cordobés Alfredo Terzaga en su notable
biografía del general Julio A. Roca instala la idea de que en el crimen algo ha
tenido que ver el mitrismo. Sin pruebas, naturalmente, observa como confusa y
sibilina la conducta política del jefe de la partida de asesinos, Simón
Luengo, que no obstante su urquicismo conocido, algunos años antes había
participado de un golpe de estado contra el gobernador Mateo Luque de
Córdoba, donde estuvo la mano de don Bartolo.
En fin como en casi todos los crímenes políticos hay distintas miradas; lo inadmisible, en todo caso, es su justificación.
Pg12 Domingo, 20
de noviembre de 2011
Por José Pablo
Feinmann
El día es uno de
esta semana. El del asesinato. Para peor, llueve. Porque la lluvia no lava la
sangre, la expande, la lleva de un lado a otro, la mezcla con el barro. El
mayor Irrazábal llega al galope a la casa del caudillo. Agarra una lanza y lo
atraviesa. Dicen que preguntó dónde está ese bandido. Dicen que el legendario
viejo respondió Peñaloza no es bandido. Inútil. Aunque sin llegar a los
extremos de Sandes, Irrazábal era un asesino paranoico, útil para librar al
elemento bárbaro de la República después del triunfo de Pavón. El colonialismo
de Buenos Aires tenía que hacer esta tarea como los ingleses la hicieron en la
India. Utilizó sus mismos valores: la civilización, el progreso, la cultura.
Lástima que no quedó algo del espíritu del federalismo. Le habría dado un
sentido lateral al sentido racionalista, europeísta de Buenos Aires. Pero a la
elite de Buenos Aires poco le importaba el sentido lateral que la barbarie
pudiera aportar. Era imposible que imaginara que esa idea estaría más cercana a
Heidegger que a Smith, que a Marx. No habría que perdonar la crueldad con que
la tarea se hizo. Pero el progreso tiene sus precios.
Tanto Sarmiento
como José Hernández escribieron sobre la muerte de Peñaloza. Y muchos más. Sólo
hay algo que quisiéramos notar. Sarmiento escribe: “El idioma español ha dado a
los otros la palabra ‘guerrilla’, aplicada al partidario que hace la guerra
civil fuera de las formas, con paisanos y no con soldados, tomando a veces en
sus depredaciones las apariencias y la realidad también de la banda de
salteadores. La palabra argentina ‘montonera’ corresponde perfectamente a la
peninsular ‘guerrilla’ (...) Las ‘guerrillas’ no están todavía en las guerras
civiles bajo el palio del derecho de gentes (...) Chacho, como jefe notorio de
bandas de salteadores, y como ‘guerrilla’, haciendo la guerra por su propia
cuenta murió en guerra de policía en donde fue aprehendido y su cabeza puesta
en un poste en el teatro de sus fechorías. Esta es la ley y la forma
tradicional de la ejecución del salteador (...) Los salteadores notorios están
fuera de la ley de las naciones y de la ley municipal y sus cabezas deben ser
expuestas en los lugares de sus fechorías”.
En 1863, un
joven periodista de Paraná, que nueve años más tarde escribirá la primera parte
de su poema inmortal, publica una airada defensa de Chacho y un ataque al
partido unitario. Interesa ver cómo en Argentina, al partido de la “barbarie”,
le sobraban buenas plumas. El sentido lateral, el integracionismo, la búsqueda
de un país más amplio, la construcción, no de una ciudad, sino de una nación
habría sido tal vez posible. Escribe Hernández: “Los salvajes unitarios están
de fiesta. Celebran en estos momentos la muerte de uno de los caudillos más
prestigiosos, más generosos y valientes que ha tenido la República Argentina.
El partido federal tiene un nuevo mártir (...) El general Peñaloza ha sido
degollado (...) en su propio lecho y su cabeza ha sido conducida como prueba
del buen desempeño al bárbaro Sarmiento. El partido que invoca la ilustración,
la decencia, el progreso acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas”.
Esta era la
parte “pesada” de la “carga del hombre blanco” que Kipling mencionaba. O lo que
el mariscal Bugeaud, más íntimamente, sugería: a la barbarie hay que lucharle
con la barbarie. La carga es “pesada” porque no sólo incluye la educación de
los bárbaros, llevarles las luces y el progreso. También matarlos siempre que
haga falta. Y suele hacer falta muy a menudo. Hernández asume la figura del
poeta de la maldición: “¡Maldito sea! ¡Maldito, mil veces maldito, sea el
partido envenenado con sus crímenes, que hace de la República Argentina el
teatro de sus sangrientos horrores (...) Detener el brazo de los pueblos que ha
de levantarse airado mañana para castigar a los degolladores de Peñaloza, no es
la misión de ninguno que sienta correr en sus venas sangre de argentinos. No lo
hará el general Urquiza. Puede esquivar si quiere a la lucha su responsabilidad
personal, entregándose como inofensivo cordero al puñal de los asesinos que
espían el momento de darle el golpe de muerte; pero no puede impedir que la
venganza se cumpla, pero no puede continuar por más tiempo conteniendo el
torrente de indignación que se escapa del corazón de los pueblos (...) el
general Urquiza vive aún, y el general Urquiza tiene aún que pagar su tributo
de sangre a la ferocidad unitaria, tiene que caer bajo el puñal de los asesinos
unitarios (...) en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre
ha de enrojecer los salones tan frecuentados por el partido unitario”.
Urquiza
aprovecha la jugada de Pavón. Se retira de la política y se dedica a los
negocios. Pero los federales siguen pidiendo su apoyo. Lo exige Felipe Varela
en Manifiesto a los Pueblos Americanos. Urquiza parece no escuchar nada. Apoya
a Mitre en la guerra contra el Paraguay, ese genocidio americano, tan secreto,
tan oculto como el armenio. Y lo peor: luego de su frustrada competencia con Sarmiento
por la Presidencia de la República acepta que éste lo visite en Paraná.
Sarmiento llega en un vapor que lleva por nombre Pavón. Imposible una injuria
mayor. El líder de los federales se abraza con el asesino de Peñaloza. No hay
más que decir.
En abril de 1870
se escucha el bochinche de una caballada embravecida en el Palacio de San José.
Son los federales de López Jordán. Urquiza sale armado. Le disparan y después
le hunden los puñales de la venganza. “Ricardito, ¿por qué?” “Por traidor y por
hijo de puta, general. Traidor al federalismo argentino. Hijo de puta... por
usted mismo nomás.” “No era posible derrocar a Mitre. Los ingleses estaban con
él.” “Podríamos haber tenido un país mejor. No sé el resto de América. Pero el
nuestro pudo haber sido mejor porque tenía a los federales y éramos muchos.”
“Pero eran bárbaros, brutos.” “Teníamos los mejores intelectuales. Lo teníamos
a usted, el vencedor de Rosas. Otro puerto, Rosario. Un interior mediterráneo
que pudo desarrollarse si lo protegíamos. Teníamos a los hermanos del Paraguay.
Usted y Mitre les mataron seiscientos mil hombres. Hubieran sido nuestros.
Ahora, gracias a todas sus traiciones, vamos a tener un país de porteños. Una
gran ciudad y el resto un páramo derrotado.” Urquiza, algo curioso aún, pregunta:
–Cuando venían
para el San José les escuché gritar:
“Qué pasa/ qué
pasa, general/ está lleno de gorilas/ el gobierno federal”.
López Jordán
sonríe y se le achican los ojos.
–Es un
anacronismo.
–¿Y eso qué es?
–Se va a morir
antes de poder entenderlo. Pero cuidado: nosotros somos el pueblo pobre en
armas. No somos vanguardia de nada. A no confundirnos. Y ahora, si me
permite...
–Qué.
–La puñalada del
final.
Y le enterró el puñal con tantas ganas que ya nada podía importarle de lo sucedido ni de lo que pudiera sucederle. Si hay un acto que justifica nuestra vida por completo él acababa de cometer el suyo. El federalismo moría. Pero su asesino también. O, mejor aún, ya estaba muerto.
Y le enterró el puñal con tantas ganas que ya nada podía importarle de lo sucedido ni de lo que pudiera sucederle. Si hay un acto que justifica nuestra vida por completo él acababa de cometer el suyo. El federalismo moría. Pero su asesino también. O, mejor aún, ya estaba muerto.
Canale y el lado secreto de los héroes. Su nueva novela, “Salvaje”
“Con las mujeres, Urquiza era una suerte de acumulador”
La fiebre del amor se volvía irrefrenable para el prócer. Cómo las pasiones alimentaron nuestra historia. Entrevista. Por Patricia Suárez. Clarín 03/11/18.
La fiebre del amor se volvía irrefrenable para el prócer. Cómo las pasiones alimentaron nuestra historia. Entrevista. Por Patricia Suárez. Clarín 03/11/18.
Mar del Plata, 1963. Estudió Letras en la
UBA. Es periodista y escritora. Su primera novela, Pasión y traición,
-historia de Remedios de Escalada de San Martín- se convirtió en un éxito
editorial. Rápidamente se volvió una autora prolífica reconstruyendo pasiones
románticas de la historia, con títulos como Sangre y deseo, sobre Juan Manuel
de Rosas, y Amores prohibidos, que explora los
vínculos de Manuel Belgrano.
Novelista y periodista, Florencia Canale
acaba de publicar nuevo libro, Salvaje, dedicado
a la figura de Justo José de Urquiza. Personaje histórico, su universo aparece
con frecuencia en la literatura argentina, así como la figura de otros
caudillos. Urquiza, Ramírez y López Jordán son recurrentes, incluso, en los
escritos de Borges. El padre de ese autor nacional clave había llegado a
escribir una novela titulada El caudillo y ambientada en los últimos días del
mayor líder entrerriano. Ahora, la trama elegida por Canale va de los primeros
amores del prócer entrerriano, a los 18 años, a su consolidación como héroe
patrio.
Entre lágrimas y engaños a mujeres
abandonadas, Canale pinta un hombre para quien el arrebato y la fiebre del amor
era un estado del cuerpo y la política, un estado del alma. Podría discutirse
mucho sobre cuánto hay de rigor histórico -y si es necesario en este tipo de
relato- y cuánto hay de imaginación y de interpretación de parte del narrador
de hechos que no están consignados en documentos. Muchas veces, los
sentimientos de un personaje histórico son parte de la ficción del novelista.
Mientras la autora ya devana la lana del próximo libro que tiene en mente
-aunque se reserva esa trama-, responde las preguntas de Clarín:
-¿Por qué Urquiza y cómo
llegó a él? -Porque intuía que había alguna
desmesura en su vida, por la leyenda de los cientos de hijos, porque me
despertaba mucha curiosidad; y después de la trilogía de Rosas me parecía
pertinente continuar con Urquiza. Por otro lado se había escrito mucho de él
políticamente pero no la novela, salvo una escrita hace muchos años por María
Esther de Miguel, en la que hacía referencia tangencial a Urquiza porque el
protagonista era Blanes, el pintor.
-Salvaje muestra un Urquiza que sin ser Don Juan Tenorio, a su modo usa y abusa de las mujeres, estén unidas a él en la condición que estén. ¿Cómo llegó a la conclusión de que esta pintura del prócer era la más verosímil? -En cuanto a la percepción del uso y abuso de mujeres está más unida a prácticas de la modernidad. El amor como lo conocemos o practicamos hoy tiene poco que ver con lo que se acostumbraba en el siglo XIX. Sí, Urquiza tuvo muchas mujeres y muchos hijos, la mayoría de ellas no reclamó nada ni mucho menos. Ahora, cuando leemos hoy el modo que tenía para vincularse con las mujeres nos puede resultar, en principio, incómodo; esa voracidad, esa ansia de acumular, lo que fuera y como fuera. Que sus camaradas le reclamaran que era tiempo de casarse fue así; pero yo intento no juzgar, sólo contar los hechos, aunque estos resulten feroces o deslumbrantes a la hora de la lectura.
-Resulta difícil perfilar hoy a un personaje histórico con las características de Urquiza, padre -según el mito- de 50 hijos. Podría hablarse de un adicto al sexo, sin embargo, él iba más allá puesto que sólo lo detenía la procreación de hijos. ¿Cómo lo definiría usted? -No creo que lo detuviera la procreación porque con algunas tuvo más de un hijo. Creo que era un seductor nato, una suerte de acumulador. De todo, de riqueza, de territorio, de poder y también de mujeres. Un coleccionista, embelesado por la mujer, cautivado por lo femenino, dejando de lado la reflexión y el pensamiento y dominado exclusivamente por la pulsión.
-¿Por qué cree que las mujeres de la época le perdonaban su proceder amoroso? Abandonó muchas -aunque no a sus hijos- y las traicionó con frecuencia. En Salvaje cuenta que hacia los 45 años, él tenía diez hijos -reconocidos de alguna manera- de ocho mujeres diferentes, ¿cómo vivían estas mujeres conociendo unas la existencia de las otras? -Ahí está lo interesante, el perdón constante de la lista de mujeres. Ninguna hizo reclamos, tal vez las familias, aquellos padres de familia “principal”, hablo de los Calvento y los López Jordán, apellidos de la sociedad entrerriana. Los hermanos -hijos de distintas madres -vivían juntos sin demasiados cuestionamientos entre ellos, salvo con Dolores Costa, con la que se casa, que al principio es mirada con recelo.
-¿Fue un desafío abordar una personalidad como la de Urquiza en un mundo donde el paradigma cultural respecto de lo masculino-femenino en cuanto a la concepción y crianza de los hijos cambió tanto? -Siempre es un desafío abordar las vidas de nuestros héroes y heroínas del siglo XIX. Propongo entrar a las historias derrumbando paradigmas del presente, despojándose de juicios y prejuicios.
-¿Qué piensa de la historia argentina una escritora tan singular como usted, que la ve desde la vida privada de sus hacedores? -Yo escribo sobre la pasión de la Historia argentina, un sentimiento intenso por demás. Creo que nuestra Historia es una sucesión de traiciones y venganzas, de ciudades teñidas de sangre, de lazos sanguinolentos, de clandestinidades desveladas pero sobre todo de inmensas pasiones.
-Salvaje muestra un Urquiza que sin ser Don Juan Tenorio, a su modo usa y abusa de las mujeres, estén unidas a él en la condición que estén. ¿Cómo llegó a la conclusión de que esta pintura del prócer era la más verosímil? -En cuanto a la percepción del uso y abuso de mujeres está más unida a prácticas de la modernidad. El amor como lo conocemos o practicamos hoy tiene poco que ver con lo que se acostumbraba en el siglo XIX. Sí, Urquiza tuvo muchas mujeres y muchos hijos, la mayoría de ellas no reclamó nada ni mucho menos. Ahora, cuando leemos hoy el modo que tenía para vincularse con las mujeres nos puede resultar, en principio, incómodo; esa voracidad, esa ansia de acumular, lo que fuera y como fuera. Que sus camaradas le reclamaran que era tiempo de casarse fue así; pero yo intento no juzgar, sólo contar los hechos, aunque estos resulten feroces o deslumbrantes a la hora de la lectura.
-Resulta difícil perfilar hoy a un personaje histórico con las características de Urquiza, padre -según el mito- de 50 hijos. Podría hablarse de un adicto al sexo, sin embargo, él iba más allá puesto que sólo lo detenía la procreación de hijos. ¿Cómo lo definiría usted? -No creo que lo detuviera la procreación porque con algunas tuvo más de un hijo. Creo que era un seductor nato, una suerte de acumulador. De todo, de riqueza, de territorio, de poder y también de mujeres. Un coleccionista, embelesado por la mujer, cautivado por lo femenino, dejando de lado la reflexión y el pensamiento y dominado exclusivamente por la pulsión.
-¿Por qué cree que las mujeres de la época le perdonaban su proceder amoroso? Abandonó muchas -aunque no a sus hijos- y las traicionó con frecuencia. En Salvaje cuenta que hacia los 45 años, él tenía diez hijos -reconocidos de alguna manera- de ocho mujeres diferentes, ¿cómo vivían estas mujeres conociendo unas la existencia de las otras? -Ahí está lo interesante, el perdón constante de la lista de mujeres. Ninguna hizo reclamos, tal vez las familias, aquellos padres de familia “principal”, hablo de los Calvento y los López Jordán, apellidos de la sociedad entrerriana. Los hermanos -hijos de distintas madres -vivían juntos sin demasiados cuestionamientos entre ellos, salvo con Dolores Costa, con la que se casa, que al principio es mirada con recelo.
-¿Fue un desafío abordar una personalidad como la de Urquiza en un mundo donde el paradigma cultural respecto de lo masculino-femenino en cuanto a la concepción y crianza de los hijos cambió tanto? -Siempre es un desafío abordar las vidas de nuestros héroes y heroínas del siglo XIX. Propongo entrar a las historias derrumbando paradigmas del presente, despojándose de juicios y prejuicios.
-¿Qué piensa de la historia argentina una escritora tan singular como usted, que la ve desde la vida privada de sus hacedores? -Yo escribo sobre la pasión de la Historia argentina, un sentimiento intenso por demás. Creo que nuestra Historia es una sucesión de traiciones y venganzas, de ciudades teñidas de sangre, de lazos sanguinolentos, de clandestinidades desveladas pero sobre todo de inmensas pasiones.
La historia en foco
Cuando
Urquiza dijo basta
Por Felipe Pigna. Revista Viva
17/03/13.
El Gobernador de Entre Ríos,
cansado de las manipulaciones de Rosas, le aceptó la renuncia como encargado de
las relaciones exteriores y decidió enfrentarlo. Con el apoyo del emperador de
Brasil, lo derrotó en Caseros.
Año tras año, argumentando razones de salud, Rosas presentaba su renuncia
a la conducción de las relaciones exteriores de la Confederación, con la
seguridad de que no le sería aceptada. Y lo hacía en términos como estos: “La
irreparable pérdida de mi amante esposa Encarnación, la prolongada lucha de mis
más queridas afecciones para subordinarlas a mis altos deberes y los
principios de mi vida pública, aléjanme de una posición en que fuera desacuerdo
reproducir sacrificios ya colmados. Con intenso anhelo, muy encarecida y
humildemente, os suplico que, sin pérdida de tiempo, elijáis la persona que ha
de sucederme en el mando supremo de la provincia.” Y la Legislatura solía
responderle en estos otros términos: “No es dado a los representantes del
pueblo, conceder a V.E. el descanso que tan justamente solicita. Cierto es que
las circunstancias de la República exigen un poder con suficiente fuerza,
armonía y rapidez: en este convencimiento están los Representantes, y en el de
que, aun cuando hay patriotas esclarecidos, capaces de ponerse al frente de los
negocios, sólo en la persona de V.E. pueden depositar confiadamente la
plenitud de facultades que acuerda la Ley. Sienten, pues no poder por ahora
hacer innovación alguna a las resoluciones anteriores; pero en medio del pesar
que les causa su irrevocable resolución, se hacen un deber manifestar a V.E.
que están dispuestos a prestarle la más activa y decidida colaboración en todo
cuanto concierna al sostén de la libertad e independencia de la República, bajo
el concepto que oportunamente facilitarán los recursos necesarios para terminar
la cruel guerra promovida por el feroz bando salvaje unitario”.
En 1851 el gobernador de Entre Ríos emitió un decreto, conocido como
el “pronunciamiento” de Urquiza, en el cual aceptaba la renuncia le Rosas y
reasumía para Entre Ríos la conducción de las relaciones exteriores. El
conflicto era en esencia económico: Entre Ríos venía reclamando la libre
navegación de los ríos, lo que permitiría el intercambio de su producción con
el exterior sin necesidad de pasar por Buenos Aires.
Armado de alianzas internacionales, Urquiza decidió formar su ejército
para enfrentar al gobierno bonaerense, al que llamó a falta de mejor nombre “grande”.
El emperador de Brasil, Pedro II, proveería infantería, caballería, artillería
y todo lo necesario, incluso la escuadra. El tratado firmado entre Urquiza y
los brasileños decía en una de sus partes: ‘Para poner a los estados de Entre
Ríos y Corrientes en situación de sufragar los gastos extraordinarios que
tendrá que hacer con el movimiento de su ejército, Su Majestad el Emperador
del Brasil les proveerá en calidad de préstamo la suma mensual de cien mil
patacones por el término de cuatro meses contados desde la fecha en que dichos
estados ratifiquen el presente convenio”.
Por supuesto que el emperador de Brasil no hacía esto en defensa de la
libertad y los derechos humanos y obtuvo del gobernador Urquiza la hipoteca de
territorio argentino engarantíaa sus contribuciones: “Su Excelencia el señor
Gobernador de Entre Ríos se obliga a obtener del gobierno que suceda
inmediatamente al del general Rosas, el reconocimiento de aquel empréstito como
deuda de la Confederación Argentina y que efectúe su pronto pago con el interés
del seis por ciento al año. En el caso, no probable, de que esto no pueda
obtenerse, la deuda quedará a cargo de los estados de Entre Ríos y Corrientes y
para garantía de su pago, con los intereses estipulados, sus Excelencias los
señores Gobernadores de Entre Ríos y Corrientes, hipotecan desde ya las rentas
y los terrenos de propiedad pública de los referidos estados”.
Urquiza alistó a sus hombres en el “Ejército Grande”, avanzó sobre
Buenos Aires y derrotó a Rosas en Caseros, el 3 de febrero de 1852. Rosas,
vencido, se embarcó en el buque de guerra Conflict hacia Inglaterra. AI día
siguiente de Caseros, terratenientes porteños, como los Anchorena, primos de
Rosas, renegaban de su pasado rosista y trataban de congraciarse con las
nuevas autoridades.
El “Ejército Grande” podía haber entrado a Buenos Aires al otro día de
Caseros, pero Urquiza prefirió esperar el 20 de febrero, aniversario de la
batalla de Ituzaingó, como desagravio al Imperio brasileño.
Las fuerzas de oposición al ex gobernador conformaban un extraño
conjunto: federales antirrosistas, unitarios, jóvenes intelectuales, autonomistas,
que sólo tenían en común su oposición a Rosas. Lejos de mantener la unidad,
este grupo se dividirá en numerosos bandos políticos. Si la caída de Rosas
parecía el fin de las contiendas provinciales, a partir de ella los
enfrentamientos se tornarán más encendidos que nunca y el país parecerá estar
a punto de estallar en pedazos.
Urquiza se instaló en la casa de Rosas en Palermo y, como Lavalle,
repartió dineros públicos entre un numeroso grupo de oficiales y allegados. El
reparto fue mayor que en 1829, porque también lo era el tesoro en 1852. Las órdenes
de pago más modestas eran por veinte mil pesos. Vicente López y Planes cobró
una gruesa suma y aceptó asumir como gobernador de Buenos Aires. “¿A que no me
saca en cara que yo
hubiese aconsejado que se diese a ningún hombre de mi familia 200.000 pesos
como hizo usted darle a su padre con el General Urquiza?”
He aquí 10 una parte de la lista de los
que recibieron los “incentivos de Urquiza”, claro que con dineros públicos: a) Gobernador
Vicente López y Planes, 200.000, 2) Teniente coronel Hilario Asacasubi, 10.000,
3) Coronel Manuel Escalada, 100.000, 4) General Gregorio Aráoz de La Madrid, 50.000,
5) Coronel Bartolomé Mitre, 16.000, 6) Gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro,
224.000 y 7) General José M. Galán, 250.000.
Mientras tanto, Rosas se instalaba en
la chacra de Burguess, cerca de Southampton, acompañado por peones y criados
ingleses. En 1857, su hija Manuela y su flamante marido, Máximo Terrero, se
habían ido definitivamente a Londres y él quedaba en la mayor soledad y, como
solía decir, en “la prisión de su pensamiento”.
El gobierno porteño, instalado el 11 de septiembre
de 1852, confiscó todos sus bienes y Rosas dependía para vivir de los
recursos que le enviaban sus amigos desde Buenos Aires. Volvió a dedicarse a
las tareas rurales hasta su muerte, ocurrida el 14 de marzo de 1877, a los
ochenta y cuatro años.
1) José Luis Busaniche, Juan Manuel de
Rosas, Buenos Aires, Theoría, 1967.
2) Carta de Dalmacio Vélez Sarsfiled a
Vicente Fidel López, hijo del autor del Himno, en Busaniche, Rosas visto por
sus contemporáneos, op.cit
Propuesta de ayuda económica
Carta del vencedor
al vencido
Justo José de Urquiza, el enemigo de
1852, causante de su derrota definitiva en la batalla de Caseros, conociendo la
delicada situación económica en la que vivía Juan Manuel de Rosas en
Inglaterra, le ofreció en 1858 su ayuda económica en esta curiosa carta, que
está publicada en la Gran Enciclopedia Argentina: “Yo y algunos amigos de Entre
Ríos estaríamos dispuestos a enviar a usted alguna suma para ayudarle a sus
gastos, y le agradecería nos manifieste que aceptaría esta demostración de
algunos individuos que más que una vez sirvieron a sus órdenes. Ello no
importaría otra cosa que le guarden los mismos que contribuyeron a su caída,
pero que no olvidan la consideración que se debe al que ha hecho tan gran
figura en el país, y a los servicios muy altos que le debe y que soy el primero
en reconocer; servicios cuya gloria nadie puede arrebatarle, y son los que se
refieren a la energía con que siempre sostuvo los derechos de la soberanía y la
independencia nacional”.
Vida privada
Mujeres
e hijos
Todo parece indicar que la vida
amorosa de Urquiza fue muy intensa, pero la única mujer con la que contrajo
matrimonio fue Dolores Costa Brizuela, nacida en 1830. Era hija de don Cayetano
Costa y diña Micaela Brizuela. Urquiza tenía 50 años cuando conoció a Dolores
en una fiesta en Gualeguaychú en la que el invitado de honor era Sarmiento.
Dolores fue la fiel compañera en sus últimos años. El tenía 12 hijos de parejas
anteriores -todos reconocidos legalmente- y con ella tendría otros once. La
primera de la larga lista fue Dolores, nacida el 30 de abril de 1853, horas
antes de la sanción de la Constitución.
Acaba de presentar "Urquiza, el
salvaje", una biografía del caudillo entrerriano que tumbó a Rosas, aliado
con los enemigos de la Confederación. Martín Piqué.
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Perón 1 (San Martín, Rosas y el traidor Lavalle)
30/09/14 - 40 años crucialesde historia según Perón 2 (San Martín, Rosas y el traidor Urquiza)
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